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Capítulo VI. Emma Appleton

Emma Appleton

Una chica avispada, carialegre, sensible y de apariencia inconfundible. Emma era espontánea y comunicativa. Le gustaba hacer amigos aunque tuviera pocos, esto porque en la preparatoria, debido a su aspecto hippie de cintas en el cabello, ropa hilada de fibras naturales, faldas abullonadas y joyería hecha por ella misma, siempre fue catalogada como rara; y ya fuera por su singular forma de vestir con colores desiguales, aunque la trataban, no la invitaban a salir o a eventos sociales. A Emma nunca la incomodaba eso, ella era feliz siendo como es.

Sin pretenderlo era la mejor en todo lo que hacía. Quizá porque participaba en las actividades donde casi nadie quería anotarse, como: cuidado del medio ambiente y voluntariado en el asilo de ancianos. Emma no tenía tiempo que perder, su paso por el mundo tenía que dejar una huella, en eso creía firmemente; por lo que también se anotó como voluntaria en la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca, y allí pasaba gran parte de su tiempo. Su espíritu alegre y optimista le ayudó para que Samuel Todd, el guardabosque de la Reserva, le diera la oportunidad de participar en el programa de radio local junto a Hugo los martes, jueves y sábados.

La apariencia de Emma parecía débil por su delgadez. No obstante, a pesar de su ligera figura, tenía una bella piel albina y cabellos largos y rubios que, de ser un poco más dorados, serían blancos; y sus grandes ojos color verde limón tenían un fiel admirador aunque ella no lo supiera; y también, según este admirador, lo que más distinguía a Emma era su sonrisa de dientes blancos en medio de pequeños labios rosados.

Era sábado. Emma se despertó temprano para saludar al sol en compañía de su abuela, ambas practicaban yoga; y los sábados en particular, le dedicaban tiempo al jardín frente a su casa. Ellas vivían en una casa de madera, construida en dos pisos y pintada de morado, ubicada en la esquina de la calle Magnolias. Era bien sabido por los vecinos que se cuidaban la una a la otra, no tenían a nadie más. Su vecina del lado derecho era la señora Margueritte Dupont y al frente tenía su hogar Gino Rossi.

Antes de bajar al jardín Emma se recostó en el alfeizar de su ventana y observó la casa de Gino Rossi. No porque fuera particularmente bonita, lo que captaba su atención era el garaje, en la puerta se leía el escrito "Emma y Nico x 100pre". Nico, ¿dónde estará Nico ahora? Se preguntó y una vez más se prometió ir a buscarlo cuando tuviera la oportunidad. Lo que no sabía es que ya no sería necesario.

La ventana de la habitación de Emma, además de permitirle observar toda la calle Magnolias, era una improvisada ruta de escape hacía el techo delantero de la casa. Por lo que, después de divagar un rato, le dio de comer a Moshe, le acarició y se despidió de él, abrió un poco más la ventana, apoyó el píe derecho en el alfeizar y sus manos en el bastidor y se empujó a sí misma. Salió al techado y gateó sobre éste hasta que se acercó al viejo árbol plantado junto a su casa, apoyó el píe izquierdo en el tronco y, estribándose en cada rama, bajó al jardín. Su abuela la vio y, como siempre, la regañó:

—Hay escaleras para bajar, señorita.

Debbie siempre insistía con lo mismo.

—Y tú sabes que nunca las usaré —sonrió a modo de disculpa Emma y se acercó a ayudarle a recortar un rosal.

Usar las escaleras no es divertido...

—Da igual, tenía que decirlo. ¿No vendrán Hugo y sus amigos hoy? —preguntó Debbie y miró la calle.

—Ayer me dijo que sí. Ojalá estén aquí pronto, quiero convencerlos de que su banda toque durante el festival. ¿Tú qué opinas?

Debbie no dudó:

—Llevo cinco meses escuchando su ruido en mi garaje, ya no sé si me gusta su música o me acostumbre a ella —admitió, pues Hugo y los otros chicos, que tenían como lugar de ensayo su garaje, se habían ganado su afición.

Debbie estaba más comprometida que su nieta en actividades locales. Físicamente era una versión de Emma cincuenta años después, aunque no tan rubia, esa cualidad era única de Emma. Hugo, buen amigo de su nieta, le había pedido que le permitiera a él y su banda ensayar en el garaje de su casa, pues la calle Magnolias tenía menos vecinos que las demás y ahí molestarían menos. Los chicos fueron bien recibidos.

A las once de la mañana, Hugo, un chico rubio y bajito, con aspecto gracioso por sus camisas a cuadros, pantalones cortos y enormes anteojos, llegó en una camioneta acompañado de otros tres chicos. El vehículo estaba estropeado y le faltaba una puerta. Era una camioneta Chevrolet Venture 2000 color negro. De ésta bajaron Hugo, Jayden, Max y Koki, un joven de descendencia asiática que siempre ignoraba a Emma.

Debbie fue la primera en verlos.

—Pregúntales hasta qué hora ensayaran hoy —pidió a Emma—, así les preparo pastel y limonada —terminó y continuó regando sus tulipanes.

—Siempre se quedan hasta tarde para que te compadezcas y les prepares algo —aclaró Emma.

—¿En serio?

Debbie parecía complacida.

—No les digas que te dije.

Emma corrió a saludar a los chicos. Hugo ya la esperaba.

—Hugo Mccoy —le saludó ella y estrecharon manos. Los otros chicos continuaron bajando los instrumentos musicales de la camioneta. Hugo se acomodó sus enormes anteojos—. Estaba pensando, ¿por qué si tú y yo estamos en la organización del festival, aún no hemos considerado a tu banda como parte del programa?

—¿Qué? —Para él hubiera sido menos impactante que Emma le confesara amarle en secreto—. No, no, no. Eso no, Emma. Soso-somos aficionados —tartamudeó.

Hugo era medio tartamudo y tenía pánico escénico. Jayden y Max, que también escucharon a Emma, se aproximaron.

—Dios —exclamó Jayden a manera de suplica y saludó a Emma—. Sería nuestra primera presentación pública, Hugo, tienes que aceptar.

—Ya lo creo —opinó Max.

Jayden era un chico larguirucho y el único entre los miembros de la banda lo suficientemente hábil para socializar. Usualmente vestía ropa deportiva. Por otra parte, Max, el más fachoso de todos, era de apariencia regordeta, tenía cabello rizado y lo usaba de tal modo que le quedaba una franja en medio de la cabeza. Al igual que Hugo necesitaba de gafas, aunque las suyas no eran tan grandes. Él vestía ropa desgastada, al estilo grunge.

Koki siguió la plática sin aparente interés. No participaría mientras Emma estuviera presente, de manera que terminó de bajar él solo los instrumentos.

—Y no somos aficionados. Un aficionado no tiene canciones propias y nosotros tenemos varias —presumió Jayden, corrigiendo a Hugo y por si Emma aún no lo sabía—. Emma, puedes estar segura de que Max y yo si queremos tocar en el festival.

—¡Bien! —saltó Emma y los dos chocaron las manos—. Los demás piénsenlo y me avisan —advirtió dirigiéndose también a Koki.

Hugo cambió su peso de un píe al otro:

—Kokoko...ki y yo lo pensaremos y te avisaremos en una semana —dijo, inseguro.

—¿Estás de broma, Hugo Mccoy? —resopló Emma—. Me avisarán el lunes por la tarde y será una respuesta afirmativa —Ella continuó su camino pero repentinamente volvió sobre sus píes—. Ah, y mi abuelita quiere saber hasta qué hora se quedarán hoy. Esta vez será pastel de zanahoria y limonada.

Los chicos sonrieron.

—Ustedes dos tienen programa de radio —Jayden hizo un gesto hacia Hugo y Emma—. Esperaremos aquí hasta que vuelvan.

Emma asintió y regresó al jardín con su abuela.

—¿Por qué el chico de apariencia asiática nunca te saluda? —preguntó Debbie, a quien Koki también ignoraba.

—¿Koki? Tengo dos teorías. La primera es que es tímido y yo le gusto.

—¿Se llama Koki? —Debbie mostró interés.

—Nah, se llama Kiyoshi —negó Emma—, pero a mí me gusta más "Koki". Es más tierno ese nombre que el otro, ¿a que si?

—No va con él. Tiene una mirada fuerte. Pareciera que está molesto —Debbie dudó y Emma sonrió—: Y dices que quizá tú le gustas, ¿y él te gusta?

—No lo sé —admitió Emma y miró el cielo como si esperara que un ángel bajara con la respuesta—. Sólo obtengo evasivas de él y, siendo el caso y si no se esfuerza un poco más, seguramente me perderá —dijo y dirigió una sonrisa a Koki, que ahora la estaba observando.

Él, al notar los ojos de Emma viéndole, bajó la mirada y continúo acariciando su guitarra.

—Es mejor, aunque se acerque a ti, que le demuestres indiferencia, Emma —opinó Debbie.

—¿Lo dices porque vive en Tempura?

—Entonces si vive en Tempura —Debbie carraspeó.

Nota mental: No mencionar el restaurante japonés, y no olvidar que ya había hecho ésta nota mental.

—Hugo me dijo que sí —Debbie cogió la rama de un rosal para podarla. Emma dudó en hacer lo mismo—. Esa es mi otra teoría de por qué no me habla. Quizá me tiene resentimiento por algo que yo no hice.

Finalmente decidió coger una rama y ésta floreció frente a sus ojos.

Debbie, de carácter inquieto, miró hacia donde estaban los chicos.

—No vieron nada —la tranquilizó Emma.

—No haremos jardinería mientras ellos estén aquí, o por lo menos no tocarás nada.

Emma asintió con la cabeza y ya no cogió nada. Prefirió distraerse observando a Koki. ¿Por qué la ignoraba? ¿Cuál de sus dos teorías era la correcta?

—Y no te acerques a Koki o a alguien de su familia —le pidió Debbie, aunque atenta a su rosal y no al objeto de atención de su nieta.

—Lo sé...

Aunque no estaba del todo conforme, Emma aceptó que lo mejor sería que Koki no le hablara. Sin embargo, si la primera de sus teorías era la correcta, no creía que se negase a conocerlo un poco más. Koki era apuesto, de los cuatro chicos el único atlético; y, aunque diera la impresión de ser antipático, su misterio para con ella le resultaba encantador en vez de molesto. No obstante, ¿cuáles eran sus posibilidades? Emma sabía que Koki no visitaba el pueblo. De hecho, los habitantes de Tempura vivían a las afueras de Austen si la presencia de cualquier otro ser humano les incomodara. Aún así, Koki no pasaba inadvertido para las chicas del pueblo, las que alguna vez visitaron Tempura aún conservaban la esperanza de que él las invitara a salir.

Koki siempre vestía de negro, aunque algunas veces variaba un poco y usaba alguna una camiseta blanca y ceñía la ropa a su cuerpo de piel aceitunada. Tenía cabellos flameados color negro fulgente que le cubrían casi la mitad del rostro y las orejas y un piercing en su ceja derecha. Emma tenía que admitir que el chico era atractivo a pesar de su actitud intratable.

Emma interrumpió el ensayo de la banda cuando llegó la hora de que ella y Hugo partieran a las oficinas de la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca. Como cada martes, jueves y sábado, tenían que preparar el programa de radio que todos en Austen sintonizaban en punto de las tres. Jayden, Max y Koki se quedaron tomando la limonada preparada por Debbie, para después continuar ensayando. Ellos también escucharían el programa desde el garaje de Emma hasta que Hugo volviera para llevarlos a sus casas.

***

—Según uno de los anuncios publicitarios en la entrada del pueblo, el programa de radio local, Alerta Naranja, inició a las tres de la tarde —dijo curiosa Nelly—. No estaría mal tener nuestro primer acercamiento con Austen ¿Puedo encender la radio? —añadió, preguntando con un dejo de ironía a Nicolás.

—Pero no cantes —le pidió él aún recostado en el asiento del copiloto y con los ojos cerrados.

—Voy a intentar sintonizarlo —Ella empezó a buscar la estación en la radio de su carro.

—...payasos en zancos, mimos, magos, disfraces y grupos musicales. Eso y más tendremos en el Festival Anual de la Mariposa Monarca, Hugo —decía la voz de una chica.

—Creo que ése es el programa, están hablando del Festival —dijo Jack agudizando su oído.

—Qué emoción —gruñó sarcásticamente Nicolás, aún con los ojos cerrados e intentando dormitar.

La chica continúo hablando del festival:

—Entre los grupos musicales que se presentarán están: Charlie y los mosquitos, un grupo de música country que nos visitará desde el otro lado del país. Sin embargo, siendo yo fanática del Rock Alternativo, hoy hice una cordial invitación a una banda que ensaya todas las tardes en mi garaje. Ojalá acepten tocar en el Festival. ¿Qué opinas, Hugo?

—Yo-yo... —tartamudeó el otro—. Están pensándolo, Emma. Mejor pasemos a las noticias del día —cambió de tema y prosiguió con lo demás en el programa—: Sabes, en la Reserva Ecológica continuamos recibiendo llamadas y visitas de personas que quieren saber cómo va la investigación de las desapariciones en el bosque de Hipwell.

—Así es, Hugo. Y bueno, amigos, el misterio continua. Aún tenemos para ustedes la misma información: Hace tres meses desapareció Carl Wilson, un comerciante que vivía en la ciudad vecina Hipwell. Su esposa Maggie hizo la denuncia y la policía continúa buscándolo. Pese a eso, aún no se sabe nada.

—Qué lamentable informar esto, Emma. Nos consterna saber que nuestro pueblo se ve afectado por esta clase de sucesos y, según explicó también la señora Wilson, la última vez que habló con su esposo este le dijo que buscaría un poco de leña en los bosques de la Reserva.

—Sí y esa tarde desapareció. Hasta ahora sólo eso sabemos. Por favor, amigos, si alguien sabe algo al respecto no duden en contactarse con el oficial Hank Pearman, nuestro jefe de policía local.

—Así es, Emma. No es porque yo lo diga pero Austen siempre se ha caracterizado por apoyarnos unos a otros.

El chico de enormes anteojos era menos tímido al hablar en la radio que en persona.

Los dos jóvenes continuaron comentando noticias locales hasta que les interrumpió el sonido de un teléfono.

—Tenemos una llamada, Hugo. Escuchemos quién es... ¿Aló?

— Aló, ¿Alerta Naranja? —preguntó una voz nasal.

—Sí, le escuchamos ¿Quién habla? —preguntó Emma.

—Mi nombre es Paul Hackett. Soy reportero del periódico Hacedores de la Noticia y estoy de visita en Austen. Un amigo me platicó sobre las desapariciones que se han venido dando en la Reserva Ecológica. Según el historial que tiene la policía local, cada cuatro meses desaparece una persona. Como miembros del grupo ambientalista a cargo de la Reserva, ¿qué tienen que decir al respecto?

—Buenas tardes, señor Hackett, soy Emma Appleton. Gracias por su llamada a Alerta Naranja. Sin embargo, lamento informarle que no podemos dar ninguna declaración, además de lo que ya dijimos. Nosotros sabemos lo mismo que usted sobre las desapariciones.

—Comprendo, señorita Appleton. ¿Y como miembros de la Reserva no están sujetos a la investigación?, pregunto yo.

—Y las puertas están abiertas para cuando el jefe de la policía quiera investigar en nuestras oficinas, señor Hackett —respondió Hugo, con una nota de molestia en su voz.

—Interesante respuesta, ¿señor? Su nombre, por favor.

—Mccoy, soy Hugo Mccoy, y las puertas de la Reserva también están abiertas cuando usted guste visitarnos.

La carraspera de Paul Hackett también se escuchó en el radio.

—Señor Mccoy y señorita Appleton, estaré complacido de visitarlos pronto. Mientras tanto me despido de ustedes, no sin antes motivar a quienes nos escuchan a reportar cualquier incidente que afecte la tranquilidad de la Reserva.

—Por supuesto, señor Hackett, el público ya conoce el número telefónico de Alerta Naranja. 4218-1700. Nos gusta recibir llamadas de nuestros radioescuchas, 4218-1700 —repitió alegre Hugo.

—Así es, Hugo. Ahora, cambiado de tema, ¿sabías que también contaremos con ventas de comida durante el Festival de la Mariposa Monarca? —dijo Emma y colgó el teléfono.

—Ni se les ocurra visitar la Reserva ecológica. Es más, aléjense de cualquier árbol —advirtió Nelly a sus sobrinos mientras bajaba el volumen del radio.

Oh, San Chuck Norris, tú que puedes dividir por cero, protégenos de los infames árboles.

—No es broma, Nicolás —Apuntó la otra. Él le sacó la lengua—. Está bien, exageré con lo de los árboles, pero no con lo demás. No visiten esa Reserva.

—Ni pensaba hacerlo —bostezó Nicolás, que los árboles también le parecían lo más aburrido del mundo. Buscó en su bolsillo su iPod. Prefería escuchar música, incluso La Traviata en voz de Severina Venuto, antes que ese aburrido programa de radio local.

—Tía Nelly, ¿podemos ir al Festival de la Mariposa Monarca? —preguntó Jack al escuchar que también habría comida en el festival.

—Tengo la sospecha que hasta te cansarás de escuchar de ese festival, Jackie —presintió acertadamente ella—. Será la primera semana de septiembre. Yo no estaré aquí pero seguro tu padre te llevará.

—UMmm... —lamentó Jack, pero muy cerca de donde estaban otro rótulo de madera llamó su atención—. ¿Qué dice ese letrero tan raro?—preguntó. En el anuncio se leían palabras desconocidas para él.

Nelly bajó la velocidad para poder leer:

Tempura, el Omiyage de Yoshiko. Restaurante de comida japonesa —celebró—: Qué exótico, ¿no? Es lo último que pensé en encontrar por aquí, pero... me gusta la idea. ¿Quieren comida japonesa?

—¡SÍ! —respondió famélico Jack.

—¿Nico?— preguntó también Nelly, pero Nicolás, entretenido escuchando música, no respondió—.Tomaré tú silencio como un sí —añadió—. Comeré con ustedes antes de que se queden con su padre y me abandonen para siempre —suspiró y siguió las señalizaciones que le guiaban hacia el restaurante.

Para entrar a Tempura Nelly debió desviarse de la carretera y atravesar un sendero pequeño. Después de conducir unos metros llegó a un estacionamiento en medio de un jardín japonés. Como parte del paisaje, también vieron un pequeño puente de madera atravesaba un arroyo artificial que conducía a la entrada restaurante. A pocos metros, en un área más boscosa, divisaron un Kiosko color rojo, y dos caballos, uno blanco y uno negro pastando a un lado de este. Aparte de los árboles de la Reserva Ecológica habían especies nativas de Japón sin duda cultivadas artificialmente.

Nelly estacionó su Volvo y se emocionó al ver árboles de cerezo en flor.

—Creo que en Japón a este tipo de árboles les llaman Sakura —dijo—. Me encantaría visitar Japón —confesó, emocionada.

—Odias el pescado —le echó a perder el momento Nicolás.

Los tres bajaron del vehículo. En el estacionamiento, además del Volvo de Nelly, estaba estacionado un Mini Cooper azul.

—Vamos, Jackie. Mira qué hermoso puente —Nelly tomó de la mano a Jack para recorrer el lugar.

Y cargó al niño para que este intentara alcanzar alguna hoja del árbol de Sakura. Nicolás les aconsejó tomar una que ya estuviese en el suelo; y buscando alguna hoja color rosáceo estaba cuando concentró su atención en algo peludo.

—¿Qué es eso? Parece un animal —dijo, y Nelly y Jack lo miraron señalar debajo del Volvo.

Este era un animal.

—¡Nelly, mataste a un perrito! —lamentó Jack.

—No, no puede ser —exclamó preocupada ella y los tres se acercaron.

Nicolás trató de deducir si la cosa peluda estaba viva:

—No es un perro, es un mapache... creo. Miren la cola —dijo al curiosear detenidamente el pelaje gris y cola con anillos negros que caracteriza a los mapaches.

—¿Está muerto?—preguntó casi llorando Jack, fiel amante de los animales.

—Creo que sí. Seguro el carro de Nelly lo aplastó —dijo Nicolás.

—¡No fue a propósito! —se defendió, Nelly—. No entiendo cómo sucedió

El mapache estaba recostado frente al neumático del copiloto. Nicolás se quitó la chaqueta y trató de moverlo.

—Lo quitaré de aquí. Alguien puede ver lo que pasó y tendremos problemas. Estamos en una Reserva Ecológica.

—Tenemos que llevarlo al veterinario, quizá puedan hacer algo por él —sugirió Jack y Nelly estuvo de acuerdo.

—No, ya debe de estar muerto. Lo aplastó un carro, no pudo haber sobrevivido —insistió Nicolás que no gozaba de interés por ninguna clase de animal.

Justo cuando Nicolás iba a tocarlo con la chaqueta, el mapache dio un brinco y tomó el iPod del cuello de este jalándolo por los auriculares. Los tres se quedaron atónitos, y cuando Nicolás por fin reaccionó, siguió al mapache que, sin dudarlo, se apresuró a entrar a la espesura del bosque.

—¡Viste eso, tía Nelly, fue increíble! —vitoreó Jack, sorprendido—. ¡WOW! Lástima que el pobre mapache morirá asfixiado.

—Nicolás no es capaz de matar a un mapache —cuestionó Nelly, boquiabierta—. Y no sé por qué decidió seguirlo, no lo alcanzará —Rascó su cabeza—. ¡Me preocupa más que entre a ese bosque después de lo que escuchamos en el radio!

—Ese mapache no sabe en el lio que se metió. Nico preferiría morir a no tener su iPod.

—Nunca suelta ese aparato, ¿verdad? —preguntó Nelly sin esperar respuesta mientras los dos vieron a Nicolás alejarse entre los árboles.

—El día que inventen uno para usar dentro del agua, ni se lo quitará para bañarse —dijo en tono burlón Jack.

—¡Nico, regresa! —le llamó inútilmente Nelly.

Nicolás no dio tregua ni dos segundos al mapache. Lo siguió en medio de la arboleda. Hasta tropezó con una piedra por ir corriendo detrás de él. El animalito se desplazaba unos cuantos metros y se detenía para ver si el forastero se cansaba de acecharlo. Nicolás tenía la impresión de que le divertía la persecución. Finalmente, el mapache trepó un árbol de denso follaje y lo perdió de vista.

—¡LADRÓN! —gritó con todas sus fuerzas siguiendo al mapache.

Estaba furioso, la sola idea de imaginarse sin su iPod en un pueblo donde no conocía a nadie le frustró.

— ¡Devuélvemelo! ¡No eres un mapache, eres una maldita rata!

Cuando concluyó que el mapache desapareció sin dejar rastro, Nicolás caminó de regreso a Tempura histérico y peleando con los árboles.

—¡Es mi iPod!—continúo gruñendo y lanzando miradas furiosas al cielo.

¿Por qué todo le empieza a salir mal justo ahora?

Ese bosque era muy húmedo pero nada silencioso. El apacible canto de los pájaros, el viento acariciando los arbustos y el sonido de hojas secas muriendo debajo de sus pies lo acompañaron de regreso. Cada árbol a su paso era un poco más alto que el anterior y pequeños grupos de Mariposas Monarca revoloteaban cerca de él como sugiriéndole jugar a las escondidas. Sin embargo, después de caminar unos minutos, sin que el romántico paisaje le quitara lo enfadado, Nicolás buscó algún atajo para regresar. En vez de eso encontró un letrero en forma de flecha señalando hacia su derecha.

—"Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca, centro de información, diez metros" —leyó y siguió esa dirección.

Si había una Reserva Ecológica en el bosque y un centro de información con encargados de esa Reserva, entonces si encontraría a los responsables de la pérdida de su iPod, asumió.

Las señales lo llevaron hasta una cabaña de madera y, como la puerta estaba abierta, entró.

—Hola... —llamó.

La cabaña lucía pequeña desde afuera pero por dentro si era espaciosa. Estaba acondicionada como oficina, pero de momento no había nadie dentro. Nicolás miró todo con molestia. Al igual que la ruta de entrada al pueblo, ahí también abundaba la publicidad sobre las Mariposas Monarca. Un afiche, un poco más colorido que los demás, llamó especialmente su atención y se acercó a leer:

Alerta Naranja, el programa de radio favorito en Austen, conducido por miembros de la Reserva Ecológica. No te lo pierdas todos los martes, jueves y sábados a partir de las 15:00 hrs. Número de teléfono 4218-1700. ...Interesante... musitó y arrancó del afiche el pedazo donde estaba escrito el número de teléfono.

Se trataba del mismo programa de radio que acababa de escuchar. Quizá aún no ha terminado, supuso, y decidió dejarse llevar por otro de sus impulsos. Un tal Paul Hackett había invitado a llamar y reportar cualquier incidente, por consiguiente, al salir de la cabaña, sacó su teléfono celular y marcó el 4218-1700.

Alerta Naranja, ¿con quién tenemos el gusto? —preguntó alegremente Emma al responder su llamada.

—Eso no importa —respondió él, molesto—. Quiero denunciar que me acaban de robar un iPod cerca de la Reserva.

—Lamento escuchar eso —dijo con inquietud ella—. ¿Qué podemos hacer por usted? ¿Quiere describirnos al delincuente?

Nicolás empezó a preocuparse, ahora tendría que describir al mapache y no quería. Sólo quiso denunciar que le robaron, no quién fue el ladrón.

—¿Señor, sigue en la línea? —preguntó Hugo.

—Si... si, aquí estoy —se apresuró a responder Nicolás y tragó saliva antes de pasar la vergüenza de su vida—: Pues este delincuente... —empezó a describir todo balbuceando un poco— tiene cuerpo regordete, patas cortas, cabeza ancha con un hocico puntiagudo y orejas pequeñas. Alrededor de los ojos tiene una mancha negra a manera de antifaz. Su pelaje es gris y su cola tiene varios anillos grises y negros.

En la cabina de radio Emma y Hugo se miraron el uno al otro sin saber qué decir. ¿Qué acababan de describirles? ¿Un ratón enmascarado? Finalmente Hugo tuvo una ocurrencia:

—¡Damas y caballeros, tenemos la visita de Pie Grande en Austen! —anunció a los radioescuchas y rió.

Nicolás pateó una piedra, molesto.

—No creo que esa Pie Grande, Hugo, o ¿cuánto media el delincuente, señor? —preguntó Emma a Nicolás procurando no reír.

—Medía como sesenta centímetros y calculo que pesaba unos 6 kilogramos —respondió él, disgustado y sintiéndose estúpido por describirles a un mapache.

—Señor, tiene que ser un poco más específico —pidió Hugo, aún riendo. En su cabeza aquel ladrón era un enanito disfrazado de ratón.

—¡Era un mapache! ¿De acuerdo? ¡Un mapache fue el que robó mi iPod!

—¿Un qué?

—¡Mapache!

Nicolás, que había perdido el control, no soportaba ser el hazmerreir de Hugo.

—¡Lo hubiera dicho antes! —exclamó con un tono de alivio Hugo, pero cuando intentó continuar hablando se cayó de su silla ahogándose por la risa. Hasta los anteojos se le cayeron.

—Señor, lamentamos informarle que ha sido una víctima más de Bribón, el ladrón más famoso del pueblo —dijo Emma muy apenada.

A Nicolás no le importó que al menos ella no se mofara de él, se sentía afrentado por Hugo y su tolerancia llegó al límite:

—¡No me importa si el mapache tiene un nombre o si es celebridad en este lugar, el rufián terminará disecado en algún escaparate si alguien no da la cara por el robo de mi iPod!

Emma se quedó sin palabras, como buena ambientalista no podía concebir la idea de un mapache disecado. Entonces Hugo intervino:

—¿Y llamó a Alerta Naranja suponiendo que Bribón nos sintoniza desde algún árbol? —aplaudió y se sentó otra vez en su silla— ¡Claro que sí amable público que nos escucha, Alerta Naranja también es el programa de radio preferido de los animales del bosque! Bribón, sabemos que nos estás escuchando, devuélvele su iPod al señor, por favor —dijo burlonamente y continúo riendo.

Emma lo codeó.

—¡BASTA! —gruñó Nicolás—. ¡No voy a permitir que continúen burlándose de mí! Les llamo porque sé que el programa de radio está a cargo de miembros de la Reserva Ecológica y sospecho que ustedes son los responsables del robo.

—¡Un momento, señor! —Emma se indignó—. Somos un grupo ambientalista, no delincuentes.

—Lo dudo, señorita. Es más, estoy casi seguro de que ustedes entrenaron al mapache para robar.

—¿Perdón? ¿Acaso tiene pruebas de lo que está diciendo? —continúo discutiéndole ella—: En primer lugar no podemos aceptar la acusación de alguien que ni siquiera quiso decir su nombre —le recordó.

Emma también había perdido el control.

—Mi nombre es Nicolás Rossi —respondió el otro aún más airado que ella—. Y soy quien los acusa públicamente de entrenar al mapache para robar.

Al escuchar el nombre "Nicolás Rossi", Emma, una vez más, se quedó sin palabras. Apartó el micrófono de ella y ladeó su cabeza de un lado al otro sin poder creerlo.

¿Nicolás?

Hugo notó su desconcierto y él continúo discutiendo con Nicolás:

—Mucho gusto, señor Rossi. Yo soy Hugo Mccoy —dijo, aunque esta vez con total seriedad—. Lamento informarle que no podemos hacer nada por usted y lamento aún más que nos considere delincuentes. Busque al jefe de la policía local, su nombre es Hank Pearman y denúncienos oficialmente. Con todo gusto participaremos en la investigación que él realice.

— ¡Eso haré... y gracias por nada! —contestó lacónicamente y colgó.

Y pensando en cómo regresar a Tempura estaba cuando vio un jeep color verde musgo estacionarse frente a la cabaña. Del vehículo bajó un muchacho rubio con apariencia de ser capitán de un equipo de futbol americano pues era alto y ancho de hombros. Su vestimenta era la de un Guardabosques y parecía muy ocupado. No obstante, cuando notó la presencia de Nicolás, se acercó a él con una actitud cordial.

—Buenas tardes ¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó extendiéndole la mano para saludarlo.

Nicolás estrechó manos con él.

— Sí, quiero poner una denuncia —dijo, adustamente.

—Pase adelante, por favor. Bienvenido a las oficinas administrativas y centro de información de la Reserva Ecológica de la Mariposa Monarca —anunció, y Nicolás, que estaba harto de escuchar o leer "Mariposa Monarca" por milésima vez, entró a la cabaña con él.

Del jeep también bajó una mujer que cargaba un bebe. Nicolás no había notado su presencia por estar pendiente de cada movimiento del guardabosque. Los tres entraron a la cabaña y el muchacho entregó un vaso con agua a la mujer.

—Soy Samuel Todd, Guardabosques de la Reserva y me disculpará el olvidar presentarme allá afuera, pero ha sido un día muy cansado para mí. No sé ni donde tengo la cabeza —se disculpó y prosiguió con el protocolo—: Yo escucharé su denuncia, primero quiero su nombre.

—Nicolás Rossi.

— Bien, señor Rossi, cuénteme ¿Qué le paso?

—Un mapache que atropellamos —dijo Nicolás y Samuel, el Guardabosques, se sorprendió—. ¡Perdón! Que pensé que atropellamos porque en realidad estaba vivo... demasiado vivo a decir verdad ¡Me robo mi iPod! —añadió, indignado.

Samuel, sin esperar a que el otro terminara de relatar lo sucedido, empezó a reír, aunque sonando un tanto pedante.

—Entonces... ¿El mapache le robo su iPod? —preguntó, intentando parecer serio.

—Sí y lo quiero de vuelta —contestó muy digno Nicolás.

—Oh, claro que sí, señor Rossi, trabajaré inmediatamente en ello —aseveró Samuel con sarcasmo—. Además de ser el Guardabosques de esta Reserva también soy director de la agencia de investigación contra... si claro, ¡mapaches!—exclamó y continúo con un tono intelectual—: Como se dará cuenta, señor Rossi, estoy más que preparado para empezar a buscar a ese ladrón.

Nicolás sintió la necesidad de golpear a Samuel pero se contuvo. Aunque lo hiciera, sin duda le regresaría el golpe y sería peor.

—¡No entiendo cuál es el chiste! ¡No tengo sentido del humor en este momento! ¡Ni siquiera me interesa saber quién es usted! Desapareció mi iPod y estoy casi seguro que los miembros de la Reserva son los responsables.

Samuel esta vez lo miró molesto.

—¿Pero qué acaba de decir? —preguntó entonces con afán de que Nicolás se retractara.

Bajo su propio riesgo y, sabiendo de que el corpulento chico era más fuerte que él, Nicolás no desistió.

—¡El mapache es un animal! No robaría si no estuviera entrenado por alguien —continuó viendo de pies a cabeza a Samuel.

—Aquí no somos ladrones, señor —sostuvo firmemente el otro—. Y aunque usted no tenga sentido del humor, sepa que es otro ingenuo que engañó Bribón, un mapache que no tenemos idea de dónde salió pero que roba a los forasteros; y lo mejor será que se retire porque ya nada puedo hacer por usted.

—¡Alguien tiene que responsabilizarse por el robo de mi iPod! —repitió molesto Nicolás y empezó a caminar por la cabaña como león enjaulado.

—Está bien, ya que le urge tanto recuperar su iPod —dijo Samuel y miró a la mujer con el bebe—: Señora Wilson, si me disculpa no podré seguir investigando por qué su esposo lleva tres meses desaparecido. El joven necesita que busquemos su iPod.

Sorprendido por las palabras de Samuel, Nicolás observó a la mujer. Esta se veía desconsolada. Ella bajó la cabeza y él se dirigió a ella con mucho respeto:

—Lo siento, señora—dijo, intentando expresar su pesar.

Se escuchó el abrir y cerrar de una puerta y, a través de un corredor, llegaron Hugo y Emma. Al mirarlos, Nicolás decidió salir inmediatamente del lugar. Ya no quería discutir con nadie más de la Reserva.

—¿Quién es él? —preguntó Emma a Samuel.

—Dijo que se llama Nicolás Rossi y vino porque Bribón le robo un iPod. Además nos acusa de ser los responsables —dijo Samuel, gruñendo—. Si vuelve otra vez no lo dejen entrar. No quiero volver a verlo.

Samuel se caracterizaba por su mal humor.

Nicolás Rossi no tenía ni 24 hrs. en Austen y ya tenía un enemigo.

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