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11- La tentación de Satanás.


«Hace muy poco tiempo Kuni fue a segar. Al llegar al río Luthern encontró a Ana mirando hacia un remanso en el río. Le dijo: «¿Qué haces?» Ella contestó: «Estoy pescando». Al rato la vio de pie en el remanso del Luthern, salpicando el agua entre sus piernas con ambas manos, y, poco antes de volver a casa, se produjo un pesado aguacero».

Denuncia de 1502 [1].

Si no fuese porque jamás soy consciente de mis sueños, creería que ahora duermo. Se lo achaco al dolor de cabeza que me ha provocado que mi esposo me obligue a pensar demasiado en temas tabú. Os lo traduzco para que no tengáis dudas de cuáles son: trillizos y mafioso, en este orden exacto.

—¿Sabes, corazón? —Me observa con cariño—. Tu abuela va todas las tardes a lo de Willem. Como te imaginarás, amor, es para ayudarlo en el cuidado de los bebés. Y te confieso que yo también he ido varias veces por el mismo motivo. Tendría que habértelo dicho antes, pero no sabía cómo hacerlo. ¡¿Cómo alguien podía explicarte que has tenido trillizos sin que te dé un ataque de pánico?!

—Y yo también tendría que haberte confesado que me colaría en su mansión. —Comprensiva, le acaricio la cara—. Pero temía preocuparte. ¡Y lo peor es que él me pilló allí!

—Lo sé, me lo contó. —Mi media naranja me toca el rostro con dulzura.

—¿Te contó, también, que intentó convencerme de que me mudara allí? —le pregunto, extrañada—. ¿Y que me abrazó y que me besó? ¡Tuve que salir a las corridas!

—No, Danielle, como resulta obvio esto no me lo mencionó. —Mi marido, molesto, se pasa la mano por el pelo—. Pero ya sabemos cómo es ese mafioso. A estas alturas del partido no nos asombraremos por algo que él haga o que diga... Pero dejemos de hablar de ese delincuente, amor. Ven aquí, hace mucho que no te siento cerca de mí.

     Me acaricia con el dedo índice desde la frente y pasa por la nariz con un toque tan suave como el aleteo de una abeja. Con un gesto sensual me separa —apenas— los labios. Yo le devuelvo el dulce roce. Baja y me dibuja pétalos de rosas en las aureolas de los senos por encima de la ropa. Primero en la derecha, luego en la izquierda. Juraría que hasta huelo el perfume típico de las rosas de color té, más suave y dulzón que el de las rojas. Apenas me roza a la altura del vientre y del pubis y el deseo es tan intenso que me cuesta permanecer exánime para dejarlo hacer. ¿Por qué tanto placer me inmoviliza? Nunca me había sucedido.

     Tira de mí y dejo de estar clavada al suelo como una mariposa disecada al alfiler de la colección. Me guía hasta la cama —de la mano— y me da un pequeño empujón para que me tienda sobre ella de espaldas. Se quita la chaqueta y la camisa y luego me desabrocha la blusa. Acaricia con la lengua la piel expuesta. La textura rugosa al frotarme los laterales del cuello me enciende hasta el punto de ebullición. Y cuando me sopla creo que floto hasta las estrellas.

—Tranquila, Danielle. —Los ojos grises azulados, enmarcados por la cabellera oscura, son hipnóticos—. ¿No hemos esperado semanas para hacer el amor? Pues ten paciencia unos minutos más.

     Y sigue empeñado en la tarea de desabotonarme la ropa. Cada pequeño toque me estremece y me proporciona un placer infinito. Mis hormonas se revolucionan y claman por él igual que si fuese una adolescente. No es la primera vez que me embarga esta sensación, pero si de un modo tan visceral.

—¡Cómo te deseo, mi vida! —y gimo descontrolada—. ¿Será porque por primera vez no nos acostamos con otras personas? Quizá el sexo sea tan intenso porque hemos aguantado las ganas.

     Pero él desvía la mirada. Luego se suelta y se sienta sobre el borde del lecho. Deja caer los brazos al costado del cuerpo, como si cada uno de ellos le pesase igual que una montaña.

—Danielle, lo siento. —Me observa incisivo—. Sabes, cariño, que he regresado de una misión del MI6  y que no puedo darte los detalles. Y para extraer información he tenido que ir más allá de los límites habituales... Me entiendes, ¿verdad?

—Comprendo. —Estiro el brazo y lo cojo por el cuello de la camisa azul para atraerlo hacia mí—. ¿Era guapa?

—Mucho. —Se me aproxima más—. ¡Pero ni cerca de lo hermosa que eres tú, mi amor!

—¿Estuvo bien? —La curiosidad me vence, antes nunca le preguntaba.

—Solo bien. —Se pasa la mano por el rostro—. ¡Pero ni una milésima parte de la magia que hacemos tú y yo cuando estamos juntos en el lecho!

—Antes de casarnos prometimos que tendríamos un matrimonio abierto, así que quita esa cara de culpabilidad. —Y fuerzo una sonrisa.

     Nunca he sido una persona celosa, pero reconozco que me siento un poco extraña, como si esta conversación fuese ficticia. ¿Será porque yo he sorteado las tentaciones que se me han puesto por delante y sin ningún esfuerzo? Es la primera ocasión en la que soy fiel porque me sale, he rechazado a Noah sin dudar.

—Supongo, cariño, que tener sexo con personas que nos atraigan es también la parte divertida de nuestras misiones. —Lo abrazo más para quitarle hierro al asunto—. Y nos recuerda que no nos hemos equivocado al casarnos. Sé que no hay otro como tú.

     No soy sincera, me siento un poco decepcionada. ¡Justo yo! Resulta insólito, ¿verdad?

—¡Y tú, Danielle, eres única! —me halaga, pero no me hace mella—. Deberíamos dejar de hablar y disfrutar de este momento. No te olvides de que tenemos que salir hacia Roma en avión.

     Sus palabras me confunden. ¿Acaso no hemos recorrido las catacumbas de Roma y hemos hallado a Gerberga en la de San Calixto? Pero al sentir que Nathan me quita la blusa, me desprende el pantalón y me acaricia con ambas manos —apasionado— me distraigo.

     Entorno los párpados y permito que las sensaciones placenteras se deslicen dentro de mí como ondas eléctricas. Él me recorre el cuerpo casi con desesperación. La actitud me choca porque la conversación que hemos mantenido ha sido muy civilizada. Entra en mí una y otra vez, con la rabia propia de alguien que ha sido ignorado. Y yo, confundida, abro los ojos del todo. Descubro que es el mafioso quien me hace el amor. El perfume a salitre, a su piel y a algas es inconfundible. Me satura el cerebro y cualquier posibilidad de pensar con sensatez.

—¡Te adoro, Danielle! —Me embiste con dureza, llega hasta el fondo y yo gimo sin control—. ¡No sabes cuánto te deseo, cuánto te necesito! —Las palabras se mezclan con los jadeos—. ¡Al lado de lo que yo siento por ti Nathan ni siquiera te quiere! ¡Y si te casas conmigo jamás te sería infiel!

     Tendría que abandonar el lecho, pues mi relación con el malhechor ha finalizado debido a sus mentiras y a que decidía por mí. Las frases son vacías, sin contenido, porque de los dos hombres él es el único que me ha engañado. Pero el deseo se intensifica y mi voluntad claudica de nuevo.

     «¿Qué importa?», me muerdo el labio inferior, en éxtasis; las acometidas son tan profundas como si solo faltase un segundo para el apocalipsis y Will quisiera morir mientras se halla dentro de mí. «Es sexo, solo sexo, ¿qué más da? Nathan también se acostó con otra persona. Follarse a un ex ni siquiera cuenta como aventura».

     Soy tan débil que no lo obligo a detenerse. Sería muy sencillo desmayarlo o hacerlo volar por los aires si aplicara alguna de las técnicas que aprendí de Da Mo o del samurái Taira no Masakado. Por el contrario, me giro y me coloco encima del mafioso para marcar un ritmo más frenético. Llegamos al clímax los dos juntos y me dejo caer sobre él. Le acaricio el pelo rubio, sin mirarlo, no puedo negar que yo también lo he extrañado. Mi cuerpo lo reclama sin atenerse al dictado de mi voluntad. Lleno las fosas nasales con su perfume, con el aroma de nuestra pasión, con la fragancia de su cabellera.

—¡Te amo! —Me aprieta como si fuese de su propiedad—. ¿Cuándo te mudas con los niños y conmigo? ¡Sé que serás mía!

     He vuelto a cometer el mismo error, pensar que el delincuente es capaz de mantener una relación adaptada a la manera en la que enfrento la vida. Pero una risa cálida detrás de mí me sorprende y giro con rapidez. El fantasma guapo que le quebró el cuello al joven albino de las catacumbas se ríe a carcajadas.

—¿Qué te resulta tan gracioso? —Me molesto de que mis enredos lo diviertan—. ¿Y qué haces en mi habitación?

—Recién te lo acabo de decir, Danielle, estoy aquí porque sé que serás mía. —Los ojos le echan chispas y se asemejan a estrellas agonizantes—. ¡Te poseeré ahora, no hay necesidad de esperar más!

     Le echo un vistazo a la cama para apreciar cómo se toma Willem la interrupción, pero él se ha esfumado. Las sábanas ahora son de satén, rojas y con puntilla negra. ¿He hecho el amor con el espíritu que se cree el Diablo en lugar de con mi exnovio? Pero la blusa y el pantalón siguen en el sitio y siento alivio al comprobar que no.

—Muchos fantasmas han intentado colarse en mi lecho —me enfado y le ordeno—: ¡Vete! ¡O haré que los míos te persigan por toda la eternidad!

     Pero en esta oportunidad el sistema que siempre he empleado no funciona. Se me acerca. Pega el rostro al mío y respira el aire que expulso como si se apropiase de mi alma... Y luego me besa. El hecho de mezclar nuestros alientos le da placer y le provoca una rotunda erección.

—No soy un fantasma. —Me coge la mano y se la lleva hasta la entrepierna—. ¿Qué tengo que hacer para que me creas? Di mi nombre de una vez: ¡Satanás!

—Lo tienes complicado. —Muevo la cabeza de izquierda a derecha—. ¡He visto demasiados espectros que han perdido varios tornillos como tú!

     Levanta el brazo y la habitación del hotel se esfuma. Trato de recordar dónde me hallaba antes de este lío, pero no lo consigo.

—Te encuentras en la Isla Esmeralda. —Del cuello hacia abajo el cuerpo le ha desaparecido, por lo que me recuerda a los espectros de las catacumbas de París—. ¡Te encontrabas, mejor dicho! Ahora estás en el pasado.

     Se ríe con crueldad y el bello rostro se le desfigura mientras agrega:

—En estos instantes te encuentras en la antigua Escocia. Dime: ¿quién soy? Si aciertas te devuelvo a tu habitación.

—¡Un fantasma idiota y pesado! —Deseo apuñalarlo, odio que juegue así conmigo.

     Chasquea los dedos y una sala de juicios antigua se esboza alrededor de mí. Los trazos cada vez son más claros. Veo que tres jueces se sitúan detrás de un escritorio de roble oscuro y repujado. Por la indumentaria deduzco que se trata de protestantes.

     Uno de ellos lee la primera página del expediente que tiene frente a sí:

—Hoy, ocho de noviembre del año de Nuestro Señor mil quinientos setenta y seis, nos hemos reunido aquí para dar a conocer nuestro veredicto en el caso de Bessie Dunlop[2], partera y curandera de Lyne, en el Condado de Ayr —e increpa a una mujer de mediana edad, que se sienta en una silla frente a él—: ¿Sois vos?

     Ella tiene los ojos aterrorizados y con voz débil y entrecortada le responde:

—Soy yo, señoría, Bessie Dunlop. —Entrelaza las manos en el vientre para protegerse.

—Se os acusa de mantener contacto con el fantasma de vuestro vecino Thome Reid, fallecido en la Batalla de Pinkie. —El tono grave suena desaprobador y retumba contra las paredes de la estancia—. El fantasma os ayudaba en vuestras labores diarias. Con muy poca fortuna me veo obligado a aclarar, puesto que la gente no se curaba y varios niños os han nacido muertos. Además, Reid os llevó a una reunión con «las buenas hadas de la Corte de Elfos», según habéis declarado aquí mismo. Permanecisteis escondida mientras os invitaban a ir con ellas. Por todo esto y por el maleficio y el daño que habéis provocado, hoy os condenamos a la muerte en la hoguera.

—¡Soy inocente, no podéis condenarme a esa horrible muerte! —Intento llegar hasta ella para ampararla, pero descubro que vuelvo a tener los pies pegados al suelo—. ¡Soy inocente! ¡Escuchadme!

     El juez que ha llevado la voz cantante enfoca la mirada en mí y grita:

—¡Llevadla a la hoguera! —Y los hombres del tribunal conducen a la mujer a rastras a través de la sala—. Siguiente caso: Danielle Rockwell, duquesa de Pembroke. Vos, señora, habláis con los fantasmas desde que contáis con cuatro años. Y, encima, os habéis dedicado a servirlos sin cuestionar lo que os piden. No es necesario seguir adelante con este proceso.

     Los tres jueces me señalan con los dedos índices y anuncian con voces estentóreas:

—¡Sois culpable! ¡Iréis a la hoguera con la bruja Dunlop, no necesitamos perder nuestro tiempo juzgándoos! ¡Quemadla ahora mismo!

     Cuando los guardias me ciñen por los brazos y por la cintura intento soltarme para aplicar las técnicas con las que me entreno desde hace largo tiempo. Sin embargo, no me resulta posible porque sigo soldada al sitio y ni siquiera consigo moverme un poco. Me siento de nuevo como una mariposa clavada con un alfiler en la colección del tribunal, una simple bruja más para quemar.

     El fantasma con ínfulas de grandeza aparece y les advierte a los jueces:

—¡Soy Satanás! ¡Y esta mujer es solo mía, se viene conmigo! ¡Yo la protejo!

     Con un diminuto chasquido del pulgar y del dedo mayor el escritorio se incendia. Las autoridades gritan —aterradas— mientras una flama intensa les sube por las indumentarias y les consume los cuerpos. Las fosas nasales se me inundan con el olor a grasa y a carne asada. Contengo el deseo de reír a carcajadas y la necesidad de hacer chistes macabros acerca de hamburguesas y de sitios en los que se vende comida rápida solo para no para que el fantasma que me ha salvado no se regocije. Vengativa, me regodeo en la creencia de que estos asesinos sin conciencia se merecen cada una de las lenguas de fuego que se ensañan con sus carnes.

—¡Serás mía ahora! —repite el espíritu y me acaricia la cara—. Te lo anticipé en mi última sopa de letras: Vas a ser mía. Todas lo sois. ¿Ves cómo te cuido y cuánto me preocupo por ti? ¡Conmigo estás a salvo!

     Vuelve a chasquear los dedos y la sala se desmaterializa. Caemos sobre la cama de sábanas de satén rojo, él encima de mí.

     Me aprieta con delicadeza los senos. La blusa se desprende sola y se aleja hacia el techo. Estoy paralizada y no puedo eludirlo cuando me besa en los labios. Y, lo peor, la lujuria me invade cada poro de piel.

—Me deseas como nunca has deseado a nadie. —Me pasa la lengua por el pecho—. Ahora harás el amor conmigo. Ni tu esposo ni el mafioso ni nadie te proporcionará el placer que esta noche te regalaré yo. ¿Quién podría brindarte más lujuria que un Ángel Caído, que el propio Satanás, que el Señor de la Oscuridad?

—Cualquier fantasma. —Racionalizo el deseo que me arrasa—. Seguro que algún espíritu que esté menos loco que tú hasta se desempeña mejor. ¡Tienes demasiadas ínfulas! Pero no me preocupa porque esto es un sueño.

—¡Despierta ahora, Danielle, y verás que sigo aquí! —Me pasa la mano por delante de los ojos.

     Tenía razón, desde el principio he estado dormida. La parte positiva consiste en que este será el primer sueño que seré capaz de recordar. Y, la negativa, que el espectro de los ojos verdes me aplasta con su peso mientras mi blusa y mi sujetador flotan, ingrávidos, contra el techo de la habitación. La única diferencia consiste en que ahora puedo moverme y me evado con rapidez. Doy un salto, me alejo de él y me tapo los senos con las manos.

—¡Vete! —Señalo hacia la puerta, el maldito deseo me abrasa—. ¡O haré que venga mi ejército espectral y que te detenga! ¡Fuera!

     Pese al alarde una parte de mí me susurra:

«Déjate llevar, ¿qué más da?».

     Yo la silencio, nunca he tenido sexo con un fantasma ni jamás lo tendré. Él mueve el brazo y me desplaza por el aire en dirección a la blusa, pero sin que logre rozarla. Me mantiene ahí unos segundos y luego me suelta. Caigo sobre el parqué de madera con las piernas flexionadas y sin hacerme daño.

—El fuego que he dejado en tu cuerpo no te lo quitarás, Danielle, dará igual que te acuestes con millones de hombres. ¡Claro que caerás y que serás mía, ya lo verás! —Suelta una jactanciosa carcajada—. Serás mía como todas las demás brujas, ¿por qué no abrevias el trámite y te me entregas ahora? No te fuerzo, sino que te lo pido. Deseo que seas mía por propia voluntad. ¡Las formas sí que cuentan para mí, soy el polo opuesto de tu mafioso!

—Vi cómo cuentan las formas cuando le partiste el cuello a aquel hombre en las catacumbas —le replico, combativa, no tengo la intención de permitir que otro ser me domine—. ¡Vete o llamo a Da Mo! ¡Mi maestro sí que podrá contigo!

     Él me observa con atención.

—Caerás, no lo dudes, te atraigo tanto como tú a mí. ¿Y qué más da que te acuestes conmigo si ya lo has hecho con cientos de tíos? —Me manda un beso—. No me importa esperar, me gustan los retos. Al oponerte con tanto entusiasmo eres más apetecible para mí. ¡Me llamarás más tarde para que te haga el amor y aquí estaré! —Vulgar, se toca la entrepierna. —Nadie te lo hará como yo. —Me clava una mirada sensual y se esfuma.

     No todo lo que ha pronunciado han sido mentiras, pues noto una excitación que me cuesta controlar. Para que os hagáis una idea es como si un incendio me consumiese por dentro. Nunca he permitido que un espectro me toque de esta forma así que, por fortuna, no hemos consumado nada durante mi parálisis del sueño.

     Me coloco el sujetador, que ha caído del techo —al igual que la blusa— en cuanto el fantasma se ha marchado.

     Golpean a la puerta. Me dirijo hacia ella y la abro sin vestirme del todo. Es Noah.

—Tenemos que ir al castillo. —Me analiza con ojos que intentan disimular el deseo—. No estás lista, te espero fuera.

—Estoy lista ahora —lo contradigo con mi entonación más sexy—. Estoy lista para lo que sea que tengas en mente.

     Lo cojo de la mano y lo arrastro dentro de la habitación. Sin más trámite le ejecuto una llave de yudo y cae encima del lecho. Me le siento encima de las caderas y lo inmovilizo mientras le tiro de ambos extremos de la camisa negra. Los botones vuelan por el aire y la tela se desgarra. Él se quita enseguida el pantalón mediante pequeños movimientos de las caderas y con ayuda de solo una mano, la otra está a la altura de mi pubis.

     Me le acerco al cuello y aspiro su aroma. Le paso la lengua por la zona. Disfruto con su estremecimiento como si fuese un súcubo que pretendiera robarle la energía vital para alimentarme.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta, alelado.

—¡Tú no te preocupes y fóllame! —Le bajo el bóxer.

     Poneos en mi lugar, es mejor tener sexo con Noah —un antiguo amante—, que hacerlo con un fantasma que se cree Satanás. Porque no sé qué me pasa, no controlo la hoguera que se me extiende por dentro.

[1] Citado en la página 303 de la obra de Cohn. Es una denuncia típica del año 1502 —del distrito de Willisau— contra Dichtlin, comadrona, y su hija. Antes habían sido acusadas por hechicería, pero las dejaron libres y ahora los vecinos volvían a la carga.

[2] El caso de Bessie y las acusaciones son reales. 

https://youtu.be/oUtF18DaGdw



Durante el sueño la médium cree que se acuesta con su esposo.


Y también con el mafioso. 


¿Se arrepentirá Danielle de haber tenido sexo con Noah Stone?


Esta es la cara de estupor de Noah. ¡Tanto que persiguió a Danielle y ahora ella lo arrastra a su cama!



Necesitó echarse agua fría varias veces en la cara para creérselo...


Los recuerdos de la madrugada le venían una y otra vez a la cabeza. ¡Como para concentrarse en el trabajo!



La guerra contra las brujas (Documentalia). 

¿Os acordáis del capítulo 5 del primer libro de la saga La médium del periódico. The Voice of London? En él aparecía María de Escocia, la prima católica de Elizabeth I, reina de Inglaterra. Aquí veréis a Jacobo, el hijo de María, autor del libro Demonología, que se utilizó como base para cazar a las brujas británicas.

https://youtu.be/dJGApI_9aaM



Entre lo divino y lo mágico (2ª parte del documental).

https://youtu.be/vGGsyUCg51c




https://youtu.be/ru0K8uYEZWw

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