Capítulo XXIII. La cara oculta de la luna
Segundo capítulo de hoy y está dedicado a ninosk_alessa ¡Gracias por estar pendiente de todas mis historias!
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La cara oculta de la luna
Lázaro llegó a la calle Magnolias al caer la noche, en el garaje de Emma ya estaban Koki, Jayden y Max, quienes informaron a Emma que Hugo se incorporaría al ensayo después porque aún no regresaba de la ciudad. Por su parte, Gino y Nicolás llevaron a Vita a su propio garaje para revisarla.
—Ahora mismo la ayudaremos —exclamó Gino con palabras consoladoras para su hijo, cuando el que necesitaba más consuelo era él.
En lugar de ir a sentarse a escuchar tocar a los chicos como era su costumbre, Emma se apoyó en su árbol para situarse sobre techo frente a su ventana. Jayden y Max comprendieron su tristeza y prefirieron dejarla sola, pero Koki sintió la necesidad de hacer algo más. No obstante, Hugo llegó pronto y completaron la banda.
—¿Aún no saben qué pasó con el dinero? —le preguntó Koki con un dejo de molestia.
—Estamos investigando —contestó el otro sin dar demasiada importancia y se acomodó en su batería para incorporarse al ensayo.
—Yo dudo que encuentren a otro culpable —opinó Jayden—. Es indiscutible que fue el mapache.
—¿Y si no fue Bribón? —cuestionó Max como si hiciera esa pregunta que a nadie se le ocurrió antes, y decirlo era más importante que intervenir con un "Ya lo creo".
—Yo sólo espero que el dinero aparezca pronto ¿Y tú Hugo? —preguntó Koki a su amigo haciendo énfasis en "pronto".
Los otros no comprendieron el trato hostil de Koki hacia Hugo.
—Yo-yo ta-también lo espero, Ko-koki —tartamudeó Hugo, bajando la mirada.
Después de tocar tres canciones, los chicos quisieron descansar antes de continuar con el ensayo. Sin embargo, Koki, en vez de acomodarse en algún lugar del garaje, salió y observó a Emma. Ella estaba sentada en el techado de su casa rodeando sus piernas con sus brazos y se veía triste. ¿Será oportuno acaso?, se preguntó. Él ya había ensayado esa canción, puesto que una de las veces que Debbie aconsejó a la banda cantar canciones de los ochenta, les platicó que la última canción que Sarah, la madre de Emma, cantó a su hija fue Chiquitita, y que por eso Emma la escuchaba siempre que se sentía triste; y aunque Emma jamás la escuchara interpretada por él, Koki quiso practicarla en su guitarra y desde entonces ocupó parte de su tiempo en aprender a tocar cualquier canción que le gustase a Emma. ¿Y por qué no hacerlo ¿Qué podría salir mal? ¿Qué los demás miembros de la banda se burlaran de él? Ya lo hacían de todas formas, se cuestionó y tomó la decisión. Entró otra vez al garaje y volvió a salir de este llevando a su Gibson con él, caminó hasta donde Emma lo pudiera ver, ella le sonrió y después de unos segundos él tocó. Ella conocía bien la canción.
—Chiquitita dime por qué, tu dolor hoy te encadena. En tus ojos hay una sombra de gran pena. No quisiera verte así, aunque quieras disimularlo. Si es que tan triste estas, ¿para qué quieres callarlo?
Durante las primeras notas de la canción, la voz de Koki fue apenas audible para Emma, él estaba nervioso:
—Chiquitita dímelo tú en mi hombro aquí llorando. Cuenta conmigo ya para así seguir andando. Tan segura te conocí y ahora tu ala quebrada, déjamela llevar yo la quiero ver curada...
Lágrimas empezaron a brotar de los ojos verdes de Emma y a la vez empezó a lloviznar. A Koki no le importó, él siguió cantando para ella:
—Chiquitita sabes muy bien que las penas vienen y van y desaparecen; Otra vez vas a bailar y serás feliz como flores que florecen. Chiquitita no hay que llorar, las estrellas brillan por ti allá en lo alto...Quiero verte sonreír para compartir tu alegría, Chiquitita...
Al otro lado de la calle, en el garaje de los Rossi, Nicolás, que estaba ayudando a su padre a revisar a Vita, se percató de que había empezado a lloviznar. Inmediatamente recordó las coincidencias anteriores y salió del garaje decidido a buscar a Emma. Para su sorpresa, ella estaba recibiendo una serenata de parte del hermético Koki.
—Oh, qué conmovedor —dijo, sarcásticamente.
Las advertencias aún le afectaban a Koki, sentía que acercarse demasiado a Emma era riesgoso para ambos a pesar de los diecisiete años que ya pasaron desde lo sucedido entre Yoshiko y el señor Appleton. Al terminar la canción, se inclinó con un distinguido saludo japonés y, tras ver sonreír a Emma, caminó de regreso al garaje donde sus amigos lo esperaban boquiabiertos.
—Espera —le pidió ella y bajó rápidamente, apoyándose en el árbol.
Él la esperó.
—Gracias, no lo esperaba de ti —dijo al acercarse y lo abrazó.
Koki aprovechó para secarle él mismo algunas lágrimas.
Nicolás, que fue testigo de aquella adorable escena, sintió ganas de acercarse e interrumpirlos con algún motivo absurdo, pero su orgullo lo detuvo. Cruzó los brazos y apretó los labios para controlar el impulso y, en esa posición, regresó al garaje de su casa.
Gino continuaba agazapado, revisando a Vita.
—Emma, está allá afuera abrazando a ese chico que llaman Koki —dijo a su padre.
—Entonces ve y pelea por ella en vez de darme la queja —contestó Gino, despreocupadamente.
—¡No te estoy dando la queja, papá!
—Ajá.
—Sólo quería saber si Emma tiene algo con él.
—¿Es algo que yo debería saber?
Gino estaba más interesado en revisar que la Vespa estuviera bien que en un par de enamorados.
—Eres su vecino de enfrente —objetó Nicolás.
—Pero últimamente tú pasas más tiempo con ella. Pregúntaselo tu mismo.
—No le voy a preguntar eso, pensaría que estoy celoso —dijo Nicolás con suma molestia.
—¿Y no estás celoso? —cuestionó Gino, sin apartar los ojos de Vita.
¿Pero qué tontería acababa de decir Gino? Nicolás rio pausadamente y agitó los brazos hacia arriba, dando a entender que la pregunta que le estaba haciendo su padre no tenía sentido.
—Antes de mudarme a Austen yo salía con cuatro chicas al mismo tiempo —fanfarroneó.
—Eso no responde mi pregunta —contestó tranquilamente Gino.
—¡No estoy celoso! —exclamó ofendido. ¿Celoso él? ¡JÁ! Si prefería ahorcarse que enamorarse—. Yo no soy el tipo de chico que sufre de celos. Por mi culpa otros chicos sufren de celos. ¿Me estoy explicando?
Gino finalmente dejó de prestar más atención a Vita que a su hijo y se incorporó, y, mirando con interés al descorazonado, llevó su mano hacia a su barbilla. Estaba recordando:
—Cuando tu madre y yo vivíamos en Bari un ragazzo llamado Paolo Borchetta le regaló un enorme ramo de flores—contó y suspiró sin apuro antes de continuar—: Yo era taxista en ese entonces y ese día no fue bueno para el negocio, pero yo sabía que en la pobreza está la creatividad —sonrió—, y le escribí a Pia un poema que le recité al oído esa misma noche. Ella siempre conservó el pequeño pergamino donde estaba escrito el poema mientras que las ostentosas flores se marchitaron —concluyó Gino con una amplia sonrisa.
—No estoy enamorado de Emma —aseguró Nicolás, tajante.
—Me alegro porque tampoco creo que sepas escribir poemas —rio Gino y añadió—: El otro chico en cambio sí que tiene gran habilidad para enamorar a una mujer.
—¿A qué te refieres? —inquirió Nicolás, sin apartar ese gesto contrariado de su cara.
—Hace algunas semanas me lo encontré a él y a su padre en el bar de Yago. Era obvio que él no quería estar allí, pero asumí que su padre lo obligó. Me acerqué e intenté entablar una conversación amistosa con él y me platicó que además de saber tocar guitarra práctica artes marciales. También sabe cocinar y pintar. En cambio tú...
—¿Yo qué? —sostuvo el otro disgustado.
—Eres mi hijo y te quiero mucho —sollozó Gino exageradamente y apretó los labios, intentando no reírse.
—Cualquiera sabe tocar guitarra.
—¿Tú sabes tocar guitarra?
—¡No! ¡Pero tengo otras habilidades! —se defendió.
—Te escucho.
—Sé. Yo sé... —Nicolás buscó algo bueno que decir de sí mismo—: ¡Sé hablar italiano!—recordó y chasqueó los dedos, muy satisfecho.
—Y él, además de italiano, sabe japonés, inglés, chino y francés. Su abuela le enseñó. También me lo contó esa noche —destacó Gino.
—¿No le preguntaste si también sabe volar? —se burló Nicolás—. Yo no sé hablar japonés, inglés, chino y francés, pero algún día heredaré tu tienda, espero. Eso es un punto a mi favor. Soy un partidazo.
—Y supongo que él heredara el restaurante de su familia —dijo Gino con una mueca.
—¿Por qué no me pides que salga y lo invite a cenar para que sigas platicando con él, papá? —protestó indignado Nicolás—. ¡Es obvio que estás de su lado!
—¡Affato! —aseveró Gino, levantando su dedo índice—. Yo sólo quería que te dieras cuenta que si estás celoso —añadió, con una sonrisa malévola.
—¡No estoy celoso! —repitió hasta el cansancio el otro—. Sólo estoy preocupado por Emma. No conoce bien a ese chico y...
—¿Y por qué tendrías que preocuparte por la Farfalla? Kiyoshi es un buen chico.
—¿Kiyoshi?
—Sí, ése es su verdadero nombre. Fue Emma quién empezó a decirle de cariño "Koki". También se lo pregunté esa noche —dijo tranquilamente Gino.
Nicolás apretó los labios, dio media vuelta y caminó con paso firme hasta la puerta que conducía a su casa, entrando directamente desde el garaje.
—¡Escríbele un poema, eso funciona! —le aconsejó Gino antes de que él cerrara la puerta.
¡Qué día! Nicolás buscó llegar lo antes posible a su habitación y se dejó caer sobre su cama. Tanuki se acomodó sobre él. Nicolás suspiró tan fuerte que elevó al mapache un centímetro. No tenía la menor idea de qué sentía, pero no son celos, se repetía así mismo. Todo iba demasiado rápido en su cabeza cuando recordó algo que tenía pendiente de hacer.
—¡No le he llevado su collar a Miyu! —Se puso de pie y el mapache saltó al piso—. También necesito preguntarle de ti y del zorro. Ella debe saber algo, Tanuki. También aprovecharé para invitarla a salir. Ya la he hecho esperar suficiente, ¿no crees?
Tanuki se veía dudoso.
Nicolás bajó otra vez las escaleras. Al pie de estas se hallaba Gino, limpiándose las manos con un trapo. Ya había terminado de revisar a Vita.
—Necesito usar a Vita, papá —le dijo con una sonrisa.
—De ninguna manera. Vita mia necesita descansar una noche.
—Pero necesito salir. Es urgente.
Necesitaba concretar una cita.
Gino buscó en sus enormes bolsillos y sacó de este una llave que ofreció con solemnidad a Nicolás:
—Llévate a Lázaro pero no regreses tarde. Después de las diez de la noche es más difícil acelerarlo. Supongo que a esa hora ya está cansado.
—¿A Lázaro? —balbuceó el otro, pero aceptó las llaves para no hacer sentir mal a su padre.
Nicolás salió de su casa mirando las llaves de Lázaro como si estas fueran las llevas de las puertas del infierno. Koki aún hablaba con Emma y eso lo enojó más. Abrió la puerta del pickup, que hizo un chirrido que causaba escalofríos y se sentó frente al volante luciendo preocupado. Tanuki entró por la otra ventana. Al menos si moría intentando manejar al Pickup Chevrolet 1950 no estaría solo. Nicolás introdujo la llave y trató de arrancar a Lázaro Rossi de la manera habitual. Sin embargo, el viejo pickup no arrancó. Nicolás hizo el intento cuatro veces:
—¡Vamos! — pero fue imposible echar a andar al vehículo.
Gino, al igual que otros vecinos, escuchó al ruidoso Lázaro no poder arrancar y gritó desde la puerta:
—¡Ya sabes qué hacer!
—No voy cortejarte, Lázaro —dijo Nicolás, molesto. No obstante, al escuchar otro escándalo de Lázaro, golpeó su frente contra el volante y dijo—: Bien, tú ganas—Levantó otra vez la cara y, en el mismo tono de cuchicheo que utilizaba Gino, empezó a alentar al Pickup Chevrolet 1950—: Sé que ya trabajaste duro hoy y perdóname por no considerar eso antes, pero necesito visitar a alguien —dijo—. No sólo eres el mejor pickup en todo el mundo, sino que también eres muy importante para nosotros —terminó mientras Tanuki observaba con atención.
Nicolás volvió a hacer girar la llave y esta vez el viejo pickup ronroneó como un Ferrari. Nicolás rió y puso la radio.
***
Después de dejar a sus amigos, Hugo estacionó su vieja camioneta frente a su casa, y se disponía a abrir el garaje para meterla cuando vio que un Mini Cooper azul aparcó cerca. Quiso correr, pero los movimientos de Koki fueron más rápidos, quien lo detuvo tomándolo de la camisa. Hugo era un chico muy bajito, por lo que tampoco fue difícil cogerlo y arrinconarlo a un costado de su propia casa.
—¡No-no me-me-me pegues por favor! —tartamudeó, asustado.
—Yo nunca golpeo primero, Hugo —dijo muy tranquilo Koki, pero alzó su voz para acobardar al otro—: Te fuiste demasiado rápido de la casa de Emma y sin despedirte de ella.
—Lo-lo siento. Lo olvidé.
—¿Lo olvidaste? Finjamos que te creo... Pero espero que no hayas olvidado dónde escondiste el dinero que la Reserva recaudó.
—No-no-no sé de qué hablas.
Koki sujetó con más ahínco a Hugo y lo presionó más fuerte contra la pared. Hugo, que sabía mejor que nadie que Koki era un entendido del aikido, no opuso resistencia:
—¡Tú-tu sabes que lo necesitaba!
—No estás enfermo o en peligro de muerte, Hugo. Tú y tu hermano pueden esperar y ahorrar para arreglar el coche de tu padre —le hizo ver, enfadado— No sean cobardes. Enfréntenlo y devuelvan el dinero que recaudó la Reserva, donde, te recuerdo, tú eres voluntario. Tú amigos confían en ti, Hugo. En ningún momento sospecharon que eres el responsable. Fue muy fácil para ti culpar a un mapache.
—¿Tú cómo lo supiste? —preguntó Hugo casi llorando. Koki decidió soltarlo. Hugo cayó al suelo.
—Somos amigos desde hace mucho tiempo. Te conozco. Estabas angustiado cuando me platicaste lo que hizo tu hermano con el vehículo de tu padre, y hace un rato cuando te lancé indirectas en el garaje de Emma, tú nerviosismo confirmó mi sospecha.
—Tú lo has dicho, somos amigos... pero me acabas de enfrentar por una chica —lamentó Hugo y miró a Koki a los ojos—. Me enfrentaste por Emma.
—Un verdadero amigo te incita a hacer lo correcto —le recordó Koki—, y tú robaste a tus propios amigos. Aún cuando no se tratara de Emma yo jamás permitiría que te conviertas en un ladrón —Aún no podía creer que Hugo hubiera robado—. Mañana a primera hora devolverás ese dinero y esto quedará entre nosotros, porque tampoco permitiré que olviden las cosas buenas que has hecho por una decisión que tomaste en un momento de desesperación. ¿Estamos de acuerdo?
***
Las luces de Lázaro alumbraron el sendero que conduce a Tempura. Tanuki iba adormitado en el asiento del copiloto. Nicolás le pidió que no bajara para evitar que alguien lo viera y avisara a Hank Pearman.
Nicolás estacionó a Lázaro cerca de la entrada del restaurante. Minutos después le alcanzó un Mini Cooper... que venía manejando Koki. Nicolás lo vio por el retrovisor y puso los ojos en blanco. El otro hizo exactamente lo mismo. Los dos bajaron inmediatamente, aporrearon la puerta de sus respectivos vehículos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Koki con hosquedad, deteniéndose a unos cuantos centímetros de Nicolás.
—No vine a buscarte a ti —contestó el otro con una sonrisa falsa. Koki era la última persona que Nicolás Rossi quería ver esa noche.
—Aquí vive mi familia —le recordó Koki, sonriendo falsamente también.
Cuando Nicolás quiso responder alguien irrumpió en la escena.
—Oyasuminasai, Nicolás Rossi —dijo alegremente una voz.
En seguida un pálido pero hermoso rostro surgió de la oscuridad. Sin prisa y con distinción Miyu se acercó a ambos.
—¿Estabas fuera? —le preguntó Koki, nervioso—. ¿Me prestaste tu coche para vigilarme?
—Buenas noches, Miyu —saludó Nicolás.
—Después hablaremos tú y yo, Kiyoshi —dijo Miyu a Koki mostrando un poco de enojo y le indicó entrar a Tempura.
—Pero...
—Entra.
Koki mordió sus labios pero hizo caso sin quejarse. Nicolás los miraba a ambos sin entender qué estaba pasando. De igual forma le sorprendió que Koki siempre hiciera caso y sin rechistar.
—Así que vives frente a la casa de los Appleton —dijo Miyu, sonriendo.
—Sí, ¿cómo lo... —intento preguntar Nicolás.
—Lo sé y ya —lo interrumpió ella—. Dime, ¿has traído mi collar contigo?
—No —contestó, sonriente—. Antes de dártelo quiero saber algo.
—¿Qué quieres saber?—preguntó sensualmente ella y se acercó a él para jugar con su cabello.
El día parecía mejorar. Miyu se veía más entusiasmada que él en el juego de la seducción. Nicolás extendió su sonrisa pero se alejó con un aire despreocupado. Él no sólo quería salir con Miyu, también quería obtener información:
—Entremos a Tempura —le pidió para sorpresa de ella.
—Bien... entremos.
Dentro de Tempura Miyu encendió algunas de las velas que adornaban las mesas del restaurante. Aquel sitio lleno de extraños cuadros colgados en la pared ahora tenía un ambiente romántico. Lúgubre y romántico.
—¿Qué quiere saber, Nicolás Rossi? —preguntó coquetamente la japonesa.
Nicolás no sabía qué hacer, era su oportunidad para galantear con Miyu, pero también quería saber sobre la extraña criatura con la que platicó en el bosque. Al final decidió hacer ambas cosas y como buen seductor se acercó para preguntarle al oído:
—¿Qué es un Kitsune?
Miyu rió en voz muy baja y continuó pavoneándose por el lugar. Nicolás esperó sin apuro su respuesta. Le gustaba mirar a Miyu.
—¿Qué es un Kitsune? —repitió Miyu dando la espalda al chico, mostrando un aparente desinterés en el tema.
Nicolás un poco nervioso, pero decidido, la tomó por la cintura y besó su fino cuello. Miyu suspiró complacida. Parecía una mujer ansiosa de desinhibirse. Nicolás aún esperaba su respuesta, no obstante, Miyu, en lugar de eso, giró hacia él y lo besó en la boca. Nicolás correspondió con la misma disposición, aunque después de unos segundos fue él quien los detuvo.
—¿Qué es un Kitsune? —le volvió a preguntar.
Ella mordió sus labios, quería continuar besándolo.
Él, que aún la tomaba por la cintura, dijo que no continuarían hasta que ella respondiera la pregunta. A Miyu le molestó un poco la actitud de él; y para convencerlo de que continuaran el beso en lugar de platicar, estiró sus delicados brazos alrededor del cuello Nicolás. En ese momento Nicolás notó la compresa que ella traía en el brazo izquierdo.
—¿Te lastimaste? —se apresuró a preguntarle.
Miyu no dijo nada, simplemente se alejó de él... molesta.
Nicolás cogió una de las velas y se acercó a donde recordó estaba el oleo del zorro. Miyu lo siguió; y cuando Nicolás estuvo frente al oleo, lo abrazó por la espalda.
—¿Aún no lo deduces? —le preguntó y le dio un pequeño beso en la oreja. Nicolás giró hacia ella para verla a los ojos. No puede ser...—. Me salvaste la vida —dijo Miyu. Nicolás no respondió, simplemente la miró boquiabierto. Miyu señaló con un gesto la pared detrás de ella y el chico palideció al notar que de la sombra de Miyu salía una cola—. Sé de un lugar en el bosque donde podremos estar solos —añadió ella, impaciente, y le plantó otro enardecido beso.
Esta vez él no le correspondió.
—Tú...
Nicolás tragó saliva.
—Deja de hacer preguntas y sígueme.
Miyu lo tomó de la mano y salieron de Tempura. Afuera, ella quiso guiarlo hacia el bosque pero él arruinó sus expectativas.
—Espera —advirtió, alejándose.
Desde el interior de Lázaro Tanuki los observaba a ambos con cautela.
—¿Por qué la demora? —se quejó Miyu y cruzó los brazos sobre su pecho haciendo notar su molestia.
—Acabas de decirme que tú eres el Kitsune. ¿No vas a explicarme nada más al respecto? —cuestionó él más asustado que enojado.
—Sé que te debo una explicación, pero es una laaarga historia —respondió con un suspiro Miyu—. Ya habrá tiempo para eso. Ahora... —Ella se volvió a acercar a él con tono coqueto.
—Quiero saberlo todo —la interrumpió Nicolás, mirándola seriamente a los ojos—. ¿Por qué me seguiste? ¿Por qué robaste mi billetera?
—No te seguía a ti, seguía a Kiyoshi —exclamó con fastidio Miyu, estaba cansada de tantas preguntas—. Pero cuando noté tu presencia cambié de prioridades.
—¿Por qué seguías a Kiyoshi?
—Porque iba detrás de la chica Appleton. Pero cuando te vi sacar tu billetera, decidí robártela para después chantajearte y así recuperar mi collar.
—¿Qué tiene que ver Emma en todo esto? —se apresuró a preguntar Nicolás.
—No voy a hablar de eso contigo —respondió tajantemente Miyu.
—Bien, no hablemos de eso ahora. ¿Por qué asumiste que no te devolvería el collar? —preguntó entonces.
—Hace mucho tiempo que lo tienes y nunca mostraste interés en querer hacerlo.
—Tienes razón —admitió él, avergonzado—. Ahora explícame cómo es posible que seas un Kitsune y qué diablos significa eso —insistió una vez más, igual o más asustado.
Cuántas cosas raras hay en Austen.
—Antes vamos al bosque —suplicó ella con un puchero.
—No puedo, debo regresar a mi casa. Un amigo me espera para irnos —se justificó y Miyu miró hacia donde estaba estacionado Lázaro.
Tanuki les veía desde la ventana.
—Konnichi wa, Tanuki —saludó al mapache, que inmediatamente la saludó de vuelta.
—¿Él no habla? —preguntó Nicolás.
—No. Sólo quienes nos convertirnos en humanos tenemos la capacidad de hablar —explicó ella, acortando otra vez distancias—. Tanuki es sólo un mapache travieso ¿Entonces te irás? —preguntó con otro puchero.
—Nos veremos pronto y me explicaras todo eso del Kitsune —dijo él, alejándose otra vez de ella.
Nicolás hizo un gesto de despedida con la mano y caminó hasta Lázaro.
—Pero no te despediste de mí —exclamó Miyu, teatralmente ofendida.
Nicolás regresó y le dio un pequeño beso en los labios. Miyu, en respuesta, le acarició el rostro tratando de alargar la despedida, sin embargo él la desilusionó una vez, alejándose. Tanuki lo esperaba ansioso. Nicolás abrió la puerta y se sentó frente al volante. Cerró y notó, al mirar por la ventana, que Miyu lo observaba con actitud coqueta. ¿Qué, ahora somos novios?, se preguntó un tanto preocupado, y estaba a punto de intentar arrancar a Lázaro cuando recordó que sólo había una forma de hacerlo.
—Ahora no, por favor —le pidió—. Estoy frente a una chica. No me defraudes, amigo. Arranca a la primera —le pidió discretamente al pickup. Suspiró nervioso y trató de arrancarlo. Para su sorpresa Lázaro arrancó sin problemas—. Gracias.
Antes de que echara a andar la reversa Miyu le guiñó un ojo.
Una vez se alejó de Tempura, Nicolás dejó salir el aire que retenía. Miyu es un Kitsune y no sé qué mierda es un Kitsune. Era demasiado para asimilar.
Al llegar a la calle Magnolias estacionó a Lázaro y bajó sin apuro, aún pensaba en Miyu.
No quería entrar a su casa, quería recostarse sobre la parte trasera del pickup y pensar, pensar mucho: Las mentiras de Paul Hackett, el dinero robado, las coincidencias de la lluvia con las lágrimas de Emma, lo que sentía por Emma, el Kitsune y, como siempre, tenía que pensar en Pia. Allí, de pie, sintió salpicar sobre él un poco de lluvia y comprendió que su mayor preocupación era cómo ayudar a Emma con el dinero. Necesitaba evitar que Emma estuviera triste. Miró un par de segundos hacia la ventana de ella y notó que continuaba cerrada. Le hizo una señal a Tanuki para que lo siguiera y entraron a la casa queriendo descansar un rato.
Nicolás, recostado en su cama con Jack profundamente dormido a un costado de él, pensó en cómo ayudar a Emma. Pensó y pensó...
—¡Lo tengo!
Salió veloz de la cama y sacó de su bolsillo su teléfono. Al instante le marcó a Nelly.
—¿Todo está bien? Ya es tarde —dijo Nelly al responder. Se escuchaba adormitada.
—Todo bien. Necesito preguntarte algo.
—Te escucho.
—¿Tu amigo, el que mencionaste hace semanas, todavía querrá comprar mi coche?
—¿El BMW?
—Sí.
—¿Quieres vender tu BMW? —Nelly no cabía de la sorpresa.
—Sí...
—¿Estás enfermo?
—Nelly...
—Pásame al verdadero Nicolás Rossi.
—¡Nelly!
—Me venderías a mí antes que a ese coche —Nicolás puso los ojos en blanco—. Ya sé, quieres el dinero para comprar un Ferrari. ¿Es eso? Porque puedo ayudarte...
—Sólo quiero el dinero.
Hubo un poco de silencio.
—¿Y te piensas quedar sin coche? Iba a enviártelo a Austen. Igual es un regalo que...
—Necesito el dinero, Nelly.
Además tengo otro vehículo.
—¿Por qué? ¿Jack y tú tienen algún apuro? ¿Todo está bien?
Nicolás sonrió. Al menos ese interrogatorio le hizo sentir cerca de Pia. Alguien además de su padre se preocupaba por él.
—Deja de preguntar tanto.
—Claro que no. Estoy preocupada. Soy tu tía —le recordó.
—No pasa nada —aclaró Nicolás—. Es sólo... Necesito hacer algo.
Nelly suspiró: —Al menos te escucho más animado. ¿Me prometes que no es algo malo?
—Créeme que lo usaré para algo importante y noble.
—Te creeré —Nicolás respiró aliviado—. ¿Cuánto dinero necesitas? —Él le dijo la cantidad—. ¿Y cuándo lo necesitas?
—Mañana por la mañana.
—Nicolás, por Dios.
—Nelly, por favor... haz tu magia.
—Es que no puedo negociar el BMW de la noche a la mañana... Aunque puedo darte un poco del dinero que dejó tu madre, pero sí y sólo si lo reintegro con lo de la venta del coche. Ese dinero es para tu futuro y el de Jack. Universidad, vivienda...
—Vale, ya.
—No puede creer que te deshagas del BMW —insistió ella.
—Sólo hazlo, ¿sí?
—Bien, bien...
Al colgar, Nicolás salió de su habtación y buscó a Gino.
—Hoy me enteré de que el coche que Koki maneja no es de él, es de Miyu —dijo, al encontrar a su padre recostado sobre un sogá—. Yo tengo a Vita. Eso quiere decir que yo tengo un transporte y él no. Punto para mí.
—Me alegro —dijo Gino, sonriendo al ver más animado a Nicolás. Todos notaban que su humor iba mejorando—. Por cierto, Nicola, Betty te dejó un sándwich sobre tu cama para que no olvides cenar.
—Dile que gracias —agradeció. Gino asintió conforme—. Por cierto, hablando de comida... —recordó— aunque Koki sepa cocinar yo, Nicolás Rossi, soy el mejor haciendo pizzas caseras.
Gino se cruzó de brazos: —Eso tengo que verlo.
—Hecho.
Más tranquilo consigo mismo, Nicolás se despidió de Gino y subió de vuelta a su habitación. Sin embargo cuando llegó se dio cuenta de que no había ningún sándwich... sólo Tanuki.
—¿Estaba rico el sándwich? —le preguntó.
Tanuki asintió, se dejó caer junto a él y le platicó su plan con el dinero.
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Y el misterio se empieza a resolver ♥ Espero que les haya gustado el capítulo.
A todos los que aún no pertecen al grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros, los invito a unirse, pues hoy haré una transmisión En vivo c: Nos encuentran en el Buscador de Facebook.
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