Estoy en la exposición de mis fotografías en la Royal Academy of Arts, pero en esta oportunidad no he desempeñado ninguna actividad en cuanto a la organización del evento. Aunque os desconcierte tanto como a mí, me he enterado del gran acontecimiento porque ayer me ha llegado la invitación.
Lady Danielle Williams y The Royal Academy of Arts
tienen el placer de invitarla o invitarlo a la exposición
DESAFÍOS MARINOS.
La mitad del dinero recaudado será donada a Greenpeace.
La sala rebosa con cientos de caras conocidas. Todos me saludan como si fuese la promotora e intercambiamos algunos comentarios insustanciales. Hasta ahora me he escabullido del anfitrión —Willem Van de Walle—, que cuenta con un poder de convocatoria impresionante en Londres también.
—¿Cómo estás, Danielle? —me preguntan desde atrás.
Giro, y, frente a mí, está Ryan O'Donell.
—Muy bien, como siempre. —Fría, me acomodo la cabellera—. ¿Y tú?
—Bien, de aquí para allá. —Evasivo, baja la vista—. Solo quería comentarte que las fotos son estupendas... Y que lo siento, me comporté fatal contigo.
Efectúo un gesto con la cabeza, pero mantengo el silencio. No necesité enviar a las abogadas ni a los fantasmas. Cuando le expliqué que lo despedía y cuál era el motivo reconoció los hechos enseguida, me devolvió el dinero y me entregó la memoria de la cámara. Ni siquiera intentó mentirme con explicaciones de que pensaba comunicarme la venta de los retratos más tarde.
—¿Y qué tal la nueva fotógrafa? —Un reflejo esperanzado le brilla en el rostro.
—¡Estoy encantada con ella! —Le barro de inmediato cualquier ilusión—. Nos llevamos genial y sus fotografías son impresionantes. Debo seguir, ya nos veremos.
He advertido que mi mafioso ha reparado en mi presencia y se encamina hacia mí. Un enjambre de avispas me aguijonea en el estómago por dentro y me escondo entre los descomunales retratos que surgen de la nada. Dan la impresión de ser palmeras que brotan desde el suelo. ¡¿A que soy tonta al esconderme?! Imaginaba que hablaríamos, pero la reacción ha sido instintiva.
Me resulta sencillo escabullirme, voy a favor de la corriente y Will camina en sentido contrario a la muchedumbre. Quizá solo preciso un par de minutos para reponerme, así que observo la imagen en la que el gran tiburón blanco me remolca acompañado del otro escualo, que no se le queda a la zaga en tamaño. Visto con la lejanía que da el tiempo transcurrido me pregunto: «¿De verdad soy tan intrépida?» Porque al contemplarme así —diminuta entre los dos gigantes—, mientras me diluyo en un punto del océano que se muestra inabarcable, parece un heroísmo mucho mayor de lo que me figuraba en el momento de acometerlo.
—¡Al fin te encuentro, Danielle! —El delincuente se materializa a mi lado como si fuese uno de mis espíritus.
Me coge de la mano y tira de mí hacia su cuerpo, igual de cálido y de aromatizado a algas que un mar tropical. Roza los labios con los míos, y, enérgico, me abraza como tantas otras veces. Por un momento bajo los párpados y creo que no me fugué, me da la sensación de que hemos llegado juntos a la exposición. Yo también lo ciño. He añorado sus achuchones, nuestras sesiones inacabables de sexo, nuestras proezas en medio del Atlántico, del Pacífico y del Índico. Extraño la textura de sus labios, las muestras de cariño, la suavidad de la piel brillante de la nariz, su aroma a hombre, acariciarle el miembro y guiarlo entre mis piernas.
—Supongo que no me has extrañado, ¿verdad? —Tiene los ojos brillantes—. Noto que no.
—¡Nada de nada! —Intento advertir algún cambio en él.
—Dime, ¿te gusta la muestra que te he organizado? —Abarca la sala con los brazos.
Podría contestarle que es otro ejemplo del afán por controlarlo todo, incluso hasta el más pequeño detalle. Pero me callo porque soy consciente de que la exhibición le sirve de excusa para que se produzca este encuentro.
—¡Impresionante! —lo halago y de verdad lo pienso—. Me ha impactado que los cuadros parezcan salir del interior de la Naturaleza y que no cuelguen de las paredes. ¡Jamás lo hubiera hecho mejor que tú! Se deduce con facilidad cuál es tu profesión.
Al pronunciar estas palabras recuerdo que no es oro todo lo que reluce. Casi me creo su red de mentiras cochinas y por ser una espía de la Inteligencia Británica nunca debería relajarme.
—¿Has pensado en mí este tiempo? —insiste, me devora con la mirada—. Porque tú no has abandonado mi mente ni un solo segundo.
—¿Y eso qué importa? —Me quito un mechón rubio que, al mover con brusquedad la cabeza, me ha quedado entre los labios—. A veces lo que más nos atrae no es lo que más nos conviene.
—¡Ay, Danielle, Danielle! —Se ríe—. ¡Cómo me gustaría estar dentro de tu cerebro! ¿Es posible que todavía no te des cuenta de que te quiero para mí? ¡Eres increíble! ¡¿Aún ignoras que me he enamorado de ti?!
Me viene a la mente la canción Every breath you take, de mi compatriota Sting cuando formaba parte del grupo Police.
Aquello de:
Cada aliento que tomes,
Cada movimiento que hagas, cada atadura que rompas, cada paso que des,
te estaré vigilando.
Describe la obsesión del mafioso en su intento de poseerme. Si fuese una persona capaz de asustarme, me imagino que reflexionar acerca de la posibilidad de tener dentro del cerebro a Willem Van de Walle —mientras me roba los pensamientos o me introduce otros— sería el momento apropiado para que me inundara el pánico. ¿O quizá no? Seguro que se me ocurrirían un sinfín de estrategias para seguir siendo invencible a pesar de esto. Quizá llenaría la mente con tantas ideas, introspecciones, hipótesis, conocimientos, estudios históricos, novelas, epopeyas, que conseguiría que el belga y la máquina entrasen en cortocircuito. Mantendría la identidad y mi voluntad, aunque tuviera que cambiar el esquema mental. Ni siquiera de noche al dormir podría alterar o hacerme dudar de mis sueños porque dentro de ellos pondría claves a las que él jamás conseguiría llegar y que me indicarían si intentaba manipularlos.
De cualquier forma, sus palabras me inducen a la reflexión, pues la industria de la guerra siempre va por delante de la médica o de la recreativa. No debéis olvidar que los científicos inventaron aparatos para traducir el pensamiento de los animales, exoesqueletos para paralíticos que responden a las ondas cerebrales y juguetes guiados por órdenes mentales. No se me ocurre una máquina que sea más destructiva para nuestra condición de seres humanos, peor que la bomba atómica. No nos roba la vida, sino que nos despoja del alma. Siempre nos hablan de las repercusiones positivas de la tecnología y se olvidan de valorar qué sucede cuando sus juguetitos bélicos caen en malas manos. ¡Los hombres suelen jugar a ser dioses! ¿Despertarán la ira de algún Ser Supremo como se describe en todas las mitologías, también en la cristiana?
Pero volvamos al comentario de mi mafioso, que me recuerda el motivo por el que me escapé a la velocidad del sonido de su isla privada en las Seychelles. Debo olvidarme de él a como dé lugar, aunque es más fácil decirlo que hacerlo.
Cuando arribé a Londres después de mi fuga me reencontré con Nathan y con otros amantes e ignoré el vacío que clamaba por el delincuente desde el fondo de mi ser. A causa del secuestro, no me reintegré al trabajo enseguida por órdenes del jefe. No quiso hablar de dejarme sin sueldo, pese a que yo insistiese en lo contrario.
Al final no tuve más remedio que reconocer ante mí misma que daba igual cuántos hombres me recorrieran el cuerpo, no conseguía olvidar los juegos sexuales con el mafioso. Llegué al extremo de coger un avión hasta el aeropuerto de Berna y de ahí fui en un coche alquilado a Lauterbrunnen —también en Suiza— para cambiar el chip con el salto B.A.S.E., el deporte extremo más peligroso y qué más vidas se ha cobrado.
—Puedes tirarte, no te pasará nada, babe. —Me tranquilizó Anthony—. ¡Y será una experiencia sublime!
Para ser honesta tal vez no me animara sin estas palabras previas, impone un montón. Y eso que planifiqué el salto con los expertos en la materia y tenía claro desde dónde y cómo lo efectuaría. Porque es un tipo de paracaidismo en el que se salta desde un edificio o de una antena o de un puente o de un risco, lo que significa que la altura es muy baja y el tiempo de caída solo permite abrir un paracaídas. El más mínimo error resulta mortífero.
Pero cuando me hallaba en la cima de la montaña rocosa me olvidé de los miedos y me dio la sensación de que yo controlaba la Naturaleza. Pensamiento utópico y muy gratificante. Contemplaba en los valles las casas espaciadas que sobresalían, rodeadas de parcelas y de huertos, cuyas rayas parecían haber sido realizadas con escuadra y con rotuladores de colorines. El siguiente plano era el reino de los bosques de coníferas, y, más arriba, se enredaban los arbustos y los pastos que matizaba de verde la geografía suiza. Picos coronados con nieve, glaciares, ¿os imagináis un paisaje más opuesto al océano y a sus habitantes?
Aspiré hondo el perfume de la montaña. Dejé de recrearme de modo pasivo y me lancé. Fui cuidadosa con el ángulo de ataque para flotar y sacar el máximo rendimiento a las corrientes. Con el traje parecía una ardilla voladora, pues elevaba el hombro izquierdo o el derecho. Así, eludía los bordes afilados de los riscos. Esquivé la cascada Staubbach, no deseaba mojarme ni tener el mínimo contacto con elementos pertenecientes al mundo acuático. Repleta de adrenalina, me acercaba al suelo a más de cien kilómetros por hora. Tiré del dispositivo del paracaídas cuando comenzaba a percibir cada conífera en particular en lugar del bosque.
¿Cómo describir la sensación? Era un ángel, parte de la montaña y de la atmósfera, un pequeño trozo de granito y una partícula de oxígeno. Solo tenía conciencia del vuelo, del olor del cielo, del verdor y de la nieve que me rodeaba. Si pretendía olvidar el pasado reciente puedo aseguraros de que en los treinta o cuarenta segundos que duró mi primer descenso lo conseguí. Quizá por eso fue por lo que me tiré el día entero una y otra vez. También a la jornada siguiente. Y la semana completa.
Volví a Londres porque Operaciones me convocó y luego concurrí a la reunión del MI6 donde la lio la última reina de Egipto. Recuerdo las caras de los asistentes y sonrío, ninguno sospechó que se les hubiese colado un fantasma.
—¡Esto es intolerable! —Operaciones se hallaba fuera de sí cuando Cleopatra se negaba a salir del cuerpo de la agente Aline Green—. ¡Por favor, lady Danielle, intente convencerla, usted es la experta en el tema!
—Creo que no ha reflexionado, Smith, sobre las implicaciones beneficiosas que la reina nos ha puesto en bandeja de plata. —Intenté persuadirlo mediante un tono convincente.
—¡¿Implicaciones beneficiosas?! —Los demás espías dirigían la mirada de uno a otro como si fuese un partido de ping-pong.
—Considere, en primer lugar, que sin que el MI6 supiera nada Cleopatra ha inutilizado al tercer topo. Una topa en este caso, la agente Green —enfaticé las palabras y me levanté del asiento y me puse detrás de la reina, con ambas manos sobre el respaldo para brindarle mi apoyo y mi protección—. Y, lo más importante: ahora somos nosotros los que tenemos un espía dentro de esa organización mafiosa.
—¿Pero cómo es posible que un fantasma invada un cuerpo de esta manera? —El jefe de Operaciones se había quedado atascado en la perplejidad—. Y lo peor, ¡¿cómo no nos hemos dado cuenta?! ¡Si hasta participó en una de nuestras misiones. Hizo trabajo de apoyo y utilizó nuestra tecnología!
—La posesión no es un hecho aislado, sino muy común —le expliqué con voz tranquila para que se le fuera el susto: que el mundo se convirtiese en un sitio que no pudiera ser controlado con máquinas significaba un shock para Smith—. Los amigos y los familiares notan que la persona está extraña y no se enteran porque el ocupante tiene acceso a la mayoría de la información. O, si sospechan, ya están los psiquiatras para ponerle el nombre de una enfermedad mental... Dime, Cleopatra, ¿oyes la voz de la agente Green dentro de tu cabeza?
—No la he oído en ningún momento, solo mis pensamientos —me aclaró enseguida—. Es como si nunca hubiera estado aquí.
—Esto sucede cuando el espíritu de la persona es muy débil —les expuse, todos escuchaban mis palabras sin parpadear—. Quizá no estuviera contenta al actuar de espía doble y se viese obligada a hacerlo. Aunque esto, por supuesto, es mera especulación. Si la dejáramos volver, suponiendo que pudiese hacerlo, ¿sabe en qué riesgo pondríamos la seguridad nacional?
—¿Cómo «suponiendo que pudiese»? —Abrió los ojos a lo pez—. ¿Me está diciendo que puede ser que la agente Green jamás regrese? No lo comprendo. ¡¿Y cómo la juzgaríamos por su traición?!
—Me temo que es una probabilidad para tener en cuenta —afirmé, segura—. Incluso si la reina saliese el cuerpo podría morir. Además, si planeaban algún tipo de atentado lo mejor es que Cleopatra lo ocupe hasta desenmascarar al cuarto topo por lo menos.
—No sé. —Operaciones no se hallaba convencido, pero era un paso en la dirección correcta—. Es una situación extraordinaria, nunca nos había sucedido antes.
—Nunca se había enterado antes diga, mejor. Pero entiendo sus resquemores, Smith. —Le palmeé el brazo comprensiva—. Usted sabe que desde que tengo cuatro años Anthony se ha hecho cargo de mí y ejerce de padre. ¿Se imagina la protección extra que esto significa para el agente Kendrick y para todo el equipo? Creo que usted no lo ha meditado. ¿Sabe qué afortunados somos al contar con la experiencia de la reina combinada con la pericia de la agente Green?
Chris me escrutaba con escepticismo. Al fin y al cabo, era él quien lidiaba con la Cleopatra enamorada. Y era una mujer fantasma más caliente que el desierto del Sahara.
—Está bien, me ha convencido —aceptó el jefe de Operaciones—. Pero estará a cargo de usted y del agente Kendrick, así combinan las experiencias juntos. Yo me atendré a lo que ordenen mis superiores, pero creo que sus argumentos también los persuadirán.
Como es obvio aquello de «las experiencias juntos» se relacionaban con lo paranormal y con el espionaje y no con el «trío sexual» que mantuvimos en Egipto. Solo un temor me embargaba porque ¿cómo podría ponerme en el lugar de Cleopatra si yo era incapaz de enamorarme?
Al finalizar la reunión Christopher se me acercó y me comentó:
—Mañana te llamo, entonces, y quedamos.
—¡¿Quééé?! —La situación había variado desde el instante en el que acepté la cita—. No me interpondré de ninguna manera entre Cleopatra y tú. Por norma general no me entrometo en la vida de las parejas. Y en este caso, además, debo seguir trabajando con los dos.
—¡¿Pareja?! —chilló y respiró hondo al reparar en que los demás nos analizaban desde lejos—. ¿Cómo puedes decir semejante barbaridad?
—¿Te has acostado con la agente Green en las últimas fechas? —le pregunté, aunque ya sabía la contestación al ver la cara traspuesta de Cleopatra, parecía que se le había evaporado la energía.
—Sí, nos acostábamos antes de ir a Egipto —me confesó y bajó la mirada—. Nunca se me hubiese ocurrido que era el topo. No estaba en mi grupo, pero cuando nos encontrábamos en alguna ciudad teníamos sexo.
—¡Pues está todo dicho! —Y moví la cabeza de arriba abajo—. Lo que hagáis vosotros con vuestro rollo no es asunto mío, pero en el trabajo aprenderemos a sortear vuestra situación personal.
—Ve tú ahora con ella, no la dejes sola. —Los ojos transparentes parecían líquidos, para mí estaba claro como el agua que la atracción era mutua—. Yo tengo, primero, que digerir todo esto.
—Muy bien. —Supuse que Chris se dedicaría a analizar si Green lo seducía más con Cleopatra dentro, algo que era obvio hasta para una psicópata como yo.
Caminé en dirección a ella. Gracias a los conocimientos de la agente Aline Green la reina se las había ingeniado de maravilla en el mundo moderno y hasta vivía sola.
—¿Te acompaño a tu casa y hablamos? —Le pasé la mano por encima del hombro para animarla y para que supiese que en mí contaba con una aliada.
—Vivo a un par de calles de aquí, Danielle. —Se veía melancólica, sin la efusividad que la caracterizaba.
Al llegar a su piso comprobé que todos los adornos, los enseres y los tapizados se hallaban decorados con jeroglíficos. ¡¿Cómo se le había escapado este detalle a Chris?!
—¿Christopher ha estado aquí? —la interrogué, curiosa.
—En una única ocasión. —Triste, se arrojó sobre el sofá—. Siempre nos quedábamos en el apartamento que él tiene en Londres.
—Siento haberte dejado en evidencia. —Me senté a su lado—. Pero no podía actuar de otra manera.
—¡Por Osiris que te entiendo! —Las lágrimas se le deslizaban por las mejillas—. ¡Nunca me había pasado! Los hombres entraban y salían de mi vida... Pero ahora... ¿Puedes entenderme, Danielle?
Resultaba muy complicado para mí ponerme en su lugar y ser empática, pues por culpa de Lucifer había perdido mi humanidad. Intenté recordar aquella vez en la que me enamoré a los dieciocho años de un compañero de Oxford. De todas las ocasiones en las que hacíamos el amor, en la acepción verdadera del término y no como sinónimo de lujuria. Por más que intentaba viajar en el tiempo, se me hacía imposible atraer al presente aquellos sentimientos. Ahora la satisfacción que me inundaba al practicar sexo era como una vía de escape para no pensar en el veneno mortífero que representaba para mí el odio que me consumía. El sexo y creer en la existencia del karma me tranquilizaban de inmediato.
—No sé qué decirte —confesé por fin—. Imagino que después de haber muerto de aquella forma terrible todo resulta completamente distinto para ti y las emociones son más fuertes.
—Supongo que sí —y luego agregó—: ¿Sabes que Aline pidió el cambio de unidad para estar cerca de ti? Quería saberlo todo: qué hacías, con quién te relacionabas, tus secretos más íntimos...
—¡Qué extraño! —¿Y si Willem sospechaba que yo era espía y por eso intentaba poner al tercer topo codo a codo conmigo?
Era una pena que no le pudiera preguntar a Anthony si Green trabajaba a las órdenes de Van de Walle. No soltaba prenda en lo que tuviera relación con nosotros dos.
—Tú eras su pensamiento dominante. —Movió la cabeza de arriba abajo—. Después hay confusión, ideas incompletas. No sabía quién era el otro traidor, pero esperaba a que alguien la llamara.
—Quizá sea el mismo que esparció los rumores de que me habían secuestrado. —Me cogí un rizo entre los dedos y jugué con él—. Creo, inclusive, haber visto que la agente Green me seguía. Me resultabas conocida cuando te vi y eso que hoy es mi primera visita a Legoland.
—Era yo la que te seguía —admitió y bajó la mirada—. Iba a decirte que... y luego pensé que...
—Que podría interponerme entre Chris y tú. —Terminé la frase por ella—. O hacer lo que hice, delatarte. No te preocupes, te entiendo.
Anthony me distrae y evita que siga inmersa en los recuerdos.
Se materializa frente a mí, de sopetón, en medio de la sala de la Royal Academy of Arts y pronuncia:
—Quédate tranquila, he desconectado las cámaras de la sala pequeña.
—¿Quééé? —pregunto en voz alta y muy sobresaltada, pero papá se ha esfumado con rapidez y sin explicarme nada.
—Que a veces me gustaría estar dentro de tu cerebro —repite Will sus últimas palabras.
—No creo que fueras capaz de soportar tanta presión, cielo. —Y me río—. Tendrías que acostumbrarte a una sorpresa detrás de otra cuando menos te las esperas.
—Ya sabes que estoy acostumbrado a las sorpresas. —Guiña el ojo de modo sensual.
Al pronunciar esta frase la lengua le asoma entre los labios y yo recuerdo cómo me recorría con ella mis partes íntimas. Tiene las pupilas dilatadas, igual que cuando está próximo a hacerme el amor. ¡Los ojos claros nos delatan siempre! Percibo el calor que, incontrolable, me sube por el bajo vientre.
—Para las sorpresas que recibo tendrías que creer, primero, en los fantasmas. —Aleteo las pestañas de manera provocativa: me da la sensación de que el resto de las personas han desaparecido.
—Bueno, ya sabes lo que opino. —La pierna de él se pega a la mía y los músculos me queman y derriten, de paso, el vestido dorado de Stella McCartney.
—Cuando se trata de espíritus tu opinión poco cuenta, pero no tengo ganas de discutir. —Mientras, él gira y se pone contra mí: está tan excitado que el miembro pugna por salir del pantalón del traje azul oscuro.
«Solo falta que le estalle la cremallera delante de los periodistas», pienso, «así saldríamos los dos en la portada con su pene haciendo un primer plano».
Imagino el titular, incluso:
(恋)¿DESAFÍOS MARINOS O SEXUALES? (恋)
La siempre polémica lady Danielle ataca de nuevo: porno blando en la Royal Academy of Arts.
—¿Y si vienes a casa y seguimos esta conversación allí? —me pregunta, insinuante.
—No sabía que tenías casa en Londres. —Le clavo la vista con ganas de aceptar.
—Acabo de comprarla. —Se acopla a mí, como siga así me posee en la sala delante de todos—. ¿Vamos?
—No lo creo. —Para enfriarme pienso en cómo me mandó secuestrar, pero no funciona porque vivimos instantes muy calientes—. Debo tener presente nuestro último encuentro.
—Por eso mismo. —Me da un pico sobre los labios—. ¡Fue fantástico, Danielle!
Me coge de la mano y tira de mí. No opongo resistencia al recordar las palabras de mi padre adoptivo. Eso sí: no abandonaré la exposición en su compañía, es el límite que me impongo. El mafioso me conduce a la sala cercana, bastante más pequeña. No hay nadie y las luces están apagadas.
Nos fundimos uno en brazos del otro. ¡Qué más remedio si me enciendo por dentro! Él se desprende el pantalón y se lo baja junto con el bóxer. Me levanta el vestido. No llevo ropa interior, arruinaría el diseño. De manera que, más excitado por este detalle todavía, se introduce en mí. Si no nos liberamos pronto de la hoguera que nos consume nos convertiremos en cenizas.
Parece que he practicado el celibato durante el lapso en el que hemos permanecido separados cuando lo cierto es que he intentado aturdirme mediante el sexo. A pesar de las ganas intentamos prolongarlo enlenteciendo el ritmo. Sin embargo, llega un momento en el que ya no es posible dilatar más el clímax.
—¿Vamos a casa? ᅳme pregunta bastante más tarde, nos hallamos recostados sobre la alfombra.
—¿Te has olvidado de cómo me mandaste raptar? —Anthony me ha informado de que las cámaras no funcionan, así que me siento libre al hablar.
—Hoy te llevo conmigo. ¡No lo dudes, Danielle! —Me observa decidido—. Nos queremos y no permitiré que sigamos separados.
—¡Ni lo sueñes! —Parece que se propone convertirme en su discípula del Mal.
—No permitiré que te me escapes esta vez. —Me coge el brazo con fuerza, como si en lugar de manos tuviese tenazas—. Y quiero que tengas de nuevo El Corazón de Danielle. ¡Pase lo que pase con nosotros siempre será tuyo!
—Está bien, corazón. —Me acerco a mi mafioso y le devoro la boca—. Pero quiero follarte ahora otra vez. ¡Me ha encantado!
Le llevo la mano a la entrepierna y juego con su falo. Cuando considero que está listo para atacar de nuevo lo zambullo dentro de mí y me muevo, sin dejar de prestarle atención a sus labios.
—¡Uyyyyyy! —me susurra en el oído, lo que nos hace acelerar la velocidad.
—¡Qué orgasmo tan rico! —suspiro minutos después.
—¡Yo también estoy! —Se estremece—. ¡No te haces una idea de cuánto te amo!
Y estas son sus últimas palabras, pues lo desmayo como me enseñó Da Mo.
—Al menos te dejo contento, Willem Van de Walle —le murmuro al oído y le doy un último beso mientras aspiro su aroma a océano—. Pero lo que deseamos no es lo que más me conviene.
¿Ryan pretendía que Danielle lo contratase de nuevo?
Y ella, mientras tanto, intentaba escapar de su mafioso...
Chris quería que salieran, pese a que se enteró de que Cleopatra había poseído a la agente Green.
¡Aunque sí que lo sorprendió la desfachatez de la reina!
Danielle se imagina los titulares del periódico mientras la arrastra la pasión que siente por su mafioso.
¡Y vaya si hay pasión entre los dos!
Pero está convencida de la decisión que debe tomar.
Will después del encuentro hot.
Algunas de las fotos de la exposición.
Aquí tenéis qué observaba Danielle al tirarse desde el risco de Lauterbrunnen. ¿Podéis ver la cascada Staubbach ?
https://youtu.be/4qPOWeA-L5I
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