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Ofuscación

El lobo se precipitó en el claro al mismo tiempo que Irina saltaba. Sus ojos destellaron y sentí su mirada. Se la sostuve, intentando esconder el miedo. Sin embargo, un segundo después tuve que llevarme las manos a la cabeza.

Me palpitaban las sienes y el claro empezó a desdibujarse. Oí a James y Kyle gritar pero todos los ruidos de la pelea sonaban distantes. Una parte de mi cerebro sabía que era mi obligación convocar un hechizo para ayudarlos. Di un paso en dirección a la pelea y mis pies tropezaron.

Tenía los ojos llenos de lágrimas y mi cuerpo se sentía pesado, tambaleante.  Seguí caminando: esto tenía que parar en algún momento. El piso sólo estaba desnivelándose. Agradecí cuando pude tocar bajo mis manos la corteza de un árbol e inclinarme sobre él.

Me dolía la cabeza. No era capaz de pensar en otra cosa. ¿Por qué no se iba el dolor? ¡Que alguien lo quitara! Y pronto. Tenía que ayudar. Mis amigos estaban en peligro. Sin embargo, mientras más intentaba despejarme, el dolor hacía que mis dientes chocaran. A pesar de todo, mis pies no se daban por enterados de que me había transformado en un cascanueces humano. Seguían avanzando, sacándome del claro, alejándome de la pelea e internándome en el bosque. Tenía la sensación de que olvidaba algo importante pero cada vez que intentaba concentrarme, el dolor regresaba. Era más fácil dejarme llevar.

Los ruidos de la pelea se estaban opacando a cada paso, y empecé a sentir que algo me llamaba. No había palabras pero lo sentía dentro de mí. Tenía que ir hacia allí.

—Emmeline.

La palabra emergió entre la niebla. ¿Qué era un Emmeline? Algo retumbó en mi cerebro.

—Emmeline.

Ahora la voz se oía más fuerte. Era un hombre el que gritaba. Sonaba… ¿preocupado?

—Emmeline.

Conozco esa voz. El pensamiento envió olas de dolor por todo mi cuerpo y mis rodillas estuvieron a punto de ceder. Mis manos se extendieron para amortiguar mi caída y se toparon con un tronco. Me mantuve en pie.

—¿Dónde…?

—¡Cuidado!

Nemum tempod.

—¡Mel!

La última voz hizo que un quejido escapara de mis labios. Las oleadas de dolor hicieron estallar el sudor en todo mi cuerpo. Nina estaba llamándome.

—Nina…

Mi voz salió entrecortada, luchando contra el cerco de mis dientes. Un segundo después, sentí una mano helada sobre mis hombros.

—¿Emmeline?

Volteé hacia ella con dificultad, y pude ver su rostro preocupado a través de las lágrimas. Su cabello estaba alborotado pero aún conservaba intacto el vestido.

—¿Estás bien?

Negué con la cabeza mientras más lágrimas me llenaban los ojos ante el dolor. ¿Qué pasaba? ¿Por qué sentía en el pecho la ansiedad de salir corriendo de allí?

—Mel, ¿qué pasa? ¿qué te duele?

Sus brazos ya me habían reclinado con cuidado sobre el árbol. Sentía su mirada recorriéndome, sus fosas nasales intentando detectar alguna herida.

—¿Mel?

Un ruido nos interrumpió. Uno muy grande. Sonaba como diez casas siendo demolidas al mismo tiempo.

—La pelea —recordé de pronto con un jadeo.—. Nina, la pelea…

Ella asintió mientras me ponía una mano en la frente.

—Espera aquí y no…

Otro ruido y de repente, un grito:

—¡Tempo Rigentem!

Nina bufó.

—Tiene que estar bromeando. 

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