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29- La jaula de las ratas.

Las puertas de HM Prison Leyhill  se cierran detrás de mí con un chasquido metálico y me retienen dentro. Me agobia pese a que no soy yo la reclusa y a que es una cárcel de régimen abierto. Antes de que lo trasladaran aquí, lord Pembroke se alojó en la temida Wandsworth. Esbozo una sonrisa porque ahora mi padre biológico es una rata encerrada en un laberinto del que no escapará.

—Por favor, deje sus pertenencias —me pide el guardia.

—Aquí las tiene. —Se las entrego.

     Mientras cumplen con los controles de rigor, le doy vueltas en la cabeza a la misma pregunta recurrente de las últimas horas. Y no versa sobre el mafioso, él siempre está en mi mente. Es acerca de mi progenitor: ¿por qué me ha pedido que lo visite?

     Solo se me ocurre una idea: que desea disculparse por haberse comportado de modo horrendo conmigo. Igual que en aquella ocasión en la que lo hospitalizaron cuando era adolescente.

¡Ay, Danielle, hija mía, aquí me ves, moribundo! —Se hallaba conectado a un gran número de aparatos—. Lamento ser un mal padre y no haber compartido mi tiempo contigo. Ahora que voy a reunirme con Dios o con el Diablo me doy cuenta de mis fallos. ¡Ay, si pudiera volver el tiempo atrás para hacer todo diferente!

     En situación normal es un hombre gélido, pero cuando le entra el pánico lo invade el fervor religioso. Porque cuando lord Pembroke descubrió que no se trataba de un infarto, sino de una simple indigestión, volvió a comportarse con la misma indiferencia de siempre. Resultó un alivio, porque el esfuerzo titánico de fingir que era una hija cariñosa me desgastaba.

—Por aquí, ms. Williams. —Me devuelve el carcelero a la realidad.

     Esperaba encontrar a lord Pembroke vestido con las típicas rayas de preso y por eso me asombro al verlo con ropa informal.

—¡Gracias por venir, mi pequeña! —Me abraza fuerte y yo siento que los tentáculos de un calamar gigante me aprietan hasta dejarme sin respiración.

     No entiendo a santo de qué este despliegue. Quizá al sentirse abandonado por sus amigos de la alta sociedad necesita el contacto de la familia a la que él ha ignorado. ¡Menudo tostón!

—Reconozco que tu pedido me ha extrañado. —Me desprendo enseguida de sus ventosas—. ¿Cómo estás?

—Muy contento, hija. —Me señala la silla para que me siente, lo que realizo al instante con la finalidad de evadir su acercamiento—. Cuando me encontraba en Wandsworth  temía acabar como Oscar Wilde, por suerte mi estancia allí fue temporal. Aquí es completamente distinto... Relajante, incluso. Plantamos una huerta ecológica, llevamos una vida muy sana. Tengo la clave de mi habitación y puedo entrar y salir cuando quiero. —Nadie como mi progenitor para utilizar eufemismos, en este caso elegir la palabra «habitación» en lugar de celda—. Hay tres pistas de tenis y me ejercito muchísimo. ¿Sabes? Me tomo mi estancia en Leyhill como unas vacaciones para quitarme el estrés. ¡Hasta voy a clase de pilates en el gimnasio!

—¡¿Tenis y pilates en una cárcel?! —Seré ruin, pero me choca que no lo sienta como un castigo y que sea incapaz de asumir el daño que ha hecho.

—Danielle, tenemos que entretenernos. —Me palmea las manos y las retiro en el acto—. Hay un campo de fútbol y otro de hockey  sobre hierba, pero esos deportes no me interesan. Tendrían que hacer uno de golf, es imperdonable que no lo hayan pensado.

—¡Claro! —me enfurezco y a punto me hallo de irme de este sitio.

—Necesito tu ayuda, hija. —Al fin va al grano—. Aunque lógicamente te he hecho venir porque te extrañaba.

     Si tenemos presente que se distanció de mí cuando rechacé casarme con lord Sardina y que me dio la espalda de modo definitivo al comenzar a trabajar en The Voice of London, las palabras solo suenan a mentiras cochinas.

—Sabes que me han embargado los bienes y congelado las cuentas bancarias, ¿verdad? —Así, deja en evidencia que el motivo de mi visita es económico.

—No he reflexionado sobre tus problemas. —Me hago la tonta—. Hace mucho que no pienso en ti. Para ser más específica, desde que me decepcionaste como padre.

     Noto que lord Pembroke respira hondo. Conozco su carácter prepotente y sé que el esfuerzo de contención que hace es mayúsculo. El enfado resulta obvio, pero se nota que más imperiosa es su necesidad.

—Olvídate de los rencores del pasado. —Pone la voz de mando que le funcionaba conmigo en las pocas ocasiones en las que nos cruzábamos—. Ahora preciso de ti. Tienes que darme el dinero para la fianza.

—Sospecho que no has visto la entrevista que nos hicieron a lady Helen y a mí en The Voice of London. —Me asombro—. Si la hubieras visto no me pedirías nada.

—Tu madre aún no ha podido venir hasta Gloucestershire. —Aparenta hallarse muy calmado, demasiado inclusive—. ¿De qué fantasma se trata esta vez?

—¡De ninguno! —Me llevo el índice a la sien para indicarle que está loco—. Debes entender que yo soy una persona reconocida a nivel mundial y mi reputación es impoluta, al igual que la de lady Helen. La entrevista la hicimos para que tu codicia y tu falta de principios no dañara nuestra imagen. No cuentes conmigo, no perderé mi buen nombre al mezclarme en un caso de corrupción tan absurdo como el tuyo. ¿Para qué ganar más si ya lo tenías todo?

—¡¿Mi codicia?! —Luce pasmado—. ¡¿Acaso no sabes de quiénes desciendes?! De William el Conquistador, por si lo has olvidado. Esta situación afecta a nuestro linaje, es de todo punto imposible que te mantengas al margen. Necesito mi libertad para contener las murmuraciones que nos asolan. ¡Y tú sí me darás el dinero de la fianza o te obligaré por las malas!

—Es hora de que me vaya. —Me levanto del asiento—. No tolero que te dirijas a mí de esta forma tan irrespetuosa. Y te olvidas de que no perteneces al linaje de mi abuela. Además, no vivimos en la Edad Media. Usted, lord Pembroke, cree que sigue en el consejo de administración de una multinacional. Me veo en la obligación de recordarle que está entre rejas, es una rata enjaulada. ¡Y nadie duda de que se lo merece! No cuente con mi ayuda, estoy encantada de que haya dado con sus huesos aquí. Aunque yo hubiera elegido para usted la de Wandsworth.

—¡Un momento, Danielle! —Rojo por la furia, me sujeta del brazo y yo me desprendo de él—. Tienes la obligación de darme el dinero de la fianza. ¡Yo soy tu padre!

     Pone la misma entonación que Darth Vader cuando le confiesa su paternidad a Luke Skywalker. Si quitamos la parte interplanetaria de la película, ese malo malísimo y mi progenitor podrían ser hermanos de sangre.

—Estarás de acuerdo conmigo en que el cariño de un padre jamás lo he disfrutado. —Y me alejo en dirección a la salida.

—¿Me darás el dinero de la fianza sí o no? ᅳme interroga, brusco, y se me acerca más.

—¡Por supuesto que no! —exclamo, molesta—. Creo que esto ha quedado claro. El fiscal seguirá sumando acusaciones contra ti, lo sé de buena fuente. En este sitio pasarás un largo tiempo.

—¡Por eso mismo! —grita, enfadado—. ¡Necesito que me des el dinero ya!

—¿Para qué? ᅳMe siento tan dura como el granito de las Seychelles—. ¿Para perderlo cuando abandones Gran Bretaña y llegues a un país donde no haya extradición? Me ha costado muchísimo esfuerzo labrarme una fortuna, no la tiraré en un caso perdido.

—¡Siempre igual! —chilla, desesperado, y se pasa la mano por el peloᅳ. ¡¿Por qué no eres capaz de pensar en la familia primero en lugar de en el dinero?!

—Solo te respondo de acuerdo con tus enseñanzas. Si algo aprendí de ti es que la familia no importa. —Esta es una verdad como un templo—. Me voy, no tiene sentido seguir hablando de lo mismo. Es mejor que le pidas ayuda a lord Salmond, tu amigo inseparable. O a Black, mi torturador y también colega tuyo.

—¡Imposible! Los dos están igual o peor que yo. —Solo piensa en él, ni siquiera intenta defenderse de mis acusaciones.

—Pues haberlo pensado antes de alejarme. —Le sonrío, irónica—. Hubieses apostado a caballo ganador. Primero elegiste a Joseph Black mientras él me torturaba y luego a lord Sardina, que me acosaba para casarse conmigo por interés. ¡No te importó siquiera que fuese un viejo horrible! ¡Adiós!

—¡Estás loca! —Aúlla y se mesa los cabellos—. ¡¡Loca igual que tu abuela!! ¡¡Maldita seas, no quiero volver a verte!!

—Saluda a lord Sardina de mi parte cuando te reúnas con él para hacer hoyos en la tierra de la huerta ecológica. —Camino muy tranquila y le hago adiós con la mano.

     Él se aproxima, me estruja el brazo y me amenaza:

—¡Tú no sabes a quiénes te enfrentas! Haré que lord Salmond envíe a un sicario a matarte y que parezca un suicidio, él también te odia. ¡Ya no eres mi hija, me da igual lo que te suceda! Tus días en este mundo están contados, perra. —No hay duda de que tiene aptitudes para ser un capo de la mafia—. ¿Quién creerá en tu cordura después de la entrevista que has dado junto a la loca de tu abuela? ¡Eres una zorra, claro que la vi! ¡¡Y me avergüenzo de ti!!

     De la nada aparece Anthony.

—¡Dile que tu verdadero padre soy yo! —vocifera, furioso—. ¡Y que hoy por la noche, sin testigos, le demostraré que los fantasmas sí existen!

     Clavo la vista en papi y le doy un abrazo sin importarme que la cabellera se me quede en punta. Lord Pembroke me contempla impactado.

—Cualquiera que me conozca sabe que jamás me suicidaría. ¡Ah, y otra cosa! Anthony, mi padre fantasma, me acaba de decir que por la noche te enterarás de que los espíritus sí existen. No podrás acostarte en la cama, salvo que seas capaz de volar como un gorrión para encaramarte sobre ella mientras flota en el aire. Tú, ex lord Pembroke, eres el que está acabado. Ignoras a quiénes te enfrentas, pero hoy empezarás a hacerte una idea. —Abandono la sala y cierro para siempre esta etapa de mi vida.

     El guardia me observa con extrañeza. No he reparado en él, pero creo que ha escuchado parte de la conversación. Espero que no me haya visto con el pelo parado a lo punk.

—¿Algún problema, ms. Williams? —Y me sonríe con complicidad.

—Mi padre siempre es un problema. —Le echo una mirada coqueta—. Como no le daré el dinero de la fianza dice que lord Salmond me enviará a un asesino a sueldo. ¿Usted lo ha oído?

—No, lo siento. Por desgracia no he oído ni he visto nada, pero usted debe poner una denuncia. —Me observa de forma extraña, como si me ocultase algo—. La justicia se toma muy en serio las amenazas.

—Me temo que no resulta posible —niego, apesadumbrada—. Si usted no lo ha escuchado sería su palabra contra la mía.

—Siento, ms. Williams, no poder ayudarla.

     Regreso a casa en el coche con dos de los guardaespaldas, Jack y Mathew. Los demás ocupan otro vehículo detrás de nosotros. Es confuso llamarlos de esta manera —guardaespaldas—, pues en realidad son colegas del MI6.

     Recuerdo, sin que venga a cuento, la última charla que mantuve con Operaciones:

—Pronto, lady Danielle, necesitaremos de sus servicios y de los de Cleopatra para una misión. Quiero que se prepare.

—¿No puede adelantarme algo, Smith? —le pregunté, curiosa.

—Solo que vamos a por el siguiente en la línea de mando.

—¿Vamos a por Van de Walle? —Sentí en el estómago el mismo gorgoteo que producía el submarino del mafioso cuando abandonaba la superficie y penetraba en el interior del océano.

—No, no tan arriba. —Movió la cabeza de izquierda a derecha—. Y debe saber, además, que necesitaremos de sus dotes de seducción.

—¿Preparo las maletas, entonces? —lo interrogué, dispuesta.

—No, no es preciso —negó con rapidez—. Su objetivo está en Londres.

—¡Y yo que pensaba que el MI6  solo trabajaba en el extranjero, ingenua de mí! —Esbocé una sonrisa—. Pero ahora me doy cuenta de que estamos en todos lados.

—Vivimos tiempos difíciles. —Efectuó una mueca que pretendía ser una pequeña sonrisa—. Los terroristas atacan en cualquier sitio y en cualquier momento. Si algo nos enseñaron el 11S y los atentados de Londres es que la inteligencia no puede separarse en compartimientos estancos porque esto solo beneficia a los delincuentes.

     «Y Willem Van de Walle es un delincuente, no debo olvidarlo tampoco», repito el pensamiento por enésima vez cuando llego a casa y me regodeo con los periódicos, donde la cara de lord Pembroke aparece inmortalizada en las portadas con la palabra corrupción debajo.

—Danielle, disculpa que te moleste. —Escucho la voz de Mathew en la cabeza, llevo puesto el dispositivo tal como Operaciones me ha recomendado—. Tenemos un intruso aquí, intentaba colarse por la parte de atrás. Esperamos órdenes.

—Voy para allí. —Camino con rapidez—. Tengo curiosidad.

     No espero visitas. Y de venir alguien no se colaría entre las plantas y el muro trasero. Cuando llego a destino y contemplo al hombre que sujetan mis tres compañeros no salgo del asombro. El mafioso se revuelve e intenta soltarse. Se trata de una hazaña imposible de lograr porque los espías son más musculosos que él y lo superan en número. Está igual de inmovilizado que el día en el que lo dejé atado de pies y manos a su cama.

—¡¿Tú?! —y le pido a mis colegas—: Suéltenlo, escucharé lo que tenga que decirme. ¡Habla!

ᅳ¡¿Aquí?! —Willem se desconcierta—. ¿Delante de todos? Es un poco molesto, pero lo haré si es necesario. ¿No podemos tener un poco de privacidad? —Niego con la cabeza—. Te lo digo, entonces: te amo, Danielle, te amo para toda la eternidad... Pero déjame entrar en la casa, sabes que no soy peligroso.

     Yo sé justo lo contrario, aunque es mejor callar cuando estoy inmersa en una misión.

—Muy bien —acepto y lo cojo del brazo.

—¡Tío afortunado! —piensa Mathew, se olvida de que el dispositivo comunica.

     Una vez dentro le pido al delincuente:

—Siéntate. —Me acomodo en el sofá al lado de él—. ¿Qué más querías decirme?

—¿No es evidente? ¡Quiero estar contigo, Danielle, siempre, a toda hora! —Me delinea los labios con el pulgar—. Pensaba que habíamos arreglado nuestras diferencias y me dejaste tirado en la cama del hotel de Sudáfrica. ¿Y por qué me devolviste El Corazón de Danielle? Ese collar es solo tuyo... Y aquí estoy de nuevo, a tus pies. ¿Mi insistencia no te dice nada?

—Sí, me dice que te gusta viajar en avión. —No permito que me conquisten sus frases bonitas y muy estudiadas.

—¡Te amo desde el momento en el que te conocí! ¿Por qué no te enteras, Danielle? ¡Resulta frustrante! ¡¿De verdad mis palabras no te dicen nada de nada?! Estoy aquí, solo, y me enfrento a lo que haga falta para gozar de tu compañía. —En honor a la verdad, lo único que me indica su iniciativa es que necesita utilizarme igual que mi padre biológico.

     Pero al reflejarme en los ojos azules del traficante aprecio que mi cuerpo está pendiente del suyo. De su tentadora proximidad, de cada imperceptible movimiento, de cada involuntario parpadeo, del perfume a algas que le emana de la piel, de la más mínima respiración. Willem sonríe y luce tan guapo que contengo un suspiro.

—¿Qué te hace gracia? —Me le acerco tanto que parecemos imantados.

—Tú, resulta evidente que también me amas. ¿De qué tienes miedo, Danielle? —Me pasa la lengua por el cuello y lo degusta como si fuese un manjar—. Nos queremos, tu reacción es tan inconfundible como la mía. La situación sería cómica si no tuviera que perseguirte por todos los continentes.

     Este hombre es irresistible para mi lado oscuro, a diferencia de Nathan que estimula lo mejor que queda de mi yo anterior. «Es mi enemigo más temible, un asesino, un traficante de armas y de diamantes de sangre, un mentiroso, el socio de mi padre, el delincuente que debo atrapar para el Secret Intelligence Service», me repito como si fuese un mantra, pero da igual que me lo recuerde, la pasión es más poderosa. Me doy por vencida y le enredo los brazos alrededor del cuello.

—¿Qué te parece si te enseño el dormitorio? —Vencida, le perfilo los labios con la lengua.

—Me encantaría. —Apasionado, me come la boca.

     Lo arrastro a uno de los cuartos de invitados. La habitación es una copia de la mía, excepto por las fotos y por los recuerdos. Aquí no hay ninguno, resulta impersonal. El mafioso apenas le echa una ojeada, pues en un santiamén nos revolcamos en la cama y nos enredamos en la colcha.

—Di «te quiero». —Me sujeta la cabeza: contra la nuca siento el tacto sedoso de la almohada, que me empuja hacia su boca para que me engulla.

—No te quiero. —Le llevo la contraria con el mismo tono que él ha empleado, mientras le paso la lengua por el cuello—. Solo reconozco que tienes un cuerpo adictivo.

     El mafioso vuelve a lanzar una carcajada.

—¿Sí? ᅳMe desabrocha la blusa—. ¿Solo eso? Eres muy parca de palabras, Danielle. ¿No tienes nada más que decirme? Sé sincera.

—Eres muy guapo. —Le bajo la cremallera del pantalón—. Pero te confieso que nunca me han atraído los rubios.

—Yo también te confieso algo: tú me gustas tanto que te comería entera, Danielle. ¡Te amo!

     Como bien os imagináis no me lo tomo en serio, pues recuerdo la conversación con lord Sardina en la que se jactaba de las mujeres con las que se acostaba al mismo tiempo que conmigo. Para distraerlo y que no me haga pensar le acaricio el vientre. Su miembro está encantado con mis atenciones y esto es lo único que soy capaz de creer porque no puede disimularlo.

—¿Sabes? —Le sonrío—. Tu amiguito no tiene más ganas de charlas.

     Me arrodillo en la cama y le saco el pantalón. Después lo tiro sobre la silla del tocador.

     Él me quita la blusa y me elogia:

—Tu ropa interior es de lo más excitante, mi amor, tienes un gusto exquisito. Siempre siento que desenvuelvo un regalo, porque lo que hay debajo es impresionante.

—Me alegro de que te guste, cariño. —Como premio por el halago le beso el lóbulo de la oreja, le encanta.

     Me abre las piernas con la rodilla y no hay quien nos contenga. ¡Cuánto nos deseamos! Nuestras manos, nuestras bocas y nuestros labios están por todos los sitios. Nos extasiamos al percibir que el aroma de nuestras pieles se mezcla y cómo juntas duplican las fragancias de los mares que exploramos.

     Después de hacer el amor durante horas, el delincuente pega un salto en la cama y me pregunta:

—¡Dios! ¿Tienes un ordenador? Necesito acceder a mis archivos en la nube y no he traído el portátil. Es por negocios, ¡me he olvidado de algo importantísimo!

—Claro, cielo —y le indico enseguida—: El que más uso está en la biblioteca, al lado de la sala pequeña. ¿Quieres que te acompañe?

—No te preocupes, Danielle, sabré llegar. —Me observa seductor—. No te muevas de ahí ni te vistas, ¡estás hermosa! Ya vuelvo.

     Cuando Will abandona la habitación me tapo con la sábana hasta la nariz y susurro:

—¡Papi, ven aquí que te necesito!

—¿Qué pasa, nena? —Se materializa en el acto.

—Dime dónde pone Van de Walle los micrófonos. No tengo intención de vivir con él mientras es testigo de mis conversaciones y me espía desde sus pantallitas.

—En el baño de aquí, en la sala, en la biblioteca, en tus dormitorios. En todos lados, a decir verdad. Pero tienes que esperar a que los ponga primero, Dan, aún no lo ha hecho. Estará de lo más ocupado cuando tú te duermas. También se lleva un pendrive  con el contenido de tu ordenador. Se trata de una tarea infructuosa, claro, nosotros nos hemos encargado de que no encuentre nada relativo a la investigación, solo humo.

—¡Menos mal! —Sonrío, contenta, pues le he ganado esta partida de ajedrez.

     No hay duda de que soy una agente del MI6  y de que el mafioso no ha logrado enredarme en su red de mentiras cochinas.


Cuando Danielle era adolescente todavía creía que su padre biológico podía cambiar.


 Ahora sabe de lo que es capaz y permanece indiferente a sus problemas. ¡Él se los ha buscado!


Su verdadero padre es Anthony, aunque cada vez que la abraza le deja el cabello parado.


Y el mafioso se le declara una y otra vez...



¿Crees que Will es sincero?



Lord Pembroke/Vader: yo soy tu padre.



Danielle y Will no pueden estar juntos,

pero tampoco separados.



https://youtu.be/3YxaaGgTQYM









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