Capítulo 18: Una vida dedicada al arte
Lo había conseguido, había llegado al poblado. Nova palmeó el costado de Balada, una yegua blanca con manchas pardas, demasiado mayor para ser forzada a galopar de la forma que lo había hecho. Nova se disculpó mentalmente con su vieja compañera y le prometió que la recompensaría con una manzana, aunque le costara más que su propia cena.
El poblado estaba alejado del camino principal, de paso obligado solo para quienes provenían de las aldeas más perdidas, o para aquellos que querían alejarse del camino principal.
Cruzó la empalizada de madera que rodeaba el pueblo. Notó cómo alguna mirada se posaba sobre ella, el estuche de su hurdy-gurdy a menudo hacía las presentaciones por ella. Eso era bueno a veces, un músico siempre era apreciado y si poseía su propia montura significaba que además era bueno. Eso, por lo general, le aseguraba cierto público, pero ese día su objetivo era mantener un perfil bajo. Estaba cansada de cabalgar sin parar y de buena gana pagaría una habitación y dejaría el espectáculo para otro día. Desgraciadamente no se lo podía permitir, "obligaciones" lo llamaban, aunque Nova no recordaba el momento en que aceptó esa carga. El talento tiene un precio, se dijo para intentar consolarse.
Después de unas palabras y una sonrisa, consiguió un trato no tan favorable con la taberna del pueblo. No pudo conseguir ninguna manzana, pero sí algunas zanahorias para Balada, acomodó a su yegua en el establo y se dispuso a cumplir su acuerdo.
La taberna estaba mal distribuida, como la mente de un político. Le tocaría quedarse en una esquina y con suerte sería escuchada por diez personas aquella noche. Al menos la sopa que se calentaba en el hogar no olía del todo mal. Le sirvieron una cerveza de malta aguada, que bebió porque, en fin... seguía siendo cerveza.
La noche cayó y nada parecía indicar que fuese a ser una noche distinta al resto; las mismas peticiones musicales de siempre; las mismas insinuaciones desacertadas a las que estaba, por desgracia, acostumbrada. Tocó alguna composición propia que pasó desapercibida y cruzó los dedos para que su intuición no hubiera fallado y no hubiera ido hasta ese pueblucho para nada.
La puerta se abrió, y un hombre, con un dramático gusto por el negro, entró a la taberna. Iba acompañado de dos chicos jóvenes que vestían ropas demasiado grandes para ellos. Uno de ellos se quedó embelesado mirándola. Nova le sonrió, pero en realidad se sonreía a sí misma. Aquellos ojos violeta, piel tostada y pelo plateado eran inconfundibles. La carrera a la que había sometido a su yegua no había sido en vano. Ahora sólo faltaba la parte difícil.
El hombre que acompañaba a los jóvenes, a todas vistas un mercenario, fue directo hasta la barra para pedir comida, alojamiento y provisiones. Lo estudió con detenimiento, no era el típico mercenario pendenciero, seguía siendo joven, incluso apuesto y parecía tener mejores modales que la mayoría. Sin embargo, fuera roma o afilada, una espada de alquiler seguía siendo un asesino a sueldo. Para Nova no había diferencia: mercenarios, cazadores o soldados. Hombres que se creían mejores solo por empuñar acero en lugar de herramientas de madera o hierro. Y que siempre servían antes al rico que al necesitado.
El mercenario parecía un poco apurado, pues solo pudo sacar de su bolsa unos cuantos favores de bronce, insuficiente para pagar todo lo que había pedido. Rebuscó en sus bolsillos sin éxito.
— Sirve cena a los chicos —dijo finalmente el mercenario, dejando como depósito lo poco que llevaba—. Tengo algunos dracones en mis alforjas.
—Yo puedo... —empezó a decir el mayor de los chicos, antes de ser interrumpido por el hombre.
— Quedaos aquí, reponed fuerzas. Enseguida vuelvo.
Extraño, pensó Nova. Pero no sería el primer viajero que se quedaba sin fondos. Los jóvenes se sentaron cerca de la barra. Inmediatamente, la músico desató la correa de su instrumento y se acercó a la barra para pedir otra bebida. Una excusa para acercarse a ellos y escuchar lo que decían.
Nova se sorprendió, hablaban en un idioma completamente distinto a todo lo que había escuchado. Le pareció precioso, como si los sonidos se deslizasen y las palabras se acariciaran entre si. No pudo evitar imaginar lo maravilloso que sería cantar en aquella lengua. Por desgracia, ella no fue la única en percatarse de aquella extraña lengua.
— ¡Yee, parcils! ¡Hablan elfo! —dijo un hombre que bebía, ya demasiado, junto a otros en una mesa.
La músico maldijo para sí, era por gente como esa por lo que siempre llevaba su daga a mano. Los mismos que se ponían a cantar a su lado, invadiendo su espacio con descaro, deslizando un brazo por sus hombros como si les perteneciera. O peor aún, tomándola del brazo con dedos ásperos, exigiendo un "recital" privado. Nova odiaba a los tipos como aquellos.
Cinco hombres rodearon la mesa donde estaban sentados los jóvenes. La confusión de los extranjeros era notable, mirando asustados a su alrededor, intentando comprender por qué eran asaltados de esa forma.
— ¡Us dije! Sean elfos —exclamó el hombre socarrón mientras les quitaba las capuchas, dejando al descubierto su pelo plateado.
— Lo lamento pero no somos El'lirians —dijo el mayor de los hermanos.
— ¿Eh? ¿Qué'e eso de lirans? —preguntó uno de los hombres.
— Creo que te'a insultao Alex.
Nova, a quien le empezaba a hervir la sangre, se preguntó si podía intervenir de alguna manera. Quizás esa era la oportunidad que buscaba para acercarse a ellos. Pero ¿cómo hacerlo exactamente? Aprovechó que la atención de la taberna se dirigía hacia ellos, para mirarles directamente. No se hubiera imaginado que aquella combinación de rasgos fuese tan atractiva. Distaban mucho de ser elfos, pero eran lo suficientemente distintos para que aquellos bravucones la tomaran con ellos.
— Us dije parcils, que os elfos sean groseros —afirmó el tal Alex, agarrando bruscamente al mayor de los chicos—. ¡Repite o que me llameste, elfo!
— Paricen suaves —comentó otro de los hombres con una sonrisa siniestra—. Io quero probar uno.
— ¡¿Qué e' eso que brilla?! O que usa al cuello —dijo el más corpulento de los cinco, llevando su mano hacia el collar del isleño.
Zephyr que ya comenzaba a pasar de la confusión a la furia, sujetó con fuerza la mano del hombre que intentaba tomar su collar de cristales marinos. No entendía cómo habían caído en esa situación o qué habían hecho para enfadar a aquellos hombres. Pero de ningún modo permitiría que se llevaran su collar. Se inició un pequeño forcejeo, donde los hombres no tardaron en inmovilizar a los jóvenes. Hasta que una voz llamó su atención.
— ¡Un poco de hospitalidad! —dijo Soren desde la puerta—. Sería de agradecer, a veces, un poco de hospitalidad. Ha sido un día largo y solo queremos descansar.
Los hombres alzaron su vista hacia el mercenario. De pronto todo el mundo parecía inquieto. Pero a excepción de los viajeros y la músico, todos eran habituales de aquella taberna. Los hombres sabían que nadie ayudaría a los desconocidos, eso les hizo sentirse confiados.
— Nusotros semos hospitarios —dijo uno de los hombres que sujetaba por el cuello a Zephyr—. Pero pedimo resperteo de los foráneos, y elos insultarno en elfo.
— ¡Sí! —secundó el hombre que se había intentado hacer con el collar—. Una ofensa, una retribucio. Com dicen os nobles.
Soren dio un paso adelante, pero inmediatamente notó como aquellos hombres se tensaban y advirtió como un par de manos se dirigían hacia sus cinturones, seguramente donde ocultaban sus cuchillos. No dejarian que un mercenario armado se acercara demasiado. Se topó con los ojos de súplica del más joven de los hermanos.
— Estoy seguro que ha sido un mal entendido —dijo Soren conciliador, mientras movía sus manos para que fueran claramente visibles—. Os pido disculpas, no conocen las costumbres. ¿Qué tal si pago yo por los sentimientos heridos?
Mientras hablaba, Soren sacó un reluciente escarabajo de oro. Nova frunció el ceño. Hace solo un rato apenas tenía para pagar la cena, y ahora aparece con una bolsa repleta. ¿Quién deja metales de oro en las alforjas de su montura? Por suerte, nadie más compartía su exitismo.
Los hombres se miraron entre ellos, sorprendidos de que aquello fuese a ser tan fácil y tan beneficioso. Casi de inmediato soltaron a los chicos, aceptando el trato. Soren les lanzó el metal y los jóvenes isleños pudieron terminar de zafarse. El más mayor de los hombres tomó el escarabajo y se lo llevó a la boca dándole una dentada con los pocos dientes que aún le quedaban. Sonrió de oreja a oreja a comprobar la marca que dejó en el escarabajo dorado. Satisfechos volvieron hasta su mesa.
Los hermanos se frotaban el cuello junto a Soren, estaban a salvo. Nova, gratamente sorprendida. El mercenario no había arriesgado la seguridad de los chicos. Las vías pacíficas eran una rareza, incluso mayor ver a unos marthienses. Pero la tranquilidad no duró mucho.
— ¡Esperarse! —alzó la voz al que llamaban Alex—. Si este tan fácil aflojo lo metales, es po'que os collare valen mucho maá. ¡Creerse que semos lerdo!
Soren entrecerró ligeramente los ojos y avanzó un paso asegurándose de que los jóvenes quedaran detrás de él.
— No he pagado por los collares —dijo el mercenario encarándose con Alex—. He pagado por vuestra amabilidad. Pero no voy a pagar por tú avaricia.
Una vez más, toda la atención fue a parar a los viajeros. Aunque esta vez los otros hombres no parecían seguros de si merecía la pena, pero desde luego no abandonarían a su compañero.
— Tú 'a pagao por nustra amabilida, no elos —dijo Alex con una sonrisa, creyéndose el peso abrumador de su lógica—. Queremo os collare.
Soren exhaló aire por la boca, poniendo una mueca de profundo desagrado, como si estuviera oliendo la mierda de un animal enfermo. Después miró directamente a los ojos del tal Alex.
— Si tus amigos te prestan los huevos que te faltan. Tómalos tú mismo.
Era más de lo que el bravucón necesitaba. En su mano derecha rápidamente apareció un cuchillo dispuesto a apuñalar al mercenario. Pero Soren, que no se molestó en sacar ningún arma, fue más rápido. Le encajó un golpe ascendente en la parte inferior de la mandíbula. La fuerza del impacto hizo que se tambaleara. Soren le agarró de la nuca y con brusquedad dirigió su cabeza para golpearla contra la mesa más cercana. En el mismo movimiento, con su otra mano le arrebató el cuchillo, que usó inmediatamente, clavándolo con un golpe seco en la madera, atravesando las mejillas del pobre infeliz por el camino.
El tiempo pareció congelarse, todo había ocurrido tan rápido como cristal rompiendose contra el suelo. Solo cuando Alex, que tenía la cara grotescamente fijada a la mesa, empezó a gritar, más de pánico que de dolor, sus amigos reaccionaron. Soren, que parecía esperar a ese momento, apoyó su pie izquierdo en Alex y de una patada lo empujó hacía sus compañeros. En el mismo movimiento desenvainó un cuchillo de cazador que guardaba en la bota.
Nova creyó escuchar como la carne de la boca de aquel tipo se desgarraba al ser empujado. Admiró la soltura de aquel mercenario, que no hacía un movimiento en falso. Desde la otra parte de la taberna otro parroquiano corría para socorrer a sus amigos. Nova colocó disimuladamente el pie en su camino, haciéndole caer de bruces; su pequeña participación en la trifulca.
Mientras tanto, el más grande de los bravucones había conseguido esquivar a su amigo caído. Atacó a Soren con un puñal en un movimiento descendente. El mercenario no se molestó en esquivar o en hacer un movimiento elaborado, simplemente lanzó su propia hoja en dirección opuesta. Ambas armas impactaron. La del hombre, en el guantelete de Soren sin hacer mella. La de Soren, atravesó el antebrazo del hombre de parte a parte. El bravucón gritó de pánico, un grito más agudo de lo que se esperaría por su tamaño. Sin concederle un segundo, Soren pisó sobre su tobillo y tiró de él en dirección opuesta, para que su peso hiciera palanca. Después del chasquido, el hombre había perdido por completo el equilibrio y Soren lo lanzó contra otro de sus camaradas, que intentaba llegar hasta los isleños.
Antes de enfrentar a un nuevo adversario, un grito llamó la atención de todos.
— ¡Parar! O us atravieso —gritó el cantinero sujetando una ballesta militar.
Todos obedecieron, con tal arma podría atravesar a cualquiera sin problemas. Por suerte no apuntaba a nadie en concreto.
— !Jóer! Mira que us he dicho veces que us cuntruléis —les dijo a los hombres antes de dirigirse a Soren—. ¡Tú! Será mejor que us vayáis, pilla a tus críos y largaus!
Soren no intentó discutir. Dejando las manos a la vista, comenzó a retroceder sin dar la espalda en ningún momento. Los hombres se levantaban lentamente, evaluando sus heridas. Justo antes de salir por la puerta, Soren se fijó en el más grande de ellos, que miraba con horror y rabia el cuchillo que le atravesaba el antebrazo.
— Puedes quedártelo —dijo Soren con una sonrisa—. Como muestra de mi amabilidad.
—
Fuera de la taberna, mientras preparaba a los caballos, Soren maldecía su suerte. ¿Era demasiado pedir una noche tranquila?
Leyó la desesperación en el silencio de los jóvenes hermanos. Como un enemigo mezquino, el destino parecía querer concederles un descanso. Él podía pasar días durmiendo en el bosque y comiendo lo poco que pudiera cazar o recolectar. Pero no podía asegurar cuánto más aguantarían aquellos chicos antes de terminar por romperse. Intentó decirse que no era su responsabilidad, su contrato con ellos se limitaba a velar por su seguridad física y llevarles hasta su barco. Siempre y cuando aún respirasen al llegar a su destino, él habría cumplido. Aguantarán un par de días sin comer. Si paramos solo para que descansen los caballos...
Un sonido a su espalda arrancó a Soren de sus cavilaciones. Rápidamente se giró mientras desenvainaba una de sus espadas. La punta de su acero quedó apuntando al rostro de una joven de pelo rizado.
— ¡Ahh! ¡Tranquilo! —gritó la chica—. ¡No soy ellos!
Soren mantuvo su espada en alto, estudiando a la joven que había levantado las manos y sujetaba un saco de tela en una de ellas.
— No quiero molestar, mi nombre es Nova —se apresuró a decir la joven—. He pensado que os vendrían bien unas cuantas provisiones.
La joven músico dejó caer el saco, que se abrió mostrando parcialmente su contenido: un par de hogazas de pan, embutidos, algunas raíces comestibles y algo de queso. Nova dio un paso atrás y mantuvo las manos en alto, intentando demostrar que ella no era una amenaza. Soren envainó su espada, pero mantuvo la mirada fija.
— No muy lejos vi una casa abandonada, en no muy mal estado —continuó diciendo Nova—. Podría ser un buen refugio, parece que esta noche va a llover.
— ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Soren entrecerrando los ojos.
— Solo tener un gesto amable. Llámalo agradecimiento por dejar en su lugar a esos cretinos—dijo la joven mostrando la mejor de sus sonrisas—. Pero lo cierto es que no me vendría mal compañía para el camino. Sí es que por un casual os dirigís a Puerto Alegro.
— No —dijo Soren con brusquedad, antes de volverse para ajustar la silla de Brizna—. No necesitamos compañía.
— Pero si necesitáis comer —insistió Nova—. Al menos ellos. Y la verdad, yo no me siento muy cómoda durmiendo cerca de esa taberna. Comida y refugio a cambio de seguridad, no es un mal trato.
Soren no respondió, simplemente continuó preparando los caballos, ignorando a la chica con la esperanza de que se desanimara y se fuera.
— Bien —dijo finalmente Nova, mientras tomaba el saco de provisiones—. Espero que encontréis algunas bayas no muy venenosas o algún conejo con algo más que pellejo.
La joven se giró y comenzó a andar sin mirar atrás. Soren sintió clavos clavándose en su piel; pero realmente eran las miradas de los chicos. Evidentemente, no estaban de acuerdo con la idea de rechazar la ayuda de la joven. Las primeras gotas de lluvia empezaban a caer y prometía ser una noche fría.
— ¡Espera! —dijo Soren cerrando los ojos y apretando los labios—. Podemos compartir el camino, si no nos retrasas.
Nova les miró por encima del hombro, forzó un parpadeo haciendo una caricatura de la expresión de sorpresa.
— Nop —dijo la joven antes de continuar andando—. La oferta ha expirado, lo siento parcils.
Soren sintió la presión de dos pares de ojos violáceos. Apretó la mandíbula. Por esto mismo no acepto esta clase de trabajos.
— ¡Lo siento! —se disculpó Soren sin abrir mucho los labios—. Por favor... por ellos.
Si la victoria tuviese un sabor, se podría saborear en la sonrisa de Nova de aquel momento, antes de girarse hacia sus nuevos compañeros de viaje.
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