🐺
No podía creer lo que escuchaba; Brielle le había hecho la sugerencia a los hermanos, y a pesar de que Danna la había rechazado, ¿Donovan la había aceptado?
De verdad el mundo estaba haciendo cambios en las vidas de las personas, menos en la mía. Seguía en las mismas.
—¡Ay, qué lindo! —dijo ella, sonrojándose, pero sin quitar aquella mirada atrevida de sus ojos. Lo que me sorprendió aún más era que Donovan le había sonreído de igual manera; incluso podría decir que había un brillo extraño en sus ojos azules.
—¡Hola, Nyssa! Qué gusto verte. —Expresó Danna, acercándose para abrazarme. —Espero y puedas enseñarme los alrededores.
—Claro, tú tranquila y yo me encargo —puntualicé, terminando el abrazo.
Mi vista repasó a todos los presentes y se quedó en Damon, quien pareció sentir mi mirada, puesto que levantó sus ojos a los míos. Nos quedamos haciendo contacto visual por unos segundos y esta vez tampoco negaré que había sentido una especie de corriente eléctrica por toda mi espalda en el proceso.
—Hola, Damon... —Mi voz salió más suave y temblorosa de lo habitual, y tuve que darme un bofetón mental para contener el rubor.
—Hola, Nyssa. —Solo diré que todos mis esfuerzos fueron en vano, porque en el momento en que cada sílaba de mi nombre salió de su boca, ya estaba ardiendo como un tomate.
¡Qué vergüenza, Dios!
—¿Qué le pasa a tu cara? —preguntó Danna, tocándome el rostro.
—Es por el frío, sí, es por el frío... —Solté rápidamente, intentando restarle importancia.
—Puedo buscar una bufanda para ti, está en el auto. —Sugirió Damon, con la cabeza baja, y aunque pude ver el esfuerzo en su rostro para decir esas palabras, negué.
—Estaré bien, no pasa nada. —Expresé, bajando la mirada, porque ya no quería seguir mirando esos ojos azules tan profundos.
Él era el pecado, pero yo no estaba tan segura de querer pecar.
—¿De verdad? Yo puedo... —Cada palabra que salía de su boca solo hacía que notara el hermoso acento francés que lo hacía escuchar tan sensual, y si seguía así, ya no podría contener el temblor en mis manos.
Si este hombre me arrastraba hacia el camino del pecado...
Madre mía, ¡lo seguiría gustosamente!
—Estoy bien, no hace falta. —Dije y me atreví a volver a mirarle a los ojos.
—¿Quieren ir al festival de luna llena el sábado? —preguntó Isaac, y le agradecí profundamente por la interrupción.
—Yo paso. —Dijo Donovan rápidamente.
—Yo también. —Verbalizó Damon, y lo observé afligida. Quería ir, pero también quería verlo a él.
—¡Me apunto! —canturreó Brielle con una sonrisa radiante.
—¡Yo también voy! —chilló Danna a mi lado. —Olvídate de estos dos aburridos, Isaac, es mejor sin ellos, te lo aseguro.
—Bueno, y tú, Nyssa, ¿irás? —preguntó, y puse mi vista en el rizado que esperaba mi respuesta.
—Sí, iré con ustedes. —Acepté, y las dos chicas chocaron sus manos entre sí.
Por nada del mundo me perdería esa noche. He esperado siete años después de la muerte de mamá para esto. Le mostraré el festival a mi madre con mis propios ojos.
• ☆ •
Toda mi vida he amado la lectura. Todo había comenzado con los cuentos que mi madre solía leerme, luego evolucionaron a novelas más convencionales, y hasta hace unos años atrás comencé a adentrarme en el romance oscuro. Sin embargo, nunca antes había sentido la necesidad de intentar algunas cosas de lo que leía, hasta hoy.
Esta mañana, Damon había invadido mis pensamientos, mi cuerpo, mi alma, todo de mí. Ya no podía soportarlo más. Cada vez que mi mirada se posaba en sus labios, mis pensamientos se llenaban de deseos imprudentes. Sabía que si mi padre me escuchaba o tuviera la posibilidad de escuchar mis pensamientos, seguramente me enviaría a la iglesia para redimirme de mis deseos impuros.
Quería besarlo, quitarle la ropa y contemplar con mis propios ojos lo que había imaginado en mi mente. Estaba segura de que mi imaginación no le haría justicia a la realidad. Anhelaba trazar cada lunar o imperfección de su cuerpo con mis propias manos, deseaba sentir su toque.
Lo sabía porque ahora mismo me encontraba en el lago del bosque, buscando redimirme de esos pensamientos impuros que habían alcanzado los rincones más oscuros de mi ser.
Honestamente, no quería escribirlo en mi diario, como hacía con mis demás pensamientos. Esto lo quería para mí sola. No deseaba que nadie más lo supiera, ni siquiera esas simples páginas en blanco.
Apagué el incienso que adornaba el muelle y, como últimas palabras para redimirme, dije:
—Querido Dios, líbrame del mal y no permitas que caiga en el camino de la perdición. Te lo pido de corazón. Amén.
Con el frío de la tarde comencé a desvestirme, sabiendo que el agua estaría igual de fría, lo necesitaba para bajar toda esta calentura que sentía.
Deje la ropa en medio del muelle para que no se mojara y comencé a bajar escalón, por escalón, hasta sentir el escalofrío recorriendo cada centímetro de mi cuerpo por haber tocado el agua helada.
Con cada brazada, sentía cómo el fondo del lago se acercaba, el agua alcanzaba mis hombros y me rodeaba con su frescura. Decidí nadar, dejar que mis pensamientos se desvanecieran y esperaba que mi sacrificio en este lugar valiera la pena. Ya no quería sentirme así, no quería que mi cuerpo reaccionara de esta forma sin ser correspondido. Quería liberarme de este peso, encontrar la paz en las profundidades de este lago.
El frescor del agua envolvía mi piel desnuda mientras nadaba en el lago, dejando que las corrientes me acariciaran suavemente. Cada movimiento era liberador, cada brazada era como un susurro íntimo entre el lago y yo. Me sentía en comunión con la naturaleza, libre de ataduras y preocupaciones.
El poco rayo de sol de la tarde se colaba entre las hojas de los árboles, derramando destellos dorados sobre la superficie del agua, creando un juego de luces y sombras que bailaban a mi alrededor. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de ingravidez, flotando en la serenidad del momento.
El agua fría contrastaba con el cálido abrazo del sol en mi piel, y me sentía viva, conectada con cada elemento que me rodeaba. Los sonidos de la naturaleza me envolvían, el canto de los pájaros, el susurro del viento entre los árboles, el suave chapoteo del agua alrededor de mí.
Cada vez que sumergía mi cabeza bajo el agua, el mundo se volvía mudo y etéreo, como si estuviera suspendida en un sueño. Mis cabellos flotaban a mi alrededor, enredándose en una danza acuática mientras me sumergía en las profundidades del lago, explorando un mundo desconocido y fascinante.
Nadar desnuda en este lago era como renacer, como volver a mis raíces más primitivas y salvajes. Me sentía libre, poderosa, en armonía con el universo. Y mientras seguía nadando, dejándome llevar por la corriente, sabía que este momento quedaría grabado en mi memoria para siempre, como un recuerdo imborrable de la belleza y la libertad de la naturaleza.
Después de unos minutos nadando, decidí subir las escaleras nuevamente. Sin embargo, al dar el primer paso fuera del agua, sentí que pisaba algo filoso. Un dolor punzante se apoderó de mi pie derecho y me hizo perder el equilibrio, cayendo de nuevo al lago.
El dolor se aferró a mi pie y sentí como si una mano invisible lo apretara con fuerza. Sabía que algo no estaba bien. Intenté levantarme, pero algo me sujetaba con firmeza, impidiéndome salir a la superficie. Pánico. Tragué agua mientras luchaba por liberarme, pero la presión seguía ahí, como una sombra oscura que no quería soltarme.
Los ladridos de un perro resonaban en la distancia, alarmantes y distantes. ¿Alguien había escuchado mis gritos de ayuda? No podía permitirme perder el control, pero el miedo me invadía mientras el agua llenaba mis pulmones.
Decidí que debía hacer un último esfuerzo. Con todas mis fuerzas, golpeé la cosa que me agarraba y nadé desesperadamente hacia arriba. Finalmente, logré alcanzar las escaleras y me arrastré fuera del agua, jadeando y temblando de miedo.
Tomé mi ropa y me vestí rápidamente, pero sentía que algo me observaba desde el fondo oscuro del lago. Sabía que lo que me había agarrado no era normal, era como una mano fría y húmeda, y el miedo me invadió mientras me daba cuenta de que aún no estaba a salvo.
A pesar del dolor punzante en mi pie, no pude quedarme en el lago por más tiempo. Decidí salir corriendo hacia el bosque para alejarme lo más posible del agua. Pero apenas di unos pasos, algo bloqueó mi camino. Al levantar la vista, me encontré con la mirada penetrante de un canino lo bastante grande como para asustarme. Su pelaje era una mezcla de tonos marrones, claros y oscuros, que resplandecían bajo la luz del sol. Sus ojos, de un profundo color ámbar, me miraban con curiosidad y una extraña sensación de familiaridad se apoderó de mí.
Mi corazón dio un vuelco y mis músculos se tensaron al instante.
Me detuve en seco, observando con atención. Era grande, mucho más grande que cualquier perro que hubiera visto antes. Mi mente, sin embargo, se aferró a la idea de que tal vez era un can extraviado.
El lobo, ajeno a mi confusión, continuó acechando con una actitud que denotaba una cierta ferocidad. Sus colmillos relucían a la luz tenue que se filtraba entre las ramas, y su mirada parecía atravesar mi alma con una intensidad intimidante.
Mis pasos retrocedieron instintivamente, mi mente luchando por procesar la situación. ¿Cómo había llegado tan cerca de un animal salvaje? Mis manos se aferraron al borde de mi abrigo, buscando algún tipo de protección invisible.
Pero, extrañamente, no sentía el pánico cegador que esperaba. En su lugar, una extraña calma se apoderó de mí, alimentada por la creencia persistente de que este lobo era simplemente un perro grande y desorientado.
Incluso cuando el canino emitió un gruñido profundo, su figura imponente recortada contra el paisaje frondoso, mi mente se aferraba a esa ilusión reconfortante. Era un perro, me repetía una y otra vez, un perro que quizás necesitaba ayuda.
A pesar de mi instinto de huir, algo me impulsó a acercarme al perro. Retrocedió unos pasos nervioso cuando me vio avanzar, pero luego se quedó quieto, permitiéndome acercar.
Temerosa de lo que pudiera suceder, extendí la mano y toqué su suave pelaje. Una oleada de alivio me invadió al darme cuenta de que el perro no era hostil, pero al mismo tiempo, una voz interior me advertía sobre el peligro de acercarme a un animal desconocido.
El perro cerró los ojos momentáneamente ante mi contacto, como si disfrutara del gesto, y me quedé allí, sintiendo la calidez de su pelaje bajo mis dedos. Aunque sabía que debería alejarme y buscar seguridad, algo en la presencia reconfortante del perro me hizo dudar. ¿Qué conexión tenía con este animal? ¿Por qué sentía que lo conocía de alguna manera?
Sin embargo, la sensación de peligro persistía, y decidí que era hora de continuar mi escape. Me puse de pie y comencé a correr nuevamente, y esta vez el perro me siguió de cerca. Al alcanzar un claro en el bosque, me dejé caer exhausta sobre el césped verde y fresco. El perro se detuvo a mi lado, observándome con curiosidad y algo más. Nos quedamos allí, solo los dos, en silencio, mientras intentaba recuperar el aliento y procesar todo lo que acababa de suceder.
Mientras el cabello húmedo se pegaba a mi rostro, aparté las ramas que se aferraban a mis piernas desnudas, pero mi atención se centró en el perro que me observaba con curiosidad, con la cabeza ladeada en un gesto intrigante.
Una oleada de preguntas inundó mi mente. ¿De dónde venía este perro? ¿Dónde estaba su familia? Mi corazón se llenó de tristeza al imaginarlo solo en medio del bosque, sin un hogar al que regresar. Observé su cuello en busca de un collar, pero no encontré ninguno. La certeza de que era un canino sin familia me invadió, y el peso de esa realidad me apretó el pecho.
La idea de que este perro no tuviera un nombre propio me impactó aún más. ¿Cómo podría llamarlo si no tenía ni siquiera eso?
Mi atención se desvió hacia mi pie, donde noté un pequeño punto rojo que dejaba escapar un recorrido de sangre. Con un suspiro resignado, presioné la herida con fuerza y me puse los zapatos que había estado sosteniendo con una mano. Era hora de seguir adelante, pero el recuerdo del perro solitario seguía resonando en mi mente, instándome a encontrar respuestas y, tal vez, ofrecerle un poco de compañía en un mundo que parecía tan vasto y solitario para él.
—Hola grandulón —murmuré, mis labios curvándose en una sonrisa tímida. —Pareces un perro tan feroz, pero yo sé que vas a ser un lindo.
El perro respondió con un ladrido parecido a un gruñido, y una oleada de nerviosismo me recorrió al ver su reacción.
—Ven acá —le dije con suavidad, esperando que mi voz transmitiera calma y confianza. —Seamos amigos.
El perro me observó por un momento, sus hermosos ojos centelleando con una mezcla de cautela y curiosidad. Luego, lentamente, comenzó a acercarse, sus pasos vacilantes al principio, pero luego más seguros.
Mi corazón se hinchó de alegría cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir su cálido aliento y acariciar su pelaje.
—Como no te veo un collar, pienso que eres un perro callejero —comencé, tratando de transmitirle tranquilidad. —Así que no te preocupes, yo seré tu compañía a partir de ahora.
Me incliné hacia él, sintiendo su mirada atenta sobre mí, y continué:
—Y comenzaremos con darte un nombre. Te llamaré Zeus. —Al pronunciar ese nombre, una chispa de emoción brilló en mis ojos.
—¿Sabes por qué? —proseguí, esperando que él pudiera entender mis palabras. —Porque Zeus era un dios conocido como el padre de los dioses. Era además el dios del trueno y de los cielos. Y tú pareces un perro nacido para gobernar. Aparte de que Zeus era todo poder y fuerza. Este es tu nombre, Zeus.
Observé con expectación la reacción de Zeus ante su nuevo nombre, sintiendo un ligero nerviosismo mezclado con emoción. En cuestión de segundos, el enorme perro se lanzó hacia mí con entusiasmo, lamiendo mi rostro con afecto y devolviéndome una sonrisa de ternura. Su respuesta fue como música para mis oídos, llenando el aire con la alegría contagiosa de nuestras risas y sus ladridos juguetones.
En medio de ese momento de felicidad, un sentimiento de alivio y gratitud se apoderó de mí. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí ligera, liberada de las cargas que pesaban en mi corazón. Con Zeus a mi lado, sabía que no estaba sola, que tenía un amigo en quien podía confiar plenamente.
En ese momento, decidí dejar atrás mis penas y oscuros secretos, confiando en que la amistad y el cariño compartido con Zeus serían suficientes para sanar las heridas que habían estado escondidas en lo más profundo de mi ser. Con él a mi lado, sabía que encontraría el consuelo y la fraternidad que tanto necesitaba.
Así que me dejé llevar por la alegría del momento, prometiéndome a mí misma que aprovecharía cada instante junto a Zeus, agradecida por haber encontrado un amigo tan especial en medio de este vasto y misterioso bosque.
—Nos vemos luego Zeus, tengo que irme. Disculpa —murmuré, esperando que él entendiera que nuestros caminos se cruzarían nuevamente en el futuro.
Con paso tranquilo, me encaminé hacia mi hogar, llevando conmigo el recuerdo de la cálida compañía de Zeus y la promesa de un reencuentro.
A medida que me alejaba del bosque, una sensación de ser observada me invadió, así que comencé a caminar más rápido.
Al llegar a casa, me sumergí en la rutina diaria, pero en lo más profundo de mi corazón, sabía que la amistad que había encontrado con Zeus seguiría iluminando mi vida, incluso en los momentos más oscuros. Y mientras el sol se ponía en el horizonte, me sentí agradecida por el regalo de su compañía y ansiosa por el día en que volveríamos a encontrarnos bajo el dosel verde del bosque.
Pero a pesar de eso, no todo era felicidad, porque para volver a verlo necesitaba regresar a ese bosque donde habitaba esa criatura en el lago, y sabía que era real porque la marca de una mano en mi pie, era la evidencia.
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¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 8. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
—Ya está comenzando la acción, ¿y qué mierda fue eso en el lago? Ah no, ¡Qué miedo!
Yo en estos momentos:
Nyssa con el renombrado "Zeus":
Todos somos Nyssa:
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
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