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28- El mafioso y el sexo.

—Dígame, lady Helen: ¿qué piensa acerca de la detención de lord Pembroke, su yerno? —interroga Nat a mi abuela.

—Creo, sir Nathan, que en vista de los delitos que ha cometido es la consecuencia lógica. Y muy merecida, por cierto. —Los ojos azules iguales a los míos lanzan chispas—. En Inglaterra nadie está por encima de la ley y responderá por lo que ha hecho. ¡Aunque reconozco que nunca me gustó como yerno! Fue el responsable de que perdiera el contacto con mi hija, no aprobaba que fuese escritora de novelas eróticas. Pero la moral de ese hombre es un mero barniz. Porque utilizó su posición de marido consorte —pronuncia despectiva—, con premeditación y se valió de uno de los títulos nobiliarios de la familia para realizar sus fechorías. En próximas fechas le retiraré el ducado a mi hija y recaerá sobre mi nieta. Lo hago por respeto a nuestros ancestros, que en estos momentos seguro que se revuelven en sus tumbas.

—Las acusaciones de corrupción son muy graves y las pruebas contundentes —agrego con cierto placer—. Tampoco tengo contacto con mis padres. Cuando tenía cuatro años me dejaron en un internado y apenas los traté. Nos hablábamos una o dos veces al año, pero desde que empecé a trabajar como médium para The Voice of London me retiraron la palabra. Por lo visto en su escala de valores ser un delincuente es menos deshonroso que hablar con fantasmas.

—Y usted, lady Danielle: ¿cómo cree que pueda afectarla el revuelo mediático producido por la detención de lord Pembroke? —Mi jefe me efectúa un guiño cómplice de espaldas a la filmadora.

—No me afectará, sir Nathan. —Y reprimo las ganas de darle o de lanzarle un beso—. Insisto: al igual que mi abuela hace años que no me comunico con mis padres, salvo un par de encuentros breves y casuales. Fueron ellos los que se distanciaron aún más porque me negué a casarme con lord Salmond, también en prisión por los mismos delitos. Semanas atrás acepté salir con él para dejarle claro que no había la menor posibilidad de que nos uniéramos en matrimonio. Imagino que habéis visto las fotos, no me dejaba en paz. Pero lord Salmond me había preparado una encerrona que incluía a lord y a lady Pembroke.

—¿No le parece que es demasiado injusta con ellos en vista de los acontecimientos? —inquiere Nathan y vuelve a guiñar.

—¡De ninguna manera! A los cuatro años lord y lady Pembroke me ingresaron en un internado y casi no los conozco, no es que sea una hija desnaturalizada. Ellos sí han sido unos padres antinaturales. Mi abuela, en cambio, siempre procuró estar a mi lado, aunque ellos hicieron lo posible por impedírselo. ¿Debería esconderme, ahora, y fingir que la detención me preocupa? El mundo no gira alrededor de la gente con poder e influencias, tienen que cumplir las normas como los demás. —Lady Helen me contempla con cariño y me da un emotivo abrazo frente a las cámaras.

     Ya sé, ya sé, no me regañéis: estáis sorprendidos. Pensad que la entrevista que nos hace mi jefe se publicará en la portada de The Voice of London  y que la colgarán en la página de internet del periódico en el momento en el que detengan a lord Pembroke y a lord Sardina. Significa poner una tirita antes de la herida y estar preparados para el bombazo que significará. Mi abuela y yo somos mujeres famosas y no podemos esconder las cabezas en la arena como el avestruz.

     Por eso, cuando Operaciones me puso al tanto de las próximas detenciones, le pregunté si le parecía adecuado que atajara el escándalo de esta forma.

     Él me contestó:

—Es una excelente idea. Sepa que los encausarán muy pronto, como mucho en cinco días.

—¡Menos mal! —exclamé, satisfecha—. Creí que demoraría más. ¿Van de Walle también irá a la cárcel al mismo tiempo que ellos?

     Era una buena forma de terminar con la tentación, ese mafioso me traía de cabeza y necesitaba los barrotes de una prisión de alta seguridad para separarnos.

—No, por desgracia, no es por un tema relacionado con los negocios de Willem Van de Walle —me aclaró el jefe de Operaciones—. Pero sí de suficiente entidad como para ponerlo en alerta y que traspase responsabilidades o que las asuma. Lord Pembroke y lord Salmond serán detenidos por tráfico de influencias. Contamos con conversaciones en las que se comprometen a pagar sumas de dinero a cambio de que otros intercedan en algunas votaciones parlamentarias.

—¿No será alertar demasiado a Van de Walle? —le pregunté, dudosa.

—Sí, pero es inevitable. —Operaciones hizo amague de atusarse el bigote inexistente, se lo había afeitado—. Por algún lado tenemos que empezar. Debemos quitarle apoyos a la organización mafiosa. Las grabaciones que usted realizó en la casa de Van de Walle y en la embarcación de Salmond son magníficas, pero no podemos utilizarlas todavía. Hay que esperar a tener completo el puzzle para que no se nos escabullan algunos de los jefes, de lo contrario con la influencia del belga lo tendríamos en la calle al momento. Poner a Stone de nuestro lado de forma incondicional ha sido una idea magnífica, lady Danielle, me quito el sombrero.

—Pero sigo sin saber quién intentó matar a lord Salmond. —Y me revolví, molesta—. Si Noah no fue, ¿quién nos queda?

—¡Muchos! —me aclaró Smith—. No se puede traficar armas y diamantes de sangre sin hacer enemigos poderosos.

     Compartía el criterio de Operaciones: había que empezar a hacer limpieza. Aunque Willem no fuera a prisión la detención de lord Sardina y de mi padre —sus socios— era una traba en el desempeño de sus actividades delictivas. Y una barrera entre nosotros, también, porque al verlo yo solía perder la cordura.

     Rememoro la tarde en la que le abrí la puerta de la suite del Cape Grace Hotel  de Ciudad del Cabo. Ahí comprendí que la atracción sexual entre nosotros era inevitable. No podíamos estar juntos, pero tampoco separados.

—Necesito hablar contigo. —Willem me observaba con esa mirada que parecía absorberme dentro de las pupilas.

—¿No quedó todo claro? —Me encontraba calmada, pues el día de la llamada me había quitado la ira contenida.

—¿Puedo pasar? —me respondió con otra pregunta, suave la voz.

     Prefería que estuviera enojado, ese tono dulce me desarmaba. ¿Habría decidido ir sin guardaespaldas precisamente para esto, para tirármele en los brazos?

—Pasa. —Le abrí la puerta de par en par.

—¿Y tus acompañantes? —Se sentó en el sofá sin esperar mi invitación—. He intentado hablar contigo varias veces, pero no me permitían acercarme a ti.

—¿Para qué me lo preguntas? —Y alcé una ceja, aún de pieᅳ. Sabes a la perfección que los he dejado en Londres. Dime qué es eso tan importante que tienes que contarme.

     Estiró el brazo y me empujó hacia el sofá. Casi me le caigo en las rodillas.

—Es sobre nosotros. —Me cogió un bucle con la mano y lo acarició—. Tú y yo cuando estamos juntos hacemos magia.

     «¡Ni te lo imaginas!» y pensé en las habilidades que poseía y que él desconocía.

—¿Y qué pasa con tu humillación? —Le clavé la vista—. ¿Y qué pasa con mi humillación?

—¿Y si hacemos de cuenta que nada sucedió y seguimos como estábamos? —Me recorrió la mejilla con el índice de modo sensual.

—¿Y no te parece que esta es una sugerencia hipócrita? —Me sorprendí—. Yo sé qué piensas de mí cuando no estoy delante y tú sabes que por este motivo me he vengado al ponerte en evidencia frente a tus hombres.

—Por eso mismo. Lo más adecuado es seguir y borrarlo de nuestras memorias. Tu me quieres, aunque no lo admitas. Todavía llevas puesto El Corazón de Danielle, no te lo has quitado.

—¿Pero cómo puedo estar segura de ti? Podrías acercarte ahora para buscar la revancha.

—¡No soy tan infantil! —Se me aproximó más—. Te quiero, pero hay cosas que no puedo explicarte, tendrás que confiar en mí.

     Y, delicado, me pasó las manos por los senos para tentarme. Enseguida se me pusieron puntiagudos, como siempre respondieron al contacto de manera inmediata. Me quedé quieta sin hacer nada, me resistía mentalmente. Pensaba en el Secret Intelligence Service  mientras sus palmas me bajaban por el pecho y por la cintura. Recordaba la charla entre Will y lord Sardina en tanto me rozaban las caderas y las piernas. Me seducía porque los toques eran dulces y con ganas. ¡Las manos del mafioso, cómo las había echado de menos! Visualicé a Noah vestido de buzo para rebelarme contra las sensaciones, pero no pude evitar humedecerme y que el calor en el bajo vientre me quemara.

     Mandé al diablo la prudencia cuando su perfume a salitre y a algas me llegó hasta las fosas nasales. Solo sería una vez más. Solo me acostaría esa noche en África y lejos de casa. ¿Por qué negarme esta pequeña debilidad si temblaba sin control?

     Le envolví los brazos alrededor del cuello y le acerqué los labios. Jugué con los de Will. Los mordía impaciente. Los succionaba, rabiosa de que fuesen mi flaqueza. Disfrutaba con su grosor, se hallaban delineados de un modo incomparable. Y sin ningún apuro porque si iba a ser nuestra última madrugada, como yo me lo proponía, quería gozarla al máximo.

     Supongo que Willem intuyó que se trataba de un momento especial en el que silenciaba mi conciencia, pues me frotaba —tranquilo— las piernas. Como si hubiese deseado hacerlo durante largo tiempo y disfrutara yendo a un ritmo lento.

     Nos miramos a los ojos. «¿Por qué serás un traficante de armas?», pensé, «¿Por qué has tenido que complicarme la vida?» Mientras, le desprendía la camisa y le pasaba la lengua por el pecho. Jugaba con los pezones masculinos y Will se estremecía. Me besaba sin interrupción en la nuca, en el cuello, en las mejillas. ¡Y con demasiada pasión! Si seguía así provocaría que me costase un triunfo olvidarlo.

     Luego se paró y me hizo levantar para caminar hacia el lecho. Me recosté sobre la cama. Él se puso boca abajo, encima de mí. Sentía su cuerpo a lo largo de mi figura y la dureza de los músculos me volvía loca. ¡Que Dios me ayudara a olvidarlo! El mafioso participaba de mi propia efervescencia. Pretendía estar en todos los sitios al mismo tiempo. Me desabotonaba la parte superior del pijama y dejaba la tarea a medias para quitarme el pantalón. No sé por qué —quizá porque no me convencía de lo que sucedía— me quedé quieta de repente y lo dejé hacer. O tal vez como retribución inmerecida por nuestro último encuentro. Yo ahora solo lo observaba, excitada, y trataba de convencerme de que era verdad que se encontraba allí conmigo. Will tiró de mi sujetador y provocó que saliese del trance. Me lo rompió cuando me lo arrancó y luego lo dejó caer sobre el suelo.

     Me analizó y me confesó por enésima vez:

—¡Te quiero, Danielle, convéncete de que te amo! Mírame a los ojos: ¿no te das cuenta de que es cierto?

     No le contesté, pues me inundó la rabia. Vi que los ojos azules le brillaban y que tenía las pupilas dilatadas. Parecían sinceros, pero en él siempre todo lo parecía, también cualquier mentira cochina.

     Lo odié por pronunciar estas palabras. En lugar de echarlo de la habitación estiré la mano y lo sujeté por el pelo. Mi venganza —en esta ocasión— sería que nuestra última noche fuese única, mágica, irrepetible con otras personas. Acerqué los labios de Willem a los míos, lo besé con ganas y entrelazamos las lenguas.

     El mafioso se me desprendió de la boca después de algunos minutos. Empezó a bajar y me probaba los senos, la cintura, el ombligo. Daba la sensación de que no solo había extrañado mi presencia, sino también mi sabor, mi aroma, mi tacto, mis sonidos. ¡El cuerpo de Willem me reclamaba a gritos! Y entera. «O eso finge», me recordé. ¿Cómo podía disimular tanto? Su miembro era el único que decía la verdad. Lucía una acuciante erección, él sí me deseaba sin más trámite.

     Pero Will se tomaba el sexo con calma. Bajaba y me besaba el vientre y el pubis con ganas. Se me colocaba entre las piernas y bebía de mí como si fuese un manantial inagotable. ¡Me volvía gelatina! No aguanté más y me puse sobre él. Lo guie hacia mi interior y me moví rápido, de manera primitiva e incontrolable. Cualquiera que me viera pensaría que intentaba ganar el tiempo perdido, pero el aroma a sexo que generábamos juntos me había ocasionado el mismo frenesí que si estuviese en una bacanal de la Antigua Roma.

     Hicimos el amor la noche entera. Sin descanso y sin hablar. Hasta que al final dijimos basta, pues estábamos exhaustos. Nos bañamos juntos para liberarnos del sudor e ir a dormir. Pero mientras nos duchábamos nos embargó el deseo y no pudimos resistirnos otra vez. Terminamos teniendo sexo allí también. Al volver a la cama desde el servicio caímos rendidos.

     Serían las ocho o las nueve de la mañana cuando coloqué El Corazón de Danielle  en la mesilla de Will, al lado de su reloj. Y abandoné la habitación mientras él todavía dormía. Le pedí al gerente del hotel que reuniera mis pertenencias y que me las enviase a Londres. Pagué la factura e incluí una sustanciosa propina. Cogí un taxi y hui hacia el aeropuerto como si fuese una ladrona cobarde. Allí me subí en el primer avión que partió hasta Heathrow.

     La voz de sir Nathan me devuelve al presente:

—Espero, lady Helen, que acepte mi invitación a cenar. He elegido un sitio muy bonito para ir los tres. —La entrevista ha finalizado sin que me percatara.

     Galante, le da el brazo a mi abuela. Es un admirador de su obra desde que era adolescente: ha devorado todos sus libros. ¿Será de allí que ha aprendido tanto acerca del sexo?

—Gracias, muchacho, me gustas mucho para mi nieta. —Ella le acaricia la cara—. Pero os dejaré solos. ¡Divertíos!

     Lanzo una carcajada y le doy un beso. Como lady Helen no hay otra, es increíble.

—Cambio de planes, colega. —Y mi jefe me ciñe entre los brazos—. Vamos a casa.

      Una hora después, cuando estamos saciados y recostados sobre su sofá —hemos hecho el amor sin desnudarnos— le comunico a Nathan:

—He recaído en mi enfermedad.

—Lo supuse, Dan, has vuelto antes de Ciudad del Cabo. —Me besa el pelo—. Pero no es una recaída. Piensa, mejor, que has realizado un trabajo extra para el Secret Intelligence Service. Es una suerte que ese delincuente esté enganchado a ti como si fueses su droga.

—¡Tienes razón, cariño! —Lo abrazo muy fuerte, pues me entiende a la perfección—. Ya que detesto esta debilidad pensaré que ha sido un movimiento oportuno para el servicio. Soy una buena espía, entonces.

—Claro, querida mía, todos los espías tenemos un Van de Walle. —Me baja la cremallera delantera del vestido—. Le has hecho jaque al rey en Sudáfrica, un buen movimiento.

—Sí, tienes razón. —Y le desabotono el pantalón—. Pero ahora quiero probar contigo algunos movimientos del Kamasutra.


Sir Nathan se mostraba serio en la entrevista, pero cuando la cámara no lo enfocaba le efectuaba guiños a Danielle.


Danielle aprovechó la entrevista para desquitarse de sus padres.


Pero no pudo evitar entregarse al mafioso...


  Por suerte rectificó y regresó junto a Nat.


Y él, como siempre, la entendió a la perfección.




¿La atracción puede ser tan grande que haga doler el corazón?



Danielle intenta olvidar a Will en el Cape Grace Hotel, pero él se aparece por allí. 



I

https://youtu.be/Mhj15W23IjA



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