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10-Los poderes de la naturaleza.

—¡Qué pereza tengo, cielo! —Lanzo un audible suspiro.

—No me extraña. —Se relame Nathan y luego sonríe sexy—. Estos últimos días la has liado bien. ¡Parece mentira que al fin estemos solos!

     No me concentro demasiado en las palabras porque al mismo tiempo me desliza el dedo índice desde el cuello hasta los senos y juega con las aureolas, para a continuación bajar desde el estómago hasta el ombligo. Y el aroma del sexo hace que desee más y más. Nuestra noche ha sido movidita, no sé si me entendéis. ¡Liberamos tanta tensión contenida como la energía equivalente a una bomba atómica moderna!

     Aunque sí tiene razón en algo: la hemos liado en todos los sentidos. ¿Sabéis por qué razón? Porque las mentiras cochinas son igual que las bolas de nieve gigantescas. Cuando dices la primera ya no hay escapatoria, se suman hasta el infinito y te aplastan.

     Os cuento la más grande de todas. Se supone que mi jefe y yo hemos realizado una escapada romántica a Estados Unidos y que hemos pasado juntos todo el tiempo, la mayor parte de la estadía en este rancho de Montana propiedad de Richard A. Clarkson, un conocido empresario británico que se halla dispuesto a jurar por la veracidad de nuestras afirmaciones a cualquiera que se lo pregunte. El MI6 ha dejado una estela de pruebas por el camino: reservas de vuelos a nuestros nombres, alquileres de coches, hoteles en los que se supone que hemos descansado, incluso fotos en los periódicos, en las revistas del corazón y en las redes sociales y un sinfín de pequeños detalles más. Nadie se sorprenderá porque tanto nuestros colegas de The Voice of London  como nuestros allegados saben que mantenemos algún tipo de relación.

—Nada hace más creíble este viaje que un artículo de los tuyos —reflexionó hace unos días Nathan mientras recorríamos la llanura, él montado en una yegua, Wendy, y yo en Wind, un potro—. ¿No se te ocurre a quién entrevistar?

     A pesar de haber ido a clases de equitación en el internado desde que era pequeña, debéis saber que apenas rozo el aprobado y soy una pésima amazona. Aunque sí era capaz de apreciar la belleza del paisaje... por momentos. Habíamos planeado, incluso, visitar las Montañas Rocosas y el Parque Nacional de Yellowstone. Iríamos en coche y no en un par de equinos, no soy tan masoquista.

—No se me ocurre a nadie para entrevistar aquí. —Dudé mientras pensaba en las figuras relevantes del pasado—. Los fantasmas recientes no son lo mío, me gustan los antiguos.

—Ya veremos. —Estiró el brazo y me acomodó el sombrero de ala ancha—. ¿Y Stone? Sé sincera. ¿Te gusta?

La honestidad y el respeto a uno mismo y a los demás es el único medio para que estos confíen en nosotros —argumenté con calma.

—¿Otra de las llaves de la felicidad? —Largó una carcajada—. Mientras no te vuelvas monja puedo soportarlas.

—¿Bromeas? ¡Como si no me conocieras! El celibato forzoso no es lo mío.

—Decir que estas últimas semanas me has sorprendido es quedarme corto... No me respondes. ¿Stone es lo tuyo?

—¿Por qué lo preguntas? —le repliqué para ganar tiempo.

     Debo confesaros que se trataba de un interrogante de difícil respuesta. Esto de jugarse la vida uno al lado del otro —como si fuésemos un equipo— une a las personas, aunque sean dos polos opuestos como Noah y yo.

—No sé qué contestarte —le confesé y me acomodé el pelo.

     Dejar mi larga cabellera en cierto orden era una tarea difícil de lograr, pues la brisa perfumada a hierba de la pradera se divertía al enredarme los extremos. Por suerte el sombrero impedía que el desastre fuera total.

—Sí o no, la respuesta es sencilla. —Nathan clavó la vista en mí.

—No, pero sí. Sí, pero no —resollé y esbocé una sonrisa—. La respuesta no tiene nada de sencilla, corazón.

—Piensa en una respuesta, entonces. —Se me acercó tanto con la yegua que mi potro, dominante, protestó.

—Nat, ¿para qué quieres saber? —refunfuñé y luego efectué un gesto de desagrado—. Yo a ti nunca te pregunto nada.

—Pregunta lo que quieras, Dan. —Lanzó una carcajada—. Yo siempre te responderé con sinceridad.

—No soy curiosa ni celosa, darling —le contesté enseguida—. Doy por hecho que te diviertes igual que yo. Somos jóvenes.

—Pues yo sí soy muy curioso. —Soltó otra risotada—. Por algo tengo un periódico... Dime, Dan, ¿qué es esto de sí, pero no, no, pero sí?

—En fin, si insistes —me resigné a analizar, Nathan no me iba a dejar en paz—. No me acuerdo de Noah cuando no lo veo, pero cuando coincidimos hay cierta tensión sexual.

—Quizá lo mejor sea que te acuestes con él de una vez. —Movió la cabeza de arriba abajo.

—Claro, por aquello de «¿Cómo va a dejar lady Danielle una cabellera sin cortar?» —me burlé de mi gran apetito sexual y me reí también, en tanto luchaba para que el viento no se apropiara de mi sombrero de cowboy.

—¡Ahí está! —Su chillido fue tan fuerte que asustó a su yegua, que se removió inquieta.

—¿Qué es lo que está? —No comprendía por dónde iban los tiros.

—¡El artículo! —exclamó con júbilo—. ¡Cabelleras, indios! Podemos entrevistar a un guerrero importante.

—Ya, ¿pero a quién y de qué tribu? —La idea me parecía excelente.

—Al más significativo, por supuesto. —Y Nat me mandó un beso.

—El que más me intriga es Sitting Bull —sugerí, ensimismada—. Su nombre lakota era Tatanka Iyotanka. Bisonte Macho Sentado, sería, bien traducido. Consiguió la más importante de las victorias sioux en una batalla y la derrota más grande también.

—¿Qué derrota? —me preguntó, intrigado.

—Vivir en contra de sus principios. Cuando era anciano hizo una gira con Buffalo Bill y le sacaban fotos y firmaba autógrafos para ganar dinero. ¡Su mundo había desaparecido! Mejor dicho, el hombre blanco lo había destruido.

—Suena muy interesante, Dan —me halagó él y efectuó un guiño coqueto—. Se nos tendría que haber ocurrido mucho antes.

—No lo creo, cielo —lo contradije con un suspiro—. Siglo XIX y hombre. Como siga así va a ser una excepción detrás de otra. La pena es no poder hacerle una entrevista a Da Mo.

—¡Qué pena! —se rio, burlón—. Da gusto verte volar por el aire. Aunque no creo que tus lectores se lo tragasen, es demasiado hasta para ellos. ¡Y eso que los tienes acostumbrados a las situaciones extrañas!... ¿Por qué te parece tan interesante Sitting Bull  al compararlo con otros jefes indios? A mí se me hubiera ocurrido entrevistar a Gerónimo.

—Porque fue el chamán y el curandero de los lakota, su líder espiritual y el jefe de todos los sioux.

—Será por eso por lo que siempre estaba serio en las fotos. —Intentó recordar.

—O porque se veía obligado a que se las hicieran para llevar algo de comer a su familia. ¿Sabes, darling? Le pidió ayuda al Gran Espíritu, Wakan Tanka, para que los sioux fuesen invencibles e hizo la Danza del Sol, en ofrenda, hasta que se desmoronó rendido. Poco después tuvo una visión en la que los soldados y los indios caían desde el cielo.

—Suena muy interesante, Dan, algo del estilo de todas tus entrevistas paranormales.

—Sí, porque Sitting Bull  interpretó la visión en el sentido de que vencerían a los ejércitos que los acosaban. Gracias a ella las distintas tribus se unieron.

—Sígueme contando, Small Historian, no me dejes con la intriga —se burló, cariñoso, y estiró el brazo para hacerme un mimo.

Crazy Horse[1], el segundo jefe de los sioux, hizo que el mayor Crook saliera con la cola entre las patas en la Batalla de Rosebud, y, poco después, se unieron tres mil indios que querían cabalgar junto a él y a Sitting Bull. Se enfrentaron a las tropas en la Batalla de Little Big Horn, muy cerca de aquí, en la que murió el general George Armstrong Custer.

—El rubito de pelo largo que aparece siempre en las películas del oeste, ¿verdad? —me preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Claro, nunca falta! —Nathan estaba para comérselo, ¡qué guapo lucía vestido de cowboy y con los ojos chispeando de felicidad!—. Mientras peleaban, Sitting Bull  hizo que llevasen a las mujeres y a los niños a un sitio seguro. Conocía la afición de Custer y de otros oficiales por entrar en las tolderías indias y matarlos a todos sin compasión.

—Suena muy interesante, Dan. —Nat no se perdía ni una sola de mis palabras, como se descuidase iba a darle lecciones de historia americana hasta el final de nuestras vacaciones.

—En pocos años terminaron con casi todos los bisontes para acabar con el modo de vida indio —continué, seria—. Nunca cumplieron los tratados porque encontraron oro en las tierras sagradas de los sioux de Black Hills, en Dakota.

—La región se habrá llenado de mineros —se lamentó él y observó alrededor con tristeza—. ¡Qué pena!

—Se las habían dado al firmar el tratado, pero luego los echaron de allí. Los confinaron en reservas y permitieron que pasaran hambre y que las enfermedades los asolaran. Les resultaba más fácil exterminarlos así que combatirlos.

—¿No hubo un fallo de la Corte Suprema? —preguntó sir Nathan, pensativo—. Creo que algo escuché.

—Sí, en los años ochenta. Ganaron en los tribunales porque el Gobierno siempre incumplió de todas las formas posibles el Tratado de Fort Laramie de mil ochocientos sesenta y ocho.

—Así que tuvieron que devolverles las tierras —se alegró y movió la cabeza de arriba abajo.

—No, les concedieron el valor de las tierras y los intereses de más de cien años. Ellos siguen reclamando la devolución, eran tierras sagradas.

—Muy bien, Dan, tenemos la entrevista —aseveró Nathan; cogió el teléfono del bolsillo y luego añadió—: Ahora hay que decirle a mi secretaria que haga los arreglos para que Ryan venga. ¡Prepárate para su malhumor!

—Ya hablarás con Nicole y con Ryan al llegar al rancho. —Le impedí que se llevase el teléfono al oído y le envié un beso para suavizar mi brusquedad—. Yo también tengo que pedirle a Anthony que vaya a ver a Sitting Bull. ¡Ahora disfruta de la vista! Hay que ser humildes para considerarnos un elemento más de la Naturaleza y vivir en armonía con ella.

—¡Otra llave de la felicidad! —Mi jefe se descostilló de la risa.

—¡Claro!

—Cuando llegue Ryan tendrás a dos de los seis en el rancho.

—Dos de los cinco —le aclaré, no demasiado convencida.

—Dos de los seis —insistió con un gesto burlón e hizo como que frotaba una bola de cristal.

     Pero no fueron dos de seis, sino tres de seis, pues también se nos unió Stone en nuestra idílica aventura por la llanura de Montana y por las Montañas Rocosas.

     ¡Stone vestido de cowboy, ver para creerlo! La culpa era de Smith, el jefe de Operaciones del MI6. Me dio un rapapolvo la misma noche del rescate de Nathan en la suite de un hotel de Manhattan, donde se encerraba junto a otros hombres cuarentones para jugar a los espías. ¡Por lo visto no le alcanzó! Porque se nos apareció en el rancho de Montana —antes de la llegada de Ryan— e interrumpió nuestra celebración de la vida. Y, por supuesto, traía a Noah.

     No sabía por qué lo hacía, al principio, ya que repetía la misma aburrida cancioncilla de nuestro último encuentro:

—Su actuación ha sido de lo más irregular, lady Danielle. Nuestros agentes siempre deben seguir los procedimientos y los canales adecuados, no pueden ir por ahí asumiendo riesgos innecesarios por su cuenta como si fuesen superhéroes de las películas de acción.

     Escupía las palabras igual que si llevara largo tiempo atragantándose con ellas y las acompañaba con una mirada de censura. Quizá sentía aversión por los monjes shaolin.

—Olvida, Smith, que yo no soy una de sus agentes de campo. Suplicaron por mi colaboración después de negarme en reiteradas oportunidades —lo corté antes de que siguiese con los reproches—. Stone le habrá comentado cómo sucedieron los acontecimientos.

—Por eso mismo le repito esto. —Los ojos marrón intenso parecían cimitarras y hacía gárgaras con las frases, daba la sensación de que estaba acostumbrado a que siempre le hacían caso a la primera—. ¡No puede ir por libre! Tiene que respetar nuestras normas. No creo que contemos con usted en el futuro.

—¡Por supuesto que no! —Apoyé sus argumentos—. ¡Ser espía es muy aburrido! Se trataba de la vida de Nathan, ejercer como agente de campo no es lo mío. No habrá más colaboraciones, se lo prometo.

     Al parecer no esperaba esta respuesta porque se quedó descolocado. Resultaba evidente que no le agradó.

     Se recuperó enseguida, y, más serio aún, expuso:

—Sé que hasta ahora se ha negado a tener protección, pero me temo que esta situación no se prolongará. Se os unirán más personas y haréis entrevistas. En Estados Unidos no es admisible que estéis solos. O aceptáis al agente que hemos designado nosotros o admitiréis al que elija el FBI.

—Si Stone lo puso al corriente de mis nuevas habilidades —recalqué, fastidiada— se dará cuenta de que si antes no necesitaba niñeros, ahora menos aún.

—El agente Stone ha venido conmigo y se quedará aquí, fin de la discusión —pronunció, terminante—. No existe la menor posibilidad de que se niegue. O él o un desconocido que elija el FBI.

—¡Es absurdo! ¿Cómo justificaría su presencia? Sería una situación incómoda. ¿Qué le digo a mi fotógrafo, por ejemplo?

—Muy sencillo. —Le noté por primera vez un tono risueño en la voz—. Ya hemos pensado en este detalle... Pero será mejor que nos reunamos primero con sir Nathan y con el agente Stone.

     Sencillo... para los demás. No sé a quién se le ocurrió la loca idea de que Noah se presentara como un admirador mío. Al parecer, el hecho de haberle comprado a Ryan en la Royal Academy of Arts  uno de mis desnudos determinaba que fuese el más cualificado para asumir el papel. Todos estaban de acuerdo en que el irlandés, conociéndome, se tragaría el cuento. Smith hizo esta última propuesta delante de Noah y de mi jefe, supongo que para impedir que los utilizara como excusa. Nat sabía que Stone lo rescató conmigo, aunque ignoraba el resto de los detalles, pues yo me comporté de manera misteriosa, como se supone que debe actuar una espía.

     Mi jefe le dio la bienvenida a Noah con una carcajada pronunciada:

—¡Bienvenido, Número Seis!

—¿Número seis? —preguntó Smith, perplejo.

—Lo dice por una película antigua que iba de superpoderes. —Otra mentira cochina más para sumar a la bola de nieve—. Soy el Número 6.

Soy el Número 4 —me aclaró Stone.

—No, el seis —repitió Nathan y se descostillaba de la risa sin hacer caso de mi mirada de fastidio.

     Os previne de que sir Nathan tiene un sentido del humor muy británico, aunque en las últimas fechas exagere con tantas carcajadas. No me quejo, contrarresta el malhumor de Ryan. El fotógrafo ya traía una rabia monumental al reunirse con nosotros dos en el rancho. Y la rabia se transformó en furia asesina al enterarse de que también se nos unía Stone.

—Dan es una chica muy popular. —Mi jefe, filosófico, le propinó una palmada comprensiva en el hombro—. Acostúmbrate rápido o se librará de ti.

     Y luego estalló en inoportunas risotadas. Sospecho que su inusual conducta se origina en el estrés post-traumático provocado por los nervios que pasó al estar secuestrado y al hallarse al borde de una muerte segura. O puede que le venga la risa tonta al recordarme en plan maestro shaolin porque, si bien siempre ha sido alegre, ahora se extralimita. Algo similar le sucede a Noah, aunque en la mirada de Nat brilla la risa y se percibe un interrogante. Quizá se pregunte hasta dónde llega mi relación con el MI6. Solo hablábamos de su rescate y nos limitábamos a los hechos que él había presenciado.

     Fue así —en medio de un sinnúmero de reflexiones— cómo me aparecí con mi harén en Little Big Horn una mañana muy temprano. Evitábamos un posible encuentro con turistas. Las estrellas todavía titilaban, apenas, en el cielo y el aroma del rocío me proporcionaba felicidad. Anthony no quería perderse la entrevista por nada del mundo. Iba montado detrás de mí y me fustigaba con sus instrucciones todo el tiempo. ¡Era un grano en el trasero!

     Bordeamos las lápidas de los hombres del general Custer —brotaban de la pradera como hedionda boñiga de vaca— y nos alejamos un poco a una zona despejada que no tenía comienzo ni final. Daba la sensación de que se extendía hasta el firmamento, ya que en esa orientación no se veían las montañas. Todos lucíamos sombreros de cowboys  y montábamos en potros, la única condición que nos puso el entrevistado.

     El lugar lo elegí yo porque la batalla de Little Big Horn fue la mayor victoria indígena contra tropas gubernamentales, aunque reconozco que con ciertas dudas, no sabía cómo se lo tomaría Sitting Bull. Una luz rosácea empezaba a iluminar el cielo cuando arribamos al punto de encuentro. Y el meloso perfume de las flores de Bitterroot me calentaba el alma.

—Tengo una sorpresa para ti, nena —pronunció con reverencia el jefe sioux.

     A excepción de mi papi adoptivo, los demás desmontaron y se quedaron a unos diez metros de nosotros. Ryan parecía un par de castañuelas porque era la primera ocasión en la que le permitía contemplar mi trabajo, aunque no entendía a santo de qué tanta alegría si me veía hablar sola.

—¿Una sorpresa, Gran Jefe Tatanka Iyotanka? —le pregunté con respeto—. ¿Cuál es?

—¡Esta sorpresa! —Y señaló a la derecha: ahí mismo aparecieron de la nada Crazy Horse  y Red Cloud[2].

     Las fotografías y los retratos no les hacían justicia. Se perdía la sensación de armonía con la Naturaleza que emanaba de ellos, como si fuesen una piedra, un riachuelo o parte del aromático aire norteamericano.

—Encantada, Gran Jefe Tashunka Witko. —Saludé al primero de los dos—. Sé que le pusieron Su Caballo es Loco porque soñó con un potro salvaje... Mahpiuta Luta, es un honor para mí conocerlo también —agregué en dirección al compañero.

     Los tres jefes se miraron entre ellos, esbozaron una sonrisa y comenzaron a caminar alrededor de mí.

—Nos parece muy bien —aprobó Sitting Bull—. Hace poco fuiste tocada por Wakan Tanka. Se siente el poder... Sí, podemos.

—Gracias, estaba encantada de hacerle una entrevista y no puedo describirle el honor que me embarga al hacérsela a los tres. —Me quité el sombrero y me pasé la mano por el pelo—. Deben saber que tengo mucha experiencia con fantasmas, aunque sea la primera que hago a personajes tan importantes del siglo XIX como sois vosotros.

—¡¿Entrevista?! —Se sorprendió—. No sabemos nada de ninguna entrevista. Nuestro amigo Anthony nos pidió que te instruyamos para que cabalgues al modo sioux. Como vemos que amas a los animales, respetas a la Naturaleza y nuestra espiritualidad, te enseñaremos.

—¡Papá! —grité y perdí los papeles—. ¡¡Qué has hecho esta vez!!

     Stone, al escuchar el chillido, se puso en posición de alerta y escudriñó en todas las direcciones por si aparecían enemigos. Mientras, Ryan no despegaba la vista de mí, fascinado, y le daba al disparador de la cámara fotográfica como si fuese un poseso. Y Nathan nos contemplaba a todos sentado sobre el pasto mientras reía a carcajadas.

—¿Desde dónde vienen, Danielle? —gritó Noah, giraba sobre sí mismo igual que un trompo en tanto mi jefe se reía más fuerte—. ¡Dímelo, no veo nada!

—¿Vienen? No entiendo. ¿Viene algún turista? —preguntó Ryan sin dejar de disparar la cámara una y otra vez.

—No viene nadie más —les aclaré para que se relajaran—. Lo que sucede es que Anthony no ha acordado ninguna entrevista, lo siento Nat. Solo les ha pedido a Sitting Bull, Crazy Horse  y Red Cloud  que me enseñen a montar a la manera sioux.

     Pensaba que sir Nathan enseguida se pondría de mi lado y que efectuaría algún comentario sobre la desidia de mi amigo fantasma —al fin y al cabo era su dinero el que pagaba los gastos—, pero se acostó sobre la hierba sin importarle que aún se hallaba húmeda por el rocío y siguió carcajeándose, cada vez más fuerte.

—Un shaolin-sioux —solo decía de tanto en tanto: su actitud me preocupaba, no era normal, yo no veía qué gracia tenía este comentario tan predecible.

     Observé a Noah —que siempre se comportaba de manera seria— y bien podía tumbarse sobre la pradera al lado de sir Nathan, también se reía. Solo Ryan me observaba comprensivo, pero ignoraba de qué iba todo.

—¡Mi querida hija! —Con una sonrisa de oreja a oreja, Anthony flotó hasta mí—. Es necesario. Nunca he conseguido que montaras como una amazona pese a todo lo que me he esforzado.

—¿Y con la entrevista qué? —Nerviosa, me rasqué la mejilla.

—¡No te preocupes! —Sonaba persuasivo—. Esta entrevista será un soplo de aire fresco, totalmente distinta a las anteriores. ¡Ya tendrás tiempo de hacerles preguntas a mis tres amigos!

     Papá le dio una palmada a cada uno de los jefes mientras ellos me analizaban con curiosidad. Creo que solo por respeto a que Wakan Tanka me había rozado no se tiraron sobre la pradera al lado de Nathan partiéndose de la risa. Hombres y niños, ¿qué diferencia hay?

—¿El jefe nunca dejará de reírse, babe? —me preguntó Ryan en un aparte.

—Ha pasado por mucho estrés en el periódico, chico, de ahí estas vacaciones —lo justifiqué por pura lealtad—. Espero que en algún momento vuelva a la normalidad o nos tendremos que acostumbrar a este nuevo y desquiciante Nathan.

     El fotógrafo se alejó y volvió a observar la escena desde su sitio, otra vez le daba al flash todo el tiempo.

—A ver este muchacho cómo está. —Crazy Horse  se acercó a Wind—. Quiero verte, Dan.

     El potro sintió la presencia fantasmal en el acto. Relinchaba, feliz, y movía la cabeza para que se la acariciase. A mí Wind  no me hacía ni caso, iba siempre por donde se le daba la gana. Y, encima, al enfocarme su mirada se parecía a la de Anthony cuando yo me hallaba a lomos de un caballo: era totalmente escéptica.

—¿Verme? —Largué un suspiro.

—Quiero que lo cabalgues —me pidió con mirada cristalina—. Así veo cómo lo haces.

—Muy mal, Gran Jefe Tashunka Witko, ya se lo anticipo.

     Monté el potro como si fuese una bolsa de patatas porque él se movía y me eludía. Era altísimo y me costó bastante. Creí ver que Wind  me sacaba la lengua, burlón, cuando Anthony realizó la misma mueca que hacía desde que yo tenía cuatro años.

—¡Menos mal que este espanto pronto acabará! —pronunció horrorizado.

—¡Vaya! —Red Cloud  lucía preocupado—. Creo que este caso es extremo y que necesita el toque mágico de Sitting Bull.

—Se lo advertí, Gran Jefe Mahpiuta Luta. —Me avergoncé un poco.

—Ven aquí, Dan. —Sitting Bull  miraba hacia el cielo.

     Caminé segura. Él cerró los ojos y empezó a cantar una canción en su idioma ancestral, mientras me ponía la mano sobre la frente. La tonada traía a mis sentidos el sonido del caudal de los ríos y de los arroyos de la tierra sioux, el tacto rugoso de las Montañas Rocosas, la voz de los bisontes, de los alces, de los osos grizzly, de los pumas y de los lobos de Yellowstone, el perfume de la hierba mojada por el rocío, el sabor de la brisa al pasar entre mis labios. Yo tenía los ojos cerrados y mi respiración era pausada, concentrada en recibir los dones que me obsequiaba, como cuando Da Mo se hallaba dentro de mí. Culturas distintas, la misma sensación.

—¡Vaya! —murmuró Red Cloud, con los párpados muy levantados—. ¡Impresionante!

—Ahora ve y monta —me pidió Sitting Bull.

     Comencé a quitarles a los potros los aperos con destreza y los ponía sobre la hierba. Me llevó unos cuantos minutos dejarlos a pelo. Relinchaban, contentos, y me frotaban la nariz mientras los liberaba. Wind  trotaba alrededor de mí y parecía un perrito al intentar llamar mi atención. Le hice un gorgorito con la boca: le encantó.

—¿Y eso? —preguntó Ryan, sorprendido.

La mujer que susurraba a los caballos —le contestó Nathan mientras se partía de la risa.

     Por toda respuesta me subí de un salto en Wind, quién al escuchar el sonido que emití galopó por la pradera mientras yo lo sujetaba de la crin. ¡Qué alegría! Respiraba paz a pesar de la velocidad y me sentía en comunión con el animal que iba debajo de mí y con cada pequeña partícula de tierra.

     Galopábamos como si el ejército del general Custer nos persiguiera. Después de correr siendo uno durante diez o quince minutos, dimos la vuelta y nos acercamos al sitio en el que estaban los demás. Manteníamos una cierta distancia por precaución. Di un fuerte grito y los otros potros vinieron hacia nosotros. Relinchaban como si anhelaran unirse a la fiesta. Cabalgamos en círculos, yo iba encima de Wind  y los demás nos seguían. Di otro grito y Storm —el potro marrón— se puso del lado derecho, mantenía el mismo ritmo que mi corcel. Me paré con las piernas flexionadas, casi agachada, y salté sobre él. Di un pequeño grito y se puso a mi lado Fire, el potro gris oscuro, y volví a saltar, esta vez parada sobre su lomo. Di otro grito y se puso a nuestro lado Rain: brinqué sobre él. Parecía uno de los espectáculos que se suelen ver en los circos o puro ballet.

     Le efectué un gesto a Wind  y me entendió a la perfección, ni siquiera tuve que hablar: se puso a nuestro lado y me tiré sobre él.

—¡Volvamos, bonito! —le pedí, feliz.

     El potro se guiaba solo porque yo seguía parada, sin sujetarme de ningún sitio.

—Esta mujer se atreve a todo. —El tono de Noah era de admiración. —Pude escucharlo gracias a los dones que Da Mo me regaló.

     Las caricias de Nathan me regresan al presente y me olvido de mis últimas proezas.

—¡Al fin solos! —vuelve a pronunciar Nathan, en la cama, y se pone encima de mí: su cuerpo desnudo está tenso, excitado—. ¿En qué piensas?

—En mis dotes como acróbata circense. —Lo beso con entusiasmo.

     ¡Cómo me hacen disfrutar los labios de mi jefe! Cuando me invaden las dudas basta que me dé un simple beso para estar segura de que es el número uno en talento amatorio. Y creo que seguirá así por algún tiempo, aunque tenga que soportar sus carcajadas.

—Dime, Dan, ¿qué es eso de que has intervenido en varios rescates? —Me pasa la lengua por los senos y me los deja en llamas.

—¿Yo en varios rescates? —Me hago la tonta, aunque estoy a punto de ronronear a causa de las sensaciones que me invaden—. ¿De dónde has sacado esa idea tan equivocada?

—Se lo dijiste a Da Mo. —Me recorre con la lengua el estómago, el ombligo, y, llega más abajo todavía, hasta el interior de los muslos.

—¡Uyyyy! —Disfruto con la lengua de Nathan, que no deja de acariciarme—. Dime, ¿y qué hacías tú cuando te secuestraron en Estados Unidos?

—Me dedicaba a algo muy aburrido, se trataba de mera rutina de negocios. —Cambio de posición, me levanto y lo empujo de espaldas sobre el lecho, mientras le aplico la misma estrategia.

—Yo igual. —Le paso la lengua por los músculos del vientre—. Desde que soy empresaria la rutina me mata.

[1] Caballo Loco.

[2] Caballo Loco y Nube Roja.


  Esta fue la cara que puso Stone cuando se encontró con Danielle y con Nathan.


 Y esta la de Ryan.


Sitting Bull.


 Crazy Horse.


Red Cloud.


Ballet con caballo.


  Y, mientras tanto, Nathan y Danielle se han quitado parte de la tensión en la cama...




A Ryan le duele la cabeza al ver que a Danielle le salen tantos pretendientes.



Y Noah preferiría estar enredado en una tanga de Danielle a tener que estar rodeado de tanta gente...



Nathan, en cambio, se divierte a lo grande.



Los jefes sioux y la llanura de Montana.



La belleza de la pradera norteamericana.



https://youtu.be/K0LSuY2TDwE






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