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Capítulo XIX. El Kitsune

Capítulo dedicado a quien siempre deja un montón de comentarios: @yolvarubi

Y así seguiré dedicando ♥ ¡Gracias por votar y comentar!

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El Kitsune

Nicolás tenía que admitir que su día no iba tan mal a pesar de vivir en un pueblo aburrido. Almorzó con Emma y ella le invitó a pasar el resto de la tarde en la Reserva para asistir a una visita guiada, que no sonaba especialmente divertido, pero más no podía ofrecer Austen. Al llegar Emma fue a la cabaña a ponerse la playera color naranja que visten los voluntarios y él, mientras, estacionó a Vita.

Un grupo de diez forasteros llegaron ese día para participar en el recorrido por el santuario de las mariposas. La familia Taner, de cinco miembros: padre, mamá, dos hijos de doce y diez años, y una niña pequeña de dos. Una pareja de recién casados, Oliver y Nicole Pawel, recién casados y Henry y Mery Benson, una pareja de ancianos. El último del grupo era un hombre de aspecto famélico, larguirucho y con ojos enormes y ojerudos. Había llegado desde muy temprano, tomó fotografías por todo el lugar y Samuel se vio obligado a invitarlo. Su nombre era Paul Hackett y era reportero del periódico La verdad que incomoda.

Cada uno de los participantes se presentó, incluyendo Nicolás a quién Paul Hackett observó con mucho interés.

—¿Aún no llegan Betty y Jack? —preguntó Emma a Nicolás al salir de la cabaña, ya vistiendo su playera.

—No tardarán. Jack se veía emocionado.

Si Betty y Jack no llegaban pronto los llamaría por teléfono, el recorrido estaba por iniciar.

—Buenas tardes a todos. Me presentaré —escucho decir Nicolás a la amiga de Laila, llamando la atención de todos—: Mi nombre es Laila Todd y seré una de sus guías. También nos acompañará mi hermano Samuel Todd, Guardabosque de la Reserva.

Como siempre distraído, Nicolás no había notado que Samuel estaba de pie detrás de él, quien al avanzar hacia su hermana le empujó "sin querer", disculpándose en el acto. Samuel era un chico de veintitrés años, rubio, bien parecido y de complexión musculosa, sin duda boxeaba o jugaba fútbol. Era atractivo para las chicas, sin duda. Sin embargo, en opinión de Nicolás, caminaba, hablaba y era tan simpático como un robot.

—Bienvenidos a la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca, la Danaus plexippus. Ese es su nombre científico —dijo, para presentarse—. En la Reserva, además de estar yo a cargo como Guardabosque, hay voluntarios.

Samuel prosiguió a presentarlos a todos, aunque fue interrumpido por Paul Hackett:

—Hace algunos días hubo un incidente durante el programa de radio, señor Todd —dijo este, con agudeza, y tratando de atraer la atención de todos—. Un mapache robó algo a un forastero que visitó la Reserva.

La boca de Nicolás se secó.

Sin dar mucha importancia, Samuel asintió confirmando la veracidad del comentario de Hackett, pero no mostró interés en abordar el tema. Nicolás sabía que Hackett se refería a él, por lo que se sintió aliviado cuando Samuel le restó atención. 

—¿Dónde está Hugo? —preguntó Samuel a Emma, antes de retomar la presentación. Hackett le había puesto nervioso. 

—Dijo que vendría un poco tarde. Tenía que acompañar a su hermano a... no recuerdo dónde.

Emma se veía apenada por no saber responder dónde estaba Hugo.

Nicolás escuchó a lo lejos el motor de Lázaro e hizo un gesto a Emma para que ya no se preocupara por Betty y Jack, pues minutos después al grupo se incorporaron al grupo. No obstante, Samuel no les dio tiempo de presentarse y empezó el recorrido.

Al lugar también llegó Koki, que había sido invitado por Emma el día anterior, pero fue tan escurridizo todo el tiempo que Emma ni ningún otro notaron de inmediato su presencia.

—Lo primero que deben saber es que Austen está rodeado por un río y un lago —empezó Samuel—. En nuestros bosques crecen diversos árboles. Este por ejemplo...—señaló un pino ligeramente irregular y pequeño— es el Pinus banksiana, conocido también como "Pino de Jack".

—¡Se llama como yo, Betty!—exclamó Jack en voz alta.

Samuel, que prefería no ser interrumpido, ignoró el comentario de Jack. 

—La Mariposa Monarca es la mariposa más conocida de la región —continuó, con tono formal—. No es difícil reconocer a una Danaus plexippus. En sus alas hay un patrón de colores naranja y negro que se distingue de las demás —Samuel extendió su mano y sobre esta se postró una de las mariposas que volaban cerca—. La hembra, como la que pueden observar en mi mano, tiene venas más oscuras en sus alas, pero el macho es ligeramente más grande.

Samuel empezó a caminar cuesta abajo por un sendero. Por su altura y musculatura sobresalía entre todo el grupo, y todos, excepto Paul Hackett, que continuó tomando fotografías, lo escuchaban con atención. Lo que era extraño es que Hackett tomaba fotos a las personas y no a las mariposas.

—La Mariposa Monarca obtuvo su nombre en honor al Rey Guillermo III de Inglaterra —continuó explicando Samuel mientras los demás admiraban a las Monarca volar entre los árboles—, y es especialmente conocida por su migración anual. Realiza viajes masivos hacia el sur de agosto a octubre durante el otoño para alejarse del invierno, y regresa al norte en primavera.

Nicolás notó que Samuel buscaba la aprobación de Emma cada que mencionaba el festival. Entonces era este Samuel, jovial y agradable, el amigo de Emma, dedujo, y no "la masa corporal mal humorada" que él conoció al llegar a Austen.

—¿No es tan malo después de todo verdad?—le preguntó ella, señalando a Samuel.

Nicolás la miró con inquietud y le preocupó que hubiera leído su mente.

—No sé. Debería mudarse al bosque y casarse con un árbol si tanto le gustan— dijo, con un ligero tono de sarcasmo.

Emma apretó los labios para no reír. Por otro lado, Koki, que caminaba detrás de ellos, también escuchó el comentario y estuvo de acuerdo. Su relación con Samuel tampoco había sido buena.

—¡Koki, si viniste! —le saludó Emma cuando él se apróximo un poco más al grupo. 

Koki metió sus manos dentro de sus bolsillos. —Prometí que vendría.

—Sí, pero no te presentaste. 

—Sólo los forasteros no me conocen y no es necesario que lo hagan. Prefiero pasar inadvertido... si no te molesta —respondió él, todavía sintiéndose tímido.

Nicolás iba a opinar algo respecto a la repentina aparición de Koki, pero a tiempo Paul Hackett habló otra vez:

—Señor Todd —interrumpió a Samuel cuando este señalaba a un pájaro—. Ya nos dimos cuenta que usted sabe mucho sobre mariposas, arboles y pájaros. Pero quisiera que nos hablara de las desapariciones que han tenido lugar en este bosque durante los últimos años. Hace dos semanas, por ejemplo, desaparecieron dos hombres que se dedicaban a la caza. El arma de uno de ellos fue encontrada en un bosque de pinos, un poco más al oeste de donde estamos. Podrá ser que...

La señora Taner miró a su alrededor horrorizada, provocando reacciones similares en cadena por parte del resto del grupo.

—Señor Hackett—dijo Samuel procurando sonar respetuoso—. Este recorrido es para hablar sobre las mariposas y la Reserva Ecológica. Para saber de las desapariciones entrevístese con Hank Pearman, nuestro jefe de la policía local.

—¿Acaso está escondiendo información, señor Todd? —preguntó Paul Hackett con voz nasal, consiguiendo que Nicolás recordara que le había escuchado en Alerta Naranja el día que llegó a Austen.

—No, señor. Le diré todo lo que quiera saber sobre lo que alcanzan a ver sus ojos —respondiendo Samuel sonando cansado—. Pero sobre las desapariciones en estos bosques no me corresponde a mí, sino al jefe de policía.

Emma, Laila y Hugo, este último recién incorporándose, se acercaron a Samuel para respaldarlo.

—Señor, Hackett, resolveremos sus dudas únicamente si son sobre animales o árboles —dijo Emma.

—Bien. Entonces cuéntenme del incidente ocurrido hace algunas semanas —insistió Hackett—. El mapache que asaltó a un forastero. Él los acusó a ustedes de haber entrenado a la alimaña para estafar.

Sin saber que decir, Emma, Laila y Hugo dirigieron su mirada hacia Nicolás. Por su parte, Samuel, que ya había perdido su inusual buen humor, miraba con seriedad a Paul Hackett:

—Señor Hackett —dijo, tajante—. No desperdiciaré mi tiempo ni el de los demás visitantes recapitulando un incidente aislado a esta actividad.

—La señorita acaba de decir que resolverían dudas sobre animales, ¿no es acaso el mapache un animal? —preguntó irónicamente Hackett recibiendo el respaldo del matrimonio Benson, que también tenían interés es saber más del mapache.

Los demás forasteros también empezaron a hacer comentarios sobre Bribón. 

—¡Ese mapache me robó hace un par de horas! —exclamó la señora Benson—. Por eso estoy aquí. El señor Todd me ofreció a mí y a mi esposo unos tickets para participar en este tour y con ello compensar todo. Pero se trataba de mi collar de perlas. ¡Por Dios, perteneció a mi bisabuela! ¡Era valiosísimo!—explicó, casi llorando. 

Nicolás no sabía dónde meter la cara, pues su acusación a la Reserva había iniciado todo esto.

Será mejor que no sepan que me robó otra vez.

—Señora Benson, estaré encantado de escuchar lo sucedido con el mapache —dijo con una sonrisa de triunfo Paul Hackett a la anciana.

—Me sentí mal conmigo mismo después de que un animal tan pequeño me robó —exclamó el esposo de esta, avergonzado—, pero el señor Todd me aclaró que ese mapache únicamente roba a ancianos y a forasteros tontos.

Jack y Betty miraron a Nicolás y trataron de contener la risa, sin embargo Nicolás estaba más molesto que Samuel por ser Bribón, y ya no las Mariposas Monarca, el tema.

—Lo importante, señor Benson es que... hubo un robo —dijo Hackett, tajante—, y ya existe una declaración de que posiblemente los encargados de la Reserva entrenaron al mapache para robar —repitió para que todos a diez metros a la redonda escucharan.

—Cuide sus palabras, señor Hackett —dijo Samuel, acercándose al reportero—. Su acusación es seria y no tiene pruebas.

—No crea, señor Todd, que para un reportero no es tentador seguir tan peculiar noticia. Por lo mismo sé que quién hizo esa declaración está aquí —dijo Hackett, dando la espalda a Samuel y saludando a Nicolás con una sonrisa falsa—. ¿Señor Rossi?

Mery Benson sacó de su bolso unos anteojos y se los puso para ver de cerca a Nicolás. Ella y su esposo, a partir de ese momento, dejaron de poner atención al recorrido y empezaron a murmurar entre ellos. Paul Hackett estaba encantado de ser motivo de tanta atención.

Nicolás no estaba dispuesto a seguir el juego de Hackett. Se alejó del grupo, se sentó en una piedra y pensó en volver a casa. Ya no creía que los miembros de la Reserva fueran cómplices de Bribón, pero tampoco sentía la necesidad de disculparse con ellos. Para él el tema del mapache había quedado en el pasado. No obstante, aislado del grupo, se convirtió en objeto de atención de otra criatura del bosque: un zorro oculto tras un árbol lo observaba. El único en notar la presencia del zorro fue Koki, que inmediatamente trató de esconderse de los ojos cetrinos de este.

Samuel Todd estaba molesto por tres razones, la primera: tener a Paul Hackett en el grupo, la segunda: que por escuchar las acusaciones de él ningún otro en el grupo le estaba poniendo atención, todos comentaban para bien o para mal los comentarios que había hecho. Tercero: podía aceptar que le llamasen malhumorado o engreído, pero de ninguna manera era un ladrón, por lo que su molestia era evidente.

Para apaciguar el ambiente, Emma decidió cambiar de tema y dar un aviso que usualmente dejaba para el final del recorrido:

—Por favor, necesito un poco de su atención —dijo, sonriente—. La Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca permanece activa gracias a donaciones. Hay mucho trabajo aquí. Samuel Todd ha dirigido esto con mucha entereza, pero necesita ayuda —Samuel le sonrió en agradecimiento—. Traigo conmigo un sobre —añadió , mostrando el sobre a todos—. Si creen en nuestro trabajo por favor depositen aquí la cantidad de dinero que quieran, nosotros no somos ladrones. Este rótulo por ejemplo —señaló un aviso hecho de madera en el que se leía "Río a 60 metros"—está aquí gracias a las manos amigas que nos visitan.

A excepción de los Benson y Paul Hackett, todos depositaron un poco de dinero en el sobre.

Nicolás sacó de su bolsillo trasero una billetera, se acercó a Emma para entregarle el dinero y ella le sonrió por ser quién más donó ese día. A pocos metros de ahí, al entrever que el chico iba a colocar de nuevo en su bolsillo la billetera, el zorro caminó con cautela hasta él.

Con mejor ánimo, Samuel tomó un respiro y continúo explicando. Sin embargo, tras ser interrumpido con más preguntas del insistente Paul Hackett, entregó la batuta a Laila.

—¿Dónde estabas? —le preguntó Koki a Hugo en lo que Laila evadía otra pregunta de Paul Hackett.

—Mi her-her-hermano tiene un problema —dijo Hugo, sacando un pañuelo de su bolsillo para secar sudor de su frente— Ha-Hace un rato lo acompañé a la ciudad porque arruinó el coche de nu-nuestro padre.

—Estabas mejor con él, aquí todo se está viniendo abajo —dijo Koki, preocupado por la Reserva. Escucharlo no hizo sentir mejor a Nicolás. Lo que estaba pasando era su culpa.

—Pro-pro-problemas aquí, problemas allá.

Ambos se alejaron un poco del grupo para continuar hablando. Betty y Jack, por otro lado, alimentaban a una ardilla con semillas de abeto y Emma intentaba tranquilizar a Samuel en lo que Laila continuaba lidiando con Paul Hackett.

Nicolás continuó el recorrido a una considerable distancia de todos. Emma, también preocupada por él, trataba de no perderlo de vista, pero él procuró estar lejos del reportero. Esto era ideal para el zorro que continuaba persiguiéndole sin que se diera cuenta.

Después de conversar con Emma, Samuel recuperó su ánimo y Laila le cedió la palabra. Y decidido a no volver a ser interrumpido por Hackett, pidió a todos sentarse el suelo. Estaban en medio de una arboleda y como parte del programa debían participar en una dinámica que requería atención y silencio. Todos formaron un círculo y cerraron sus ojos, mientras, Samuel los alentó a aprender a diferenciar el trinar de pájaros.

Nicolás, a petición de Emma, accedió a participar y se incorporó al grupo. No obstante. tenía casi diez segundos en cuclillas cuando el zorro saltó detrás de él, cogió la billetera del bolsillo trasero de los vaqueros usando su hocico y salió corriendo. Nicolás apenas lo podía creer y sin dudarlo corrió detrás del animal.

—¡Maldita sea, mi billetera! —gritó, interrumpiendo la dinámica y obligando a todos a abrir los ojos y a tratar de deducir qué había pasado. 

Nicolás corrió tan rápido que pronto lo perdieron de vista.

—¿Sería otra vez el mapache? —preguntó a todos la señora Pawel.

—No, amor, no fue el mapache —le dijo su esposo—. Yo vi correr a la criatura, y aunque no estoy seguro de lo que era, no era un mapache.

—¡Un zorro!¡Era un zorro! ¡No lo puedo creer! —empezó a gritar histérica la señora Taner—. Un zorro tomó su billetera cuando él se distrajo ¡Yo lo vi! ¡Les aseguro que lo vi! 

—¿Un zorro? —exclamó Laila, buscando la mirada de Samuel y Emma. Nunca habían escuchado de un zorro ladrón. 

—¡AJÁ! —gritó Paul Hackett y señaló a Samuel como si hubiera descubierto al responsable de un crimen—. ¡LO SABÍA! ¡Esto fue planeado! ¡Usted tendrá que explicar muchas cosas, señor Todd!

Samuel, indignado, miró a Paul Hackett dándole a entender que no iba a decir nada. Laila se interpuso entre ellos temiendo que su hermano golpeara al flacuchento hombre.

—¿Un zorro? ¿Será Bribón disfrazado? —preguntó Hugo a Emma, intentando encontrar una explicación lógica.

Los voluntarios de la Reserva sabían de una criatura que robaba a los forasteros, pero no era un zorro, era un mapache tan famoso por sus fechorías que hasta fue bautizado Bribón, pero ¿un zorro? Eso era nuevo.

Nadie quiso continuar la dinámica, todos empezaron a esconder sus cosas de valor. Paul Hackett anotaba apresuradamente muchas cosas en una libreta y tomaba fotografías a todo. La familia Taner, los Pawal y, aún más indignados, los Benson, se alejaron de los miembros de la Reserva. 

—¿Por qué a Nicolás le tienen que suceder este tipo de cosas? —se preguntó Emma en voz alta. ¿Los animales estaban turnándose para asaltar a Nicolás?

—Quizá el mapache le dijo al zorro que Nico es presa fácil —opinó Jack en plan de broma, siendo él y Betty los únicos que no se apartaron de los voluntarios y Samuel. 

—No es gracioso, Jack —lo regañó Betty—. Nicolás no debe correr solo por el bosque.

—Es cierto —recordó Emma y cerró sus ojos. No podía imaginar que Nicolás estuviese en peligro—. Tenemos que ir a buscarlo. Es muy peligroso que esté solo. Él no conoce el bosque.

—¡Quizá fue otra vez el mapache! —exclamó Laila, para que todos la escucharán. Algo tenía que hacer, pues no concebía la idea de que hubiera otra especie de delincuente dentro de la Reserva.

—¡No! Era un zorro. Yo vi su pelaje marrón y su cola. No era un mapache, era un zorro —repetía indignada la señora Taner.

Aprovechando la distracción, Koki se alejó del grupo y buscó el camino de regreso a Tempura. No había comentado nada sobre el zorro.

—¿Quién de ustedes hará una declaración oficial sobre lo sucedido? —preguntó Paul Hackett, mirando despectivamente a Samuel, Laila, Emma y Hugo.

—Nadie —le contestó Samuel, sonando tajante—. Ya le dije, señor Hackett, que nosotros no hacemos declaraciones de ese tipo.

—¡No somos ladrones! —le secundó Laila.

—Sólo les advierto —dijo una vocecita a los lejos. Era la señora Benson— que esto no se quedará así. Haré una denuncia oficial y descubriré al responsable del robo de mi collar de perlas.

—¡Bien pensado, señora Benson! 

—¡No permitiré que mis hijos estén cerca de estos rufianes! —dijo a todos muy molesto el señor Taner caminado de regreso a la entrada de la Reserva.

Porque parecía absurdo continuar con el recorrido. Únicamente Jack y Betty hubieran acompañado a los voluntarios, por lo que todos tuvieron que regresar. Samuel no podía dar explicaciones de lo sucedido a los forasteros. Paul Hackett interrumpía y contradecía sus palabras. Y temiendo que eso precisamente buscara Hackett, Emma y Hugo, al llegar a la entrada de la Reserva, se encerraron con Samuel en la cabaña. Jack y Betty también decidieron esperar allí a Nicolás.

Media hora después Laila contó a todos que los Pawal se fueron tan aprisa que olvidaron un suéter. La familia Taner pidió la devolución de su dinero y llenaron una página completa del libro de quejas. Los Señores Henry y Mery Benson también se marcharon, pero acompañados del escandaloso Paul Hackett.

—Paul Hackett obtuvo lo que quería —repetía Samuel mientras los demás callaban—.  Escribirá lo peor de nosotros.

—¡Pero somos inocentes! —exclamó Laila, leyendo con tristeza la queja de los Pawal.

Emma se acercó a una ventana de la cabaña para observar el bosque. No tenía idea de dónde buscar a Nicolás.

Nicolás tampoco sabía dónde estaba, había seguido al zorro hasta un río y ahí le perdió de vista.

—¿Pero qué diablos les pasa a los animales de este bosque? —preguntó enfadado a un árbol.

Frustrado, se sentó al pie de un pino. Quizá de esa manera el zorro querría acercarse otra vez a él. No era el dinero en su billetera lo que lamentaba, sino la foto de su madre que guardaba dentro de esta. 

—¡Quédatela! —gritó, cansado de la misma situación—. ¡No me importa! ¡Ya no me importa nada! —repitió, pasando ambas manos sobre su rostro.

Trataba de no pensar en que apenas estaba saliendo de un incidente similar y ya estaba metido en otro, quizá peor. Se puso de pie nuevamente y caminó por donde recordaba era el camino de vuelta.

El zorro, llevando la billetera en el hocico, salió de su escondite detrás de un arbusto y nuevamente le siguió.

Habían pasado solo minutos cuando después de atravesar una pendiente repleta de pinos Nicolás escuchó un sonido similar a una tijera cortando fuerte. Fue tan repentino que se sobresaltó; y aunque le sorprendió, al cabo de unos segundos le restó importancia y continúo caminando. Sin embargo, había dado sólo doce pasos cuando un lamento llamó su atención y regresó. No tardó en encontrar al zorro, que tenía una pata atrapada en una trampa. Ah, no. Otra vez no. E intentaba liberarse, pero ni siquiera lograba moverse de lugar un centimetro.

El zorro escuchó pasos y guardó silencio.

Nicolás dudó si acercarse o no al recordar el segundo incidente con el mapache, pero el zorro, a diferencia del otro, si parecía estar luchado por su vida. Por lo que decidió acercarse:

—Soy yo —dijo, mostrándole sus manos. Pretendía que el zorro entendiera que no le haría daño—. Mira en que lio te has metido por ladrón.

Aunque esa acusación tampoco funcionó con el mapache. 

El zorro gruñó. Nicolás se puso en cuclillas y lo observó a una distancia prudencial.

—¿Me vas a morder si trato de ayudarte? —le preguntó, mientras el zorro le miraba con precaución. Se tenían miedo mutuamente—. No soy experto, quizá sólo empeore todo.

Como siempre. 

Quería liberarlo, pero al notarlo tenso tuvo miedo de que le mordiera un dedo. Por eso únicamente cogió de vuelta su billetera y se disculpó:

—No quiero que me muerdas. Cuando encuentre a alguien de la Reserva le explicarle dónde estás para que vengan a ayudarte. Ladrón —enfatizó, para recordarle que seguía molesto. 

El zorro, con ojos de espanto, observó a Nicolás alejarse y se sacudió para intentar librarse de morir desangrado. Pero sólo consiguió lastimarse más. Sus lamentos hacían eco en medio de los árboles.

Nicolás de verdad lamentó no poder hacer más. Emma sabría qué hacer, se dijo, pero él no tenía la menor idea de cómo lidiar con animales heridos.

Sintiendo desesperación al ver al muchacho irse y abandonarlo, el zorro trató de calmarse y pensar: ¿Cuánto tiempo tendría que esperar la ayuda que le prometieron? No quería morir desangrado o, peor, caer en manos de quien puso la trampa. Inútil y a merced del favor del forastero, decidió hablar:

—¡Espera! ¡No me dejes! 

Nicolás miró su hombro y no vio a nadie. Le atribuyó a su conciencia lo que acababa de escuchar y continuó caminando:

—¡Y no me ignores! —gritó el zorro.

La voz definitivamente era de mujer. Tiene que ser una mujer, dedujo Nicolás. Pero, ¿dónde estaba la mujer? Nicolás miró a su alrededor buscando a quien estaba pidiendo ayuda, pero no vio a nadie.

—¡AYÚDAME!

Otra vez le llamaron.

Estaba en medio de la nada y aparentemente una mujer invisible estaba pidiendo ayuda. No encontró otra explicación. No obstante, como si el momento no fuera ya lo suficiente confuso, Nicolás empezó a considerar la posibilidad de que era el zorro le estuviera llamando. Se rio de él mismo. Los zorros no hablan.

—¡Por favor, no me dejes morir aquí! —volvió a exclamar como un lamento sincero el zorro.

Arrastrando sus pasos, Nicolás regresó a la trampa. Quería comprobar si había escuchado bien o si tendría que visitar a otro psicólogo.

—Es imposible —se dijo y una vez más se colocó en cuclillas junto al animal.

—Te diré lo que debes hacer: separa ambos lados de la trampa con fuerza. Yo sacaré mi pata —le pidió el zorro.

¿Pero qué mierd...

En efecto, era el zorro quien estaba pidiendo ayuda. Nicolás no podía salir de su asombro. Al mismo tiempo se preocupó, pues no había la menor duda: se estaba volviendo loco.

—¿Estás... hablándome? —preguntó, alarmado—. Imposible. Tengo que estar... ¡Los animales no hablan!

—¡Sólo hazlo! —exigió el otro.

Nicolás observó la trampa. El animal parecía decidido a liberar su pata y él tenía que ayudar. Por lo que, a pesar de tener dudas sobre su estado mental, decidió hacer lo que le pidieron. Con sus manos presionó ambos lados de la trampa y consiguió separarla lo suficiente para que el zorro sacara su pata. El animal dio un brinco y cayó herido sobre su cola. Con esfuerzo consiguió sostenerse sobre sus otras tres patas. Nicolás lo observó atónito.

—¿Qué clase de animal eres? —le preguntó.

—¡No soy un animal! —exclamó indignado... o más bien indignada—. Soy un Kitsune. ¡No vuelvas a llamarme animal!

—¿Kitsune? —repitió Nicolás, asustado.

—Esto es un indicio del destino, ahora estoy en deuda contigo —dijo el Kitsune—. Salvaste mi vida y haré por ti el favor que me pidas.

Eso rimó.  —Yo... Es que no entiendo. No-no entiendo nada.

—Cuando tu suerte te permita encontrarme otra vez, pagaré mi deuda —aseguró el Kitsune e inclinó su cabeza en señal de gratitud.

Nicolás no encontraba palabras para decir. El Kitsune, por su parte, empezó a caminar, aunque con dificultad. Su pata se veía muy herida. ¿Aún necesitaba ayuda?

—No llegarás muy lejos —dijo Nicolás al salir de su estupor e intentó alcanzarlo para cargarlo.

El Kitsune dio un salto, evitando así que Nicolás lo tocara. —¡No! ¡No es necesario! —rechinó sus dientes—. Puedo caminar sola.

¿Sola? Entonces es hembra.

A continuación, el Kitsune lamió la pata herida y, dando saltos tan altos que parecía volar, se alejó.

En este mismo bosque un mapache fingió estar muerto para robarle, vio a Pia, y después, en este mismo bosque, el maldito mapache lo estafó una vez más. Y hace un momento platicó con un zorro que también intentó robarle. Nicolás trató de acomodar sus ideas mientras intentaba regresar a la entrada de la Reserva. ¿Acaso estaba volviéndose loco? ¿Acaso? En definitiva estaba loco. Tendría que volver a ver al Kitsune para estar seguro de que no se quedó dormido y soñó.

Las señales al final de cada sendero le ayudaron a encontrar el camino. Ya estaba cerca de la cabaña que funciona como oficina de la Reserva cuando vio a una ardilla saltar entre las ramas de un árbol.

—Hola, ¿cómo te llamas?—le preguntó.

Al escuchar la voz de Nicolás la ardilla se escabulló lo más rápido que pudo.

Nicolás bajó su mirada. —Supongo que eres tímida.

¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso intentaba hablar con una ardilla? Definitivamente necesitaba alejarse de ese bosque e ir con otro psicólogo. Tal vez le pasaba lo mismo que a ese doctor que un día empezó a entender a los animales. Pero eso era sólo una película. Nicolás ya no sabía qué pensar, todo era demasiado confuso. E iba riéndose de él mismo cuando vio a Emma correr hacia él.

—¡NICO!

Ella lo abrazó tan fuerte que los músculos de Nicolás se tensaron.

—Estoy bien... recuperé mi billetera.

Nicolás vio que Emma traía con ella un mapa, una brújula, linternas, un botiquín de primeros auxilios y un radio. ¿Iba a buscarlo?

—¡Tonto! ¡El bosque es muy peligroso! —lo regañó, golpeándole—. ¡TONTO! Estuvimos muy preocupados por ti. El recorrido terminó cuando te fuiste ¡Todo se volvió un caos! Todos hablaban del zorro...

—Estoy bien —Nicolás ni siquiera había conseguido acomodar su mente. ¡Un zorro que habla, maldita sea!

Jack y Betty salieron de la cabaña y también lo recibieron:

—No debiste alejarte, Nico —dijo Betty, también preocupada y un poco molesta—. Me tranquiliza que ya estés aquí. Media hora más y hubiera tenido que llamar a tu padre.

—¿Está bien el zorro? —preguntó Jack, después de confirmar que su hermano si lo estaba.

—Está bien —Nicolás devolvió su vista al bosque pensando en lo ocurrido—. Lo perseguí por el bosque y dejó caer mi billetera —contó, esperando sonar convincente.

Porque de decir la verdad...

—¡¿Sabes en que lío nos has metido?!

Samuel también salió a recibirlo... y estaba molesto. Le siguieron Laila y Hugo. Nicolás, todavía confundido, se puso a la defensiva:

—No, no lo sé.

—Paul Hackett no tendrá piedad de nosotros. La buena imagen que tenía la Reserva será historia. ¡Acabaste con muchos años de trabajo!

El Guardabosque tenía el rostro colorado por el enojo.

—¿Yo? —exclamó Nicolás, apenas creyéndolo.

—¡Tú nos acusaste de entrenar animales para robar a los forasteros! ¡La gente huyó de aquí hoy!

—¿Olvidas que un zorro me robó una billetera hace un rato, Samuel? —le recordó Nicolás, molesto—. No es mi culpa que se piense mal de ti o de la Reserva.

Samuel se abalanzó sobre el chico para golpearlo. Emma lo impidió colocándose entre ambos. 

—¡Anda, déjalo —gritó Nicolás— quiero ver que lo intente! 

—El único que asalta forasteros en esta región es el mapache —aclaró Samuel, acuchillando a Nicolás con la mirada—. ¡Lo del zorro es nuevo! Pero eso no importa ahora. Fuiste TÚ el que nos acusó públicamente de ser estafadores. ¡Paul Hackett vino aquí por tu culpa!

—Te recuerdo que Paul Hackett tenía más interés en saber de las desapariciones de personas de unos animales ladrones. Yo no...

—Y es responsabilidad de la policía aclarar sus dudas respecto a eso —le interrumpió Samuel—. Y harías bien en recordar que tu acusación también nos vincula a ese problema.

—¡Yo no los culpé de las desapariciones en el bosque!

—Indirectamente si. Ahora todos dudan de nuestra integridad ¿No te parece suficiente?

¿Samuel tenía razón? ¿La acusación de Nicolás era la excusa de Paul Hackett para investigar un delito y a los posibles responsables? A Nicolás no le importaba Samuel, pero sí miro a Emma, preocupado de qué pesara ella.

—No pensé en eso. Yo... —intentó explicarse.

—Entonces, aprende a pensar antes de actuar —terminó Samuel y dio media vuelta para regresar a la cabaña.

Laila y Hugo también empezaron a alejarse. Nadie más que Samuel acusó de frente a Nicolás, pero las actitudes de los demás miembros de la Reserva le aclararon que él no era bienvenido ahí.

—¿Vienes con nosotros, Emma? —le preguntó Hugo a su amiga.

Emma estaba en un dilema, sus amigos sentían desdén por Nicolás.

—No. Regresaré a casa con Betty, Jack y Nico —dijo, bajando su mirada.

—Como quieras —respondió lacónicamente Hugo y él y Laila se marcharon de ahí en la camioneta de este.

¿Emma se estaba alejando de sus amigos por su culpa? Nicolás la miró apenado.

—¿Tú no me odias? —le preguntó.

—Los medios de comunicación, encabezados por Paul Hackett, siempre buscaron una excusa para fastidiarnos —dijo Emma, dejando caer sus hombros. Se sentía mal por no poder hacer nada—. Las desapariciones en el bosque han dificultado todo aquí. Samuel ha entregado su vida a esto. Necesita un culpable y tú eres el único que tiene cerca.

—Lo lamento.

—¿Qué hizo Nico, Betty? —preguntó Jack, curioso. Él y Betty habían mantenido su distancia pese a escuchar la furia de Samual. 

—Tu hermano tiene la suerte de un pato en medio de una casería —respondió con un suspiro Betty.

—Algo parecido decía mi mamá —murmuró Jack en respuesta y ambos caminaron hacia Lázaro.

Nicolás los escuchó sin querer y se sintió peor. "Aprende a pensar antes de actuar", había dicho Samuel y tenía razón. Porque si él no fuera tan impulsivo quizá Pia estuviera viva.


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Uy, un capítulo largo. 5100 palabras :O Espero que les haya gustado. ¿Hipótesis? ¿Por qué Koki no dijo nada? ¿Qué hay detrás del Kitsune?

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