Capítulo IX. La Farfalla
Con este y el anterior, dos capítulos hoy ♥
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La Farfalla
—¿Verdad que no me obligarás a dormir solo?
—No, Jack. Anoche dije eso porque no dejabas de molestar.
—Tengo miedo de dormir solo.
— ¿Por qué?
—No lo sé —chilló Jack.
Jack Rossi se despertó esa mañana un poco susceptible. Estuvo tan emocionado durante su primera noche en Austen que concilió el sueño hasta muy tarde; y mientras eso sobrevenía atosigó a su hermano hasta el cansancio. En el amanecer de un nuevo día, con sumo arrepentimiento y miedo de pernoctar sin compañía al caer otra vez la noche, empezó a disculparse:
—Ya no te molestaré con lo del mapache, lo juro.
Nicolás rodó sobre su cama y puso una almohada sobre su cara:
—¡Ya duérmete, Jack!
—Pero ya amaneció. Quiero ir a jugar.
—Apenas son las seis —continuó quejándose Nicolás—.Cielo santo, sólo dormiste cinco horas.
—¿Tú dormiste?
—¡No! —gruñó el otro por fin se levantó de su cama. Junto a esta tenía una mesita de noche y sólo una angostura la separaba de la cama de Jack.
Nicolás, malhumorado, tiró al piso su almohada.
La vivienda si contaba con suficiente espacio para que cada hijo de Gino Rossi tuviera su propia habitación, pero Jack no quería dormir solo. No se adaptaba fácilmente al cambio, y hasta nuevo aviso compartiría esas cuatro paredes con su colérico hermano.
Al terminar de desayunar Nicolás y Jack salieron de la casa con impaciencia. Desde que Betty contó que además de tener a Lázaro su padre también tiene con otro pickup insistieron en verlo con sus propios ojos. Gino finalmente accedió sin dar mucha importancia, no le gustaba la idea de que compararan a su amado Lázaro con el otro vehículo modelo 2009.
En lo que Betty presentaba a los chicos con el vecino de al lado Gino abrió el garaje. A continuación los chicos confirmaron que, a comparación de Lázaro, el vehículo dentro de este se veía más nuevo y cómodo. No obstante, Gino explicó que únicamente lo utilizaba para viajes largos y que Lázaro era su mano derecha, su incondicional.
Al salir de garaje Nicolás ayudó a su padre a cerrar el portón de este, el cual se cerraba de arriba hacia abajo...
—¿Qué mier... —intentó pronunciar bajo la mirada de censura de Betty.
—No digas palabrotas frente a Jack —lo regañó ella.
Para su embarazosa sorpresa, al terminar de bajar el portón Nicolás descubrió un corazón torpemente dibujado. Y en medio de este se leía: Nico y Emma x 100pre.
—¿A que no recordabas ese corazón? —le preguntó con ternura Gino, a la vez que Jack se doblaba de la risa.
—No... —dudó un poco Nicolás—. ¿O sí? pero, ¿por qué sigue ahí, papá? —alegó. El día anterior no lo había notado por despistado.
—Nunca tuve ánimo de borrarlo —cuchicheó Gino—. Siempre me acuerdo de ti cuando lo miro.
—Gino —Nicolás señaló el corazón— ¿te das cuenta de lo vergonzoso que será para mí que todos en esta calle sepan que el autor de esta ridiculez vive aquí otra vez?
—Pero tu obra de arte es patrimonio de la comunidad —Gino miró con ternura el corazón—. Todos han escuchado la historia de cuando estabas enamorado de la Farfalla y...
—¡Pues ahora será parte de la historia y memorias de Austen! —interrumpió—. ¿Tienes pintura en tu garaje? —pateó el portón rogando a Dios que así fuera.
—¿Farfalla? Significa Mariposa en italiano, ¿verdad, papá? —preguntó Jack.
—Sí, es italiano —Gino revolvió el cabello de Jack para felicitarlo—. "Farfalla" —observó la casa de Emma—. Así le digo de cariño a Emma Appleton. A esa chica le gustan las mariposas.
—Papá, la pintura —recordó Nicolás a Gino al mismo tiempo que intentaba fulminar con la mirada el fantoche corazón.
Betty colocó una mano sobre su hombro:
—Antes de borrarlo deberías hablar con Emma, quizá ella no esté de acuerdo en que lo hagas —recomendó.
—Tengo pintura en el garaje, Nico —dijo Gino—, pero estoy de acuerdo con Betty. Pintaste ese corazón para la Farfalla, y ella debe saber que lo piensas borrar. Tú lo pintaste pero... es de ella. No sé si me explico.
Nicolás se cruzó de brazos.
—No sé si lo sepas, pero fue con ella que discutiste en el programa de radio. Emma Appleton ¿La recuerdas? —añadió Betty.
—¿Ustedes dos saben lo del programa de radio? —preguntó Nicolás mirando con recelo a ambos, que de lo que acababa de escuchar sólo eso le importaba.
—¡Corso! Y todo Austen también —afirmó Gino con una mueca de preocupación—. Escuchar ese programa de radio es uno de los pocos pasatiempos aquí —Nicolás sintió ganas de despellejar al mapache por la vergüenza que tendría que soportar—. Y como te repito, el corazón no es sólo tuyo, también es de Emma.
Gino esperó a que el chico reconsiderara su decisión, pero con consiguieron convencerlo.
—No me importa si la tal Emma está de acuerdo o no —dijo—. La humillación pública es para mí, y si fue con ella que discutí en el programa de radio con mayor razón quiero desaparecerlo ¿Dónde está la pintura, papá? —insistió una vez más Nicolás mientras se arremangaba su camisa y mirando con molestia el corazón.
Resignado a que su hijo no daría marcha atrás, Gino sacó un poco de pintura azul de su garaje.
Los tres observaron a Nicolás borrar el corazón que siete años atrás pintarrajeó para Emma. Jack, además de mirar, vitoreó hasta el cansancio:
—¡Nico y Emma por siempre!
Jack también bailó como si estuviera en el reparto de la obra lago de los cisnes. Nicolás, ahí de rodillas rayando con pintura azul el portón, también rogaba al cielo y a San Chuck Norris que la tal Emma no estuviera escuchando o viendo a su hermanito.
Él no lo sabía pero de hecho Emma, que también despertó temprano esa mañana, no sólo estaba escuchado sino que también observó desde su ventana la escena.
—Lo borró, Moshe —dijo con un suspiro al gato y dirigió su mirada hasta un retrato de pie sobre un anaquel de su habitación.
La fotografía era de dos niños jugando en un columpio que colgaba del viejo árbol junto a su ventana. La niña estaba sentada sobre este y el niño estaba de pie detrás de ella, mostrándole una Mariposa Monarca. Emma se acercó al retrato y lo tomó con sus manos. Entristecida caminó por su habitación y, a comparación de Nicolás Rossi, ella si quería recordar.
—Recuerdo esa mañana que el sonido de un camino de mudanzas me despertó. Me acerqué a mi ventana y vi que finalmente ocuparían la casa de enfrente —empezó a contar con nostalgia al gato que una vez más puso los ojos en blanco—. Avisé a mi abuelita y las dos salimos a recibir a los nuevos vecinos. Gino, Pia y su hijo... Nicolás. Ellos siempre fueron amables con nosotras; y, siendo Nico y yo los únicos niños del vecindario, casi de inmediato nos hicimos amigos. Fue tierno.
Él jugaba conmigo hasta caer la noche. Su mamá tenía que obligarlo a entrar a su casa —sonrió—. Nos llegamos a querer tanto... Éramos tan unidos que cuando él supo que se iría lejos, dibujó ese corazón —Emma caminó otra vez hacia su ventana—. Eso me ayudó a no sentirlo tan lejos...
En ese momento Nicolás pasó la brocha con pintura azul sobre "x 100pre".
—Qué estupidez —Emma se sintió tonta—. Una historia de lo más cursi, Moshe —rio, sintiendo un nudo en la garganta. Moshe asintió—. Y ése creo es también el final de la historia —agregó, regañándose por sentir ganas de llorar—. ¿Si a él no le importa por qué a mí sí me tendría que importar?
Al gato recostado sobre la cama parecía no importarle escuchar la redicha historia, pero comprendía que ella necesitaba expresarse. Emma esperó volver a ver al Nicolás Rossi que la quiso inocentemente e imaginó que aquel amigo de su infancia, al reencontrarse, sentiría la misma vaga inclinación por ella... Pero no.
—¿Por qué tendría que ser diferente si ya no somos niños? —continuó quejándose—. Ya era hora de que alguien despintara ese corazón —dijo, enojada por sentirse lastimada.
Y llevando con ella el retrato, caminó otra vez hacía el anaquel, aunque esta vez en lugar de colocar el retrato sobre este, molesta, lo guardó dentro de un cajón.
Nicolás borró tan bien el garabato que pintó siendo niño que parecía nunca haber estado algo dibujado en ese portón. Al terminar de pasar el último brochazo, persiguió a Jack y también lo pintarrajeó de azul por burlarse de él.
Betty le quitó la camisa a Jack para enjaguarlo ahí mismo. Fue en ese momento cuando Nicolás distinguió en el cuello de su hermanito una brillante piedra anaranjada. El collar "mágico" de Miyu.
—¡El collar de Miyu! —exclamó, sorprendido.
Jack, que ahora se veía como uno de los Pitufos, se lo entregó:
—Olvidamos devolvérselo y pensé que quizá ...
—Bien. No pasa nada —lo interrumpió Nicolás—. Gracias a éste olvido tengo la excusa perfecta para volver a verla —afirmó, galante.
—¿Puedo ir contigo?—preguntó inocente el otro.
—No, Piccolino, está misión es únicamente mía.
Nicolás revolvió el cabello de su hermano.
Gino y Betty, que no tenían ni la menor idea de quién es Miyu, después de lavar a Jack con la ayuda de una manguera, lo entraron a la casa para sacar de sus orejas y nariz hasta el último residuo de pintura azul.
Nicolás aprovechó ese momento para guardar el recipiente de pintura azul dentro del garaje.
Era domingo por la mañana y Emma quería llegar temprano a su reunión con Hugo, Samuel y Laila, miembros del comité encargado de la organización del Festival de la Mariposa Monarca. Y es que faltaban pocas semanas para el festival y en el programa de actividades del escenario principal aún quedaban horarios que debían utilizar; quizá con otro concurso de disfraces o con la presentación de algún músico local. También tenían que decidir dónde ubicarían cada actividad, por lo que tendrían que visitar el antiguo campo de fútbol del pueblo. ¿El juego de tiro al blanco sería más vistoso al colocarlo junto a la piscina de pelotas? Aunque de colocarlo allí pudiese ser opacado por los carros locos o el pulpo mecánico. ¿El show de mimos quedaría mejor cerca de la entrada? ¿Y el carrusel no estaría muy escondido detrás del escenario principal?
Era tanto lo que el comité organizador debía discutir que Emma se apresuró a salir por su ventana al techo de su casa para bajar a su jardín apoyándose en el tronco del viejo árbol. Sin embargo, antes de iniciar una vez más la hazaña, vio a Nicolás entrar al garaje de Gino con el recipiente de pintura. Idiota, pensó. Se sentía molesta con él. Y sin pensarlo dos veces, intentó bajar del árbol lo antes posible para que él no la viera. Debo hacerlo antes de que salga del garaje. No contaba con que al bajar más urgente que de costumbre su camiseta, parte de su atuendo hippie, se atoraría en una de las ramas del árbol.
No, no, no ¡No puedo ser! Tenía que salir de ese aprieto antes de que Nicolás la viera.
Habiendo colocado ya el recipiente con pintura en su lugar, Nicolás salió del garaje. Caminó unos segundos y ladeó su cabeza hacia un lado al ver a una colorida chica intentando escapar de la rama de un árbol, e imaginando que se trataba de Emma, decidió que lo mejor sería entrar cuanto antes a la casa de Gino para evitar toparse con ella. Pero dudó, ¿qué era lo peor que podía pasar? Decidió esperar y afrontarla por si quería reclamarle el haberse desecho del corazón.
¡Lo hice porque no quiero admitir que alguna vez estuve enamorado! Pensó en responder sin miramientos. Aunque lo último que pasó por su mente fue ayudar a Emma a escapar del árbol. No sólo porque no le importaba, sino que tampoco no quería verse obligado a platicar con ella si es que podía evitarlo.
Emma, impaciente por desprender su camiseta del árbol, tiró con tanta fuerza de esta que cayó de espaldas sobre la grama, y aunque la distancia del tronco al suelo no era preocupante, si consiguió deshilar un poco su camiseta.
—Trágame tierra. Trágame y escúpeme siendo un gusano —dijo a sí misma al sentir la mirada de Nicolás Rossi sobre ella, e inmediatamente se puso de pie fingiendo que no le dolió la caída. Aunque un ¡Ouch! se le escapó sin querer.
Él intentó no reírse pero falló. Es ella. Larga cabellera rubia anudada con listones, piel albina y atuendo hippie. Sí, la hippie loca es Emma. La siguió con la mirada hasta que la vio tomar una bicicleta color verde aparcada a un costado del árbol.
Cuando ella lo miró de reojo fingió estar ocupado determinando el clima.
—¿Hasta cuándo estará aquí? —se preguntó Emma, aparentando no darse cuenta de que Nicolás estaba al otro lado de la calle—. ¿Y por qué tarda tanto en determinar que el cielo está despejado?
No me mires, no me mires, no me mires...
Después de empujar su bicicleta por el jardín, Emma se detuvo a la orilla de la calle e inevitablemente cruzó su mirada con la de Nicolás. No me mires, No me mires, No me mires.... Mierda.
Fue un momento engorroso para ambos porque ninguno dirigió al otro alguna sonrisa amable. Emma esperó durante cinco segundos pero como él no saludó, ella tampoco. Él la miró serio y Emma tuvo la impresión de que hasta un poco molesto. Sin poder soportar un segundo más la mirada del chico, ella apartó la suya riendo nerviosamente.
¿De qué se reirá?, quería saber Nicolás, esperando que no fuera de él. No había motivo para hacerlo. Eran dos extraños que ni siquiera tenían la cortesía de saludarse. Además, fue ella quien acababa de caerse risiblemente de un árbol.
Emma, obligándose a no mirar sobre su hombro, echó a andar su bicicleta. Estaba molesta con ella misma por reírse tontamente frente a Nicolás.
¿Por qué no lo saludé? Él es un grosero pero yo no lo soy. Quizá deba regresar y presentarme... ¡No! Se reirá de mí y no lo soportaré. Fue mejor que yo me riera antes de él.
Desistió de la idea de intentar hablar con él tan pronto como se alejó de la calle Magnolias.
***
—Ni siquiera saludaste a Emma —le reprochó Gino a Nicolás en lo que ambos colocaban sobre la parte trasera de Lázaro algunas cosas que servirían en la tienda—. Pudiste haber dicho alegremente: ¡Buon giorno, Farfalla!
—¿La rubia vestida de hippie? Ella tampoco me saludó —le recordó él, ya que había presenciado su frio reencuentro con la tal Emma.
—Tú eres el Cavaliere, Nicola —reprochó Gino y Nicolás hizo un gesto de inconformidad.
—Ni siquiera me acuerdo de ella —negó—. Sé que jugábamos juntos pero... ¿y eso qué? Ya no somos niños. Hasta había olvidado que se llama "Emma". La vi ayer en la oficina de la Reserva pero cambió bastante, supongo, porque no la reconocí por ese estilo New Age que carga ahora. Su cabello luce igual pero...
—Creció. Ahora es una señorita.
—Una señorita muy maleducada que ni siquiera me saludó..
—Deberías ser más amable al hablar de ella —continuo defendiéndola Gino—. Cuando te fuiste pasó semanas preguntándome por ti... Pero como un psicólogo le recomendó a tu madre alejarte de ella, no le pude dar algún número de teléfono para llamarte o dirección para escribirte. Con el tiempo simplemente dejó de preguntar.
—¡Perfecto! Imagínate a una niña llamándome o escribiéndome cartas.
—Nico, ustedes dos eran amigos. Hasta dibujaste un corazón en mi garaje por y para ella. Hijo, las mujeres son sentimentales y cursis ¡muy cursis! Quizá tú hayas sido más importante para Emma de lo que te imaginas —Nicolás hizo una mueca y Gino, echando su cabeza hacia un lado, buscó en sus memorias—: Recuerdo esa temporada cuando tuve que marcharme de Bari. Fui a Roma buscando fortuna y aprendí el oficio de taxista. Pero extrañaba Bari. Ver el mar y ver a... —Gino intentó peinar su bigote—. Eleonora Castiello, mi sexta novia. Pensé que habíamos terminado, pero cuando volví a Bari, cinco años después de nuestra despedida, ella me esperaba. ¿Puedes creerlo? Me esperaba. Lamentablemente para Eleonora esa temporada me enamoré de Pia.
—¿Eleonora fue tu sexta novia? —preguntó Nicolás imaginándose a su padre siendo un casanova.
—Yo vivía enamorado del amor y fugitivo del compromiso, Nicola —dijo Gino, rojo carmesí—, pero Pia Esposito tenía todo lo que yo buscaba en una mujer. Un día el amor te atrapará a ti también —Él enarcó una ceja—. Quizá te esté esperando en Austen. Emma Appleton es linda.
Nicolás rodó los ojos. Aunque Gino decidiera pasar el día completo defendiendo a su Farfalla y su teoría de que posiblemente ella lo esperaba fuera cierta, él no tenía ningún tipo de interés en Emma. El afecto por ella pereció con su infancia. ¡Qué buen trabajo hicieron los tres psicólogos donde lo llevó Pia por repetir insistentemente que Emma tenía poder sobre las plantas!
—¿Eres el presidente de su club de fans, Gino?
—Es una buena vecina y sólo estoy sugiriendo que serias afortunado si te esperó.
—Entonces lo mejor es ignorarla. ¿Una chica enamorada de mí desde hace siete años? Para mí eso es como de terror. —Nicolás hizo un gesto inquietante—. ¿Te imaginas? Yo sería el protagonista de una novela de Stephen King: "Ella lo esperó durante siete años aferrándose a una promesa de niños. Su único consuelo, un muñeco vudú sobre un altar de lágrimas repleto de magia cubana. El irresistiblemente guapo, pero ingenuo chico, no sabía el terror que le esperaba en aquel pueblo perdido en el mapa" —Se le erizó la piel solo de pensarlo. Gino puso los ojos en blanco ante la exageración de su hijo—. Yo no necesito eso, papá. No ahora. Así que por favor, te lo ruego, ya no hablemos de Emma.
—Bien... ¿Vienes conmigo a El italiano?
—Volveré aquí después de medio día. Quiero hacer un par de llamadas.
Entre otras cosas más importantes qué hacer que hablar de Emma, Nicolás quería llamar a Nelly para saber si llegó sin novedad a Deya, y a Brian, pues no pudo despedirse de él.
Jack, acompañado por Betty, salió corriendo de la casa llevando con él a Alfredo, su tortuga. Se veía un poco menos azul gracias a que lo tallaron hasta el cansancio. El Piccolino quería a Lázaro tanto como Gino y entre los dos hicieron el ritual para arrancarlo.
Nicolás se acomodó en la parte trasera del pickup, pensaba en todo menos en Emma. Ella no era importante para él. Desde hace algunos días, molesto por todo el alboroto por la boda de Pia, asumió una actitud de estar siempre a la defensiva; y a pesar de lo sucedido a su madre, esa actitud le había funcionado tan bien frente a los Baker y los Esposito que la empacó para llevarla con él a Austen.
...
Tras una provechosa mañana, Emma regresó a la calle Magnolias. Acomodó su bicicleta junto al viejo árbol y entró a su casa. Escuchó a Debbie acomodar platos al mismo tiempo que cantaba y caminó hacia la cocina para saludarla.
—¡Y es que la fuerza de un amor así, sabe triunfar siempre a pesar de todo! —cantaba Debbie.
—Es una lástima que ABBA ya no de conciertos —la interrumpió Emma—, te llevaría a todos ellos.
Debbie rió y la alentó a cantar con ella:
¡Escríbeme y te lo explico, perdóname te lo suplico, hasta mañana dime, hasta mañana mi amor...! —¿Entraste por la puerta principal? —dudó Debbie— ¿Tendré una nieta que entra y sale de casa como una persona normal? —preguntó y siguió tarareando la canción. —Por hoy la tendrás —dijo Emma con una mueca. No quería subir a ese árbol hasta que Nicolás Rossi estuviera lejos de Austen. —Volví temprano del Rincón Europeo porque me topé con Gino Rossi —dijo Debbie, tentativamente—. Me platicó que sus hijos se mudarán con él.
—¿Nicolás se quedará en Austen?
Ahora tenía que asimilar la noticia.
Así que era inevitable encontrarse a diario Nicolás. ¿Qué hacer? No tenía que hablarle o saludarle. Sin embargo, debía ser educada y cortes. Un gesto amable al día sería suficiente, pensó. Y tal vez en tres o cuatro meses algún Hola, Buenos días, Buenas tardes y Buenas noches o Adiós. Y con el tiempo cada uno seguiría su camino en la vida. ¿Esa sería su relación?
—La mamá de Nico murió hace algunos días... —informó con tono sombrío Debbie y con ello interrumpió los planes de Emma para lidiar con Nicolás durante los próximos meses y años.
—¿Pia? —balbuceó Emma. Ahora se sentía culpable por juzgar la actitud de Nicolás—. Yo... no lo sabía.
—Claro que no lo sabías —reprochó Debbie—. Le pregunté a Gino si visitaste a Nicolás ayer y no te vio ni asomarte a su casa.
Emma sacudió sus hombros: —De acuerdo, vi a Nicolás hoy por la mañana antes de irme a la Reserva... y admito que no lo salude, pero...
Emma quería justificarse.
—¿No lo saludaste? ¿Por qué? —interrumpió Debbie. Estaba molesta.
—¡Porque él tampoco me saludó, abuelita! —recordó con tristeza Emma—. Hasta creo estaba molesto de verme.
Ella no quería hablar con Nicolás porque había sido grosero con ella desde que llegó ¡La había llamado delincuente en su propio programa de radio! Pero sin duda lo que estaba viviendo el chico no era sencillo, perdió a su mamá y no iba a pasear sonriente por la calle. ¿Tendría que disculparse?
—Nicolás está pasando por un momento difícil y tú eres su amiga —sostuvo Debbie. Para ella la actitud de Emma era inaceptable—. No puedo creer que no lo hayas visitado o siquiera saludado.
—Yo no soy su amiga, fui su amiga —corrigió Emma— o su compañera de juegos. Ya no lo sé... Éramos niños, abuela.
—Margueritte Dupont y yo, además de tener un negocio juntas, tenemos quince años de ser amigas —le recordó Debbie—. A veces nos hemos distanciado o molestado, pero alguien tiene que ceder —Hizo a un lado lo que estaba preparando y miró a su nieta indecisa sobre qué actitud tomar con Nicolás Rossi—. Estoy preparando un pastel de chocolate —le informó—. Recuerdo que a Nico le encantaba. Se lo llevarás y no quiero un "No" como respuesta. —indicó siendo esta una orden y no una sugerencia.
Emma miró a su abuela sin poder creerlo. Tenía que ser una broma. Llevarle un pastel a Nicolás Rossi sería peor que caerse de un árbol frente a él.
—No, no le llevaré un pastel —negó cuando advirtió que Debbie hablaba en serio—. Eso es demasiado, abuela. Lo saludaré cuando nos encontremos otra vez... y en dos meses —Emma intentó coger un poco de aire—. En dos meses le llevaré el pastel. No antes —suplicó casi llorando y preocupada por su dignidad ¿Cómo iba a llevarle un pastel a alguien que ni la quiso saludar esa mañana?
Debbie, con las manos en la cintura, observó a Emma sin dar marcha atrás. Aunque era una abuela mimosa con su nieta, si ella ordenaba algo no se discutía más.
Oh, madre tierra, te pedí que me tragaras y escupieras como un gusano.
Una hora más tarde, Emma estaba en la puerta de su casa con un pastel de chocolate en las manos. La instrucción era llevárselo a Nicolás. No tenía que hablar con él sino quería, pero, según Debbie, no estaba bien mostrar indiferencia ante su pérdida.
Los veinticinco pasos que contó Emma desde su casa hasta llegar a la de Nicolás le dieron suficiente tiempo para pensar: ¿Hablarle o no hablarle a alguien que a todas luces quería borrar cualquier recuerdo relacionado a ella? Curioseó la propiedad de Gino Rossi como nunca antes. Esta era una casa de madera construida en dos pisos y pintada de blanco. Era sólo un poco más grande que la suya, pero en ese momento la vio enorme. Lázaro no estaba estacionado afuera, por lo que advirtió que posiblemente tendría que regresar a casa con el pastel porque no encontraría a nadie.
Que nadie esté en casa, Dios...
Emma miró sobre su hombro añorando regresar a su casa. Después saboreó un poco del olor del pastel de chocolate, que seguramente estaba delicioso; cerró los ojos y continuó caminando hacia la residencia los Rossi arrastrando sus pasos.
Habiendo cruzado el cercado de la casa notó que, a diferencia de su jardín, el de Gino no cultivaba tantas plantas, y que las pocas que tenía estaban un poco maltratadas. Ella bien podría ayudarle con eso. La casa tenía un pórtico sencillo y una banca junto a la puerta. Emma subió dos escalones y entró al pórtico. Sus manos sudaban, por lo que sintió miedo de dejar caer el pastel. ¿Y si lo dejo caer frente a él? Qué vergüenza... Lo tomó con dificultad con una sola mano para poder tocar el timbre y rogó al niño Jesús que nadie saliera. Pero no habían pasado tres segundos desde que tocó el timbre cuando ya estaba dando pasos hacia atrás con la intensión de irse de allí lo antes posible. Dando un tercer paso estaba cuando Nicolás abrió la puerta. Quiero morir. Debí dejar el pastel frente a la puerta, tocar el timbre y huir. Pero ya era tarde para huir, el chico de ojos grises fugitivos estaba frente a ella.
Nicolás, que acaba de colgar el teléfono después de platicar durante una hora con Brian, contempló a Emma con cara de Vaya, vaya... cruzó los brazos y se recostó sobre el marco de la puerta.
—Hola —dijo Emma como si la apuraran a decirlo—. Soy yo, Emma... y te traje un pastel.
Ella se sintió enrojecer.
Nicolás observó de pies a cabeza a Emma y rió del mismo modo que ella lo hizo esa mañana. ¡Vaya sorpresa! La joven de envoltura hippie ahora estaba en su puerta, y además de nerviosa, estaba ruborizada.
—Grazie Mille —dijo con un ensayado acento italiano—. ¿Lo hiciste tú?
Gino tenía razón, sin duda la chica estaba enamorada de él a pesar de pasar tantos años.
—No, lo hizo mi abuela —admitió Emma. Ella quería irse pronto de ahí.
—Agradécele a tu abuela el detalle, por favor —pidió cortésmente él, sin poder creer que tuviera una fanática.
—Se lo diré —asintió ella.
¿Qué fue del niño enclenque que jugaba a las escondidas con ella? ¿Quién lo reemplazó con un modelo de ropa deportiva? Este chico tenía espalda ancha y estomago plano. Nicolás ya no lucía despeinado, su cabello castaño estaba peinado de lado. Ella recordaba esos ojos, grises como el cielo nublado, pero no que tuvieran pestañas largas. También recordaba que el chico hablaba, pero no que tenía una boca de labios gruesos y voz de misterio. Él ya no se vestía con camisetas de superhéroes, las cambió por camisas polo Ralph Lauren.
Ahora que lo veía de cerca, Emma no podía creer lo atractivo que lucía el amigo de su infancia. No obstante, trató de disimular. Mirar a Nicolás Rossi como si este fuera una estrella de Hollywood no contribuiría a la misión de intentar recuperar su dignidad.
Emma estaba de pie a unos cuantos centímetros de él. Sin embargo, no le daba el pastel y él tampoco hacía ningún esfuerzo por tomarlo.
Un silencio incomodo se instaló en la sosa conversación.
Cuántas ilusiones tendrá, continúo suponiendo Nicolás y, procurando evitar un mal entendido, trató de ser claro con ella:
—Es mejor que no tengas muchas esperanzas conmigo —dijo intentando sonar amable, aunque sonó pedante.
—¿Perdón? —preguntó Emma sin comprender.
—Sé que estás enamorada de mí —dijo Nicolás— pero es mejor que sepas que no tengo ningún interés en ti. Te agradezco el pastel, pero... es mejor que guardes tu distancia.
—¿Qué yo qué? —Emma estaba boquiabierta. No podía creer la bobería que estaba escuchando.
—Eres bonita y otros chicos sin duda querrán conocerte. Pero yo tengo otros intereses y no quiero romperte el corazón —insistió él, tratando de sonar caballeroso pero seguía sonando arrogante.
—¿Romperme el corazón? —repitió Emma, enfureciéndose.
Parecía mentira, ¡tenía que ser una broma! ¿Enamorada de él? Emma no lo podía creer ¿Acaso de dónde viene este chico regalar un pastel representa una declaración de amor? ¡Oh!, pero cuánto se arrepentirá por humillarla de esa manera, decidió, y con total indignación se dirigió a Nicolás:
—Yo no estoy enamorada de ti —aseguró, cogiendo con decisión el pastel—. Sólo te traje un pastel y espero que lo disfrutes.
Lo tiene que probar...
Emma empujó el pastel hacia la cara de Nicolás. Y ni siquiera huyó después de lo que hizo, salió del pórtico y del jardín con firmeza. Se sentía indignada, ofendida y humilla. ¿Cómo se atrevía Nicolás Rossi a insinuar que ella está enamorada de él? Que arrogante y despreciable. ¡Tonto! ¡Soberbio!
Cuando regresó a su casa se encerró en su habitación y se quejó con Moshe de lo que sucedió.
Eso no se lo esperaba. Nicolás recogió la bandeja en la que venía colocado el pastel de Emma y la dejó caer en el lavaplatos.
—Pero nos volveremos a encontrar —escupió mientras se limpiaba la cara. Aunque el pastel no está nada mal...
No podía aceptar que la chica con envoltura hippie tuviera la última palabra.
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Los capítulos de esta historia son enormes :O Se nota que fue la primera que escribí :'v
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