24- Un baño de realidad.
—Janice, por favor —le pido a mi secretaria en The Voice of London por el intercomunicador—, llama a sir Nathan. Pregúntale si está solo y si me puede recibir ahora.
—Enseguida, Danielle —me responde, solícita, y yo aspiro con fuerza el aroma a libro antiguo y a papel.
Mi oficina es espectacular. La he decorado en un estilo moderno, pero conserva una cierta sofisticación del pasado. Porque utilizaron maderas de roble en las librerías y en el escritorio y los repujados reproducen el escudo heráldico de los Pembroke en honor a lady Helen. En las paredes solo hay un cuadro, Bailarina con un arreglo de flores, de Edgar Degas[*]. Es un original que me regaló mi abuela para que lo colgara aquí porque adoro el ballet. La pintura y el amplio ventanal que se extiende desde el suelo hasta el techo —permite contemplar la City de Londres a nuestros pies— siempre deslumbran a los visitantes.
—Danielle, sir Nathan dice que la espera impaciente. —Se escucha la voz metálica a través del aparato—. Quiere que le cuente todo acerca de su viaje a Estados Unidos y a Canadá.
—Gracias, Janice —le respondo, contenta—. Ahora voy para allí. Quedas tú sola, otra vez, para defender esta fortificación.
Antes de encontrarme con Nathan me analizo en el espejo. El abrigo negro de piel sintética —imitación perfecta de la natural— me sienta genial y está en su sitio, al igual que el maquillaje ligero que me he puesto. Llego enseguida al despacho del jefe, pues ambos se encuentran en la zona de los directivos del periódico.
—¡Cómo he extrañado a mi periodista favorita! —Nat se levanta del sillón, me abraza y después me hace girar en el aire—. ¡Estás guapa como siempre!
—Acabo de bajar del avión, casi, y lo primero que hago es venir a verte —lo ciño fuerte y le doy un beso sobre los labios; luego le guiño el ojo y le pregunto—: ¿Tienes alguna cita en las próximas horas?
—Nada que no se pueda posponer. —Se pone de pie para ir a trancar la puerta—. ¡Soy todo tuyo, Dan!
Cuando se da la vuelta me desabrocho el abrigo con lentitud y permito que se deslice hasta la alfombra. Debajo llevo un bodie de Sarrieri de tul transparente con bandas rectas y dibujos de círculos en las zonas estratégicas. Y tiene una cremallera en la parte trasera. Impresiona, a decir verdad, y más unido al portaligas y a las costosas medias negras que hacen juego con él.
—¡Mi Dios! —chilla Nathan, anonadado—. ¡Esto no me lo esperaba!
Este numerito —al igual que el del hielo— siempre funciona. Una vez, hace años, quedé por teléfono con el acompañante de turno en ir directo a la habitación del hotel Dorchester. Pero a último momento él cambió de opinión y me invitó a comer en su famoso restaurante, donde cenaba la crema y nata de Londres.
—¿No te quitas el abrigo, Danielle? —me preguntó, asombrado.
—Mejor no, cariño ᅳle respondí—. Tengo frío.
A medida que transcurrían los minutos me resultaba imposible disimular el calor que me subía por el cuerpo, pues me cocinaba a fuego lento como si fuese una langosta.
—¿No te parece que es mejor que te quites las pieles? —insistía una y otra vez—. Pareces acalorada, estás roja como un tomate.
—¡Por supuesto que no! ᅳle contestaba veloz.
Claro que, más tarde, al verme solo con el corsé, con la tanga, con el portaligas y con las medias con costura, todo en tono azul francia, comprendió el porqué.
A pesar de que ya lo experimentamos casi todo con el mafioso, aún no tuve oportunidad de hacerle esta jugarreta, pero pronto la llevaría a la práctica. Sería un cambio abismal si lo comparamos con nuestra aventura tailandesa, pues terminamos repletos de garrapatas y de piojos. ¡Fue muy divertido, aunque nos rascáramos sin parar!
—¡Qué has hecho conmigo, Danielle! —Y se miraba las picaduras que le decoraban el cuerpo.
—Lo mismo que he hecho conmigo, cielo. —Le daba un beso para consolarlo—. ¡No seas quejica!
—Lo dices porque a ti no te han dejado estas ronchas —se lamentaba, pero en el fondo había disfrutado tanto como yo.
Apenas nos separamos estos últimos tiempos, pues cuando estuvieron listas las fotos y publicaron mi artículo en el National Geographic Magazine —se titulaba Los elefantes liberados en Trang—, efectuamos la exposición del mismo nombre en el MoMA de New York y en el Royal Ontario Museum, ROM, de Canadá. ¿Sería casualidad o Willem intentaba competir con Nathan? Tal vez deseaba deslumbrarme mediante el ejercicio de su poder. Al vivir rodeada de personas influyentes olvido que en ocasiones este tipo de acciones se utilizan para sacar provecho.
Lo de compaginar amoríos lo aprendí de lady Henrietta, la ahijada de mi abuela. Cuenta con alrededor de cuarenta años y siempre goza de la compañía de algún joven veinteañero. No le gustan los hombres de su edad, y, menos aún, los mayores.
—Son muy aburridos, Dany. —Hace un gesto de desagrado cada vez que se refiere a ellos—. Solo hablan de negocios, de cuentas bancarias, de enfermedades o del golf. Yo soy una adolescente y tengo las inquietudes de una adolescente, ¿cómo convivir con un vejestorio? Tuve dos maridos que me llevaban diez y quince años, así que he cumplido con mi cuota de aburrimiento.
Y por suerte podía darse el lujo de vivir a su aire al ir del brazo del chico de turno. No caigáis en tópicos al pensar que los amantes de lady Henrietta solo se acercan a ella por su inmensa fortuna personal, que se añade a la que le dejaron sus dos esposos. No es de una belleza deslumbrante, pero sí una pelirroja muy guapa y de ojos verdes. Con algún kilo extra porque sostiene que las mujeres con curvas ligan más. Ella me enseñó que el hielo y la seducción de un abrigo de piel resultan muy sensuales.
Claro que a pesar de la confianza que nos une, lady Henrietta no sospecha que yo colaboro con el Secret Intelligence Service ni que la utilizamos como tapadera para nuestro supuesto acercamiento. En apariencia los nuestros son encuentros de tres amigas.
—¿Y qué tal te ha ido ayer, Aline, con ese amante tuyo tan complicado? —le preguntaba a la reina cada tarde después de que su mayordomo o el camarero nos sirviera los tés con pastas.
—Con sus dudas de siempre, Henrietta ᅳle contestaba ella—. Es un quiero, pero no quiero.
—O sea que se mete en tu cama, pasa toda la noche y a la mañana siguiente te dice que no vuelven a verse —resumía la situación.
—Exacto, pero siempre regresa sin llamar por teléfono. —Y Cleopatra, fastidiada, movía de arriba abajo la cabeza.
Quizá Chris se hallaba enfadado por permanecer en Londres para hacerse cargo de la reina. Se suponía que yo lo ayudaba, pero viajaba de un punto a otro del globo debido a lo de Trang, así que la tarea recaía sobre él. O tal vez el agente no sabía qué decisión tomar y las dudas lo reconcomían. No es fácil reconocer que uno se ha enamorado del fantasma que ha parasitado el cuerpo de una amante.
—Y supongo bien, Aline, si digo que todas vuestras noches son increíbles, ¿verdad? —Era una pregunta retórica, bastaba echarle un vistazo a la cara de Cleo para deducir la respuesta, pues parecía el gato que se había comido el canario.
—¡Christopher es increíble! —Cleopatra ponía cara soñadora y yo, que había degustado antes el manjar, le daba la razón.
—Pues lo que tienes que hacer, querida amiga, es darle celos. —Lady Henrietta la apuntaba con el dedo índice—. Debes salir por ahí mañana y que tu macho dominante no te encuentre.
—No imagino a alguien más distinto del prototipo del macho dominante que Chris —protestaba yo y abría mucho los ojos.
—Entonces habrá que hacerle caso a Danielle, se nota que lo conoce muy bien. Ya sé lo que haremos, Aline: te presentaré a alguien muy importante, de los que siempre salen en los periódicos, para que Chris entre en shock. —Y en el rostro de Henrietta se notaba el entusiasmo.
—Así Christopher comprenderá que no estaré siempre disponible. —Cleopatra palmeó muy contenta—. ¡Por Osiris que es una idea genial! —Me llevé las manos a la cabeza ante la mención del dios egipcio, pero a lady Henrietta no le llamó la atención.
Le tenía mucho cariño a Cleopatra, pues era una amistad en la que no cabían los secretos, dado que ambas compartíamos nuestra relación con el mundo sobrenatural y con el espionaje. Pasábamos largas horas juntas —en mi casa o en el piso de ella— mientras repasábamos una y otra vez los hechos que ambas conocíamos. Le pedí, inclusive, que convenciese a papá para que soltara prenda, pero él tampoco caía en la trampa de la reina.
—¡Son tantas las incógnitas que me rondan! —Me pasé la mano por la frente, cansada, llevábamos muchas tardes de análisis y no progresábamos—. En primer lugar: ¿por qué Anthony me preguntó en la pirámide de Keops si quería volver a Londres o irme con Will? Cuando salía con Noah Stone siempre estaba tenso y no se separaba de nosotros ni a sol ni a sombra. ¡Willem es un traficante de armas y de diamantes de sangre y un asesino! ¡Un mafioso en toda regla! ¿Por qué papá lo protege?
—Por lo que tú me contaste Noah siempre acata las órdenes, Danielle —reflexionó Cleo en voz alta—. Tal vez deseaba darle una lección. Por aquello de que seguir las directivas no es lo más conveniente en una misión si trabajan contigo y con tus amigos. Con respecto a Will, para cualquiera es obvio que está enamorado de ti.
—No sé. Yo no me fío ni un pelo, nada es lo que parece respecto a ese hombre —y le pedía—: Anota en tu libreta, Cleopatra. Incógnita número uno: ¿por qué Anthony protege a Willem Van de Walle?
Y ella escribía, a veces en inglés y otras con jeroglíficos.
—La segunda pregunta —continuaba yo sin interrupción—: ¿quién ha intentado asesinar a lord Sardina? Los más sospechosos son Will y el cuarto topo. Por desgracia, no tenemos idea de quién es. Solo sabemos por tu conversación en Ivory House que se trata de un varón.
—¡Y eso que lo he intentado una y otra vez con lord Salmond, Danielle! —Cleopatra chasqueó la lengua, fastidiada—. Hasta he pensado en acostarme con él para tirarle de la lengua.
—¡Dios Santo! ᅳchillé, horrorizada—. ¡Que no se te ocurra! Lady Henrietta me ha repetido los comentarios de algunas mujeres que se acostaron con él y no te lo aconsejo.
—Por ahora te haré caso. —Me tranquilizó—. Pero si continuamos sin dar con el topo no tendré otra opción. ¡No soporto que la vida de Christopher esté en peligro!
—No me creo capaz de acometer esa hazaña por la vida de nadie. —Me estremecí, asqueada—. ¡Y eso que no soy ninguna virgen victoriana!
—Te entiendo, Danielle. —Efectuó un gesto de repugnancia—. Por eso lo dejo como última alternativa.
—Gracias a ti ya sabemos la respuesta a la tercer pregunta —pronuncié con una sonrisa para animarla—. Lord Salmond fue el que planificó los atentados masivos como manera de aumentar la venta de armas y el terror. El miedo siempre favorece la aprobación de determinado tipo de leyes. ¡A algunos expresidentes estadounidenses les funcionó de maravilla!
—¿Leyes de qué tipo? —inquirió ella, confusa.
—Leyes que restringen nuestros derechos, algo en lo que lord Sardina tiene mucho interés. —Arrugué el entrecejo—. Confía en ti para comentarte esto, Cleopatra, tenlo presente. ¡No es necesario que te inmoles en su cama!
—¡Sí! —Y lanzó una carcajada—. Por esto es por lo que pienso que si me acostara con él me enteraría del resto y reuniría más pruebas.
—La verdad no merece tanto sacrificio. —Le palmeé el brazo con confianza—. Aunque me alegra saber que las fricciones con Will empezaron por eso.
—Sí, Will no quería saber nada de atentados masivos en el Primer Mundo —continuó Cleopatra—. No deseaba llamar la atención sobre la organización. Lord Salmond actuó por libre y desde ahí la relación atraviesa su momento más difícil.
—Cuando rescatamos en Mauritania a los periodistas de The Times —recordé, pensativa— me sorprendió que los terroristas fueran británicos. Y también me llamó la atención el despliegue que tenían montado en Brooklyn cuando rescaté a Nathan, pero esta es otra historia.
¿Por qué siempre floto en la estratósfera con mis pensamientos? Regreso al presente y miro con cariño a mi jefe mientras me abraza. Huelo su perfume mezclado con el fresco aroma corporal y me embarga la ternura. Recuerdo cómo le salvé la vida, sé que jamás me arrepentiré de haberlo hecho.
Él me acaricia la piel a través del tul del bodie. Me excito al arrastrar los objetos del escritorio y tirarlos al suelo para hacer el amor allí como en las películas. No hay duda de que papá me contagia todas sus rarezas.
—¡Wow! —Nat no se enfada porque le he desacomodado los folios—. ¡Esto promete!
No se puede decir que sea el colmo de la comodidad recostarme sobre la fría madera, pero sí una experiencia provocadora y morbosa mientras el resto de los compañeros trabaja. Nos fundimos el uno en el otro sin preliminares. ¡Cuánto nos hemos extrañado! No necesitamos expresarlo con palabras, nuestros cuerpos gimen y lo anuncian a gritos.
—¿Y si nos vamos al sofá? —me pregunta quince minutos después: yo siento un déjá vu.
—Me parece lo mejor, Nat. —Asiento con la cabeza enseguida—. Estoy a punto de quedarme sin espalda.
—¡Y yo sin piernas! —Larga una risotada.
Cuando nos hallamos recostados ríe y me pregunta:
—¿Te pasearás por el periódico semidesnuda? Creo que hoy por tu culpa nadie trabajará.
—Tengo un bolso preparado con ropa. —Lo beso cariñosa—. Solo hace falta que le pida a Janice que me lo traiga... Será mejor que me ponga en marcha o todos me acusarán de acaparar al jefe.
—¡Por mí quédate aquí todo el día! —Y me ciñe entre los brazos—. Siempre te extraño cuando te vas de viaje. ¿Quedamos hoy en tu casa o en la mía?
—En la tuya mejor, Nat. —Le doy otro beso cariñoso—. Le diré a mi secretaria que no coja citas, que tengo ocupada incluso la noche de hoy.
Media hora más tarde —luego de darme una ducha rápida en el baño de Nathan y de vestirme con corrección— me dirijo hacia mis dominios. Entro en cortocircuito al encontrar a mi mafioso en la sala de espera mientras intercambia comentarios formales con Janice, que lo observa fascinada. Le efectúo una señal y me sigue hasta el interior de mi despacho.
—¡¿Un Degas auténtico?! ¡Y vaya vistas de la City, todo esto es impresionante! —exclama como el resto de los visitantes al entrar en mi oficina.
Camina de un extremo al otro, se nota que le cuesta reponerse del impacto al contemplar tanto lujo.
Después de una pausa prolongada, me abraza y me confiesa:
—Me comentaba Janice que hoy tienes todo completo. ¿Y si ya que no podemos vernos más tarde nos divertimos un rato aquí? Te he extrañado y eso que recién, como quien dice, nos hemos separado.
Anonadada, percibo king cobras en el estómago. Y así, sin venir a cuento, me doy un baño de realidad y comprendo que yo también lo quiero un poco... Aunque sea el capo de una mafia y me escamotee millones de secretos.
[*] Me tomo esta licencia literaria, espero que me perdonéis. El cuadro se encuentra en el museo de Orsay de París.
Sir Nathan está encantado de recibir a Danielle en su despacho.
Y más cuando descubre la sorpresa que le ha preparado.
¿Te imaginas la cara de su mafioso si supiera lo que han hecho?
¡Vaya momento!
Dime la verdad: ¿te parece extraño que Will visite a Danielle en la oficina?
¡Qué guapo Nathan!
La City de Londres y el Támesis vistos desde el ventanal de la oficina de Danielle.
Algunos cuadros de Degas. Entre ellos está el de Danielle, Bailarina con un arreglo de flores.
El striptease de Danielle a Nathan.
https://youtu.be/taSubkjZUA4
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