12- El bonsái Yamaki.
«Tras la victoria, comprueba que tu casco esté bien sujeto».
Proverbio samurái.
Solo puedo pensar en el bonsái de la familia Yamaki[*] mientras los Taira me aferran y me trasladan por el espacio como si fuera ingrávida. Extraño, ¿verdad? ¡Las vueltas que da el cerebro para que me vengan justo ahora estos recuerdos!
Porque visualizo con nitidez extrema la imagen del diminuto pino blanco. Minúsculo, resistente y con una forma similar al hongo que produjo la bomba atómica al estallar. Y que, por fortuna, no consiguió acabar con él. ¡Increíble, logró sobrevivir a los sesenta y tres kilogramos de uranio enriquecido de Little Boy!
Poneos en mi lugar y entended por qué me consuela pensar en su hazaña. El diminuto árbol se aferró a sus casi cuatro siglos de vida y de historias propias y no permitió que la muerte se ensañara con él, lo mismo que debo hacer yo en estos instantes para impedir que Taira no Masakado y los suyos me venzan.
Resulta curioso. Pese al riesgo de la situación estoy en calma total, tal vez porque me he enfrentado a la muerte en numerosas ocasiones o porque el aroma a algas y a salitre me consuela o porque el collar que me regaló mi mafioso, El Corazón de Danielle, me proporciona consuelo. Sí es cierto que en estos instantes hay una pequeña y gran diferencia, pues esta es la primera oportunidad en la que los espectros se oponen a mí y no se alistan en mi bando.
Me empujan despacio —sin ningún apuro— porque saben que no hay escapatoria, pues son demasiados y poderosos. Pueden corporizarse, proeza que solo consigue una minoría. Papá, por ejemplo, aún no es capaz de hacerlo sin la ayuda de Da Mo, le sale a medias. Y son expertos en artes marciales. ¡Vaya adversarios me he ganado a pulso! Conocen a la perfección cientos de maneras para inmovilizar al contrario y las aplican conmigo.
No me asusto, jamás temo morir. La vida y la muerte son sucesos naturales, igual que el día sigue a la noche. Pero todavía no es mi hora. ¡Yo soy el bonsái Yamaki! O un a-tree, uno de los sauces llorones, gingkos e higueras que también sobrevivieron a la catástrofe nuclear y cuyas semillas se siembran alrededor del planeta para recordarnos este hito fatídico en la Historia de la Humanidad. Y cómo, en medio de la desgracia que los humanos provocamos, la Naturaleza se abre paso, da frutos y crece. Porque los hombres, a pesar de ser tan destructivos, en el fondo solo son animales, fieros depredadores. ¡Vivos o muertos!
Por esto me permito relativizar el escenario que se despliega ante mí. ¿Qué significa si lo comparamos con los niños que se ahogan por decenas al escapar de sus países de origen? ¡El agua, por desgracia, es nuestra prueba o nuestro bautismo de sangre! Ante la resistencia de la Naturaleza, ante la valentía de los pequeños, ¿qué significan unos espectros sin corazón? ¡Nada en absoluto!
¿Verdad que imagináis a dónde me llevan? Y no os equivocáis en vuestras conjeturas. Me trasladan al punto exacto en el que se desarrolló la batalla naval que acabó con los Taira. Falta poco, es hora de dejar la mente en blanco. Me concentro en la luz de mi alma, en los sentimientos positivos que me embargan. En cada partícula salada del aire que respiro, en Dios y en la Tierra, igual que tantas veces menos apremiantes que esta.
Y funciona. A medida que el agua fría me acaricia las piernas y me hunden con lentitud, aspiro todo el oxígeno que los pulmones son capaces de retener. Cierro los ojos, no me siento humana. Soy el bonsái Yamaki, una orca, un escualo. Soy la Naturaleza en su estado más puro, cuando se resiste a que nuestros hediondos excrementos y a que nuestros desechos tóxicos la destruyan.
Les pido a las criaturas marinas —con el pensamiento— que vengan a mí y que me libren de estos seres que portan armaduras antiguas. ¡Resulta increíble la rapidez con la que responden! Mi ejército de orcas y de tiburones blancos se acerca a velocidad de vértigo. Con un cuidado extremo —para no hacerme daño— devoran a los fantasmas que han cometido el error de continuar corporizados en mi medio. ¿A qué sabrán? ¡Buena pregunta! ¿A cangrejo heike tal vez?
Imagino que un muerto no muere, pero sí que pasa a otro plano. ¡Un plano en el que no pueda asesinarme! Mi primera reacción automática al liberarme es subir a la superficie a respirar, y, luego, ayudar a mi gente. Para ir más rápido me sujeto de la aleta de una de las orcas. Es una hembra, su pequeño nada a nuestro costado. El mamífero nos cuida a los dos, ¡cuánta responsabilidad! Gracias a Dios no me encuentro a demasiada profundidad y salimos enseguida. Doy una bocanada tras otra e intento que mi ritmo cardíaco regrese a la normalidad.
Ya sobre la primera capa de líquido frío y platinado compruebo que me hallo en el centro de una formación cerrada de orcas y de tiburones blancos, a los que se suman los delfines. Es como si se hubiesen puesto de acuerdo en aparcar la rivalidad y las rencillas de lado para cuidarme.
De improviso, me percato de que Willem y Nathan nadan en mi dirección sin ser conscientes del peligro que corren.
—No les hagáis daño —le grito a mi tropa y me concentro para enviarles en silencio el mismo mensaje.
De inmediato las líneas más próximas a ellos se abren y dejan un pasillo para que los hombres se acerquen a mí. Orcas y delfines de un lado, escualos del otro. Me recuerda a las bodas de los oficiales de la armada, cuando los compañeros les rinden honores a los recién casados y desenvainan y presentan los sables. En este caso, les muestran las aletas. Para ayudarlos a que arriben más pronto un par de delfines nadan hacia ellos, juguetones, y los traen.
Nat llega primero y bromea:
—¡Vaya despliegue tienes aquí montado, Dan! Me alegro de que estés bien. Tenías ganas de nadar y te has dado el gusto de meterte en el agua con pantalones. ¡Y has hecho natación estilo fantasma, todo un reto!
Pronto el otro cetáceo se pone al lado de nosotros y Will exclama:
—¡Espero que estos grandotes hayan almorzado!
Sé, de manera instintiva, que ninguno de mis aliados marinos sería capaz de hacerles daño ahora. Darían sus vidas por ellos igual que por mí.
Como considero que estos dos han tenido suficiente de la batalla, les anuncio:
—Iré hasta la orilla, pero vosotros os quedáis aquí. Como mováis un dedo para seguirme os comen.
—¡No puedes exigirnos esto, cruel mujer! —se lamenta mi jefe.
—¿Por qué no, Nat? —me burlo y sonrío—. Piensa en el favor que te hago, puedes aprender natación estilo tiburón.
En silencio les pido a mis nuevos amigos que los protejan.
—¡Chica, unámonos a los demás! —le ordeno a la orca que me ha rescatado.
Corta la superficie del mar y en pocos minutos me deja en la orilla. Cerca de la arena me suelto y corro hacia donde se hallan los demás. La orca aprovecha para merendarse a unos cuantos fantasmas corporizados, que no han advertido nuestra llegada.
Busco a Da Mo entre los contendientes. Observo que —algo apartado del resto— pelea contra Taira no Masakado. Es una lucha cuerpo a cuerpo muy igualada, así que me encamino hacia ellos. ¿Por qué nuestro rival no ha hecho aparecer la espada mágica? El maestro me comentó que en el primer encuentro le costó un gran esfuerzo eludirla.
—¿No estás agonizando, guerrera? —Se asombra el samurái.
—¡Tendrás que emplearte más a fondo para conseguirlo! Aquí me ves, vivita, coleando y preparada para hacerte frente —ironizo con una sonrisa perversa.
A continuación enfoco la mirada en Da Mo y le pido:
—¡Es hora, maestro! Hagamos como la otra vez.
Él se desliza en mí con la delicadeza exquisita que le proporcionan los siglos de aprendizaje, de empatía con el prójimo y de sabiduría... Y nuestras almas ocupan mi cuerpo. No se me pone de punta el cabello ni se produce ninguna explosión, solo olfateo el aroma de las sakuras en mis fosas nasales y la fragancia salada del mar. Me inunda la paz. Mientras, Masakado continúa tan desconcertado que no repara en cómo nos fusionamos.
—Algo ha cambiado, Danielle —analiza el sabio dentro de mi mente—. Ahora soy yo el que aprenderá algunos movimientos.
—¡Qué humilde eres, Gran Maestro, siempre soy yo la que aprende! —Igual que en la oportunidad anterior me encuentro extasiada ante tanta armonía—. ¡Es un honor ayudarte!
Y no miento porque floto en una nube y me hallo muy próxima a Dios. Me maravilla la tranquilidad que me embarga al ser poseída por el espíritu del shaolin. ¡Estoy a años luz de él!
—¡Pues será un placer venceros a ambos, entonces! —gruñe el samurái, tan enfadado como un amante traicionado, y sale del inmovilismo—. ¡Preparaos!
Respiro hondo la maravillosa brisa que huele a salitre. Nos concentramos para que nuestros espíritus encajen de manera perfecta, igual que aquella ocasión en Estados Unidos. Pensamos en la Teoría del Caos y nos inunda el convencimiento de que somos la frágil mariposa que genera un tsunami con el movimiento de las alas. ¡Nosotros pondremos un alto a la deriva de las aguas provocada por Taira no Masakado!
Con nuestra actuación haremos que la situación regrese a su cauce. Seremos conciencia pura y también corazón, la fuerza que impedirá que la humanidad se embarque en una sucesión de conflictos sin fin. ¡Sabemos que lo lograremos! Antes —juntos— le pusimos freno a una de las organizaciones criminales más peligrosas, defender la paz solo significa un paso más en la misma dirección. Creemos en nuestro triunfo, en nuestra energía positiva. Si nos guiamos por el Camino del Bien no conoceremos el fracaso. ¡Estamos seguros!
Contemplamos a Taira no Masakado. Se nota que ha percibido nuestra energía infinita porque la sonrisa desafiante se le ha congelado en el rostro. Noto que algo lo preocupa.
—Juntos somos invencibles, samurái —le decimos con calma—. El jefe nos protege, ¿estás seguro de que deseas luchar?
—¡Un samurái jamás se rinde! —Y hace aparecer su yumi.
Con él dispara una flecha tras otra sin pausa. Cerramos los ojos y nos quedamos quietos: las cogemos cuando se acercan a unos pocos centímetros de nuestro cuerpo. Al tocarlas se deshacen como si las hubiesen elaborado en humo.
—¿Estás seguro de que prefieres la guerra a la paz? —insistimos en nuestro mensaje y levantamos los párpados.
—¡Yo no busco la guerra, guerrera, sino la Justicia! —Y efectúa un gesto brusco al levantar el brazo—. ¡Arma a mí!
Advertimos que en lugar de aparecer la espada mágica atrae hacia sí una que es hermosa —la decoran enormes brillantes rojos, rubíes y zafiros—, pero que no posee poderes sobrenaturales.
—¿Por qué no llamas a la otra espada, Taira no Masakado? —le pregunta Da Mo.
Intuyo que mi mentor me sustrae información, pero no me enfado ni me siento traicionada. La verdad sigue un proceso —una serie de pasos preestablecidos—, y, a lo largo de mi vida, siempre he encontrado las respuestas correctas en el momento apropiado. Amo a mis amigos fantasmas y ellos saben qué conocimientos son productivos para mí ahora en medio de la batalla.
—Me alegro de que comprendas cómo funciona nuestra guía, Danielle. —El maestro mueve de arriba abajo mi cabeza—. ¿Por qué no has convocado la otra espada, samurái? —Y somos uno de nuevo.
—¡El monje sabe el porqué desde el principio! ¡Yo acabo de darme cuenta! —Masakado luce noqueado.
Enseguida la blande a la desesperada e intenta cortarnos con el filo y pegarnos con el canto. ¡Juntos somos un ejército completo! Volamos a gran altura para ejecutar el ataque Lilibeth y desconcertamos a unas gaviotas despistadas. Así cogemos desprevenido al guerrero, que se ve obligado a desmaterializarse porque lo hemos ceñido de tal forma que no tiene otra manera de moverse.
El samurái aparece en el extremo contrario de la playa y grita:
—¡Dejad lo que estéis haciendo y venid a mí!
Todos le hacen caso, excepto la Bruja de los Yōkais, pues se bate en un duelo muy igualado con Axel Tokugawa. Vemos que el japonés no se encuentra solo. Una mujer fantasma que él no advierte lo protege de los golpes mediante una especie de coraza de fuerza, para que no esté indefenso ante las artimañas de Takiyasha-Hime. Me da la sensación de que la bruja tampoco la puede ver.
—Contemplas el poder infinito del amor —me comunica Da Mo—. Axel y Noriko se aman a prueba de cualquier catástrofe. Pero ahora no te distraigas, te has separado de mí al verla.
—Lo siento, maestro. —Y dejo la mente vacía de pensamientos.
Nuestros adversarios —cientos de guerreros con adornos en color rojo— se aproximan por tierra y desde el cielo, pues el mar es el reino de mis criaturas y ninguno se atreve a mojarse los pies. No nos alteramos, sino que cerramos los ojos.
Nos guiamos por el movimiento del aire al rozar sus figuras, que nos llega convertido en minúscula brisa. También por el olor a cangrejo mezclado con el del salitre, por el sonido de sus pasos ligeros al rozar contra los granos de arena o al salpicar cada gota o al mover cada partícula de oxígeno.
Ciegos por voluntad propia, reptamos a lo largo de la superficie arenosa con la finalidad de desarmarlos. Y los dejamos fuera de combate, desaparecen sin más. Somos Naturaleza. Tifón en estado puro, maremoto inesperado, lluvia calma, trueno que ruge con la máxima potencia, rayo que rasga el cielo, lo que haga falta. ¡Y siempre sin matar! Al final solo quedamos Taira no Masakado y nosotros, además de Tokugawa y Noriko, que siguen en su lucha contra la bruja.
—¿No convocarás a la otra espada? —le volvemos a preguntar mientras lo desarmamos.
—¡De ninguna manera! —Y la sonrisa es fiera—. La mantendré alejada de vosotros cuando estéis juntos, guerreros.
—No me considero un guerrero, solo soy un simple monje que te ha vencido sin segar ninguna vida —le aclara Da Mo—. Reflexiona, Taira no Masakado, ¡da marcha atrás!
—¿Dices que hemos sido derrotados y que debo hacer seppuku? —Y se pone de rodillas—. ¡Estoy dispuesto, que nadie diga nunca que alguna vez he sido cobarde!
La ropa de samurái desaparece. Queda vestido con una simple túnica blanca, abierta por el abdomen. Delante de él —sobre un soporte que parece un banco pequeño— hay una espada corta.
—¡No! —grita Takiyasha-Hime, pero Axel la ataca sin darle tregua para evitar que se acerque a nosotros, su esposa muerta lo ayuda.
Cuando Taira no Masakado intenta coger la espada para sajarse el vientre la hacemos desaparecer con un simple movimiento de la mano.
—No entiendo —se preocupa—. ¿Deseáis como Sadamori que termine deshonrado?
—Es fácil de entender, samurái. —Intenta razonar mi maestro—. Todos queremos que te unas a nosotros y que luches a nuestro lado.
—¡¿Me pides que me deshonre igual que tú en nuestro primer encuentro?! —Efectúa un gesto despectivo—. ¡Yo no soy así!
—No hay deshonra en proceder de la manera recta, Masakado. —Pretende calmarlo mi maestro.
Él baja la cabeza y parece dispuesto a decir algo. Pero, de improviso, su hija se libera de Tokugawa. Y, a la velocidad de la luz, se le acerca. Lo abraza y desaparecen con una fuerte explosión que huele a pólvora húmeda.
Un sonido me distrae. Oigo voces que proceden desde el agua.
—¡Axel, tenías razón! —murmuro sorprendida y clavo la vista en el mar.
¿Sabéis? Ahora también puedo escuchar cómo los Minamoto festejan el triunfo en la batalla de Dan-no-ura. Creo que el presente y el pasado se encuentran en universos paralelos. Y que hoy nuestro conflicto ha provocado que se junten.
[*] Lee el artículo de la BBC de fecha 6 de agosto de 2015, titulado: Seres y objetos que sobrevivieron a la bomba de Hiroshima.
Las orcas ayudan a Danielle.
Danielle poseída por el espíritu del Gran Maestro Da Mo.
La chica es tan resistente como el bonsái Yamaki.
Taira no Masakado continúa anclado al pasado.
Y cuando lo vencen cree que el seppuku —conocido como harakiri en occidente— es la única solución honorable.
https://youtu.be/1Uw6ZkbsAH8
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