Capítulo XII. El otro pastel de chocolate
Hoy dos capítulos c:
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El otro pastel de chocolate
Como no tenía nada mejor que hacer, Nicolás pasó el resto de la tarde reflexionando sobre lo que le había dicho a Emma y sintiéndose un idiota después de analizar bien todo. ¿Cómo pudo atreverse a asegurar que la hippie estaba enamorada de él tras un par de conjeturas con su padre? E intentó castigar su estupidez sosteniendo una almohada contra su cara. Se sentía avergonzado y admitió a si mismo que si merecía el pastelazo que le lanzó Emma, y quizá hasta una cachetada o patada. Su madre no lo educó para que se comportara infame con las mujeres. Aunque era un mujeriego incorregible, nunca ofendió ni humilló a ninguna mujer antes de ese día. Únicamente las engañó e ilusionó en vano durante algunos meses, pero ofenderlas, no. reflexionó con cinismo.
El reloj marcaba las cinco de la tarde. Nicolás se levantó de su cama y se acercó a su ventana. Emma acompañaba a una banda musical que estaba en su garaje, la observó unos minutos y se escondió tras una cortina cuando la vio dirigir la mirada hacía su casa. Cerró la ventana y caminó de lado a lado en su habitación ¡Tenía que enmendar el daño y limpiar su nombre! Divagó unos minutos pensando en cómo lo haría. Entretanto escuchó llegar al bullicioso Lázaro.
Bajó a toda prisa a buscar a Betty.
—Necesito pedirte un favor —le dijo con un leve tono de desesperación en su voz.
***
El timbre de la casa morada de la calle Magnolias sonó a las 7:12 p.m. Emma estaba sentada en el viejo sofá que perteneció a su madre y acariciaba a Moshe. Al escuchar el ding dong pensó en que quizá la Sra. Dupont había venido a platicar con su abuela. No obstante, un ligero aullido de alegría llamó su atención. Su abuela no se ponía tan contenta con la visita de su amiga. ¿Quién sería la visita?
—¡Emma, te buscan! —cantó Debbie.
Emma la escuchó subir rápidamente las escaleras y, con asombro, la vio abrir de golpe la puerta de su habitación:
—Sal pronto, lo invitaremos a cenar —dijo y se fue tan rápido como llegó.
—¿A quién, abuelita? —preguntó con curiosidad Emma pero Debbie no respondió.
Emma dejó a Moshe sobre su cama y la siguió.
Tiene que ser una broma...
Antes de bajar el último escalón, de pie frente al vestíbulo, Emma se detuvo y miró a Nicolás con rencor.
Nicolás, de pie en el recibidor, la saludó sin titubeos. Emma no lo intimidaba y pese a que se sentía avergonzado por lo sucedido esa tarde, tampoco iba a demostrarlo.
—¡Emma, Nico dice que le encantó el sabor del pastel! —festejó Debbie.
Emma arqueó una ceja en dirección al invitado.
—Hasta me ensucié la cara cuando lo saboreé —afirmó Nicolás con una fría sonrisa y esta vez se dirigió a Emma—: Betty también prepara pasteles deliciosos, Emma, por eso te traje uno... Sé que te gustará tanto como me gustó a mí tuyo —dijo, sosteniendo con una mano un pastel muy parecido al que ella le lanzó en el rostro.
Idiota, pensó Emma.
Nicolás no le quitó los ojos de encima a Emma y ella le sonrió de vuelta, como si lo retara a lanzarle el pastel a la cara. Esa no era la verdadera intensión de Nicolás, pero disgustar a Emma parecía un buen pasatiempo.
—Dime que te quedas a cenar con nosotras —suplicó Debbie.
—Me encantaría —sonrió Nicolás guiñándole un ojo a Emma.
No me vas a intimidar...
Debbie estaba tan encantada con la visita de Nicolás que corrió a terminar de preparar la cena. Mientras tanto, Emma fue obligada a acompañar al chico en lo que todo estaba listo.
Los dos jóvenes ocuparon un asiento en la sala de estar, uno frente al otro. Nicolás colocó el pastel sobre una mesita junto al sofá principal y se recostó sobre éste como si estuviese tomando el sol en la playa.
—Entonces... ¿qué has hecho todos estos años? —preguntó a Emma.
—Pensar en ti, ¿qué no fue eso lo que dijiste?
Nicolás rio entre dientes. Ella no le iba a poner las cosas fáciles:
—Bueno, además de eso —agregó, sin dar importancia a la hostilidad de ella.
Si bien Emma se caracterizaba por tratar con amabilidad a todo el que conociera, ese chico parecía querer provocar lo peor de ella.
—¿Qué pretendes viniendo a mi casa con esa actitud tan detestable, Nicolás Rossi? —preguntó con un extraño brillo en sus ojos—. ¿Quieres que te odie y así estar seguro de que no te acosaré? No pretendía hacerlo. No estoy ilusionada contigo y, aunque así lo fuera, escúchame bien: Aunque sí lo fuera, yo no soy ese tipo de chica.
Un tanto avergonzado, Nicolás no quiso esperar más y se sentó correctamente en el sofá. Así, sin rodeos, se disculpó:
—La verdad es que vine porque necesitaba ofrecerte una disculpa. El pastel es sólo un detalle —dijo intentando mostrar un sincero arrepentimiento.
—¿Estás disculpando tu actitud a partir de la caótica llamada a Alerta Naranja o sólo desde que aseguraste que estoy enamorada de ti?
—Sólo desde que aseguré que estabas enamorada de mí.
Emma se cruzó de brazos.
—¿En verdad crees que sería capaz de entrenar a un mapache para robar? —preguntó, indignada.
—Yo creo que es bueno dudar sobre lo que sería capaz de hacer una persona por algo que quiere —dijo Nicolás con seguridad.
—Porque sin duda tú haces lo que quieres sin pensar en las consecuencias —Al decir esto ella dio un golpe en el lugar indicado. Él recordó su huida al aeropuerto sin avisar a Pia—, pero en la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca no somos así. Todo nos ha costado. Nada ha sido fácil.
Él rechinó sus dientes:
—Una tarea muy sacrificada, supongo.
—Para nada. Es muy satisfactorio dedicar parte de tu tiempo a ayudar al mundo. En nuestro caso al medio ambiente.
—¡Qué sería del mundo sin Samuel y Emma! —se burló él. Ella lo miró enfurecida. Pero antes de que Emma pudiera decir algo, Nicolás agregó—: Cada árbol estaría desprotegido en algún boscaje, cada Mariposa Monarca volaría desamparada y uno o dos pájaros morirían de tristeza Oh, el mundo entero se volvería un desierto sin Samuel y Emma —terminó de decir en tono desesperanzador y sin duda burlón.
Emma apretó sus rosados labios y dirigió su mirada a la nada:
—Esas son las palabras de alguien que si lo pusieran a elegir entre ayudar al mundo con el medio ambiente, con el hambre, con las guerras o elegir un carro, sin duda elegiría el carro.
—No soy tan idiota, Emma. —dijo él intentando parecer serio, aunque en el fondo pensó: Aunque si se tratara de un Ferrari...
—Me alegro que eso quede claro. Nadie puede ser tan indiferente ante la necesidad de su prójimo.
—Qué molesto sería conocer a alguien así —exclamó Nicolás con sarcasmo.
Él precisamente era ese ejemplo de alguien que no se preocupaba por su prójimo.
—Y también quiero que quede claro que no estoy enamorada de ti. Eso no es, ni será posible. —dijo airosa ella.
—¿Sabes qué sería irónico? —preguntó él, intentando ocultar una sonrisa.
—¿Qué?
—Que terminaras enamorada de mí después de decir que no será así —dijo y ella vio como se le dibujaba en su cara una sonrisa.
—¿Y sabes qué sería más irónico? —dijo ella, también sonriendo.
—¿Qué?
—Que fueras tú el que terminara enamorándose de mí.
—Imposible y no es personal —aclaró Nicolás—. Yo no me enamoro, va en contra de los principios de mi religión.
—¿Qué religión?
—Qué sé yo —exclamó él con indiferencia—. La que hable de no enamorarse. A mi aman, yo no amo.
—Eso es egoísmo.
—De ninguna manera, es sub-sis-ten-cia.
—¿De quién?
—La mía, por supuesto —agregó y ella lo miró sin saber qué cara poner—: Las mujeres son un arma de destrucción masiva, Emma. Llega un momento en toda relación en la que el hombre, entendido del riesgo que corre, debe decir: "Yo mejor me voy".
—¿Entonces ninguna mujer merece tu amor? —quiso saber ella.
—Todas lo merecen —dijo él, ofendido—. No soy un insensible, Emma —añadió, y continúo en un tono más relajado—: Y tan convencido estoy de que todas lo merecen, que por eso lo ando repartiendo. Así que si quieres un poco...
—¡No voy a terminar enamorada de ti! —insistió ella, digna.
—Eso han dicho todas antes de enamorarse de mí —presumió él con la única intensión de irritarla aún más. La piel sonrojada de Emma era un espectáculo encantador en su opinión.
—Soy la excepción a la regla.
Esta vez fue él quien arqueó una ceja:
—¿Tan segura lo dices?
—Sin temor a equivocarme —declaró ella—. Y dime... —Había algo más que Emma quería saber—. Ya que afirmas ser un gran conocedor del amor y sus dolencias —Nicolás asintió—. ¿Alguna vez te has enamorado?
Él la miró durante unos segundos pensando bien su respuesta.
— Una vez... —dijo—, y al estar lejos de ella me di cuenta de que el amor duele. —añadió sin decir que "ella" estaba frente a él.
—¿Y qué pasó?
—¿Qué pasó? Bien —Nicolás miró sus manos—. Desde entonces me prometí que no volvería a ocurrir. No volveré a enamorarme —afirmó.
—Tienes miedo de enamorarte otra vez —dijo ella, sospechando.
—Sería un asno si no lo tuviera, sé lo que es sufrir por amor.
—Se sufre sin amor no por amor —lo corrigió.
—Tienes razón... —Él guiñó un ojo—. En fin. No vine a hablar del mapache o de lo que opino sobre el amor. Vine a pedirte una disculpa por ser insolente contigo cuando me visitaste.
Este chico era un cínico pero sabía disculparse. Emma estaba sorprendida pese a la molestia que aún le causaba tenerlo en la sala de estar de su casa. No obstante, reconoció que se necesita valor para aceptar una equivocación. Pensó bien sus palabras antes de agregar algo:
—Acepto tus disculpas, aunque insisto en subrayar que no voy a terminar enamorada de ti.
—Un día te voy a recordarte cuando dijiste eso.
La conversación entre los dos se redujo a cosas sin importancia hasta que Debbie les acompañó y platicó anécdotas de su infancia que ambos fingieron no recordar.
—¿No te apetece probar la ensalada, Nico? —preguntó Debbie durante la cena—. Te puedo preparar algo más si así lo deseas.
La cena era una verde y nutritiva ensalada. Nicolás no dejaba de hacer muecas.
—Estoy bien —sonrió.
—Somos vegetarianas —aclaró Emma.
—¿Qué?
Nicolás no podía concebir una cosa tan rara.
—Que no comemos carne —agregó Emma.
—¿Tú no comes ensaladas? —preguntó Debbie a Nicolás.
Él negó con la cabeza:
—Supongo que viví engañado. Siempre creí que la única función de la ensalada era adornar el plato —dijo, lo que hizo entornar los ojos de Emma.
A pesar de la ensalada, la velada había resultado mucho mejor de lo que Nicolás imaginó. No esperaba contar con la amistad de Emma, pero al menos ya se había disculpado con ella.
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¿Encuentran cierto parecido entre Emma y Suhail? Es que ambas son ambientalistas y vegetarianas, pero sólo eso (/ - \)
En un momento el siguiente capítulo. ¡Gracias por votar y comentar! ♥
Capítulo dedicado a @SofiaNavarroBionica por publicar de La Mariposa Enjaulada en el grupo de Facebook c:
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