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Capítulo XXI. El chico que fue asaltado por un mapache


Este capítulo tiene 7.7 k palabras D: ♥ Disfrútenlo porque es de mis favorito.

Dedicado a otra chica que comenta mucho: Teff1989

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El chico que fue asaltado por un mapache

—Te llevaré a la escuela, Billy no lo podrá creer —dijo Jack, riendo.

Nicolás abrió lentamente un ojo. Vio el reloj despertador sobre la mesita junto a su cama y advirtió que ya eran las 06:33 a.m. La luz del sol irrumpía en la habitación. A él le dolía la cabeza y colocó una almohada sobre su cara. Las risas de Jack no le estaban permitiendo volver a dormir. Aún así, intentaba conciliar el sueño cuando recordó que el mapache debía estar con él en la cama. En esa posición, palpó casi todo el colchón buscando y no lo encontró. Se quitó la almohada de la cara, se sentó y cuando giró hacia donde estaba la cama de su hermano, vio imagen borrosa. Jack jugando con el Bribón.

—¡Nico, mira lo que encontré... estaba dormido en mi cama! —exclamóJack, alegre. El mapache rodaba sobre su edredón—. Es el mapache ¿Le molestará a Gino que nos lo quedemos?

—¿Estaba dormido en tu cama? —preguntó Nicolás, bostezando lo suficiente como para tragarse todo en la habitación.

—Sí, quizá tenía frio y entró por la ventana —dedujo ingenuamente Jack.

—Sí, seguramente eso fue lo que sucedió —Nicolás no lo contradijo y se levantó de la cama. Estaba tan desordenada que una parte del colchón estaba a punto de tocar el piso. Era de imaginarse que el mapache se sintió amenazado por lo intranquilo que es Nicolás al dormir y prefirió como compañero a Jack.

—¿Puedo faltar a la escuela para jugar con Bribón?

—Se llama Tanuki —lo corrigió, recordando la explicación de Miyu en Tempura. Además de que el nombre Bribón le traía amargos recuerdos—, y no puedes quedarte aquí hoy. Tanuki tampoco. Hoy regresará al bosque.

—Pero él no quiere irse —chilló Jack, convencido de sus palabras.

—¿Qué te asegura eso?

—Es feliz aquí...

El mapache aún rodaba sobre la cama.

Tanuki vivirá mejor en el bosque que en nuestra habitación, Jack.

Nicolás y Jack discutieron sobre si Tanuki debía quedarse o no y entre tanto bajaron a desayunar. Betty había preparado pan tostado y les esperaba a ellos y a Gino. Jack, como era su costumbre, bajó las escaleras como si por cada segundo que demorara era un pan menos que podría comerse. Betty lo recibió con una sonrisa, que se borró cuando vio lo que perseguía al Piccolino.

—¡AH! —gritó, zapateando.

Nicolás, que siempre bajaba las escaleras como si estuviera en una competencia de tortugas, corrió a ver que le sucedía a Betty.

—¡Un ratón enorme! —gritaba Betty mientras intentaba correr a Tanuki con una escoba.

—No es un ratón, Betty, es un mapache y se llama Tanuki —explicó Jack, tratando de tranquilizarla.

—Ya le dije a Jack que hoy mismo se va. Lo siento, Betty —se disculpó Nicolás.

Betty se quedó en una esquina de la cocina utilizando la escoba como escudo protector. Pero al escuchar la aclaración sobre la verdadera especie del intruso, bajó poco a poco la guardia.

—¿Un mapache? —inquirió, asustada.

—Sí, y es nuestro amigo —sonrió Jack—.¿Verdad que puede quedarse?—suplicó y Nicolás lo regañó por insistente.

A tiempo escucharon el abrir y cerrar de la puerta principal y la voz alterada de Gino:

¡Incredibile e il mio ragazzo! —exclamaba, indignado.

—¿Qué sucede, Gino? —preguntó Betty sin comprender el por qué de la histeria. Gino Rossi no suele enojarse facilmente.

Gino llegó de inmediato a la cocina claramente exasperado.

—¡Che scandalo! Estaba limpiando a Lázaro y el vecino se acercó a mi para entregarme este periódico: La verdad que incomoda.

—Ahí trabaja el señor raro de ayer —recordó Jack a Nicolás, mientras daba un poco de jalea de fresa a Tanuki.

—¡Un procione nella mia cucina! —dijo aún más sorprendido Gino al ver al mapache.

—Hoy mismo se irá, lo prometo... Ahora dinos qué leíste en la revista —pidió Nicolás, advirtiendo que no eran buenas noticias.

Jack tenía razón. El periodista Paul Hackett era reportero en La verdad que incomoda. Nicolás sintió una oleada de mala suerte acercándose a él en lo que esperaba que Gino hiciera a un lado su sorpresa de ver a Tanuki y por fin contara lo que leyó.

—Nicola —le dijo Gino, disgustado—. Vaya problema en que has metido a la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca.

—¿De qué hablas? —negó Nicolás intrigado, viendo como Gino leía la página principal del periódico.

—¡Una foto de Nico! —exclamó Betty, sorprendida, al ver una fotografía cuando Gino extendió el rotativo.

Mi foto.

—¿Por qué saliste en el periódico, Nico? —quiso saber Jack. Él mismo Nicolás quería saber lo mismo.

—Te leeré lo que escribió un tal Paul Hackett, Nicola —dijo Gino aún molesto.

Nicolás se recostó sobre la pared como si estuviera a punto de escuchar su sentencia de muerte. Esto no podía ser bueno.

EL CHICO QUE FUE ASALTADO POR UN MAPACHE

El día de ayer, miércoles 29 de agosto, yo, Paul Hackett, formé parte de un grupo de turistas que visitaron la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca, lugar ubicado en Austen, un pueblo pequeño de la región. Sin embargo, lo que al principio parecía ser una experiencia para lograr la armonía con la naturaleza, se convirtió en un trago de sabor amargo para este reportero que buscaba compartir a sus lectores anécdotas entre flores, pájaros y mariposas. Porque ese bosque que inspiraría a cualquier poeta, se convirtió en la escena de un delito cuando un zorro salió de la nada y atacó ferozmente al joven Nicolás Rossi, robándole su billetera. Rossi no quiso confesar si el marrullero lo lastimó, pero cuando se le visitó en su casa esa misma tarde era evidente la traumática experiencia. "¡Que se investigue a cada miembro de la Reserva Ecológica!", solicitó Rossi a las autoridades por medio de este periódico. "¡La Reserva no será un lugar seguro si no atrapan al responsable!", aseguró con lágrimas en sus ojos en una entrevista que grabé como prueba de su indignación hacia el supuesto grupo ambientalista.

Quizá se pudiera pensar que Nicolás Rossi acusó sin fundamentos a los miembros de la Reserva, pero días antes, el mismo chico, quizá por ingenuo y despistado, fue atacado también por un mapache que le robó un iPod. ¿Hay delincuencia organizada detrás de esto? ¿Acaso es Nicolás Rossi un chico con mala suerte e ingenua víctima de un par de animales delincuentes?

Esa misma tarde Henry y Mery Benson fueron asaltados por la misma alimaña, que les robó un valioso collar. Los miembros de la Reserva llaman cariñosamente a este mapache "Bribón", contó indignado Henry Benson.

"¡Sin duda alguna, aunque lo nieguen, ellos lo entrenaron para robar! ¡Por eso interpusimos una denuncia en su contra!", dio a conocer Mery Benson cuando su servidor los acompañó a levantar cargos.

Al solicitarle a Samuel Todd, Guardabosques de la Reserva, aclarar lo sucedido, este respondió con violencia y altanería que nadie de su equipo de trabajo daría declaraciones sobre lo acontecido ayer por la tarde.

¿Ambientalistas o delincuentes? Juzgue usted. 

Reportó para La verdad que incomoda, 

Paul Hackett.

Cuando Gino terminó de leer mostró a Nicolás la fotografía que Paul Hackett le tomó el día anterior.

—¿Es cierto, Nicolás? —preguntó, triste—.Tú no puedes acusar a esos chicos de delincuentes. Yo los conozco desde pequeños. Ellos no son capaces de...

—Lo sé, papá —interrumpió Nicolás, sintiéndose difamado por Paul Hackett—. El idiota que escribió eso miente.

—Ahí dice que grabó la entrevista, Nico —murmuro Betty, confundida.

—Y si lo dije, pero no como él lo da a entender —explicó—. Claro que deben encontrar al responsable y hacer una investigación, pero les juro que no fue mi intención que él sacara mis palabras de contexto y acusara a Samuel, Laila, Hugo y... Emma.

¡Oh, Dios mío, Emma!

—Debes hablar con Emma antes de que alguien más le muestre el periódico, Nico —aconsejó Betty—. Ve a su casa o búscala en la Preparatoria. Yo llevaré a Jack a la escuela.

Nicolás agradeció a Betty, cogió el periódico y salió de su casa lo más rápido que pudo. Fue a la casa de Emma pero por más que tocó la puerta nadie abrió. El carro de la señora Dupont ya no estaba. Debbie ya se había marchado al Rincón Europeo. Entonces Emma está en la Prepa. Si se daba prisa la alcanzaría antes de que entrara a clases. Corrió hasta donde estaba estacionada Vita y se alejó a toda la velocidad de la calle.

Nicolás entró corriendo a la Preparatoria de Austen y buscó a Emma entre los jóvenes que caminaban hacia distintos salones. El lugar no era grande, por lo que tras indagar unos minuto, vio a Emma a través de una ventana, junto a ella estaba Hugo... y le estaba mostrando el periódico.

Mierda.

Antes de que Nicolás pudiera entrar a hablar con ella, una anciana ligeramente encorvada entró al salón de clases y cerró la puerta.

—Buenos días, señora Morrinson— se escuchó en el salón.

—Buenos días —respondió la anciana en medio de una tos sonora.

Aunque la señora Morrinson estuviera en el salón, Nicolás no se iría sin hablar con Emma, por lo que empezó a mover los brazos cerca de la ventana para que ella lo viera. Jayden notó su presencia antes que nadie y giró su cabeza para decirle a Emma. No obstante, cuando Emma vio a Nicolás su rostro se encogió y con un gesto enfadado le indicó que no quería hablar con él.

—El día de ayer concluimos que lo más interesante de la revolución rusa es la tesis política de Lenin.... —empezó la señora Morrison retomando su clase.

—¡Emma! —gritaba Nicolás afuera del salón.

La señora Morrison hizo una pausa y cuando Nicolás hizo silencio prosiguió:

—Hoy vamos a analizar la situación social de la Rusia post revolucionaria.

Algunos jóvenes empezaron a bostezar y pusieron más a atención a Nicolás que a Rusia. 

Él tenía que buscar la forma de hablar con Emma. Por ello, alcanzó a un chico debilucho que caminaba cerca y arrancó una hoja a uno de sus cuadernos. Le quitó la mochila y buscó dentro algo para escribir. El chico lo miró sin dar crédito. Una vez escrito el mensaje, Nicolás se acercó otra vez a la ventana del salón y colocó la hoja contra el vidrio.

—"Emma, necesito hablar contigo" —leyeron un par de chicos en coro.

Hugo, que estaba sentado a la par de Emma, también leyó y a continuación observó a Nicolás como si quisiera prenderle fuego con la mirada. Sin duda él tampoco creyó en él cuando leyó el reportaje de Paul Hackett.

—Señorita Appleton, ¿considera que su situación amorosa influyó en el proceso revolucionario?—preguntó con un tono desafiante la señora Morrison a Emma.

Emma se puso de pie y antes de que pudiera responder alguna tontería, la señora Morrison la detuvo:

—Salga de mi clase y dígale a su novio que consiguió un -1 para usted.

—Pero, señora Morrison...

—Salga de mi clase, dije.

Avergonzada como nunca antes, Emma tomó sus cosas y salió del salón. Nicolás la esperaba muy apenado por la nueva metida de pata que acaba de cometer.

—Espero que estés satisfecho —le dijo Emma, molesta—. Ya iba mal en esa clase. Ahora tendré que aceptar cualquier actividad para conseguir puntos extra.

—Emma, lo lamento, eso y todo lo que está pasando, pero quería explicarte lo que dice aquí —explicó él, intentando mostrarle la página con el reportaje de Paul Hackett.

—Sé leer, Nicolás —objetó ella, evadiéndole y empezó a alejarse. Nicolás la siguió—. Laila no asistió a clases para ayudar a Samuel en la Reserva. Desde temprano llegaron reporteros que sólo pretenden otra nota amarillista. Quién iba a decir que a pesar de mi -1 me hiciste un favor sacándome de la clase, me sentía culpable de estar ahí cuando Laila y Samuel me necesitan. Hugo seguramente también se irá pronto.

—Yo también iré y les diré a esos reporteros que yo no...

—¡No! —le pidió Emma molesta, volviéndose nuevamente hacia él—. Si vas Samuel te matará y empeorarás todo. No te acerques a la Reserva... Con eso puedes ayudar.

Emma salió con paso firme de la Preparatoria. "Empeoraras todo", había dicho. Nicolás esta vez no la siguió, ella tenía razón, su presencia sólo empeoraba todo. Se recostó sobre una pared y observó a Emma alejarse. Al mismo tiempo empezó a llover. 

El cielo no estaba nublado esa mañana. ¿Por qué estaba lloviendo? Nicolás buscó indicios a su alrededor, pero sólo un estudiante, también debilucho y despistado, había llevado paraguas a la Prepa. Se acercó a él y sin esfuerzo se lo quitó. Después corrió hasta donde estaba estacionada Vita y sobre esta siguió a Emma.

—Súbete, te llevaré  —le dijo, aparcando junto a ella.

—No gracias —Se negó ella con voz temblorosa a causa del agua—. Esperaré un taxi.

Nicolás no insistió para no enojarla más y, pidiendo otra vez disculpas, le entregó el paraguas. 

***

Cuando Nicolás llegó a su casa estaba tan mojado que ni siquiera se apresuró a entrar para evitar mojarse. Estacionó a Vita donde no le siguiera cayendo agua y observó durante unos minutos la casa de Emma. ¿Por qué le importaba tanto que esa chica estuviera molesta con él? Es sólo otra chica, se dijo a sí mismo... 

Pero no, no lo era. Emma siempre intentó agradarle y facilitarle todo a pesar de que él a veces fuera pesado en su trato. Por eso se sentía culpable.

Nicolás entró a su casa y subió a su habitación. Tanuki le esperaba en la esquina de su cama.

Al menos tú no huiste de mí.

—¿Tiene razón Jack cuando dice que te quieres quedar? —le preguntó una vez se sacó los zapatos y ropa mojada.

Ser asaltado por un mapache había sido el comienzo de su mala racha en Austen, pero no tenía valor suficiente para disecar al Bribón. Además de que no sabía cómo.

Tanuki se paró sobre sus dos patas traseras y asintió con su cabeza. Nicolás lo miró sorprendido. ¿El mapache le entendía?

—Ahora sólo necesitamos la aprobación de Gino y de Betty —le explicó asumiendo que irremediablemente se estaba volviendo loco—. ¿Por qué quieres quedarte? ¿Por el sake? —le preguntó y sacó la botella del escondite debajo de su cama. No obstante, Tanuki se recostó sobre él sin intentar alcanzar la botella—.Entonces es porque te agrada mi compañía —dedujo.

El mapache levantó su pequeña cabeza y Nicolás comprendió ese gesto como una afirmación.

—Y aunque no sé cómo saldré del lío en el que me metiste, tú también me agradas —admitió, consiguiendo que Tanuki levantara aún más su pequeña cabeza—. Aunque sólo un poco, eh. Tampoco te creas tanto.

La lluvia sólo empeoró su día. Nicolás buscó ropa limpia y se recostó un rato en su cama. Cerca de él estaba una pequeña pelota de beisbol que pertenecía a Jack, la cogió y la lanzó por la habitación para que Tanuki jugara con ella.

—Eres muy inteligente —le dijo, viéndolo atrapar sin problemas la pelota—. ¿Conoces Tempura? —preguntó. Tanuki lo observó durante unos segundos y finalmente asintió—. Necesito ir a Tempura y preguntar a Miyu algo importante —le explicó y sacó de un cajón el collar de Miyu—. Todo esto es muy extraño.

En lo que su peludo amigo continúo jugando con la pelota, Nicolás bajó a la cocina y trajo con él pan, fruta y miel.

—¿Te gustan las frutas? —preguntó al mapache.

Tanuki en lugar de responder, se apresuró a comer todo casi tragándoselo.

—Me doy cuenta que si —dijo Nicolás riendo un poco—. ¿Crees que debería buscar a Emma? —preguntó, pero el pequeño mapache estaba demasiado ocupado comiendo—. Yo creo que sí. Tienes aceptar escucharme, Tanuki. Cuando termines de comer iremos a la Reserva. Iremos aunque nos echen.

El otoño estaba en la puerta, tonos anaranjados, amarillos, rojos y café empezaban a abrigar al bosque. Era un paisaje fascinante. Después de medio día Nicolás estacionó a Vita en el aparcadero de la Reserva y cogió su bolsa. Dentro de esta llevaba a Tanuki. Se la colocó en la espalda y caminó hacia la cabaña. Sin embargo, fue imposible llegar hasta la entrada principal. Por toda el área rondaban vehículos policiales y personas que no había visto. 

Cerca de él un hombre alto y con el cabello encanecido colocaba afiches con la fotografía de una criatura. Una criatura que él conocía bien. Nicolás se detuvo leyó: SE BUSCA al mapache apodado "Bribón" por ser un astuto estafador y ladrón. Si lo ha visto avise a Hank Pearman, Jefe de policía en Austen. La información que facilite su captura será recompensada con $1,000.00. Con su ayuda capturaremos al "Ladrón más famoso del pueblo".

En medio del texto había una foto de algún otro mapache.

—Siendo tú una de las víctimas confío en que me ayudarás a capturar a este pillo —le dijo el hombre canoso.

—¿Quién es usted? —preguntó Nicolás sintiendo que sus manos empezaban a sudar. Estaban buscando a Tanuki. 

—Soy el oficial Hank Pearman —se presentó—, jefe de policía en Austen. Estoy aquí porque ayer la señora Mery Benson denunció al mapache y ahora es mi deber capturarlo vivo o muerto. Aunque eso no es todo, esta mañana se le acusó del robo más importante que ha cometido hasta ahora.

—¿De qué se le acusa? —preguntó Nicolás, lamentando llevar en su bolsa a Tanuki. Si Pearman se percataba de la presencia del "ladrón más famoso del pueblo"  lo capturaría.

—Que te expliquen los miembros de la Reserva. Yo debo continuar pegando avisos de SE BUSCA por todo el pueblo.

Nicolás continúo su camino hacia la entrada de la cabaña, sin embargo, entretanto sintió una mano sobre su hombro y giró para ver quién era.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Koki, que lucía enfadado

—A ti no te debo explicaciones —respondió Nicolás con indiferencia y quiso continuar su camino. No contaba con que Jayden y Max también le rodearían.

—Vete, Nicolás —pidió Jayden.

—Vine a buscar a Emma —dijo el otro tratando de continuar su camino, pero Koki se colocó frente a él—. Y tú quítate.

¿Querían pelea?

—Ella no está aquí. No quería estar aquí —le dijo Koki.

—Lo que escribió Paul Hackett...—Nicolás trató de explicarse pero Koki lo interrumpió:

—Desapareció el dinero recaudado para el Festival de la Mariposa Monarca.

—¿CÓMO?

Él sabía cuánto significaba ese festival para Emma.

—Ayer Laila agregó unos donativos, se lo llevó a su casa y lo trajo hoy por la mañana. Pero cuando Emma vino y lo buscó para pagar algunas cosas que servirán para el festival vio que ya no estaba —explicó Jayden.

—¿Es broma? Y supongo que también es mi culpa —dedujo Nicolás enfadado.

—Nadie te está culpando —le contradijo Koki—. En la cabaña sólo estaban Samuel, Laila, Hugo y Emma cuando el dinero desapareció. Periodistas han visitado la Reserva hoy y también algunos curiosos, pero nadie entró ahí. El dinero estaba en un cajón. Hay una ventana en esa oficina...

—El mapache es el principal sospechoso —añadió Jayden.

—Ya lo creo —agregó Max.

—¡No, Tanuki no fue! —objetó Nicolás seguro, sabiendo que Tanuki había estado en su casa.

—¿Desde cuándo lo defiendes? —rio Jayden. Max también miró a Nicolás con desconcierto.

—Sólo sé que el mapache no fue.

La mirada persuasiva de Koki lo obligó a dar dos pasos hacia atrás. Ahora más que nunca no quiso que alguien se diera cuenta de que Tanuki estaba dentro de la bolsa.

—Nicolás, lamentamos tus malas experiencias en Austen —continuó Jayden, empujándole un poco—. Pero por tu bien debes alejarte de donde esté Samuel. Juró matarte si te atreves a venir. Emma se fue con Hugo hace algunos minutos. Él iba a la ciudad y la dejó en una gasolinera aquí cerca. Iba a colocar publicidad del festival ahí.

—Pero no quiere verte —sentenció Koki a Nicolás. El chico parecía decido a golpearle si insistía en hablar con Emma.

—¿Hugo pasará de regreso por ella? —preguntó Nicolás a Jayden, ignorando olímpicamente a Koki.

—No, él volverá tarde. Emma regresará en transporte público. No quiso que nadie la acompañara. Supongo que quiere estar sola.

—Sola —repitió Koki.

—Ya lo creo.

—¿Hoy no habrá programa de radio? —preguntó Nicolás sabiendo que los jueves se transmite Alerta Naranja.

—Se canceló por el momento. Samuel no quiere que la gente llame para preguntar sobre el reportaje.

—Vete, Nicolás —le pidió otra vez Jayden—. Samuel no tardará en salir, y si te ve...

—Te matará, te despellejara y con tu piel se hará un abrigo para el invierno —dijo Max. Los demás intentaban no imaginar algo tan macabro.

Era mejor un "Ya lo creo" de Max que saber a detalle lo que pasaba por su mente.

—Tanto así no, pero si está muy enojado —agregó Jayden.

—¿Irán a ensayar hoy a casa de Emma? —preguntó Nicolás decidiendo por fin irse.

—Sí, aunque todo lo demás del festival se cancele nosotros cumpliremos nuestra promesa de tocar —dijo Koki digno.

Tomando en cuenta el consejo de Jayden y la advertencia de Max, Nicolás se alejó de la Reserva. No obstante, iba de regreso al centro de Austen cuando decidió ir hasta la gasolinera Punto Azul para buscar a Emma. Tenían que hablar. 

—Dime que no fuiste tú —le dijo a Tanuki cuando este sacó su cabeza de la bolsa. No había peligro si no rondaban extraños cerca—. Esta mañana antes de que yo volviera a mi casa pasaste algún tiempo solo porque Jack está en la escuela y Gino y Betty en El Rincón Europeo. ¿Qué hiciste durante ese tiempo? —le preguntó serio.

Los ojitos del mapache lagrimearon, lucían tristes.

—¿Tú robaste ese dinero, Tanuki? —le preguntó acercando sus narices y Tanuki negó la acusación viendose muy digno—. Te creo —afirmó Nicolás y acarició su cabeza.

Nicolás podría jurar que Tanuki le sonrió. Era eso o estaba oficialmente loco. 

Sabía que no sería fácil conseguir el perdón de Emma, pero se arriesgaría, por lo que continuó su camino.

La gasolinera llamada Punto Azul estaba a dos kilómetros. Nicolás condujo a mediana velocidad y al llegar vio a Emma colocando afiches publicitarios.

—Hola— saludó tímidamente. Ella giró su cabeza para ver quién le hablaba, pero al percatarse de la presencia de Nicolás lo ignoró—. Sé que estás molesta por lo que pasó —dijo él y ella forzó la engrapadora que estaba utilizando para colocar los afiches como muestra de su evidente enojo—. Está bien, muy, MUY, enojada... y sé que es por mi culpa. Pero te juro que Paul Hackett exageró lo que yo dije.

—Vete.

—No puedo regresar el tiempo y cambiar las cosas pero quería disculparme —continúo, pero ella no decía nada. Él la siguió muy de cerca—. Puedo llamar a Paul Hackett o a otro periodista y decir lo que en verdad pienso... si quieres.

Emma le miró una vez más. Nicolás notó un fulgor inusual en aquellos ojos verdes:

—No es necesario —contestó ella, ofendida—. Todos en la Reserva ya nos resignamos y esperamos que algún día esto sea sólo un mal rato. Ahora tenemos encima algo que nos preocupa mucho más que las mentiras de Hackett, porque cuando creímos que su mala intención afectaría al festival —Emma cerró los ojos e inmediatamente la primera gota de lluvia cayó sobre Nicolás— fue un pequeño Bribón el que lo destruyó todo.

Tanuki no fue, Emma. Él no robó ese dinero —se apresuró a defender Nicolás—. Él estaba conmigo.

—¿Tanuki?

—Así se llama el mapache.

Emma lo vio con incredulidad, limpiando de sus ojos un par de lágrimas, y negó con la cabeza: —¿Estaba contigo? ¿Por qué estaría contigo?

—Es una larga historia —suspiró el otro—. Pero te juro que él no fue.

La bolsa que Nicolás llevaba con él empezó a moverse, Tanuki salió de esta rodando y corrió a donde no pudiera mojarse, pues la lluvia iba en crescendo. Ahí se paró en sus dos patas traseras y esperó a que Nicolás y Emma se acercaran a él.

—¿Lo trajiste contigo? —inquirió Emma, sorprendida y los dos caminaron hasta donde estaba el mapache para también huir de la lluvia.

—Si... creo que le agrada estar conmigo.

Emma se sentó junto al mapache para acariciarlo. Nicolás la notó un poco más tranquila. Al mismo tiempo dejó de lloviznar.

A Nicolás le pareció interesante que el humor de Emma coincidiera con los precipitados cambios de clima, primero en la Preparatoria y ahora en la gasolinera, pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello.

—¿Tú robaste el dinero? —preguntó dulcemente Emma a Tanuki.

Tanuki negó con la cabeza dejándose acariciar y olisqueando el aroma que emanaba de ella. Emma sacó una manzana de su bolsillo advirtiendo que el mapache buscaba eso y sin dudarlo se la entregó.

—Te creo —decidió—. Pero eso no cambia nada contigo —dijo esta vez, dirigiéndose a Nicolás.

Ella se puso de pie y lo miró a los ojos. En efecto, Emma ya no estaba llorando, concluyó él todavía pensando en el clima.

—¿No cambia nada conmigo? ¿Eso qué significa? 

Le dolía. Aún así, Nicolás no podía sorprenderle más cuán importante era para él la opinión de Emma.

—Que pasará el otoño, el invierno, la primavera y otra vez el verano hasta que yo quiera verte otra vez —replicó ella, alejándose.

—¿Es broma? —se quejó Nicolás—. Emma, por Dios, ¿acaso ayer demostré que Paul Hackett me agradara lo suficiente como para darle una entrevista? 

Emma se apresuró a caminar hasta una parada de bus. Nicolás y Tanuki la siguieron.

—Sé que nadie vendrá por ti —dijo él—. Estaba pensando que puedes regresar conmigo...

—El bus pasará a las cuatro de la tarde —dijo ella sin siquiera mirarlo.

Él miró su reloj, eran las 03:50 p.m.

—Pero yo traje a Vita... puedo llevarte.

—¡No! —respondió ella con enorme molestia—. Escúchame, Nico —le advirtió—. Nunca más en mi vida te pediré o aceptaré un favor.

Él sintió un espasmo en el pecho. Eso también le dolió. ¿Qué estaba sintiendo por Emma Appleton?

Mientras, Emma se apartó de Nicolás y cogió otra vez la engrapadora para colocar otro afiche en una columna de la parada de bus.

—Está bien, me iré. Sólo entraré a comprar algo de comer y te dejo en paz, ¿vale?

Nicolás le indicó a Tanuki que lo siguiera y los dos caminaron hacia la tienda. 

—Le vamos a dar tiempo para que cambie de opinión —le explicó a su amigo.

Nicolás caminó en medio de las estanterías de la tienda asumiendo que no podía sentirse peor: Su mamá había muerto y parte de su familia lo culpó. Él mismo se culpó. Cuando llegó a Austen para mudarse con su padre fue asaltado por un mapache y el percance arruinó su prestidio. También fue asaltado por un "Kitsune", lo que sea que signifique eso, y el periodista Paul Hackett lo terminó de hundir, estropeando la opinión que Emma tenía de él. El dinero para el Festival de la Mariposa Monarca había desaparecido y el presunto responsable era su único amigo, un mapache a quien apodaban "Bribón", el mismo mapache que lo asaltó, porque ahora Nicolás era amigo de un prófugo de la ley. 

¡No sería una sorpresa que un meteorito destruyera Austen porque conté un mal chiste!, pensó sin estar consciente de su exageración. Se sentía la oveja negra del pueblo, y ahora estaba ahí, en una gasolinera más solitaria que el desierto mismo, con Emma que prefería regresar en transporte colectivo para evitar su compañía. Sabía que ella era demasiado gentil como para tratarlo como en realidad merecía, pero esa pequeña probadita de su resentimiento le había dolido lo suficiente como para agendar, en ese mismo momento, una noche de copas junto a Tanuki.

Mientras elegía entre galletas de vainilla o de chocolate en una estantería, Nicolás se percató de que uno de los afiches que Emma colocó en la gasolinera se lo estaba llevando el viento. Él quiso salir a recogerlo pero ella fue a buscarlo primero; y colocando el afiche de vuelta estaba cuando el bus que esperaba pasó sobre la carretera, y al no ver a nadie esperando, continúo. Emma trató de detenerlo pero el bus no se detuvo.

Nicolás, que había observado lo que pasó, se escondió detrás de la misma estantería cuando Emma entró corriendo a la tienda y se acercó a la cajera, una señora de cabello naranja y labios carmesí que Nicolás ya había tenido el "gusto" de tratar; su nombre era Carol y, como siempre, estaba entretenida leyendo una revista.

—Señora, disculpe —le dijo Emma, preocupada—, ¿no sabe si pasará otro bus camino a Austen?

Carol la miró con molestia por interrumpir su interesante lectura sobre depilación:

—Claro que pasará otro bus—dijo con voz tosca. Emma sonrío feliz—, a las diez de la noche —añadió.

—¿A las diez de la noche? —inquirió Emma, asustada. Carol la miró de pies a cabeza e hizo otra bomba con el chicle que tenía en su boca—. Pero yo sabía que pasan cada dos horas.

A continuación Carol miró a Emma como si fuera una insolente por contradecirla:

—Sí, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde pasan cada dos horas. Después de las cuatro, el último bus que viene de la ciudad, pasa por aquí a las diez de la noche —explicó como si Emma debiera de saberlo—. Y no creo que se detenga porque, ¿quién espera un bus a las diez de la noche en una gasolinera en medio de la nada?

Emma no respondió inmediatamente, estaba asimilando todo. Carol otra vez la observó de pies a cabeza.

—No hay otro bus —musitó Emma a si misma con su preocupación yendo en aumento.

—¿Lo va a esperar, va a comprar algo o ya se va? —insistió Carol con molestia.

Nicolás también escuchó lo que Carol explicó a Emma, pero no consideró oportuno acercarse. Esperó ahí, escondido detrás de la estantería y pensó en cuál sería la mejor forma de convencer a la Emma de aceptar regresar a Austen con él. Estaba casi seguro de que ella no accedería, aunque esa fuera su única opción.

Preguntándose qué hacer, Emma vio la tienda en redondo chocando su mirada con Tanuki, que en ese momento abría una bolsa de pan sobre una de las estanterías y recordó que Nicolás aún estaba en la tienda. Sin embargo, pedirle ayuda sería lo último que haría, de manera que, al pensar en alguna otra solución se sintió tonta por no habérsele ocurrido la más obvia: llamar por teléfono a Samuel o a Laila para que vayan a buscarla.

—¿Hay algún teléfono aquí? —preguntó expectante y con esperanza renovada.

—Claro que hay un teléfono —dijo Carol. Emma soltó un suspiro de alivio—. Pero no sirve. Lo vienen a reparar mañana —agregó, haciendo otra bomba con su chicle.

Emma se frustraba aún más.

El próximo bus pasaría a las diez de la noche, el teléfono no servía pero, aún así, no estaba dispuesta a pedir ayuda a Nicolás Rossi. Su orgullo no se lo permitía, sería muy vergonzoso para ella hacerlo cuando hace menos de quince minutos le juró que no iba a hacerlo aunque fuese su única opción.

—¿Puedo esperar el bus de las diez de la noche aquí? —preguntó a Carol.

La chica parecía resignarse a tener que esperar.

Nicolás escuchó la insistencia de Emma y no pudo evitar reír silenciosamente, su hipótesis había sido comprobada: Emma era capaz de esperar el siguiente bus en lugar de irse con él. Pero si no le pedía ayuda, él tampoco se la ofrecería sabiendo que sería rechazado, así que, resignado a irse de Punto Azul únicamente con Tanuki, salió de su escondite y se acercó a la caja a para pagar sus galletas de chocolate. No contaba con la respuesta que Carol tenía a la pregunta de Emma:

—Cerramos a las cinco.

Entonces Emma no podía esperar el bus en compañía de Carol. En menos de una hora cerrarían la tienda. Nicolás guardó silencio y miró de reojo a Emma que no aceptaba no encontrar alguna otra opción para irse, tragaba saliva, cruzaba los brazos y caminaba por todos lados pensando. De igual forma, por los nervios, enredaba su cabello platinado una y otra vez en sus dedos.

—¿Usted cómo se va de aquí? —le preguntó a Carol.

—Yo vivo aquí —dijo la otra con un tono de voz aún más molesto. Cada vez disimulaba menos lo cansada que estaba de soportar a Emma—, y no acepto huéspedes —aclaró.

Carol entregó su cambio a Nicolás junto con una bolsa que contenía las galletas. Él llamó a Tanuki y ambos salieron de ahí. Emma también salió del lugar y lo alcanzó, pero no se detuvo al pasar junto a él. Ella se sentó cerca de la parada de bus, cruzó los brazos y esperó un milagro. Aún era de día y sabía que algo se le tendría que ocurrir para llegar a Austen sin necesitar a Nicolás. Quizá alguien se detendría y le ofrecería llevarla, pero eso era más peligroso que caminar sola por el bosque, pensó. Estaba desesperada, nunca había pasado por una situación similar y aunque trataba de lucir tranquila, no era eso lo que demostraba.

Nicolás continuó pendiente de ella, pidió a Tanuki entrar en su bolsa y subió en Vita, sin embargo, antes de arrancar, observó una vez a Emma sintiendo algo que no sabía cómo llamar y supo que no debía darse por vencido. Tenía que encontrar la forma de lograr que Emma acepte su ayuda.

Emma miró su derecha y advirtió que Nicolás estaba a punto de irse. A continuación observó la interminable carretera y nada, ni siquiera una carreta alada por algún caballo pasaba por aquel desolado lugar, por lo que finalmente analizó sensatamente su situación y concluyó que el único milagro que la salvaría sería que Nicolás le volviera a pedir que se fuera con él. Su abuela siempre le había dicho que el orgullo no es bueno y en esas circunstancias era mejor hacerle caso. Si, esa es la solución, recapacitó, y estaba segura de que Nicolás se lo pediría otra vez. Él no sería capaz de dejarla allí sabiendo que algo podría sucederle. No es capaz. Planeó resistirse un poco pero iba de decir que si en el último momento. Además, le explicaría que únicamente lo hacia para que él no hubiera llegado hasta allí en vano y, de esa manera, no perdería su dignidad y llegaría a salvo a su casa.

Nicolás arrancó a Vita y se detuvo junto a la parada de bus. —Creo que lloverá —dijo mirando tranquilamente el cielo.

Emma lo miró con aquellos enormes ojos verdes. No esperaba que él dijera particularmente eso, pero también miró al cielo y, en efecto, estaba a punto de llover.

—Sí, eso parece.

—Espero que no sea muy cansado esperar —añadió él, sin dejar de mirar el cielo—.Yo debo regresar. Te veo luego.

¡¿Qué?!

Nicolás se fue tan a prisa que Emma ni siquiera pudo decirle adiós. ¿No le pidió irse con él? Emma no lo podía creer, había despreciado una vez su ofrecimiento y resultó que él era mucho más orgulloso que ella y no iba a perder su dignidad nuevamente. 

No puede ser.

Emma vio como Nicolás se iba haciendo pequeño entre más se alejaba de la gasolinera y cerró sus ojos. No, no voy a llorar. Tenía que ser fuerte y conservar su orgullo, pero Nicolás, su "Nico", acababa de abandonarla en medio de la nada. Emma se sentó en el suelo, miró el cielo y sintió caer sobre su frente la primera gota de lluvia.

Y estaba sentada sobre la orilla de la carretera, sin la menor intención de huir de la lluvia, cuando Nicolás regresó, se detuvo frente a ella y comprobó otra de sus hipótesis: Emma estaba llorando y también llovía. Eso no era casualidad.

—¿Esperarás un bus hasta las diez de la noche o vienes conmigo? —le preguntó acelerando a Vita. Su tono, sintió Emma, no era amable.

Emma, sollozando, lo miró inocentemente mientras más lluvia caía sobre ella. ¿Para qué hacerse la difícil si él ya demostró que estaba dispuesto a irse con o sin ella? Se puso de pie y se subió en la pequeña moto amarilla.

Si ella no hubiera aceptado subir en Vita él hubiera tenido que obligarla, pero afortunadamente no fue necesario. Nicolás sonreía ampliamente mientras conducía a la Vespa por la carretera. No había otra forma de que Emma subiera pronto sin renegar, se felicitó, y aunque siguiera enojada con él, la llevaría hasta su casa a salvo.

Qué pueblo tan extraño, meditó mientras. Mapaches delincuentes, zorros que hablan y una chica que hace llover con sólo llorar. ¿Qué más sucederá? ¿Lloverán huevos? Nicolás, como siempre, sostenía un desorbitado monologo interior; y pensando si los huevos serían de gallina o de avestruz estaba cuando sintió los débiles brazos de Emma rodeándole con fuerza, dedujo que a ella no le gustaba ir rápido. Pero Vita no era precisamente la moto más veloz de todas. Sin embargo, procurando la tranquilidad de ella bajó la velocidad. ¿Aún estará llorando? Él quería saber porque la lluvia no disminuía. Quizá fue demasiado cruel haciéndole creer que la abandonaría en Punto Azul, concluyó; y, sintiéndose culpable, acarició su mano para intentar tranquilizarla.

—¿Voy muy rápido? 

Ella tenía su rostro sobre la espalda de él.

—No, está bien así —dijo ella, levantando un poco la cara—. Aunque si me da miedo que suceda algo a causa de la lluvia.

—Sí, es peligroso conducir una moto con este clima —estuvo de acuerdo él.

Era un momento incómodo para Emma. Ella quería alejarse de Nicolás y ahora estaban más cerca. Nadie en la Reserva comprendería que ella continuara siendo su amiga después de lo sucedido con Paul Hackett. Pero Nicolás tenía razón, él nunca demostró afán en ser entrevistado por Hackett y, conociéndolo, una entrevista no sería algo que quisiera dar si pudiera evitar.

Nicolás no era una mala persona, pero si se trataba de enlistar todo lo que hoy afectaba a la Reserva, era inevitable mencionar su nombre.

La lluvia no perdonó a Vita, la carretera hizo resbalar sus llantas dos veces. Iban a mitad del camino cuando Nicolás sintió miedo de continuar. Un accidente provocó la muerte de su madre y no quería arriesgar a Emma. Bajó la velocidad y estacionó a la Vespa al lado de la desolada carretera. A su alrededor sólo habían arboles entintados de amarillo, naraja, rojo, café y uno que otro color verde. Ya era otoño.

—¿A qué hora es que pasa el bus? —dijo a Emma con una risita.

¿Qué era tan gracioso? Emma no tenía ganas de reír, se bajó de Vita y caminó en círculos.

—Nadie te va a atropellar —dijo él y colocó la bolsa en el suelo para que Tanuki pudiera salir—. No veo ningún transporte a la vista. 

—¿Y si no para de llover? —preguntó ella, preocupada.

—Tendremos que esperar el bus de las diez de la noche. No estamos tan cerca para regresar caminando.

Tanuki, por la lluvia, prefirió quedarse dentro de la bolsa.

La lluvia los empapó a los dos tanto que les preocupó resfriarse, pero tenían que esperar.

—Tenemos que pensar cómo regresar —dijo Emma, nerviosa y sin ánimos de esperar el bus de las diez de la noche.

—No te preocupes, ya lo tengo solucionado... Llamaré a Gino —dijo él despreocupadamente, sacando de su bolsillo un teléfono móvil.

Ella lo miró como si fuera un descarado: —¡Tienes un teléfono y no me lo dijiste! —protestó, indignada.

—Error —aclaró él— nunca me preguntaste si tenía uno.

Emma no tenía ánimos para discutir, por lo que no insistió con el tema del teléfono. Lo importante era que ya no tendría que esperar el bus de las diez de la noche junto a Nicolás Rossi.

¡Qué día y aún no terminaba! Nicolás llamó con dificultad a Gino, pues la lluvia mojaba su teléfono. Gino informó que llevaría a Betty y a Jack a casa y que después iría por ellos dos. ¿A dónde ir a esperarlo para evitar mojarse más?, quería saber. Pero aunque hubiera un lugar cerca, dudaba que Emma aceptara acompañarlo. La vio con cautela, ella estaba físicamente cerca, pero lejos en ánimos de querer estar ahí juntos.

Nicolás, resignado a pasar el tiempo debajo de la lluvia, se quitó su cazadora para colocarla sobre su bolsa y así evitar que Tanuki pesque un resfriado. Se la ofrecería a Emma, pero dudó que aceptara, no obstante, no era necesario. La lluvia empezó a detenerse lentamente. Quizá Emma dejó de llorar, dedujo.

Austen era un lugar húmedo y silencioso, así lo describiría él en ese momento, pero ya no aburrido. Él aún esperaba ver caer huevos de gallina sobre su cabeza. Y esperando estaba cuando Emma se dirigió a él:

—Y... —Ella tragó saliva antes de hablar—. ¿No extrañas vivir en la ciudad? —preguntó. No se le había ocurrido algún otro tema de conversación que no terminara en discusión.

—Vivir aquí es diferente —dijo él, agradecido de que ella quisiera platicar—. Tengo poco tiempo aquí y mucha gente ya sabe mi nombre... y creo que yo el de ellos —dudó. Aún no sabía el nombre de su vecino del lado izquierdo—. En la ciudad no eres tan cercano a tu comunidad.

—Naturalmente todos conocen tu nombre —dijo Emma con una nota de ironía en su voz. Al parecer no había tema que no terminara en discusión—. Primera página en La verdad que incomoda ¿Cómo pasar desapercibido?

¿Así que ella quería discutir?, Nicolás rio cándidamente. Es cierto, él era toda una celebridad en Austen desde que llegó. 

—¿En serio quieres hablar sobre eso? —preguntó, desafiante. Tuvo la intención de evitar la confrontación pero ¿por qué no aclarar de una buena vez todo?

—No, yo sólo quería aclarar que todos en Austen, y en el país me atrevería a decir, saben tu nombre. Ya sabes, a pocos los asalta un mapache y viven para contarlo —dijo, sarcástica—. Pero no, no tenemos que seguir hablando de eso.

—¿Por qué no? —Él la retó—. ¿No quieres cederme el beneficio de la duda?

"Beneficio de la duda" Emma lo miró con seriedad y pensó en la posibilidad de admitir que no era por dudar de él, sino por evitar desafiar a sus amigos de la Reserva. Ellos le habían pedido alejarse de Nicolás. Aún así, no tenía el valor para decírselo... Aunque quizá Nicolás lo adivinó.

—Es por no llevarle la contraria al imbécil de Samuel, ¿verdad? —gruñó y su rostro se enrojeció por el enojo—. Cobarde —añadió y empezó a caminar sobre la orilla de la carretera.

Emma no sabía qué decir. Tenía motivos de sobra para justificar que estaba haciendo lo correcto... sin embargo, sintiendo bochorno, siguió a Nicolás.

Él notó que ella caminaba detrás de él y sonrió. Aunque la carretera era amplia, ambos caminaban sobre el suelo otoñado a la orilla. A la vez la lluvia iba disminuyendo nuevamente. Tanuki, que había estado casi todo un día lejos del bosque, jugó a cazar insectos mientras ellos discutían:

—¿Cobarde? Quizá, pero ellos son mis amigos —dijo Emma, intentando seguirle el paso a Nicolás.

—¡Bien por tus amigos! —la felicitó él—. Qué no haría uno por los amigos, sino pelearse con otros amigos —añadió—. Aunque es cierto... yo no soy tu amigo.

—¡Nunca he dicho eso! —respondió ella inmediatamente y caminó más rápido para colocarse frente a él.

—¿Y tú actitud hacia mi qué significa entonces?

—¡Vaya posición la mía! Tener que escoger entre mis amigos y colegas en la Reserva y tú que...

—Y ya escogiste —le aseguró él. Emma lo miró sin saber qué decir. Él continúo su reproche—: Hasta donde yo sé un verdadero amigo no te pondría a escoger, y por eso he decidido que lo mejor es alejarme de ti. No seré yo quien te ponga entre la espada y la pared para obligarte a decidir.

Nicolás buscó a Tanuki para regresar a donde estaba estacionada Vita. Gino no tardaría en llegar.

—¿Y eso es todo?—le reprochó Emma contiendo más enojo—. Tienes la costumbre terminar una conversación en la parte que TÚ tienes la razón, Nicolás Rossi. Lo hiciste cuando discutimos en Alerta Naranja, después cuando que me visitaste en mi casa...

Nicolás la interrumpió otra vez:

—¿Me tiraste un pastelazo en la cara y te atreves a asegurar que yo gané esa discusión? —Ella hizo un puchero y él continuo justificándose—: Cuando te fui a buscar a la Preparatoria yo quise explicarte la verdad sobre Paul Hackett y me dejaste con la palabra en la boca, y hace un rato tuve que darte un ultimátum para que aceptaras subirte en Vita. ¿Yo soy el obstinado, Emma?

Ella continuó haciendo pucheros.

—Tú tienes poco tiempo aquí, Nico —lamentó tener que recordarle—. Es cierto, pareciera que yo elijo estar del lado de mis amigos, pero... hay tanto más que decir. Sé que el tiempo pasará y olvidarán lo que publicó Paul Hackett. Yo confío en que así será.

—Y mientras tanto yo pierdo.

La opinión de Emma Appleton era importante en Austen, todos la escuchaban en Alerta Naranja gracias a que Samuel Todd confió en ella para estar en dirigir un programa de radio; y junto a los demás voluntarios de la Reserva coordinaba el Festival Anual de la Mariposa Monarca. Ella no podía ir decirles: "Sigo siendo amiga del chico que arruinó nuestro prestigio".

—No me juzgues porque si estoy aquí contigo es porque también me importas —dijo, con picor en sus ojos. Otra vez iba a llorar—. Mi posición no es fácil y sólo me queda... adaptarme.

Él quiso agradecerle que a pesar de la presión no se alejara del todo, pero el aguacero los estaba mojando nuevamente. Así, regresaron hasta donde estaba estacionada a Vita y esperaron impacientes a Gino.

La bocina chillona de Lázaro se hizo escuchar minutos después. Tanuki, que todo ése tiempo se entretuvo en el bosque, llegó y se escondió entre las priernas de Nicolás para volver al pueblo con él. Nicolás tuvo la sospecha de que estaba huyendo de algo o de alguien, pero no dio mucha importancia, además de ellos y Lázaro sólo tres cuervos dorados figuraban en el paisaje.

Gino bajó del vehículo y se acercó a Vita, observándola como si fuera la victima de un crimen.

—¿Qué le pasó?—preguntó a Nicolás.

El semblante del hombre con nariz en forma de pera era de preocupación.

—Falló a mitad del camino. Casi resbalamos.

Nicolás también estaba preocupado. Tenía que admitir que le tomó cariño a su moto. No sería lo mismo vivir en Austen sin Vita.

—Al llegar a casa la revisaremos. Ojalá no sea algo de cuidado —suspiró Gino y Nicolás lo consoló dándole golpecitos en la espalda.

Montaron a Vita en la parte trasera de Lázaro y se prepararon para regresar al pueblo. No obstante, para poder echar a andar al Chevrolet 1950 Gino tenía que recitarle las acostumbradas palabras de aliento:

—Llegó la hora. No me falles bonito ¿Quién te quiere? Sí, yo te quiero —repetía Gino, intentando arrancar a Lázaro—. ¿Quién es el mejor pickup en todo el mundo? —cuchicheaba con ese tono que muchas personas usan para hablar a los bebés.

Nicolás lo observaba con una mueca de resignación mientras Emma reía alegremente. Gino intentó arrancar por tercera vez a Lázaro y esta vez lo consiguió.

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Siempre soy muy cruel y exigente conmigo para juzgar, sobre todo, mis primeros escritos, puesto que esta historia la escribí en 2012. Pero este capítulo en particular, y el que sigue, me encantan porque empieza el romance. Espero que les esté gustando y gracias por apoyar ♥

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