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Capítulo 67-El Mariscal de Ayacucho

"Es difícil hacer justicia a quien nos ha ofendido". Simón Bolívar.

Casa de Pizarro, Lima, Perú...

En la Casa de Pizarro, la sede principal del Poder Ejecutivo Peruano y  también funge como residencia del actual presidente de Perú. Allí, se llevó a cabo una reunión entre Agustín Cerro, actual presidente de Perú, dos agentes de la Dirección Nacional de Inteligencia, los agentes Luis Barreda y Martina San Juan y un hombre que pasó a la historia de todo el país.

Era un hombre en sus treinta de rasgos incas, de piel morena, cabello negro largo, una barba bien cuidada y afeitada junto a un bigote corto, sus ojos eran café, era alto y de hombros anchos. Vestía un poncho de tela de color café, encima de un uniforme militar azul oscuro con detalles dorados en el cuello y en el pecho, junto a unos pantalones blancos y botas negras de cuero. En su cinturón llevaba un sable en su funda. Era El Hombre Irrompible, El Más Fuerte de Perú, Túpac Amaru II.

Estaba ante el presidente y sus agentes en una sala de juntas, con una mesa rectangular ancha, el ambiente era tenso.

—Sr. Amaru, ¿a qué se debe su visita? —inquirió el presidente.

—Sabe muy bien a qué vengo, Sr. Cerro, el futuro de Perú necesita a gente fuerte —declaró Túpac Amaru, entrecruzando los dedos—. Durante siglos, hemos dejado que otros países de abusaran de nosotros, ¿Cuánto más tendremos que soportar ser el hazmerreír de todo un continente y lucharemos por el poder?

—¿Qué está sugiriendo? —preguntó la agente San Juan, arqueando una ceja.

—Recuperar todos los territorios que alguna vez le pertenecieron a nuestros antepasados, los Incas —reveló con una sonrisa maquiavélica—. Los 2.500.000 kilómetros que eran nuestros, tengo varios seguidores que se han unido a mi causa y por supuesto, debido a mi condición como Leyenda me he vuelto cien veces más poderoso de lo que alguna vez fuí. Seremos la nueva potencia de América si deciden unirse a mis planes de formar un nuevo imperio.

El Presidente Agustín Cerro miró a los agentes federales que tenía a su diestra e izquierda, por unos segundos, parecía estar de acuerdo en su propuesta de obtener más poder, tierras y recursos, teniendo una Leyenda de su lado, ¿Quién se opondría?

Sin embargo, un sonoro y largo sorbido llamó la atención de todos los presentes. Entrando a la habitación, llegó un hombre de rasgos criollos típicos de la población de Venezuela de los siglos XVI al XVIII, su piel era un poco bronceada, de ojos café y de cabello castaño corto. Llevaba un sombrero de mosquetero negro, junto a una camisa blanca con mangas holgadas, la cual estaba debajo de un poncho negro, en su cinturón llevaba un sable español del siglo XVIII, su pantalón era de color negro y sus botas café. En sus manos llevaba una taza de café, que al terminarse desmaterializa en el aire. Aquel hombre era El Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.

A su lado, estaba una mujer de cabello castaño y ojos marrón oscuro, de piel blanca y media cabeza más pequeña que él. Vestía un traje formal, similar al atuendo típico de la agente Jane Lewis durante sus horas de servicio, con la diferencia que llevaba tacones negros. Ella era la agente Verónica Chacín, del SEBIN, el Servicio Bolivariano Nacional de Inteligencia.

—No esperaba esto de usted, Sr. Amaru —declaró Antonio José, con las manos detrás de la espalda, frunciendo el ceño—. Pensé que habíamos hecho un acuerdo de no agresión para evitar dejar a nuestras naciones desprotegidas ante otras Leyendas, como Atila el Grande o Barbanegra.

—Ese acuerdo sólo incluía a Venezuela, Sr. Sucre, pero los territorios que quiero recuperar terminan hasta Colombia —replicó el antiguo héroe Inca, indiferente.

—Colombia alguna vez fue parte de los territorios que defendí, no piense falsamente que la dejaré desprotegida si ustedes proceden con sus intentos de invasión —dijo con una mirada desafiante—. Este no es el Túpac Amaru que alguna vez conocí meses atrás, ¿con quién ha estado hablando?

—¡Suficiente! ¡¿Quién les dio permiso de irrumpir en este lugar como si fueran Pedro por su casa?! —exclamó el Presidente Cerro, golpeando la mesa con indignación.

—Agente Chacín, del SEBIN, estoy aquí como escolta del Sr. Sucre por petición del Vicepresidente de Venezuela, Antonio Urdaneta —dijo Verónica, con un rostro frío mientras mostraba su placa.

—Y yo soy Antonio José de Sucre, Mariscal de Ayacucho, naturalmente, Perú tiene un lugar especial en mi corazón —respondió con gracia y tono tranquilo.

—Usted no es bienvenido en Perú, ni ahora ni nunca, ustedes los venezolanos fueron un veneno para nuestra patria —dijo el agente Barreda, con una mirada llena de desprecio.

—Cuide sus palabras, agente, ninguno de ustedes sabrá lo que Bolívar y yo tuvimos que sacrificar para darles a todas las tierras posibles su libertad —dijo Sucre, frunciendo el ceño—. Lo que este hombre sugiere es una guerra sin precedentes ante todos vuestros vecinos y compatriotas de Sudamérica, ninguna ambición vale la pena poner en riesgo al Perú.

—Suficiente, no escucharé una palabra más, será mejor que se retiren de este lugar, antes de que le pida a los agentes que los echen a patadas de regreso a Venezuela —ordenó el Presidente Cerro, con tono despectivo.

—Con todo respeto, Sr. Presidente, pero...

Antes de que Verónica pudiera decir algo, Antonio José de Sucre la detuvo y le hizo una seña con la cabeza para irse de allí. Por su parte, Túpac Amaru solo sonrió una vez más de una forma maliciosa, una vez que los intrusos se fueron, siguió hablando con el presidente y con los agentes sobre sus futuros planes. 

Por las calles de Lima, Sucre y la agente Chacín fueron en dirección hacia la Embajada de Venezuela en la ciudad, El Mariscal de Ayacucho andaba cabizbajo, con una mano en la barbilla y la otra bajo su codo.

—¿Qué tiene, señor? —preguntó la agente Chacín, viéndolo de reojo.

—Sin duda alguna, ese no es el Túpac Amaru que alguna vez conocí —dijo con tono serio—. No creo que sea un impostor, pero deben de estar manipulándolo de alguna manera. Al verlo, puedo notar en él una presencia siniestra, como nunca antes había notado en otras Leyendas, como aquel francés que pertenecía a la tripulación de Barbanegra. Es tal y como nos advirtieron Negro Primero y su acompañante, Atila el Grande está detrás de su cambio.

—¿Cómo deberíamos proceder? 

—Solo hay un grupo de personas a las cuales pedir ayuda, Fahrenheit 451 —respondió determinado.

Sede de Fahrenheit 451, Quántico, Virginia...

https://youtu.be/Sgjiz2onvOU

Todo el equipo de Fahrenheit 451 se reunió en la Mesa Redonda tras recibir la noticia de la llamada de Antonio José de Sucre. El Mariscal de Ayacucho apareció en el monitor junto a la agente Chacín.

—Fahrenheit 451, es todo un honor conocerlos, su reputación les precede —dijo Sucre, con una sonrisa jovial—. Ella es mi escolta, la agente Verónica Chacín.

—Es un placer, agentes.

—También es un honor para nosotros el conocerlos —dijo Dwayne, haciendo un saludo militar en señal de respeto—. Dijo que en Perú ocurría un asunto de suma importancia.

—Eso es correcto, agente Milestone. Verán, cuando comenzó La Más Grande Epopeya, tuve una pequeña reunión con Túpac Amaru e hicimos un pacto de no agresión para evitar poner en peligro vidas inocentes, así como también evitar que nuestros países quedaran desprotegidos ante otras Leyendas —explicó con una mirada que expresaba a la perfección sus preocupaciones—. Cuando conocí a Túpac Amaru, se veía como una persona razonable, un buen hombre que no tenía malas intenciones con nadie. Sin embargo, tal parece que alguien ha usado algún truco con él, porque ahora planea realizar acciones bélicas contra Chile, Ecuador y Colombia, pero también temo que pueda expandirse hacia el resto de Sudamérica. Esto podría estar relacionado con Atila el Grande, según un informante que me pidió permanecer en el anonimato por los momentos, espero que entiendan.

—No se preocupe, por ahora no haremos muchas preguntas respecto a ese informante —aseguró Jane.

—Bien, muchas gracias, ahora, quiero pedirles su ayuda con este asunto ya que he de confesar que no soy capaz de derrotar a Túpac Amaru yo solo, y menos aún si tiene a Atila el Grande de su lado —declaró apretando los puños de la impotencia—. A cambio de su ayuda, les juro mi eterna lealtad como antiguo soldado de Venezuela. 

—Bueno, justo estamos buscando a más Leyendas que se unan a nosotros para derrotar a Atila el Grande y a Alejandro Magno, será recibido como se debe dentro del equipo, Sr. Sucre —aseguró Kira, con una ligera sonrisa.

—Gracias, Fahrenheit 451, tienen mi eterno agradecimiento por prestarnos vuestra fuerza en esta batalla —dijo Sucre, quitándose su sombrero de mosquetero en señal de respeto.

—Estaremos en Lima mañana al mediodía, los veremos en la Embajada de Venezuela —informó Calíope.

—De acuerdo, aquí los veré. Me despido, futuros compañeros de armas.

Al terminar la video llamada, era hora de discutir sobre el objetivo en cuestión.

—Calíope, ¿Qué nos puedes decir de Túpac Amaru II? —preguntó Min-seon, mientras se comía un pastel de chocolate con galletas oreo.

—Fue uno de los líderes militares más importantes de la emancipación de Perú, su nombre real era José Gabriel Condorcanqui Noguera, un comerciante bastante exitoso del Virreinato del Perú. Decidió iniciar un proceso revolucionario debido a las reformas borgoñas que afectaron sus negocios, se cambió el nombre a Túpac Amaru II en honor a su antepasado y también para ganarse el favor del pueblo Inca, quienes con el tiempo lo vieron como una figura casi mesiánica. Fue capturado por el bando realista, en un principio se le intentó ejecutar mediante descuartizamiento con caballos, pero no lograron destrozar su cuerpo, por lo que fue decapitado. Según mis análisis, podría figurar entre las Leyendas de Clase B.

—¿Qué hay de Atila? —inquirió Dwayne, frunciendo el ceño.

—Fue el último y más poderoso rey de la tribu nómada de los Hunos, fue apodado como El Azote de Dios, varios reinos de Occidente fueron sus víctimas, incluyendo el imperio Romano. Casi nadie estuvo dispuesto a enfrentarlo. Por todo lo que ha hecho, Atila el Grande se ubica en la Clase A, aunque también está en lo mínimo requerido para entrar en la Clase S.

—Siegfried, ¿Qué me dices? ¿Puedes lidiar con él? —inquirió Kira, arqueando una ceja.

—Hay muchas cosas que todavía desconocemos de Atila el Grande, pero... con todo lo que he aprendido en mi entrenamiento con Sigurd, Souji y con la Capitana Pavlichenko, esto seguro de que podré derrotarlo —aseguró con una ligera sonrisa.

—Aunque también cabe la posibilidad de que Atila no esté solo, podría estar acompañado de sus otros Generales Tiránicos —remarcó Hades.

—Los satélites de la Fundación Von Stromheim muestran a la gran mayoría todavía en Tailandia o en otras partes de Asia Oriental —reveló Calíope.

—Bueno, cualquier cosa tenemos los Astras Modelo Tres del Dr. Von Stromheim, combinado con nuestras habilidades, podemos darles unas buenas patadas a esos idiotas —dijo Min-seon, con algo de malicia en sus palabras.

—Además de que no podemos esperar a que Túpac Amaru sea el que haga el primer movimiento —agregó Souji.

—Bien, prepárense equipo, partiremos en cuatro horas a Perú —ordenó Kira, retirándose de la Mesa Redonda junto al resto.

En su Taller Taumatúrgico, Alastor le entregó a Ryoma y a Souji unas nuevas katanas. Había modificado la katana del Hitokiri gracias a su Taumaturgia, al ser ya una espada "encantada" por un Dios, no tuvo que modificar mucho, pero la había vuelto más poderosa. La katana de Ryoma era más resaltante, ya que medía casi lo mismo que una nodachi, su mango era negro con detalles celestes, su guarda era dorada y su hoja era reluciente, con detalles azul oscuro en forma de rayos eléctricos.

—La llamo Ryukiri (Corta Dragones), la hice siguiendo las indicaciones de Souji —explicó Alastor, cruzado de brazos.

—¡¿Pero que mierda?! —exclamó Ryoma, al darse cuenta de un detalle importante—. Esto pesa más que una nodachi normal.

—No, pesa lo mismo, solo que su peso no está distribuido de forma uniforme como es lo habitual —dijo Souji, con una ligera sonrisa.

—¿Y por qué tengo que usar algo así? —inquirió frunciendo el ceño.

—Domina esa espada junto a tu Técnica Secreta y te volverás aún más fuerte —respondió con tono críptico.

—Hola chicos, lamento la tardanza Alastor, tenía que arreglar algunas cosas —dijo Jane, entrando al taller.

—No se preocupe, Dra. Lewis, de todas maneras tengo listo su nueva arma —dijo Alastor, con una ligera sonrisa.

Alastor le entregó a Jane un gunshu, un bastón usado en las artes marciales chinas, considerado como "El Padre de Todas las Armas", ya que todas las demás que se inventaron en dicho país derivan del gunshu. Aquel bastón era de color negro, con detalles dorados en ambos extremos y que tenía la palabra Tǔdì (Tierra en chino).

Yánshí shǒuhù zhě (Guardián de Roca), es el nombre de mi más reciente creación —explicó con jovialidad—. Está totalmente adaptado a su Aura Elemental de Tierra y además posee una Cadena de Mando, si explica sus cualidades al enemigo, entonces el arma se verá potenciada hasta el ciento veinte porciento.

Tài gǎnxièle (Muchas gracias) —dijo con una dulce sonrisa.

—A sus servicios, doctora.

Con todo preparado, el equipo Fahrenheit 451 fue hacia el aeropuerto de Quántico para tomar el jet privado que los llevará a Lima, donde podrían llegar a tener una misión complicada. Kira, Dwayne y Min-seon llevaban unos brazaletes con los colores las banderas de Rusia, Estados Unidos y Corea del Sur respectivamente, aquellos brazaletes eran su nueva arma anti-Leyendas.

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