Capítulo 14-Una Cita de Terapia
"Sé qué es desear morir. Lo que duele sonreír. Cómo intentas encajar, pero no puedes. Cómo te haces daño en el exterior para matar tu interior". Winona Ryder
Habían pasado dos días después de que le equipo Fahrenheit 451 haya ido a Francia y haya derrotado a Jacques de Molay junto a sus caballeros templarios con la ayuda de Siegfried.
Jane Lewis se había quedado hasta tarde en la sede, terminando el reporte que todos los agentes tenían que hacer después de una misión, omitiendo obviamente la parte en la que apareció la segunda personalidad de Siegfried. Ella seguiría los deseos de Siegfried de no revelarle al equipo la situación hasta que él lo decida o se vuelva incontrolable.
Tras terminar el reporte, decidió darse una ducha para luego irse a dormir a su departamento.
Mientras se ponía la toalla al salir de la ducha, empezó a escuchar un sonido que le llamó la atención y que parecía provenir de alguna parte del edificio.
https://youtu.be/rmCYSOdAxFs
—Vargen ylar i nattens skog. Han vill men kan inte sova. Hungern river i hans varga buk. Och det är kallt i hans stova. (El lobo aúlla en el bosque nocturno. Quiere dormir pero no puede. El hambre desgarra su vientre de lobo. Y hace frío en su salón).
Parecía ser una especie de canción de cuna, cantada en un idioma que ella no podía identificar. Jane tomó su arma y salió a buscar el origen de la canción.
—Tranquila Jane, tranquila. No existen los fantasmas —pensó mientras caminaba por los pasillos—. Bueno, espera... si existen los Dioses y personajes de otras eras creo también existen los fantasmas... mierda.
Jane se acercó a la sala de descanso de la sede, apoyándose detras de la pared mientras seguía escuchando aquella canción de cuna. Salió rápido de su escondite y apuntó hacia el posible intruso, aunque por el rápido movimiento que hizo su toalla se cayó al suelo.
Al fijarse bien, resulta que se trataba de Siegfried, quien estaba sentado en una de las mesas del lugar, mirando hacia el vacío.
—¿Hmmm? Ay no —musitó al escuchar a alguien venir y darse que cuenta que era Jane, desviando la mirada hacia el techo—. Lo siento, Lady Lewis, los ví por un momento.
Jane bajó la mirada y se apresuró a volver a colocarse la toalla, quedando con el rostro rojo como tomate.
—¡Siegfried, lo siento! N-no es tu culpa, fue accidente —dijo algo apenada, sentándose enfrente de él una vez que tenía la toalla puesta otra vez—. ¿Qué haces aquí solo? Son la una de la mañana. No te confundas, tienes una linda voz, pero da un poquito de repelús que te pongas a cantar en la total oscuridad.
—Bueno... no podía dormir, tenía pesadillas, entonces salí de mi habitación y me puse a cantar una vieja canción que conozco para poder pasar el rato hasta que amanezca —confesó jugando con sus dedos.
—¿Has tenido pesadillas estos días? —preguntó preocupada.
—Varias, de hecho —respondió cabizbajo—. Las tengo... unas cuatro o cinco veces a la semana.
—Oye, ¿qué me dices de esto? Ven a mi oficina por el día a las nueve para que podamos hablar de todo esto —sugirió poniendo su mano encima de la de Siegfried—. Tendremos una sesión terapéutica, totalmente gratis ya que eres mi amigo.
—¿Cree que eso pueda ayudarme?
—En mi experiencia, hablar y sacar los demonios internos puede llegar a ser muy liberador —aseguró—. Gente como tú, aunque lo nieguen, quieren ser escuchadas y comprendidas. Es el deber de doctores como yo el ayudarlas en eso.
—Hmpf, ya veo... gracias doctora —musitó con una ligera sonrisa.
Varias horas después, Siegfried llegó a la oficina a la hora acordada, ni un minuto antes y ni un minutos después. Vestía una camisa roja mangas cortas que dejaba a la vista sus brazos musculosos, junto a un mono deportivo negro y andaba en medias blancas. Dwayne Milestone había prometido traerle más ropa nueva de su talla para que pueda usar fuera de las misiones.
La doctora Jane Lewis estaba sentada en una silla enfrente de un diván del psiquiatra de tela café. Vestía una camisa blanca debajo de una gabardina café, junto a una falda larga negra con tacones morados. En su cabello y gabardina, tenía broches de corazón de color morado. Tenía un lápiz y una libreta de apuntes. Cuando Siegfried entró, le dedicó una dulce sonrisa.
—Buenos días, Siegfried, recuéstate por favor —indicó señalando el diván.
—¿Qué se supone que tengo que hacer en terapia? —preguntó mientras se recostaba.
—Por ahora, solo háblame sobre tí —dijo, inclinándose un poco hacia el frente—. ¿Qué me puedes decir de tu familia? Por ejemplo.
—Hmmm... veamos... nunca conocí a la familia de mi madre, mi abuelo paterno es Odín —reveló como si nada.
—¿O-Odín?... ¿El de...? Ya sabes, 🎶laaaaargas barbas poder colosaaaaal🎶, ¿ese Odín? —preguntó asombrada.
—Ehm... ¿supongo? —dijo alzándose de hombros—. Honestamente nunca lo conocí, solo sé de él por las historias que me contaba mi padre de pequeño.
—¿Y qué me dices de tus padres? —preguntó mientras anotaba sus observaciones.
—No conocí por mucho tiempo a mi madre, Gondull, murió de una rara enfermedad que la hacía escupir sangre cuando tenía cinco años —reveló mirando fijamente hacia el techo.
—Oh, cuanto lo siento.
—Está bien, mi madre fue una buena persona que siempre se preocupó por los demás... cuando murió, estuvo rodeada por todas las personas que salvó en su vida —replicó con una ligera sonrisa, llena de nostalgia—. Mi padre, Sigmund, también fue un gran hombre, un noble guerrero que siempre defendió a los débiles, a diferencia de mí. Sigmund siempre trató de enseñarme los verdaderos valores de la caballería... lamentablemente, lo decepcioné.
—Siegfried, hay algo que he notado de tí y es que siempre remarcas las virtudes de otros, comparándote con ellos de forma negativa —señaló Jane, con tono de lástima—. Tú también tienes grandes virtudes de las que deberías sentirte orgulloso y sin importar la culpa que sientas, eso no cambia el lado bueno que posees.
—¿Qué virtudes me quedan después de las cosas que he hecho? —preguntó con una expresión melancólica.
—Aún sientes ese deseo de querer hacer lo correcto y te preocupas por tus compañeros, yo creo que son grandes virtudes —declaró dedicándole una sonrisa—. Tienes un gran poder y podrías hacer con este mundo lo que quisieras, pero sigues teniendo un gran sentido de la justicia. Has aceptado el mundo como es, sin querer cambiarlo, a diferencia de Jacques de Molay quien quería imponer su mundo medieval al nuestro.
Los ojos de Siegfried se pusieron llorosos un momento, Jane le pasó una caja de pañuelos, lo cual el caballero agradeció. Ella pudo notarlo, aunque Siegfried crea que no lo merezca, aprecia aquellas palabras con el alma.
Esperaron unos momentos hasta que él se sintiera mejor para seguir hablando, esta vez Jane quería ver un poco más allá de su ser.
https://youtu.be/WJXw0lL5-vA
—Háblame de tus pesadillas, Siegfried, ¿puedes recordarlas? —preguntó con voz suave.
—Sí... son bastante vívidas —confesó con los ojos cerrados—. Es la misma pesadilla una y otra vez. Estoy caminando por los bosques nevados de mi hogar natal, mi armadura está sucia y mi espada está bañada en sangre que va dejando un rastro mientras camino. Una tormenta de nieve comienza y va aumentando de intensidad poco a poco, hasta que la luz del sol es tragada por completo como en el Ragnarok.
«En la fría oscuridad, todas las personas que maten aparecen, pero son solo espectros sin rostro porque... realmente no puedo recordar cuántas personas maté durante mi tiempo con el Rey Gernot de Borgoña. Pero esos espectros sin rostro me gritan y me maldicen sin parar, descargando todo su odio sobre mí. Entonces, la nieve se convierte en sangre que me llega hasta los tobillos».
«De entre toda esa sangre... sale Brynhildr, con su lanza en mano... ella siempre grita lo mismo».
"Es tu culpa"
«Y ese es el momento en el que se apuñala el corazón con su propia lanza. Después de eso... la sangre sube y sube, ahogándonos a los dos. Intento luchar por respirar y para rescatarla..., pero no puedo, por más que lucho y lucho... sigo hundiéndome a medida que sigo luchando. Ahí es cuando despierto y yo...»
Siegfried volvió a romper en llanto, con las imágenes del suicidio de Brynhildr en su cabeza.
—Lo siento doctora... es solo que... no hay nada en mi vida que tenga sentido —confesó entre lágrimas, con los puños sobre los ojos—. Tan solo... quisiera morirme.
—Tú no quieres morirte, Siegfried, nadie con tu mentalidad quiere morir —replicó Jane, con tono compasivo, pero directo—. Te lo digo por experiencia, no como doctora, sino como alguien que lo vivió directamente. Los suicidas o las personas depresivas como tú, no quieren morirse, solo quieren que su dolor acabe.
—Lady Lewis... ¿acaso usted...? —musitó anonadado.
—Tenía un hermano mayor, era mi mejor amigo de toda la vida, su nombre era Jason —relató con una mirada nostálgica y sombría—. A primera vista, todo mundo podría coincidir en que Jason era un chico bastante alegre, bromista y que disfrutaba mucho de la ciencia, sobre todo la física. Nuestros padres eran buenos con nosotros y parecía... que todo iba bien. No pude estar más equivocada.
«A la edad de dieciséis años, Jason cometió suicidio mediante una sobredosis, fuí yo... quien lo encontró en su habitación —una lágrima cayó por la mejilla de Jane—. En su nota, se disculpó con todos por su decisión, pero es que... estaba harto de sufrir».
«Nadie sabía por qué Jason tomó una decisión tan drástica como esa, si parecía tan feliz e incluso... el día anterior a ese, estaba enseñándome como hacer un truco de magia mediante la física básica. Pero yo... sabía que había algo más, entonces leí su diario y le pregunté a su mejor amigo de la escuela. Me dijo que Jason sufría de acoso en la escuela, lo golpeaban y lo ridiculizaban en público, encima tenía problemas con las drogas, eran un escape para lo que vivía... hasta que ya no aguantó más».
Jane tomó un pañuelo y se limpió las lágrimas. Siegfried se levantó del diván para arrodillarse cerca de ella y tomarla de la mano.
—No me imagino lo doloroso que debió haber sido perderlo, lo lamento mucho, Lady Lewis —musitó—. Sin duda alguna, Jason era gran persona.
—Le hubieras agradado, estoy segura de ello —mencionó lanzando un profundo suspiro—. Lo siento, Siegfried, recordar a Jason siempre me pone sentimental.
—No necesita disculparse, Lady Lewis, usted misma dijo que hablar y sacar los demonios internos ayuda a las personas —replicó con una ligera sonrisa.
—Jajaja... tienes razón —dijo sintiendo como pasaban los recuerdos dolorosos—. Creo que esta sesión nos ha ayudado a los dos.
—¿Usted cree que mi lucha para no ahogarme en la sangre, tal vez sea mi alma diciéndome, "sigue luchando"? —inquirió cabizbajo.
—Una vez leí una frase de Charles Bukowski, y es: "y sé amable contigo mismo cuando te sientas mal, trata de pensar en algo bueno que una vez te pasó o de algo bueno que te pueda pasar. A menudo somos demasiado duros con nosotros mismos" —declaró tomando con fuerza la mano de Siegfried—. No será un camino fácil, pero prometo ayudarte a luchar contra tus demonios.
—Hehehehe..., usted es la mujer más bondadosa que he conocido en mi vida, Lady Lewis —confesó sintiendo algo de calidez en su alma, por primera vez en mucho tiempo—. ¿Quién en su raciocinio aceptaría ayudar alguien tan dañado como yo?
—Alguien que puede leerte como un libro —replicó dándole un pequeño toque en la nariz—. ¡Wow! ¡Fue una gran sesión! Dejémoslo por hoy y sigamos mañana a la misma hora, ¿ok?. Quiero ir por un batido de chocolate.
—¿Quiere que la lleve volando? —sugirió—. Así será más rápido.
Jane soltó una ligera risa y al salir de la sede, se subió a espaldas de Siegfried para irse volando, surcando los cielos de Quántico mientras gritaba de emoción como una niña pequeña.
—¿Realmente llegará el día en el que pueda perdonarme a mí mismo? —dijo Siegfried, para sus adentros.
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