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Visita a medianoche

Aquella noche Irina estaba especialmente habladora. No conmigo, por supuesto, sino con el libro que leía. Yo hubiera jurado que el episodio de la clase de gimnasia la había hecho rabiar para lo que quedaba del día pero se veía como si nada hubiera sucedido.

—Eres un idiota —murmuraba de vez en cuando, y luego sonreía—, se te ha escapado con uno de los trucos más viejos… No me digas, ya decía yo que no eras el chico bueno de la historia.

Y cosas por el estilo. A veces le gritaba a un personaje o simplemente bufaba y comentaba “este detective es tan tonto. Es evidente desde el primer segundo que es la hermana menor quien lo ha matado”. Por supuesto, acertaba.

Sin embargo, su libro terminó demasiado rápido y ella flotó alrededor de la habitación, buscando en su bolso.

—Ajá —dijo extrayendo un viejo tomo de Encantamientos—. ¿Qué crees Mel, podré aprender alguno de estos en las próximas tres horas?

Me encogí de hombros. Si se esforzaba, Irina era capaz de muchas cosas. Aunque se suponía que su naturaleza… vampírica (vale, me costaba pensar un poco en la palabra) le impediría en gran medida realizar hechizos poderosos, Irina era la mejor bruja de su edad que yo conocía. Bueno, no de su edad, porque se suponía que estaba congelada en los quince para siempre, pero ella tenía diecinueve para mí. Se veía como una chica de diecinueve. O tal vez sólo era mi imaginación y su mirada de persona mayor.

Irina abrió el libro al azar.

—Congelamiento en el aire —leyó. Su emoción decayó un poco.

Se pasó las siguientes dos horas intentando congelar objetos. Desde mi despertador, que tuve que volver a colocar en la hora de verdad, hasta su cama.

Tomaba un descanso (usar magia era la única cosa que conseguía hacerla lucir agotada) cuando tocaron a la puerta.

Estuve a punto de gritarle a nuestro visitante que se largara de allí, porque tenía una ligera sospecha sobre quien podría ser, pero el pensamiento de que me pasara algo como en la televisión, donde resulta ser otra persona (el director Rushton, por ejemplo) me mantuvo en silencio. Irina fue hacia la puerta y abrió de mala gana.

Era imposible que Rushton hubiera usado un conjuro para convertirse en el gemelo de James Sandler, así que aquello solo nos dejaba una opción: el chico estaba a punto de adquirir una cicatriz para el resto de su vida. Sólo esperaba que no despertara a medio instituto. Estaba dispuesta a lanzarle un hechizo de silencio.

Pero Irina se recostó contra el marco de la puerta de forma que bloqueó la entrada y yo pude ver su perfil, cruzada de brazos.

—Buenas noches, Irina. Pasaba por aquí y…

Un segundo después, chasqueó los dedos. James se quedó en silencio, con los ojos abiertos como platos mientras sus pies se elevaban del suelo. Demoré un segundo en entender qué había hecho. Ah, claro, el hechizo de congelamiento.

Bueno, pudo ser peor. Irina seguía en la misma posición, pero notaba cómo empezaba a tensarse mientras pasaba el tiempo. Sostener un hechizo así le estaba costando mucho. Se movió fuera de la habitación y tuve que salir de mi cama para asegurarme que sólo había vuelto a inclinarse en la pared del pasillo. Un minuto después, oí pasos fuera. No quería que fuera la señora Harewood, y de todos modos sonaban demasiado rápidos para serlo.

Irina volteó la cabeza y vi relucir sus ojos, pero no sonrió. James cayó al piso con un golpe seco.

—¿Nadie le ha enseñado todavía a no meterse en problemas? —dijo ella en dirección al pasillo.

Supe que el que respondería sería Kyle, incluso antes de oír su voz diciendo:

—No, lo siento mucho. Yo…

—Bien, será mejor que no vuelva a aparecer por aquí, o juro que esta vez sí lo mataré. Ha tenido suerte de que estuviera ensayando este hechizo y convenientemente necesitara alguien para probarlo.

—Eres muy buena —dijo una voz desde el suelo. James se había despertado. Kyle debía decírselo, y mientras más pronto, mejor —. Realmente me has congelado durante veinte minutos. Wou.

Algo brilló en la oscuridad: las manos de Irina estaban en llamas. Me tensé, pero luego recordé que aquello sólo era una reacción ante el cumplido que le acababa de hacer James.

—Podría enseñarte a comportarte, ¿sabes?

Ahora sí que no bromeaba, por lo que decidí adelantarme.

—Irina, no creo que tengan nada más interesante que decir. Lo mejor será que regreses a tu libro y yo pueda seguir con el mío. Además, empieza a hacer frío.

Irina no dio signos de haberme escuchado pero un segundo después las brillantes llamas desaparecieron y ella entró en el cuarto con toda la dignidad de una reina. Ni siquiera tuvo que mover los dedos para que la puerta se cerrara tras ella.

—Se merecía lo que estaba pensando —dijo en un susurro bajo que no expresaba ningún sentimiento—. Ya tendré otra oportunidad de probarlo, supongo.

Cuando los ruidos de los chicos desaparecieron, Irina volvió a la ventana pero no leía ni practicaba, sino que jugaba con el colgante que le permitía estar bajo la luz del sol. Me dijo que fue un regalo de Rushton, magia poderosa y todo eso. Luego empezó a pasar la mano distraídamente por las marcas en sus muñecas y la que tenía en el cuello. Me había contado que allí fue donde la mordieron, aunque no le gustaba recordar mucho su pasado. Poco después, antes de las doce, se acercó a su armario. Sacó una chaqueta y se colocó un par de zapatillas. La miré confundida unos segundos, pues había esperado que sacara su pijama hasta que recordé que ya era Jueves. Irina tenía sombras muy marcadas bajo los ojos.

—Buenas noches —dijo antes de salir de la habitación.

—Que la pases bien —murmuré. Era lo único que era capaz de decir cuando salía en una de sus noches de caza. Usualmente Rushton le enviaba una caja con tres bolsas de sangre para la semana (de miedo, lo sé) pero a Irina no le causaba mucha gracia estar hundiendo sus colmillos en “esas horribles cosas que me hacen sentir como si comiera gusanos”. Había descubierto que prefería correr tras los animales en el bosque y tener algo de “sangre fresca”. Yo no tenía idea de si Irina había probado sangre humana alguna vez, pero no parecía su estilo. Es decir, ella podía luchar hasta dejar moribundos a varios, pero nunca la había visto morder algún humano, por mucho que hubiera amenazado con hacerlo. Aunque sí la había visto usar sus colmillos para combatir submundos. Cientos de veces.

Irina cerró la puerta y un leve susurro me indicó que había corrido a toda la velocidad de la que era capaz.

Muchos podrían decir que era escalofriante compartir habitación con un vampiro. Es decir, ¿qué si tropezaba y me rompía un brazo o algo? Pero hasta ahora nunca había pasado nada. De hecho, la única vez que casi me cayó encima una caja desde lo alto de mi armario, Irina se apresuró a saltar y cogerla por mí.

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