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EPÍLOGO: Lucifer.

Como cada noche en la prisión de Wandsworth, el camastro de Joseph Black gira sobre sí mismo. El hombre, resignado, cae sobre la porción de suelo donde siempre duerme.

     Al principio llamaba a gritos a los guardias. Pronto descubrió que era un derroche de energía, pues cuando ellos llegaban todo lucía de manera normal. Bastaba que se fuesen para que los objetos comenzasen a bailar con más brío, el castigo por haber abierto la boca.

     En esta oportunidad resulta diferente. Porque después de las primeras sacudidas al estilo de El exorcista  permanece inmóvil. No se anima a subir, cree que se trata de una nueva jugarreta de los malditos espíritus.

—Me quedo aquí. —Atisba hacia los costados—. ¡No me fío ni un pelo de vosotros! Ya os he pedido perdón cientos de veces y he reconocido que nunca debí molestar a esa bruja.

     Pero todo continúa quieto. Lo habitual después de pedir disculpas es que el cobertor, las sábanas y la almohada salgan disparadas por encima de él. Así que, con la incertidumbre en el cuerpo, se acuesta sobre el camastro y suspira. ¡Al fin podrá dormir una noche en condiciones!¡Ya era hora!

     Porque el estrés lo está matando y en los meses que lleva prisionero ha envejecido diez años. Cada vez que se contempla en el espejo encuentra decenas de arrugas nuevas que le cortan la cara y más huecos en el cráneo, como si lo hubieran podado con una tijera. La cabellera, además, está repleta de mechones canosos cuando antes había sido del color del ala de un cuervo.

     Tendría que haber imaginado, al conocer la cabezonería de Danielle desde pequeña, que si la obligaba a encumbrarlo dentro de la escena política se negaría con rotundidad. Bien decían que más se gana con miel que con palos y su error fue no ofrecerle que fuera su socia, repartir las ganancias, darle un puesto relevante. Que apreciase que si le iba bien ella tenía mucho que ganar.

     Pero meditar ahora sobre esto no le sirve de nada. Es necesario que cumpla la pena y que analice el futuro. Algo se le ocurrirá para volver a amasar una fortuna al salir de prisión. Todos sus antiguos amigos, los socios y sus simples conocidos le han dado la espalda para evitar que el escándalo los roce. Aún tiene una pequeña fortuna lejos, en los bancos suizos, que no puede utilizar. Si lo llegase a hacer nada más fácil para los investigadores que seguir el rastro del dinero.

     Las luces se apagan. Resulta extraño porque siempre permanecen un par de focos encendidos.

—Habrá algún guardia nuevo e inexperto. —Black se pone la almohada sobre la cabeza.

     Intenta alejar todo pensamiento y dormir, no desperdiciará la primera oportunidad que tiene para conciliar el sueño después de meses de acoso fantasmal.

     Pero cinco minutos más tarde lo cogen del cuello y se le sientan encima. Se aterroriza, pues en la prisión se halla aislado y no cuenta con un compañero de celda.

—¿Sabes quién soy yo, Lucifer? —El hombre le aprieta el cuello y está a punto de ahogarlo.

     Joseph Black se mueve y gruñe igual que un perro rabioso, pero no consigue verbalizar.

     El atacante afloja un poco el amarre y lo vuelve a interrogar:

—¿Tienes idea de quién soy?

—No, señor —le contesta enseguida, horrorizado.

—¡Qué extraño! —se burla con voz cruel—. Han sido muchas las ocasiones en las que has pretendido ingresar en mi organización.

—¡¿Willem Van de Walle?! —Se asombra—. ¿Por eso está aquí, necesita algo de mí?

—No. —El belga lanza una carcajada—. Te visito por lo que le has hecho a mi mujer. ¿Sabes de quién hablo?

—No, es imposible que le haya hecho algo, no la conozco. —Se nota que siente verdadero pánico.

—Lady Danielle... Danielle Williams.

     Y acto seguido le corta el cuello de un extremo al otro con el filo de una lata. La sangre riega las paredes, crea formas concéntricas y le cubre el mono que lleva puesto. Black se mueve en los últimos estertores de la muerte mientras Willem le clava la vista. A este le parece poco sufrimiento, pues fallece segundos después.

     Antes de abandonar la celda se quita la ropa manchada y la coloca dentro de la mochila. Debajo viste un chándal negro. Coge un diario que lleva en la repartición externa. En la tapa luce un nombre escrito, Evil John.

—Anthony, si estás aquí prométeme algo: que no se lo dirás a Danielle. Sabes que esta basura no debía vivir después de haberla torturado sin compasión. Si estás de acuerdo conmigo mueve la cama.

     El padre adoptivo de Danielle sonríe de oreja a oreja y cambia el camastro de sitio. Aunque el novio de su hija no se lo haya pedido, también borrará la grabación que podría incriminarlo. A sus hombres se les ha pasado una cámara escondida a la que solo el director del presidio tiene acceso.

     Su nena le hizo jurar que jamás mataría a Joseph Black, decía que vivir sería su castigo... Y él no ha roto su promesa. Deja de mover el lecho al comprobar que el espíritu de Joseph abandona el cuerpo.

—Tú te vienes conmigo, basura. —Anthony lo sujeta con saña—. Tenemos planes para ti.

     Son muchos los amigos fantasmas de Danielle que ajustarán cuentas con Lucifer.


   Joseph Lucifer  Black está recluido en la temible prisión de Wandsworth.  



La muerte se acerca a Lucifer.




https://youtu.be/rRFsZ1bifm0



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