13- Los juegos del Diablo.
«Cada aldea tenía su brujo o su bruja, cada príncipe tenía su astrólogo; todas las damas se hacían decir la buenaventura; los poseídos andaban campo traviesa; la cuestión era saber quién había visto al Diablo o quién lo había de ver; y todo esto era objeto de inagotables conversaciones que mantenían a los ánimos en suspenso».
Diccionario filosófico, Voltaire[1].
Mediante un esfuerzo sobrehumano ejecuto el asalto Lilibeth[2] con la finalidad de apartarme del fantasma y de la cama, más que para atacarlo. Y caigo cerca de la ventana que se halla abierta de par en par. Permito que el aire perfumado a hierbas de la campiña me llene las fosas nasales y que me despeje del aroma a azufre y a rosas que me ha alterado los sentidos. Lo sorprendo, supongo que esperaba que sus encantos me harían caer rendida a sus pies.
—No te escaparás de mí, Danielle, y lo sabes —me previene, tranquilo, se divierte con este juego del gato y del ratón—. ¿Tienes idea de por qué?
—No, ilústrame tú. —Pese al tono burlón que empleo debo admitir que existe un magnetismo muy poderoso que me empuja hacia él.
—Muy sencillo, hermosa dama: ¡porque no puedes luchar contra tu naturaleza y lo sabes a la perfección! Eres una bruja que ha ganado dones con el paso del tiempo. Es posible que termines convertida en mi joya más preciada, por encima de Gerberga.
—¡Lo dudo, mi mentor es Da Mo! —lo contradigo sin desviar la vista—. No pretendo engañarme al fingir que soy una buena persona, quizá en esto esté más cerca de ti. Pero ¿sabes? Lo que yo sea no importa, sino lo que haga. ¡Y ten por seguro que jamás le seré desleal a mi maestro ni a los miembros de mi ejército espectral!
—¡Valientes palabras, Danielle! —Noto que un brillo similar a un fogonazo le traspasa la mirada y la transforma en acero líquido—. En especial si tenemos en cuenta cómo ordenó Joseph Black que te torturasen. ¿Lo recuerdas? ¡Yo podría hacerte lo mismo que él o algo peor! —Efectúa un movimiento de la mano en mi dirección y siento que el dolor me desgarra el cuerpo.
No grito ni me lamento, escondo los gemidos porque no deseo darle esa satisfacción. Sus ondas fantasmales se ensañan en mí y me retrotraen a la época de la máquina con geolocalización de Joseph Black, pues los efectos son idénticos. Me retuercen la lengua, me aprietan la tráquea y el paladar y el jugo gástrico me sube desde el estómago por la garganta y me encuentro a punto de vomitar. Los intestinos y la vejiga intentan eliminar lo que retienen y los músculos se me contraen como si me los partiesen con cortadoras eléctricas. Las piernas, en cambio, se me acalambran. El útero y los ovarios me dan la impresión de que se inflan y a punto se hallan de estallar. Me provocan el padecimiento de un aborto natural. Los huesos se enredan unos con otros y se retuercen igual que las raíces de los olivos añosos, mientras intentan desprenderse y abandonar la carne.
Al mismo tiempo —desde la cabeza y a lo largo de la columna vertebral—, millones de manos invisibles me ciñen como si fuese un globo inflado al máximo al que pretendiesen explotar. Me resulta imposible explicar la magnitud del martirio solo con vocablos. Noto que en el corazón se me clavan pequeñas agujas para recordarme que soy mortal. En realidad, el engendro no es original, solo repite el proceder de mi peor enemigo.
—¡Ya me sobrepuse una vez a esta tortura! —le grito, furiosa, y sin que mi voz titubee—. ¿Lo recuerdas o se te ha olvidado? Lo único que logró Black y toda su gentuza fue hacerme más fuerte. ¡Lo mismo sucederá en esta oportunidad contigo! ¡Yo jamás me rindo! —El espectro pone gesto de frustración y la agonía finaliza.
Se me acerca, estira el brazo como para ayudarme a levantar y me interroga:
—¿Por qué eres tan obstinada? ¡No lo entiendo! ¡¿Por qué me obligas a tratarte mal cuando lo que yo en realidad pretendo es hacerte feliz y darte placer?!
Lo ignoro y me levanto por mis propios medios.
—Utilizas la misma excusa que las personas que justifican lo injustificable. ¡Si uno no quiere hacer algo que está mal no lo hace y punto, no hay que darle más vueltas!
—Interesante reflexión, pero te olvidas de que lo mío es precisamente desencadenar el mal. —Y efectúa una mueca burlona—. La maldad es mi trabajo y mi razón de ser. ¿O todavía dudas de que sea Satanás? Pues sí... Sigues sin creer que soy yo, lo leo en tus ojos. ¿Qué más pruebas quieres? Sé lo de Black porque ahora reside en mis dominios y puedo revivir con exactitud lo que él te hizo. ¿Cuándo has conocido a un fantasma con estos poderes?
—Te asombrarías de todo lo que yo he visto —lo contradigo, molesta—. Y lo de Joseph Black es de público conocimiento, lo difícil sería encontrar a alguien que no lo supiera.
—¡Por la cruz invertida! ¡Es la primera vez que me pasa esto! —susurra, desconcertado, más para sí mismo que para mí—. Siempre se convencen enseguida de que soy yo en realidad.
—¡Pobrecillo, qué pena me das! —exclamo, irónica.
—No me quejo, el cambio es agradable. —Me analiza con más interés—. Ya te dije antes que me gustan los retos.
—Te sobrevaloras, no tengo intención de retarte ni de hacerte la vida más interesante —le aclaro enseguida para que no se confunda—. ¡Solo pretendo terminar rápido esta misión y volver a casa!
—Sí, demasiadas preocupaciones sin resolver te esperan allí. —Efectúa una mueca de disgusto sin dejar de observarme como si fuese el gato y yo un ratón—. La infidelidad de tu esposo, los avances de tu ex que no se resigna al final de la relación. Y qué harás con Noah Stone, porque te aclaro que intentará volver a meterse en tu cama a la menor oportunidad. Tus tres bebés...
—¡Deja a los trillizos en paz, ni los menciones! —y lo prevengo—: ¡No te acerques a ellos!
—No entra en mis planes ir a buscarlos, así que tranquilízate. —Por el tono de voz parece que es cierto, pero yo no me fío ni un pelo de sus intenciones—. De verdad, no iré a por tus niños. Seguimos uno a uno nuestros objetivos a lo largo de más de mil años, desde que Gerberga me rogó que la ayudase. ¿Para qué complicarnos con biberones y con pañales? Nos distraerían. Tú no ignoras los puntos que tenemos en común y lo cerca que te encuentras de nosotros, aunque lo niegues en voz alta. ¡Solo te falta dar un pequeño paso, nada más! Y sé que me deseas también. ¿Por qué te reprimes? Nunca lo has hecho antes, siempre has dado rienda suelta a tus necesidades sin preocuparte por el qué dirán. Jamás has dejado de experimentar tus más secretas fantasías. ¡Ven a mí, Danielle! Yo soy capaz de proporcionarte todo lo que anhelas y más. Nadie te regalará más placer que yo. Puedo hacer realidad tus sueños, tus delirios, tu más pequeña ilusión. Colmarte de dicha, de riqueza, de poder. ¡Hasta soy capaz de regalarte la inmortalidad! Y todo a cambio de que me digas que sí, que me aceptas.
Con un leve movimiento de la mano consigue que flote en dirección a él. Me acaricia un aire cálido, que me produce un placer infinito. Llego enseguida —estamos muy cerca— y, despacio, me posa sobre el suelo.
Me contempla sin parpadear. Y, por momentos, me invade la impresión de que sus ojos del tono de las esmeraldas dibujan círculos concéntricos que determinan que me pierda en ellos. No los evito, son hipnóticos y me atraen directo hacia un mar verde.
De modo fugaz recuerdo que es un fantasma maligno, que no debo caer en esta mortal tentación, que es imprescindible que sea fuerte frente a sus jueguecillos. Pero soy una persona siempre sincera conmigo misma y reconozco que el deseo que despierta en mí es implacable. Y me devora por dentro igual que millones de gusanos.
—¡Claro que me deseas! —Me acaricia la cabellera, delicado—. No lo puedes evitar, Danielle, para ti soy irresistible. ¿Sabes por qué? Porque ambos nos parecemos. Los dos sabemos de qué somos capaces y vamos a por ello con determinación. ¡Nada de medias tintas! No me temes, además, y te diré que esto resulta extraordinario.
—¿Por qué debería temerte? —le pregunto, curiosa—. Solo eres un fantasma bocazas.
—Porque tu inconsciente sí sabe quién soy, aunque te niegues a aceptarlo de modo consciente. —Acerca más los ojos a los míos—. Y por lo que hago, no te olvides de que he asesinado a un hombre delante de ti.
—Yo he matado a unos cuantos, no es un medio por el que consigas impresionarme.
—¡Te deseo, Danielle! —musita y me coge un mechón—. ¡Y sé que hasta podría amarte!
Su voz me arrulla igual que el tacto del jazz cuando me roza los oídos. ¡Qué sensual es! Me transporta miles de años atrás, a un pasado mágico quizá. La sangre me hierve sin control. Es el mismo erotismo de cuando me hallaba desnuda en el medio del mar y pronto haría el amor. Imagino que con los dedos y con los labios lo acaricio y a punto me hallo de volverme loca. Tarareo las notas de Body and soul y me pierdo en este sonido fantástico, que recreo en la imaginación con las voces incomparables de Tony Bennett y de Amy Winehouse, sin permitir que mi excitado murmullo las opaque.
Bajo los párpados, me muevo apenas. Me paso las manos por el cuerpo, un aleteo fuerte y ligero como el de una mariposa en libertad. Y me concentro en el susurro del fantasma, en la sexy y pérfida entonación más que en el significado de las palabras. La gélida y ardiente piel se me pone de gallina porque imagino que él sustituye mis manos por las suyas y que descubre cada diminuta porción. El viento cálido me roza por encima de la blusa y traspasa la tela, de modo que puedo asegurar que esta seducción es la más extraña en la que he participado. No sé cómo lo logra, pero me lleva a su terreno.
—Sí, Danielle, te llevo a mi terreno: el del placer sin culpa. —Mueve los dedos en el aire, sin rozarme, como si los deslizase sobre las teclas de un piano o por los agujeros del saxo y produce música con mis senos al punto de que se me escapa un gemido de goce—. ¡Ahora el cuello, mi bruja preferida!
Y la tórrida brisa me lo lame y se me desboca el corazón como si dentro del pecho tuviese potros salvajes. El pulso me late a velocidad de vértigo. ¡Ni siquiera intento evitarlo, es instinto animal! Los ligeros mordiscos del aire continúan y ahora me succionan los pechos —de manera más osada—y me conquista cada poro como si me tirase pétalos de rosas encima.
—¡No te resistas! —Se halla a centímetros de mí, pero no me toca, dilata el instante a pesar de que lo necesito entre las piernas y de que la espera se convierte en un suplicio insoportable para ambos.
Me resulta más fácil resistirme a la tortura, al dolor, al calvario, que a esta gentil suavidad. Levanto los párpados, pero no observo ningún gesto de triunfo. Efectúa un movimiento circular y los botones de la blusa se me desprenden solos, como si supiesen que anhelo sus osadas caricias. Se me sale del torso igual que si fuera un ser pensante y se pega en el techo como un globo de helio. Me gustaría arrastrarlo hasta debajo de la ducha y enjabonarlo para aplicarle una medicina similar.
¿Verdad qué no pierdo nada si me acuesto con él? Muchos amantes de una sola noche han pasado por mi vida. ¿Qué daño hay en añadir uno más a la lista? Mi esposo y yo acordamos tener libertad para vivir este tipo de experiencias. El único problema sería que tenga sexo con aire caliente en lugar de con un cuerpo cálido.
—No será así. —Me lee la mente—. ¡Tócame!
Y yo me siento impelida a hacerlo. Le acaricio el pecho por encima de la camisa blanca, que se transforma en una camiseta negra al palparla. Tiro hacia arriba y se la quito por la cabeza. Lo recorro con lentitud. La piel le arde como si tuviese más de cuarenta grados de fiebre, pero resulta ser tan consistente como la mía. Aprieto, apenas, sin hacerle daño. ¡Si no supiera que es un fantasma juraría que se encuentra vivo! Aunque, ahora que lo pienso, si existe una diferencia importante: en el lado izquierdo no le late ningún corazón.
Camino alrededor de él, intrigada y sin pronunciar la más mínima frase. Se queda quieto, pero no deja de enfocarme con esos extraños y seductores ojos de círculos concéntricos.
Al llegar a la espalda me detengo. Contemplo los numerosos tatuajes en negro. Hay pentagramas con símbolos pertenecientes a la magia ritual, a la brujería, a la demonología. Veo que distintos planetas giran alrededor de un ángel negro. Los nombres Satanás y Baal-Zebub lucen en puntos estratégicos y escritos en varios idiomas actuales y en numerosas lenguas muertas. Resulta obvio que este fantasma intenta ser coherente con su delirio.
—No busques alas, es un tópico, jamás las encontrarás. —El sarcasmo es la respuesta a mi ironía—. Los ángeles no las hemos tenido nunca ni las necesitamos, nos transportamos a velocidad mental.
¡Me hace gracia! Está loco como una cabra, pero descarto este problemilla porque no afecta a su desempeño amoroso. Mientras le paso la mano por los músculos poderosos, me enorgullezco al percatarme de cómo se tensan con cada uno de mis toques.
—Es que yo también te deseo, bruja hermosa. —Unas chispitas danzan en el verde de los ojos y se los aclaran, me derrito por dentro como mantequilla fundida—. ¡Ven aquí!
Y me coge del brazo y me guía hasta el lecho. Me tiendo de espaldas sobre las sábanas rojas con puntillas negras. Él me fricciona por encima del sujetador y soy yesca a punto de entrar en ignición. Me recorre la cintura, el cuello, los muslos y el incendio se halla a punto de arrasar la cama, igual que si nos cubriera la lava que proviene directo desde el volcán. Las manos son cálidas y conquista cada zona porque el aire caliente también me acaricia y me tienta como si tuviese cien manos. Y sí, el cuerpo es débil, debería resistirme a estas sensaciones, pero me suavizo y me contoneo en tanto él me recorre sensual y con mucha lentitud.
Debería pensar en Nathan, también, porque muy en la distancia recuerdo que cuando nos hallábamos en las catacumbas de San Calixto estuvo a punto de ocurrirme algo parecido y su presencia cortó el hechizo.
—No pienses en tu esposo, Danielle. —Su presencia es avasalladora y las piernas me tiemblan como gelatina, estoy tan húmeda que necesito que me posea sin más dilación—. ¿Te olvidas de que tu marido también vive la vida? No te mentí. En su última misión se acostó con una mujer muy hermosa, bruja mía, aunque no tanto como tú. Él no te pidió permiso, se ciñó a vuestro acuerdo genérico y ni siquiera te lo comentó, ¿por qué deberías comportarte de modo diferente?
Me acaricia los labios con la lengua. Jadeo, ¡qué sensación tan intensa!
—Intentas confundirme. —Mi tono no demuestra demasiada convicción y él aprovecha para bajarme la cremallera de la falda.
—Es cierto, pero solo un poco —reconoce con una sonrisa—. Quiero que te entregues a mí por propia voluntad, Danielle. No puedes culparme, ¿verdad? Te tiento y me tientas, el sentimiento es mutuo.
—Yo no te culpo. —Le desprendo el cinturón y le desabotono el pantalón: esta acción lo hace parecer demasiado real, el polo opuesto de un fantasma.
—Nadie debe culparse por nada, somos seres libres y poderosos. Las normas creadas para los débiles humanos no se aplican a nosotros. —Se pierde en mis ojos, ahora solo visto la ropa interior—. Eres mi bruja y mi sirena, amor mío.
Las manos del ser se mezclan con el aire caliente y siento el peso sobre mí. Su erección intenta abrirse camino entre mis piernas, igual que si fuese una serpiente. Me parece imposible que resista un segundo más esta tortura placentera.
—Puedes aguantar un poco más, te lo aseguro. —Y me quita la tanga.
Me la baja con lentitud y me acaricia las piernas con ella en el proceso. El placer me inmoviliza, vuelvo a sentirme una mariposa clavada con un alfiler en su colección. Juguetea con los muslos y la mano y la lengua suben y me regalan placer en el pequeño botón que lo reclama. Yo cierro los ojos y me entrego sin reflexionar más. ¡Cuánto lo anhelo! El clímax es inmediato y me siento perversa de que sea en su boca.
El batido de unas pequeñas alas en los oídos me distrae. ¿Y si el goce me ha convertido en una mariposa de verdad? Levanto los párpados y observo que una abeja me planea cerca de la cabeza. Se me posa encima de la nariz. Y cientos de ellas entran por la ventana abierta desde la oscuridad de la noche. Y —no sé cómo— me distraen de las manos y de la lengua del fantasma, que en estos instantes se emplea a fondo en la tarea de conquistar mi intimidad. Lo curioso es que invado sus pensamientos y él no se percata porque se halla demasiado relajado. Ni siquiera se entera de que los insectos llegan en masa y colonizan la habitación. Descubro que el fantasma precisa llegar hasta una chica morena, de unos veinte años. La veo vestida de hombre. Usa un jubón negro y una túnica del mismo tono neutro. Galopa sobre un caballo y guía a un ejército.
—Soy un guerrero más. No me llaméis santa, me hacéis sonrojar. —Me susurra dentro de la cabeza y veo cómo se rodea de boato y de los colores del duque de Orleans, de rojos y de verdes rodeados de ortigas.
Me urge que me regale otra pequeña pista para saber quién es. Por fortuna, el espectro se distrae en hacerme llegar de nuevo al clímax.
—Cuidaba las ovejas de mis padres. Jugaba en el prado y me rodeaban abejas como estas. Corría cuando una de mis amigas me dijo que me veía volar por encima del suelo. Y ese mismo día las voces me comentaron que estaba destinada a llevar una vida distinta y a hacer cosas milagrosas para restaurar el reino de Francia y para ayudar al rey Carlos a expulsar a los ingleses.
Y ahora sí sé quién es y conozco su historia: Jehanne La Pucelle, conocida también como Juana de Arco. El engendro sigue entre mis piernas y no percibe mi cambio de actitud. ¡Ni siquiera advierte el sonido de las abejas, mis aliadas! Ellas me han devuelto la cordura. La imagen de Juana —atravesada por la flecha de su visión— aparece muy clara en mis pensamientos. Intuyo que tanto él como Gerberga buscarán a la santa para incluirla en sus planes... Y a mí para atraerla hacia ellos.
De un salto me pongo de pie, me envuelvo en la colcha, y, concentrada, grito:
—¡Todas a por Satanás, abejitas! —«Solo rodeadlo, amigas, no lo aguijonéis que os quiero vivas».
Y observo, implacable, cómo se lanzan contra el ser maligno y lo absorben como si fuesen una sola. Él se remueve, impotente, ante ellas como si le echaran ácido encima.
—¡Por favor, Da Mo, maestro querido! ¡Ayúdame!
Y, por fortuna, el monje se materializa delante de mí.
[1] Frase extraída de la página 263 del libro Las brujas y su mundo, de Julio Caro Baroja, mencionado con anterioridad.
[2] Danielle lo diseñó en Sudáfrica al observar a Lilibeth, la leona alfa del Kruger National Park. Consiste en lanzarse sobre el adversario —lo roza apenas—, para luego caer debajo de él y cogerlo del cuello.
https://youtu.be/XyytOVVfl9E
A Satanás le hace gracia que Danielle se resista porque sabe cuánto lo desea.
Porque es cierto que a ella le resulta irresistible...
Su voz la seduce...
Que es guapo no lo podemos negar aunque queramos... Pero también muy malvado.
¡Hasta desea enjabonarlo!
Y en medio del placer, la médium se entera de que el engendro irá en busca de Juana de Arco.
La ve mientras dirige a su ejército y cuando le impacta en el pecho una flecha.
Entre lo divino y lo mágico (4ª parte del documental).
https://youtu.be/OaFEVKS1RB8
https://youtu.be/_OFMkCeP6ok
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