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XXIV. El Secreto de Emma


El secreto de Emma

El conductor asignado para llevar a todos a sus casas después de la fiesta era Christopher Fegan. Él también estaba un poco ebrio, pero comparándole a los demás parecía el más adecuado para tomar el volante. 

Lamont, la ciudad a donde se dirigían, estaba a escasos cinco kilómetros de distancia, sin embargo Fegan tuvo que estacionar su camioneta porque necesitaba bajar a orinar. Se suponía que todos llegarían temprano a sus casas, pero como cada uno fue deteniendo a Fegan por alguna razón ya casi amanecía y seguían en ruta.

—¡Date prisa, Chris, mis padres me matarán! —gritó Walter desde el asiento del copiloto.

Los demás continuaron hablando en lo que esperaban a Christopher.

Un bosque parecía un buen lugar para orinar, sobre todo uno tan silencioso. Christopher caminó entre los árboles y se detuvo detrás del que le pareció el adecuado. Bajó el cierre de su pantalón y levantó la mirada para apreciar el lugar en lo que hacía lo suyo. No obstante, pronto notó la presencia de alguien peculiar: Una hermosa joven, sin duda japonesa por su larga cabellera negra y Kimono rojo. Esta bailaba entre la floresta. Christopher, que jamás imaginó encontrar allí algo así, decidió ir hasta donde se hallaba la bella mujer. Siendo condescendiente, esta le demostró estar complacida de su presencia y le atrajo  aún más con un ligero movimiento de manos. Fegan se sintió afortunado, pasaría el rato con ella y después regresaría a la camioneta. ¿Qué importa si se demoraba? Igual todos iban tarde y estas oportunidades se aprovechan.

Tras atraerlo hacia ella, la bella mujer se recostó en el tronco de un árbol y le miró directamente. Christopher notó que los ojos de ella se veían un poco rojos, pero qué importa si estaba desvelada o llorando, una mujer es una mujer sin importar el color de su mirada. Un cuervo dorado voló hacia el árbol y descendió hasta posarse sobre una de las ramas, otros dos le siguieron. A Christopher le pareció extraño y detuvo sus pasos, sin embargo la mujer extendió su brazo derecho y lo movió eróticamente para atraerlo completamente hacia ella. Él, correspondiendo, continúo acortando distancias.

Cuando estuvo a pocos centímetros de la fémina le sonrió y él, expectante, intentó tocarla. Sin embargo, alguien le cogió por el cabello y los ojos de Christopher, que se mostraban alarmados, quedaron viendo directamente al cielo. En esa posición alguien cortó su cuello con una daga y Christopher cayó de rodillas frente a la mujer. Ella simplemente continuó sonriendo. Christopher Fegan, desangrándose, observó como su atacante, un hombre de apariencia asiática vestido de blanco, se inclinó frente a la mujer como señal de respeto. Eso fue lo último que vio Fegan antes de que ella le mostrara su verdadera apariencia y entre gritos, desagrándose y luchando en vano, lo arrastrara hacia la espesura del bosque. 

***

Cuando Nicolás despertó notó que Tanuki no estaba junto a él, se vistió rápidamente y bajó corriendo las escaleras.

—¡Ve por ella, Tanuki! —gritó Jack desde una esquina de la sala.

Nicolás miró al mapache correr por la casa siguiendo una pelota y suspiró aliviado.

—¿Puedo jugar con Tanuki el resto del día? —preguntó Jack a su hermano mayor.

—Supongo que se están divirtiendo —dijo Nicolás, relajándose. Quería evitar que Tanuki saliera de la casa para que Hank Pearman no lo capturara—. Pero no salgan. ¿No irás hoy a la escuela?

—Nop. Tenemos el día libre hoy y también el lunes gracias a que todos se están preparando para el Festival de la Mariposa Monarca —sonrió Jack, aunque pronto su rostro lució triste—: Pero muchos dicen que debido al robo el festival no será tan impresionante como otros años.

—Así que eso dice —suspiró Nicolás pensativo y buscó el teléfono.

—¿Vas a llamar a alguien?

—A Nelly. —explicó— Ella es publicista. Tal vez puede conseguir algunos patrocinadores.

Esa hubiera una buena solución de tener suficiente tiempo, pensó. No obstante, Emma necesitaba el dinero hoy.

—¿Ya lo depositaste? —le preguntó en voz baja al teléfono, para que Jack no escuchara—. Perfecto —celebró al escuchar un sí—. Iré a recogerlo.

—¡Tengo a un delincuente en mi casa! —escuchó que alegó molesto Gino al mirar al mapache corrertear.

Nicolás tuvo que colgar rápido a Nelly para rescatar a Tanuki que corrió a esconderse.

—El no robó el dinero, papá —se apresuró a aclarar Nicolás a Gino.

—¡Pero Hank asegura que fue él!

—Sé que Tanuki tiene antecedentes de robos menores, pero recuerda que él ya estaba con nosotros cuando robaron el dinero para el festival.

—Es cierto —recordó cruzado de brazos Gino después de analizar los hechos. Le pidió una disculpa a Tanuki y este continúo jugando con Jack.

Caminando por el centro del pueblo Nicolás escuchó comentarios deprimentes sobre el robo del dinero y diferentes opiniones sobre el reportaje de Paul Hackett. Para no escuchar más se apresuró a retirar el dinero y regresó a su casa por Tanuki para que lo acompañara a la Reserva.

Ingresó furtivamente al área de oficinas. Primero porque no era bienvenido ahí, segundo porque tenía un plan. Se escondió detrás de un árbol, guardó el dinero en un sobre en el que previamente había escrito "Para el festival" y pidió a Tanuki salir de la bolsa. 

—Necesito que dejes esto dentro de la cabaña y a la vista de todos —le pidió a la criatura—. Pero no deben verte o te culparán. ¿Crees que puedes hacerlo?

Tanuki asintió, cogió el sobre sin mayor problema y se escabulló dentro de la cabaña. Nicolás lo esperó detrás del árbol.

Tuvo la intención de entregarle el mismo el dinero a Emma, pero admitió consigo mismo que le avergonzaría sentirse expuesto. Ella podría creer que él estaba enamorado de ella... y no. ¿Enamorado de Emma? Nicolás simplemente no quería pensar en eso.

Tanuki regresó un minuto después, e iban a marcharse de la Reserva cuando Emma los vio.

—Nico —murmuró, asombrada. Ella estaba llegando.

El mapache se escabulló rápido dentro de la bolsa al tener la advertencia de que no debía ser visto.

—Hola... —saludó Nicolás, nervioso.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Emma, mirando con temor la cabaña de la Reserva.—. Si Samuel te ve...

—Vine a buscarte —mintió el otro—. Pensé que... bueno. Te vi triste ayer. Tal vez quieras, no sé, distraerte por ahí un rato.

—No creo que nada mejore mi humor hoy o mañana —dijo Emma mirando con tristeza el lugar. Era difícil creer que no hubiera Festival de la Mariposa Monarca—. Ni pasado mañana.

—Pruébame —dijo Nicolás teniendo una idea. Sus ojos estaban brillando.

Los labios de Emma sonrieron un poco considerando que le debía un favor al chico. 

—Bueno, supongo que tengo un rato antes de que los demás lleguen...

—¡Esa es la actitud!

Subieron en Vita, y acelerando la moto como si se tratara de una Ducati, Nicolás condujo más allá del extravío que conduce a Ave del Paraíso, de igual forma dejó atrás la gasolinera Punto Azul. Él conocía bien el lugar al que dirigía a Vita, había sido uno de sus destinos desde que se mudó. Al llegar se estacionó de la carretera y ambos, Nicolás llevando con él a Tanuki, bajaron una pequeña colina hasta llegar a un lago.

—He vivido toda mi vida en Austen y no tengo recuerdos de este lugar —admitió Emma sonriendo. El espejo del lago reflejaba el rojo, anaranjado y café otoñal de los árboles.

—Ha sido mi escondite —confesó Nicolás buscando por dónde ir—. Me gusta dormir debajo de aquel árbol —señaló.

Emma abrió su boca al ver que se trataba de un sauce llorón que parecía estar custodiando el lago.

—Es hermoso.

Nicolás asintió feliz de que ella apreciara el lugar tanto como él e hizo su camino hasta el árbol para sentarse sobre las raices. Emma, por otro lado, caminó por la orilla del lago dejando que la brisa jugara con su cabello platinado. Parecía estar ausente mientras observaba la belleza alrededor de ella. Nicolás simplemente la miró, le complacía más observarla a ella que al paisaje. 

—¿En qué piensas? —le preguntó ella al volver.

Él quiso responder "En ti" pero tendría que explicar por qué.

Austen no está tan mal después de todo.

—Me alegra escuchar eso. Aquí hay: mariposas, bosques, lagos...—dijo Emma y Nicolás sintió ganas de añadir "Y estás tú" pero sólo lo pensó— gente buena... y tanto más.

—Y también es un buen lugar para estar solo. 

—¿Te gusta estar solo? —preguntó ella un poco dolida.

—Últimamente más que de costumbre.

—¿Puedo preguntarte por qué?

—Me gusta pensar en... mi mamá.

Emma no supo qué responder a eso. 

—Cuando éramos niños —recordó ella—, jugando con una pelota, rompimos una ventana de la señora Dupont. A los dos nos castigaron una semana.

Él acarició su frente riendo. Cómo olvidar. 

—Así que hablaremos de cuando éramos niños —suspiró, y sin darse cuenta simplemente lo dijo—: Yo también recuerdo muchas cosas que sucedieron en esa época.

—Pero cuando me visitaste la primera vez dijiste que no.

—Mentí... obviamente.

—¿Qué recuerdas? —preguntó ella.

Nicolás dudó si era correcto decirlo o no, pero no pensaba quedarse más tiempo con la duda:

—Emma, te he visto llorar al mismo tiempo he visto... la lluvia —Se enredó un poco en sus palabras—. Es algo que yo ya sabía. Sé que...

Emma dejó de sonreír, se puso de pie y se alejó nuevamente.

—No trates de esconderme algo que ya sé, Emma Appleton —le pidió él, la alcanzó y con reserva se colocó frente a ella.

—¿Lo recuerdas? —preguntó ella un poco asustada. 

—Sí, pero no llores, por favor —pidió él. Odiaba ver llorar a Emma.

Emma miró todo en torno a ella como si buscara algo, pronto distinguió un arbusto sin hojas:

—Sabes, me gusta lo dorado del otoño —suspiró, caminando hasta el arbusto, éste medía menos de un metro. La mitad de las raíces estaban fuera de la tierra, como si hubieran intentado arrancarlo—. Pero a decir verdad prefiero la primavera —añadió Emma y se arrodilló frente a las ramas, colocando sus manos sobre la raíz.

Ante el asombro de Nicolás el arbusto empezó a crecer hasta que alcanzó dos metros y sus ramas dejaron de ser de un color negro casi carbonizado, cambiando a un café oscuro mucho más vivo. De este también brotó un follaje verde esmeralda y frutos.

Un mapache estafador y ladrón, una mujer que podía convertirse en Kitsune y finalmente una chica que hacía llover con tan sólo llorar y que al tocar las plantas éstas florecen. Nicolás miró al cielo y esperó a que huevos de gallina empezaran a caer sobre él, pero es, claro, no pasó. Aunque lo de Emma le sorprendió poco, no era la primera vez que la veía hacer cosas extrañas. Él ahora estaba seguro de que lo que vio en su niñez no eran "alucinaciones para evadir su realidad", como dijeron los psicólogos.

—Recuerdo una vez —dijo él. Emma le miró agradecida de que no huyera— cuando mi mamá se quejó al ver machito uno de sus rosales, porque ella sí cuidaba el jardín de Gino —sonrió notálgico—, tú... la escuchaste y al otro día el rosal estaba vivo.

Emma se sentó a un costado del arbusto y le pidió a él hacer lo mismo. Había mucho para decir.

—Pensé que me ibas a preguntar todo esto mucho antes —admitió ruborizada.

—Quise asegurarme de que no estaba loco.

—¿Loco? —dudó ella con una risita.

—Visité tres Psicólogos, Emma Appleton, y cada uno dijo que aluciné verte cambiar el clima o revivir plantas.

—Tienes razón —admitió—. No me imagino explicar esto a alguien más.

Ella puso su mano sobre otra planta más pequeña y esta inmediatamente también floreció.

—¿Quiénes lo saben? —preguntó Nicolás sintiendo curiosidad y miedo.

—Mi abuela, tú... y supongo que Moshe.

—Pensé que también lo sabían Samuel, Hugo, Laila... Koki —dijo él, mencionando al último con una mueca.

—No lo saben —aseguró Emma—. Yo nunca he tocado alguna planta frente a ellos, y si me vieron llorar no lo relacionaron con los súbitos cambios de clima. En Austen, aunque yo no esté llorando, hay súbitos cambios de clima. Alguien más debe tener los mismos poderes.

Y aunque Emma lo dijo en broma a Nicolás la idea le aterró. Justo en ese momento una Mariposa Monarca se acercó a Emma, ella levantó su mano y ésta se postró sobre ella.

—Eso tampoco es la primera vez que sucede —dijo Nicolás e intentó recordar algo. Emma sólo sonreía—. Todo eso de las mariposas empezó cuando eras niña, siempre te han gustado y es como si... ellas te buscaran.

—Entran por mi ventana para estar cerca de mi —admitió Emma, acariciando a la mariposa que, alegre, batió dos veces sus alas al sentir la caricia de ella.

—Y todo eso de la lluvia...

—Llegué a pensar que cuando éramos niños me lastimabas solo para verme llorar.

—No, claro que no... Bueno, al principio creo que sí —recordó él un poco avergonzado. Ella nada más sonrió—. ¡Era difícil de creer, Emma! Entonces tuve que comprobarlo muchas veces... y ahora también. No puedo creer que nadie más lo sepa.

—Nadie me ha hecho llorar como tú —suspiró ella. Él la miró sorprendido.

Emma tenía razón. En la Reserva o con los chicos de la banda ella era feliz. Nicolás era el único infame que la hacía llorar.

—Yo... —intentó explicar él, pero ella sonrío ampliamente para que no sintiera remordimientos. Aún así, Nicolás se prometió a sí mismo no volver a hacer llorar a Emma.

—No quiero que lo sepa nadie más, Nico —le pidió—. No quiero terminar en un circo.

—¿Cómo puedes estar segura de que yo mismo no te llevaré a uno? —quiso saber él arqueando una ceja.

No era capaz de hacerlo pero quería escuchar la reacción de ella.

—Te convertiría en una manzana antes que lo hicieras —aseguró ella, convencida.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó Nicolás, fascinado.

—No, por supuesto que no —aclaró ella con una risotada—. Lo que hice con el árbol y hacer llover es lo único.

—Lo único —repitió Nicolás con sarcasmo y haciendo memoria, él ni siquiera pudo mantener vivo al frijol que le pidieron hacer crecer como tarea de la escuela. 

—Lo de las mariposas, bien... Yo no intento atraerlas, ellas solas me buscan.

Los dos se pusieron de pie y empujándose de forma amigable caminaron por la orilla del lago.

—¿Cómo puede ser posible? Es tan extraño. Tú, las plantas, la lluvia...

—Para mí es tan normal que ya no veo lo increíble. Siempre sentí la necesidad de cuidar de la naturaleza y esto, quizá, es una recompensa. No hay lógica.

—Impresionante. 

—No puedo sacar del otoño a todo el bosque, creo que eso me mataría. Revivir a ese arbusto me provocó sueño.

—¿Cada cuánto lo haces?

—No busco hacerlo. A veces hasta lo evito. Por eso preferí estar en el programa de radio y que Laila guiara a los forasteros por el bosque. No es agradable pensar que pasaría si al explicar la especie de un árbol y tener que tocarlo éste floreciera a la vista de todos. Paul Hackett me pondría en primera plana.

—Pero, ¿nunca has analizado la posibilidad de que un día simplemente suceda y más gente lo sepa?

—Prefiero no pensar en eso...

—Es que tener tanto poder sobre la naturaleza...

—Todos tenemos poder sobre la naturaleza, Nico. Si no fuera así no la maltrataríamos. A casi todos se nos dió permiso para verla, oirla, olerla, sentirla... Podemos hacerle daño o podemos aprender a vivir en armonía con ella. Yo ya hice mi elección. 

***

Tal como lo prometió, al cabo de un rato Nicolás llevó a Emma de regreso a la Reserva. A Emma le sorprendió ver a todos fuera de la cabaña. Incluso estaba allí el oficial Hank Pearman. Nicolás al verlo sostuvo contra su pecho la bolsa en la que estaba escondido Tanuki.

—¡Aquí tenemos ya a la apreciada voz de Austen! —saludó Hank a Emma—. Querida Emma, hasta te fuimos a buscar a tu casa.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó Emma mirando a todos con duda. No soportaría otra mala noticia.

Ahí también estaban Hugo y demás miembros de la banda con excepción de Koki, así como también Laila y Samuel... este último molesto por la presencia de Nicolás Rossi.

—Emma, apareció el dinero del festival —le informó Laila procurando contener la emoción.

Emma abrió mucho sus ojos, llevó ambas manos a su boca y corrió a abrazar a Laila. Las dos saltaron y gritaron celebrando. Nicolás se sintió contento.

—Y no sólo eso —añadió Samuel.

—¡Ahora tienen el doble de lo que tenían antes! —celebró Jayden. Samuel le miró molesto, él quería dar la noticia. 

—¿El doble? —preguntó Nicolás sin comprender.

Emma y Laila continuaron saltando.

—Sí, encontramos dos sobres dentro de la cabaña —explicó Samuel—. El que desapareció y un donativo anónimo.

El mío es el donativo, pensó Nicolás. Entonces sí devolvieron el dinero.

—Sin duda el mapache devolvió todo por temor a ser capturado —aseguró Hank Pearman acomodando su placa de oficial. Nicolás hizo rodar sus ojos. 

—No fue Bribón quien robó el dinero —confrontó Emma a Pearman. Las mejillas de Hugo se tiñeron de rojo, y cuando pensó que había sido descubierto, Emma continúo—: Les recuerdo a todos que él nunca devolvió algo que robó. Esta vez es inocente.

Retando a Pearman con la mirada, Nicolás se acercó a la cabaña y arrancó uno de los afiches de Se busca con la foto de Tanuki y lo arrojó a un bote de basura.

Hank Pearman gruñó:

—Ese mapache aún tiene antecedentes. También existe una denuncia en su contra por el robo de un collar. Aunque haya aparecido el dinero, si lo encuentro, Bribón pasará el resto de su vida encerrado en un zoológico.

La bolsa que Nicolás sostenía tembló al instante y este le dio un par de palmaditas para calmarle. Sobre su cadáver enviarían al mapache en un zoológico. 

Después de merodear los alrededores por si acaso "el Bribón" estuviera cerca, Hank Pearman se marchó. Con él lejos, Samuel expresó sin restricciones su molestia por la presencia de Nicolás Rossi.

—¿Por qué estás aquí? —exigió saber colorado por el enojo.

Nicolás notó que también le molestaba verle pasar tiempo con Emma. ¿Serán celos laborales o personales?, quiso saber. 

—Vino conmigo —lo defendió Emma y la sonrisa se extendió en su rostro.

—Tú puedes estar aquí todo lo que quieras —señaló Samuel—. Pero él tiene que irse. No lo quiero ver. Aún tenemos a periodistas acosándonos por culpa suya.

Los demás eligieron no opinar.

—Me iré, pero supongo que puedo ir al festival —quiso saber Nicolás, que prefería no poner en más aprietos a Emma.

Samuel no respondió si Nicolás podía asistir o no al festival, aunque la respuesta, de acuerdo a su estranguladora mirada, parecía un rotundo "No".

—La entrada al festival es pública —recordó a todos Emma.

***

En cada rincón de Austen se respiraba el ambiente a fiesta, la noticia de la recuperación de los fondos recaudados, más un adicional, levantó el ánimo a organizadores y espectadores. Septiembre empezaba de maravilla, 

Emma regresó tarde esa noche, los voluntarios de la Reserva tuvieron que recuperar el tiempo perdido. Nicolás la esperó en la parte de trasera de Lázaro y allí ella le platicó a detalle el resto de su día después de despedirse de él. Ya casi todo estaba listo para el domingo.

—Tengo una invitación que hacerte —dijo ella antes de marcharse a su casa. 

—¿Qué?

—Quiero que mañana sábado me acompañes otra vez a Ave del Paraíso.

—Por supuesto —dijo Nicolás, exageradamente animado—. Nada me haría más feliz, Emma. Ése es mi lugar favorito en todo el mundo, o sea, un montón de ancianitos octogenarios. ¿Cómo perdérmelo? Ya quiero estar ahí.

—Quiero pensar que eso no fue sarcasmo —dijo ella con una mueca pero él la obligó a reír.

***

Como siempre, la puerta de la habitación del señor Goff estaba cerrada. Nicolás tocó dos veces, pero como éste, como era su costumbre, no respondió, así que Nicolás simplemente entró.

Joel Goff estaba en la misma posición de siempre: sentado en su silla de ruedas frente a una ventana, y cuando advirtió la presencia del chico, gruñó.

—Yo también lo extrañé, señor Goff —saludó Nicolás y cogió los agarradores de la silla de ruedas con la intensión de sacar de la habitación al anciano.

—¡¿Qué demonios haces?! —exclamó el otro, molesto. Muy molesto. 

—Es un lindo día y no voy a pasarlo encerrado. Usted tampoco.

A pesar de las quejas del señor Goff, Nicolás lo empujó por el corredor hasta llegar al salón en el que se hallaban los demás ancianos. Koki estaba empezando su acostumbrado concierto, Hugo tocaba el piano junto a su abuelo y Laila cepillaba el cabella de Moriana Griffin.

—¿Nico, qué haces? —preguntó Emma asustada al ver la mirada encolerizada de Joel Goff.

—No te preocupes, tengo todo bajo control —prometió Nicolás y empujó la silla de ruedas hasta salir del asilo.

¡Soy la reina de las uvas! —escuchó gritar a lo lejos la señora Griffin.

—Lo mejor del paisaje no lo va a apreciar detrás de una ventana, señor Goff —aseguró Nicolás al viejo una vez llegaron a la orilla del lago.

—No sabes nada de mí, chico —se limitó a decir Joel Goff un poco más tranquilo, sin embargo su mirada se suavizó al ver de cerca los árboles, los pájaros... el agua. 

—Me gustaría saber —insistió Nicolás—. Supongo que hay una historia para contar.

—No esta vez —suspiró Goff poniendo especial atención al lago. 

—¿Puedo saber por qué?

—Ese es el problema con los jóvenes, lo quieren todo en el momento. Corren —resopló el anciano—. No es posible hacer bailar a las agujas de un reloj, chico.

—No entiendo.

—Algún día entenderás...

Parecía un buen consejo.

—¿Y qué debo hacer mientras entiendo?

El señor Goff continuó observando el lago unos segundos antes de dar su atención al chico. 

—Vivir —dijo, mirándole—. Vivir hasta cansarte de estar vivo, chico, porque créeme que llegará el momento en el que sólo vas a querer regresar a esa época en la que a pesar de que eras estúpido podías bailar, correr y saltar, y un simple viento frio no te rompía los huesos.

Nicolás se imaginó siendo un anciano y lo que más le aterró fue pensar que para entonces ya habría visto morir a mucha gente. 

—¿Qué es lo que más extraña de ser joven, señor Goff? —preguntó entonces.

—Como ya dije, no es el momento para hablar de eso. Hoy no —Joel Goff devolvió su atención al lago—. Aprovechemos que te arriesgaste a sacarme.

Nicolás también observó un rato el lago, pero después sus ojos buscaron a Emma. Ella también había sacado a sus tres abuelitas a disfrutar del sol y el paisaje. 

—Por lo que veo si estás disfrutando la vida —dijo repentinamente el señor Goff. Nicolás tenía sobre él los ojos azules del anciano, observándole con mucho interés.

—¿A qué se refiere?

—A la sonrisa estúpida que dibujas en tu rostro cuando ves a esa chica —El señor Goff señaló a Emma—. Estás enamorado, ¿cierto?

—Nah —Nicolás trató de no sonrojarse, al menos no demasiado ¿Puede alguien intentar no sonrojarse demasiado?—. No estoy enamorado de Emma. Ella es... mi amiga —negó.

—Reconozco un caso perdido cuando lo veo —aseguró el señor Goff—. No cualquiera soportaría toda una mañana al lado de un viejo para agradar a una chica, porque supongo que ya no vienes amenazado.

—No, ya no —sonrió Nicolás codeando al anciano entrometido. Quién diría que le empezaría a caer bien—. Igual ya no me molesta estar aquí. Porque a pesar de ser el anciano más aburrido del asilo, usted —Miró significativamente a Goff—,  es buena compañía.

Joel Goff gruñó pero también sonrió levemente. El "chico" tampoco estaba tan mal después de todo.

—Hasta podemos terminar de leer Moby Dick.

—Posiblemente.

Emma gritó el nombre de Nicolás sólo para saludarlo y él correspondió el saludo con un asentimiento de cabeza. Todo lo que viniera de Emma le hacía sentir bien. 

—Ahí está de nuevo esa estúpida sonrisa. Estás perdido, chico.

—Sólo cállese. 

Goff recibió el reclamo de Nicolás riendo, riendo a carcajadas muy alto, y este se sintió orgulloso. Era la primera vez que el anciano reía. Lo supo al ver la sorpresa de todos al escucharles bromear.

Nicolás había hecho algo bien.

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Con tristeza tengo que comentarles que estamos en los últimos capítulos. Lo había pasado por alto porque mis demás historias tienen hasta 60 (/ - \) Pero curioseando el borrador de esta veo con sorpresa que ya solo nos quedan unos cuatro capítulos ♥

Gracias por estar apoyando a La Mariposa Enjaulada. No es mi historia más famosa, pero al ser la primera que "salió de mí", la que me convirtió en escritora, tiene un lugar privilegiado en mi corazón.

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