17- Pensando en Lucifer.
Sir Nathan duerme en mi cama, hemos pasado toda la tarde en casa. Son las nueve de la noche, pero yo no consigo conciliar el sueño. Él descansa boca abajo y estira el brazo para sujetarme de la cadera y aprisionarme contra el cuerpo. ¡Se ve tan dulce y tan hermoso! Y huele de maravilla, la combinación de su perfume con su aroma natural me proporciona paz.
Analizo lo que me rodea. ¡Qué raro! He vuelto al hogar y me siento una extraña. Contemplo las fotos y las pinturas que penden de las paredes y las que se apoyan en los muebles, instantes eternizados junto a mis amigas del internado, al lado de lady Henrietta y de mi abuela y también con Aston.
Me faltan las personas de mi entorno, pero el coche está en mi aparcamiento privado, el belga se encargó de hacerlo traer mientras disfrutábamos de nuestras vacaciones. Lleno los pulmones con los olores familiares a esencias caras y a cremas costosas, con la fragancia de la piel de Nat y con el recuerdo de los aromas de la comida británica, con el welsh rarebit o el stilton and walnut pie que hemos comido. Acaricio las sábanas de seda, en el mismo tono azul zafiro del Corazón de Danielle que me regaló el mafioso y que cuelga de mi cuello. Salvo frotar el collar, todas son acciones repetitivas que siempre funcionaban al regresar de mis viajes y que me devolvían a la realidad, pero no sé qué me pasa, percibo que me hallo tan fuera de sitio como un pulpo en un garaje.
¿Tendrá razón Noah? El MI6 iba a enviar a un agente para prevenirme de que me acercaba demasiado a Willem Van de Walle y él se ofreció enseguida, pese a que por unos cuantos meses no se encontraba capacitado para desarrollar funciones como agente de campo, solo de oficina. Apenas tuvimos tiempo para intercambiar palabras rápidas, no se puede decir que conversáramos.
—Se terminan tus vacaciones y debes volver a casa, Danielle. Retoma tu vida normal y olvídate de ese hombre —me previno sin dejar de ceñirme con los brazos—. Te resultará difícil al principio, se extraña el subidón de adrenalina. Además, nos acercamos excesivamente a las personas que espiamos, creamos vínculos que deben disolverse por el bien de nuestra mente. Si necesitas apoyo no tengas reparos en pedirnos ayuda, para eso estamos.
—No temas. —Lo tranquilicé y le acaricié el rostro—. El mafioso me resulta indiferente, Noah.
Me costaba soltarlo, pues en Brujas había pensado durante algunos minutos que había muerto.
—A todos nos sucede cuando pasamos una temporada de incógnito —me contradijo y negó con la cabeza—. No creo que tú seas la excepción... Debo irme, Van de Walle ha incrementado la vigilancia. Kendrick se encargará de cuidarte. Y no protestes. —Me atajó al verme la negativa grabada en el rostro—. Ahora lo necesitas con más razón que antes. Puedes decir que es tu guardaespaldas, las personas de tu condición lo tienen.
Y desapareció sin llamar la atención de nadie, justo después de ponerme al tanto del cambio de compañero. En realidad —si traducía lo que me participó—, el MI6 había escuchado todo y no creía necesario que me quedase a vivir o que me casara con el belga para continuar la misión. Habían sido testigos de los acontecimientos, tal como yo imaginaba. ¡Ni falta hacía que me lo advirtiesen! Me escabullo de los compromisos igual que la reina Elizabeth I y no me comprometería con ningún hombre, aunque me amenazaran con bombardear Gran Bretaña.
Supongo que me ponían a cargo del agente Christopher Kendrick para recordarme que en Inglaterra el mestizaje da lugar a varones muy interesantes. Quizá sea malpensada, ya que la norma es que los espías no confraternicen entre ellos en este sentido. Sin embargo, con mis antecedentes sexuales, nombrarme a un escolta de un metro noventa, con un físico torneado de manera impresionante en base al deporte, de piel café con leche y de ojos verdes, ¿no es demasiada coincidencia?
Como si el Secret Intelligence Service se resignase:
—Ya que se va a enredar en una aventura erótica, al menos que lo haga con uno de los nuestros y no con el enemigo.
No me enfado, me atraen los bellezones de raza negra y no busco marido. Si mis sospechas son ciertas me ahorran trabajo, soy muy práctica.
El timbre me distrae. Le echo un vistazo a mi jefe, quien duerme como un bebé. Despacio para no despertarlo, le levanto el brazo y me lo quito del cuerpo. Me inunda la ternura. Es una lástima que sea incapaz de amar porque me gustaría enamorarme de él hasta las trancas. Pero tengo el corazón más seco y más duro que el brillante azul de veinte quilates que me cuelga del cuello. ¡Qué triste!
Estoy desnuda así que, antes de bajar la escalera desde la tercera planta, me pongo el bodie negro y la bata color cielo que me llega a las rodillas. Demoro un poco al descender por los escalones hasta alcanzar la puerta. Pero no timbran de nuevo. Se han ido o están seguros de que hay gente en casa y por eso esperan pacientes. Al abrir me quedo de piedra, como si del otro lado estuviese una gorgona en lugar de Willem Van de Walle.
—¡Hola, Danielle! —Me analiza como si pretendiera memorizarme y me da un pico sobre los labios—. ¿Puedo entrar?
—¡Claro! —Efectúo un gesto con la mano.
Para hacerme traer el coche no me preguntó dónde vivía, aunque mi dirección no figura en la guía telefónica ni en Internet. Y ahora me visita por sorpresa. Él me atrapa y me acorrala contra la pared como para besarme y empotrarme contra ella, pero lo eludo y me suelto.
Nos observamos con minuciosidad. Se ve distinto con el traje de Armani azul, me había acostumbrado a la ropa de deporte. El rostro es de una belleza desmedida, pero siguen sin gustarme los hombres rubios. No comprendo por qué durante un segundo me revolotean mariposas en el estómago. De improviso recuerdo la advertencia de Stone. «Noah, eres un sabio», pienso, «si no me hubieses prevenido quizá me preocuparía».
—Ven a la sala. —Enseguida nos sentamos en dos sillones, ni se me ocurre subir a vestirme y dejarlo solo para que curiosee por la casa—. ¿Ha pasado algo? Te veo muy serio.
—Lo que me pasa es que te extraño horriblemente —me confiesa, pero sin intentar tocarme otra vez—. He vuelto a la vida normal y todo me resulta aburrido. Antes era feliz. Vivía entre Brujas y Sudáfrica y ahora nada tiene sentido. Además, encuentro descafeinadas al resto de las mujeres... Me has marcado, Danielle.
Me fastidia escuchar mis pensamientos previos en la boca del adversario, aunque nos refiramos a situaciones distintas. Yo extraño la adrenalina del deporte extremo, el ejercer de espía, viajar a mi libre albedrío sin preocuparme por nada, coger el yate y aparecer en cualquier punto del océano. No creo añorar a la persona, sino las actividades que desarrollábamos juntos. ¡Londres se me hace tan tranquilo! Demasiado estático. ¡Y pensar que con anterioridad me estresaba y escapaba a Edimburgo para concentrarme y ser creativa!
Al advertir que permanezco callada exclama:
—¡Cásate conmigo o al menos convivamos! ¡No puedo estar sin ti! Recuerdo nuestros momentos y... Todavía usas El Corazón de Danielle, es evidente que algo sientes por mí. —Se levanta y acerca al sillón para sentarse a mi lado—. Después de lo del otro día tú también corres peligro. —Tiene las pupilas dilatadas y el negro arrasa al celeste—. Conmigo estarás más segura.
—No te preocupes, cariño. —Y le acaricio la cara, no deseo ser dura por si el MI6 me pide otra colaboración, ¿o hay otro motivo?—. He contratado un escolta, y, además, sé defenderme.
—No es solo por eso. De verdad te quiero, pero tú no me crees. —Me mira tierno.
Parece que el mafioso acaba de descubrir que el dinero no lo compra todo. Por desgracia, esta fue la primera lección que me enseñó Lucifer.
—Sí que te creo, pero yo adoro mi vida tal como está —le explico sin dejar de mimarlo; resulta extraño, me gusta pasarle la mano por la cara—. No la cambiaría por nada. Voy de una aventura a la siguiente, ¿para qué atarme y después tener que dar explicaciones? Sería incapaz de serle fiel a alguien, no sabría cómo empezar. Igual que tú... Al menos eso decías...
—¿No me extrañas nada de nada? —Incrédulo, analiza mis gestos.
Difícil pregunta y difícil respuesta. No se puede decir que tenga síndrome de Estocolmo —el mafioso no me secuestró—, pero es algo muy similar. Entiendo que Operaciones estuviese preocupado mientras yo vivía en la ignorancia. ¡Vaya espía primeriza! Aquí estoy, una chica mala sin saber qué contestarle a este megalodón mucho más malvado que yo.
Quizá todavía vosotros penséis que la maldad me descalifica para ejercer las tareas requeridas en mi calidad de agente de la Inteligencia Británica. Os equivocáis, es una ventaja añadida. Ser Bambi sí me convertiría en una espía incompetente. Para ejercer el espionaje hay que violar Los Diez Mandamientos, las normas de convivencia, las leyes.
Me da risa la ilusión que crean los medios de comunicación de masas, al aparentar que en todos los conflictos luchan los buenos contra los malos. Por desgracia, no se puede combatir al Mal sin bajar, también, a los abismos. Todos somos malas personas, aunque de una manera distinta: ellos pretenden destruir o servirse de aquello que la civilización ha creado y no les importa pisar al resto sin piedad mientras ejecutan su estrategia; a nosotros solo nos interesa mantenerlo y dar la sensación de que son los ciudadanos los que gobiernan su propio destino. ¡Vaya disparate!
Me avala para ejercer estas funciones el hecho de que sea incapaz de sentir compasión. Así, puedo llevar adelante la misión hasta las últimas consecuencias. La lección la aprendí de Joseph Lucifer Black, al hacerme sentir la tortura en mis carnes. Tal vez me hubiera librado de ella si hubiese pasado más información. Pero mis principios son escasos, aunque muy claros: un no es un no. Si lo reflexiono mejor, quizá en aquella época era una persona sensible y me comportaba según lo esperado. ¡Vaya tontería al vivir en un mundo masculino, que utiliza nuestra sensibilidad contra nosotras para sacar provecho de ella!
Resulta complicado describir este tipo de tortura con nueva tecnología. Es imposible escapar de la geolocalización: ¡cómo sería que anhelaba vivir en la Edad Media siendo mujer! No sabía de dónde provenía el dolor —parecía que del aire— y me hacía trizas las entrañas y me retorcía hasta el último músculo, mientras las fosas nasales se me impregnaban de olores desagradables. El más común, el de la pólvora. Supongo que la consideraban una amenaza de muerte y por eso insistían en utilizarla, pero a mí solo me impulsaba a resistir. ¿Por qué razón? Porque estaba empeñada en ganarles la partida.
Aunque el primer día solo deseaba quedarme en casa. Me doblaba por el sufrimiento, como si un tanque de guerra me caminase por el frente y por la espalda al mismo tiempo. Pero mi madre daba una fiesta a la que asistía Lucifer y la esposa e insistía en que no podía faltar. Le daba igual que estuviese mal. Tuve que sacar fuerzas con las que no contaba, nacidas del odio, para acudir sin que se notara el suplicio.
—¡Qué mala cara tienes, pequeña! —se burlaba Jane, un monstruo como él, con un gesto falso de aflicción—. ¿No tendrás cáncer? Grace estaba como tú y tuvo que comprarse una peluca en Harrods. ¡Se le cayó todo el pelo!
—Sí, ¿qué te pasa? —Black, solícito, me palmeaba el brazo con preocupación fingida—. ¿Estás mortificada porque no tienes trabajo y porque debes quedarte todo el día tirada en la cama?
—¡¿Cómo podéis hacerme esto?! —les preguntaba, incrédula—. ¡Me conocéis de toda la vida!
—No sé de qué hablas —me contradecía la esposa—. Te ves agotada. Deberías intentar dormir porque tu conducta es errática y parece que alucinas.
—¡Ay, mi amada Jane! —Lucifer empleaba un tono tierno—. ¡Qué buen corazón tienes!
Después de cargar durante el primer mes la tortura sobre cada músculo y cada órgano del cuerpo —controlaba durante las veinticuatro horas del día las diarreas, los vómitos, el dolor—, decidí que era el momento de dejar de lamentarme. Nadie me iba a ayudar. La rabia que me despertaban los comentarios de los esbirros de Lucifer, que se hacían los encontradizos conmigo en los lugares a los que concurría, me ayudó bastante. No me dirigían la palabra, sino que hablaban entre ellos. Empleaban frases de doble sentido en voz muy alta, que me indicaban que debía volver a brindarles información. Creo que pocas personas resisten que las pongan fuera del grupo, pero a mí esto me daba igual. Yo formo parte de un clan mucho más poderoso y cuya acción no se puede evadir mediante la desconexión de una simple máquina.
Por otro lado, que todos compartan una misma idea y que la tuya sea diferente no significa que ese pensamiento sea acertado y el tuyo equivocado. Si no me creéis recordad los fascismos. Basta que el resto de la gente sana analice la conducta de ese grupo para que la califique como psicopática. Porque jamás se me hubiera ocurrido imponer mi idiosincrasia al resto. Lucifer y su cohorte de demonios me exigían esto para apropiarse de mi alma. Era menester, por tanto, que me hiciera responsable de mi vida y llevar la tortura a cuestas como si cargase una enfermedad. Al fin y al cabo, solo podían arruinarme una vida. Dos, si contaba la de lady Helen.
Por eso cuando me encontraba con alguno de los miembros del matrimonio infernal o con uno de sus secuaces fingía que disfrutaba de la fiesta o de la actividad que desarrollaba y simulaba una sonrisa mientras los amenazaba:
—¡Preparaos para el momento en el que paséis a mis dominios, al mundo de los muertos! ¡Seré implacable con vosotros y haré que me devolváis todo lo que me habéis robado!
Tan dura me volví que era capaz de dejar morir —sin lágrimas en los ojos— a mi abuela, la única persona viva a la que amo. Para después, en frío y pasado el tiempo, aplicar mi Justicia o mi venganza sobrenatural.
Una vez Joseph Black me amenazó con secuestrarla e ir mandándome por correo sus trozos si no volvía a trabajar para él. Le contesté que empezara a hacerlo porque iba a emplear toda mi influencia en el Más Allá para ponerle a él y a cada uno de sus esbirros una diana encima de las cabezas. Supongo que le dio pavor ver en lo que me habían convertido. Yo me conformé con darles una lección al cobrarme la reputación inmerecida de Lucifer y al borrar del mapa político a los demás.
Sé que pensáis que fui demasiado blanda y que debía matarlos a todos. Pero vivo muy bien y ellos saben el enorme error que han cometido al convertir a una amiga en una temible y poderosa enemiga. Gracias a esto escalé posiciones del otro lado —los fantasmas admiran mi resistencia— y me convertí en una especie de líder de los espíritus. Aprendimos a organizarnos y creamos un poderoso ejército espectral. Y, encima, somos leales entre nosotros y aplicamos el lema uno para todos y todos para uno.
Os equivocáis si especuláis que fui yo la que más padeció mi propia tortura, pues Anthony lo pasó peor. Sus aullidos me llegaban hasta el alma, pero no permití que me debilitaran. De ser un fantasma triste y solitario que me rondaba, atado al internado, podría decirse que la experiencia nos convirtió en padre e hija. Al verme sufrir fue cómo empezó a emplearse en controlar la materia. Y ahora me comprende a la perfección y me siento más unida a él que a cualquier humano. Porque la gente ignora que existe algo peor que la propia muerte, como son el dolor que no se aprende a controlar o la locura que provoca no dormir. Por eso me empeñé en descansar a pesar de que me machacaban las vísceras. Y sin la ayuda de ninguna sustancia, soy de las que odia tomar hasta un simple paracetamol, pues cualquier droga nos convierte en seres débiles, seguidores de cualquier líder de medio pelo, y, sobre todo, dependientes.
—¿Cómo estás? —me preguntó Black el último día en el que lo vi; al mismo tiempo sentía que me pinchaban el corazón a distancia para que supiera que mi vida estaba en sus manos.
—¡Genial! —Lo observé desafiante—. Me preparo porque me voy de viaje al Más Allá. ¡Y es un recorrido en extremo peligroso! Pero seguro que vuelvo enseguida, ir y venir se me da bien... ¿Tú también estás preparado, igual que yo, para emprender el destino que te corresponde?
Lucifer fingió que no sabía de qué hablaba, pero ahí me dio por perdida. Porque no se hallaba preparado para jugar en la Champion League y yo sí. Significaba despedirse, también, de sus ambiciones de ser primer ministro británico o director del Secret Intelligence Service. La misma eterna pregunta: ¿quién vigila a los que nos vigilan? La piel se me pone de gallina. ¿Os imagináis a Black rigiendo nuestros destinos? Siempre que escuchamos hablar del mal uso de la tecnología nos viene a la memoria Corea del Norte o Irán, pero ¿qué sucede cuando entre los nuestros se nos cuela una serpiente de estas, dispuesta a cometer cualquier aberración para conseguir más dinero y más poder?
Al pensar en esto recuerdo la misiva de Hamilton. Me sorprendió, al examinar la carta, enterarme de que Willem Van de Walle no quiso saber nada de Lucifer. No me canso de leer la copia que hice de ella, me encanta. ¿Será por esto por lo que me he vuelto más blanda con el mafioso?
Joseph Black le insiste a lord Salmond desde la cárcel que quiere ser socio de sus negocios. ¿Puede creerlo? Usted habrá leído en los periódicos que lo detuvieron por cobrarle comisiones ilegales a nuestra competencia directa. Dice que todavía tiene influencias, pero si usted no lo quería husmeando en nuestros asuntos pese a la insistencia de Salmond en aquellos momentos, menos podría quererlo ahora que está totalmente arruinado. No tengo nada más que comentarle.
Siempre a sus órdenes,
Arthur Hamilton.
—Es hora de que hablemos de la carta. —Me enfrenté a papá unos días después de que se negara a ilustrarme en cuanto a su significado—. He reflexionado tanto acerca de ella que ya me la sé de memoria y el cerebro me echa humo. ¿Te pregunto y si acierto me lo haces saber?
—¡Claro que sí, nena! —aceptó, sonriente—. Ya es hora de que saquemos conclusiones.
—Corrígeme si me equivoco. —Me acomodé el pelo—. Hamilton no le comentó nada a Van de Walle acerca de mis problemas con Lucifer porque no me creyó.
—¡Muy bien, babe! —Batió palmas muy contento—. Respuesta correcta.
—Estoy segura de que Hamilton no sabe, tampoco, acerca de los problemas que le traje al MI6 después de que Noah me amenazó en Chenonceau. —Reí con ganas.
—¡Perfecto! —También se carcajeó—. ¿Ves cómo es bueno reflexionar en calma?
—¡No te crezcas, daddy! —lo regañé y luego proseguí—: Pienso que como excusa para expulsar a Hamilton y a Smith cuando yo lo puse como condición para ayudar les dijeron que ambos eran subalternos del anterior C, dos cargos de confianza, y así los echaron sin darles mayores explicaciones.
—¡Enhorabuena, hijita! —Me dio un fuerte abrazo, que me dejó la cabellera parada—. Todos guardan secretos, nadie le cuenta la totalidad de lo que sabe a los demás. La información es poder, por eso Black te quería solo para utilizarte él y llegar a lo más alto.
—Ya que estás tan contento conmigo —le pedí, sabía de antemano cuál sería la respuesta—, dime los nombres de los dos topos que siguen dentro del MI6.
—Buen intento, my dear. —Se carcajeó—. Sigue meditando.
Regreso al presente y analizo a Willem Van de Walle, que se halla sentado a mi lado en el sillón. Solo consigo pensar: «También rechazó a Lucifer más de una vez». ¡Qué noche más rara! ¡Todo está descolocado! ¿No se supone que el mafioso es mi enemigo?
—¿Y si conozco a otra mujer y me enamoro? —Me frota la pierna por encima de la bata de seda; me la abre un poco, muy lento, y me acaricia el bodie de manera erótica—. ¿No te arrepentirías de haber tomado esta decisión?
—Te haría llegar mis felicitaciones y estaría muy contenta por ti. Lo mismo si le sucediera a Nathan: si sois felices, yo soy feliz. Y no los molestaría más, por supuesto, nunca interfiero en la vida de las parejas. Hay muchos hombres en el mundo, no tengo por qué pillar al marido de otra como hacen las que tienen poca autoestima.
—¿Me has llamado? —me pregunta mi jefe y se nos acerca—. Acabo de oír mi nombre.
¡Vaya nochecita confusa! Me quedo con la ropa desacomodada, como si fuese algo normal. Lo cierto es que no escuchamos a mi jefe al bajar la escalera, pues está descalzo.
Encima, viste una bata azul a juego con la mía, pero masculina, que le deja las piernas al aire. ¡Parecemos una parejita bien avenida! Y luce guapísimo, creo que se ha acicalado a propósito. Ahora le toca a él marcar su territorio. ¡Dios Todopoderoso, dame paciencia con estos juegos masculinos! Menos mal que no se les ocurre imitar a los lobos y orinarme la sala.
—Vengo a pedirle a Danielle que se case conmigo —Willem recalca las palabras y lo contempla con furia.
ᅳ¡¿Dan casándose o comprometiéndose con alguien?! —chilla mi jefe, incrédulo, y larga una carcajada pronunciada—. ¡Nunca he escuchado algo tan absurdo!
El mafioso se levanta del sillón y me suelta la pierna. Sin decir nada se dirige hacia la puerta y abandona la casa.
—¿Crees que era necesario hablarle así? —le pregunto, calmada.
—Completamente necesario. —Y efectúa un gesto pícaro—. Después de todo, tú ya sabes cuál es mi secreto.
Caminamos juntos hasta el dormitorio otra vez. Y bastante rápido, tengo muchas ganas de hacer el amor para quitarme de encima las dudas que me consumen por dentro.
Pero sir Nathan tiene razón en algo: conozco su secreto. Y esto me demuestra, una vez más, que nada ni nadie es lo que parece.
Noah ha hecho que Danielle sea consciente de su situación.
Christopher es su nuevo compañero del MI6. ¿Qué te parece?
Danielle descubre, anonadada, que extraña el tiempo que compartió con el mafioso.
Los abrazos surgían de modo natural.
Se entretenía con él al nadar entre los tiburones o al dar un simple paseo tomados de la mano.
¿Te imaginas la cara de Nathan cuando escucha la voz de Willem en la sala Danielle?
Will no deja de pensar en Danielle: su recuerdo lo atormenta y no le permite dormir.
Y Danielle en su casa con Nathan.
Tú qué piensas: ¿habrá algo entre Danielle y Noah después de su último encuentro?
Siempre que no hablen del mafioso: ese un tema complicado...
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