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11- ¿El sexo y un fantasma terrorífico son compatibles?

—Esperaba entre las sombras, muy quieta, ¡odiaba a esas personas que entraban y que salían de mi pazo[1]y que se decían los dueños! ¡Se habían apropiado de él y de todas mis pertenencias! ¡Si en mi tarjeta pusiera Emilio en lugar de Emilia, qué distinto sería! Vi que unos guardias civiles desconectaron la electricidad, pero a mí esto no me detuvo. ¡Es tan sencillo para un fantasma provocar un incendio! ¡Quería que esa gente se fuera de mi pazo, no la soporto aquí, mejor lejos!

     A veces no sé cómo me enredo en estos temas que no me conciernen. En especial, cuando no se trata de un espíritu de los míos, sino de uno reciente y que huele a las cenizas de una enorme fogata. El responsable de que esté aquí en Galicia es Paul Castiñeiras, un empresario de origen gallego que vive en Londres y que es muy amigo de Nathan.

—¡No los aguanto más! ¡Los odio! —Mientras grita se desplaza de un extremo a otro de la biblioteca y hace que las sillas vuelen y que caigan con estrépito a su paso, necesita desahogarse—. ¡Se deshicieron de todos mis documentos importantes, son décadas perdidas! ¡Si hasta tiraron a la basura el autógrafo de Víctor Hugo porque no sabían quién era! Para hacer sitio a estas revistas de cotilleos y mirarse desde las portadas. —Las desparrama por la habitación: solo una de ellas vuelve a caer sobre la mesa ratona—. ¡Diles a las autoridades que no los aguanto más, que los echen a todos, no los soportooo!

     ¡Poneos en mi lugar! Sé que la comunidad autónoma les dio dinero a los ocupantes actuales en algún momento para compensarlos por los gastos de seguridad de unas visitas que se resistían a dejar hacer, según me han informado las personas que nos han abierto hoy la puerta. No se lo digo porque ya no se lo dan, quién sabe qué podría ocurrir si se enterase. Igual incinera el pazo con nosotros dentro. O quizá Galicia entera.

—¡Les haré lo que me hacen, los perseguiré hasta que el Infierno se congele! —Pone cara de súplica—. ¿Puedes ayudarme? ¡Seguro que tú si lo consigues! ¿Me ayudas? Sé que conoces a muchos fantasmas en distintos continentes y que les encantará auxiliarte.

—¡Claro! —La tranquilizo, espero que así se relaje un poco.

     He visto con anterioridad espíritus muy enfadados con los nuevos propietarios, pero ninguno como ella.

—Discúlpame por gritarte. Tú estás en mi pazo para ayudarme. ¿Sabes? La noche del dieciocho de febrero de mil novecientos setenta y ocho vine aquí, a la Quimera, mi torre favorita, el lugar de mi apreciada biblioteca. ¡Y la quemé, no aguantaba más! Pensaba en cómo habían desmantelado mi obra literaria y el edificio, para expoliar piezas de otros sitios y colocar cabezas de ciervos, ¡un horror! ¡¡Cualquier día lo incendio de nuevo y acabo con todo!! —Y vuelven a flotar las sillas por el aire—. ¿Por qué tengo que soportar todo esto en mi pazo?, ¿para qué tiene una biblioteca gente que no lee nunca? Gracias al incendio conseguí que algunos de mis amados libros fueran a la Real Academia Gallega. ¿Me entiendes, chavala, puedes entenderme?

     Pero yo entiendo muy poco. Apenas me sonaba El Camino de Santiago  mientras Nathan me pedía que viniera a Galicia. Claro que mi jefe no me ha dicho que en el pazo reside un fantasma que necesita tanto consuelo, supongo que lo ignoraba.

—¿Sabes, chavala? Yo luché por la emancipación de la mujer, di conferencias y a este pazo vinieron los intelectuales más importantes de mi época. Fundé La Biblioteca de la Mujer, para que pudieran leer aquí en España los textos del Feminismo Internacional, y fui la primera en tener una cátedra. ¡¿Y ahora tengo que soportar que pongan mi pazo para anunciar cualquier chorrada y provocar carcajadas?! —La mesa efectúa un giro de trescientos sesenta grados como si fuese un barquito de papel, ¡fascinante!, adoro ver cómo los fantasmas controlan la materia—. ¡Presumen de que se lo robaron a mi familia! ¡¡Estoy harta, voy a sacarlooos, voy a sacarlos, voy a sacarlooos!!

     Y señala la portada de la única revista que permanece sobre la mesilla. En ella aparece el Pazo de Meirás al fondo y una mujer mayor de rostro desafiante sobresale en el primer plano. Parece decir: «¡Es mío aunque os reviente, enteraos!» En estos casos de odio tan concentrado es mejor dejar que el espíritu se descargue, no es positivo interrumpirlo. Ryan tiene suerte, todavía permanece en Londres y se salva de este brote psicótico. Yo me le he adelantado un par de días para familiarizarme con Galicia, nunca he estado aquí, a diferencia de los otros lugares en los que moraban fantasmas a los que he entrevistado.

—Eran tiempos muy difíciles, la Guerra Civil Española fue muy cruel. Esos chupasangres le habían echado el ojo a mi pazo y querían quedarse con él, el dictador lo deseaba como residencia de verano. Las autoridades franquistas de La Coruña recaudaron el dinero obligando a los ciudadanos a contribuir de muchas maneras. El pazo es de la ciudad. ¡Los quiero fuera de aquí, que me devuelvan lo que me han robadooo!

     Debo reconocer que, aunque me he informado en Londres, me siento un poco descolocada ante la expresión de tantas emociones. Presumo que la causa radica en la diferencia de caracteres entre latinos y anglosajones. Quizá el odio exacerbado se origine, además, en lo que me ha comentado Nathan, en el hecho de que el Pazo de Meirás era propiedad de la escritora Emilia Pardo Bazán y que ella misma lo había mandado construir en mil ochocientos noventa y tres sobre las ruinas de una fortificación del siglo XVI. Esta había sido destruida en el año mil ochocientos nueve durante las Guerras de Independencia contra el invasor francés.

     Pero no ha sido el valor histórico del pazo lo que me ha impulsado a cruzar el Canal de la Mancha en ferry, en el trayecto Dover-Calais, sino otro suceso muy extraño relacionado con él: delante de la puerta principal —una vez a la semana— aparecía una hoja de The Voice of London. ¿Adivináis cuál? Habéis acertado, la que incluía la página de mi artículo. Por este motivo cogió más fuerza el rumor de que Emilia se hallaba furiosa debido al expolio cometido en el pasado y al sacrilegio actual que efectuaban los descendientes del dictador. Los mayores decían que el incendio del año mil novecientos setenta y ocho lo había causado el espíritu de la escritora y que ahora auguraba nuevas catástrofes, pero nadie les creía.

     No sé cómo se ha corrido el rumor de que he venido de visita para hacer una de mis entrevistas. Quizá sea mi Aston Martin el que me delata, pues los vecinos tenían algo que exponerme acerca de la personalidad de los nuevos propietarios del Pazo de Meirás. Todos comentarios negativos: que si eran seres mezquinos, que si tuvo que obligarlos la Xunta[2] a abrir las puertas, que si le impidieron la entrada a un parapléjico porque la silla estropearía el suelo. Son el polo opuesto a los británicos, al parecer, quienes permiten las visitas guiadas para promover el conocimiento, orgullosos de aportar su grano de arena a la Cultura y a la Historia.

     Con motivo de estas visitas se apreciaron hechos extraños. Las mesas y las sillas se movían, los objetos cambiaban de lugar, algunas sombras subían y bajaban por la escalinata. Al principio la idea de venir no me agradaba por ser bastante irregular, ya que cuando deseo entrevistar a alguien para el periódico Anthony hace los arreglos o el espíritu se pone en contacto conmigo y solicita mi auxilio. Pero me pudo la tentación y tengo que reconocer que esto me recuerda a mis primeros tiempos cuando ayudaba a los conocidos de mis conocidos.

—¿Qué sucede? —me pregunta Stone, perplejo ante los movimientos del mobiliario, se ha contenido bastante para ser hombre.

—¡Rutina! —Efectúo una mueca—. No te preocupes.

     No me digáis nada, tenéis razón. Se suponía que Noah solo me haría de guardaespaldas en Estados Unidos, pero no me desembaracé de él al llegar a Inglaterra ni al viajar a España. La excusa de que me lo impusieron no me vale, podría zafarme si emplease mis propios métodos.

     Por suerte, la entrevista a los tres jefes sioux ha sido un éxito más grande del previsto, al punto de que me la ha comprado The New York Times, mi diario extranjero favorito. Nathan estaba más que satisfecho con el triunfo del artículo y de la exposición que hemos hecho con Ryan en el Museum of Modern Art, MoMA, de New York. Las fotografías mías mientras saltaba de potro en potro han sido la sensación, se venden a sumas exorbitantes, y, al mismo tiempo, significan publicidad para The Voice of London. No entiendo a los marchantes ni a sus clientes, pero si ellos las compran a precio de oro yo se las vendo como si fuesen paisajes de Turner o de Constable.

     Tengo una teoría al respecto, nacida en base a la experiencia: el dinero llama al dinero, la fama a la fama. Si eres pobre y desconocido todos intentan hundirte o aprovecharse de ti, pero si estás forrado y eres famoso te abren las puertas para que te sirvas como si estuvieras en un banquete y cualquier memez que digas o que hagas se convierte en una profecía por el mero hecho de que la has dicho o hecho tú. Lo sé, tenéis razón, la injusticia campa a sus anchas en este mundo absurdo.

—Aprovecha a solucionar lo de la tensión sexual —me ha susurrado sir Nathan al despedirse de nosotros en Dover, sin darme tiempo a responderle.

     Mi jefe me ha dejado con la palabra en la boca al abandonar el sitio, pues yo recreaba la vista en los acantilados infranqueables que bordean la costa, compuestos de roca caliza de creta que les da ese aspecto de bosquejados con tiza. La Llave de Europa  hacía de vigía. Así es cómo se le llama al castillo de Dover, que está plantado desde el Siglo XII en el lugar donde los normandos celebraban sus victorias en la época de William el Conquistador. Henry II, el marido de la famosa Leonor de Aquitania, fue el responsable de que comenzase a lucir como ahora. ¿Tiene sentido para vosotros el comentario de sir Nathan? Para mí no, es demasiado enigmático.

     A veces no sé si Nat de verdad piensa que es necesario que me acueste con Stone o me regala estos comentarios para hacerse el liberal, resignado frente a mis escarceos. O, quizá, como estrategia para que haga lo contrario. Lo cierto es que se partía de risa cada vez que veía a Stone en plan guardaespaldas. Creo que por esto lo he dejado, porque también me divierte y hasta me ayuda a cargar las compras.

     Solo por este motivo y no como chófer, tal como él se ofreció, porque mi Aston Martin lo manejo yo misma y nadie más. Disfruto al conducirlo a toda la velocidad permitida, por eso adoro las autopistas alemanas que no tienen ningún límite. Tuve como pretendiente a un corredor de Fórmula Uno: me llevaba al Circuito de Silverstone y me enseñaba a guiar su vehículo con el permiso de la escudería. Creo que fuimos amantes durante dos años solo por la adrenalina que me generaba apretar al máximo el acelerador con el pie y cambiar los cambios en el volante, ya que no destacaba en absoluto por sus dotes amatorias. Noah fruncía el ceño al verme zigzagueando por el tráfico londinense y en el trayecto desde Francia hasta Sada.

—Los hombres también me han dado trabajo —me comenta Emilia con picardía—. Mi marido me exigió que dejara de escribir y me libré de él. Decían que mi obra favorecía la pornografía francesa y la Literatura atea, que una mujer, y menos si estaba casada y con hijos, no se podía dedicar a esta actividad. Yo lo único que hacía era impulsar el Naturalismo.

—No tengo ese problema —refunfuño y efectúo una mueca—. No estoy casada ni tengo novio.

     Stone mueve una ceja, su gesto habitual, pero no hace ningún comentario.

—¿Este hombretón increíble no es tu novio? —pregunta Emilia, escéptica.

     Mientras habla gira alrededor de Noah y detiene la vista en el musculoso trasero: en este momento advierto que la escritora y yo somos hermanas gemelas nacidas en épocas distintas.

—No lo somos. —Me lee los pensamientos de nuevo y camina hacia mí—. ¡De mi cama jamás se escaparía un hombre así! No entiendo por qué no os habéis acostado, hay que ver cómo os miráis. La energía sexual que os rodea está a punto de desbordar mi pazo y de ahogarme. ¡Me muero, chavala, te come con la vista ahora mismo! No te despega los ojos por detrás cuando no lo ves.

—Es mi guardaespaldas, será por eso. —Miro a Noah de soslayo—. Aunque no lo necesito, me sé cuidar muy bien sola.

     Él efectúa un gesto de molestia, pero no dice nada.

—¡Pues vaya desperdicio, chavala! —Mueve la cabeza de un lado a otro—. Tuve como amante a un escritor muy conocido durante más de veinte años, pero lo engañé muchas veces. ¡Los jóvenes eran tan apuestos! Cuando me pillaba le pedía perdón y santo remedio. Pero este ejemplar es impresionante. ¿A ti no te gusta?

—Igual que a ti. —Vuelvo a mirar a Stone, quien se halla atento a mis palabras—. Pero eso no significa qu...

—Perfecto —por primera vez en la cara le luce una sonrisa; luego me comunica—: Os quedáis aquí encerrados hasta que os dejéis llevar por vuestros sentidos.

     Y sale a través de las puertas por las que se accede a la biblioteca y las aporrea como si pretendiera sacarlas de los marcos. El viento que genera provoca que los cabellos se me enreden.

—¿Qué ha pasado? —Stone da un salto y se pone en posición de alerta.

—Nada. —Me acomodo el pelo—. Se ha enfadado conmigo y se ha ido.

—Las puertas están trancadas. —Intenta, sin éxito, abrir una; luego se me acerca—. Estamos encerrados aquí.

—No hay motivo de preocupación —pronuncio, tranquila—. Me ha pasado en otras ocasiones, algunos espíritus son muy temperamentales.

     Pero se nota que mi respuesta no lo satisface. ¿Será posible que sospeche cuál es el motivo real de nuestra reclusión?

—No me lo creo. —Se comporta como si él también me leyera el pensamiento.

     Escruto alrededor para evitar contestarle. No me gusta la decoración, pero me concentro en ella. No me agrada la alfombra en matices rosas ni el sofá ni los sillones con los que hace juego, tapizados en la misma gama de frívolos colores. Ni el olor a limón en mal estado que se expande hasta conquistar cada partícula del aire que respiro. Dan la sensación de que invaden un espacio que no les pertenece, puesto que la habitación está revestida de madera y con estanterías repletas de libros hasta el techo, en un estilo más serio. Debería emanar el característico perfume a papel gastado de las obras antiguas. Entiendo por qué Emilia está tan enfadada.

—No me creo nada de lo que me dices. —Se pone frente a mí y bucea en mi mirada—. ¿Qué ha pasado realmente?

—No comprendo por qué tengo que confesártelo. ¡Justo a ti! —le replico, serena—. Tú eres un espía y acostumbras a decir mentiras cochinas, ¿por qué voy a ser yo diferente?

—No es oro todo lo que reluce. —Emplea el tono burlón de un odioso sabelotodo—. Quizá alguna persona cercana a ti tampoco es sincera.

—Me imagino que te refieres a Nathan. —Suelto una carcajada—. Los dos vivimos la vida, no hay ataduras. Damos por descontado que el otro no es sincero. Es más, creo que la sinceridad está sobrevalorada en cuestiones de pareja.

     Stone solo me analiza y no me aclara nada. Me da la impresión de que se muerde la lengua para no hablar más de mi jefe.

—¿Sabes? Esperaba el momento adecuado para darte una noticia, pero creo que es mejor que lo haga ahora. Tenemos tiempo y estamos encerrados. —Me lleva una mano a la cara.

     La caricia —leve como el batir de las alas de una abeja— me induce a seguir el consejo de la escritora. Poneos en mi lugar, los dos somos mayorcitos, ¿no? No hay necesidad de ser masoquistas ni de controlar el deseo sexual.

—No existe mejor momento que el ahora. —Lo observo directo y sin parpadear.

C  ha dado órdenes de reclutarte, te ofrecerá dinero por una nueva ayuda. —La revelación me desconcierta.

—No lo comprendo. ¡¿A mí?! —le pregunto, incrédula—. Tu jefe me dejó muy claro que no participaría en ninguna otra de vuestras misiones porque mi perfil no se adapta a vuestros requerimientos.

—Ya, pero Smith es solo jefe de Operaciones, donde manda capitán no manda marinero. —Efectúa un mohín que se asemeja a una sonrisa—. Nada puede hacer cuando las órdenes vienen desde tan arriba.

—¿Y tienes idea de qué va? —le pregunto, curiosa.

     Estoy a punto de dar un paso atrás. Nos encontramos demasiado pegados, me invade el espacio personal. El espía me detiene por el brazo y me lo acaricia en el proceso. La piel se me pone de gallina, excitada. El vestido en tonos azules que me he puesto —para que me combine con los ojos— deja las extremidades al descubierto y anhelo que me las frote también.

—Dime —me pide, persuasivo—, ¿qué es lo que ha sucedido realmente con tu fantasma?

     Comprendo que Emilia está en lo cierto. ¿Para qué desperdiciar las oportunidades que se nos presentan? Después de todo, no es la primera ocasión en la que nos hallamos a un paso de hacer el amor. Me lo recuerda la mirada de Noah —dos pozos intensos de color tierra—, que quizá atraen a esta parte sioux que ahora hay en mí. Antes todas mis conquistas, excepto Ryan —si es que se le puede llamar conquista, la definición adecuada sería la de un error repetido—, tenían ojos claros y pelo oscuro.

—¿Por qué decírtelo? —Mi voz suena ronca por el deseo—. Mejor adivínalo.

—Tiene que ver conmigo. —Me roza el cuello con la otra mano y yo me derrito—. ¿Es correcto?

—¿Por qué sientes tanta curiosidad? —Estiro el brazo, le rozo el lóbulo de la oreja con el índice y el cuerpo gigante de Noah se estremece.

—¿Tú no sientes curiosidad por algo que me concierne? —enfatiza sin dejar de acariciarme.

—Bueno... tu edad, por ejemplo. —Le efectúo un guiño—. ¿Cuántos años tienes?

—Treinta —me responde, risueño—. ¿Me contestarás lo que te pregunto en lugar de ganar tiempo?

—¿No has escarmentado todavía? —Seductora, le masajeo detrás de la cabeza—. No es bueno ser tan entrometido cuando hay espíritus de por medio.

—¿Es un grupo cerrado? —Se acerca y me aspira el perfume del cuello.

—¡Cerradísimo! —Paso la mejilla por la suya, ¡la tiene tan suave!

—¿Y no me dirás la verdad, pequeña espía? —Me seduce con la mirada.

—¿Para qué si ya lo sabes, Míster Peligro? —Y le paso la mano por los músculos del pecho, encima de la camisa negra—. ¿O me mentirás al disimular que lo ignoras?

     Noah sonríe con ese gesto sensual tan suyo, de chico malo.

—Lo sé. —Me acaricia los senos por encima del vestido y deja una estela de fuego donde los roza—. Pero quiero que tú me lo digas, me pone un montón.

—¿No te has tragado ni por un momento que la escritora esté enfadada conmigo? —Me desconcierto, llevo la mano hacia atrás y le acaricio la espalda.

     Bajo y le cojo el trasero como en nuestra última misión, en esta oportunidad sin testigos. Estamos tan juntos que puedo sentir su erección. No es de extrañar, la cremallera del pantalón azabache está a punto de explotar.

—Ni por un momento. —Se acerca más y me tortura el lóbulo derecho con la lengua—. Te llevas mejor con los muertos que con los vivos... Me gusta tu orejita...

—Y a mí me encanta tu trasero. —Pongo la otra mano en el musculoso glúteo y se lo aprieto con las dos—. No es que me lleve mejor, es que me han adoptado desde pequeña al verme sola en el internado... El otro día me quedé con ganas de estrujártelo más.

—Ya. —Parece fascinado al inhalar mi perfume.

     Es lo que tiene comprar esencias elaboradas solo para mí. Cuestan un dineral —dos mil libras esterlinas cada frasco—, pero la mitad del trabajo sensual está hecho, es el dinero mejor empleado. Sé que incluye entre los ingredientes clavo de olor, cilandro, jazmín, Ylang-Ylang, jacinto, pachulí, sándalo y musgo de roble.

     Me besa y yo siento que el puesto número uno se halla bastante reñido, no sé si Nathan besa mejor que Noah o a la inversa. Habrá que comprobarlo hasta que califique a mis dos amantes en su justo término, pues soy muy organizada en los temas que más me importan.

—¿No me confesarás qué crees que ha pasado con Emilia? —Le suelto los labios con pesar para hablar.

—¿Ha cerrado la puerta para que estemos solos? —Frota el cuerpo contra el mío—. Habrá que hacerle caso.

—Algo así, bad boy. —Le quito el cinturón.

—¿Algo así? —Avanza con las manos por las piernas desnudas.

     Y me sube por los muslos. Al llegar a la tanga me la quita sin que yo lo detenga. Muy despacio, me estimula al máximo en el proceso. Luego se la guarda en el bolsillo como si fuese el trofeo de un asesino en serie. A ella también le he puesto perfume, es una costumbre que tengo. Me haré la distraída y dejaré que se la lleve.

     Siento la caricia erótica de mi vestido sobre la piel del pubis. Apenas por unos segundos, solo los que le lleva bajarse el pantalón junto con el bóxer, ponerse un preservativo y entrar en mí. No sé si Stone se da cuenta de que las luces de la araña que cuelga en el centro de la biblioteca parpadean al ritmo de sus movimientos. Creo que no. Llevamos meses con este tonteo y parece demasiado concentrado en darme placer. Yo también, pero la broma de Emilia me divierte.

     Los dos seguimos de pie, Noah un poco agachado para que encajemos a la perfección. Podemos ponernos sobre la mesa o sobre el sofá, pero la pasión es tan intensa que seguimos así. Nos apoyamos el uno en el otro y la danza sexual nos acerca al clímax. Nos besamos en profundidad y enredamos las lenguas en una especie de esgrima voluptuoso.

     Cuando nos corremos me pregunta satisfecho:

—¿Y si nos recostamos en algún lado?

     Me analiza hasta la más ligera expresión. Es un espía y no lo puede evitar.

—Sí. —«¡Ay, Anne Boleyn, otra vez la he liado!»

     Intento soltarme para ir hasta el sofá, pero Noah no me lo permite. Se acomoda la ropa con una mano, apenas, mientras con la otra me sujeta casi con cariño para que caminemos juntos. ¿Tendrá miedo de que me escape?

     Las puertas se abren solas de improviso y Emilia Pardo Bazán me recuerda:

—Te he ayudado a ti, chavala, a que disfrutes con este bombón. ¡Ahora coopera conmigo para echar a estos que se creen los dueños de mi pazo! ¡Pídeles ayuda a todos tus amigos fantasmas!

—¡Claro! —Anthony se materializa y le responde: si no fuera porque es mi padre adoptivo y sé que me adora su risa maquiavélica me helaría la sangre—. ¡Tranquila, Emilia, nunca dejamos a uno de los nuestros en la estacada! ¡¡Queridos amigos fantasmas, todos a por ellos!!

[1] Casa antigua y señorial propia de Galicia, en especial la que está situada en el campo. Castillo pequeño.

[2] Xunta de Galicia. Es el gobierno autónomo de la comunidad gallega.


Por fortuna, el pazo de Meirás en fechas recientes volvió a ser patrimonio del Estado. 

Mientras escribía la novela todavía seguía en manos privadas.


  La Llave de Europa (Dover).


 Danielle se queda con los cabellos revueltos y una sonrisa permanente. 

¿Por qué será?


Stone, como siempre, va directo al grano.


La biblioteca donde se desarrollaron los acontecimientos.


Y el espía se quedó muy relajado...


¿Danielle habrá sentido que Noah estaba a sus pies?


¿Os apetece ver el Castillo de Dover desde el aire?


El Pazo de Meirás por dentro.



https://youtu.be/D2KE2a5qo0g









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