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Capítulo XVII. Ave del paraíso


—Así que este ebrio es Nicolás Rossi.

—En teoría si—respondió Emma con tristeza.

Los días siguientes, después de que Emma le ayudó con la borrachera, Nicolás tomó como rutina diaria ir por el día a la orilla del lago y en las noches a alcoholizarse en la parte trasera de Lázaro. Esta vez procuraba hacerlo después de cenar, así Gino se iría a dormir y no se percataría de nada. Emma se negaba a bajar a acompañarlo en ese estado; pero como se prometió ayudarlo, esa noche, cansada de verlo tan descuidado, tomó una decisión y llamó a su amiga Laila.

—¿Deberíamos despertarlo?

—Sí, tenemos que hablar con él.

Emma sacudió a Nicolás pero este ni se inmutó. Laila no fue tan amable. Tomó la manguera del jardín de Gino y mojó al chico con agua fría. Nicolás se sentó de golpe y se asustó al mirar a una chica con el cabello morado justo frente a él y consideró la posibilidad de que esta fuera parte de otra pesadilla extraña.

—Nico, ella es mi amiga Laila Todd —la presentó Emma, pero Nicolás dudó que esa anormalidad fuese real—. Es hermana de Samuel Todd.

—Tiene el cabello morado —dijo, entrecerrando sus ojos. 

—Sí, es mi sello personal —sonrió Laila, que también portaba una tiara y vestía tan rara como Emma. También al estilo hippie—. En fin, estamos aquí porque queremos invitarte a un lugar especial —dijo a su nuevo amigo.

Aún soñoliento, Nicolás se llevó ambas manos a la cara.

—Definan "lugar especial" —dijo, obligándose a ser amable. Las quería matar por despertarlo con agua fría.

—No te puedo decir a dónde iremos. Es una sorpresa —prometió Emma—, pero te encantará.

—¿Y si me niego a ir?

Emma arqueó una ceja:

—Si te niegas a ir le diré a Gino que te vigile porque no es conmigo con quien estás durante el día. ¡Ah! Y que no estaría mal que te eche un vistazo después de cenar.

Nicolás advirtió que Emma hablaba en serio, tendría que ir a ese lugar. Pero aún había algo que daba vueltas en su liada cabeza:

—¿Por qué haces esto, Emma? —le preguntó. Sin duda la hippie sentía pena por él y quería ayudarlo, pero él no comprendía por qué—. Me ayudas con mis borracheras, me traes chocolate y mantas para que no pase frío aquí...

—Emma es la defensora de las causas perdidas, chico listo—dijo Laila, justificando, ya que Emma no encontraba palabras para responder a Nicolás—. Te veremos mañana temprano en Ave del Paraíso.

Cuando las chicas se marcharon Nicolás se recostó otra vez y continúo durmiendo. Entre las ventajas de dormir alcoholizado estaba no tener tantas pesadillas, sin embargo a media noche regresó a su casa y se recostó en su cama.

Gino no tenía la menor idea de qué sucedía con su hijo. No porque no le prestara atención, sino porque el otro prefería guardar silencio y fingir que no pasaba nada. En cualquier caso, para Nicolás las cosas no estaban saliendo bien. Las pesadillas continuaban y sólo el ir al lago por el día y alcoholizarse por las noches parecía consolarlo.

Curioso de a dónde lo llevaría Emma, la esperó muy temprano en la mañana. Ella acostumbraba a irse a "Ave del Paraíso" en bicicleta, pero como Nicolás tenía su Vespa la llevó con él.

Era la primera vez que Emma subía en Vita y estaba emocionada. Cuando Nicolás preguntó la ruta para llegar a "su sorpresa", ella lo guió fuera del pueblo.

El camino para llegar al lugar especial los llevó cerca de la gasolinera Punto Azul y a pocos metros de esta se metieron en un extravío similar al de Tempura.

—¡Llegaron! —aplaudió Laila cuando los vio estacionarse.

Nicolás terminó de acomodar a Vita en lo que Emma saludaba a su amiga.

El lugar estaba rodeado de boscaje, como todo en Austen. Frente a él, Nicolás tenía una enorme casa de madera con vista al lago. Era un paisaje hermoso, pero no veía la parte divertida. Buscó información que le ayudara, hasta que un rótulo cerca de la puerta principal disipó sus dudas:

—Ave del Paraíso: asilo de ancianos —leyó y se volvió hacia Emma—: ¿Me trajiste a un asilo de ancianos?—preguntó, enfadado con ella.

—Sí —respondió Emma sin comprender su molestia—. Soy la encargada de las visitas semanales a Ave del Paraíso, el asilo de ancianos de Austen. Pensé que te gustaría venir

Nicolás la miró horrorizado:

—¿A un asilo de ancianos?

—Será una experiencia inolvidable —aseguró Emma—. Los abuelitos que viven aquí son amables y tiernos.

Al lugar también llegó la camioneta de Hugo. Aunque de esta únicamente bajaron él y Koki, que traía con él su guitarra.

—¿Y Jayden y Max? —preguntó Nicolás a Hugo.

—Eh... no-no les gusta venir. Dicen que este lugar es aburrido.

¿Y por qué contradecir al resto de la banda?, si entre los lugares más emocionantes que Nicolás conocía no figuraba ningún jodido asilo.

—Gracias por venir, chicos —saludó Emma a los recién llegados y los cinco entraron al lugar.

En el vestíbulo los recibió la señora Juliana , la encargada de coordinar todo:

—Qué gusto que estén aquí. La semana pasada la excursión impidió que nos visitaran, pero es bueno tenerlos de vuelta.

—También es un gran gusto para nosotros estar aquí, señora Momsen— saludó Emma.

—¿La excursión?—preguntó Nicolás a Laila.

—La semana pasada la señora Momsen llevó a los abuelitos al zoológico —respondió Laila—. Queríamos acompañarlos pero no nos dieron permiso para salir de Austen.

—¿Y la señora Momsen puede llevarse a los ancianos sin autorización de sus familias?

—¿Autorización de sus familiares? —rio Laila, en voz baja para que sólo el chico le oyera—. Nicolás, muchas personas se despreocupan de los ancianos una vez consiguen dejarlos en un asilo. La señora Momsen recibe puntual la cuota mensual por su estancia, pero hoy que es día de visita sólo dos abuelitos tienen visita.

Nicolás echó un vistazo al lugar, y tal como lo dijo Laila sólo dos de los ancianos estaban acompañados. Ave del paraíso era silencioso y en apariencia cómodo; y según platicó la señora Momsen, hospedaba a veintisiete ancianos.

En el salón principal había una mesa para jugar ajedrez, detrás un área especial para bordar. Allí, en un sofá, se hallaban sentadas tres abuelitas. Cerca de ellas un anciano bailaba a pesar de no escuchar música; y al fondo del salón, escondidos en una biblioteca, estaban otros cuatro.

—Al menos el lugar no era aburrido para ellos —se dijo Nicolás.

Koki, que ya sabía qué hacer, buscó una silla, se sentó acomodando su guitarra sobre su regazo y empezó tocar y cantar. Al escucharlo, octogenarios que aún estaban encerrados en su habitación salieron.

—El club de fans de Koki en Ave del Paraíso es grande —rió Nicolás mientras los abuelitos cantaban y aplaudían al chico de la guitarra.

Emma le dirigió una mirada molesta.

El abuelito que estaba bailando se detuvo y empezó a buscar caras. Hugo se acercó a él y lo acompañó hasta un piano de cola situado en una esquina del salón.

—Él es Ulises Mccoy, el abuelo de Hugo —contó Emma a Nicolás—. Todos los sábados le da clases de piano. Aún así por viejos problemas familiares no puede vivir con él.

—¿Qué pasó?

—El papá de Hugo está molesto con su padre. No le habla desde hace años. 

Nicolás lamentó eso.

Una señora de apariencia refinada bajó las escaleras. Su piel llevaba mucho tiempo sin recibir sol y contrastaba con su vestido negro de brillantes lentejuelas. Nicolás distinguió que su cabello estaba teñido de morado y sobre este portaba una tiara brillante y, sorprendiéndole, antes de bajar el último escalón, la señora empezó a cantar:

—¡Soy la reina de las uvas!

—¿La reina de las uvas? —preguntó Nicolás a Emma.

Laila se acercó a la anciana excéntrica y la guió fuera de la casa.

—Ella es Moriana Griffin —dijo Emma—. Está en Ave del Paraíso desde hace dos años. Vivía en el viñedo que heredó de su padre, pero su esposo la engañó con una mujer mucho más joven... y enloqueció. Aunque no lo suficiente para hacer daño —aclaró con una sonrisa triste—. Sus hijos la abandonaron aquí.

—Eso es cruel.

Ave del Paraíso es un asilo popular entre la gente adinerada. Traen aquí a sus ancianos porque está lejos de las principales ciudades del país.

—¿Quieres un Merlot mi querida uva? —preguntó la Sra. Griffin a Laila, ofreciéndole un vaso con agua.

—Definitivamente está loca.

—No la juzgues, Nico —pidió Emma con ojos tristes—. Muchos locos tienen el corazón roto —Nicolás estuvo de acuerdo, él mismo estaba enloqueciendo. Emma continúo hablando sobre Moriana Griffin—: Laila y la señora Griffin simpatizaron casi de inmediato. Ella la llama Uva. Con el tiempo hasta le tiñó el cabello y le regaló esa tiara. Laila es su princesa uva.

—Eso explica la apariencia rara de tu amiga.

—Si —Emma suspiró—, en la Preparatoria suelen burlarse de nosotras —Nicolás no podía culpar a quienes se mofaran de ellas, la verdad es que la apariencia de las dos chicas era un blanco perfecto para un par de bromas—. Pero lo importante es, Nico, que con un poco de compañía harás feliz a uno de estos abuelitos.

—¡Soy la reina de las uvas! —continuó brindando la Sra. Griffin.

—Eso significa que... —empezó a deducir Nicolás, esperando lo peor.

—Significa que acompañarás a uno de estos ancianitos —terminó Emma por él.

Nicolás la miró como si le hubiera pedido permitir a Moriana Griffin teñirle el cabello de morado.

—Yo...

—No es cosa del otro mundo —Emma lo animó a seguirla—, de hecho te llevaré con uno muy tranquilo. 

—Yo...

—Conocemos la historia de todos los abuelitos, de dónde vienen, por qué están aquí... excepto la de este.

—¿Quién es? —preguntó Nicolás.

Ambos caminaron hasta la puerta de una de las habitaciones en la planta baja de la casa.

—Su nombre es Joel Goff. Vino por su cuenta al asilo y no ha querido hablar con nadie. Su historia es un misterio para nosotros.

Nicolás miró con desgano la puerta de Joel Goff: —¿Eso fue hace mucho tiempo?

—Cinco años. Está un poco ciego, pero se le ha visto ir a la biblioteca y coger un libro. Pero cuando se da cuenta de que no puede leerlo, se frustra y lo deja caer..

—¿Y tengo que hacerle compañía?

—Leerás para él —lo animó Emma—. Eso será suficiente. A partir de hoy él será tu abuelito.

—Tu abuelito —repitió con ironía Nicolás, recordando a Salvatore Esposito—. ¿Y qué le leeré?

Moby Dick de Herman Melville. Ése es el libro que siempre quiere leer.

Nicolás empezó a sentir mucho sueño:

—¿Y siendo un anciano no sería mejor leerle: La luz al final del túnel, Llegó la hora de decir adiós, Escucha la voz de Dios llamándote, o en el peor de los casos la Biblia?

—Nico, el señor Goff no se está muriendo —lo regañó Emma.

Emma tocó la puerta del señor Goff, y aunque nadie respondió, los dos entraron procurando no hacer mucho ruido. Dentro de la habitación había una cama, una silla, un armario, una mesa pequeña y una radio. El señor Goff estaba en su silla de ruedas, sentado junto a una ventana con vista al lago y parecía molesto de ser interrumpido. El anciano era pálido, con nariz aguileña y escaso cabello canoso cubierto con una boina gris. Vestía una camisa blanca, un suéter de lana, pantalones de algodón y pantuflas.

—Buenos días, señor Goff —lo saludó Emma—. Él es Nicolás Rossi y va a leer para usted hoy.

Al señor Goff no parecía importarle tener visita y los ignoró. Nicolás cogió la silla y la ubicó a la par de la del anciano y se sentó. El señor Goff gruñó y continúo ignorándolo. Emma le guiñó un ojo a Nicolás, buscó en la habitación y le entregó el único libro que encontró. Moby Dick.

—Entonces... los dejaré solos —se despidió, saliendo y cerrando la puerta tras ella.

"Moby Dick" parecía ser un buen titulo a pesar de lo polvorienta y antigua que lucía la portada del libro, pensó Nicolás.

—"Llámenme Ismael..."—empezó a leer y lo hizo durante quince minutos hasta que se percató de que el anciano no le estaba poniendo atención—: Señor Goff, ¿quiere que siga leyendo para usted? —preguntó pero no obtuvo respuesta.

Emma lo había llevado con el anciano más aburrido de todo el asilo, asumió. El viejo se limitaba a ver el paisaje sin decir una palabra. Nicolás cerró el libro y decidió hacer lo mismo. Desde ese lugar podía observar el lago que visitaba desde que llegó al pueblo. Hermosa vista... No le sorprendía que a Joel Goff le gustara más estar en su habitación que con el resto de ancianos.

Al cabo de unos veinte minutos Nicolás se dio cuenta que el anciano lo estaba observando. Tenía sobre él un par de ojos rodeados de un sin fin de arrugas.

—¿Quiere platicar? —le preguntó. El Sr. Goff gruñó una vez más—. Emma dijo que no le gusta hablar con nadie pero al menos quise intentarlo —bufó, mirando con molestia al otro.

Nicolás devolvió el libro a su lugar e iba a salir de la habitación cuando el Sr. Goff habló, preguntando algo que indudablemente lo obligó a detenerse:

—¿Tu madre es Pia Esposito? 

Nicolás se volvió en redondo a verle. ¿Acaso este anciano conoció a Pia? No lo podía creer. Se sentó otra vez en la silla.

—Sí.

Goff aún miraba por su ventana: —Ella fue quien me sugirió venir a este lugar.

—¿Usted conoció a mi madre? —Nicolás realmente estaba sorprendido.

—Fui tu vecino en Ontiva —dijo el señor Goff con voz profunda. 

Claro, Joel Goff... 

Nicolás parecía recordarlo ahora. Cuando él, Jack y su mamá se mudaron a Ontiva, tuvieron durante dos años un vecino que vivía de mal humor. Ése era Joel Goff.

—Lamento dar esta noticia pero mi madre murió.

—Una terrible noticia —El señor Goff lo lamentó mucho—. Pia era amable. Cuando enviudé procuró llevarme comida  —contó—. Y cuando le dije que quería marcharme lejos sugirió venir aquí.

Escuchar a alguien hablar bien de Pia hizo sentir bien a Nicolás y quiso saber más de Goff:

—Dicen que usted no suele hablar con las personas.

—Habló solo cuando tengo algo que decir —gruñó el señor Goff—.Ahora puedes irte.

¿Irse? Ahora que lo pensaba bien, si salía de esa habitación seguro terminaría bordando con alguna anciana o verse obligado a utilizar alguna tiara. No, él prefería quedarse con Goff.

—Seré sincero con usted, señor Goff —dijo, negociando—. Si salgo de esta habitación habré fallado en lo que Emma me pidió. Ella me obligó a venir, y de no hacer esto me meterá en un problema. Déjeme quedarme para que a usted tampoco lo obliguen a recibir a alguien más.

Joel Goff lo evaluó durante un largo minuto: —Está bien, quédate pero cállate —sentenció.

Nicolás asintió y continuó observando el paisaje con la prudencia que su acompañante pidió. Sin embargo, después de media hora rompió el hielo:

—Los ancianos suelen dar consejos a los jóvenes...

Él quería un consejo.

—Y los jóvenes suelen no seguirlos —lo interrumpió el señor Goff.

—Y que yo sepa, a los ancianos les gusta contar anécdotas de su juventud.

—A mí no —respondió el otro, altivo.

Tres horas después Emma tocó la puerta. Nicolás se apresuró a coger el libro y lo abrió, fingiendo que llevaba ratos leyendo.

—Wow, ¿tanto leyeron hoy? —preguntó, emocionada. 

El libro estaba abierto a la mitad. Nicolás sonrió nervioso y el señor Goff lo miró con cara de "Vaya si eres idiota". Seguro de no extrañarle, se despidió del anciano y junto con Emma salieron de la habitación.

—¿Cómo te fue con el señor Goff? —Ella estaba curiosa.

—Ya sabes, yo leía él escuchaba. Creo que mi voz lo conmovió.

—Estupendo —lo felicitó ella—. Estará encantado de recibirte la otra semana.

Nicolás pasó una mano sobre su cabello: —¿También la otra semana?

—A menos que decidas dejar de emborracharte —dijo ella firme.

—Te prometo que ya no me emborracharé más —prometió él y Emma sonrió—. Pero tampoco me emborracharé menos —aclaró y ella le golpeó el hombro—. En serio, Emma, ¿por qué te importa?

Emma dudó: —No permitiré que...

—¿Qué?

—Que acabes contigo.

A continuación Emma aclaró su garganta. Su vecina de enfrente parecía estar decidida a interponerse entre él y una botella. Tendría que pensar en algo para evitarlo.

El concierto de Koki ya había terminado. Ahora acompañaba a tomar el té a una abuelita. Parecían viejos amigos. La mujer reía y él se sonrojaba.

—¡Soy la reina de las uvas! —escuchó a lo lejos a la señora Griffin.

—¿Qué hiciste durante la mañana? —preguntó a Emma buscando algo más para platicar.

—Yo también tengo abuelitas —dijo ella y lo llevó con tres ancianas que bordaban una junto a la otra en un sofá. 

—Ella Melinda Hutton —Emma presentó a cada una—. Ella Grace Hutton. Son hermanas —aclaró—, y por último, pero no por eso menos importante... Alice.

—¿Quién es este joven tan apuesto, Emma? —preguntó Melinda Hutton.

Nicolás sonrió a la abuela con tan buen gusto.

—Es Nicolás Rossi y está encantado de conocerlas —dijo Emma.

—¿Tu padre es Gino Rossi? —preguntó Grace.

—Sí, señora.

—Es un buen hombre tu padre —elogió. Otra persona que hablaba bien sobre uno de sus padres. Nicolás le agradeció y estrechó su mano—. Y cuenta, ¿eres el novio de Emma? Ella no lo aclaró cuando te presentó.

Emma tuvo la intención de decir algo, pero Nicolás habló primero:

—Ella aún no me lo pide, señora Hutton.

—En mis tiempos los caballeros eran quienes se le declaraban a la dama —dijo Melinda.

—En lo míos también, señora Prince —enfatizó Emma mirando a su vecino.

Nicolás rió y se sentó en medio de las ancianas.

Grace Hutton tomó la bufanda de colores que estaba tejiendo y se la midió a Emma. Alice hizo lo mismo con un suéter que estaba bordando. Eso explicaba por qué Emma vestía de forma tan estrafalaria. Nicolás tenía junto a él a sus asesoras de moda.

A Emma, que no parecía importarle que la bufanda y el suéter no combinaran, se los puso de inmediato.

—Para el Festival de la Mariposa Monarca te bordaré un vestido, Emma —anunció Alice.

El grupo salió de Ave del Paraíso de Ave del paraíso a medio día. Laila, a quien Moriana Griffin había retocado el cabello, avisó que se iría con Hugo y Koki en la camioneta sin una puerta. Nicolás esperó a Emma. 

—Nico, cada sábado Hugo y yo tenemos programa de radio —le dijo ella—. ¿Te importaría detenerte un momento en la cabaña de la Reserva para que me quede o prefieres que me vaya con Hugo en su camioneta? —preguntó, tímida.

Quizá ella suponía que después de obligarlo a pasar la mañana con un montón de ancianos él no aceptaría llevarla de regreso.

—Súbete, Emma —pidió.

Emma sonrió e indicó a sus amigos que podían marcharse.

Al llegar a la cabaña de la Reserva Nicolás estacionó a Vita para que Emma pudiera bajar. La camioneta de Hugo aún no llegaba pero la hippie entró de una vez a la cabaña. Nicolás consideró la posibilidad de marcharse, pero después de pensarlo un poco se aventuró a caminar por el bosque.

Las famosas Mariposas Monarca bailaron alrededor de él mientras recorría la espesura. Pero como su intención no era admirar el paisaje, sacó de su bolsillo el iPod que Nelly le obsequió y se colocó los auriculares. De esa forma buscó Comfortably numb en su lista de canciones.

La vida de Joel Goff no parecía tan mala después de todo, pensó. Pasar el día apreciando un paisaje desde su habitación mientras espera la muerte. Hasta Moriana Griffin parecía feliz en su reino imaginario. Ser cualquier persona era mejor que ser él. Tenía que olvidar, Nicolás lo sabía. Ya no debía pensar en la culpa de sentirse responsable de la muerte de su madre, pero no lo podía evitar. Quizá si iba a la cárcel su conciencia quedaría tranquila, reflexionó. ¿Debía pagar? Pero no, eso mataría a Gino. Lo mejor que podía hacer, concluyó, es pedirle a Brian enviarle algo para beber, fumar y olvidar...

Your lips move but I can't hear what you're saying.
When I was a child I caught a fleeting glimpse.
Out of the corner of my eye.
I turned to look but it was gone.
I cannot put my finger on it now.
The child is grown.
The dream is gone.
I have become comfortably numb...

Tranto de pensar sólo en la canción, Nicolás levantó su mirada y, pensativo, observó a las tres extrañas aves volando sobre su cabeza. 

¿Cuervos dorados? Nunca antes había visto cuervos dorados. 

—Nico... —escuchó. La voz sonaba como viento moviéndose lentamente. 

Y la escuchó a pesar de tener los auriculares puestos. Sorprendido, se los quitó y puso atención al bosque y a los cuervos.

—Nico —lo volvió a llamar la voz... la voz de Pía.

¡La voz de Pía!

—¿Mamá? —preguntó, sintiendo la boca seca y empezó a buscarla.

—Nico...

Repentinamente los rayos del sol se esfumaron y sobre el bosque cayó una fría neblina. Una neblina oscura y húmeda. Mientras, los tres cuervos continuaron volando cerca de Nicolás.

—Hijo... —siguió llamándolo la voz de Pía, una voz con eco.

Nicolás caminó, buscándola: —¿Mamá? —Sentía que se quedaba sin aire. 

Entonces la miró. Pía estaba de pie en medio de dos árboles, estirando su mano... pidiéndole acercarse.

—Mamá —musitó Nicolás, sus ojos se cristalizaron y lágrimas empezaron a caer de estos—. Lo siento, mamá —dijo, observando con dolor a Pía.

Pía estaba vestida de blanco, su rostro se veía triste y sus ojos de un color rojo... Un color rojo extraño... y lo llamaba... lo llamaba.

—Mamá...

—Ven, Nico...

Nicolás sentía su cuerpo ligero, muy ligero, y una paz extraña le inundó entre más caminaba. Con admiración vio como los cuervos empezaron a volvar cerca de Pía cuando faltaban pocos metros para llegar a ella.

Volvería a abrazar a su mamá. O mejor aún, se quedaría en el bosque con ella...

—Ven, amor... 

Faltaba poco para poder tocarla...

—¡Nico! —escuchó que lo llamó otra voz y parpadeó muchas veces, sintiéndose como si saliera de un trance. Emma, se dijo, y miró sobre su hombro esperando verla ahí—. ¡Nico!

Sin embargo Emma aún se abría paso entre los arbustos y árboles. Cuando Nicolás se volvió otra vez hacia Pía ella ya no estaba. ¿Dónde estaba?

—¿Mamá? —la llamó sin secar sus lágrimas—. ¿MAMÁ? —gritó más fuerte. 

Pronto sintió una mano sobre su hombro. Se volvió esperando ver a Pía pero se trataba de Emma.

—Era ella... —dijo, llorando.

—Nico...

—¡Era ella, Emma! ¡Era Pía! 

Viéndose preocupada por la salud mental del chico, Emma negó con la cabeza y lo abrazó.

Nicolás lloró, lloró como antes no lo había hecho. Era la primera vez que dejaba salir todo el dolor.

—Me estoy volviendo loco, Emma —dijo, dejándose caer de rodillas frente a ella—. Te juro que la ví. 

Emma también se arrodilló para poder estar cara a cara:

—No pasa nada —dijo y otra vez lo abrazó—: Está bien...

—¡Lo lamento! —gritó Nicolás a la nada, separándose de Emma y sintiendo una vez más la necesidad de disculparse con Pía.

—Está bien si lloras. No pasa nada. Nadie te va a juzgar.

Ella lo consoló hasta que él ya no lloró.

...

Caminaron en silencio de vuelta a la cabaña de la Reserva. Atento a todo a su alrededor, Nicolás miró sobre su cabeza. Uno de los cuervos aún le seguía.

—Un cuervo dorado —dijo a Emma.

Ella no se sorprendió: —Sí, los veo seguido. Creo que sólo hay en Austen.

Emma buscó con la mirada al cuervo y lo saludó como si se tratara de un viejo amigo. No obstante, Nicolás tuvo la impresión de que este se tensó al sentir sobre él la mirada de Emma.

Emma, por otro lado, al volver su vista hacia el camino, saltó.

—¿Qué pasa? —preguntó Nicolás y vio a Emma correr hacia una trampa que tenía apresado a un animal pequeño.

Pero no era cualquier animal. Era un mapache.

—¡Emma! —la llamó Nicolás.

—¡Nico, está herido! —respondió ella, preocupada y se puso en cuclillas frente a la trampa—. ¡Es Bribón!

Faltaba más. Nicolás puso los ojos en blanco e hizo el mismo camino que Emma, pero caminando lentamente.

—Cayó en una trampa.

—Se lo tiene merecido.

—¡Nico! Vamos, ayúdame a liberarlo.

Nicolás rascó su cabeza y vio con molestia a su enemigo. Admitió que no le dio gusto verlo herido, sin embargo aún estaba molesto con él.

—Nico, por favor —rogó Emma para que le ayudara.

Nicolás se puso en cuclillas junto a Emma y observó la escena. El mapache tenía una pata dentro de la trampa. Una pata cubierta de sangre en su totalidad.

—Eso te pasa por ladrón —lo regañó mientras le liberaba la pata.

El mapache, consciente de todo, lo observó con ojos llorosos y orejas caídas.

—Míralo, Nico, está sufriendo —sollozó Emma, acariciando con ternura la cabeza de Bribón.

Nicolás hizo oídos sordos y terminó de liberar la pata del mapache que, para su sorpresa, en cuanto estuvo libre saltó, cogiendo con una de sus patas delanteras el iPod nuevo de Nicolás. 

Y huyó.

Emma y Nicolás estaban boquiabiertos.

—Me lo hizo otra vez —dijo él estupefacto, cuando por fin consiguió hablar—. ¡Otra vez! 

E intentó seguir a Bribón pero Emma lo detuvo.

—Vamos, que necesitas descansar —dijo. Esta vez era ella la de los ojos llorosos y orejas caídas. No podía decirle que no.

Y aceptó que llevaba la razón. Aún no superaba haber visto a Pía, y eso era más significativo que perder otro iPod. De esa forma, mientras continuaron su camino, él limpió en su pantalón la sangre de Bribón que había quedado en su mano.

—Creo que... —la olió—. ¡Es kétchup! —gruñó, molesto y agitando su brazo hacia donde huyó Bribón—. ¡Pero de atraparte tengo!

—Vamos ya, Nico —suspiró Emma, obligándolo a continuar caminando. 

...

Nicolás se durmió poco a poco sobre su regazo. Lo último que Emma le escuchó decir fue que llevaba días sin dormir. Ambos estaban recostados sobre la parte trasera de Lázaro. Ella no tenía idea de cuánta ayuda necesitaba Nicolás hasta que lo escuchó llamar a Pía. El chico hasta juró haberla visto. No lo podía dejar solo. Por ese motivo, Emma asumió una vez más la responsabilidad de ayudarle aunque él no quisiera. 

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¿Qué tal los abuelitos de Ave del paraíso? ¿Qué papel jugarán en la historia?

¿A quién miró Nicolás en el bosque? c:

Poco a poco van a ir conociendo mejor los poderes de Yamamba y su interés por Emma.

Segundo asalto de Bribón. Listo :'v 

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