Capítulo 146-Ginebra, ¿Dónde Quedó Nuestro Amor?
"Pero Lancelot amaba a Ginebra y Ginebra a Lancelot, y ese amor fue la semilla de la tragedia que desmembraría el Reino de Arturo". Alfred Lord Tennyson.
Camelot, hace miles de años...
Arturo Pendragón caminó a paso lento a través de los pasillos de los calabozos de Camelot, había estado allí varias veces, le había concedido perdón a varios antiguos criminales, a los cuales ayudó a reformarse, pero este ya no podía ser el caso. Su alma, la cual había enfrentado a Dragones, Trolls, orcos, etc, no estaba preparada para esto.
Los guardias abrieron la puerta e ingresó a la celda de Ginebra, su querida reina abrió los ojos llenos de sorpresa al verlo, allí. Lo primero que hizo fue abrazarlo, aunque Arturo no lo correspondió como solía hacerlo en el pasado.
—¿Qué haces aquí, Arturo? ¿Qué pensará el pueblo si se entera que me viste? —preguntó Ginebra, con un tono preocupado y temeroso.
—En estos momentos, el pueblo no me puede importar menos, solo me interesa una cosa —confesó con una voz melancólica y desviando la mirada, evitando ver a Ginebra a los ojos—. Dime, con toda la sinceridad del mundo, ¿es verdad las acusaciones de Sir Mordred? ¿De verdad me engañaste con Sir Lancelot?
Ginebra se quedó callada, se puso totalmente pálida al escuchar las preguntas de su esposo, sus labios temblaban y sudaba frío.
—Sí... es verdad —admitió con ojos llorosos.
Por dentro, Arturo quería llorar, quería decir un montón de insultos y maldiciones. Sentía como su corazón deshacerse en pedazos.
—Por favor, Arturo... debes sacarme de aquí —suplicó tomándolo de las manos.
El Rey se zafó de sus manos y le dio la espalda.
—No —sentenció con voz apagada.
—¿C-Cómo dices? —inquirió Ginebra, impactada.
—Todo esto... te lo hiciste tú misma, Ginebra. Te di todo durante años... mi amor, mi confianza, mis secretos, mis temores, mi reino... hice de todo para que tú y nuestros hijos sean felices —remarcó con una expresión apagada y una voz rota—. Lo fuiste todo para mí, creía que siempre nos amaríamos hasta el final de nuestros días, ¿y decides acostarte con Lancelot, a quien yo consideraba casi como mi hermano, por mero capricho? ¿Por qué estoy obligado a salvarte?... No traicionaste a un Rey, Ginebra, traicionaste a un hombre que te amó más que nada en este mundo. Creí que a diferencia de muchas otras personas en mi vida, tú nunca me abandonarías.
—¡Púdrete, Arturo! ¡Tú y todo este maldito Reino! —le gritó Ginebra entre lágrimas.
—¿Entonces esto es todo lo que quedó? ¿Odio? ¿Resentimiento? Si nunca me amaste, debiste habérmelo dicho hace años y yo hubiera entendido... solo quería que tú fueras feliz —confesó cabizbajo, abandonando la celda.
Ginebra se desplomó en un rincón, llorando desconsoladamente, ya no había esperanzas para ella.
Cuando Arturo salió de los calabozos, le estaba esperando Sir Bedivere, uno de los caballeros más leales de la Mesa Redonda y uno de los primeros en unirse a Arturo después de Lancelot du Lac. Un hombre ya en sus treinta, de gran atractivo, largos cabellos plateados y ojos grises, media cabeza más bajo que Arturo y con una deslumbrante armadura plateada, que brillaba de forma semejante a un diamante.
Al encontrarse en la salida, Arturo perdió el equilibrio y casi se cae de no ser por Sir Bedivere.
—¡Mi Rey!
—La amaba tanto... Sir Bedivere... es la madre de mis hijos —dijo entre lágrimas—. Ella era el amor de mi vida. ¿Cómo fue que las cosas terminaron así?
—Lo siento tanto, mi Rey, de verdad que lo siento.
Al día siguiente, se llevó a cabo la ejecución de Ginebra, en el centro de Camelot. La muchedumbre furiosa lanzó insultos a diestra y siniestra con la antigua Reina.
—¡Maldita mujerzuela!
—¡¿Cómo te atreviste a traicionar a nuestro Rey?!
—¡Espero que ardas en el infierno!
Arturo estuvo presente y en todo momento, sus lágrimas no cesaron. Su mirada se encontró con la de Ginebra, ambos estaban rotos y en esos pocos segundos que parecían eternos, Arturo juraría que leyó sus labios que dijeron "lo siento, fue mi culpa".
Justo antes de que prendieran fuego la hoguera en donde Ginebra ardería, un estruendo se escuchó.
Lancelot du Lac apareció cabalgando encima de su caballo lo más rápido que podía, armado con su espada Arondight, la cual usó para atacar a todos los civiles presentes con incontables criaturas marinas, obligando a Arturo a protegerlos junto a sus caballeros. Aprovechándose del caos, Lancelot mató a tres caballeros de la Mesa Redonda, Sir Garreth, Sir Gaheris y Sir Agravain. Con ellos fuera del camino, tomó a Ginebra y huyó de la escena.
Ginebra se dio media vuelta, viendo hacia Arturo y este también observó como aquella mujer a la que amaba tanto se iba de su lado.
—¡Arturo! —gritó Ginebra, rompiendo en llanto.
—Ginebra —murmuró Arturo, cayendo al suelo de rodillas.
Al enterarse de la muerte de sus tres caballeros a manos de Lancelot, Arturo armó un escuadrón conformado por sus mejores caballeros de la Mesa Redonda, partiendo para darle caza al traidor, dejando a Sir Mordred a cargo de Camelot durante su ausencia.
Lo que no sabía Arturo, es que Sir Mordred fue uno de los que confabuló para derrocarlo del trono. Pronto, El Caballero de la Traición movería las piezas para adueñarse de todo, junto con aquella Hada que lo usó como su marioneta desde que tan solo era un recién nacido. Y todos estos acontecimientos llevarían a la muerte de Arthur Pendragón.
Londres, Inglaterra, en la actualidad...
https://youtu.be/yCkDfT2moqE
En una cafetería de la capital inglesa, Chevalier d'Éon, uno de los Generales Celestiales de Alejandro Magno, estaba reunido con el Rey Arturo, tomando juntos una taza de café junto a un pedazo de pastel de vainilla y fresas.
—Mi Rey tiene un ojo puesto en usted, su majestad, le parece un hombre... curioso.
—Pues me siento honrado de causar interés en el Rey de los Conquistadores —replicó tomando un trago de café—. Monsieur d'Éon, ¿a qué se debe su visita?
—Mi Rey está interesado en conocerlo, tal vez formar una alianza temporal para detener a Atila el Grande —explicó revolviendo su café al que le había echado un poquito de leche que le trajo la mesera—. Vimos su combate contra Sir Lancelot y después contra Sansón, en ninguno a demostrado todavía su verdadera fuerza, ¿verdad?
—Porque ninguno de los dos me forzó a hacerlo —aclaró tomando un bocado de su pastel—. Por más que agradezca la oferta de formar una alianza hasta detener a nuestro enemigo en común, tengo que rechazarla, porque para empezar, Atila el Huno no es quien está manejando las cuerdas aquí.
—¿De verdad?
—No, la verdadera mente maestra es mi hermana melliza, Morgana le Fay —reveló—. Ella regresó a La Más Grande Epopeya y utilizó a Atila como pantalla de humo. Morgana es la verdadera líder de los Generales Tiránicos.
—Debe ser bastante poderosa de ser cierto.
—Se podría decir que sí, en lo que ha Taumaturgia se refiere, era más fuerte que el Mago de las Flores, Merlín. Por lo que me contó Hístor en Ávalon, Merlín mientras yo estaba en la batalla de Camlann con la ayuda de Sir Percival.
—Entiendo, tendré que informarle a mi Rey la verdad.
—Tranquilo, todo mundo lo sabrá pronto. Mañana ella y yo tendremos nuestro duelo final.
—¿No sería mejor enfrentarla con la ayuda de mi Rey? —ofreció Chevalier, entrecerrando los ojos—. Alejandro Magno es una de las Leyendas más fuertes en esta Epopeya, estoy seguro que juntos podrán enfrentarla.
—Este es un asunto entre dos hermanos, sería descortés de cualquier otra persona entrometerse —respondió con una mirada seria, mientras un ligero temblor sacudía todo ese barrio de Londres—. Además, tengo que regresarle a esa mujer todo el daño y el dolor que le provocó a mi gente en el pasado.
—Está verdaderamente molesto, aunque quiera aparentarlo con esa mirada tranquila —pensó Chevalier, intrigado—. Durante mi época de estudiante leí bastante las historias artúricas, me inspiraron para ser un caballero, pero nunca imaginé que el odio de Arturo Pendragón por esa mujer pudiera ser tan grande
—La verdad, es que es un hombre admirable, su majestad —comentó Chevalier, esbozando una pequeña sonrisa—. Aunque realmente no entienda las razones detrás de su deseo. Yo tengo ambiciones mucho más hedonistas y personales.
—Aunque me diga eso, no detecto deshonor alguno en usted, Monsieur d'Éon. Es un buen hombre, si hubiera nacido en mi época, con gusto lo hubiera aceptado en mi Mesa Redonda.
—No es para menos, fue gracias a sus historias que quise convertirme en un caballero. Mi más grande sueño era tener grandes aventuras como las que usted tuvo junto a los demás caballeros de la Mesa Redonda.
—¿De verdad?
—Su majestad, me parece que no es consciente del enorme impacto que su legado dejó en el mundo —remarcó Chevalier, tomando un trozo de pastel y un trago de café antes de seguir—. Su historia ha inspirado a múltiples caballeros antes de que yo siquiera naciera. Las cruzadas europeas hacia Jerusalén fueron en su honor, o al menos las que provinieron de Inglaterra y también fue la inspiración para los Doce Paladines de Carlomagno. Tiene bien merecido el título de "El Rey de los Caballeros".
—Hahahaha, ya veo. Me alegra haberles inspirado a seguir los caminos de la caballería, no me esperaba algo así mientras estaba en Ávalon.
—A sido un placer poder hablar con usted, su majestad —Chevalier d'Eon terminó su comida y se levantó de su asiento, dedicándole una reverencia a Arturo—. Le deseo la mejor de las suertes en su batalla contra Morgana le Fay, mon ami.
—Monsieur d'Eon, le agradezco sus palabras, serán un impulso importante para mí en la batalla.
Chevalier dejó parte del dinero de la cuenta en la mesa para que Arturo terminara de pagar por todo y se retiró. Arturo siguió disfrutando de la mañana, atrapado en sus pensamientos sobre la batalla de mañana. Se sentía un poco nervioso, pero al mismo tiempo emocionado y también determinado en terminar con este odio que llevaba milenios persiguiéndolo.
Bangkok, Tailandia, Palacio de los Generales Tiránicos...
https://youtu.be/hccpZfM_g7k
En los aposentos de Morgana le Fay, la Hada de la Traición estaba en su cama con una bata de algodón que apenas ocultaba su desnudez al estar abierta. Tenía rodeada con los brazos a Locusta, la envenenadora romana, mientras acariciaba lentamente su feminidad y la hacía soltar jadeos de puro placer.
—Su majestad... ¿por qué me pidió hacer esto? —preguntó con las mejillas ruborizadas.
—Fufufufu, digamos que extraña tener a una chica linda en mi cama —respondió lamiendo su cuello con deseo—. Atila tiene buena técnica con su "espada", pero hay veces en la que una reina quiere tener el suave tacto de una damisela en sus manos.
La petición momentos antes de parte de Morgana a Locusta, la tomó por sorpresa en un inicio, pero al final terminó aceptando, ya que la envenenadora veía atractiva Morgana y ella ya tenía experiencia estando con mujeres, ya que tuvo amoríos con sus antiguas alumnas de su academia de botánica. Además de que Morgana le recordaba bastante a un hombre del que Locusta estaba secretamente enamorada en su anterior vida.
—Eso lo entiendo, su majestad, pero... ¡¿por qué tiene que estar él aquí?! —exclamó Locusta, señalando a Kotarō que estaba enfrente de la cama.
—Créeme, me iré pronto, no quiero ver este acto desagradable —replicó Kotarō, entrecerrando los ojos—. Morgana-sama, mañana será su duelo contra Arturo Pendragón, ¿segura que no quiere que interfiera?
—Agradezco tus preocupaciones, querido Kotarō, pero este es un tema entre hermanos —declaró Morgana, sin dejar de consentir a Locusta—. Y gracias a tus Rappas, pude encontrar una herramienta que me dará la victoria segura contra mi hermano.
—Confiaré en sus palabras, pero si se muere... la mataré —advirtió desapareciendo entre las sombras.
Finalmente solas, Morgana y Locusta siguieron con su acto de lujurias. Morgana estaba extasiada por el día de mañana, cuando finalmente mate a su hermano, todo lo que alguna vez le perteneció a él, ahora será de ella.
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