Capítulo VIII. En la esquina de El Rincón Europeo
En la esquina de El Rincón Europeo
Un camino sin desvíos los llevó hasta la avenida principal del pueblo, allí encontraron el área comercial de Austen. Nicolás echó un vistazo a algunos lugares que reconoció a pesar de que la última vez que los visitó apenas era un niño. Recordó ir a la heladería "Sr. Bola de Nieve" a comprar helados de la mano de Pia. También visitó la librería "Asturias", que pertenecía a Amir Foley, un amigo de su papá.
En las aceras de la avenida, conformada por dos carriles, una numerosa cantidad de personas se desplazaban de un lugar a otro llevando consigo las compras que habían hecho. Cada comercio era pintoresco como todo en aquel pueblo. La panadería y pastelería "La Bendición" estaba decorada como si la misma fuera de una tarta. La barbería "El caballero" del Sr. Gordon tenía una fila de clientes esperando su turno. La clínica del Dr. Biermann, a comparación de todo lo demás, no destacaba tanto por su aspecto descolorido. Nicolás observó todo desde la ventanilla del Volvo de tía Nelly hasta que por fin alcanzó a ver, justo en una esquina, el lugar donde estaba ubicado el negocio de su padre. Era un pequeño local blanco con un enorme rótulo sobre la puerta, siendo este el que en realidad le hacía destacar al asemejarse a una banderola de franjas verticales pintada con los colores: verde, blanco y rojo. Sobre el epígrafe se leía escrito en letras carta color azul: El Italiano. Una caricaturesca escultura de Gino Rossi sostenía un letrero de "Bienvenidos" junto a la puerta.
El comercio se veía casi igual a como Nicolás lo recordaba, y sintió nostalgia.
—Esta es la tienda de Gino, Nelly, "El Italiano" —dijo a su tía expresando orgullo en el tono de su voz. Porque a pesar de que el sencillo negocio de su padre no era un elegante bufete de abogados como el de John Baker, era tan "Rossi" como él y su hermano.
—Claro, ni dudarlo—dijo Nelly con una sonrisa al percatarse de la bandera italiana dibujada sobre la puerta y estacionó su carro frente al comercio.
La tienda de Gino estaba en una esquina. Del lado derecho continuaba la calle en "L" hacía la zona residencial de Austen, y del lado izquierdo había un callejón, el único en la zona comercial. En este, además de El Italiano, había dos fachadas más. La del fondo era un bar, "La pulga española" se llamaba, y debajo de ese nombre tallado en un rótulo de madera, en letras más pequeñas, se leía: Presenta al filo de la noche a Yago Almanza y los Rebeldes del Flamenco. ¡Olé!—rió Nicolás—, al ver los cuernos de un toro y la bandera española en una de las ventanas del lugar. A la par del bar y frente a El Italiano estaba otro comercio, sólo que este era una cafetería con un diseño romántico. Uno de los epígrafes era un bosquejo de la torre Eiffel, y frente a la vidriera estaban colocadas algunas mesas para que los clientes, en su mayoría parejas enamoradas. Sobre la entrada principal se leía en letras coquetas: Café Paris.
—Interesante sitio —dijo Nelly recorriendo con la mirada el inusual callejón.
Un letrero en forma de flecha señalaba a los tres lugares indicando: «El Rincón Europeo» La avenida comercial de Austen continuaba del lado izquierdo, a la par de Café Paris.
—No recordaba al «Rincón Europeo» —dijo Nicolás con una sonrisa—. Es agradable estar de vuelta.
Jack fue el primero en salir del Volvo. Se apresuró a entrar a El Italiano y Nicolás lo siguió. Nelly salió lo más lento que pudo y con mucho pesar. Le dolía pensar que llegó el momento de despedirse de sus sobrinos, más no quería apresurar su partida. Una campanita sonó cuando entró a la tienda y vio a Jack abrazar a una versión más veterana del Gino Rossi que recordaba. No lo veía desde hace mucho pero el porte seguía siendo el mismo: un hombre alto y macizo, bastante velludo, con frente ancha, cabello crespo color negro y un peculiar bigote debajo de su nariz que tenía forma de pera. Gino Rossi no era atractivo pero sí bastante simpático, un hombre sencillo pero notorio.
—¡Che sorpresa! —exclamó—. ¿Por qué no me avisaron que veían de visita? —preguntó con talante a Jack mientras el pequeño le sujetaba las piernas con mucha fuerza—. ¡Nelly!—vitoreó con más emoción al ver que su ex cuñada también entró a la tienda, y después miró detrás de ella como si alguien más faltara—. ¿Y Pia?—pidió saber al percatarse que ya nadie más ingresó a su negocio; y esta vez esperó a que alguien si respondiera alguna de sus preguntas.
—Buon giorno, Gino, precisamente de ella necesito hablar contigo—dijo Nelly con un suspiro.
Gino la vio con inquietud, giró hacía Nicolás y se dio cuenta de que él evadía su mirada. Al separar a Jack de sus piernas y mirar su semblante, Gino se dio cuenta que el pequeño tenía los ojos cristalinos.
—Te escucho, Nelly—dijo finalmente con un dejo de preocupación.
Nelly se sentó en una silla cerca de Gino y este cerró la tienda para que nadie los interrumpiera. Escuchó atentamente atenido a lo que quisieran contarle y se sorprendió cuando Nelly habló sobre la repentina muerte de Pia.
—Non può essere—dijo con mucha pena y sujetó con más fuerza a Jack que ahora estaba sentado sobre sus piernas—. Es terrible lo que me has dicho, Nelly —Miró hacia donde estaba Nicolás y notó que él se había alejado lo más que pudo de ellos. Gino entonces se apretó el pecho sintiendo un profundo dolor al pensar que sus hijos crecerían sin una mamá.
—Gino, los chicos quieren quedarse contigo—admitió con tristeza, Nelly.
—Y ahora me das buenas noticias, que contraste de emociones, Natella—dijo, sorprendido—. Nada, absolutamente nada —Miró a Nicolás y a Jack— me haría más feliz. Ustedes dos son lo más importante para mí.
Nicolás aún no lo miraba a los ojos.
Nelly empezó a llorar. Nicolás dedujo que quizá ella aún cobijaba la esperanza de que Gino no aceptara quedarse con ellos y tuvieran que irse con ella. Se acercó a su tía y la abrazó.
En ese momento, a pesar de que la tienda estaba cerrada, alguien tocó la puerta.
—Debe ser Betty—dijo Gino y se puso de pie para abrir.
A la tienda entró una mujer alta y delgada con cabellera rizada y un rostro que acentuaba un par de amables ojos avellanados. Posiblemente tendría alrededor de treinta y cinco años, imaginó Nelly que no pestañó cuando la miró, pues estaba a punto de meterse en un aprieto gracias a los celos de Pia.
—Les presentó a Betty, mi esposa —dijo Gino con timidez.
—¿Tú esposa?—preguntó Jack, pasmado.
Los ojos grises de Nicolás también expresaron asombro al escuchar a su padre.
—Sí, Piccolino —Gino se sonrojó—. Nos casamos hace seis meses. Fue algo muy sencillo, por eso no les pedí que vinieran. Llamé a Ontiva para contarles pero Pia dijo que Nelly estaba de visita y los había llevado al cine... Ella prometió decirles.
Gino no comprendía por qué sus hijos no sabían sobre Betty.
Nelly, que seguía sin pestañar, y entendía la sorpresa de sus sobrinos, intervino enseguida:
—Olvido decirles... Gino —balbuceó.
—¿Lo olvidó? —preguntó incrédulo Nicolás, que por fin dijo algo—: ¿Pia Esposito... olvidar algo? ¿Es broma, Nelly?
—Bueno, pretendió olvidarlo —dijo Nelly, nerviosa y disculpó con Gino a su hermana—: Lo siento, Gino, ustedes fueron pareja y a pesar del tiempo no fue fácil para ella enterarse de tu unión con otra mujer —aseguró apenada.
Betty, a pesar de no comprender qué pasaba, lucía muy serena. No obstante, se sentía apenada de ser una extraña para los hijos de Gino.
—Chiaro. Corso...—dijo un pensativo Gino, tratando de comprender por qué Pia calló su matrimonio con Betty.
—¿Y tú por qué no dijiste nada cuando volviste a llamar, papá? Tuviste seis meses —dijo ofendido Nicolás.
Gino parecía sentir la boca seca.
—Nicola, yo asumí que ustedes ya lo sabían... y como no me preguntaron nada pensé que... bueno, que no querían hablar de eso.
Eso tenía sentido para Nicolás.
—Lo mejor es que me vaya y regrese después —dijo tímidamente Betty y caminó hacia la salida de la tienda.
—¡No, por favor! —le pidió Nicolás y se acercó a ella. Esta vez haría lo que nunca intentó con John Baker—: Yo soy Nicolás Rossi—se presentó caballerosamente y le extendió una mano a Betty para saludarla—. Soy el hijo mayor de Gino.
—Lo sé —respondió Betty emocionada y le dio la mano— él tiene fotografías tuyas por toda la casa
Jack aún estaba pasmado y dudó si saludar o no a Betty hasta que finalmente decidió no hacerlo.
Nicolás ahora comprendía por qué su madre aceptó casarse repentinamente con John Baker. Ese fin de semana, cuando Nelly estuvo de visita en Ontiva, notó que Pia se cortó diferente el cabello, se compró ropa nueva y hasta se anotó en el gimnasio. Ahora todo tenía sentido.
—Supongo que es hora de irme —dijo con tristeza Nelly sabiendo que sus sobrinos, además de Gino, también contarían con Betty.
—¡No tía, quédate! —exclamó Jack mirando con miedo a Betty.
— No puedo, Jackie...—Nelly le dio un beso en la mejilla a su sobrino, suspiró discretamente y se aclaró la garganta para tomar fuerzas y llorar hasta encontrarse muy lejos de la esquina del Rincón Europeo— pero estaré a una llamada telefónica lejos de ti, ¿de acuerdo?
—Sei molto gentile, Nelly. Puedes quedarte hasta mañana si quieres —le pidió Gino. Nelly era la única Esposito que era de su agrado.
—Gino... —Nelly dudó— me encantaría pero me esperan en mi trabajo. No he llegado, bueno... ya sabes desde cuándo —intentó aclarar y Gino comprendió que se refería a la muerte de Pia.
—Es un viaje largo, viniste manejando... será pesado hacerlo otra vez—insistió Gino.
Nicolás también asintió.
—Aprovecharé bien el viaje de regreso —sostuvo Nelly y miró de reojo a Nicolás—. Todos necesitamos pasar algún tiempo solos.
—Bien, pero antes necesito hablar a solas contigo —pidió entonces Gino—. Por favor, salgamos un momento de la tienda.
—¡Yo los acompaño! —interrumpió Jack, que seguía mirando con miedo a Betty.
—Piccolino, será sólo un momento. Espera aquí. Betty dale a mi hijo un gelato, por favor—indicó Gino.
Jack esperó emocionado a que Betty le diera uno de los helados que su padre vendía en la tienda.
Aprovechando que Jack estaba distraído, Gino y Nelly salieron a la estrecha calle del Rincón Europeo.
La situación de Nicolás —según él mismo— no podía ser peor. Se sentía desarmado sin la distancia que marcaba con el mundo gracias a su iPod. Esta vez tenía que enfrentar la realidad, convivir con las personas y no pretender estar absorto escuchando música. Ahora lo único que le quedaba gracias al "Bribón", era esperar sin nada más que hacer a que Gino y Nelly terminaran de hablar.
—Tienes que decirme más, Nelly —pidió Gino a Nelly— Pia, en paz descanse, me hablaba poco de mis hijos y yo... en estos años, no he convivido lo suficiente con ellos. No los conozco —confesó, avergonzado—. Es imposible conocer a alguien que por teléfono sólo te dice: "Estoy bien" cuando le preguntas cómo está. Nelly, te pido que me hables de ellos, per favore. Del pequeño Jack puedes decirme "Él es sólo un niño", pero Nicolás... ¿Es tan callado siempre o se comporta de esa manera por lo sucedido a Pia?
Nelly estaba sorprendida, no concebía que Gino admitiera lo que a ella tanto le preocupaba de dejar a sus sobrinos con él. En efecto, él sabía poco sobre ellos.
Los dos se sentaron a platicar en una de las mesas frente a Café Paris.
—¿Qué puedo decirte sobre ese par? —Nelly sonrió con tristeza—. En mi opinión son dos chicos estupendos. A Nicolás déjalo ser él mismo... ¡Pero no demasiado! —aclaró súbitamente como si advirtiera que un domador iba a dejar suelto a un león. Gino sacudió su bigote—. No te alarmes, no es para tanto —sonrió ella—. Parecerá que él antepone sus intereses a los de otros pero te aseguro que es sólo otro adolescente. Aunque te advierto que sí es un poco solitario y reservado.
—¿Tiene novia? —preguntó Gino buscando algo qué decir. Él no estaba acostumbrado a sobrellevar a un adolescente.
—Si todo vuelve a la normalidad en poco tiempo sabrás de alguna chica... o dos... o tres —dijo Nelly alzando las cejas—. Pia lidiaba con eso todo el tiempo, ahora te toca a ti —aseguró con solemnidad.
Gino rió un poco. Él no arruinaría las conquistas de su hijo, al contrarío.
—¿Qué más te puedo decir? —continuó Nelly—. Nico es impulsivo y terco. Ya te lo dije, tienes un hijo adolescente. Si le das su espacio te lo agradecerá.
—Yo aún estoy familiarizado con aquel niño de once años enamorado de mi vecina de enfrente —sonrió Gino.
Nelly observó a Gino con reserva y previno que lo mejor sería que él estuviera al tanto de todo:
—Necesito decirte algo más sobre Nicolás —dijo, intentando aclarar su mente—. No puedo irme sin hablarte de la lucha interior que está afrontando tu hijo.
—¿Lucha interior? —repitió Gino. ¿Cómo podía tener una lucha interior un chico de diecisiete años?
Nelly suspiró.
—Gino, te dije que Pia murió en un accidente pero aún no sabes algo más... —Nelly frotó sus manos y Gino frunció el entrecejo, preocupado—. ¿Cómo decirlo? —se preguntó ella en voz alta—. Gino... Pia decidió casarse y empezar una nueva vida. Nicolás nunca quiso formar parte de esos planes y, en un arrebato de enojo, decidió viajar la mañana siguiente a la boda. Y ahí fue cuando...
—¿Pia se casó?—preguntó Gino, intentando asimilar tanta información.
—Sí, Pia se casó hace una semana y bueno... también esa noche, Nicolás... —Nelly decidió esconder los detalles— durante el brindis consiguió que los invitados al festejo se quedaran con una mala impresión de él debido a comentarios que hizo en contra de Pia. Fue una noche difícil para tu hijo y, como te decía... la mañana siguiente, sin avisar a nadie, se fue al aeropuerto —Nelly apretó los labios antes de continuar—. Cuando mi hermana despertó y se dio cuenta que Nico no estaba en su habitación, se desesperó, tomó su coche y condujo a toda velocidad hacia el aeropuerto. Su intención era llegar a tiempo y detenerlo... Nunca llegó Gino. Tuvo el accidente donde perdió la vida.
—Entonces... —Gino cerró los ojos.
—Nicolás sostiene con ciega culpa ser responsable de la muerte de su madre. Enfrentar la muerte repentina de Pia ha sido muy difícil para todos, pero para Nico ha sido un tormento.
—Quizá...—musitó Gino, pensativo. Él quería ayudar.
—¡No propongas un psicólogo, por favor! —lo interrumpió Nelly—. Por alguna razón, y Pia tiene la culpa, Nico los odia.
—No iba a proponer un psicólogo —dijo Gino preocupado de que alguien hipnotizara a su hijo—. Iba a decirte que estar aquí en Austen le ayudará. Es un buen lugar para estar solo si eso es lo que él quiere. Aunque...— Gino resopló—. En lo que va del día ya me visitaron tres personas preguntándome si él es mi hijo.
—¿Por qué? —Nelly frunció el entrecejo.
—Alerta Naranja, Nelly, es el único programa de radio local. Todos en Austen lo escuchan para saber las noticias del pueblo.
—¿Los 3,300 habitantes de este pueblo saben que a Nicolás lo asaltó un mapache? —preguntó preocupada. Nicolás tenía menos de dos horas en Austen y ya era noticia.
—Y si no escucharon hoy el programa alguien más de su familia les contará —agregó Gino—. Al menos cuando Margueritte Dupont vino hace un rato a que le platicara sobre Nico le vendí muchas cosas. Preguntó tanto que compró una despensa. Betty tuvo que ayudarla a cargar con todo. Por eso no estaba en la tienda cuando ustedes llegaron.
—¿Escuchaste a Nico en el programa de radio? ¿Ya sabías que vendríamos?
—Sí, creí que Pia vendría con los chicos y que quizá estarían aquí hasta el cumpleaños de Nico. Eso imaginé —dijo Gino, sintiéndose un idiota.
Nelly lo notó y cambio de tema:
—Ahora te hablaré de Jack —le advirtió seriamente, se puso de pie y colocó ambas manos en su cintura—. Le encanta desayunar panqueques, ponerse disfraces y no permitas que se duerma después de las diez o no se despertará a tiempo para ir a la escuela. Eso es todo —terminó de decir y sonrió ampliamente a Gino.
—Los conoces bien, Nelly...
Gino se veía un poco asustado.
—He sido la mano derecha de Pia todo este tiempo, pero no dudo en que tú también lo harás bien... y reconozco que mereces conocerlos mejor que yo, mio caro Gino —aceptó y le dio la mano.
Los dos entraron otra vez a la tienda, pero Nelly únicamente a despedirse de los chicos. Se marchaba con mucha tristeza pero sonreía para que nadie lo notara. Abrazó y besuqueó a sus sobrinos hasta el cansancio y después ayudó a bajar del Volvo el equipaje de ellos.
Cuando se quedaron solos con Gino y Betty, Nicolás y Jack parecían más tímidos que al principio. Betty intentó entablar una conversación con Jack. Por su parte, Gino se acercó a Nicolás:
—Lamento mucho lo de tu madre —le dijo con mucha tristeza.
—Lo sé, papá —respondió el otro. Ahí estaba, junto a Gino Rossi, el hombre que nadie fuera de Austen apreciaba por ser sencillo.
Intentando acortar la distancia entre los dos, Gino abrazó a su hijo. Aún así, Nicolás no pudo permitirse llorar. Se sentía indigno de merecer la compasión de su padre. Pensó en que él no lo perdonaría si supiera cómo murió Pia... sin saber que Gino ya lo sabía.
La tienda El Italiano cerró temprano ese día. Aunque Gino y Betty no esperaban a los chicos querían llevarlos pronto a casa y hacerlos sentir cómodos. Gino imaginó que para la familia de Pía no fue fácil aceptar que sus hijos se queden con él, así que pretendía esforzarse en que ellos se sintieran bien en Austen y más tarde no pidieran irse con Nelly; o peor, con los Esposito.
Gino acomodó el equipaje de sus hijos en un pickup azul con aros rojos estacionado al otro lado de la calle.
— ¿El pickup es tuyo, papá? —le preguntó con extrañes Nicolás—. Yo sólo recuerdo una moto amarilla como tu único transporte.
— Sí, este maravilloso pickup es mío —sonrió Gino—, se llama: Lazzaro.
Pese a que Nicolás sabía del personaje bíblico llamado Lázaro, estaba ansioso de saber por qué, o por quién, Gino le puso ese nombre al pickup con aros rojos. Pero que importa, ¿ponerle nombre a un Pickup? Sólo Gino Rossi.
—¿Se llama Lázaro? ¿Lázaro? —preguntó insistente al querer saber más.
—Es un Pickup Chevrolet 1950. Lo compré hace tres años pero es un poco antiguo —los presentó Gino. "Bastante antiguo", dedujo Nicolás al observar detenidamente el vehículo—. Tarda en arrancar, pero si arranca—aclaró de inmediato—, y por eso decidí llamarlo "Lázaro". ¡Es cuestión de animarlo para que reviva!
—¿Animarlo? —preguntó Jack.
—Su padre tiene otro pickup pero Lázaro es su primer vehículo. Por eso no puede vivir sin él —contó con buen humor Betty—. Sin embargo, cada vez que hace un viaje largo algo se descompone. Nos hemos divertido bastante con eso.
—Sí, hay que animarlo, Piccolino, Lazzaro no es cualquier pickup. Tiene sentimientos. Hay que ser comprensivos con él y recordarle que es importante —respondió Gino a Jack para que Betty no insistiera en platicar sobre los desperfectos mecánicos "ocasionales" del sensible Lázaro.
— ¿El pickup tiene sentimientos? —preguntó Nicolás. Sin duda su padre había perdido la chaveta en estos años que no lo vio, pero él conocía tres psicólogos que podría recomendarle.
Gino no respondió y dio unos golpecitos a Lázaro demostrando que se sentía orgulloso de él.
—Es un buen carro. Un clásico —advirtió a todos.
Nicolás tampoco podía creer que su padre, además de a Lázaro, tuviera otro pickup. Al mirar con más detenimiento la tienda reparó en que tenía más productos que antes, y que el aspecto era más confortable. Finalmente el trabajo de Gino era notorio. Ojalá pudiera enviarles algunas fotografías a los Esposito, a los Baker y a las amigas de su madre, pensó y sonrió orgulloso.
Jack era el más impaciente y subió primero en Lázaro, después entraron Gino y Betty. Nicolás se acomodó en la parte trasera con el pretexto de querer disfrutar el aire fresco. Listos para irse, Gino empezó el ritual para "revivir" a Lázaro:
—Quiero que sepas que eres muy importante para nosotros —dijo, acariciando el volante y trató de arrancarlo pero el pickup sólo hizo un gran escándalo y no arrancó—. ¡Me has demostrado tanta fortaleza a pesar de tus años y tus daños! —recitó Gino, poéticamente.
Desde la parte trasera Nicolás lo escuchaba boquiabierto. Si, en efecto, su padre le estaba hablando a un vehículo, confirmó sin poder creerlo.
Gino intentó arrancar otra vez a Lázaro y no lo consiguió.
—¡Y ahora aquí están Nicola y el Piccolino para verte recorrer la vida! ¡No nos defraudes Lazzaro mio! —terminó de recitar Gino y volvió a intentar "revivir" a Lázaro. Esta vez el viejo pickup del año 1950 hizo ronronear su motor como si fuera un modelo nuevo.
Jack hizo prometer a Gino que un día Lázaro sería suyo. A Nicolás le digo gusto ver feliz a su padre.
***
—¿Qué traes? ¿Es uno de esos aparatos modernos? —Él arrugó el ceño y mapache le entregó el objeto—. Ya veo. Pero esto no lo podré vender, escuché en la radio que el dueño lo está buscando. Aunque, Pensándolo bien, se lo puedo vender a un forastero.
El mapache sacudió con impaciencia su cola.
—Vale, vale. Un trato es un trato... Aquí tienes.
Él le sirvió una copa de sake.
***
Cuando llegaron a la calle Magnolias Gino estacionó a Lázaro frente a su casa, la de color blanco con ventanas azules y buzón pintado de verde, blanco y rojo. Era la primera vez que Jack estaba en Austen y todo era nuevo para él. No así para Nicolás que todo le recordaba su niñez.
El vecindario abarcaba doce casas, seis a cada lado de la callejuela, todas de madera y la mayoría de dos pisos. Cada residencia ostentaba un perfecto jardín al frente, pero el de Gino Rossi era el más desatendido. Era de imaginarse que el mercante apostara más por cuidar su negocio que sus rosales y tulipanes.
La calle se ensombreció al caer la tarde pero Nicolás echó un último vistazo a los alrededores antes de entrar a la casa de su padre. Por último, se entretuvo curioseando el buzón de la casa, que además de estar pintado de verde, blanco y rojo, por si a alguien le quedara la menor duda, tenía escrito a "Italia". Nicolás soltó una risa seca.
Desde una ventana de la casa de enfrente lo observaba Emma.
—Es él —susurró a su gato—. Es Nico, Moshe.
Emma juraría que Moshe puso los ojos en blanco.
Esa noche, Nicolás y Emma no pudieron dormir. Él por miedo a tener otra pesadilla y ella pensando en aquel amigo de su infancia que ahora volvía.
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Hoy dos capítulos c:
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