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James Sandler

No hay otra forma de titular este capítulo. Aunque al principio no me dio esa impresión, solo ahora puedo darme cuenta que James Sandler resultó ser el tipo más divertido que yo hubiera conocido en Diringher o en toda mi vida. Como creo haber dicho, sonreía hasta por si acaso. Siempre andaba bromeando y diciendo tonterías, lo que me exasperaba en ese momento.

Me sometió a un interrogatorio totalmente inesperado y extravagante desde la primera noche en la habitación. La única pregunta que pareció encajar en los límites de lo que yo esperaba fue: “¿Cómo son las chicas por aquí?”

—Las que he visto abajo no están nada mal —dijo con una sonrisa sagaz— pero me gustaría ir por algún pez gordo, ya sabes, bonita, cuerpo de diosa, divertida. ¿Algo que encaje?

“Muchas”, quise decir. Era la verdad, aunque probablemente si aspiraba a lo alto, los nombres de Joanne Bryce, Sarah Bernal y Stella Rathbun podrían interesarle. Incluso, tal vez, Scarlett Schoen o Rebecca Asbury. En algún punto, todas resultaban exasperantes, pero ¡vamos!, era él quien no había sido más específico en sus requisitos.

Se lo expliqué todo de la mejor manera y pareció satisfecho. Incluso se rió cuando le dije que solíamos llamar a Diringher “el instituto” para sonar menos como un internado muy exclusivo.

—Ya —dijo mirando el reloj que yo siempre tenía en mi escritorio— ¿es que no comen en este lugar?

—No, salimos al bosque a buscar nuestra propia comida.

—Perfecto, tengo ánimos de probar puma estofado.

—A las ocho sirven la comida pero puedes bajar hasta las diez, si quieres.

James eligió comer temprano. Cuando bajamos, mientras poníamos algo de comida en nuestros platos, nos cruzamos con Evan Wood. Es decir, con su principal competencia. No fue como si ninguno lo hubiera notado. Ambos se irguieron, sacaron pecho y empezaron a caminar de forma ostentosa, casi como pavos reales luciéndose. Todos los ojos se volvieron hacia ellos y por unos momentos me sentí a la altura de tipos como Dave Nash (para futuras referencias, el mejor amigo de Evan), los gemelos Bhol (dos tipos extremadamente descarados que confundían a las chicas cambiando entre sí) o Carl Boyle (que siempre tenía la apariencia de estar quedándose contigo). La puesta en escena era porque habíamos entrado como acompañantes de quienes empezaban a disputarse la supremacía del lugar. Los murmullos y risitas de las chicas, por supuesto, no se hicieron esperar. Sin embargo, las cosas se despejaron rápido: el salón era suficientemente grande y los demás grados tenían sus propios ídolos.

James eligió un sitio al azar y yo me senté frente a él.

—¿Quién es ese tipo? —preguntó mientras cortaba su pedazo de filete.

—Evan Wood —dije masticando con toda la elegancia que me era posible. Dudaba que las chicas estuvieran fijándose en mí como algo más que un estorbo para tener una visión 360° de James pero tampoco quería lucir desagradable por si a alguna se le ocurría desviar la vista.

—El popular —dijo él. No era una pregunta.

Evan Wood, como he dicho antes, lo era. Guapo, inteligente, con aquel toque de “chico malo” por el que todas caían a sus pies. James, sin embargo, no se quedaba atrás en ninguna de las tres cosas (pero lo de inteligente solo lo supe con el tiempo) y sonreía ante la perspectiva del reto.

—Sí.

—¿Y su novia es popular o me he saltado al momento en que la chica tímida-pero-diferente-y-especial lo consiguió?

Bufé.

—No. Está libre…aunque sí estuvo con Stella Rathbun. La chica popular de la mesa brillante.

James volteó lo más discretamente posible. Era imposible no verlas. Stella, Joanne y Sarah brillaban con luz propia, lo cual no es solo una forma de hablar, porque les fascinaba convocar esferas de luz en su mesa por simple diversión.

—V-a-y-a—dijo estirando las sílabas y soltando un silbido.

Después de eso se limitó a comer.

—No es que no me quiera ganar problemas antes del primer día —dijo cuando regresamos—, pero el viaje hasta aquí me ha dejado medio muerto y pelearme para empezar bien el año no ha logrado encontrar cupo entre mis planes.

Se tiró en su cama mientras revisaba su horario de clases, que había sido dejado sobre su escritorio aquella mañana.

—Es una verdadera mierda —murmuró—. Mañana tengo Invocaciones, Armas, Lenguaje arcano, Historia y Ataque y Defensa. ¿Cómo se supone que voy a conservarme bien para que me puedan admirar?

No le hice caso: ya empezaba a acostumbrarme a sus comentarios carentes de modestia.

Al día siguiente nos levantó la alarma de Diringher, a las 6:30 de la mañana.

—Hombre, no sé si eso es una alarma o el gruñido de un demonio —dijo James, que se había levantado de un salto y casi se cae de la cama.

—Acostúmbrate, la tocan de lunes a sábado. Llevo siete años aquí y aún no me veo extrañándola.

James sacudió su cabeza con incredulidad y se acercó a la hoja arrugada en la que se había convertido su horario.

—¿Tenemos alguna clase juntos? —preguntó rascándose la cabeza.

—Umm —murmuré tirando de las sábanas y frotándome los ojos para poder despertar. Tomé su horario y lo comparé con el mío—. Sí. Armas, Lenguaje arcano, Encantamientos y Ataque y Defensa.

En Diringher, las clases se dividían en comunes, avanzadas y opcionales.

Las comunes, como Historia o Encantamientos, se enumeraban del I al VIII de acuerdo al año que cursabas. Otras, como Lenguaje arcano, tenían la opción de llevar un nivel avanzado después que superabas con un sobresaliente el curso común.

Finalmente, estaban las opcionales, como Curación o Herbología. Solías encontrar alumnos de todos los niveles, dependiendo de cuándo decidieron elegir la materia.

—Eso suena bien. Así podrás decirme qué me espera.

—Un segundo —dije sin quitar su horario de mi vista—. ¿Por qué tienes tantas horas de estudio de zonas?

Estudio de zonas era la asignatura en la que repasabas distintos paisajes del mundo y cómo moverte en ellos para luchar. Aunque siempre nos concentrábamos en los que estaban rodeando el instituto.

—Soy nuevo, ¿recuerdas? No tengo ni idea de qué hay por aquí.

—Pero debes conocer las básicas.

Se encogió de hombros.

—Tampoco es mi mejor curso. Mira —se colocó a mi lado y señaló el sábado— también tenemos Ataque avanzado II. ¿Curación avanzada V? —dijo volviendo a repasar mi horario— ¿Casos criminales II? ¿Qué clase de cursos son esos?

—¿Nunca has oído de ellos?

—No —dijo James volviendo a su armario y rebuscando en un baúl puesto en la parte baja— en Fibener teníamos clases opcionales como Persecución extrema o cosas así.

—¿Persecución extrema?

—Por si no lo sabes,  Fibener está cerca de pantanos y al borde de un acantilado, si perseguíamos demonios estos no iban precisamente a tierra firme.

Había oído de  Fibener, quedaba en algún lugar de Escocia, estaba casi seguro.

—Oh.

Se creó una pequeña tensión entre nosotros y la rompí con la pregunta obvia.

—¿Por qué te cambiaron?

James emergió de su armario con el no-tan-horrible uniforme de Diringher en sus manos.

—Ni idea —dijo mientras lo dejaba sobre la mesa y tomaba su toalla para darse un baño— mis padres simplemente se largaron un buen día al otro lado de Igereth. Creo que fue algo de la Cofradía. Yo me enteré de que iba a ser cambiado en el tren de regreso. Me enviaron una carta diciendo que vendría aquí y que tomaría otro vuelo. Fue horrible, te lo aseguro. ¿Sabes lo que es esperar cinco horas más de las que habías planeado sin nada por hacer excepto divertirte cuidadosamente con los humanos a tu alrededor?

No lucía especialmente molesto por ello.

—Bien —fue todo lo que dije.

—¿Qué esperabas? —añadió James con su sonrisa divertida— ¿Qué hubiera incendiado mi instituto o algo parecido? No es que no lo haya intentado, pero digamos que nunca se enteraron que fui yo. Además, este lugar está mejor, al menos no tengo que compartir el baño con todo el piso —alcé una ceja y él sacudió la cabeza—. Créeme, hay cosas de las que no me quieres oír hablar.

Y se metió a darse una ducha.

Una hora después, desayunábamos en el comedor de Diringher mientras James comentaba que la comida aquí también era mejor.

—Fibener está bien ¿vale? Y me encanta pasear por Londres, pero ya sabes, Igereth tiene ese toque de que eres libre de hacer lo que quieras. No tienes que preocuparte por ser visto.

Asentí. Solo había estado un par de veces en el mundo humano y no había sido una gran experiencia.

En aquel momento, Stella y su grupo entraron al comedor. Llevaban puesto el uniforme: una falda hasta las rodillas, una blusa blanca con un chaleco negro con las iniciales AHD (Academia Hugh Diringher) y un blazer sin abotonar.

—Preciosas —dijo James— pero aburridas.

Mi mandíbula cayó, lo cual no ayudó mucho a que dejara de reírse.

—No —dijo mirándolas de reojo mientras se acercaban al grupo de Evan y Sarah le plantaba un beso nada discreto a Carl—. Necesito algo un poco diferente.

—¿Qué tal ellas? —dije señalando con la barbilla a Scarlett Schoen y Rebecca Asbury que ingresaban justo en ese momento.

La cara de James se iluminó un poco más.

—Podría ser —dijo poniéndose de pie. Me sorprendió su desenvoltura para acercarse a chicas como ellas. Scarlett tenía un cabello rubio rojizo que siempre llevaba recogido en una cola alta con bucles cayendo graciosamente sobre su fino rostro y unos ojos grises que podían hacerte fantasear con cualquier cosa durante semanas (no es que me haya pasado). A su lado, Rebecca Asbury era casi lo contrario, pero igualmente una diosa. Era morena y esbelta, su cabello negro era una cascada lisa que brillaba con cada movimiento que hacía y sus ojos oscuros lograban un efecto cautivador.

No tan increíblemente pero aun así interesante, ambas volvieron con James hasta nuestra mesa riendo extasiadas.

—Hola Kyle —saludaron al unísono.

Sonreí de la forma más tranquila posible teniendo la boca atiborrada de pastel de chocolate. Las chicas se fijaban en mí, pero sabían que era básicamente un solitario. No es que no me interesen, pero a veces (bastante a menudo) necesito un respiro. Y chicas como ellas requieren de toda la atención que tengas, no solo porque desean ser admiradas, sino porque te las pueden quitar en cuanto desvíes la vista un segundo.

—Parece que tenemos Encantamientos y tal vez algunas otras cosas juntos —dijo James haciendo un movimiento con su mano de forma que casi escupo el pastel por la risa. Me contuve al ver que Scarlett y Rebecca seguían cada cosa que hacía con devoción—. Entonces podrían mostrarme el camino a clases, ¿verdad?

Juro que sus ojos azules parecieron transmitir una especie de hechizo hacia ellas.

—Por supuesto —dijo Scarlett enredando uno de sus bucles entre sus finos dedos—. Estaremos encantadas.

—Te alcanzamos después del desayuno —agregó Rebecca poniéndose de pie.

—No te comprometas con nadie más—le advirtió Scarlett soltando una risa genuina que activó gran parte de mis hormonas—. Nos vemos chicos.

—Ni soñarlo, Scarlett—dijo James sin despegar sus ojos de ella hasta que se dio la vuelta. Luego me dirigió una gran sonrisa—. Parece que ya he conseguido guías.

Me encogí de hombros sin darle importancis y, cuando acabé de comer, fui directamente al salón de Historia. A pesar de que subí rápido las escaleras, llegué al mismo tiempo que el profesor. El señor Musgrove no parecía haber cambiado mucho desde la última vez que lo vi, cuando me entregó mi 92 en su examen final. No estaba mal, era mejor de lo que yo esperaba.

Sólo nos dio la bienvenida a un nuevo año y se limitó a forjar los límites de lo que aprenderíamos ese año. La hora y media pasó volando y me encontré con James en “Manejo y Elección de Armas” antes de lo que hubiera imaginado. Venía acompañado de Cedric Zaidman por lo que supuse que nuestra amistad solo iba a llegar a ser la que tienes con el tipo con el que compartes tu habitación. No es que yo andara buscando amigos, después de todo. Pero James volvió a acercarse a mí.

—No pienses que te estoy acosando, Kyle, pero hasta ahora has sido jodidamente divertido.

—Sí, ya lo creo. En realidad es solo que asisto a Bromas Avanzadas VI.

Eso lo hizo reírse y logré captar un vistazo de dos chicas suspirando ante la visión.

—Vamos, hombre, tenemos que sentarnos en algún lado. No pienso desperdiciar energías convocando una silla cuando tenemos Ataque y Defensa esta tarde.

Quise decirle que el primer día nos daban indicaciones generales en unos pocos minutos y que casi nadie aparecía por allí pero la señorita Robson entró a clase en aquel momento. Ya bordeaba los cuarenta, pero siempre que a alguien se le escapaba decirle Señora Robson, ella corregía el título con una mirada severa. Ciertamente parecía menor de lo que en realidad era y podías apreciar por qué ella enseñaba “Manejo y elección de armas” si la habías visto en medio de alguna lucha.

—No ha ido tan mal —dijo James después del almuerzo— Robson tiene sentido del humor y Stovall…

—Stegall —corregí sin poder evitarlo.

—El tipo de lenguaje arcano —se limitó a decir James— no es tan aburrido como mi último maestro.

Después de comer, fui a Invocaciones. No era mi mejor curso pero de todos modos no podía faltar el primer día. Lo dictaba Noelle Harewood, la subdirectora y su apariencia de poder sacrificar cachorritos vivos no mentía. Incluso su cabello gris parecía temeroso de salirse de su sitio.

—Buenos tardes, clase —dijo cuando ingresó. Dio un golpecito a la pizarra y la tiza se alzó en el aire, empezando a escribir nuestros temas para ese año—. Bienvenidos a su séptimo año. Hoy empezaremos con la teoría de interrupción para rituales. Antes, revisemos qué aprenderán durante el curso.

La clase dio un “Sí, profesora” apagado. Nadie quería deberes ni clases complicadas el primer día, pero era imposible discutir con la señora Harewood.

La clase estaba compuesta por gente tranquila. No teníamos a ningún “popular” cerca. El que más se acercaba al título era Francesco Boggio, el último interés de Stella después de que ella y Evan terminaran.

Seguí paseando mi vista por la clase para asegurarme de eso y me detuve a dos mesas a mi derecha, donde se sentaba Emmeline Swift. Estaba sola, pues no llevaba esta clase con Irina. No lograba recordar si la había visto en alguna de mis anteriores clases.

Mientras la señora Harewood nos leía la lista de temas, me dediqué a observarla tomando notas en su cuaderno. Era alta y delgada, con un rostro limpio y ojos grandes, lo que le daba una apariencia de fragilidad suprema. O de estar siempre en otro mundo. Pero ahora parecía más real, menos delicada.

Tal vez sólo era que la recordaba frágil y tímida de los primeros años. La primera vez que le hablé, para pedirle prestado un lápiz, se puso completamente roja y tartamudeó un “sí”. Yo había quedado sorprendido de que alguien pudiera tartamudear un monosílabo. Y así habían seguido las cosas hasta el tercer año, cuando corrió la noticia de que había sido trasladada a la habitación de Irina, para ser su compañera de cuarto. Para cuarto curso, supe que se habían vuelto amigas y la gente empezó a evitarla.

Volví a hablar con ella el año pasado, cuando el señor Knehr (a quien todos llamábamos simplemente Marcus) no se dejó intimidar por Irina y su solicitud de hacer el trabajo sólo con Emmeline y, aprovechando que llegaba tarde, me agregó al grupo. Fue divertido ver cómo la gente empezó a alejarse de mí también hasta que el año terminó y las cosas volvieron a la normalidad. Aunque hubo una diferencia: una tarde de estudio, Emmeline dijo que tardaba demasiado en decir su nombre completo y que podía llamarla simplemente “Em”. Era realmente agradable y sencilla; al menos ya no tartamudeaba. Era como si hubiera adquirido algo de la fortaleza de Irina y cada vez caminaba más erguida, más segura de sí misma. La veía bromear con ella y hacer movimientos cada vez más complicados en las clases de Ataque y Defensa. Además…

—¿Ha entendido señor Anderson?

La clase se volvió hacia mí y traté de que mi voz sonara segura.

—Sí, señora Harewood.

No sabía si lo hizo por mi cara de distraído o fue una elección al azar. Al parecer era esto último, porque ella asintió y empezó la lección.

Una hora después, refunfuñando, acompañé a James al salón de Ataque y Defensa. Sólo había diez personas, entre ellos los nuevos.

—Me lo dijiste —se adelantó James antes de que yo pudiera decir algo—. Bah, larguémonos de aquí.

Volvimos a nuestra habitación y él tiró su mochila sobre su cama. Empezó a convocar chispas en la punta de sus dedos, sólo para pasar el rato.

—¿Has visto algo que te interese? —pregunté recordando a la chica de sexto con la que lo había visto conversando al salir de clases.

James sonrió entre divertido y enigmático.

—Estoy acostumbrado a tener a la chica que quiero —dijo como si nada— y mi lista ya ha empezado a escribirse.

—Hablando de listas —dije lanzándome a mi cama—, tenemos reglas en Diringher ¿sabes?

—Ya —dijo él, convirtiendo las chispas en fuego—. Mi madre me las ha dejado, las tengo en algún rincón del baúl.

—Te haré un resumen práctico —ofrecí—. Regla número uno: Mata todos los demonios y submundos que se te crucen cuando salgas fuera.

James puso los ojos en blanco.

—No me digas —ironizó—. ¿La regla número dos es tratar de salir vivo?

—Algo así. Tratar de que no te maten. Regla número tres: El bosque es más difícil de manejar que los prados, pero hay cosas más interesantes. Regla cuatro: Lleva tantas armas contigo como puedas, nunca se sabe qué te vas a encontrar.

—Esto empieza a ponerse repetitivo. ¿Algo que no me hayan dicho en Fibener?

—Regla cinco: No contradigas al director Rushton ni a la señora Harewood, que es subdirectora. Pueden llegar a ser bastante desagradables.

James hizo un ruido muy parecido a la alarma de la Academia.

—Eres mejor que eso.

Sonreí y coloqué las manos detrás de mi cabeza.

—Regla número 1: Siempre toca antes de entrar a la lavandería.

—No suelo ir, prefiero lanzar un hechizo de limpieza sobre mi ropa.

—Como el resto del mundo. Así que la lavandería siempre está libre de gente….lavando ropa.

La cara de James se iluminó, comprendiéndolo.

—Ya, pero interrumpir un revolcón es siempre la mejor idea para empezar otro tipo de acción, ¿no?

—Sobre eso, regla número 2: Si empiezas una pelea, termínala. Diringher no se preocupa porque estés sano y salvo. Tus problemas sólo son de interés de la Academia cuando matas a alguien, no antes.

James casi se ahoga con su propia risa.

—Regla número 3: Nunca pruebes el pastel de nueces. A menos que quieras terminar con la piel de color azul durante un par de días.

Después de eso, la conversación mejoró y pasamos la tarde hasta la cena de forma divertida. Por supuesto, no todo puede ser perfecto. Y lo que yo creí el inicio de una buena amistad o al menos un compañerismo favorecedor, sólo fue el inicio de mis problemas.

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