Capítulo I. El brindis del hijo de la novia
El brindis del hijo de la novia
Cualquier adolescente que sólo piensa en si mismo deja en el tintero un evento ajeno a sus intereses, sobre todo si tiene a su entera disposición a una linda chica al cabo de un atardecer playero.
El cielo empezaba a oscurecerse en magníficos tonos rojizos. El ambiente se tornaba más romántico, a tal punto que un joven aprovechó para arrodillarse al pie de las olas para pedirle matrimonio a su novia.
—¡Aún no hemos escrito nuestros nombres en la arena! —chilló Lulu envidiando a los amantes.
No obstante, Nicolás, ignorándola y sin intentar ser caballeroso, la apuró a caminar para llegar lo antes posible a su coche, el BMW azabache estacionado a unos cuantos metros de donde estaban.
Al llegar abrió la puerta del copiloto y empujó a Lulu para que subiera cuanto antes; y, alarmado por la idea de llegar tarde a la boda, condujo rápido por las principales avenidas de Ontiva. Vio venir un desfile de vehículos de lujo y, sin dejarse intimidar, aceleró su BMW para también exhibirlo. No le preocupaba perderse el gran día, sino el arriesgar su vida social con algún castigo en dado caso se arriesgara a faltar a la boda.
Dos calles antes de llegar a casa de Lulu esta le hizo parar. Los efectos de embriagarse se habían hecho notar. Aturdida, Lulu abrió la puerta del BMW y bajó torpemente de este para vomitar en un jardín vecino. La velocidad con la que el coche atravesó la ciudad la mareó tanto que no soportó una vuelta más. Nicolás, impaciente por continuar el camino, también bajó del vehículo; aunque, asqueado, se limitó a mirar a Lulu con náusea. Un beso de despedida quedó descartado. Sin embargo, fue peor para él cuando ella le pidió sostener un mechón de su pelirrojo cabello para no ensuciárselo en lo que expulsaba lo que bebieron y comieron.
Después de una despedida austera, Nicolás continúo su camino y, decidido a no perder un segundo, pasó por alto algunas señales de tránsito al virar en cada esquina como quien tiene tendencias suicidas. Finalmente frenó frente a una casa, bajó del vehículo a toda prisa y corrió hacia a la puerta, tocó seis veces y esperó. No traía camisa, únicamente llevaba pantalones, una corbata, un calcetín, un zapato y en la mano sujetaba un saco. Cualquiera pensaría que la vecina solicitó un stripper.
En la acera frente a la casa, una señora que paseaba un perrito poodle miró con avidez al chico sin camisa y le coqueteó. Nicolás se estremeció. La febril mujer aparentaba la misma edad que Elena Esposito, su abuela.
—¡BRIAN! —gritó esperando que alguien abriera.
Apenas la puerta fue abierta, Nicolás entró en dos zancadas y saludó torpemente a la mamá de su amigo:
—Señora, yo, yo... estoy buscando a Brian.
—Qué tal, Nico —saludó en pleno gesto de confusión la señora de la casa. El amigo de su hijo estaba semidesnudo en su vestíbulo—. Brian está en su habitación. Ya sabes por dónde... ir.
Ella quiso recordarle el camino hacia la habitación, pero dejándola con la palabra en la boca, Nicolás se apresuró. Él sabía perfectamente en qué parte de la casa encontrar a Brian, pues solía visitar esa casa cada que tenía un apuro igual o peor que este. Entró a la habitación sin tocar la puerta y encontró a su amigo entretenido con juegos de vídeo. Lo que parecía un cuchitril en lugar de dormitorio para descansar, era iluminado únicamente por la pantalla del ordenador.
— ¡Qué diab...! —quiso pronunciar Brian pero Nicolás habló primero:
—Necesito tú ayuda —clamó como si le rezara a un santo y empezó a caminar por todo el cuartucho. A su paso tropezó con ropa sucia, zapatos, desechos de comida y una que otra revista para adultos.
—¿Qué sucedió esta vez? —preguntó muy simplón Brian, acostumbrado a los embrollos de su amigo—. ¿Natasha descubrió a Lulu o Lulu descubrió a Natasha?
—¡Jodido infierno, Natasha! —exclamó Nicolás recordando algo que le provocó dolor de cabeza y sacó de su bolsillo su teléfono celular.
Esto de ninguna manera iba ser fácil.
—Dime que no apagaste tú teléfono.
—Tuve que hacerlo, estaba con Lulu —justificó.
Prendió el aparato y puso los ojos en blanco cuando vio veinte correos de voz.
—Mujeres —se quejó y le entregó el aparato a Brian para que este tomara nota.
Después se apresuró a entrar al cuarto de baño, aunque dejó abierta la puerta, solo necesitaba usar el lavadero.
—¿La vas a llamar? —preguntó Brian, escuchando uno por uno los correos de voz de Natasha. Tras un par de minutos, asustado, alejó el teléfono de su oído y lo arrojó como si se tratase de una bomba—. Será mejor que la llames, está histérica.
—Hoy no —dijo Nicolás—. Esperaré a mañana. Esa llamada será para quejarse mínimo una hora y no tengo su tiempo. Además, si alguien le fue con el chisme de que pasé toda la tarde con Lulu, lo mejor será que desaparezca del mapa.
Nicolás se quitó el pantalón y lo sacudió para limpiarlo.
— Eh ¿Qué estás haciendo? —preguntó un desconcertado Brian.
Nicolás le lanzó el pantalón en lo que también intentaba limpiar el saco. Brian, aunque lo tomó, lo hizo a un lado de inmediato.
—¿Cómo diablos puede alguien ensuciar un pantalón con arena, vomito, salsa de tomate, mantequilla de maní y... —se acercó otra vez al pantalón para olerlo— olor a cigarro?
Nicolás siguió limpiando a su manera el saco.
—¿Qué no es este el traje Valentino que tu madre te compró para su boda?
—¡Ding, ding, ding! ¡Tenemos un ganador! ¿Ahora comprendes por qué me urge limpiarlo? —Nicolás hizo una mueca—. La boda es en dos horas.
Aunque escuchó lo que dijo su amigo, Brian parecía tener una hilera de pensamientos en su cabeza, hasta que finalmente trató de acomodarlos:
—Soy yo el que entró a una universidad de prestigio —dijo, negando—, ¡Una universidad de prestigio! Y tú, TÚ Nicolás Rossi —levantó un dedo acusador—, que ni siquiera piensas conducir frente a una universidad este año, obtienes todo lo que quieres.
Nicolás sonrió a manera de disculpa:
—Déjame ver... Soy hijo de padres divorciados. Qué suerte, ¿no?
—Sí, qué envidia —gimoteó Brian, imaginándose en un BMW—. Mis padres ni siquiera se llevan mal. No creo que piensen divorciarse o separarse. Hasta salen a cenar... Parecen muy enamorados.
—No todos somos tan afortunados —insistió Nicolás, sarcástico—. Ahora, por favor —sacudió el saco—, tenemos que pensar cómo limpiar esto.
—Pensaba prestarte un traje que uso para asistir a funerales.
¿Funerales? Nicolás lo pensó. Después de todo un traje para asistir a honras fúnebres era perfecto para vestir durante esa boda. Sin embargo, sería demasiado evidente que no llevaba el preferente Valentino que Pia le envió a recoger esa mañana.
—Hmm... sólo préstame la camisa —dijo a secas—. Este traje es un Valentino. Pía notaría la diferencia.
Sin comprender la diferencia entre su antiguo traje para asistir a funerales y el Valentino, Brian fue por detergente líquido.
Los dos chicos tallaron suavemente las zonas donde el saco y el pantalón tenían manchas. La tarea no fue sencilla.
—¿Convenciste a Nelly de irte a vivir con ella? —preguntó tranquilamente el buen amigo, intentando retomar una conversación anterior.
—Nelly dijo que Pía no lo permitirá y tiene razón.
—Entonces...
—No me mudaré a la casa John, Brian —Nicolás sonaba molesto—. Un BMW no va a cambiar repentinamente mi opinión.
—Entonces... —insistió Brian.
—Evalué mis opciones y necesito pedirte otro favor, otro de tantos —suspiró Nicolás y Brian lo observó curioso—.Te dejaré mi tarjeta de crédito para que me ayudas a comprar un boleto de avión con destino a Deya. Puedes hacerlo desde tu ordenador. Necesito irme mañana por la mañana.
Después de reír unos segundos esperando que su amigo admitiera que era una broma, Brian frunció el entrecejo. Al parecer no era un chiste para que ambos rieran en lo que se secaba el costoso traje Valentino.
—¿Un boleto de avión a Deya? —repitió aturdido—. ¿Deya?
—Brian, no viviré en la casa de John Baker. En los planes de Pía está que nos mudemos mañana por la tarde y yo no pienso...
—¡Pero me acabas de decir que Pía no está de acuerdo en que te vayas con Nelly! ¿Entonces por qué...
—¡Pía está demasiado ocupada organizando su nueva vida! —explotó Nicolás—. Únicamente Jack encaja en los planes que tienen ella y el idiota de John. Yo estoy de más.
—¿Y cómo se lo dirás?
—No se lo diré. Me iré sin avisarle.
—¿Sin avisarle? —cuestionó Brian. Él era el único en esa habitación que opinaba que algo andaba mal.
—Ya te dije —continuó Nicolás—: me iré mañana por la mañana. Necesito que vayas por mí a mi casa y después me lleves al aeropuerto. Te esperaré en la esquina de la calle a eso de las seis... Sí, eso haremos —decidió—. Es mejor que no estaciones tu coche frente a mi casa, podríamos despertar a alguien y...
—¿Es broma, Nicolás?
—O pagaré taxi —resolvió el otro.
—¡No me molesta ir por ti y lo sabes! Pero es, es... —Brian pasó una mano sobre su cabello— una locura. Pia si que notará que no estás ¡Por Dios, Nico! Tú madre es más observadora que la mia, ¡lo notará en seguida! Además, a pesar de lo que digas, ella sí se interesa por ti. Yo lo he visto... ¡Te regalaron un coche!
—Y si en lugar del BMW hubiera sido un Ferrari hasta le diría "papá" a John Baker, pero... —dijo sarcásticamente Nicolás, aunque Brian no lo pescó.
—¿En serio le dirías "papá" a John Baker si te regalaran un Ferrari?
—¡Por supuesto que no, Brian! —Nicolás puso los ojos en blanco—. ¿Cómo sobrevivirás en una maldita universidad si no entiendes el sarcasmo? —Brian hizo una mueca—. ¡Ni siquiera por un Ferrari, un Maserati, un Lamborghini y un Alfa Romeo en el mismo garaje, le diría "papá" a John Baker! ¡Hasta pretendo que él no existe si los dos estamos en un mismo lugar! Iré a Deya con Nelly hasta que se me ocurra cómo convencer a Pia de que me permita vivir allá.
—Nico...
—Está decidido.
Algunas zonas del traje fueron más difíciles de tallar. Brian, en lo que ayudaba a secar la prenda con la secadora de pelo de su hermana, no sabía qué más decir para hacer entrar en razón a Nicolás.
—¿Por qué odias tanto a John Baker, Nico? —se atrevió a preguntar.
—¡Es que no lo odio! —dijo el otro, cansado de no ser comprendido—. Sólo estoy harto de escuchar por cuanto supera a mi papá. Pía es más feliz con él que con Gino.
—Y eso está mal porque...
—¡Porque Gino es mi papá, Brian! —Nicolás sintió un nudo en la garganta—. Me gustaría ver qué harías tú si presenciaras cómo la familia de tu madre le lame los zapatos a tu padrastro mientras echa basura a tu padre. ¡Porque eso es lo que han hecho los Esposito desde que llegaron!
—¿Los Esposito?
— Si "los Esposito", la familia de mi madre.
—Y por lo tanto tu familia, porque si tú eres hijo de tú mamá y ella tiene una familia...
—Mejor cállate, Brian. En serio.
—Estoy intentando comprenderte —continuó el otro—. Si no quieres relacionarte con "los Esposito", bien, no lo hagas... pero irte sin avisar es una idea descabellada.
—No me mudaré a casa de John Baker —repitió tajantemente Nicolás, y aunque el traje aún estaba un poco húmedo, se apresuró a vestirse.
Después de que le entregó una tarjeta de crédito, Nicolás salió de la casa de su amigo y se subió en su BMW. Lo arrancó y lo aceleró. Le gustaba escuchar el ronroneo del motor aunque no fuera su anhelado Ferrari. Aceleró una vez más y se alejó. No le gustaba su siguiente parada. La boda de Pia se realizaría en la casa donde él tendría que vivir de no huir al día siguiente. En el camino se aseguró de llevar con él su iPod, seguro iba a necesitarlo.
Al llegar estacionó el coche lejos del domicilio. Supuso que era el único que faltaba de los invitados porque ya había muchos coches estacionados. Al acercarse juzgó con molestia el lugar: una enorme y elegante casa color blanco. No sería desagradable apreciarla si no significara una bofetada a su orgullo, el digno orgullo de apellidarse "Rossi" como su padre, quien siempre salía perdiendo al ser comparado con Don Perfecto.
Sin otra opción, ya faltando media hora para dar inicio a la ceremonia, Nicolás caminó hacia la entrada. Caminó lo más lento que pudo porque tampoco tenía prisa.
Desde fuera escuchó el sonido de copas, el murmullo de personas y música aburrida.
Los invitados estaban reunidos en grupos pequeños. Algunos sosteniendo una copa de vino en la mano y respingando la nariz al comentar, muy orgullosos, su importancia social. Todos reían con chistes malos y se ensalzaban el ego entre ellos. No obstante, para algunos la conversación cambió cuando notaron la presencia de Nicolás... y de Nelly.
—¡Lllegaste! —lo saludó su tía.
—¿Están mirándote a ti o a mi? —preguntó Nicolás a Nelly, mirando desafiante a quienes le observaban con curiosidad.
—A los dos en realidad —respondió ella, despreocupa—. Ya sabes, "La solterona libertina que vive en Deya y el soliviantado hijo de la novia". Algunos apostaron que no vendrías a la boda, aunque otros dijeron que John compró tu anuencia con...
—Un BMW —añadió Nicolás, intentando contener el enojo.
Nelly sonrió y asintió con la cabeza. Por su parte, Nicolás dio media vuelta resuelto a irse lo antes posible. Nelly lo detuvo. Los invitados no disimulaban no estar pendientes de ambos.
—¿A dónde vas? —le preguntó ella sin perder la tranquilidad.
—A traer el maldito coche para estrellarlo contra la casa —dijo él, apretando los dientes. Nelly lo abrazó—. Con suerte me paso llevando a algunos Baker.
—Sabía que al decírtelo te ibas a enojar pero es mejor que lo sepas. Y aunque estrellar el coche sobre sus narices suena tentador, quiero que los ignores —Nelly le dio un beso en la mejilla a su sobrino—. Tienes que aprender a tolerarlos, Nico. Sé que nos es fácil pero debes tratar. Por tu madre, no por ellos. Si te consuela en algo, en este momento, me están criticando más a mí que a ti.
—¿Y qué sugieres? ¿Que los escuche y me haga el idiota?
—Sí, o hazles saber, con una sonrisa, que no te importa lo que digan.
Nicolás miró a su alrededor. Algunos aún le miraban de reojo con una mueca en el rostro o, peor aún, con una sonrisa burlona. Las más evidentes eran un par de viejas señoras. Él les sonrió e hizo una exagerada reverencia frente a ellas. En respuesta, ellas le voltearon la cara como si hubieran olido excremento y continuaron su parloteo.
Sorprendida y un poco divertida por la reacción de los Baker al ver lo que hizo Nicolás, Nelly rió. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algún comentario bueno o malo, una gallarda mujer se acercó a platicar con ella.
A pesar de que Nelly tenía compañía, Nicolás no se alejó. Decidió quedarse en medio de la sala de estar para verlo todo. Porque en su opinión, si toda la familia Esposito pudiera bañar a John Baker, hacer Limoncello con el agua y después bebérselo, ¡lo harían! Eso y mucho más harían después de que él pagó a cada uno su pasaje de avión desde Italia y hospedó en su casa. "¿Para qué pagar un hotel si se puede convivir con la familia?", había sugerido el considerado John. Claro que eso de convivir con la familia representaba un verdadero dolor de cabeza para Nicolás, que empezó a prestar atención a todo. ¿A qué hora saldrán los trapecistas y el domador de leones para completar el jocoso espectáculo?, se preguntó. Porque después de observar a los Esposito tratando de convivir con los Baker y escuchar sus risibles temas de conversación, consideró que si su familia materna no tenía como negocio familiar un circo, deberían.
—¿Quién es ese Innamorato en medio del salón, Natella? —preguntó con anhelante curiosidad Gianna Esposito a Nelly.
—¿En medio del salón? —cuestionó la otra al ver que su prima señaló a Nicolás.
—Sí, el que estaba contigo. El Bello y atlético de piel aceitunada, cara simpática, nariz fina, ojos grises fugitivos y cabello castaño ondulado —Gianna continuó con un tono más agitado—: se ve buen mozo en ese elegante Valentino.
—¿Hablas del muchacho enclenque con mirada ausente, greñudo y que es obvio se siente incómodo vestido de etiqueta? —lo describió con humor y a su manera Nelly.
—Sí, supongo que si hablamos del mismo —dudó Gianna, pero continuó mordiéndose el labio al mirar al muchacho.
—Es mi sobrino —dijo con orgullo Nelly—, su nombre es Nicolás Rossi. Es el hijo mayor de Pia.
—¿El hijo de diecisiete años de Pia? ¿Él? —preguntó incrédula Gianna y agregó—: Hubiera jurado que se parecería a Gino Rossi. No sé si me perdonará Pia por recordarlo el día de su boda, pero, su ex esposo, además de ser un don nadie, no era nada atractivo.
—¿Gino atractivo? —rió Nelly—. No, no es atractivo pero si entretenido. Deberías escucharlo recitar poemas, porque también es todo un romántico. Pero no, Nicolás no se parece a él. El venturoso hasta heredó los ojos grises de mi hermana —destacó Nelly—. Aunque Jack, el hijo menor de Pía, si es más parecido a Gino. Pero sin la nariz con forma de pera.
—El porte del muchacho es tentador. Es evidente que tiene sangre italiana. Cuando lo vi me acordé de Raoul Bova, y tú sabes que me encanta Raoul Bova —Gianna suspiró—. Pero me cuesta olvidar que soy su tía.
—Y que eres trece años mayor que él.
—¡Maria, madre di Gesù Cristo, vaya si no lo cuidas como si fuera tu propio hijo! —respondió resentida Gianna y se alejó para buscar una aventura menos complicada.
Que cada miembro de la familia Esposito era una mofa en dos pies, concluyó Nicolás que continuaba ocioso en medio del salón, sin otro oficio que calificar a su hilarante familia. Marcelo Piano, un hombre viejo pero de piel lustrosa que le presentaron esa mañana como su tío, sostenía una botella de Limoncello con una mano y con la otra inútilmente intentaba encender el habano en su boca. Al mofletudo Marcelo lo acompañaba su esposa Patrizia, una mujer menuda y descolorida, pero que su aspecto blandengue no le impedía ser, por mucho, la más escandalosa en la fiesta. La burlesca mujer, con voz de sirena de ambulancia, cada vez que reía levantaba los brazos y las piernas y sólo se detenía cuando se estaba ahogando. Por otro lado, la regordeta y desusada Severina Venuto, madre de Patrizia y suegra de Marcelo, cotilleaba con quién la tolerara el posible costo de cada tenedor y sobre mantel de las veinticinco mesas. Su sombrero era enorme y combinaba perfectamente con el color amarillento de sus dientes. Gianna Esposito tenía el predecible comportamiento de una solterona desesperada, sospechó Nicolás cuando la descubrió mirándolo con expectativas. No obstante, a pesar de reconocerla atractiva en ese apretado vestido rojo, procuró ignorarla y con ello dejar claro su poco interés en una mujer virulenta. Pietro y Mikaela Esposito, tíos suyos que hasta ese día tampoco conocía, fisgoneaban en la cocina y, como un par de pícaros, salían con bandejas de comida. Ugo Chelossi, otro solterón primo de su madre, era un hombre bastante ridículo que vestía un traje Armani bastante remendado. Él también andaba buscando una aventura romántica. Y esperando el inicio de la ceremonia, al fondo del salón, estaban sus abuelos: Salvatore y Elena Esposito, que sin duda eran la pareja más mezquina que alguien pudiera imaginar. Desde que Salvatore y Elena descubrieron las ventajas que obtendrían gracias al matrimonio de su hija, se dedicaron a idolatrar a su nuevo yerno, el inigualable John Baker.
Ese ambiente rodeaba a Nicolás y no se sentía capaz de soportarlo estando sobrio. Los insufribles Esposito, familia suya que evitó en todo momento tener el "gusto" de tratar, ahora convivían con los pretenciosos Baker. Sin embargo, a pesar de dudarlo, cuando se acercaron a saludarlo encontró excepciones. También en la fiesta estaba Milko Esposito, hijo de Pietro y Mikaela, acompañado de su prometida Luana Barbato. Ambos eran muy agradables y los únicos que presentaría como su familia fuera de ese lugar. Y claro está, tía Nelly, que en ese momento huía de otra conversación desatinada para acompañarlo a él.
—Por favor dime que soy adoptado —le dijo avergonzado de como Pietro Esposito escondía un poco de comida en una talega que llevó con él.
—¡Hey! —rezongó Nelly con un ademán como si intentara detener el tráfico—. No toda nuestra familia se presta a semejante espectáculo. —agregó señalando el lugar que cada Esposito ocupaba en la sala, y defendiéndose a sí misma.
Sí, claro.
—¿Ahora eres tú la única normal en esta satírica familia? No me hagas reír, Nelly.
—¿Yo, normal? —dijo ella entre risas—.Aún así, no soy tan inoportuna como el resto de nuestra familia.
—"Nuestra familia". —sonrió forzadamente Nicolás. Por lo menos su primer apellido era Rossi y no Esposito.
¿En cuál bolsillo de todos los que tiene este estúpido traje puse mi iPod?
Antes de empezar la ceremonia, y como si no fuera lo suficientemente intolerable la noche, e insistiendo en que alguien se lo pidió, Severina Venuto empezó a cantar en un penoso francés: L'amour est un oiseau rebelle, que nul ne peut apprivoiser, según anunció ella a lo María Callas, pero era para reír o llorar.
—Bueno, es hora de que vayas a buscar a tu madre.
—¿Yo?
—Sí, tú —le codeó Nelly y lo acompañó al pie de las escaleras—. Dijo que tocaras la puerta de la segunda habitación del lado izquierdo.
—Oh, sí claro —recordó él con una sonrisa contrahecha—. Casi olvido que yo tendré el "honor" de entregarla en la ceremonia.
Nicolás empezó a subir las escaleras sin perder de vista todo a su alrededor. Ya tenía suficiente material para una película de comedia situacional gracias a la familia de su madre. No hacía falta agregar a los Baker. Severina Venuto era más que suficiente.
—¡Y dile que se ve hermosa! —le pidió Nelly mientras le veía terminar de subir los escalones.
Nelly, hermana de su mamá y sólo catorce años mayor que él, era una amiga más que una tía. Nelly era soltera y donosa, además de tener gran parecido con la actriz Audrey Hepburn, y por eso mismo ser altamente criticada por la familia Esposito, quienes la etiquetaban como: "Italiana intentando encajar en Deya", por no sólo aprovechar su parecido a Hepburn, sino también disfrutarlo y vestir atuendos Givenchy. Únicamente le faltaba un gato o perrito Yorkshire Terrier, según el cotilleo precedido por Severina Venuto y Patrizia Piano.
Nicolás buscó la habitación que le indicó Nelly y cuando la encontró abrió la puerta discretamente, sabiendo que ella no estaría sola. Entró y su primera impresión fue que en verdad su madre se veía hermosa. Su vestido, ajustado a su esbelta figura, era blanco y sencillo, pero distinguido. Su cabello, negro y ondulado, estaba suelto.
Pia Esposito sonrió ampliamente al ver a su hijo y lo recibió con un enorme beso:
—Por un momento pensé que Nelly olvidó recordarte subir por mí.
Nicolás sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
—No lo olvidó, mamá —dijo en un tono apagado.
Cinco mujeres más, todas familia de John, acompañaban a Pia en la habitación. Nicolás, pese a la insistencia de su madre, no tomó asiento. Él quería salir de inmediato del lugar por tanto que "Las Baker" destacaban lo distinguido que se veía vestido con un Valentino. Él mismo observó su propio atuendo con un gesto de resignación, él traje aún estaba un poco húmedo.
—Gracias por vestir de etiqueta a pesar de que no te gusta —le agradeció Pia y le arregló el cuello de la camisa. También pidió que la dejaran a solas con su hijo.
Él se limitó a sonreír sin comentar nada. Tía Nelly se lo había pedido y él estaba de acuerdo: No intentaría arruinarle el día a Pia. Únicamente estaba dispuesto a arruinárselo al resto de los invitados, pero a la mujer más importante en su vida, no. A ella no.
—Te ves hermosa, Pia —la felicitó.
—¡Oh, Nico, es lo más hermoso que me has dicho después de mamá! —exclamó ella casi llorando. Pia era una mujer sensible.
—Por favor, no llores, arruinarás tu maquillaje —él le secó dos lágrimas. Estaba consciente de que debía halagar más seguido a su madre para que la próxima vez no le sorprendiera tanto.
—No me importa arruinar mi maquillaje —dijo ella con firmeza y lo miró a los ojos—: Escúchame, Nico, y nunca lo olvides: Nada en este mundo me importa más que tú y Jack —aseguró y él le correspondió besando su mano—. Por cierto, ¿dónde está Jack? —preguntó mirando detrás de Nicolás. Quizá su hijo pequeño estaba en la habitación y no lo había visto.
Sólo hay que buscar en donde haya comida...
—Creo que... —intentó adivinar Nicolás pero no tenía la menor idea de donde estaba su hermano menor ¿Cerca del buffet? ¿En la cocina? Lo más seguro es que esté custodiando el pastel.
—Nunca lo dejes solo, Nico, y menos con tanta comida cerca —rió ella y Nicolás le secó lágrimas que aún brotaban de sus ojos grises—. Y pensar que este es el final de un ciclo, mañana nos mudaremos aquí y empezaremos una nueva vida. —lo abrazó—. Es un lindo vecindario, ¿no crees?
—No hablemos de eso en este momento, mamá —pidió él con el mismo tono apagado y caminaron juntos hacía la puerta—. Debo llevarte abajo. Todos están esperándote —de pronto sonrió burlonamente y añadió—: Si no llegas pronto Severina Venuto empezará a cantar La Traviata y se romperá la cristalería.
—Nico, no te burles de ella. Es tu tía Severina. La pobre mujer se amargó porque siempre quiso ser cantante de ópera y nunca lo logró.
—Saber cantar es un requisito, mamá.
Pia sabía que su hijo se estaba esforzando en sentirse parte de esto. Nicolás no odiaba a John, pero parecía querer huir de la vida junto a él una vez ella fuera su esposa.
Llegó el momento esperado por todos. Pia, vestida de blanco, se casaría con el ilustre John Baker. Ella tomó a su hijo del brazo y bajaron juntos las escaleras.
—Estoy nerviosa —confesó mientras los demás les veían bajar.
—Eh... Sólo puedo decirte que si es por cómo te ves, estás muy bien —dijo Nicolás, y cariñosamente la obligó a dar una vuelta para que la familia Baker y los Esposito apreciaran su belleza.
Alrededor todo era sencillo pero elegante, justo como era Pia.
—¡Imagínate cuándo sea yo quien te acompañe el día de tu boda! —dijo ella con grandes expectativas.
Nicolás en ese momento tragó saliva, ¿casarse?, primero se ahorcaría. Era casi lo mismo de todas formas.
—Claro que no hay mujer que te merezca. Yo tengo que conocerla muy bien antes de que decidas casarte, Nico —repetía orgullosa Pia.
—Tengo diecisiete años, mamá, te lo ruego... —Él carraspeó— no hables de otra boda que no sea la tuya. Mi única preocupación en cuanto a casarme algún día, es que tal día no llegue —agregó con un leve tono de preocupación. ¿Casarse? ¿Para terminar divorciándose como sus padres? No.
Ya en el jardín, con su madre del brazo, Nicolás intentó abrirse paso en medio de los invitados que no se cansaban de adular a Pía. Finalmente llegó el momento de la marcha nupcial. Los dos caminaron hacia el arco adornado con rosas blancas. Nicolás acompañaba a su madre atentamente. Trató de no equivocarse al entregarla a John. Acordaron que no diría nada, por lo que únicamente entregó a este su mano y se alejó.
Nicolás no soportó la mirada inquisidora de los invitados y se escondió dentro de la casa para ver la boda desde una ventana. Lo demás continuó sin ninguna novedad. La casa de John Baker era tan grande que los novios prefirieron casarse y hacer ahí mismo la recepción. Al festejo, además de la familia, llegaron amigos y compañeros de trabajo de los dos. Él un abogado, ella una agente de viajes. Todo parecía perfecto y nadie esperaba menos después de siete meses de preparativos.
Nicolás observó toda la ceremonia bostezando cada cinco minutos. Nada más soporífero que escuchar votos de amor, comentó a un gato que rondaba por el lugar. No estaba en su casa, por lo que no podía huir a su habitación o escabullirse a visitar a algún amigo vecino. Fastidiado, como pasatiempo sólo le quedaba reírse de los peinados de las invitadas más ancianas.
Llegó el momento de colocar los anillos, y mientras veía a su madre llorar de la felicidad jurándole amor eterno a John Baker, vino a su mente el recuerdo de Gino y Pia cenando junto a él cuando era niño.
Un ruidoso aplauso interrumpió aquel recuerdo. Había terminado la ceremonia y todos se acercaron a felicitar a los novios. Nicolás continuó buscando en los bolsillos del traje Valentino su iPod, y cuando lo encontró se colocó los audifonos. Buscó una canción y se alejó tarareando:
—A heart that's full up like a landfill. A job that slowly kills you. Bruises that won't heal...
El sentimiento que provocaba en él el recordar aquel tiempo cuando tenía una familia no era apropiado para la ocasión. Esa molestia que él sentía a nadie que festejara la unión de Pia y John le importaba. Todos a su alrededor eran felices menos él, el típico aguafiestas.
Jack aún no había nacido cuando Gino y Pia se separaron, y aunque de eso ya son siete años, aquel desconsuelo parecía no irse.
Nicolás se sentó en las escaleras de la casa esperando que la fiesta terminase pronto y poder irse a su propia casa. Subió todo el volumen a su iPod y pensó en Gino, su padre. Él no era mala persona, era sencillo y dedicado en su negocio, una tienda en la que vendía productos de primera necesidad. Al considerarlo insignificante para Pia, Salvatore y Elena Esposito no la apoyaron estando casada con él. Pero cuando se divorció hasta una casa en Ontiva le compraron. Después del divorcio, Nicolás tuvo que mudarse con Pia y Gino se quedó solo en el pueblo donde vivían, un pueblo escondido en el mapa llamado Austen. Gino, procuraba visitar a sus hijos cada tres meses, sin embargo, Nicolás prefería que en esas visitas dedicara más tiempo a Jack que no tuvo la oportunidad de vivir con él. ¿Y qué decir de John Baker? Pia lo conoció un año después de separarse de Gino. Primero fueron amigos y antes de casarse pasaron cuatro años siendo novios. Es importante volver a destacar que a él si lo apreciaban los Esposito por ser abogado y refinado.
— Such a pretty house, such a pretty garden.
No alarms and no surprises.
No alarms and no surprises.
No alarms and no surprises... please...
Aquel chico de diecisiete años sostenía ese monólogo interior y tarareaba esa canción de Radiohead para si mismo cuando un par de manitas cubrieron sus ojos. Alguien estaba tras él.
—¿Por qué no estás con tus nuevas tias, Piccolino? —preguntó a Jack. Se quitó los audifonos y saludó a su hermano de siete años.
—¡Uh, qué aburrido! —reprochó Jack. Un niño que aseguró Nelly si se parecía a Gino Rossi, pero sin la nariz con forma de pera—. Y nadie me dice a qué hora servirán el pastel.
A Nicolás le divirtió saber cuál era la única preocupación de Jack esa noche.
—¿Qué opinas de tu nuevo papá, Nico?—preguntó a continuación Jack a su hermano, a quien disfrutaba molestar hasta el cansancio.
—¡Es tu nuevo papá también, enano! —respondió el otro energicamente y lo puso de cabeza. Jack era muy pequeño para golpearlo por lo que acababa de decir.
Las mas ancianas de la familia Baker, entiéndase casi todas, interrumpieron la escena cuando se acercaron a los dos chicos. Claro que sólo prestaron atención a Jack.
—¡Pero que niño tan hermoso y con un atuendo tan elegante! —dijo con voz chillona la más rechoncha de todas mientras aplastaba con besos humedos las enormes mejillas de Jack.
Nicolás advirtío que su hermanito se prestaba a tales muestras de afecto sólo para conseguir un poco de ese pastel con relleno de chocolate que la mujer traía en sus manos.
—¡Te voy a llevar conmigo y yo también te comeré a besos! —dijo también a Jack, Julia Baker, una anciana de ochenta años que parecía que su piel estaba por caerse a pedazos.
De manera que la familia de John es longeva, ¡hasta la abuela sigue viva!, opinó a sus adentros Nicolás.
Él sabía de sobra que no era bienvenido en la céleberrima familia Baker, y no le importaría tanto si no tuviera que ser forzado a convivir con ellos.
Como ya había terminado la ceremonia, ahora los invitados caminaban por la casa. Nicolás veía gente por todos lados y algunos, incluso, se acercaban a felicitarlo a él por su nueva familia y su nuevo hogar, por lo que sintió ganas de vomitar.
Como bien lo predijo, Severina Venuto empezó a maullar otra canción de ópera. Por consiguiente, él colocó otra vez los audifonos del iPod en sus oídos y se escabulló hasta llegar a la entrada principal. Era hora de echar un vistazo al vecindario al que se mudarían su mamá y su hermano, porque él prefería huir a Deya. Ese era el plan.
Aunque ya era noche y sólo un anciano regando un jardín figuraban como lo más interesante del paisaje, Nicolás se quedó de pie en la puerta; y viendo si las margaritas o los geranios del anciano recibían más agua estaba cuando tía Nelly lo rodeó con sus brazos.
—Me imagino que estás muy ocupado —dijo, al advertir lo contrario—, pero tu madre pide que estes presente durante el brindis... y que por favor te sientes en la mesa principal —agregó, pero él no respondió—. ¿Qué sucede?
—¡Si Severina continua maullando me iré! —se quejó como niño pequeño.
Nelly lo tomó con humor.
Regresaron al salón donde se celebraba el banquete, pero sin ánimo de sentarse en la mesa principal, Nicolás se quedó de pie en una esquina y Nelly continuó sola el recorrido. No forzaría al chico a acompañarla, ella era una de esas tías a las que no les complace fastidiar a sus sobrinos.
En efecto, era el momento del brindis y todos tenían más cumplidos y buenos deseos para la pareja. Empezó Aaron Baker, el padre de Jhon:
—¡Brindo por Pia y su familia, que ahora son parte de mi familia! —dijo y todos se conmovieron. —Sé que a partir de ahora todos los días serán motivo de celebración.
—¡Congratulazioni, Pia! ¡Congratulazioni, John! —se escuchaba en todo el salón.
Las amigas de Pia eran las más emocionadas con el brindis, e inmediatamente pidieron la palabra. Joseline fue la primera:
—Pia, sé que esta nueva vida que empiezas junto a John compensará ese pasado que nunca mereciste —dijo y Nicolás empezó a poner un especial interés en el brindis gracias a este comentario de Joseline—. ¡Se acabaron las lágrimas, ahora sólo te veo sonreír, amiga!
Todos rompieron en aplausos y Ana, otra amiga de su mamá, fue la segunda en dirigirse a la pareja:
—¡Esto es como un cuento de hadas! La princesa, por fin, tiene el final feliz junto al príncipe que se merece.
Los invitados aplaudieron otra vez y comentaron más buenos deseos para la pareja. Nicolás, de pie en lo más oscuro del salón, parecía olvidar que no debía arruinar la boda de su mamá. Estaba molesto con cada persona que aplaudió los comentarios en contra de su padre.
Vanessa, otra de las insoportables amigas de Pia, también quiso participar en el brindis:
—¡Por mi amiga Pia Esposito! —brindó orgullosa—. Ahí sentada junto al hombre que si la hará feliz ¡Salud por Pia y John!
—¡Salud! —dijeron todos en coro.
—¡Este es el bueno! —gritó alguien a lo lejos.
Ya era suficiente para Nicolás. Al parecer cada uno de los invitados tenía una objeción contra su padre, y no pensaba permitir que nadie juzgara la vida que él con modestia pudo darles. Nicolás sabía que si todos comentaban eso era porque Pia había llorado con cada uno lo difícil que fue vivir junto a un hombre que no le dio la vida de lujos a la que ella estaba acostumbrada. Nicolás era un Rossi, tenía el apellido de su padre, y él no era un mal hombre. Su crimen para la familia y amigos de Pia era no tener tanto dinero como el inmejorable John Baker. Arrebatado, Nicolás caminó en medio de las mesas e invitados. Su rostro demostraba su inconformidad con todo y todos a su alrededor. Sentía su sangre caliente y ardor recorrer todo su cuerpo; y esto lo haría explotar en cualquier momento si no les gritaba a los Esposito, a los Baker y las irritantes amigas de su madre lo que pensaba de sus comentarios. Pidió la palabra y Pia lo miró sorprendida. Él, airado, la miró a los ojos dirigiéndose a la vez a amistades y familia en general:
—¡Otro aplauso para Pia y su nueva familia! —saludó con la copa a los novios y todos aplaudieron, pero Nicolás no había terminado, apenas estaba empezando—: Yo soy Nicolás Rossi, hijo de la novia y el resultado de esa vida miserable que tuvo con Gino Rossi, el pobre diablo de mi padre que, ahora saben gracias a las amigas de mi madre, nunca fue lo suficientemente bueno para la nueva señora Baker —todos escuchaban horrorizados cada palabra de Nicolás—. ¡Qué vida tan poco digna tuvo Pia junto a Gino! ¡Oh, sí! Cenando pasta casi todas las noches y comprando ropa de segunda cada tres meses porque el desconsiderado de mi padre tenía que pagar la casa que la señora le pidió comprar, porque ella, POR SUPUESTO, está acostumbrada a vivir en una casa y no en un apartamento. Claro que esa casa era mucho más pequeña que esta, y Gino no es abogado como el perfecto John Baker —Pia empezó a llorar. Pero Nicolás no pensaba terminar aún—: Lo siento, mamá, si soy el vivo recuerdo de tu miseria pasada, y tampoco soy lo suficientemente bueno para tu nueva vida. ¡Otro aplauso para los novios! —concluyó, pero nadie aplaudió.
Después de tirar al piso la copa, entre murmullos y miradas indignadas, Nicolás, salió del salón.
Pia y Nelly se levantaron de sus respectivos asientos y lo siguieron.
—¡Maleducato, notare che non rispetta la madre! —señaló con enfado Severina Venuto a todos los que estaban sentados en su mesa.
Nicolás estaba decido a no permanecer más tiempo en aquel lugar, caminó dando largas zancadas pero se detuvo frente a una de las ventanas con vista a la calle. Sabía que su madre lo estaba siguiendo y lo mejor era hablar con ella para que regrese cuanto antes a su festejo.
Ella se detuvo detrás de él y acarició su cabello. A él le incomodó eso, hubiera preferido que su madre estuviera molesta y no triste, pero tampoco se lo diría. Nadie, absolutamente nadie, tenía derecho a expresarse tan mal de su padre.
—Lo siento, Nico. Sé que esto no es fácil para ti y no discutiré lo que acaba de suceder, no me atrevo. Te debo una explicación —dijo llorando. Nicolás la miró sorprendido—. Tú eras muy pequeño cuando Gino y yo nos separamos. Tenias once años y hay muchas cosas que no comprendes —al decir ella esto Nicolás pensó que él no es idiota para no comprender—. No sólo se trataba de dinero. Yo me equivoqué y tomé decisiones siendo aún muy joven. Debo contarte un poco de esa historia: Mi familia migró de Italia cuando yo tenía diecinueve años, vivíamos cerca del Mar Adriaco, en Bari. Nuestra intención era aprovechar nuestro estatus en el extranjero, y Gino, mi novio, un muchacho sin mejor o peor futuro en Italia o en cualquier otro lugar, me siguío gastándose parte de sus ahorros en el pasaje de avión. Yo estaba tan conmovida por lo que hizo que después de algunos meses dejé la universidad, a mis amigas, a mi familia, lo dejé todo y me fuí con él. Según yo, enamorada. Decepcioné a mis padres y ahora que te tengo a ti, y soy madre, comprendo el dolor que les causé.
Nicolás sabía que su madre no era mala y a veces distinguía en ella a esa joven caprichosa que tiempo atrás fue privada de privilegios. Ahí, sin mirarla a los ojos, continuó escuchándola con atención.
—Es cierto, Nico. Tu padre no fue una bestia conmigo, fui yo la débil, la cobarde. Mis amigas lo saben y hoy sólo quisieron que me sintiera bien. Quieren que sea feliz—explicó.
—Pia, nadie aquí tiene derecho a humillar la vida que nos dio Gino. Yo sí era feliz—respondió él y ella cerró los ojos. Se sentía avergonzada de quejarse con sus amistades de la pobre vida que le dio su anterior esposo.
—No soy una mujer materialista, Nicolás, pero siempre he procurado lo mejor para ustedes. A Jhon no lo hace un buen hombre tener una casa grande. Es responsable y se esfuerza en ser un buen compañero, para mi... para tí. Tu padre tomó malas desiciciones con el poco dinero que teníamos y compró una tienda que le quitaba tiempo para estar con nosotros, y además de eso, acumulaba deudas que siempre lo tenian de mal humor. Todo se volvió insportable, Nico. Él vivía pensando en qué hacer para mejorar nuestra situación pero olvidó nuestra vida juntos, me refiero a él y yo —al decir esto Pia sollozó—. No sólo fue el dinero. Nuestro motivo para estar juntos... de pronto, eras unicamente tú. Después yo decidí embarazarme de Jack con la intención de que otro hijo nos uniera más pero resultó peor, porque era una boca más que alimentar. Otro hijo preocupó aún más a tu padre, mientras que para mi, Jack, sumaba un poco más de felicidad...
—Gino adora a Jack, mamá. Es su Piccolino —aclaró Nicolás.
—Pero los visita cada tres meses—añadió ella, defendiéndose..
—¡No tiene tus recursos, mamá! —respondió él un poco brutal, y por fin la miró a los ojos.
—Claro que no Nico, no los ama tanto como yo —dijo con voz entrecortada Pia, y Nicolás, que tenía muchas respuestas a eso, tuvo que quedarse callado porque su madre no quería discutir más.
Ella le dio un beso en la mejilla y regresó a la fiesta.
Nelly también se acercó a Nicolás:
—Recuerdame no dejarte hablar el día de mi boda —dijo mientras le arreglaba la corbata a sobrino.
Él la miró y le sonrió. Nelly era un poco de agua fresca en aquel desolado lugar.
—Nunca te vas a casar, Nelly —dijo a modo de broma y ella lo tomó del brazo, obligándolo a regresar a la fiesta. Aunque esta vez ella se quedó junto a él.
Nicolás, viendo todo a su alrededor tan fantoche y cursi, no podía suponer por qué su tía quería regresar. Nelly era mucho más romántica de lo que parecía, concluyó.
El resto de la velada pasó rápido para Nicolás. Se resignó a convivir con los Esposito y, además de Nelly, encontró una buena compañía en el saleroso Marcelo Piano. Los tres se embriagaron con Limonccelo y perdieron la noción del tiempo. Lo último que recordaba de la fiesta era a Severina Venuto y Pietro Esposito bailando La Tarantella italiana hasta que tropezaron y cayeron sobre los restos del pastel.
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Canción que escucha Nicolás.
https://youtu.be/F2ttptKLcjo
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