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Capítulo 8: Afinidad

El mar fue benevolente. A excepción de un par de noches tormentosas, la travesía transcurrió sin accidentes. Pudieron ver incluso monstruos marinos de tamaño enorme y mirada sabia, pero para sorpresa de Zeph y Nash, Thirian les dijo que solo eran animales que intentaban vivir su vida de la mejor forma posible; La palabra monstruo es solo una etiqueta que la ignorancia utiliza para nombrar lo desconocido.

Quince días después de dejar Marthia, la costa de Caesias se divisó a estribor, pero continuaron hacia el norte por otros doce días mientras al este se recortaba la silueta del continente. Zeph se sintió abrumado, nunca se había imaginado la inmensidad del continente. Legó a sentir vértigo por tal extensión, como si fuera un océano de tierra firme.

No te burles de la sorpresa del joven Zeph. Él, en toda su vida, sólo había conocido pequeñas islas rodeadas de aguas turquesas. Que la tierra rivalizase en extensión contra el mar era inconcebible. Para el que vive en el desierto, un lago puede ser intimidante. Para quien no ha conocido el afecto, una sola palabra amable podría enamorarle.

Cuando finalmente viraron a estribor para salir al encuentro de la costa, se encontraron un enorme muro natural, las costas del norte eran mayormente acantilados. Creando la sensación de que Caesias no estaba abierta a extranjeros. Una depresión en el terreno donde un río había abierto su paso, les dio finalmente la bienvenida, en aquella ría se encontraba Puerto Alegro: la ciudad portuaria de Eldoria.

Casas desiguales construidas sin orden aparente, apiñadas unas encima de otras. Creando distintos niveles donde las calles eran plataformas de madera, que se sostenían por postes de madera desde el piso de abajo. Un desorden que parecía ir acorde con las miles de personas que atestaban el lugar. Ruidos y olores competían por ver cuál era más molesto. Hombres en el suelo, por determinar si estaban ebrios o muertos. Mujeres muy mayores o demasiado niñas, ofreciéndose a plena luz del día. Pero lo peor era que todos parecían indiferentes a las desgracias del resto: no había ayuda mutua, ni siquiera respeto.

Zephyr creía conocer la desigualdad, ya que en las islas había quienes vivían cómodamente mientras otros se conformaban con lo justo, pero aquello era un nivel completamente distinto. Entre tanta degeneración destacaban edificios opulentos custodiados por guardias. A simple vista Eldoria no era una sociedad que luchara contra la desigualdad; la fomentaba. ¿Tan desesperados estamos para querer firmar acuerdos con este reino? Se preguntó el joven embajador.

Nashit, se acercó a su hermano por primera vez en días. Cuando descubrió la treta de su hermano, por la cual pasó medio viaje fingiendo estar enfermo, juró venganza. Pero aquel panorama le hizo entender que estaban lejos de casa, en un mundo menos amable que el que conocían; necesitaba a su hermano mayor más que nunca.

Por suerte no pasaron mucho tiempo en Puerto Alegro. Thirian, junto a sus sobrinos, Neillian, y dos soldados marthienses continuaron por tierra. Viajaron en una carroza escoltada por soldados de Eldoria. La Regulos permanecería en puerto hasta nueva orden, mientras que los comerciantes ejercían su oficio.

Al abandonar el caos de la ciudad portuaria, los marthienses se encontraron con una realidad muy distinta. Las montañas y bosques de la costa dieron paso a una gran estepa, inmensa pero prácticamente vacía. Solo algunas aldeas parecían dar una tregua a un paisaje mayormente amarillo y yermo.

Podría detenerme para ahondar en la sensación de soledad que inspiraba el paisaje. O comentar las miradas esquivas de los aldeanos ante los soldados de Eldoria, que escoltaban a los embajadores. Pero no es necesario dedicar más palabras a un escenario baldío.

En los dos últimos días de travesía el paisaje cambió de nuevo, aparecieron algunos bosques y las montañas del norte se hicieron más y más evidentes; cumbres tan altas y blancas que se confundían con las nubes.

Llegaron finalmente a Aelthur, la capital del reino, que hacía pequeña a cualquier ciudad de las islas. Las murallas de piedra blanca eran intimidantes y la cantidad de vidas que se agolpaban en la periferia era casi absurda. El colosal castillo, aunque lejos de la belleza y el mimo de la arquitectura Marthiense, poseía el atractivo de un animal que ha crecido demasiado.

Antes de cruzar los muros, la desigualdad y degradación era incluso más acentuada que en Puerto Alegro; enfermos mendigando, niños rodeados de inmundicia, delincuentes que no se molestaban en ocultarse. Un panorama que cambió al llegar a la parte amurallada. Por cada niño que sufría en la periferia; un adorno de oro en la parte alta. Por cada grito desesperado de un lado; un traje de exquisita confección en el otro. Como si la riqueza quisiera compensar la miseria de la forma más equivocada posible.

Se alojaron en el castillo, como invitados de honor. Oportunamente, dentro de sus paredes no se podían escuchar los estómagos de los que pasaban hambre. Por duro que parezca, no ver el sufrimiento ajeno es la mayor de las comodidades. Una idea amarga sin duda, pero Zephyr tuvo que reconocer que él mismo sólo conocía la necesidad de su pueblo desde la tribuna del espectador. Una pequeña astilla que no sabía que tenía clavada, y ahora era evidente.

Hemos avanzado rápido; del mar, al puerto, a la capital en solo unas líneas. Pero era importante que llegásemos hasta aquí. De todas formas, un ritmo acelerado es un buen análogo a lo que sintieron los jóvenes isleños. Las impresiones se agolpaban, dificultando diferenciarlas unas de otras. Mejor así, pues hay ideas que si se les presta mucha atención; se pueden enquistar.

Cuando el viaje dejó de ser una excusa, Zeph decidió hablar con Neillian directamente. Acudió a la celda diminuta que se le había asignado al sustratista, ubicada dentro de las grandes habitaciones que habían destinado para la comodidad de los marthienses.

Neill le miró con firmeza cuando Zeph apareció, y antes de que el joven pudiera abrir la boca su tutor se le adelantó. Como si de alguna forma le estuviera esperando.

— Siéntate —le ordenó cediéndole la única silla—. Es evidente que no vas a olvidar el tema. Así que será mejor abordarlo de forma directa.

Zeph arrugó el entrecejo, mientras que Neill cerraba la puerta para evitar que las palabras se escapasen.

— Quiero dejar muy claro —dijo Neillian apoyándose sobre la mesa llena de hojas y papiros—. No es buena idea que nadie sepa... Insisto, absolutamente nadie ha de saber sobre esta conversación. ¡Júralo!

Zeph asintió solo para seguir adelante. Estaba algo desconcertado, no esperaba que Neill abordara el tema de esa forma.

— Dime, ¿dónde está tu tío? —preguntó a continuación Neill.

— En una reunión... —contestó Zeph algo exasperado—. Con unos nobles creo.

— ¿Y tu hermano?

— No lo sé, ¿A qué viene todo esto?

— Imagina que tuvieses que ir a buscarle —insistió su tutor— ¿A dónde irías?

—¿Quieres que vaya a buscarle?

— No, solo dime donde le buscarías.

— ¿Es normal enloquecer para los Caesianos? —preguntó Zeph sarcástico.

Zephyr cerró los ojos por un instante, como si intentara recordar algo, solo que no buscaba en su memoria.

— Cerca del salón principal, está con Shuri tramando algo, creo que uno de nuestros soldados está con él —respondió finalmente.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Neill entrecerró los ojos.

— No estoy seguro, solo es una intuición —Zeph rodó los ojos— Sé buscar a mi hermano, llevo haciéndolo toda la vida.

— Ya... —Neillian apretó los labios hasta formar una línea.

Neill sacó de un cajón un libro desgastado encuadernado en piel. Tenía grabado un sello que representaba la cabeza de un caballo, indicado que pertenecía a la biblioteca real. Zephyr tuvo que hacer un esfuerzo para leer el título; aún tenía dificultades para entender la escritura de Caesias. "Compendio y clasificación afinidades conocidas". Neil abrió el libro y busco una página que parecía marcada. Con el dedo dio un par de golpes al texto, como si intentara despertarlo de un sueño.

— "Dentro de las esencias dinámicas —comenzó a leer Neill—, quizás la más rara sea la Hematomancia. Afinidad por la esencia de criaturas y personas: en concreto por su sangre".

Zeph echó la cabeza hacia atrás confuso. Pero entonces entendió... Ese era el porqué Neill había estado distante después de aquella conversación. ¿Realmente insinuaba algo como aquello?

— "Se aconseja precaución y supervisión en su entrenamiento —continuó leyendo Neillian— Peligro potencial para el sustratista y quienes le rodean. Sus canales son principalmente intrínsecos, ya que no se conocen canales extrínsecos asociados a esta afinidad o son especulativos"

— Entonces... piensas que soy... —la juventud de Zeph le jugó una mala pasada y comenzó a dibujar una sonrisa en su cara.

— ¡No! —Neill alzó la voz, mientras cerraba el libro con fuerza y le señalaba con un dedo directamente a la cara—. ¡No te atrevas a sonreír! Es algo serio, no un juego. Alguien que tiene afinidad por la piedra, fácilmente puede partir una roca al intentar sustraer. Imaginas lo que podrías llegar a hacer si no vas con cuidado.

— No quiero hacer daño a nadie —dijo Zeph rápidamente. Sintiendo como si alguien descargaba un gran peso sobre sus hombros—. Puede que te confundas...

— Pensé lo mismo... Qué me confundía —Neill miró fijamente a ninguna parte—. Te he estado observando. Cuando vimos a aquella ba... Aquel monstruo marino que tanto os sorprendió, pasaste antes un rato mirando por la borda, justo por el lado por donde apareció.

— Sentía que se acercaba algo enorme... —recordó Zeph—. ¿Pero eso no lo sentimos todos?

— A veces nos cuesta comprender que el resto no perciben el mundo como uno mismo —reflexiono el sustratista—. La mayoría de malentendidos surgen por eso mismo. Hay un mundo distinto por cada uno que lo experimenta.

Neill cerró los ojos, casi se podía notar como ordenaba sus ideas.

— Pedirte que olvides o dejes de lado el tema, sería como susurrarle "calma" a una tormenta —dijo Neill antes de suspirar—. Eres joven y tarde o temprano acabarías descubriendo la manera. Lo sé porque es lo que me pasó a mí. No puedo enseñarte a sustraer o canalizar tu afinidad en concreto. Pero puedo prepararte para ello; entrenar tú foco, conocer los principios generales. Y sobre todo, a cómo mantenerte a salvo. Hay ciertos peligros de los que los sustratistas nos tenemos que guardar.

Imagina, que estés donde estés hicieran aparición ante ti un grupo de músicos. Un gran tambor marcando el ritmo, instrumentos de viento, no muy afinados, silbando cerca de tu cabeza. Varios instrumentos de cuerda tocando cada uno una melodía distinta, cada uno intentando imponerse al resto. Pues una cosa así, era lo que experimentaba en ese momento Zeph, solo que el ritmo eran sus palpitaciones aceleradas, los chirridos las preocupaciones y las melodías las expectativas.

— Nadie más ha de saberlo —aclaró Neill—. Ni siquiera Thirian o tu hermano. Eldoria tiene mala fama con su trato hacia los sustratistas.

—¿Mala fama? —inquirió Zeph arrugando el entrecejo.

— Intentan reclutarlos, y no les gustan las negativas, así que suelen usar métodos algo bruscos. Un sustratista militarizado es un gran efectivo para cualquier reino.

— ¿Te han intentado reclutar? —preguntó Zeph sin disimular la sorpresa.

— Desde que llegamos —contestó Neill torciendo el gesto—. El único motivo por el que no estoy en una mazmorra hasta reconsiderarlo, es por respeto a tu tío. Pero tu afinidad es muy rara, y por tanto se vuelve más peligrosa para ti mismo, en muchos sentidos.

— Sigues diciendo eso —Zeph levantó una ceja—. Creí que los sustratistas erais poderosos, capaces de hacer cosas imposibles para el resto.

— Poderosos... Algunos. Inmortales desde luego que no. Para los reinos somos activos que controlar, sobre todo en tiempos convulsos. Lo que también nos convierte en objetivos estratégicos. En el reino de Daergar, por ejemplo, hay un hombre "El mercader" le llaman. Por un precio puede conseguirte la cabeza de cualquier sustratista.

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