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Capítulo XIII. Vita, la Vespa Amarilla 1985


Vita, la Vespa Amarilla 1985    

Era una habitación color blanco que no tenía piso o techo. Un ataúd de madera estaba ubicado en el centro, abierto pero, aparentemente, estaba vacío. Nicolás caminó despacio hacía este. Al acercarse miró dentro y se dio cuenta de que un teléfono móvil estaba colocado sobre la seda blanca que revestía el interior. El teléfono empezó a sonar. Nicolás lo tomó y leyó que quien llamaba era Pia.

—¡ALÓ! ¿Mamá? —preguntó, desesperado.

El teléfono no dejaba de sonar, Nicolás lo miró angustiado y trató de responder una y otra vez... pero no pudo. El teléfono era cada vez más escandaloso, pero aunque él presionara send para responder este continuaba sonando. En eso, Nicolás empezó a escuchar murmullos a su alrededor: los Baker y los Esposito, todos vestidos de negro y deambulando por la habitación.

—¡Contéstale a tú mamá! —le exigió molesta Elena Esposito.

—¡Eso estoy intentando pero no puedo! —respondió Nicolás, afligido.

—¡Responde, Nicolás, no hagas esperar a tu mamá! —le gritó Patrizia.

—¡No sé cómo! —exclamó con lágrimas en los ojos.

—Es Pia quien te está llamando, Nicolás —le murmuró al oído John Baker.

Nicolás observó el teléfono y leyó otra vez que su mamá era quien lo llamaba. Persistió en la lucha de intentar contestar pero fue imposible y el teléfono no paraba de sonar.

—¡ALÓ! ¿Mamá? —gritaba inútilmente con el teléfono.

—¿Qué esperas para contestar, Ragazzo? —le preguntó altaneramente Salvatore..

—¡Responde, mamá! ¡MAMÁ!

El ruido del teléfono era cada vez más ensordecedor. Tanto que Nicolás ya no podía escuchar lo que le estaban gritando los demás. Finalmente, con ambas manos colocadas sobre sus oídos, se arrodilló y gritó:

—¡Para de sonar! ¡PARA! ¡PARA!

Se despertó sudoroso y de inmediato se sentó en su cama. Miró su reloj. 2:44 a.m. Se frotó los ojos. Había tenido otra pesadilla muy vivida. Nicolás sintió calor y se sacó la camiseta que traía puesta. Miró hacía la cama junto a la suya, comprobó que Jack siguiera durmiendo y le acomodó la frazada.

¿Cuándo terminarán las pesadillas?

Jack duerme en paz porque su conciencia si está tranquila, reflexionó.

...

Esa mañana Jack Rossi bajó las escaleras como si fuera caballo de carrera, tropezó e inmediatamente se levantó, el olor a panqueques lo estaba enloqueciendo. Dos cosas le gustaban a Jack más que todo lo demás: comer y disfrazarse.

Nicolás, después de un placentero baño con agua tibia, se vistió con una camisa que Pia le regaló un mes antes y pensó en la pesadilla que lo despertó. Era imposible no pensar en eso. Si tan sólo hubiera contestado el teléfono Pia estuviera viva, pensó y se enojó consigo mismo, como siempre. Era martes 14 de agosto, un día especial para Nicolás.

Bajó las escaleras tan despacio que nadie lo escuchó y entró de sorpresa al comedor:

—Buenos días, Nico —lo saludó Betty.

—Buenos días.

—¿Qué tal amaneciste? —le preguntó Gino, que ponía atención a un periódico.

—Bien —respondió Nicolás a secas.

Jack estaba frente a una torre de cinco panqueques cubiertos de miel. Nicolás trató de robarle uno pero Jack apartó su plato. Betty le sirvió sus propios panqueques a Nicolás y este ocupó su lugar en la mesa.

—Tengo dos sorpresas —anunció Gino repentinamente, dejando caer su periódico sobre la mesa.

—¿Qué sorpresas? —preguntó Jack con la boca llena.

—Trágate eso —lo regañó Nicolás.

—Jack, para ti tengo... —dijo Gino, misteriosamente.

Jack observó a su papá como si estuvieran en uno de esos programas de concursos que salen en la televisión.

—¡Un disfraz! —anunció Gino—. Tu tía Nelly me platicó que te encantan, así que Betty te hizo uno.

La mejor sorpresa de su vida y eso que no era su cumpleaños. Jack, con una enorme sonrisa, se puso de pie y abrazó a Gino y a Betty.

—Nicola... —dijo Gino, añadiendo más misterio—. A ti te diré cuando terminemos de comer —terminó, dejando a todos en suspenso.

—¡No!—exclamó Jack—. Queremos saber, papá.

—¿Por qué tanto misterio, Gino? —preguntó Betty.

—Pazienzia, familia. Ya pronto lo sabrán.

Y aunque la sorpresa era para Nicolás, él no estaba emocionado. Y no porque no esperara un regalo de parte de su padre, sino porque recordó que este era el primer cumpleaños que pasaría sin su madre.

—¿Nos acompañarás hoy a la tienda, Nico? —le preguntó Betty.

—No —dudó—, ayer pasé todo el día escondiéndome de los curiosos... Prefiero no ir hoy.

—Gracias al mapache ahora eres famoso, Nico —dijo Jack, riéndose, y mientras se distrajo, Nicolás consiguió robarle un panqueque.

—Pasaste un engorroso lunes ayer en la tienda, Nicola —lamentó Gino—. Creo que lo peor fue cuando el niño te pidió dramatizar el momento cuando Bribón te quitó el iPod.

La presencia de Nicolás en El Italiano fue motivo de fisgoneo. Todos querían conocer "al chico que fue asaltado por un mapache" y, por si fuera poco, esa mañana tuvo que escuchar a cada uno en la mesa contar anécdotas de su creciente popularidad en Austen. Era tan famoso que el Sr. Gordon Ginn, dueño de una barbería, le ofreció contratarlo para dar autógrafos en su negocio y así atraer más clientes. Bribón era célebre por robar a los forasteros, pero después de ser víctimas de él estos se iban, sólo Nicolás se quedó para cotilleo de la comunidad.

Una vez terminaron de comer, Jack continuó mostrando interés en saber qué sorpresa preparó su padre para Nicolás. Gino susurró algo a Betty y ella miró a Nicolás con una enorme sonrisa, pero no dijo nada. Todos merodeaban por la casa murmurando y pretendiendo que Nicolás no los viera. Él sólo disimulaba no darse cuenta, pero sabía el por qué de tanto misterio. Cuando los cuatro salieron de la casa, Jack fue el primero en llegar al garaje. Gino abrió el portón. Dentro de éste había algo cubierto con una manta blanca. Así, Gino esperó a que todos se acercaran, sacó el pecho y les miró con solemnidad.

Nicola —dijo—. Hace dieciocho años viví uno de los momentos más felices de mi vida. A las siete de la mañana del catorce de agosto de mil novecientos noventa y cuatro tu mamá, después de un trabajo de parto que duró tres horas con once minutos, te tuvo a ti, mi primer Piccolino. Años más tarde nació el otro —miró con amor a Jack—. Y también me llené de felicidad.

Pero antes de ustedes dos y Betty, por supuesto, cuidé algo como mi más preciado tesoro. Tan preciado que cuando me vine de Italia lo traje conmigo. Mejor dicho: la traje conmigo —corrigió—. Y hoy que es tu cumpleaños, Nico, después de pensar en sí lo mejor sería darte dinero o alguna otra cosa, te la heredo a ti... —Gino apartó la manta—. ¡La mejor! ¡La única! ¡Una clásica Vespa 1985! Aunque yo prefiero llamarla La mia Vita —terminó de decir Gino.

Los cuatro aplaudieron y Nicolás miró sorprendido a la pequeña moto amarilla frente a él. Muy sorprendido en realidad, pero de lo antigua que es. Sonrió para no defraudar a su padre y se acercó a "Vita".

Gino se arrodilló a un costado de la moto y Nicolás no necesitó adivinar que sucedería a continuación:

Mía Vita, tenemos tanto que contar a todos —Gino suspiró con melancolía y recitó—: Paseamos juntos por el puerto de Bari, ¿te acuerdas? Nella mia amata Italia e iba conduciéndote cuando conocí a Pia Esposito, la madre de mis hijos, allá, cerca de la Pizzeria Pomodoro. Era una tarde lluviosa. Después viniste conmigo, empaquetada —Gino se secó unas cuantas lágrimas—, porque lo único que no puedes hacer Vita es... andar sobre el agua. ¡Recorrimos juntos un mundo nuevo! Y ahora te quedarás en manos de Nicola.

Cuando él era pequeño, tan pequeño que podía cargarlo con una mano, su mamá, él y yo, viajamos gracias a ti por estas calles, Vita. Después fue necesario que descansaras un poco, una siesta de doce años, escondida en este garaje, pero has vuelto ¡Has vuelto! para acompañar a otra generación Rossi.

Todos aplaudieron.

Nicolás miró a Vita e intentó deducir, si después de doce años escondida en un garaje, era posible que aún caminara.

—Escuché a mi mamá hablar de Vita —comentó—, pero dijo que ya no servía.

—¿Vita no servir? ¡Imposible! —defendió Gino—. El año pasado la llevé a la ciudad y la repararon. Se ve como el día que la compré.

—¿Desde Italia la trajiste, papá? —preguntó Jack, rodeando a Vita.

—Así es. Me la vendió mi amigo Benedetto, que en paz descanse. Estaba casi nueva cuando la compré. Así se veía en ese entonces. ¡Anda sube, Nicola! —alentó Gino a su hijo.

—¿Arranca si problemas o necesita que la animen igual que a Lázaro? —preguntó Betty y rió al imaginar a Nicolás enamorando a Vita cada vez que intentara arrancarla.

—Lo que sea necesario —dijo Nicolás y se inclinó sobre la pequeña moto; y con voz melosa le preguntó—: ¿Verdad, Mía Vita? —en el mismo tono que Gino hablaba a Lázaro.

Todos rieron.

—¡Ese es el espíritu Rossi! —señaló Gino, efusivo.

Gino, a modo de enumerar lo positivo, destacó que Vita era treinta y cinco años más joven que Lázaro. Sin embargo, en opinión de Nicolás, todo era más joven que Lázaro.

Nicolás arrancó a la Vespa sin problemas. En efecto, la pequeña moto no tenía ningún daño. Si no fuera por lo antiguo que era el modelo, hasta pensaría que es nueva.

—¿Cuándo Nico ya no la use puede ser mía? —preguntó Jack a su papá y este asintió.

Nicolás pensó en obsequiársela de una vez, pero sabía que eso rompería el corazón de su padre. La pequeña moto no era fea, pero él hubiera preferido una Ducati.

Llegó el momento de partir. Gino, Betty y Jack se despidieron de Nicolás en medio de un vitoreo cuando se alejó de la calle Magnolias conduciendo a Vita. No tenía planes y era martes por la mañana en Austen, un pueblo aburrido, como advirtió innumerable cantidad de veces su madre y ahora podía comprobar él mismo. Recorrió algunas calles del centro y se alejó poco a poco de quienes aún lo reconocían cómo "el chico que fue asaltado por un mapache". Pasó por el extravío que llevaba a Tempura y pensó en detenerse para saludar a Miyu, pero no llevaba el collar con él.

Nicolás tenía tan poco que hacer en Austen, además de ir a El Italiano, que consideró dejar la visita a Miyu para cuando estuviera en verdad muy aburrido. Reconoció la pequeña cabaña oficina de la Reserva y la ignoró. Se alejó tanto del pueblo que dejó atrás la gasolinera Punto Azul y llegó hasta el rótulo que días antes vieron Nelly y él llegando a Austen. Este indicaba la dirección hacía un lago. Nicolás condujo hacia allá y al llegar redujo la velocidad de la Vespa, llevándola lejos de la carretera. Cerca del lago, Nicolás estacionó a Vita y caminó hasta la orilla, se sentó bajo un sauce llorón y dedicó el resto del día a pensar en su vida.

Aunque su mamá no hubiera fallecido hace poco, el momento de perderla para siempre hubiera llegado tarde o temprano, él lo sabía, es sólo que llegó antes de lo que jamás imaginó y estaba convencido de que fue su culpa.

¿Por qué seguir viviendo? ¿Cuál era su razón para continuar y lograr sus sueños a pesar de sentirse el más desgraciado? ¿Y qué sueños? No tenía ninguno. Y quién no tiene sueños se conforma con cualquier cosa, eso es seguro. Nicolás no sabía qué estudiar en la universidad. Toda su vida esperó a que su madre le propusiera algún modelo de vida que despertara su interés si es que él no tenía una mejor idea, pero eso ya no era una opción. ¿Qué hacer? Allí, sentado a la orilla de un hermoso lago, Nicolás Rossi descubrió que no sabía qué hacer con él. A su alrededor veía a gente siendo feliz mientras él se extinguía.

Qué fácil fue para los demás decir adiós a Pia y continuar, pero él sufría. Era su cumpleaños y su mamá no estaba. Cada año ella lo despertaba cantándole el Happy birthday, pero esta vez no sucedió. Pia no estaba en su cumpleaños número dieciocho ni estaría durante el número diecinueve, ni en el siguiente, ni en el siguiente... ni nunca más. No pasaría otra Navidad con ella, Año Nuevo, graduaciones... Nada. El resto de su vida tendría que vivirla sin Pía. ¿Podría vivir sin Pía?

Nicolás Rossi se tenía que acostumbrar a esa soledad. Aprender a vivir sin Pía sería el reto a enfrentar hasta descubrir qué seguir rumbo a su destino. Miró al cielo retándolo a que empezara a llover. Arrojó piedras al agua y pateó todo lo que vio. Nicolás pasó la mañana y la tarde en aquel lugar.

***

Que en pocos días terminarían las vacaciones y tendrían que volver a la Preparatoria, preocupaba a Hugo, pues ya no tendrían tanto tiempo para ensayar. Se apresuró a ir por Koki, Max y Jayden y los cuatro llegaron a casa de Emma después de medio día. Ella escuchó cuando abrieron el garaje, pero como estaba repasando la agenda del festival tardó en bajar a saludar.

Koki echó un vistazo a la puerta esperando saludar a Emma. Ya no tenía miedo de hacerlo y hasta consideró ser su amigo sin que en Tempura lo supieran. No tendrían porque saberlo. Lo que estaba mal era sentirse ansioso por verla, pensó seriamente, por lo que intentó concentrarse en el ensayo.

La música de la banda era rock alternativo. Después de que Debbie afirmó que lo repiqueteaban era ruidoso y sugirió que de entonar éxitos ochenteros sonarían mejor, practicaron canciones menos escandalosas y se adaptaron a eso. Su repertorio incluía canciones que hicieron famosas a otras bandas y canciones propias que compuso Koki; pese a que todas las de su tinta, salvo una que hablaba de libertad, describían lo difícil que es sentir un amor imposible. El garaje, su lugar de ensayo, estaba repleto de objetos viejos que Debbie aún guardaba: lámparas, un espejo, un maniquí para costurería, focos navideños, muebles de todo tipo y demás cosas vintage. La banda acomodó todo para tener espacio suficiente y colocaron los focos navideños en el techo para dar la impresión de estar dando un concierto.

Una vez terminó de organizar la agenda del festival, Emma bajó al garaje. Al llegar se sentó en un viejo sofá similar al de su habitación. Ese era su lugar favorito para escuchar a los chicos. Ella era su mayor admiradora. "La única", repetían ellos. Más tarde todos comieron un pedazo de pastel cortesía de Debbie, y aunque Hugo y Emma tuvieron que ir a las oficinas de la Reserva porque era día de Alerta Naranja, cuando regresaron, la banda continuó ensayando.

Nicolás estacionó a Vita frente a su casa. Sin embargo, al mirar a una banda musical ensayando en el garaje de Emma, decidió ir allá con la moto.

Emma se levantó del sofá para saludarlo.

—¡Bonita moto! —exclamó, tratando de dejar atrás cualquier mal rato entre ambos.

Vita ella es Emma, Emma te presento a Vita —Las presentó—. Mi papá me la regaló hoy.

—¡Es preciosa! —destacó Emma, mirándola como si esta fuera un cachorrito.

—No te burles.

—No me estoy burlando —dijo Emma con sinceridad—. Me encanta. Si pudiera compraría una similar.

—Cuando Gino no se dé cuenta te la regalo —afirmó Nicolás sin comprender porque a la hippie le gustaba tanto la Vespa.

—Recuerdo cuando Gino te paseaba en ella —Emma dio una palmada a la Vespa—, es una leyenda.

—Toda una reliquia familiar.

Tras la llegada del extraño, la banda dejó de ensayar y acomodaron los instrumentos sobre el piso del garaje. El extraño les había inspirado curiosidad. Emma tomó de la mano a Nicolás y lo llevó hasta ellos para presentarlo:

—Chicos, él es Nicolás Rossi —dijo a todos y los presentó uno por uno—: Nico, él es Max Souza y toca el bajo...

—Mucho gusto —dijo Nicolás a Max y le dio la mano.

Max asintió sin decir algo.

Antes de continuar presentando a los demás, Emma se acercó más a Nicolás y le susurró al oído:

—Max es de pocas palabras. Desde que descubrió que la expresión "Ya lo creo" es suficiente para intervenir en cualquier tema de conversación, no dice nada más que eso a menos que sea estrictamente necesario.

Por si acaso Emma le estuviera tomando el pelo, Nicolás decidió estar pendiente de Max. No obstante, Emma lo empujó por el garaje para que conociera al resto de la banda.

— Él es Jayden Foley, el tecladista.

—¡Hey, yo te conozco! —dijo Jayden, mirando pensativo a Nicolás—. Tú estudiaste en la primaria de Austen.

— Sí, un par de años —respondió Nicolás impresionado de que el chico lo recordara.

Le dio un apretón de manos a Jayden y él y Emma continuaron:

—Nico, él es Hugo Mccoy. Además de tocar en la banda, está conmigo en el programa de radio.

Así que este chico diminuto, con cara de perro chihuahua asustado, fue quien se burló de él cuando lo asaltó el mapache, dijo a si mismo Nicolás; y consideró la posibilidad de darle un puñetazo en la cara, pero nadie le perdonaría golpear a alguien que evidentemente no era oponente digno de él.

—Yo-yo-yo... —tartamudeó Hugo— también te conozco. Eres el chico a quien Bribón asaltó.

—Sí, ese soy yo —dijo Nicolás con una sonrisa torcida y dio dos pasos al frente para acercarse más a Hugo, quién pareció haber sospechado que intentarían romperle la nariz porque quiso esconderse detrás de Koki—. Y por favor no me hables de ese mapache si no es para decirme donde lo tienen enjaulado —agregó, cruzando los brazos—: ¿Y tú qué instrumento tocas? —preguntó al asustadizo Hugo.

—La batería, soy-soy el mejor con las baquetas —alardeó un poco Hugo.

— Y él es Koki —terminó de presentar a sus amigos Emma, aunque a Koki más entusiasmada que a los demás. Quizá porque finalmente podía sentirse cómoda cerca de él—, él es el guitarrista de la banda.

Nicolás no intentó ser amistoso con Koki, pues a este parecía molestarle su presencia aunque él no comprendía por qué.

A Emma no le sorprendió la actitud agria de Koki hacia Nicolás e inmediatamente le justificó:

—Koki es un poco hosco cuando recién conoce a alguien —dijo a Nicolás en voz baja—, pero no es malo, es tímido.

Nicolás se reservó su opinión y miró otra vez a Koki. ¿Estaría bien preguntarle a aquel chico tan adusto si tenía que ver con Tempura?

—¿La-la vespa... es tuya? —le preguntó Hugo mientras Nicolás aún observaba al silente Koki.

—Sí, es una clásica —repitió él poético, tal como lo haría su padre.

—Nicolás es hijo de Gino Rossi —aclaró Emma a todos.

—Qué bien, él también es músico —dijo Jayden.

—No, mi papá no toca ningún instrumento —aclaró Nicolás, sin comprender por qué Jayden dijo eso.

—Sí que lo hace. Toca en un grupo junto a Yago Almanza, el español que tiene un bar junto a la tienda de tu padre. Con ellos también se presenta mi abuelo —agregó y todos notaron la sorpresa de Nicolás.

—No lo sabía.

—¡Es cierto! —saltó Emma, recordando algo—. No se me había ocurrido invitarlos a tocar en el Festival. Sería estupendo. Aún hay espacio en la agenda.

—Yo-yo-yo te apoyo, son buenos —opinó Hugo, que también participaba en la organización del festival.

—Ya lo creo —intervino Max.

—¿El Festival de la Mariposa Monarca? —preguntó a todos Nicolás.

—¿Has escuchado sobre el festival? —preguntó Emma, sonriendo ampliamente. Nicolás había mencionado su tema favorito.

—Yo... he visto la publicidad en la entrada del pueblo —respondió él, titubeando. Aún no dejaba de pensar en Gino tocando algún instrumento. Según él, Gino era poeta de vehículos viejos, pero no músico.

—Hugo y yo estamos en la coordinación —contó Emma—. Él y los chicos tocarán ese día.

Nicolás tampoco podía creer el cambio de actitud de Emma. Dedujo que ella lo trataría dependiendo de cómo la tratara él.

—¿Desde cuándo tienen la banda? —preguntó, curioso.

—Un año, somos principiantes —dijo Hugo.

Jayden miró con molestia a Hugo.

—La banda es nueva, pero no somos principiantes —aclaró y regañó a Hugo por llamarlos principiantes—. Cuando nos unimos cada uno ya sabía tocar un instrumento.

—¿Tú eres parte de alguna banda? —preguntó Koki a Nicolás.

Por fin el inexpresivo chico decía algo, pensó Nicolás. Emma miró a Koki asombrada de que hablara.

—No, yo tengo otros pasatiempos —aseguró Nicolás—, cualquiera toca una guitarra.

Koki arqueó una ceja:

—Supongo entonces que sabes tocar una —dijo a Nicolás, ofreciéndole su preciada Gibson Les Paul.

La única vez que Nicolás estuvo cerca de una guitarra fue cuando ocupó un lugar en la primera fila de un concierto. Él no sabía ni cómo cogerla correctamente. Claro que no lo iba a demostrar. De manera que tomó la guitarra de Koki, le dio un golpecito y se la devolvió.

—Está bien, ya la toqué —dijo mientras todos, excepto Koki, rieron con él.

—¿Alguien tiene hambre? Aún queda pastel de chocolate —cambio de tema Emma al notar que Koki no encontró gracioso a Nicolás.

—¡Pastel de chocolate, mi favorito!—exclamó exageradamente emocionado Nicolás y Emma y él rieron, compartiendo una broma personal.

El resto de la banda apretó los labios para no reírse de Koki, pues era evidente que este sintió celos al ver a Emma feliz por la presencia del chico.

—Bien, entonces iré a mi casa por el pastel —dijo ella, y para sorpresa de sus amigos...

—Iré contigo... Yo, te ayudaré a traerlo —dijo Koki, arrastrando las palabras.

—Me parece bien —asintió Emma un poco desconcertada, y los demás de la banda miraron a Koki boquiabiertos—: No creas que olvidé que debo cambiarte la venda.

—No es necesario, ya pronto nos iremos —respondió Koki a Emma, un poco menos tímido que de costumbre.

—No discutamos otra vez sobre si es necesario o no —repuso ella y él la siguió.

Koki escuchó decir a Hugo que le enseñaría a Nicolás a tocar la batería y apostó consigo mismo a que ese chico jamás aprendería.

—¿Cómo van los preparativos del festival? —preguntó a Emma, buscando algún tema de conversación una vez llegaron a la cocina.

A ella le sorprendió que él continuara tomando la iniciativa:

—Bien, o eso creo —dudó—. Aún no llenamos la agenda del escenario. Pero ahora que recordé que Gino y Yago Almanza tienen un grupo musical los invitaré a participar.

—¿Sólo faltan actividades para el escenario?

Koki observó a Emma buscar tazas y platos.

—Casi todas las que faltan son para el escenario... También queremos actividades para toda la familia, pero no sé qué más proponer —dijo, pensativa—. Debe ser algo sencillo. Hasta ahora sólo tenemos un taller de manualidades, otro de fotografía y...

Ikebana —dijo Koki, interrumpiéndola.

—¿Ikebana? —repitió Emma, confundida.

—Arte japonés del arreglo floral —asintió Koki—. Miyu, mi... amiga. Sabe mucho sobre eso y sé que le dará gusto darlo a conocer.

—¡Koki, eso es estupendo! ¡Qué buena idea! —celebró Emma y Koki sonrió. Era la tercera o cuarta vez que lo hacía frente a ella—. Iré a invitarla lo antes posible, lo prometo.

Eso sí que era un problema. Koki había olvidado por un instante, quizá segundos, que su familia odia a Emma. Dijo lo del Ikebana porque se le ocurrió que podría ayudar, pero al recordar la rivalidad recriminó su imprudencia y buscó una solución para evitar un mal rato a Emma:

—Si quieres, bueno...—se apresuró a decir—. Tempura está lejos de tu casa. Dile a Hugo que él invite a Miyu. En un rato irá a dejarme y podrá hacerlo hoy mismo.

Emma notó nerviosismo en las palabras de Koki. Es obvio que no quiere que vaya a Tempura... Aceptó que Hugo se encargará de la invitación, y cuando terminó de cambiar el vendaje los dos volvieron al garaje.

En lo que Emma servía a cada uno un poco de jugo, Nicolás se acercó a Koki. Después de meditarlo un rato no pensaba quedarse con la curiosidad:

—Sé que quizá no sea correcto preguntarte esto sólo porque aparentemente eres japonés, pero...

—Soy japonés —interrumpió Koki sin darle tiempo a Nicolás de terminar.

—Entonces —continúo el otro, sin dar importancia—. ¿Conoces a la familia Nagata? Viven en Tempura.

—Son mi familia —aclaró Koki con disimulada molestia—. ¿Tú cómo los conoces?

— Visité Tempura hace algunos días.

— Por supuesto, no se me ocurrió pensar eso...

Era obvio que cualquier persona podía conocer a alguien de su familia. Tempura está abierto al público. Koki se sintió tonto por cuestionar a Nicolás sobre eso.

—¿Miyu es tu hermana? —le cuestionó Nicolás, demostrando estar interesado en el tema.

—No, no es mi hermana —respondió tajantemente Koki y trató de ignorarlo para evitar más preguntas incómodas.

Hugo y Jayden, que escucharon lo último de la insípida conversación, intervinieron:

—Miyu es demasiado hermosa y encantadora para ser hermana de Koki, Nico —dijo Jayden, burlonamente.

—Ya lo creo —rio Max.

—¿He-hermosa? Ella es, es... ardiente —añadió Hugo, haciendo énfasis en "ardiente".

Nicolás estuvo de acuerdo.

—¡Les he dicho un millón de veces que no hablen de Miyu de esa manera! —estalló Koki en dirección a los chicos.

Nicolás consideró que ya había preguntado demasiado y ya no mostró su interés en Miyu. El antipático chico podía arruinar sus planes. Pues, si le hablaba del collar, tendría que dárselo y él prefería llevárselo personalmente a la "ardiente" Miyu.

—Koki tiene razón —regañó Emma a los chicos—. Inclusive es molesto para una mujer escuchar a un hombre hablar así a otra mujer.

—Ya lo creo —lamentó Max.

Hugo y Jayden se disculparon con Emma.

Antes de irse, la banda tocó una última canción a petición de Nicolás. Él les apostó a que no sabían ninguna de The Everly Brothers y Koki, después de repicar su guitarra, empezó a cantar:

—Dream, dream, dream, dream...

Emma les aplaudió como si estuvieran en un concierto.

—No son tan malos —dijo Nicolás, asintiendo.

—Claro que no, son mi banda favorita —señaló Emma.

—Apuesto a Vita a que no has escuchado otra —rio él, bebiendo otro trago de jugo.

—No —dudó ella—. Pero si hubiera escuchado otra, igual serían mi banda favorita.

—Hugo es menos tímido en la radio que en persona —cambió de tema él.

—Mucho menos tímido... una ventaja del anonimato.

...

—Interesante —dijo la anciana a su sirviente—. La sangre llama. Enviaré un cuervo a Tempura a averiguar si ellos lo saben. Porque si lo saben esto se pondrá interesante. Mayumi incluso podría buscarme.

Todo árbol, mamífero ave o insecto estaba en silencio. Nadie se atrevía a incomodar al demonio de las montañas. Y siendo el único autorizado para dirigirse a ella, el sirviente miró con solemnidad a su ama y continuó informando los últimos acontecimientos.

—No creo que debamos preocuparnos por ese chico o cualquier otro humano cerca de Emma —respondió ella—. A los mortales podemos eliminarlos fácilmente. Pero atráelo hacia mí si lo consideras un peligro.

Pese a que la voz de la anciana era tétrica, el sirviente la entendió y asintió, pues no sólo la escuchaba con las orejas.

—Me intriga más la posibilidad de ver otra vez a Mayumi —continuó—. Es una tonta si cree que a Tempura no le afecta la maldición mariposa enjaulada ¿Algo más que agregar? —preguntó.

El sirviente negó con la cabeza y regresó por donde vino.

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Interesante final, ¿no? :O ¿Quién es el sirviente?

Foto de Vita:

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