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Ataque en equipo

Acababa de oírlo y no terminaba de creerlo.

Robson no podía hablar en serio pero su sonrisa cruel lo decía todo. James se apresuró en mi dirección a través del gimnasio y gritó:

—¡Eh, Kyle! Tú sí asistirás a mi funeral, ¿verdad?

La profesora rió alegremente antes de ir a las gradas a disfrutar de su creación mientras el resto del gimnasio se paralizaba unos segundos al ver que Irina no lucharía con Emmeline.

Ella y yo nos acercamos a lo que claramente era un montón de armas traídas para esta lección. Como todos ya habían empezado, sólo quedaban un par de hachas, lanzas y un crucifijo. Emmeline cogió este último protectoramente mientras veía acercarse a James.

—No sé si eso nos vaya a servir mucho —señalé, dividido entre la diversión de verla sosteniendo el crucifijo como si me pudiera atacar con él y la admiración por su tenacidad al proteger a Irina.

—Ni lo sueñes —masculló ella guardándoselo en un bolsillo de su chaqueta. Luego, miró lo que quedaba con indecisión.

—Dos hombres lobo, prado, luna llena, dos armas —recitó pensativa.

James nos alcanzó y observó el arsenal con un bufido.

—Tampoco es que fuera a tomar algo —me dijo empezando a alejarse—, esto es un cuerpo a cuerpo. Literalmente.

Emmeline lo estaba viendo con los dientes apretados. Me divertía verla tan delicada y al mismo tiempo bastante enojada.

—No es su culpa, sino la de Robson —dije tomando una lanza.

—¿Qué quería decir con lo de su respuesta en clase? —me lanzó ella mientras alzaba un hacha y cogía un cuchillo que no había visto.

—No lo recuerdo —mentí. Evidentemente no lo hice tan bien porque puso los ojos en blanco y me miró, con el hacha en una mano y el cuchillo en la otra.

—Tengo mis armas, apúrate.

Se alejó en dirección a la zona F-8 y yo traté de concentrarme en algo que no tuviera plata. Las lanzas estaban descartadas, así que me limité a coger dos hachas. Después de todo, la señorita Robson no dijo que no podíamos usar magia. Cuando llegué a la zona indicada, Emmeline estaba observando a Irina y James dando vueltas en simultáneo sin despegar la vista el uno del otro.

—Esperemos que la sangre no llegue al río —murmuré.

—Un viejo dicho humano —observó ella—. Sigues leyendo novelas.

Se me escapó una sonrisa ante su buena memoria.

—Viajé a Manhattan en verano —confesé a medias—. Prado y luna llena —le recordé.

Se colocó frente a mí. Había crecido un poco, apenas le llevaba unos centímetros.

—¿Eres bueno con las hachas?

Empuñé la que tenía en la mano derecha e hice un par de movimientos lentamente para demostrárselo.

—¿Y tú?

Emmeline sostuvo el hacha como si no pesara en absoluto. La hizo girar en su mano rápidamente. El hacha cortó el aire como una sombra gris con un sonido característico. Diablos, olvidé lo buena que era.

—¿Tú qué crees?

Vi una sonrisa petulante empezar a dibujarse en su cara cuando la detuvo un fuerte ruido. Al lado nuestro, en la zona G, Irina y James finalmente habían comenzado a pelear. Y esto parecía haber dejado de ser un ensayo. Nadie se preocupó por seguir luchando al verlo. Sin embargo, el silbato de Warfield nos devolvió a la realidad.

Emmeline estaba observando la pelea sin mostrar signos de estar interesada en luchar conmigo así que hice lo mismo.

—¡Zona F-8! —gritó de repente el entrenador.

Los dos dimos un respingo y empezamos a practicar ataques y maniobras con nuestras armas durante al menos cuarenta minutos, de los cuales James e Irina pasaron al menos la mitad escapando el uno de otro, sin siquiera tocarse. Irina parecía decidida a no dejar que se aproximara más de un metro y James tampoco intentaba demasiado pasar ese límite.

De repente, a James se le borró la expresión concentrada y la cambió por su típica sonrisa arrogante. Tomó impulso y saltó hacia Irina, que tuvo que dar un salto de al menos tres metros para poder esquivarlo. Su aterrizaje no fue precisamente silencioso.

—Lo tengo —dijo Emmeline como si estuviera dispuesta a intervenir en la pelea, mientras James volvía a intentar con más seguridad atrapar a Irina—. Nos colocamos espalda con espalda, tú lanzas las hachas hacia ambos, con un hechizo de potencia. Yo te paso la que tengo para que puedas acercarte a uno de ellos, saco el cuchillo. Suponiendo que sólo le acertaste al mío, me lanzo sobre él, que tiene una pierna herida, me cubro con un hechizo para evitar sus garras y le corto la cabeza. Tú intentas atacar al otro, esta vez sí le das en una pata. Yo regreso y lo matamos entre los dos. ¿Te parece?

Había hablado tan rápido que parpadeé confundido. ¿Cuándo se había vuelto tan buena cazadora?

—Sí, claro.

Emmeline se alejó hacia el borde de nuestra zona y la seguí. Me dio un escalofrío al notar los colmillos de Irina, brillando peligrosamente cerca de James. Este aún tenía la expresión divertida y retadora mientras sus manos se difuminaban al preparar algún tipo de encantamiento de descarga. Ambos se estaban lanzando cuchillos con la mirada y volvieron a saltar. Irina se movió tan rápido que fue un borrón. Me tensé, aquello era una señal que reconocía claramente como enemiga. Lo siguiente que supimos fue que James había caído en una zona aledaña y que Irina sacudía su brazo con una expresión fastidiada. Pero no parecía herida ni cansada. Se volvió hacia alguien que estaba cerca de mí. Apenas tuve tiempo de voltear y blandir el hacha para dar la impresión de que seguía entrenando.

—¿Es suficiente, señorita Robson? —envidié la perfecta calma de su voz. La profesora estaba supervisando el trabajo de los demás y su mirada hacia Irina fue tan helada que podría haberle ganado el título de “La reina de hielo.”

—Diría que sí, pero aún no has logrado derrotarle del todo. Recuerdo perfectamente la respuesta que me diste en clase.

A mi lado, Emmeline dio un respingo. James empezó a levantarse.

—Ha sido impresionante, muñeca.

El gimnasio, que ya se había quedado en silencio ante la intervención de Robson, se llenó de pequeños grititos mientras Irina ladeaba la cabeza en dirección a James. Su mano se alzó en un puño y algo lo golpeó, salido de la nada. Su cuerpo barrió el suelo, mientras él soltaba una mezcla extraña entre risa y grito de dolor.

—¡Señorita Britt! —Robson sonaba airada—. Dije SIN MAGIA.

Se acercó con pasos largos, como si la ofensa hubiera sido personal. Llegó a James y lo ayudó a ponerse de pie.

—Estoy bien —aseguró él—, sólo ha sido un poco de aire. De verdad.

La maestra no habló hasta que volvieron a estar en la misma zona que Irina. No se preocupó de que el resto de la clase estuviera paralizada.

—Señorita Britt, debería ponerle un suspenso por esto, pero voy a darle una oportunidad. Señor Sandler, su compañera va a quedarse quieta durante veinte segundos, sin realizar ningún movimiento y usted puede realizar algún ataque. Pero recuerde que no tiene permitido otro tipo de magia que no sea la de contacto —sacudió la cabeza y pareció notar las miradas de los demás—. ¡Todos de vuelta al trabajo! ¡AHORA!

Los ruidos de lucha se alzaron nuevamente pero creo que nadie podía dejar de mirar cada dos segundos en su dirección. Irina estaba de perfil hacia nosotros, tan estática como solo un vampiro y alguien que ha recibido un hechizo de congelamiento pueden estarlo. James aún sonreía mientras se acercaba a ella. No podía divisar si Irina lo atravesaba con la mirada o no.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Emmeline en un susurro apagado a mi lado. Casi había olvidado que estaba allí.

—Pues…

Iba a decirle que probablemente sólo le lanzara otra descarga hasta que vi que empezaba a acercarse demasiado a ella. Y entonces recordé con toda claridad la respuesta de James sobre qué haría para atacar a una vampiresa. Mierda.

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