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13- El jefe yakuza.

«El hambre lo tira, pero el orgullo lo levanta. El samurái, aunque no haya comido, usa mondadientes».

Proverbio japonés.

—¿Y este, corazones? —Danielle salió del probador, lucía un kimono rojo con gaviotas bordadas en hilo blanco.

     Y lo más divertido: se enredaba en él.

—No está mal, pero no me convence. Mejor busca otro —admitió Will, reacio, y luego le preguntó a la vendedora—: ¿No tiene uno más exclusivo? Quiero que destaque entre las invitadas y que a la vez no sea vulgar.

     Danielle, entretanto, se lo quitó y lo arrojó por encima de la puerta y sir Nathan lo pilló al vuelo.

—Sí, pero la calidad cuesta. —Dudó la dependienta—. Hablamos de millones de yenes.

—El dinero no es un problema, usted no se preocupe por esto y tráigale a mi novia lo mejor. —El tono de mando provocó que la mujer saliese disparada a seguir las indicaciones.

     Demoraban bastante en elegir la ropa apropiada. Y en compañía de Nathan, encima, no había forma de librarse de él y de disfrutar de la jornada los dos solos. La situación desquiciaba al mafioso, no solo por la presencia del competidor por los favores de la joven, sino porque el dueño del periódico quería que lo notaran. Y eso que no contaba con una tarjeta para asistir al convite. Rockwell movilizó a sus contactos, pero no consiguió nada en absoluto.

—¿Estás seguro de que no puedes hacerte con una para mí? —le preguntó por enésima vez, la cara era de sospecha mientras acariciaba los kimonos expuestos en la tienda, la más exclusiva de Gion[1].

—¡Por supuesto que no! Es una fiesta muy especial y hace bastante que cerraron la lista de asistentes —le mintió con descaro.

     Lo que el delincuente no le comentó fue que les había pedido a sus conocidos que lo vetaran en esta celebración. Consideraba que lo único que le faltaba era que se les uniese justo cuando —con la excusa del trabajo— planeaba una velada romántica de reconciliación. Bastante deshonra significaba que compartieran el mismo tatuaje por culpa de un rapto de sentimentalismo. Su justificación radicaba en que gracias a él Danielle se reuniría con el jefe yacuza y su «amistad» con el inglés quedaba en un segundo plano. Y más le valía al MI6  que no le pidiera prestar testimonio sobre su amigo japonés porque sería una tumba, aunque lo amenazasen con que perdería la fortuna. Por suerte Danielle prometió que mantendría el secreto.

—¡No sé yo! —le replicó sir Nathan, se volvía a entrometer en lo que no le correspondía—. Este kimono me resulta excitante, es tan suave como la piel de Dan. Cuando le pasas la mano por el cuello luego se le queda de gallina. ¡Cómo le gusta! Y, cuando le muerdes el lóbulo de la oreja, después los ojos hacen chiribitas durante un par de horas.

     Willem le clavó la mirada como para matarlo. Sobre todo porque el rival tenía razón y le repateaba que conociese sus zonas erógenas tanto como él. Sir Nathan había recogido la prenda de vestir después de que ella la había descartado y ahora acariciaba la tela con añoranza mientras pronunciaba estas palabras, tal como si recorriese su cuerpo en ese instante. La nostalgia era evidente, pero no por ello el mafioso se encolerizaba menos.

—¡A ver qué os parece este, guapos! —La médium salió del probador, en esta ocasión lucía uno rosa con flores de cerezo en fucsia.

—No está mal, Dan, pero creo que por aquí debe de haber algo mejor. —Y su jefe movía la cabeza de derecha a izquierda para examinar la vestimenta sin perder detalle.

—Podría ser, hace que le resalten los ojos azules —objetó Will solo para llevarle la contraria y efectuó un gesto molesto en dirección a él.

—¡Rotundamente no! —insistió sir Nathan—. Y conste que tengo algo que decir porque la factura correrá a cargo de The Voice of London, por supuesto. Este es un gasto de empresa.

—¡De eso nada, estimado amigo! —Van de Walle utilizó una entonación cortés, pero lo apuñaló de nuevo con la mirada—. Es un obsequio que le quiero hacer a Danielle.

—Y yo agradezco que os ofrezcáis a pagar mi cuenta, corazones, pero este regalo quiero hacérmelo yo —los cortó ella en tanto se analizaba en el espejo—. ¡Hace tiempo que deseaba comprarme un kimono especial!

—Si desea algo de verdad especial pruébese este. —La vendedora le alcanzó otro modelo a Danielle y le dio, también, los complementos—. Usted es occidental así que no se espera que siga la tradición a rajatabla. Sería interesante que fuese vestida con una mezcla de maiko y de geisha. El peinado de las maiko[2] y la piel de las geishas, sin el maquillaje blanco y sin cosméticos exagerados. Y luciría, además, su hermoso cabello rubio. ¡Sería algo diferente, muy original!

—¡Genial! —Palmeó la muchacha, encantada—. Cuento con su asesoramiento también para el peinado. No conozco ninguna peluquería por aquí.

—Usted no se preocupe y déjelo en mis manos. —La tranquilizó de manera profesional mientras Danielle se retiraba para colocarse la indumentaria—. Akako, ayúdala por favor —le solicitó a la subordinada.

—¿Por qué te ofreces a pagarle la ropa? —le susurró Willem al periodista, molesto.

—¿Me lo preguntas cuando es obvio que tú intentas apropiarte de ella otra vez? —le murmuró el otro hombre, furioso—. ¡Actúas como si nada hubiese pasado! ¡No eres el dueño de Dan, entérate! Y no volveré a consentir que me coloques al margen de nuevo ni que me ningunees.

—¿Por qué no? Volvemos a estar como antes de la tregua —le recordó el mafioso—. El japonés ya no representa una amenaza.

—¡Eso sí que no! —Y Nathan lo apuntó con el dedo—. No te olvides de que fue con la intervención de mi hermana que nos sacamos al tipejo de encima. ¡La relación iba tan en serio que jamás la hubiésemos recuperado! Gracias a Liz la extrajimos de su casa y la custodiamos en el hotel.

—¡Y de verdad te estoy agradecido! —y luego le aclaró—: Pero no tanto como para apartarme y regalarte a mi chica.

—A nuestra chica, dirás —lo cortó Nat—. Has organizado lo de la fiesta para mantenerme apartado.

—Ves fantasmas donde no los hay. —Lo tranquilizó con la más elemental hipocresía y le dio una palmada amistosa en la espalda—. ¡Sabes que te he cogido aprecio! La idea de recabar información no ha sido mía. Los espíritus de Danielle se negaban a revelarle nada y solo pretendí aportar mi grano de arena. No entiendo esa manía de que entrene el cerebro como si fuese un músculo. Y menos en estas complicadas circunstancias.

—¡Y los elefantes vuelan! ¡¿No te das cuenta de que necesita la protección de los dos en estos momentos?! —rugió el otro hombre—. ¡Hay algo que le preocupa y que no nos cuenta!

—También yo lo he notado y no sé qué es —coincidió al fin—. Desde el enfrentamiento del otro día. Quizá esa mala experiencia la...

—¡No! —lo cortó Rockwell—. La conozco y sé que algo importante y en curso la mantiene inquieta. Algún problema que aún no ha resuelto. Espero que no sea que echa de menos al pesado del nipón, porque ahí estaríamos jodidos los dos.

     No pudieron continuar porque Danielle salió del probador y se quedaron deslumbrados.

—Parece una de las flores del hanamachi.[3] —La vendedora la observó desde todos los ángulos, orgullosa de haberle sugerido la ropa que llevaba puesta—. No hay duda de que esto es lo que usted buscaba. ¡Resulta imposible que encuentre algo que le siente mejor!

     Y no le faltaba razón. Habían confeccionado el kimono negro de fiesta con más de cinco metros de una seda tan delicada como las alas de las mariposas. Encima, lo habían tejido y pintado a mano. De este modo el diseño de hojas de arce —en azul brillante— lo decoraba de forma artística y realzaba la belleza de la hechura. El obi —el cinturón decorativo ancho que se ataba por la espalda— se hallaba bordado en oro, lo decoraban cientos de brillantes auténticos y tenía otro más fino por encima. Además, calzaba unos okobos —zuecos altos de madera— y el bolso típico de las geishas en tonalidades que armonizaban.

—¡Cuesta bastante más que un modelo de diseñador! —musitó Danielle, al constatar que el conjunto sumaba casi trescientas mil libras esterlinas.

     Pero el desembolso valió la pena. Porque de noche mientras la pareja traspasaba el umbral de la mansión de Kyoto de uno de los magnates del sector telecomunicaciones de Japón, todas las cabezas se giraban para verla.

     Danielle no desentonaba con el decorado, pues la sala bañada en oro de dieciocho quilates a la que se accedía era muy elegante y original. Al mafioso le daba la sensación de encontrarse dentro de un caracol gigante desbordado de sofás y de mesas occidentales en puntos estratégicos, estas últimas colmadas de manjares. Los amplios ventanales provocaban que los asistentes se sintiesen en el medio de un bosque y absorbidos por los arces. Esta impresión se reafirmaba por el perfume a resina y porque las camareras iban ataviadas de verde y con diademas de sakuras  en la cabeza. Mientras, recorrían la estancia para ofrecer champagne y entrantes de nombres impronunciables.

     Will aprovechó el momento para halagar a Danielle:

—¡Estás despampanante, mi amor!

—¿En serio, corazón? —Dudó la joven—. ¿De verdad crees que este atuendo es el apropiado para mantener una charla con tu amigo yacuza  y hacer que se le suelte la lengua?

     El hombre no podía despegar la vista de ella. ¡Lucía increíble vestida de geisha! Además, al fin la tenía solo para él y sin que Rockwell le rondara alrededor igual que una pantera a punto de devorarla. Pese a que cada tanto se veía obligada a ir al servicio a conversar con su amiga Cleopatra, no había rivales masculinos cerca.

—Claro que sí, cariño, Shunsuke es mayor y muy tradicional —le repitió por enésima vez—. Así ganarás puntos con él, pues lo predispones en tu favor y te dirá enseguida lo que precisas. Las geishas están obligadas a mantener la confidencialidad de lo que escuchan, ¿entiendes?, igual que los periodistas respecto a sus fuentes.

—Si tú lo dices. —La chica movió la cabeza y con ella el moño de maiko, estilo melocotón partido, al que lo adornaba un trozo de seda azul brillante que llamaba la atención sobre el peinado—. Confío en ti.

     Y Will le creía porque había permitido que él le consiguiese este encuentro con uno de los máximos jefes yacuza, socio de él en sus negocios asiáticos. No tenía idea de para qué, pero ya se enteraría, aunque no por ella.

—Te amo, Danielle, y deseo que hoy todo salga perfecto —le confesó y apretó a la muchacha contra el cuerpo.

—Gracias, cariño. —Lo cogió del brazo con fuerza y le echó una mirada coqueta—. ¡Tú me quitas las dudas! No estoy acostumbrada a dar esta imagen de mujer débil y sensual.

—Lo sé, vida mía, pero es necesario —insistió Willem, convencido—. Esfuérzate en contentarlo si deseas que se abra a tus preguntas, mímale el ego. Sabe que eres mi mujer así que jamás él te sugeriría algo inapropiado... Y no seas brutalmente sincera como de ordinario. Haz como cuando nos vimos por primera vez en Brujas, pero sin insinuaciones sexuales.

—Espero no arruinar el efecto con el mismo acto de exhibicionismo que el día de la boda de Cleo. —Y se le pegó como una lapa—. Me preocupa esta costumbre de no llevar ropa interior para no deteriorar la elegancia del kimono.

—¡Tranquila, mi amor! —Ante la mención de la desnudez la abrazó, encendido, y le dio un beso apasionado en la boca—. ¡Esta noche no habrá peleas!

—Podría haberla si se aparece Taira no Masakado en busca de revancha —le recordó ella, preocupada—. ¡Hasta me imagino a la perfección la escena! Doy un salto de tigre y la seda del kimono cruje y se resquebraja de arriba abajo. ¡Y esta vez ni siquiera tengo una tanga que me cubra!

     Willem se enardecía solo con recrear la situación. Porque aquella ocasión en la boda la tanga era transparente y erótica al máximo, no le tapaba nada en absoluto. Prefirió callárselo y así evitaba apenarla.

—¿Qué pasa, Danielle? —La miró de lleno a los ojos—. Te noto tensa. ¿Es por el encuentro con el samurái o hay algo más? Sabes que puedes confiar en mí.

     Ella desvió el rostro y enfocó la vista en el suelo.

—En parte sí, cuesta digerir la experiencia del otro día en Shimonoseki. —Levantó la cabeza y clavó la vista en la mirada celeste de él, idéntica a la suya—. Además, estoy tensa porque tengo que terminar el artículo para el periódico. Pero otros temas que me inquietan debo mantenerlos en secreto, lo siento, son confidenciales.

—Entiendo, sé que tu trabajo te impide contármelo todo. —La volvió a besar con pasión.

—También me inquieta que a Cleopatra le resulte imposible regresar a su cuerpo —continuó la chica—. Y me siento responsable por esto.

—Al cuerpo de Green, dirás. —Y puso cara reflexiva—. Es curioso que quieras devolver a tu amiga a un cuerpo que no le pertenece. ¿No crees que Aline tiene derecho a seguir siendo ella misma? Como bien sabes yo la conocía de antes.

—¿Justo tú me preguntas esto? —Se sorprendió la muchacha—. ¡Por supuesto que Cleo tiene todo el derecho del mundo a desplazar a la traidora de Aline Green! ¡Y tú mejor que nadie sabes el porqué! Pero no me obligues a pensar en el pasado y divirtámonos un poco—. Lo guio hasta la zona de la sala en la que varias parejas bailaban.

     Willem se arrepintió de pronunciar palabras que los distanciaban. La acercó de nuevo y la pegó contra él como si nunca se hubieran separado. Acto seguido le dio un beso tan fogoso que podría incendiar la pista de baile y el resto de la mansión, pues no pensaba en la gente que los rodeaba. Por un momento ambos sintieron que el tiempo no había transcurrido, que nunca había aparecido Da Mo para solicitarle ayuda y que la pelea en The Grill  no había acontecido. Se acariciaron —ávidos— como si el mundo empezase y acabara solo en ellos dos. Cuando los labios se rozaban con pasión olvidaban el motivo por el que se hallaban allí y que se habían acostado con otras personas durante el desencuentro. Al final se separaron un poco, se estimulaban demasiado y necesitaban tranquilizarse.

     Diez minutos después una risueña voz masculina los interrumpió:

—Aquí está, Willem, apreciado amigo. ¿Cómo se encuentra?

     El mafioso dejó de bailar y se apartó un poco de Danielle. Se separó de ella solo unos centímetros y le extendió la mano al japonés.

—Shunsuke, es un placer que nos encontremos de nuevo. —Lo saludaba con una cortesía extrema, que indicaba la relevancia que el interlocutor tenía para él.

     La chica se dio la vuelta y se sorprendió al ver a un anciano de rostro amable y con un ligero parecido a Pat Morita, el maestro Miyagi de la primera versión de Karate Kid. Más que en lo físico se asemejaba por la calma que emanaba de él. No sabía muy bien qué esperaba de un jefe yacuza, pero así no se lo había figurado.

—Shunsuke, esta es mi mujer, Danielle Williams —la presentó, después de hacer una reverencia de respeto y de darle un largo apretón al recién llegado—. Danielle, él es mi buen amigo Shinode Shunsuke.

—Encantado de conocerla, duquesa. —El otro hombre, galante, le dio un beso leve sobre el dorso de la mano—. Me han hablado mucho de usted.

—Por favor, llámeme Danielle —le pidió ella y sonrió, los blancos dientes destellaron igual que perlas—. Si es amigo de Will, también es amigo mío.

—¡Danielle, entonces! —El yacuza le palmeó la mano—. Y usted también utilice mi nombre.

     Hablaba inglés a la perfección. De hecho, todos los japoneses con los que ella había conversado se expresaban así, tan lejos de la imagen caricaturesca que reflejaban algunas películas de Hollywood.

—¿No le molesta que lo dejemos solo, Willem? —preguntó el yacuza  y señaló hacia la puerta—. Creo que será mejor que conversemos en el jardín.

—¡Me las apañaré! —Y forzó una sonrisa—. Vosotros no os preocupéis por mí.

—Entonces vamos, Danielle —le pidió Shunsuke, cortés, a la chica.

     El jardín era en realidad un enorme y aromático bosque de arces, de bambúes, de cerezos y de pinos negros. Los acariciaban los helechos, el musgo y las rocas colocadas en las bases, que les brindaban un leve perfume a humedad con un dejo a hierbas. Bordeaban un lago natural con una isla en el medio, en la que se situaba la casa de té. Podía accederse a ella en barca o a través de un puente semicircular, que creaba la atmósfera propia de un cuento fantástico, pues con el reflejo de las luces parecía elaborada en azúcar. Incluso emanaba de ella un dulce olor a canela. Caminaron hasta llegar a la linterna de piedra. Allí se detuvieron y escrutaron los alrededores.

—¡Qué hermoso lugar! —A Danielle la extasiaba la belleza asimétrica del paisaje.

—Mi hijo tiene un gusto excelente, él mismo lo ha diseñado porque no deseaba contratar paisajistas. —El hombre sonrió, halagado—. ¿Sabe? Me gusta su pelo así, con el peinado de las maikos  y el rostro al natural de las geishas. Prefiero a estas últimas, son más sutiles y más sabias. Ha sabido combinar lo mejor de ambas sin dejar de ser usted misma, Danielle. Se nota que tal como me ha comentado su novio usted admira nuestra cultura.

—Muchísimo y por eso estoy aquí —le contestó ella, calmada—. Y por trabajo.

—Willem me ha dicho que usted necesita información. —El jefe yacuza  fue al grano—. Información extraoficial...

—¡Exacto, así es! —A continuación le doró la píldora—: Mi pareja cree que si no lo sabe usted se trata de algo que jamás ha sucedido, confía mucho en su criterio. Y yo también al conocerlo.

—A veces las apariencias engañan —se burló como si hubiese pronunciado una ingenuidad—. Es difícil estar al tanto de todo, además. Dígame, Danielle, ¿a usted qué le preocupa?

—Muchos temas me preocupan. Por ejemplo, la contaminación del medio ambiente, la situación de los elefantes esclavos de Tailandia, el rearme de Japón. Pero hoy no lo agobiaré con todas mis preocupaciones, solo quiero averiguar lo que usted sabe sobre espadas samurái. —Lo cogió del brazo, rio y reanudó la caminata.

     Después de una breve pausa se sinceró:

—Hace unos días alguien se apropió de una espada samurái que se escondía detrás del Buda Amida del Templo Byōdō-in.

—¡¿Sí?! —Se sorprendió Shunsuke—. Como le decía, no lo controlo todo. De esto no tenía idea.

—Es comprensible, se ha mantenido en el más absoluto hermetismo. —Lo tranquilizó la chica mientras le propinaba una palmadita en el brazo—. Sin embargo, sospechan que se trata de la espada imperial o de la Honjō Masamune.

—¿De la espada imperial? Lo dudo, a todos nos enseñaron en el colegio que se hundió en el mar durante la Batalla de Dan-no-ura. —Tenía un brillo pícaro en la mirada—. Y que a la Honjō Masamune la destruyeron los estadounidenses al poco tiempo de la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial.

—Sí, esta es la verdad oficial. —Y la muchacha puso un gesto coqueto—. Me interesa la versión extraoficial, Shunsuke, la que solo usted conoce.

—Debo admitir que en relación con esta materia no sé nada con certeza. —Bajó el volumen como si le fuese a confesar que a pocos metros de allí había aterrizado una nave extraterrestre—. Pero sí que he escuchado numerosos rumores.

—¿Rumores? —le preguntó Danielle enseguida—. ¿Qué tipo de rumores?

—Hace muchos años me contaron que un pescador encontró una espada al tirar la red donde tuvo lugar la batalla naval. —Se detuvo y observó en todas las direcciones.

—Esto no es nada extraño, ¿verdad? —se decepcionó la chica—. Tiene que haber muchísimas en el fondo. Los Taira se tiraban con ellas y con las armaduras puestas para hundirse más rápido.

—¡Lo curioso no es eso! —Se detuvo para crear suspenso—. Lo realmente inusual es que la espada se hallaba recubierta de joyas y que mantenía el brillo como si recién la hubiesen forjado. El que la rescató decía que era la espada imperial, pues la buscaba desde hacía décadas.

—¡Puedo asegurarle que esto sí capta mi interés! —reconoció ella, pensativa—. Es probable que sea la espada que me interesa.

—Supongo bien al creer que es para uno de sus artículos, Danielle, ¿verdad? —agregó el hombre, curioso.

—Y supone bien, por supuesto —le mintió la chica—. ¿Sabe quién tiene ahora la espada?

—Por desgracia no —se lamentó el yacuza—. Pero sí puedo darle el nombre y la dirección del pescador que la encontró, es uno de los nuestros. Como comprenderá enseguida la vendió, le ofrecieron una fortuna... ¿Tiene algo para escribir?

     Danielle sacó su bloc de anotaciones y el bolígrafo del obi  y se los entregó al hombre. Él efectuó trazos firmes sobre el papel y luego le devolvió el material.

—¡Esto es espléndido! —exclamó ella y le dio un abrazo.

—¡Ay, si tuviera algunos años menos! —bromeó Shunsuke—. No me detendría el hecho de que fuese la novia de un buen amigo.

—Y yo creo que usted sería demasiada competencia para Will —repuso, aleteaba las pestañas.

—Con respecto a la Honjō Masamune también sé alguna cosilla, más de lo que aparece en los informes oficiales —prosiguió él y le guiñó el ojo.

—¿Sí? —Se asombró la muchacha, el japonés era una caja de sorpresas.

—Sí —afirmó el hombre, contundente—. La versión oficial dice que la destruyeron o que la sacaron del país, pero lo cierto es que poco tiempo después de la ocupación estadounidense se la ofrecieron a alguien cercano a nosotros. Le aseguro sin temor a equivocarme, Danielle, que se trataba de esta espada y de que pedían una suma exorbitante por ella. El oficial que se la había apropiado temía que diesen con él si seguían los registros y prefirió salir de Japón sin ella, pero con una buena suma de dinero en el bolsillo.

—¿Y quién la compró? —lo interrogó enseguida.

—Esto no se lo puedo responder, no lo sé —se lamentó él—. La persona era un coleccionista y pensaba mantenerla oculta, imagino que temía que alguien con derecho de propiedad se la pudiese reclamar. Por ese motivo permitió que continuara el misterio de la espada samurái desaparecida. Con sinceridad, no creo que la hayan escondido en el templo.

—¡Le estoy muy agradecida, me ha ayudado muchísimo! —le confesó Danielle—. No sabía para qué lado seguir... Le haré otra pregunta y sé que le sonará extraña. ¿Tiene alguna información acerca de la espada de los dioses? La que hizo nacer Japón de las aguas.

     El hombre no se contuvo y lanzó una risotada.

—¿La espada de los dioses? —la interrogó como si hubiese escuchado mal—. ¿Me lo pregunta en serio?

—Sí —le respondió ella.

—Tengo los pies sobre la tierra, Danielle —argumentó, desconcertado—. No creo en la magia.

—¿Y en los fantasmas? —replicó, curiosa—. Mi artículo versa sobre ellos, he venido aquí a pedido del Primer Ministro de Japón.

—Conozco su ocupación, sé que usted es médium. Y sé, también, que muchas personas creen en la existencia de un mundo sobrenatural —indicó Shunsuke, serio—. Sin embargo, le confieso que me cuesta aceptar tal posibilidad a pesar de que nuestra cultura es una de las más abiertas a estas creencias.

—El primer ministro me contrató para que desalojara el Kantei de los fantasmas que se instalaron allí —le explicó, con calma—. Y así lo he hecho. La mayoría buscaba Justicia. Muchos espectros habían sido antes personas que se ahogaron en el tsunami o que murieron por culpa de la central nuclear de Fukushima.

—¿Sí? —le preguntó él, interesado.

—Sí —afirmó Danielle, categórica—. Los fantasmas me pidieron que dejasen de obligar a los indigentes a trabajar allí y que pusieran en su lugar a los directivos.

—Curioso pedido. Se trata de una idea interesante y audaz —le comentó él y se cerró en banda.

—¿Sabe, Shunsuke? Cuando alguien muere con violencia o en medio de una gran injusticia puede volver siendo un fantasma, como cuentan las leyendas acerca de Taira no Masakado —lo previno muy seria—. No son de mi incumbencia sus asuntos, pero hoy me ha hecho un gran favor y yo le hago otro a cambio: tenga cuidado. ¡Los espíritus pueden hacerles las vidas muy difíciles a los vivos!

—¡¿Habla en serio?! —Y el yacuza  largó una carcajada—. ¡Pero para asustarme primero tendría que creer en ellos!

—Se lo demuestro, mejor —y luego llamó a su padre adoptivo—: ¡Papi!

     Él apareció enseguida.

—Ya estoy aquí, nena —Esbozaba una sonrisa alegre, parecía un niño en una juguetería—. ¿Quieres una demostración estilo Paranormal Activity, como siempre? Es la que más resultado da. ¿O prefieres el método que utilizamos aquella vez en Pembroke Manor?

—La segunda es más interesante —le contestó Danielle.

—¡Colegas, venid a ayudarme! —Puso énfasis en las palabras—. ¡Nos divertiremos un rato con otro escéptico!

     La chica le pidió a Shunsuke:

—Sujéteme bien del brazo, mis amigos le harán una demostración. No se preocupe cuando se le paren los cabellos estilo punk, es algo habitual.

     Y comenzaron a elevarlos en el aire —poco a poco y con cuidado— hasta llegar a las copas de los arces. Otros fantasmas —para que el espectáculo fuese completo— hicieron flotar las rocas alrededor de ellos dos en una especie de danza que dejó al hombre sin palabras.

—¡Fascinante, fascinante! —Shunsuke repetía de modo incontrolable.

—¿Ahora cree en los espíritus? —le preguntó la muchacha, después de unos minutos, mientras lo cogía de las dos manos.

—¡Sí! —Y la contemplaba fascinado—. En esta casa es imposible que usted se haya valido de algún tipo de tecnología punta. No solo le creo, sino que además tendré en cuenta todo lo que me ha dicho. Y cuando digo todo, me refiero a todo.

     Los espectros los bajaron con delicadeza hasta posarlos sobre el suelo. Al mismo tiempo colocaron las rocas en sus lugares originales.

—Usted es amigo de Will y deseaba hacerle este favor. —Lo miró fijo—. Sé que vuestros clanes atraviesan un momento de controversias, pero todo puede resolverse sin violencia.

—Como periodista sabe mejor que nadie que las noticias suelen ser exageradas. También dicen que la yacuza  ha desaparecido o que se encuentra en sus horas más bajas —le comentó él y después cambió de tema—: ¿Qué tal si volvemos con Willem?

—Volvamos, entonces —aceptó Danielle enseguida y regresaron a la sala en medio de una conversación amena.

     Pero la médium ignoraba que un fantasma ajeno a su círculo la observaba sin perderse detalle. Y que la incluía en sus planes.

[1] Es una de las zonas más famosas de Kyoto porque allí residen las geishas de más renombre.

[2] Aprendiz de geisha, son las que llevan la cara pintada de blanco. Después de meses de entrenamiento pasan a ser geiko. Os recomiendo el libro de no ficción Geisha. A living tradition, de Kyoko Aihara, Carton Books Limited, 2000, Londres. Y dos documentales: La vida secreta de las geishas y Geisha girl.

[3] Hanamachi  significa ciudad de las flores. En la actualidad son las zonas donde las geishas desempeñan sus actividades.


Este es el recibimiento que le hubiese gustado tener a Will por parte de Danielle. ¿Tú crees que se lo merece?



El mafioso está encantado de tener a Danielle solo para él en la fiesta.



Danielle se pinta los labios como las geishas para conseguir información del jefe yacuza.



Y surte efecto porque Shinode Shunsuke se la proporciona.



Una maiko  de Kyoto.



El jardín japonés del hijo de Shunsuke.




https://youtu.be/igNVdlXhKcI




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