Capítulo 12: ... por una causa justa ...
Los pasadizos eran estrechos; en algunos tramos apenas podían avanzar en fila de a uno. El aire estaba viciado y cargado con humedad. Cerca de ochenta miembros de la hermandad recorrían los pasadizos subterráneos del castillo.
Las manos de Darmon temblaban como nunca antes en su vida. En su mente, las dudas, como pequeños demonios embravecidos, echaban todo abajo: "¿Qué estás haciendo?" "Morirás y tu familia se convertirá en mendigos" "Cobarde, eres el único que duda" "No cambiará nada" ¡"Cobarde!" "Gira sobre tus pasos y lárgate de aquí, no eres un guerrero" "¡¡COBARDE!!".
Se permitió cerrar los ojos, sentir su respiración agitada que buscaba aire limpio. Pensó en ella; el recuerdo de Ilda siempre le reconfortaba. ¿Qué diría sobre esta locura? Ella siempre decía que con fe el enjambre desaparecería. Que era solo un reto más del Dios de los siete rostros; "para que no olvidemos lo importante, para ser agradecidos".
Unas simples escaleras de mano marcaron el final del camino. Se prepararon, Darmon se aseguró de que su pañuelo le cubría el rostro. Uno a uno comenzaron a subir por aquellas escaleras. Estaban en el castillo, en lo que parecía un almacén lleno de comida, casi un insulto a los que pasaban hambre a diario. Sin embargo, algo llamó más la atención del artesano; el cuerpo de un guardia ensangrentado. Había sido degollado y su sangre avanzaba lentamente siguiendo el dibujo de entre los adoquines..
Se separaron en grupos; Darmon y otros doce siguieron a un hombre que parecía conocer el camino y avanzaba sin vacilar. Se cruzaron con un par de guardias, que tardaron demasiado en reaccionar. Parecía que la sangre envalentonaba a sus compañeros. Quizás sí lograrían un cambio, quizás ese era el camino.
Subieron por unas escaleras de piedra, recorrieron un pasillo, abrieron una puerta de golpe y se detuvieron de inmediato. El mismísimo príncipe Aric parecía estar esperando a alguien, pero por la sorpresa en su rostro, desde luego no a ellos. Estaba acompañado de dos guardias de armadura blanca y capa verde.
Por un instante todo pareció congelarse, un instante donde la duda se tensó como un arco para liberar... violencia. Los miembros de la hermandad se abalanzaron como el agua del mar embravecido; los custodes hicieron el papel de roca. Pero igual que el agua salpica, no pudieron detener a todos. Darmon cruzó la línea de defensa, empuñando el puñal con el cual estaba destinado a acabar con la tiranía.
El príncipe Aric esquivó a un atacante haciéndole tropezar, pero no pudo evadir al maestro tonelero, que con rabia ciega y salvaje se abalanzó sobre él. Cayeron al suelo forcejeando.
Darmon luchaba con la desesperación de un hombre que ya había perdido demasiado. El príncipe, con un brazo herido, no tuvo oportunidad. Darmon inmovilizó el brazo sano del príncipe, y con su brazo izquierdo descargó el puñal hacia la cara del hijo del rey.
__
La violencia existe y existirá. Es la herramienta principal con la que se oprime al débil, y con la que se mantiene el poder, pero también se puede usar para liberar. Adoptará muchas formas, disfrazándose de justicia, autoproclamandose necesaria. Para algunos será el último de los recursos, otros... buscarán cualquier excusa para utilizarla.
Aric se protegió con su mano herida; apenas pudo contener el golpe. Su hueso dañado gritó por el esfuerzo, amenazando con quebrarse de nuevo. Pudo ver la hoja, con la punta ligeramente curvada, suspendida a menos de un centímetro de su ojo. Pudo oler el sudor y el aliento de aquel hombre, que se posiciona para cargar su peso sobre el puñal.
Su instinto y entrenamiento tomaron el control. Apoyó los pies en el suelo y se impulsó con fuerza, arrastrándose mientras doblaba su cuerpo hacia un lado. Lo suficiente para salir de la trayectoria del puñal, que chocó contra el suelo. Su atacante, sorprendido y desequilibrado, soltó su agarre, lo suficiente para que Aric se liberase de un tirón y lanzará su mano hacia la cara de su agresor. Clavó su pulgar en el ojo y presionó, mientras que con el resto de los dedos arañaba el lateral de su rostro.
Un grito de dolor. No existe un grito característico cuando alguien pierde un ojo, pero aquello se pareció bastante. El atacante se echó para atrás mientras lanzaba una nueva puñalada. Aric ya había conseguido suficiente espacio para zafarse, rodar por el suelo e incorporarse. Su contrincante se levantó mientras se llevaba la mano a la cara que no paraba de sangrar.
Miró directamente al príncipe, con la rabia de ambos ojos concentrada en el que le quedaba. Levantó una vez más el puñal y se lanzó decidido a matar. Pero sólo dio un paso; una lanza se clavó en su cuello, justo por debajo de su mandíbula.
Los custodes se ganaban su reputación. Letales, efectivos, cinco cuerpos ya yacían a sus pies, el resto habían tomado distancia ante los fieros guardias. Aric no dudó.
— Faurin, tu espada —ordenó a uno de los custodes.
El custode obedeció la orden y entregó su espada corta al príncipe.
Aric avanzó hacia los asesinos. Su brazo derecho palpitaba de dolor, pero tenía el otro; y eso era suficiente. Uno de los hombres, envalentonado por no tener enfrente a un guardia con armadura, y sólo a un joven herido, atacó primero. El príncipe hizo un quiebre y cortó la ingle del hombre sin detener el paso. Se agachó y giró sobre sí mismo para esquivar una hacha de leñador que buscaba su cuello y al mismo tiempo clavar su espada en la axila de una mujer que tensaba un arco. Continuó girando para desencajar la espada y dar un barrido. Inmediatamente lanzó una nueva estocada.
Los custodes avanzaron a ambos lados del príncipe, exhibiendo su pericia, clavando sus lanzas puntos vitales. Ya no protegían al hijo del rey; ahora seguían a su general, que sin armadura y con un brazo inutilizado marcaba el ritmo, ya no del combate, sino de la ejecución de los asaltantes.
Cuando el último fue rematado en el suelo, Aric se permitió recuperar el aliento, sacudió sus hombros y notó el hedor a muerte, sangre y sudor. Llegaron hasta ellos los ecos de aceros chocando, y gritos que resonaban por los muros del castillo. Aric resopló, pisó con fuerza para liberar su espada clavada en un torso y salió en busca del resto de asaltantes.
__
Thirian corrió hacia una de las armaduras expuestas en el vestíbulo, mientras sacaba una daga que llevaba siempre oculta. Dos de los asesinos corrieron tras él. Thirian se giró mientras lanzaba la daga acertando en la boca de uno de sus perseguidores. Su compañero no se detuvo a ayudarle mientras se ahogaba en su propia sangre. Thirian llegó hasta una de las armaduras que derribó para que cayese encima del segundo perseguidor. El diplomático tomó el escudo y golpeó en el cuello al asesino que intentaba destrabarse de la armadura.
Mientras, el soldado marthiense que aún quedaba en pie y Soren intentaban mantener a raya al resto de asaltantes. El soldado usaba la velocidad de su adfihe para trazar grandes cortes en el aire manteniendo la distancia. En cambio Soren se mantenía más conservador limitándose a bloquear y esquivar.
Existe un símil entre el baile y el esgrima, ambos requieren de ritmo y coordinación, se diferencian en que mientras en uno intentas confluir, en el otro intentas que tu ritmo rompa el del adversario. El problema era: sus adversarios no tenían idea ni de baile ni de esgrima. Faltos de experiencia sus ataques estaban guiados por el caos, enfrentarse a ellos era más parecido a enfrentarse a una jauría de perros hambrientos y cabreados.
Soren escuchó un chasquido, una saeta cruzó silbándole la oreja y terminó clavándose en el pecho del soldado. El marthiense ya no pudo blandir su hoja curva y los asesinos se le abalanzaron y clavaron sus aceros.
Algunos de los asaltantes decidieron poner su atención en los jóvenes y fueron hacia ellos para cobrarse sus vidas. Soren adoptó de inmediato una actitud más agresiva, hizo una finta, cortó la cara de uno de los asesinos, y giro sobre sus talones para intentar interceptar a aquellos que iban a por los hermanos. Sintió un corte en el muslo, se vio obligado a doblar la rodilla, y alzar su espada para bloquear un garrote que buscaba su nuca. No llegaría a salvarles.
Zephyr intentaba proteger a su hermano pequeño, cuando vio a un hombre con la cara tapada alzando una espada, cerró los ojos creyéndose perdido. Pero Thirian apareció de la nada, con un gran escudo por delante, embistió a los asesinos. Tenía varias heridas visibles, pero no parecía preocuparse por ello, su único objetivo era protegerles.
Con una calma aprendida en mil tormentas, Thirian hizo una lectura rápida de la situación; no tenían muchas opciones. Pero quizás podía ganarles algo de tiempo a sus protegidos, quizás les podía dar una posibilidad.
Se aferró al escudo y emprendió una nueva carga, esta vez interponiéndose entre Soren y el resto de asaltantes. Intentó empujar a cuantos pudiera, sin preocuparse de su propia seguridad. Al pasar junto al mercenario, sus miradas se cruzaron, en los ojos del diplomático, una súplica.
Soren captó el mensaje, y no discutió. Si dudaba el sacrificio de aquel hombre sería en vano. Corrió hacia los hermanos, cortando por el camino el cuello de un asaltante derribado. Se apresuró a guiar a los jóvenes hacia la sala de audiencias.
Cerró la puerta tras él, pero le dio tiempo a ver cómo Thirian, ya en el suelo, era golpeado y apuñalado. Atrancó la puerta con el pasador y miró a los chicos. Sus caras estaban pálidas; sin duda habían visto el final de su tío.
No pasó mucho tiempo hasta que sintieron el primer golpe. Los asesinos no se retirarían ante una puerta. Un segundo golpe; Soren dejó de mirar a los jóvenes en shock y se dispuso a buscar una salida. Las marcas en la alfombra que le habían llamado la atención por la mañana... eso era, tenía que haber un pasadizo oculto.
Un tercer golpe, mucho más fuerte; estaban usando algo como ariete.
Soren buscaba con sus manos por la pared. Tenía que haber algo: un contrapeso, una palanca... Algo.
El siguiente golpe hizo crujir los postigos de la puerta.
Los dedos de Soren estaban entumecidos por la lucha, lo que dificultaba la búsqueda. A lo mejor se le había pasado algo... Quizás el mecanismo estaba en otra parte... O ni siquiera había nada
Los chicos no parecían entender qué intentaba; solo veían a un extraño toquetear una pared enloquecido. Su tío muerto y ellos encerrados con un demente.
Otro golpe; saltaron unas astillas.
"Siempre creyendo ver algo que no existe", se increpó a sí mismo. "No hay puerta, y acabas de perder el tiempo que teníais".
Su dedo tropezó con una pieza metálica, oculta entre dos piedras del muro; tiró de ella.
Los siguientes golpes terminaron de romper la puerta. Los asaltantes entraron en la sala de audiencias en tropel con las armas por delante.
La sala estaba vacía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro