Capítulo 1
El sol se había escondido entre las montañas mucho antes de que despertara. Aún no sabía cuanto quedaba de viaje, aunque ya poco me importaba.
Durante los cuatro primeros días, el carruaje avanzó con una monotonía que desafiaba el tiempo. Sus ruedas de madera crujían acompañadas del constante golpeteo de los caballos caminando, comencé a no distinguir cuando nos movíamos o cuando, por el contrario, nos deteníamos en las noches.
Al quinto día, creo, dejé de escuchar los ruidos del exterior, como si me hubiera acostumbrado a ellos.
Me había centrado en mis respiraciones, en un intento de acallar mi llanto, y en parte funcionó.
En el séptimo día volví a gritar, igual que lo había hecho cuando me arrastraron por el pueblo y me encerraron en una caja de madera, algo mas pequeña que el espacio de los carruajes nobles, sin una sola ventana, con una única puerta. Después experimenté una especie de agotamiento que se arraigó desde mi garganta hasta lo más profundo de mi ser. Al principio, cada grito liberaba una emoción visceral que resonaba con fuerza en el pequeño espacio. Pero con el tiempo, las palabras se volvieron más difíciles de formar.
Cada grito parecía raspar mi garganta.
Una ardiente picazón comenzó a instalarse. La sensación áspera que creció con cada intento de expresión fue terrible. Al final, me quedé en silencio. La quietud que siguió resonaba pesada a mi alrededor. Así me dejé ir, cayendo en un estado de existencia donde los límites entre la inconsciencia y la vigilia se volvieron difusos.
En algún punto descubrí un pequeño hueco por el que mirar al exterior, lo descubrí muy tarde, cuando ya apenas podía mantenerme despierta y un día, más bien una noche, me detuve a mirar, miré hacia la luna y lo poco que iluminaba entre el cielo nublado. Me imaginé contorneando con el dedo las formas caprichosas de las nubes, trazando líneas invisibles sobre el frío cristal de la ventana de mi pequeña casa, junto a mi hermana. Recordaba esos días, cuando éramos dos almas creativas, jugando con lo poco que teníamos y dando rienda suelta a nuestra imaginación. Las nubes se convertían en lienzo, y con cada contorno, revivía las risas y los susurros compartidos. Imaginaba el cálido sol acariciando nuestros rostros mientras explorábamos juntas el vasto lienzo del cielo, creando mundos enteros con nuestras mentes llenas de curiosidad por lo que había mas allá del pequeño pueblo en el que vivíamos.
Maldije sin voz el instante en que la curiosidad se apoderó de mí, porque si no fuese por ella, no habría acudido al pueblo en busca de mi madre, desobedeciendo sus órdenes de no salir de casa. Si no fuese por mi insaciable curiosidad, no estaría ahora encerrada, esperando un destino incierto que se acercaba cada vez más y más. La rabia me invadió, y cerré los ojos en un intento de escapar de la realidad.
Cuando los abrí de nuevo, percibí un cambio mucho mas que evidente. Ya no estaba en la fría caja de madera. La superficie bajo mi cuerpo era suave, y el aroma en el aire... era placentero. No olía a mis propios desperdicios; en su lugar, el ambiente estaba impregnado de fragancias frescas y limpias, como el aroma de flores que solo había olido en las lindes del bosque oscuro.
—¡Se ha despertado! —gritó alguien y el silencio desapareció.
El aire se lleno de susurros, de personas caminando y dando ordenes. Intenté alejarme cuando algo mojado me tocó la frente, pero no pude, tan solo alcancé a abrir los ojos. La luz blanca de la estancia quemó mis retinas por algunos segundos hasta que pude ver las formas que me rodeaban.
Eran mujeres, todas ellas. Todas diferentes, a simple vista se veía que no les unían lazos familiares, no directos al menos, supuse.
La humedad en mi rostro era un paño mojado y templado. Quien lo sostenía me sostuvo también la mirada. Era joven, quizás de la edad de mi hermana, siete años mayor que yo, pero no de la mía, no era tan joven. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras alejaba el paño de mi rostro y me sonrió, como si se alegrará de verme despierta, como si fuese algo que celebrar.
Fruncí el ceño, o al menos lo intenté, como también intenté preguntar quienes eran todas ellas. Desde la más alta a la más baja, desde la morena delgaducha del fondo a la imponente rubia que me escudriñaba con lo que parecía desconfianza, no, estaba segura de que lo era.
La voz no salió de mis labios, en su lugar comencé a toser y ahí me di cuenta de lo mucho que me dolía todo el cuerpo.
Tosí y tosí hasta que alguien posó un vaso de agua en mis labios. Un vaso de cristal y no uno de madera, como los que estaba acostumbrada a utilizar en casa.
Estaba frío al igual que el agua. Bebí con avidez y el calor de mi garganta pareció disminuir.
—Rebecca —dijo alguna de ellas—. Trae otra almohada.
La pequeña morena asintió y desapareció por la puerta.
Entonces me permití mirar a mi alrededor, aun confusa, aun medio dormida y sobre todo; dolorida.
Las paredes exponían capas de papel pintado desgastado y sobre una de ellas había un cuadro sin lienzo dentro, descolorido por el tiempo y ligeramente inclinado, colgaba solitario, quizás como testigo de los destinos entrelazados de quienes ocupaban las camas apiladas contra las paredes.
En el techo, la lámpara de araña, de metal ennegrecido por los años, estaba adornada por varias velas a medio camino. Las grandes ventanas, que desentonaban con la decoración, pues parecían mucho mas lujosas que el interior, dejaban que la luz del día entrara en la habitación dibujando en el suelo de madera líneas de sombra.
La habitación, a pesar de que no parecía la de un palacio, era mucho más de lo que jamás podría haber llegado a ser cualquier estancia del pequeño pueblo en el que me había criado.
Estuve segura entonces de que estaba lejos, muy lejos de mi hogar, de Katherine, del norte del bosque oscuro y de mi madre, donde fuera que ella estuviera.
—¿Puedes sentarte? —me preguntó la rubia después de que Rebecca trajera la almohada—. Tienes que intentar comer —me explicó y después repitió:— ¿Puedes sentarte?
Lo intenté y me temblaron los brazos con el esfuerzo.
Negué cuando quisieron ayudarme y me esforcé en incorporarme. Tardé un poco pero finalmente pude sentarme. Rebecca colocó la almohada tras de mí y la rubia, terminó por acomodarla.
—Venga, al trabajo. Dejarla comer —ordenó a las demás y después de algunos segundos de miradas curiosas y cuchicheos que no alcancé a escuchar, se dispersaron poco a poco.
Otra mujer trajo una bandeja con un cuenco de lo que parecía sopa y lo posó cuidadosamente sobre mis piernas.
Siseé ante el dolor y ella rápidamente apartó el objeto.
Con cuidado, me ajusté a la posición sentada, ignorando el dolor que se intensificaba en cada movimiento. La rubia observaba con atención, como si buscara algo en mi expresión.
Después tomó sobre sus manos la bandeja y se sentó en el hueco a mi lado. Tanteo la sopa y después sopló suavemente sombre el líquido en la cuchara.
—Come despacio, te ayudará a recuperar fuerzas —aconsejó, mientras acercaba la cuchara de hierro, y no de madera, a mis labios.
Dudé por un momento, pero finalmente abrí la boca. El calor reconfortante se extendió por mi garganta, y a pesar del dolor inicial, sentí un alivio momentáneo, era sin duda mejor que el agua.
Mientras saboreaba cada bocado, escuchaba atentamente los nombres que Triana, la rubia, mencionaba. Los memoricé, todos, una habilidad que parecía intacta a pesar de mi estado actual.
Rebecca asintió con una sonrisa al ver mi interés en recordar sus nombres.
Después de la comida, Triana comenzó a hablar de cosas mas importantes. Mis ojos recorrían la habitación, intentando asimilar la información sobre mi nuevo entorno. La residencia de sirvientes en el anexo cercano al palacio central tenía un aura diferente a lo que conocía.
Triana continuó describiendo el lugar, destacando el gran jardín trasero que se extendía más allá de las ventanas. Imaginé las flores y los senderos mientras intentaba visualizar la magnitud de aquel lugar. Mi mente se esforzaba por reconciliar esta realidad con los recuerdos de mi hogar.
Triana comenzó entonces a hablar sobre las circunstancias a las que muchas de ellas las habían llevado a vivir en esa casa que, si bien era mas lujosa que todo lo que yo había conocido, no dejaba de ser una sombra de la verdadera riqueza.
La idea de que muchas de ellas también fueron separadas de sus familias me estrujó el estómago. Eso es lo que me habían hecho, secuestrarme.
Escuché atentamente mientras Triana me revelaba como, algunas, unas pocas, habían sido llevadas por sus dones. No me costó asimilar sus palabras porque sabía bien de lo que hablaba. Describió dones diversos, desde la capacidad de ver trazos en el futuro hasta la habilidad para doblar metales. Cada relato resonaba con la singularidad de las experiencias, formando un tejido de talentos extraordinarios que las unía a aquella casa.
Mi mente se sumergió en la preocupación. ¿Cómo sabía el responsable de mi rapto sobre mi don? ¿Acaso era consciente del alcance de este?
Triana notó mi expresión preocupada y, con empatía, colocó una mano reconfortante sobre mi hombro. Ella no parecía querer revelarme mucho mas, como si temiera que toda la situación fuera a sobrepasarme y, en consecuencia, me hiciera añicos.
Intenté transmitir que estaba cansada y ella lo entendió. Todas lo hicieron. Desaparecieron algunos minutos después, dejándome sola.
La habitación quedó en silencio.
Pensé en mi madre, incapaz de imaginar su angustia al no saber dónde me encontraba. Las lágrimas amenazaron con salir mientras me aferraba a la esperanza de que, de alguna manera, ella pudiera sentir que yo estaba viva. Y así albergué también la esperanza de que ella lo estuviera.
Mi hermana, por otro lado, estaba segura de que continuaba en el pueblo, ajena a mi paradero. La idea de la separación me llenaba de tristeza, y la incertidumbre sobre lo que le depararía en el futuro oscurecía mis pensamientos.
Miré por la ventana, al extenso jardín repleto de flores. A eso olía dentro de la habitación, a la infinidad de flores que se discernían a través del cristal. Ma afané por recordar los caminos que entraban y salían, los setos, las caras de aquellos que no conocía...
Mi atención se centro entonces en un muchacho, o un hombre, realmente no podía verle bien gracias a la distancia. Se encontraba bajo un gran árbol, con hacha en mano, cortando leña.
El hombre cortó un tronco sin aparente esfuerzo, y luego otro, y otro más. Sabía lo que costaba hacerlo, en casa mi hermana y yo nos turnábamos para dar calor al hogar y cada vez que cortábamos madera era un verdadero suplicio, tenía durezas en las manos por su causa, y los muchas otras. No cabía en mi asombro la facilidad con la que aquel muchacho lo hacia ver tan fácil, incluso mas fácil de lo que jamás me había parecido al ver a los hombres del pueblo hacer las mismas acciones.
El repiqueteo constante del hacha, que descubrí qué podía escuchar casi a la perfección, se convirtió en un mantra que me atrapó en su cadencia, cada golpe resonaba como un latido sincronizado con mi propia inquietud. Miraba sin ver realmente, con los ojos fijos en la acción mecánica y repetitiva, pero mi mente, en cambio, era un remolino de emociones entrelazadas que no conseguía ordenar por mucho que lo intenté.
De repente, en un instante que rompió la monotonía, sentí como si el universo entero se hubiera detenido. El hombre, con un tronco recién partido en sus manos, alzó la cabeza y podría haber jurado que sus ojos se habían encontrado con los míos a través de la distancia. Un estremecimiento recorrió mi espalda, un escalofrío de desconcierto.
La sensación de que su mirada estaba directamente dirigida a mí, a pesar de la lejanía y la falta de visibilidad, me paralizó. No podía discernir sus rasgos, pero la conexión momentánea entre nuestras miradas me hizo sentir vulnerable, como si hubiera sido descubierta en medio de un delito.
Mis latidos se aceleraron, y una sensación de desnudez emocional se apoderó de mí.
Aunque la distancia entre nosotros era considerable, la sensación persistió, como si algo trascendental hubiera ocurrido en ese breve intercambio de miradas. Me quedé allí, mirándolo fijamente, preguntándome si él también sentía la extraña conexión que había surgido entre nosotros o si simplemente había levantado la cabeza en dirección a la ventana sin pensar.
Él volvió a su tarea, como si nada hubiera pasado, pero a mí me dejó con una nueva pregunta que se sumaba a la creciente lista de misterios en mi nueva y desconcertante realidad.
¿Qué os ha parecido este primer capítulo?
Espero que os haya gustado tanto como a mí el escribirlo. (Y perdón por solo dejaros mas preguntas que respuestas)
Nos vemos en el siguiente.
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