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Capítulo 37 💫

🩸

Pecadores, digan presente:

***

— DANNA HILL —

Abrí los ojos con lentitud, parpadeando mientras intentaba adaptarme al entorno. El aire era distinto: fresco, pero pesado, con un aroma tenue a madera antigua y flores secas. Miré alrededor, y mi mente tardó en asimilar lo que veía. La habitación era enorme, más de lo que habría imaginado, con un techo alto de vigas talladas y paredes de piedra que me recordaban a un castillo medieval. Había muebles imponentes, y la cama era bastante grande y adornada con un dosel oscuro que parecía sacado de otra época. Definitivamente, no estaba en mi habitación.

Intenté recordar qué había pasado antes de llegar allí, pero mi mente era un caos. Me llevé las manos a los ojos, frotándolos por instinto, y algo me detuvo, recuerdos que comenzaron a pasar por mis ojos. Mis manos. Bajé lentamente la mirada para inspeccionarlas. Estaban... normales. No había sangre, ni cortes, ni marcas de tortura. Ningún pedazo de carne arrancado. Flexioné los dedos uno por uno, comprobando que todo estaba en su lugar. Incluso mis uñas seguían perfectamente pintadas de azul marino, el esmalte intacto, como si nada hubiera sucedido.

Pero... ¿qué demonios había pasado? ¿Cómo era posible?

El recuerdo de Elijah me golpeó como un látigo. Su sonrisa torcida, esos ojos oscuros y brillantes que disfrutaban cada segundo de mi sufrimiento. Un escalofrío recorrió mi espalda. Él... él se aseguró de que doliera, de que quedara grabado en mi piel y en mi mente. Y, sin embargo, ahora, todo estaba bien. Demasiado bien.

Un sonido interrumpió mis pensamientos: una melodía, suave, exquisita, flotaba en el aire. Alguien estaba tocando el piano. Mis oídos captaron cada nota con claridad. Reconocí la pieza al instante: "Für Elise" de Beethoven. Era imposible confundirla, especialmente para alguien como yo, una amante empedernida de la música clásica. Sonaba perfecto, como si quien tocara hubiera nacido para hacerlo.

Sacudí la cabeza, despejándome. No iba a quedarme aquí, no importaba cuán mullida fuera la cama o qué tan hermosa fuera la habitación. No me interesaba averiguar quién estaba en ese lugar, y mucho menos estar cerca de Elijah, ese maldito lunático. Tenía que salir de ahí.

Me levanté con cuidado, aunque las piernas me temblaban un poco. Fue entonces cuando lo noté: llevaba puesto un camisón de seda rosa pálido. Lo miré con el ceño fruncido. Era suave al tacto, fino y elegante... pero, definitivamente, no era algo que yo hubiera elegido. ¿Quién demonios había decidido vestirme así?

"¿Qué clase de broma es esta?", pensé mientras me movía hacia la puerta. El frío del suelo bajo mis pies me ayudó a enfocar; la adrenalina empezaba a reemplazar mi confusión. Tenía que salir antes de que algo más raro ocurriera. Pero justo cuando estaba a punto de girar el pomo, tres golpes secos en la puerta me paralizaron.

El aire se tornó denso de repente. Mi respiración se aceleró mientras miraba la madera delante de mí. Algo no estaba bien. Cerré los ojos y me concentré. Siempre podía percibir presencias, las temperaturas del cuerpo, ese calor que delataba a quien estuviera cerca. Pero ahí... no había nada.

Abrí los ojos, asustada. Esa falta de energía me recordaba demasiado a Elijah, a la manera en que podía aparecer de la nada, como si fuera un espectro.

Esto no puede estar pasando otra vez.

Mientras intentaba decidir qué hacer, la melodía del piano seguía, constante, como un río que no podía detenerse. Apreté los labios, tratando de ignorar el escalofrío que recorría mi columna.

—¿Quién está ahí? —pregunté, con la voz más firme que pude, aunque ni yo misma me creí.

No hubo respuesta. Solo la música, tan hermosa como inquietante.

Miré el pomo otra vez, mis dedos apenas rozándolo. ¿Qué debía hacer? Si no había nadie detrás de la puerta... entonces, ¿quién había tocado? ¿Y quién estaba tocando el piano?

Me giré rápidamente hacia la ventana. Si no podía salir por la puerta, tal vez tendría otra opción. Caminé hasta las pesadas cortinas de terciopelo y las aparté con un tirón. Afuera, el cielo estaba cubierto de nubes densas, de un gris que hacía difícil distinguir si era temprano o simplemente un día apagado. Pero eso no importaba. Lo único que tenía claro era que no iba a quedarme en esa mansión ni un segundo más.

Quienquiera que hubiera tocado antes, no volvió a insistir, así que aproveché el momento a mi favor.

Tenía que regresar con mi familia. Mis padres debían estar preocupados, mis hermanos probablemente estarían buscándome. ¿Y Nyssa? Solo pensar en ella me provocaba un nudo en el estómago. No sabía qué le había pasado, si estaba bien, si seguía viva.

Abrí la ventana con cuidado, dejando que el aire frío me golpeara el rostro. El lugar estaba en lo alto, como una torre, y el paisaje que se extendía abajo no era alentador. Un acantilado se perdía en un abismo rocoso, el mar rompiendo furioso contra las piedras. ¿Qué estupidez es esta? ¿Un mar? Tragué saliva. Si me lanzaba directamente desde aquí, ¿mi velocidad inhumana sería suficiente para salvarme? ¿O terminaría como uno de esos cuerpos aplastados contra las rocas que veía en las películas?

Miré hacia los lados buscando algo, cualquier cosa que pudiera darme una salida más segura. Entonces lo vi: un balcón más abajo, lo suficientemente cerca como para intentar alcanzarlo. Si lograba caer allí, tendría una oportunidad. Desde ese punto, solo tendría que lanzarme del otro lado y correr.

El plan era una locura, pero era lo único que tenía.

Respiré profundo, con el corazón martilleándome en el pecho. Me subí al marco de la ventana, tratando de mantener el equilibrio mientras el viento me despeinaba y las nubes parecían volverse aún más pesadas. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, y mi mente gritaba que esto era una pésima idea. Pero la alternativa era quedarme aquí... y eso no era una opción.

Justo cuando estaba a punto de saltar, sentí un tirón en mi vestido, una fuerza brutal que me hizo perder el equilibrio. Grité, pero antes de que pudiera reaccionar, otra mano me agarró del cabello y me jaló hacia atrás con tanta violencia que el dolor se instaló de inmediato en mi cuello, como si me hubieran clavado mil agujas.

Caí al suelo de espaldas, jadeando por el impacto, mientras mi vista tardaba en enfocarse.

—¿De verdad pensaste que podrías escapar? —dijo una voz extraña y femenina, su tono bajo pero cargado de furia contenida.

Había un poco de dolor en mi craneo como si me hubieran arrancado un mechón entero. Me llevé la mano a la nuca mientras trataba de levantar la vista.

Y entonces la vi.

Era una chica... no, una criatura. Su cabello azul agua brillaba bajo la tenue luz de la habitación, como si estuviera hecho de filamentos de diamantes azules. Sus labios, de un morado profundo, contrastaban con su piel pálida, pero lo más inquietante eran sus ojos. El amarillo vibrante de sus escleróticas se fusionaba con un iris verde, tan extraño como fascinante. Parecía sacada de una pesadilla de cuentos antiguos, pero había algo indiscutiblemente hermoso en ella, como una sirena de agua dulce.

—¿Quién diablos eres tú? —pregunté, levantándome de un salto, fulminándola con la mirada.

La sonrisa que curvó sus labios me heló la sangre. Era malévola, como si disfrutara del temor que seguramente reflejaba mi rostro. Sin decir una palabra, sacó una navaja que brilló amenazante bajo la tenue luz. Se acercó un paso, con esa sonrisa aún en su rostro.

—No sabía que mi amo tenía una mujer lobo encerrada en esta habitación —dijo con un tono cargado de desprecio, arrastrando las palabras como si disfrutara cada sílaba.

Mis puños se cerraron al instante, el enojo desplazando al miedo.

—Sea quien sea tu "amo", me tiene aquí en contra de mi voluntad. Eso es ilegal.

Su sonrisa se amplió, jugueteando con la navaja entre sus dedos como si fuera un simple juguete.

—Nada es ilegal, querida... —dijo, y en sus ojos brilló un destello de amargura—. No más ilegal que cuando los lobos mataron a mi hermana. ¿Y sabes qué pasó? Nada. Nadie hizo justicia.

En un movimiento tan rápido que apenas pude reaccionar, se abalanzó sobre mí, sujetándome con una fuerza brutal. La navaja rozó mi cuello, dejando un corte superficial que ardió al instante.

El dolor me hizo gruñir mientras mi instinto tomaba el control. Golpeé su muñeca con fuerza, logrando desviar la hoja antes de que pudiera hundirse más. Me impulsé hacia adelante, empujándola con el hombro, pero la sirena era más fuerte de lo que parecía.

Rodamos por el suelo, luchando por el control de la navaja. Mi cuerpo se movía por puro reflejo, lanzando golpes y usando cada gramo de mi fuerza inhumana. Ella soltó una risita entrecortada, como si esto fuera un juego para ella.

Con un gruñido, logré ponerme encima y sujetar sus muñecas, pero su pierna se alzó, impactando contra mi estómago y mandándome hacia atrás. Caí con un golpe seco, jadeando por el impacto.

El sonido del piano, que había estado resonando como un eco lejano, cesó de repente. El silencio se sintió como un golpe en los oídos.

Entonces, la puerta se abrió con un estruendo.

En el marco apareció él. Elijah Allman.

Su camisa blanca parecía brillar en contraste con su cabello rubio cortado al ras, pero lo que realmente llamó mi atención fueron las manchas de sangre que empezaron a extenderse desde el cuello hacia abajo. Su expresión era una máscara de ira contenida.

Antes de que pudiera decir o hacer algo, Elijah cruzó la habitación en un parpadeo. Con una mano agarró a la sirena por el cuello, levantándola como si no pesara nada. Ella intentó resistirse, pataleando y arañando su brazo, pero él no parecía inmutarse.

—Basta, Syrella —dijo con una calma helada que hizo que el aire se volviera pesado.

Con la otra mano, tomó la navaja de sus dedos temblorosos. La sirena abrió la boca para hablar, pero no tuvo oportunidad. Elijah movió la hoja con precisión letal, cortándole el cuello en un solo movimiento.

La sangre brotó en un chorro que manchó aún más su camisa mientras dejaba caer el cuerpo al suelo sin el menor atisbo de emoción.

Mis ojos estaban fijos en él, el aliento atrapado en mi garganta.

—Elijah... —susurré, incapaz de procesar lo que acababa de suceder.

Él giró la cabeza hacia mí, sus ojos grises, oscuros y penetrantes me estudiaron por un segundo. La camisa blanca, ahora salpicada de rojo, hacía que su presencia fuera aún más intimidante.

—¿Te hizo daño? —preguntó con voz grave, como si lo único que importara fuera mi respuesta.

Di un paso hacia él, fulminándolo con la mirada. Aunque por dentro me estaba muriendo de rabia y temor, mi voz salió firme.

—¡No te importa si me hicieron daño o no! —grité intentando calmar mi enojo—. ¿Pero qué le pasaba? ¿Por qué intentó matarme? Seguro fue tu culpa... ¡seguro lo fue! Tu la mandaste a matarme, ¿verdad?

Mis ojos bajaron al cadáver de la chica. Su cabello, antes azul agua brillante, ahora era de un gris apagado, casi cenizo. Su piel, ya pálida, había adquirido un tono aún más enfermizo, casi traslúcido. Solo mirarla me revolvía el estómago. El piso estaba lleno de sangre, y el olor metálico impregnaba la habitación, haciéndola aún más sofocante.

Elijah apenas levantó una ceja, como si mis palabras no le afectaran en lo más mínimo. Esa calma suya me sacaba de quicio.

—Todo eso fue solo porque odiaba a los licántropos —respondió, como si no fuera importante.

Me quedé en blanco un segundo. ¿Qué? ¿Eso era todo? ¿Simplemente odio?

—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —solté, cruzándome de brazos mientras lo miraba con incredulidad.

Elijah se inclinó ligeramente hacia un lado, como si estuviera pensando si valía la pena explicarme. Al final suspiró, como si hablar conmigo fuera la mayor pérdida de tiempo.

—Es culpa del clan Wolfsson —dijo con tono aburrido—. Siempre se roban nuestras mercancías y cosechas. Es un juego interminable, como el gato y el ratón. Pero claro, los Hill, siendo tan buenos amigos de ellos, también tienen su parte de responsabilidad. Y, por si fuera poco, el clan Wolfsson mató a su hermana.

Lo miré fijamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir.

—Yo no tengo nada que ver con eso —respondí, apretando los puños. Mi tono estaba cargado de rabia contenida—. ¡Nada! Ni siquiera conozco a los Wolfsson.

Él ni siquiera se molestó en reaccionar. Metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo blanco. Lo desdobló con cuidado, y con una calma tan irritante como su mirada, empezó a limpiarse la sangre del rostro.

No tenía miedo, ni remordimientos. Esa tranquilidad no era normal; parecía alguien acostumbrado a ver la muerte... o a provocarla.

Tragué saliva, notando que no iba a responderme. Decidí cambiar de táctica.

—Escucha —empecé, mi tono más suave esta vez—. Ya te dije que Maritza está muerta. Créeme, por favor. Está muerta. No importa cuánto sigas buscándola, no vas a encontrarla. Solo estás perdiendo el tiempo. Invierte tu energía en algo mejor... pero déjame ir.

Elijah dejó de limpiarse y me miró con una sonrisa torcida, casi traviesa.

—¿Y por qué debería dejarte ir, mia regina? —preguntó, inclinando un poco la cabeza—. Sería una gran falta de respeto para mi clan.

Abrí los ojos como platos. ¿Mi reina? ¿De qué estaba hablando este lunático?

—¿Qué...? —susurré, sin poder evitar que la sorpresa se reflejara en mi rostro—. ¿Qué estás insinuando?

Él se acercó un paso, cerrando parte de la distancia entre nosotros, como si disfrutara viéndome intentar entender lo que pasaba.

—Mi orgoglio è stato ferito, bellezza —dijo con un susurro bajo, en italiano, mientras me tomaba de la cintura—. ¿Cómo puedes creer que no me di cuenta? Tal vez esté loco, pero nunca estúpido. Lo supe desde el primer momento en que vi a esa chica de cabello negro y puntas azules, con ese maldito vestido azul marino ceñido a la cintura, diseñado solo para tentarme, entrar a aquella fiesta. No sabes cuánto me costó controlarme, mio sole. Tus ojos zafiro me eclipsaron desde el primer momento.

(Hieres mi orgullo, belleza) (Mi sol)

Sentí su cuerpo acercarse completamente al mío y, de alguna manera, todo mi ser se encendió. Olvidé el cuerpo en la habitación, el olor a sangre, mi mente se nubló y la razón se desvaneció. Pero algo dentro de mí hizo clic, me di cuenta de lo que estaba pasando: él me estaba distrayendo. Con rapidez, me aparté y le grité:

—¡No! ¡Me lastimaste! Es imposible que lo supieras. ¡Déjame ir, no quiero nada contigo!

Elijah sonrió con una mirada peligrosa y me dijo, tomándome aún más fuerte:

—Jamás, en mi vida te dejaré ir. Y nunca te lastimé. Nunca haría algo así con mi mujer.

—¡No soy tu mujer! —le respondí, mi voz quebrada por la rabia y el dolor—. ¡Me lastimaste! ¡Me torturaste! ¡Hiciste que gusanos me mordieran la piel! ¡Incluso si no mandaste a la sirena a matarme, todo apunta a que querías que muriera!

Él hizo un sonido de silencio, como si no soportara escuchar mi escándalo, y antes de que pudiera reaccionar, volvió a tomarme de la cintura con fuerza y me levantó del suelo, llevándome hacia las escaleras. Intenté zafarme de su agarre, pero era inútil. Cerré los ojos, resistiéndome, pero la fuerza que ejercía sobre mí era inhumana.

—Estás loco si crees que estaré contigo. ¡Búscate un burro! —grité con todas mis fuerzas.

Su risa resonó en el pasillo, y algo en ella me hizo sentir un cosquilleo extraño en el corazón, como si me hubiese tocado algo sensible, algo que no quería admitir.

—No te lastimé —volvió a decir con calma, mientras me llevaba al piso de abajo—. Antes, me habría cortado las manos. Lo que has sentido... todo ha sido una ilusión, una manipulación. Fue todo real para ti, pero no lo era.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, confusa, mirando sus ojos llenos de una calma aterradora.

Elijah sonrió suavemente y, con una voz suave, casi seductora, dijo:

—Usé el poder de manipular las ilusiones. La capacidad de distorsionar la percepción de las personas para hacer que toquen, vean, escuchen, huelan o sientan cosas que no son reales. Todo lo que experimentaste... no era más que una ilusión.

—Bien, está bien —dije rápidamente, tratando de mantener la compostura—. Pero bájame ahora.

Él negó con la cabeza, sus brazos manteniéndome firmemente sujeta.

—No. No volverás allá arriba para intentarás escapar, bellezza.

—¡Déjame!

Cuando finalmente llegamos al piso de abajo, me soltó con cuidado, aunque mis piernas se tambalearon un poco. Al alzar la vista, me encontré con una sala que parecía sacada de otro siglo. La estructura tenía un aire medieval: paredes de piedra oscura, muebles tallados a mano y un gran piano de cola negro en el centro. Las cortinas estaban corridas, dejando que la luz grisácea del día nublado apenas iluminara el espacio.

—¿Te quedaste atrapado en otra época o qué? —pregunté enojada, levantando una ceja mientras recorría el lugar con la mirada—. Esto es... demasiado antiguo.

—Esta sala la diseñó mi madre —respondió con firmeza, como si ese dato fuera suficiente explicación—. Y así se quedará.

Rodé los ojos y solté un suspiro exagerado, como si hablara con alguien que no quería entenderme.

—Bien, Elijah, escúchame. Quiero que me dejes ir. No quiero estar aquí. Mis padres deben estar muy preocupados y buscándome.

Él se quedó en silencio por un momento, mirándome con una intensidad que me desarmó. Finalmente asintió lentamente.

—Tienes razón.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Me vas a dejar salir?

La esquina de su boca se alzó en una sonrisa que me heló la sangre.

—No.

Elijah tronó los dedos con un gesto despreocupado, y de inmediato un sonido seco resonó por toda la casa. El ruido de las puertas cerrándose, una tras otra, me puso los nervios de punta.

—¿Qué haces? —le solté, alarmada.

—Todas las puertas se cerraron. —Su tono era tranquilo, casi aburrido, pero sus palabras llevaban un peso que me hizo estremecer—. Mi mujer no saldrá sin mi permiso.

—Mantenerme cautiva no hará que te quiera, lo sabes, ¿verdad? —repliqué con firmeza, pero su mirada seguía siendo imperturbable, como si mis palabras fueran un sonido que no alcanzaba a rozarlo.

Sin contestar, se giró y se dirigió al piano. Con una calma infuriante, arremangó las mangas de su camisa blanca, dejando al descubierto antebrazos fuertes, marcados por venas prominentes y cubiertos con tatuajes que parecían antiguos y simbólicos. La camisa todavía tenía manchas de sangre, pequeños rastros que se mezclaban con el aura peligrosa que siempre lo rodeaba.

Sentí mi rostro calentarse al verlo tan relajado, tan seguro, tan... absorbente. Una conexión inexplicable me golpeó en el pecho, un lazo invisible que tiraba de mí hacia él, aunque quisiera resistirme. Y entonces, como si mi pensamiento no fuera mío, una voz arrogante y ligeramente burlona resonó en mi mente:

"Tranquilízate. Puedo sentirte, aunque creas que no."

Di un respingo, llevando la mano instintivamente a mi frente.

—¿Qué...? —susurré, mirando a mi alrededor. —¿Aceptaste el lazo que nos une?

Lo miré incrédula, pero él no me devolvió la mirada. Estaba ya sentado frente al piano, sus dedos descansando sobre las teclas. Sin darme ninguna explicación, comenzó a tocar.

La melodía que habían estado tocando hace minutos atrás llenó la habitación, cada nota cayendo como un susurro sobre mi piel. No pude evitar perderme por un instante en la manera en que sus dedos se movían con destreza sobre las teclas, como si fueran parte del instrumento mismo.

—¿Elijah? —lo llamé con un hilo de voz, aún tambaleándome por lo que acababa de escuchar en mi cabeza. Pero él no respondió. Simplemente tocó, como si nada más importara en el mundo que esa pieza y el eco de sus notas en la sala.

Cada nota de "Für Elise" parecía burlarse de mi frustración. Sabía que todo lo que había sentido antes, el dolor, la desesperación, no era real, pero eso no lo hacía menos cruel. Manipuló mi mente, jugó con mi percepción, y lo peor de todo, lo hizo como si tuviera derecho, como si yo no tuviera elección. Ese aire de control absoluto, de desprecio por lo que yo pudiera pensar o sentir, me hacía detestarlo aún más.

Mi mirada comenzó a recorrer el lugar, buscando una salida, cualquier forma de escapar. Pero todas las puertas estaban cerradas, selladas como él lo había dicho. Me llevé las manos al cabello, tirando de él con frustración mientras intentaba mantener la calma. El sonido del piano seguía llenando la habitación, como una melodía distante que no encajaba en absoluto con la tensión del momento.

De pronto, mi cuerpo se movió por impulso, acercándome a sus oídos. El susurro salió de mis labios antes de que pudiera detenerme:

—Esa música no te pega nada.

Elijah no dejó de tocar, pero sus hombros se tensaron. Su voz fue baja, casi ronca, y su mirada seguía fija en las teclas.

—Según tú, ¿cuál me pega más? ¿La de tus gemidos?

Sentí el calor subir a mis mejillas, pero me obligué a mantener el tono despreocupado.

—Mmm... tal vez algo más oscuro. ¿O fuerte? —respondí, como si realmente lo estuviera pensando.

Dejó de tocar y levantó la mirada hacia mí. Su rostro, tan varonil y perfecto, parecía tallado en mármol. Pero fueron sus ojos los que me dejaron sin aliento: un gris tormentoso que brillaba con una intensidad magnética.

—Interesante punto de vista, mia regina.

—¿Qué? ¿Vas a hablar en ese idioma siempre que te plazca? —repliqué con frustración, sintiendo cómo el enojo hervía dentro de mí.

Él esbozó una sonrisa ligera, casi ladina.

—Mi mujer lo entiende. No hay razón para ocultarlo.

Mis manos se apretaron en puños a mi lado.

—¿Quieres saber en qué más soy buena, imbécil?

Elijah inclinó la cabeza, sus ojos grises clavados en los míos como si quisiera desnudarme el alma.

—Me encantaría ser el indicado.

No lo pensé. Mi puño se movió antes de que mi mente pudiera frenarlo, directo a su rostro. El impacto resonó en la sala, tan fuerte como mi respiración agitada. Él apenas se movió, pero la sorpresa cruzó por sus facciones antes de que una sonrisa ladeada apareciera en su rostro.

—Interesante fuerza, mia regina. —Su tono era burlón, como si acabara de ganar algún juego que solo él entendía.

Y eso solo me hizo odiarlo más.

Elijah se levantó lentamente, sus manos rozaron una carpeta negra sobre el piano, la tocó con suavidad antes de dejarla reposar allí, sin más. Luego, sin apartar los ojos de mí, comenzó a rodearme, con pasos lentos, como un depredador que se asegura de que su presa no tenga escapatoria.

"Te ves tan solitaria, tan hermosa... pero tan mía", volví a escuchar en mi mente, y esa frase se coló en mi cerebro, como un susurro venenoso.

Lo fulminé con la mirada, pero no parecía importarle. Tenía el labio partido ya casi curado, pero no dejaba de verme con esa mirada enigmática.

De repente, me sentí atrapada. Él estaba detrás de mí, su presencia tan cercana que el aire entre nosotros se volvió pesado, casi insoportable. Su mano se posó en mi cuello, apretando suavemente, pero con una firmeza que me hizo sentir su poder, y luego su otra mano acarició mi rostro, con una suavidad peligrosa. Cada toque suyo era un recordatorio de lo que podía hacer si se lo proponía.

"Sabes que eres mía, ¿verdad?", escuché nuevamente en mi mente, su voz profunda, posesiva.

El calor en mi piel aumentó, y sentí su cercanía como un fuego que me consumía lentamente. No pude evitar un leve estremecimiento cuando sus labios rozaron mi cuello, su respiración caliente sobre mi piel. Los colmillos de Elijah se acercaron y robaron una leve caricia de mi piel, haciéndome erizar.

—Me encanta cuando tu piel reacciona así... y solo para mí... —Murmuró, como si fuera un secreto íntimo. Nuestro secreto.

Muévete, no dejes que te toque, me repetía mentalmente, pero mis piernas no respondían.

Una de sus manos frías descendió por mis brazos, un toque que me hizo temblar de manera involuntaria. Luego, se posó en mi abdomen bajo, haciendo suaves caricias, y sentí cómo mi corazón latía desbocado, como si fuera a salirse de mi pecho.

Cerré los ojos, completamente envuelta en la sensación de su toque, dejando que mi cuerpo reaccionara ante su cercanía. El lazo de almas gemelas que compartíamos lo hacía todo mucho más intenso, y aunque luchaba contra él, no podía evitarlo. Un jadeo escapó de mis labios, una mezcla de confusión y deseo.

"Solo yo puedo hacerte sentir esto", seguía susurrando en mi mente, cada palabra aumentando el calor en mi interior.

De repente, sentí sus labios fríos en mi oído, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Entonces, su voz susurró en mi oído y rompió todo el hechizo:

—¿Cómo lo hiciste?

Abrí los ojos, confusa, y me quedé completamente paralizada.

—¿De qué hablas?

Elijah se alejó de mí y sentí mi cuerpo abandonado, tomó la carpeta del piano con una calma inquietante. Sus dedos largos y firmes sacaron unos papeles, y sin vacilar, me los lanzó como si fueran simples hojas al viento. Los papeles cayeron frente a mí, pero no tuve que acercarme mucho para que las imágenes y palabras comenzaran a perforar mi mente.

Mis piernas temblaron al instante, y el aire se volvió pesado a mi alrededor. Mis ojos se fijaron en una fotografía que parecía arrancada directamente de mis peores pesadillas.

—No... no, no, no... —mi voz salió quebrada, casi inaudible. Mis manos temblaban tanto que apenas podía sostener los papeles. Levanté la mirada hacia él, mi pecho subiendo y bajando frenéticamente—. ¿Qué es esto? ¿De donde lo sacaste?

Elijah no mostró ni un rastro de compasión. Sonrió, esa sonrisa cruel y calculadora que tanto odiaba, mientras se acercaba lentamente hacia mí.

—No creas que no he estado vigilándote durante meses, Danna. A ti, a tu familia... y a la otra chica, ¿cómo se llama? Nyssa, ¿no? Como sea, no me interesa en absoluto. Pero créeme, deberían darme un premio —hizo una pausa, inclinándose un poco hacia mí, como si quisiera saborear cada palabra—. He descubierto algo terrorífico de tu pasado.

—¿De qué estás hablando? —balbuceé, tratando de ignorar el sudor frío que bajaba por mi espalda.

—Dime, amor... —sus ojos grises me atravesaron con una intensidad glacial—. ¿Cómo lo hiciste?

Un nudo se formó en mi garganta. Di un paso atrás, aferrando los papeles, aunque sentía que mis manos podían desmoronarse en cualquier momento.

—¿Cómo hice qué?

Elijah inclinó la cabeza, como si estuviera disfrutando de mi confusión, antes de dejar caer la bomba.

—¿Cómo lo mataste?

Mi mundo se detuvo. Las palabras golpearon mi pecho como una explosión, y las imágenes en los papeles parecieron saltar hacia mí con una fuerza brutal. Allí estaba él, el chico que conocía muy bien. Su cuerpo sin vida y su cabeza destrozada contra una roca, el estado de su cadáver tan macabro que tuve que apartar la mirada, aunque no podía borrar la imagen de mi mente.

—¿Qué diablos dices? —grité, mi voz cargada de desesperación, aunque sonaba rota, débil—. ¡Yo no he matado a nadie!

Pero las palabras no podían apagar el horror que sentía. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas mientras mi mente intentaba, sin éxito, encontrarle sentido a todo. Elijah solo me observaba, su rostro tan inexpresivo como un bloque de hielo, pero sus ojos hablaban de algo más: control.

—No mientas, Danna. No a mí. Yo sé lo que hiciste.

Mi respiración se aceleró aún más, el pánico apoderándose de cada célula de mi cuerpo. Quería gritar, quería correr, pero el peso de sus palabras, combinado con las imágenes frente a mí, me mantenía clavada al suelo. ¿Cómo sabía esto? ¿Por qué estaba haciéndome esto?

El silencio entre nosotros era ensordecedor, solo interrumpido por el tamborileo frenético de mi corazón. Y entonces, el sonido de su voz volvió a perforar mis pensamientos:

—Admítelo, amor. Siempre supiste que este momento llegaría. Siempre supiste que alguien lo descubriría. No puedes tapar la verdad para siempre —Elijah se inclinó ligeramente hacia mí, sus ojos grises brillando con una intensidad peligrosa—, porque las mentiras que ocultamos nos van a atrapar... cuando la verdad finalmente decida despertar.

—¡Estás mintiendo! —grité, con el corazón a punto de salirse de mi pecho—. ¡Yo no he hecho nada!

Él soltó una risa baja, profunda, que me hizo temblar hasta los huesos. Dio un paso más hacia mí, sus movimientos calculados, como si estuviera acechando a una presa.

—No me mientas, Danna —su voz era un susurro grave, pero cargado de amenaza—. Porque soy capaz de sacarte la verdad, y tú lo sabes. Ahora, dime...

Mi mente trabajaba a toda velocidad, pero las palabras no salían de mi boca.

—No sé de qué hablas —murmuré al fin, aunque mi voz sonó débil, quebrada.

Él levantó una ceja, como si disfrutara de mi intento desesperado por mantenerme firme.

—¿No sabes? —respondió, con un tono casi sarcástico—. Bien, ¿qué tal esto?

Con un movimiento deliberado, levantó los papeles que había sacado de la carpeta y me los extendió. Titubeé antes de tomarlos, como si al tocarlos fueran a quemarme. Elijah, mientras tanto, comenzó a caminar a mi alrededor, observándome como si estuviera estudiando cada una de mis reacciones.

—Siglo XIX —comenzó, con un tono pausado y calculador, como si estuviera reconstruyendo un caso en la mente de un jurado—. Jean Bernard. Fueron novios por dos años.

Mi corazón se detuvo al escuchar ese nombre.

—Exactamente unos meses antes de que tú y tu familia se instalaran en este pueblo... murió. —Hizo una pausa deliberada, dejando que el peso de sus palabras se asentara en el aire—. ¿Te suena familiar, Danna?

Mis manos temblaron al sostener los papeles, pero no podía apartar la mirada de la imagen que había estado intentando enterrar en lo más profundo de mi memoria. Jean... su rostro, ahora pálido, inmóvil, su cabeza destrozada contra una roca. La escena era espantosa, el tipo de imagen que nadie debería ver jamás.

—No... no puede ser —susurré, negando con la cabeza, mientras mi mente intentaba desesperadamente encontrar una forma de escapar de la pesadilla en la que estaba atrapada.

Elijah no se detuvo. Sus pasos resonaban en el suelo, marcados, controlados.

—Les llevé el paso a toda tu familia —dijo, con un tono que se asemejaba al de un detective que acababa de resolver el caso más complejo de su carrera—. ¿Sabes por qué?

No respondí. Apenas podía respirar.

—Porque quería que me dieran alguna pista de dónde estaban escondiendo a Maritza —explicó, su voz goteando veneno, mientras daba un paso más cerca de mí—. Pero nunca imaginé que me llevaría una sorpresa mucho más jugosa.

—Cállate... —murmuré, aunque mi voz apenas salió en un murmullo.

Él sonrió, esa sonrisa torcida que tanto odiaba, tan cargada de poder y amenaza que me hacía sentir diminuta, atrapada.

—Danna, mi dulce y frágil Danna... —murmuró, rodeándome de nuevo, sus pasos resonando en el silencio como una sentencia—. No es lo que aparentas. No eres la oveja inocente que todos creen.

Me detuve en seco, mis músculos tensándose mientras lo sentía tan cerca que podía percibir la temperatura de su cuerpo.

—Tan solo eres un lobo disfrazado de oveja —continuó, su tono más oscuro, más bajo, casi íntimo, pero cargado de crueldad—. Estás igual de podrida que yo.

Mi garganta se cerró. Intenté responder, pero las palabras se atoraron en mi lengua.

—Ahora entiendo que Maritza está muerta —dijo de repente, con una tranquilidad tan fría que me heló la sangre—. Y lo que los Hill protegían tanto no era a ella, como yo creía... sino a ti. A ti y a tu sucio secreto. Mia regina.

La forma en que pronunció esas últimas palabras, con un acento perfecto y una posesividad desgarradora, me hizo estremecer.

—Fue un accidente... —susurré, finalmente, mi voz temblando mientras me tambaleaba hacia atrás.

Sus ojos grises se clavaron en los míos, como un cazador que acaba de acorralar a su presa.

—¿Un accidente? —repitió, como si saboreara las palabras en sus labios—. No digas eso, amor. Hasta para mí suena patético.

—¡Deja de manipularme para sacarme la verdad! —grité, mis manos temblando mientras apretaba los papeles que me había dado—. ¡Me haces sentir como una idiota!

Elijah no se inmutó, permaneciendo imponente frente a mí, como si mi desesperación fuera apenas un espectáculo para su disfrute.

—Un accidente o no, terminó en muerte —dijo, su voz firme y glacial—. Así que cuéntame, mio sole, ¿cómo lo hiciste?

Mis rodillas amenazaron con fallar. Mis uñas se clavaron en los papeles, arrugándolos.

—¡Yo no quise hacerlo! —solté, la voz rota por la angustia—. Lo juro... él me estaba extorsionando y no sabía qué hacer. Todo fue una decisión precipitada...

Elijah arqueó una ceja, como si mis palabras fueran un débil intento de excusa.

—Pero tú nunca lo entenderías —continué, con un nudo en la garganta, alzando la voz, dejando salir toda la rabia y el dolor que había acumulado durante años—. Porque siempre has tenido todo bajo control. Todo a tu disposición. Todos te respetan. ¡Yo no tengo eso! ¿Lo sabes?

Su expresión cambió. Algo oscuro y peligroso brilló en sus ojos.

—Yo puedo dártelo —dijo, su tono suave, casi como un susurro cargado de promesas—. Todo lo que quieras, te lo ofreceré. Después de todo, eres mi reina.

—Para ti todo es así, ¿cierto? —repliqué con sarcasmo, aunque mi voz estaba teñida de cansancio—. Lo quieres, solo chasqueas los dedos y lo tienes. Pero para mí nunca fue tan fácil.

Respiré hondo, sintiendo cómo las palabras ardían en mi pecho, luchando por salir.

—Hace un año, yo quería a Bernard. Él era mi todo. Por eso le confié mi naturaleza.

Elijah permaneció en silencio, pero sus ojos no se apartaron de los míos, como si pudiera ver el peso de cada palabra que decía.

—¿Y sabes lo que hizo? —mi voz se quebró, pero seguí adelante, obligándome a enfrentar el recuerdo—. Me grabó. Luego comenzó a extorsionarme, diciendo que, si no me acostaba con él y sus amigos, porque querían saber qué se sentía hacerlo con una mujer lobo, ese video saldría a la luz. Me expondría a mí, a mi familia, a todo lo que éramos.

Las lágrimas brotaron, pero las ignoré.

—Hice lo único que se me ocurrió. Le dije que aceptaba, pero que nos viéramos solo los dos en el arroyo, una zona perdida de la ciudad. Él fue. Y yo...

Tragué saliva, el peso del recuerdo ahogándome.

—Yo solo quería asustarlo, obligarlo a que me entregara su teléfono. Pero todo se salió de control. Lo orillé al arroyo... y cayó.

El silencio reinó sobre la habitación. Elijah no dijo nada, sus ojos grises sobre los míos, como si intentara averiguar cada rincón de mi alma.

—Sus amigos tenían pruebas de que él se reunió conmigo esa noche y fueron a la policía —continué, mi voz ahora apenas un susurro—. Pero por falta de pruebas, salí impune.

—Interesante —murmuró Elijah, casi como si hablara consigo mismo.

—Pero eso no cambió nada —continué, ignorando su tono—. Mi familia pagó el precio. Tuvimos que dejarlo todo: mis amigos, la manada... nuestra vida. Todo por la regla número uno de nuestra manada: no tomar represalias contra los humanos, sin importar lo que hicieran.

Me quedé quieta, mirando el suelo, las lágrimas cayendo silenciosas por mi rostro.

—Y todo eso fue por mi culpa —susurré, mis hombros temblando—. Porque si no hubiera sido por mí, nada de esto habría sucedido.

Alcé la vista y me encontré con su mirada. Había algo en su expresión... no era lástima, sino una oscura fascinación.

—Eres más interesante de lo que pensaba —dijo Elijah finalmente, su voz baja pero cargada de algo que no pude descifrar—. Pero, amor, no puedes culparte. A veces, el caos es simplemente nuestro destino.

Su comentario me dejó helada, pero antes de que pudiera responder, Elijah dio un paso hacia mí, demasiado cerca, invadiendo mi espacio personal como siempre lo hacía.

—Y ahora, Danna, eres mía. Tu pasado, tus secretos, todo. Porque no hay nada que puedas esconder de mí.

Mis ojos seguían clavados en los papeles arrugados en mis manos, como si fueran un ancla que me mantenía consciente de la gravedad de todo lo que acababa de confesar.

—No sabes cómo me prende que estés tan podrida como yo, amore mio. —Su sonrisa era lenta, peligrosa, como si acabara de descubrir un tesoro oculto—. Que no sientas remordimiento por la muerte del chico, si no por cómo hiciste sentir a tu familia.

Levanté la vista hacia él, mis ojos llenos de una mezcla de furia y vulnerabilidad, pero él siguió hablando, ignorando mi reacción.

—Eso solo significa una cosa. —Se inclinó hacia mí, su rostro tan cerca que podía sentir su aliento contra mi piel—. Que no te temblará la mano para matar a quien sea que intente hacerle daño a nuestra familia.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero no supe si era por sus palabras o por la forma en que las dijo, cargadas de una certeza aterradora.

—Tú y yo no tenemos familia —respondí con los dientes apretados, mi voz quebrándose al final.

Elijah sonrió, esa sonrisa que siempre parecía una mezcla de desafío y triunfo.

—Pero podemos empezar a hacerla.

Mis ojos se abrieron de par en par, el impacto de sus palabras golpeándome como una ráfaga de aire helado. Retrocedí un paso, pero mi espalda chocó contra la pared, atrapándome.

—¿Qué demonios estás diciendo? —logré decir, aunque mi voz era apenas un susurro.

—Danna... —murmuró, levantando una mano para acariciar un mechón de mi cabello que había caído sobre mi rostro—. Lo que quiero decir es que, ahora que sé quién eres en realidad, somos iguales. Dos criaturas solitarias que, juntos, podrían construir algo... único.

—Tú estás enfermo —dije, apartando su mano de un manotazo.

Elijah se rió suavemente, un sonido bajo y oscuro que hizo que mi piel se erizara.

—Quizás. Pero, mia regina, también sé que tú estás tan enferma como yo. Lo niegas, pero en el fondo, lo sabes. —Su mirada se oscureció aún más—. Y eso, amor, es lo que me hace desearte aún más.

Sentí como si el suelo bajo mis pies estuviera desmoronándose. Sus palabras, su presencia, todo en él era una tormenta que no podía controlar.

—Nunca seré como tú —dije, con más convicción de la que realmente sentía.

Él se inclinó aún más cerca, sus labios casi rozando los míos mientras susurraba:

—Eso es lo que todos dicen... al principio.

Mi corazón martilleaba con fuerza en mi pecho, no sabía si era por la ira, el miedo, o el efecto que sus palabras tenían en mí, aunque no quería admitirlo.

—Nunca seré como tú —repetí, aunque mi voz tembló esta vez.

—Sigues negándolo... —Elijah inclinó la cabeza, como si estuviera estudiándome, disfrutando de mi lucha interna—. Pero el fuego en tus ojos me dice otra cosa. Admítelo, amor: te encanta estar al filo del abismo.

—¡Cállate! —gruñí, intentando empujarlo, pero él no se movió ni un centímetro.

Su risa resonó, baja y peligrosa, mientras su mano se alzaba. Antes de que pudiera reaccionar, sus dedos se enredaron en mi cabello, jalándome hacia él con firmeza, pero sin violencia.

—¿Ves? —murmuró, sus labios a centímetros de los míos—. Ese fuego... es tan jodidamente adictivo.

—¡Elijah! —le advertí, pero mi voz sonó más como un jadeo que como una amenaza.

Él no respondió. En cambio, inclinó su cabeza y capturó mis labios en un beso fugaz, intenso y abrasador. Fue tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que él se separara, pero la electricidad que estalló entre nosotros no desapareció.

El lazo. Lo sentí de inmediato, como si una corriente invisible nos atara con más fuerza de la que jamás podría cortar. Su mirada oscura se clavó en la mía, y su sonrisa predadora regresó.

—¿Lo sientes, amor? —susurró, su voz apenas un murmullo, como si estuviera revelando un secreto que solo nosotros dos podíamos comprender—. Esto no se puede romper.

No sabía si quería gritar o llorar. Todo mi cuerpo ardía, y mis pensamientos eran un caos. Pero no me dio tiempo de decidir.

De nuevo, sus labios cayeron sobre los míos, esta vez con más urgencia. Sus manos dejaron mi cabello y bajaron a mis caderas, sujetándome con posesividad. Intenté resistirme, pero era inútil. El lazo hacía de las suyas, intensificando cada sensación, cada roce, cada maldito segundo que él estaba cerca de mí.

El beso duró solo un instante, pero fue suficiente para dejarme sin aire. Me aparté, jadeando, con las manos temblando mientras intentaba alejarlo.

—Esto... esto no significa nada —logré decir, aunque mi voz era apenas un susurro.

Elijah solo sonrió, su lengua pasando por su labio inferior, donde la sangre seca todavía manchaba su piel.

—Danna, mi reina, ¿a quién intentas engañar? ¿A mí... o a ti misma? —preguntó, su voz baja y ronca. Su mano se alzó y sus dedos rozaron mi mentón, levantándolo para que lo mirara de frente.

Intenté mantener la calma, mostrarme indiferente, pero su cercanía, su toque, hacía que me hirviera la sangre. Sabía lo que él era, lo que hacía. Y sin embargo, mi cuerpo no podía evitar responder a esa atracción prohibida.

—Lo que quiero —le respondí, entrecerrando los ojos—, es que te mantengas lo más lejos posible de mí, vampiro.

Una sonrisa lenta y maliciosa apareció en sus labios mientras me miraba, sus dedos aún firmes en mi mentón, su pulgar rozando mi labio inferior en un movimiento lento y calculado.

—¿De verdad? —susurró, acercándose un poco más hasta que nuestras respiraciones se mezclaron—. Porque parece que tu cuerpo está diciendo otra cosa, pequeña mentirosa.

Mis mejillas se calentaron ante sus palabras, y el enojo fue lo único que me permitió romper el hechizo que él estaba tejiendo a mi alrededor. Di un paso atrás, tratando de recuperar el control de mi respiración.

—No sabes nada sobre mí —le respondí, desafiándolo con la mirada—. No me importa lo que creas que ves.

Pero él no se detuvo. Dio un paso hacia mí, implacable, hasta que mi espalda chocó nuevamente contra la pared fría de la habitación. Sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y peligro, y antes de que pudiera reaccionar, sus manos se posaron a ambos lados de mi cabeza, atrapándome. Era una posición dominadora, y me odié a mí misma por lo mucho que me hacía sentir.

—No me interesa saber lo que piensas —susurró, su voz profunda haciéndome estremecer—. Lo que quiero... es hacerte ver lo que realmente necesitas.

Sentí su aliento contra mi piel, y mi cuerpo traicionero respondió a su cercanía, cada fibra de mi ser en alerta mientras su boca se acercaba peligrosamente a mi cuello. Sabía lo que era capaz de hacer, el riesgo que corría al estar tan cerca de él. Pero también sabía que mi propia naturaleza salvaje no me permitiría retirarme.

—¿Y crees que tú eres lo que necesito? —le respondí con una voz más desafiante de lo que en realidad me sentía.

Él soltó una risa baja y oscura, sus labios a un suspiro de mi piel, sus colmillos rozándome suavemente mientras sus manos se deslizaban por mis costados, acercándome más a él.

—Creo que ambos sabemos que sí —susurró en mi oído, y la mera vibración de su voz envió una descarga eléctrica por mi espina dorsal.

Antes de que pudiera negarlo, sus labios descendieron, presionándose sobre mi cuello con una mezcla de ferocidad y control. Sus colmillos apenas rozaron mi piel, y mi cuerpo se tensó, cada músculo alerta, mientras mi respiración se volvía irregular. La amenaza estaba ahí, latente, y por alguna razón, eso solo avivó más mi deseo.

—Juega conmigo, y será lo último que hagas —advertí, aunque mi voz apenas fue un susurro, traicionada por la intensidad del momento.

Él sonrió contra mi piel, sus labios trazando un camino ardiente hasta llegar a mi mandíbula, y luego a mis labios. Pero justo antes de que me besara, sus ojos se encontraron con los míos.

—Sabes que soy mucho más peligroso que tú, pequeña loba. Y, aun así... aquí estás, temblando para mí.


Mi corazón acelerado latió en mis oídos, pero no cedí. No le daría el placer de admitir lo que sentía, no tan fácilmente. Pero antes de que pudiera responder, sus labios me reclamaron en otro beso feroz, reclamador, posesivo, como si intentara demostrarme que no había escapatoria. Cada toque de sus labios era un recordatorio de lo que ambos estábamos dispuestos a perder en este juego peligroso.

De repente, me levantó, sin previo aviso. El cambio fue tan rápido, tan inesperado, que me vi sobre el piano, sus manos firmemente sujetándome, su cuerpo pegado al mío. El sonido del piano, antes olvidado, ahora se convirtió en un sonido lejano mientras sus besos se volvían más profundos, más demandantes. Mis manos se aferraron a su cuello, sintiendo la tensión en sus músculos, el poder que emanaba de él.

Con un movimiento ágil, me recostó sobre la mesa del instrumento. El frío de la superficie de madera se contraponía con el calor de mi cuerpo que seguía elevándose, no dejándome respirar, sumiéndome en la sensación de estar completamente a su merced.

Se sentó en la silla del piano, observándome con intensidad, sus ojos oscilando entre deseo y control.

—Abre las piernas, amore mio —dijo con voz grave, la arrogancia impregnando sus palabras—. Y observa cómo puedo ocuparme de ti mientras hago algo más al mismo tiempo.

La tensión era palpable, y aunque todo en mí gritaba por alejarme, algo en su mirada me mantenía cautiva, incapaz de moverme. Mi cuerpo respondió antes que mi mente, sintiendo la intensidad de su presencia, el deseo que era imposible ignorar. Pero lo que él no sabía, lo que ninguno de los dos sabía, era que este juego lo cambiaría todo.

Lo último que llegué a escuchar fue la música de Für Elise, de nuevo ser tocada por él, mientras me perdía en el deseo y la montaña rusa de emociones que traía consigo Elijah Allman. Sin palabras, sin más advertencias, y me dejé consumir en el fuego de su presencia.

────୨ৎ────

— ELIJAH ALLMAN —

Pov corto...

Lo que ella no sabía era que había dejado atrás mi obsesión con Maritza para que toda mi mente, mi cuerpo y mi alma se consumieran en una obsesión aun más peligrosa: ella.

Ahora, todo mi ser le pertenecía, cada fibra de mi cuerpo ardía por protegerla y poseerla. Cualquiera que se atreviera a tocarla, a mirarla con una intención que no fuera limpia y que yo no aprobara, acabaría con las entrañas en el suelo y la mirada vacía. Lo haría sin dudar, disfrutando cada segundo mientras les arrancaba la vida. Porque ella era mía, y nadie más tenía derecho a existir en su mundo.

🩸

¡Hola a todos/as!

Les traigo el capítulo 37. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.

✨ ¿Qué les pareció el capítulo?

Hasta aquí, Erika <3

NOTA IMPORTANTÍSIMAAA:

Ok, sé que quieren matarme y sacar el #DiNoAlSinDetalle, jaja, lo siento muchísimo. Déjenme explicarles mi punto y el porqué lo hice, y espero que lo entiendan.

La pareja principal de este libro son Nyssa y Damon. En un principio, los POV iban a ser únicamente de ellos, porque, bueno, son los protagonistas. Peeero decidí incluir algunos POV secundarios: dos de Brielle (uno de ellos ya se hizo y el otro estará en el extra al final de la novela, ¡así que espérenlo porque el chisme está fuerte!), y tres de Danna. Eso sí, ya no habrá más narraciones de Danna, así que no esperen más capítulos desde su perspectiva.

Ahora, sobre el tema de los detalles... No me veía contando toda la vida sexual de las parejas secundarias. Lo sentí forzado y, sinceramente, innecesario. Por eso decidí mantener esas escenas intensas pero sin entrar en detalles. Los únicos momentos sexuales con descripciones más explícitas serán los de Nyssa y Damon, porque, adivinaste: ellos son los principales.

Hablemos del lazo en esta novela, porque quiero que todos estén claros en cómo funciona:

1. El primer paso es el lazo entre almas gemelas. Cuando esto sucede, ambos pueden aceptarlo o rechazarlo. Si uno de los dos lo acepta, comienzan a escuchar los pensamientos del otro y su conexión se hace más profunda.

2. El segundo paso ocurre cuando la pareja tiene relaciones sexuales y, en ese momento, se marcan mutuamente. Esta marca significa que estarán juntos hasta que la muerte los separe. Después de marcarse, el lazo no se puede romper ni rechazar.

Pero... (aquí viene lo jugoso) si alguien intenta romper el lazo después de haberlo aceptado, muere instantáneamente. Es como si estuviera "jugando" con el vínculo, y el lazo no perdona.

Otra cosa importante: una vez que aceptas el lazo, tus sentimientos hacia la otra persona no cambian. Literalmente se amarán hasta la muerte, no hay vuelta atrás.

Ahora bien, si decides rechazar el lazo con tu alma gemela (ouch, momento de drama), serás maldecido/a de la peor manera posible. Y si tú no sufres directamente, la maldición se pasa a tus hijos, quienes cargarán con el peso de tus actos.

Dato extra: Sí, puedes amar a alguien que no sea tu alma gemela. Pero ya sabemos que eso viene con sus propias complicaciones.

PD: ¡Estoy viva! Ando en un bloqueo fuerte, pero seguimos, porque esta novela TIENE que llegar a su fin... porque lo tiene que tener, jejeje. 💪

Maratón prontooo 🤑👌

Jajaja, o sea, ese meme nos describe completamente. Todas las parejas avanzaron menos la que realmente queremos ver junta. ¡El slow burn más doloroso de todos! Yo también estoy sufriendo, no crean que no. Bueno, bye, los amouuu <3

¡Hasta la próxima! Cuídense.

—Erika M.

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