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Capítulo 36 💫

🐺

Aquí, presente:

— NYSSA WALTON —

«Que el mundo entero lo tenga claro: la verdadera Reina de las Sombras soy yo. Nadie me hiere, nadie se atreve a extorsionar a mi familia, y mucho menos, nadie cruza mis puertas para amenazarme sin enfrentarse a las consecuencias»

El sonido de esas palabras me arrancó de mi inconsciencia como un balde de agua fría. Me levanté de golpe, pero al instante un dolor punzante cruzó mi cabeza, como si alguien estuviera taladrándome el cráneo. Cerré los ojos por reflejo, y cuando los abrí, una luz blanca me cegó por completo.

Parpadeé varias veces, tratando de aclarar la vista, pero todo estaba desenfocado. Era como mirar a través de un cristal empañado. Por un segundo todo se volvió borroso, luego enfocado, y otra vez borroso. Entonces escuché una voz.

—Nyssa, despertaste...

Reconocí el tono antes de ver su rostro. Mi corazón dio un vuelco cuando mis ojos finalmente lograron enfocarse en él. Era Nathaniel. Estaba sentado junto a mí, su expresión de alivio mezclada con preocupación.

Miré a mi alrededor. Las paredes blancas, el sonido distante de monitores, el olor a desinfectante. Todo apuntaba a un lugar que detestaba profundamente: una habitación de hospital. Tragué saliva, tratando de encajar las piezas de lo que había pasado mientras mi mente todavía luchaba por salir del estado nebuloso en el que me encontraba.

—¿Qué pasó...? —logré preguntar, aunque mi voz sonó ronca y apenas reconocible. Mi cabeza todavía martillaba mientras trataba de recordar. Fragmentos de imágenes parpadeaban en mi mente como un mal sueño.

Nathaniel suspiró, inclinándose un poco hacia mí.

—Hubo una explosión en el club... te afectó directamente.

De repente, todo se aclaró. Mi pecho se apretó cuando los recuerdos me golpearon como una avalancha. La explosión, el caos, el fuego... Danna.

—¿Y Danna? —pregunté rápido, enderezándome aunque el dolor aún perforaba mi cabeza.

Nathaniel se quedó callado, bajando la mirada por un segundo antes de volver a mí. Su rostro era una mezcla de incomodidad y algo más que no pude identificar.

—Nyssa... será mejor que llame a tu novio. Está vuelto loco. Y eso que llevas un día aquí... no quiero ni imaginar si fuera una semana. Sería un caos.

—¿Qué novio? —fruncí el ceño mientras el dolor punzaba en mi sien. Además de la confusión, su respuesta me dejó completamente descolocada.

Nathaniel arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

—Damon Hill. El hermano de la señorita Danna. ¿Lo tenías bien guardado, eh? Ni siquiera sabía que era su hermano.

—¿Ah? —exclamé, el nerviosismo trepándome por el cuerpo. Mi corazón dio un vuelco. Damon no era mi novio, pero antes de que pudiera explicarme, Nathaniel ya estaba saliendo de la habitación.

—Vuelvo en un minuto.

Y lo cumplió. Un minuto exacto después, la puerta se abrió y entró Damon. Mi respiración se trabó. Su rostro era impasible, pero en sus ojos azules brillaba algo oscuro que me puso la piel de gallina. Su mandíbula estaba tensa, y su mirada dura parecía perforarme como si estuviera buscando algo que no le había dado permiso de buscar. Vestía completamente de negro, como si hubiera salido directo de un funeral.

Nathaniel sonrió apenas, en una actitud que no podía definir si era de burla o alivio.

—Nyssa, tu novio ya está aquí. Los dejo solos. —Y sin más, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Damon se quedó de pie, observándome con una mirada que no podía leer, sus ojos como piedras, frías y calculadoras. Al fin, rompió el silencio.

—¿Tu novio? —preguntó, la incredulidad claramente visible en su tono, aunque su rostro seguía impasible.

Mi corazón se aceleró. No sabía ni por dónde empezar a explicarlo. Tragué saliva antes de hablar.

—Disculpa, puedo explicarlo... —dije, mi voz temblorosa. Tenía el presentimiento de que algo no estaba bien, pero no entendía qué exactamente.

Damon levantó las cejas, su expresión se tornó aún más seria, como si quisiera saber más, pero sin mostrar interés.

—¿Cómo estás? —su voz era más suave de lo que me esperaba, casi preocupada, aunque trató de ocultarlo—. El doctor vendrá a revisarte en unos minutos.

El dolor en mi cabeza no cesaba, y la sensación de mi espalda adolorida me hizo crujir los dientes.

—Me siento bien... —le dije, aunque la verdad era que no me sentía del todo bien—. Solo tengo un dolor punzante en la cabeza y en mi espalda.

Damon se acercó un poco más y su tono se tornó grave.

—Te partiste la cabeza, Nyssa. —Pausa. Sus ojos se clavaron en mí. —Sufriste un gran golpe en la espalda al caer y, además, en el brazo... tienes una quemadura por el incendio.

Miré mi brazo y noté que estaba vendado, el vendaje lo cubría casi por completo. Pero mi mente solo podía centrarse en una cosa en ese momento.

—¿Y Danna? —pregunté de inmediato, la ansiedad arrastrándome. Algo dentro de mí me decía que la noticia no iba a ser buena.

Damon se tensó, su mandíbula apretada, y me dio una respuesta que me heló la sangre.

—Danna está desaparecida desde el día de la explosión. No hemos sabido nada de ella.

Una ola de miedo y preocupación me invadió. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y una sensación de vacío se instaló en mi pecho.

—¿Qué pasó exactamente? Si recuerdas algo, lo que sea, sería de gran ayuda.

Intenté ordenar mis pensamientos, pero la confusión y el dolor no me dejaban. Mi mente solo pensaba en Danna, en lo que le pudiera haber pasado. ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien?

Me quedé un momento en silencio, tratando de organizar mis pensamientos entre el dolor punzante de mi cabeza y la sensación de vacío que no me dejaba en paz. Miré a Damon, con el ceño fruncido, buscando las palabras para explicarle lo que había pasado.

—Eran casi las dos cuando decidí ir a buscar a Danna —comencé, mi voz temblando un poco—. Ella no había bajado y se estaba tardando mucho. Subí las escaleras para verla, pero justo cuando llegué al piso de arriba, comenzaron a sonar unos pitidos... como si fueran alarmas, pero fuertes, casi insoportables.

Mi mente aún trataba de recordar esos momentos, pero cada vez se volvían más confusos.

—Intenté salir, buscando ayuda, pero las puertas... no cedían. Estaban cerradas con algo, alguien las había sellado. Eso me hizo entrar en shock. No entendía nada. Y luego... pasó todo tan rápido... la explosión, el dolor... y luego la oscuridad.

Damon me miró fijamente, como si estuviera analizando cada palabra que salía de mi boca. Al fin, suspiró y habló, su tono grave.

—Comprendo... sé que eres cercana a Danna. ¿Ha pasado algo extraño entre ustedes? ¿Algo que te haya confesado? ¿Amenazas, tal vez? ¿Algún peligro?

Mi mente se nubló por un segundo mientras buscaba en mi memoria algo que pudiera ayudar. Y entonces lo recordé, el recuerdo del vampiro. Mi respiración se aceleró, y sentí un nudo en la garganta.

—De hecho... ha pasado algo —dije, luchando por no quebrarme—. Hace un tiempo, en la fiesta de inauguración del club de Danna, cuando ella me llevaba de regreso a mi casa, alguien nos seguía... y ese alguien... era un vampiro. Se veía muy poderoso, muy... peligroso.

Damon frunció el ceño, como si no entendiera a qué me refería. Yo seguí hablando, aunque mi voz ahora temblaba por completo.

—El vampiro nos amenazó. Quería saber dónde estaba mi madre, Maritza. Y me dijo... me dijo que si no le decíamos, habría consecuencias.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras las palabras brotaban como un torrente de angustia y miedo.

¿Debería seguir con esto? ¿Decirle todo, incluso eso? Pero ellos necesitaban mi ayuda. Danna me necesitaba. Necesitábamos encontrarla.

—Pero... mi mamá está muerta hace años... yo la vi, Damon. La mataron, fue... profundamente atacada. —Mi voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a rodar sin que pudiera detenerlas. La angustia me consumía, cada palabra era un nudo que no podía deshacer.

Desde que mi madre murió, había estado yendo al psiquiatra. Mi padre siempre decía que las cosas no ocurrieron como yo las relataba, pero sé que fue así. Él la mató. No tengo pruebas para demostrarlo, pero tampoco tengo dudas de que fue ese hombre de cabello castaño. Siempre se encargaba de que le temiera, de mantenerme bajo su sombra. Sin embargo, hace años que no sé nada de él. Desde que mi madre murió, su presencia desapareció por completo, como si nunca hubiera existido.

¿Pero por qué? ¿Por qué la mató? ¿Por qué hizo algo tan atroz? Y, más importante, ¿dónde ha estado ese hombre todo este tiempo?

El asesinato de mi madre quedó registrado como el ataque de un animal salvaje, pero yo tengo mis dudas. Algo pasó hace siete años, algo más allá de lo que puedo comprender.

Damon se acercó sin decir nada, y antes de que pudiera continuar, me rodeó con sus brazos, abrazándome con fuerza. No sé si lo hacía para consolarme o porque se sentía tan impotente como yo, pero en ese momento no importaba. Necesitaba ese abrazo, aunque no pudiera reparar lo que estaba roto dentro de mí.

Siguió escuchando en silencio mientras yo sollozaba, tratando de respirar entre las lágrimas.

—El vampiro... nos dio dos semanas y media para decirle dónde estaba el paradero de mi madre... —dije entre sollozos—. Pero no podíamos... no podíamos decirle nada, porque ella ya no estaba viva. Estaba muerta... y él... él nos estaba enviando cartas, amenazas... diciéndonos que el tiempo se acababa.

Damon apretó su abrazo, pero no dijo nada más. Yo seguía llorando, la desesperación, el miedo y la confusión se apoderaban de mí, pero al menos ahora sentía que había alguien a mi lado, aunque no sabía si sería suficiente para lo que estaba por venir.

Él me abrazó un poco más fuerte, y sentí cómo mi cuerpo se erizaba bajo su toque. Intenté ignorar ese sentimiento, porque este no era el momento para ello. Sin embargo, su postura cambió, y cuando habló, sus palabras fueron frías y directas, cargadas de una intensidad que me hizo estremecer.

Me separó ligeramente, sosteniéndome por los hombros mientras sus ojos se clavaban en los míos. Había algo en su mirada, una mezcla de dureza y preocupación, como si estuviera buscando algo en mi interior que no lograba encontrar.

—¿Te das cuenta de lo que ha provocado quedarse callada tanto tiempo? —preguntó, su tono grave y firme, como si no hubiera espacio para excusas—. No solo te pusiste en peligro, Nyssa. Lo que han hecho... estuvo mal que lo ocultaran. Esas decisiones, todo esto, ahora mira lo que ha pasado. Las consecuencias fueron devastadoras.

Su mirada no se apartó de la mía, y pude ver la frustración acumulada en cada palabra que decía.

—No sabemos dónde está Danna. Hemos intentado comunicarnos con ella a través del lazo que nos une, pero no hemos recibido ninguna respuesta. Estamos perdiendo la esperanza, y tememos lo peor.

Me dolió escuchar esas palabras, más de lo que hubiera imaginado. No sabía qué decir, porque no podía quitarme de la cabeza la responsabilidad que sentía por no haber hablado antes. Pero Damon no se detuvo ahí.

—Esperemos que esté bien, donde sea que esté. Pero si algo le pasa, si algo le ha pasado por culpa de esto... —su voz se quebró por un segundo, como si la idea de perderla lo estuviera destrozando—, no sé cómo lo vamos a manejar.

Mi pecho se apretó al escuchar todo eso, y no pude evitar sentir que, en alguna parte de mí, tenía la culpa de que todo estuviera ocurriendo. Todo esto era resultado de decisiones mal tomadas, de no haber dicho lo suficiente. La angustia se acumulaba dentro de mí mientras Damon hablaba con esa desesperación contenida, esa furia silenciosa que no podía ocultar.

Pronto, el doctor llegó. Damon se separó de mí en cuanto entró, aunque su presencia seguía llenando la habitación con esa intensidad que lo caracterizaba. Pude notar la tensión en sus hombros; la noticia de no saber dónde estaba su hermana lo estaba consumiendo. Sabía que los hombres lobo tenían lazos profundos con sus familiares cercanos, como hermanos, primos, incluso con sus padres o con sus almas gemelas. Y no tener respuestas sobre el paradero de su hermana pequeña lo estaba destrozando.

—Voy a buscarte algo de ropa —dijo finalmente, sin mirarme directamente, antes de salir de la habitación. Pero no me engañó. Sabía que solo buscaba una excusa para irse. Necesitaba espacio, o tal vez solo necesitaba buscar una solución a toda esta locura.

Y yo... yo no podía evitar sentir que todo esto era mi culpa. Cada decisión mal tomada, cada verdad escondida, todo parecía estar cayéndome encima ahora.

El doctor me revisó con calma. Me explicó que mis heridas no eran graves, pero que necesitaba descansar y seguir sus recomendaciones para mejorar. Me dijo que podría salir del hospital esta noche, pero que debía cuidarme, evitar esfuerzos y cualquier tipo de estrés. Quise reírme ante eso último. ¿Cómo se supone que voy a evitar el estrés cuando todo está desmoronándose?

Después de que se fue, me levanté para ir al baño. Pero cuando me miré en el espejo, casi me caigo de la impresión. Mi espalda estaba cubierta de moretones oscuros, algunos tan grandes que parecían manchas de tinta. También tenía una banda alrededor de mi cabeza por el golpe. Parecía otra persona, alguien que había pasado por una guerra. Y en cierto modo, así era.

Unos minutos después, Nathaniel apareció con comida. Entró con esa sonrisa tranquila que siempre parecía llevar consigo, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó mientras se acomodaba en la silla junto a mi cama, extendiéndome una bolsa de papel.

—Podría estar mejor... pero supongo que sobreviviré —murmuré, intentando sonar más fuerte de lo que realmente me sentía.

Él sonrió, sacudiendo la cabeza como si mis palabras no fueran a engañarlo.

—Bueno, para ayudarte a sobrevivir, traje algo decente para comer. Tu novio dijo que la comida del hospital probablemente sabía a mierda y me pidió que te trajera esto —dijo, sacando un par de envases que olían mucho mejor de lo que había esperado.

—¿Damon hizo eso? —pregunté, algo incrédula.

Nathaniel asintió mientras abría los envases.

—Sabes... a primera vista parece un chico frio, pero dudo que lo sea. 

Una risa suave se me escapó, y él aprovechó para pasarme los cubiertos. 

—Anda, come. Sé que tienes hambre.

No me lo tuvo que decir dos veces. Tomé un bocado, y el sabor me hizo cerrar los ojos de puro alivio. No me había dado cuenta de cuánta hambre tenía hasta que empecé a comer.

—Esto está increíble —dije entre bocado y bocado.

Hablamos mientras comíamos. Me contó que él fue quien me acompañó en la ambulancia al hospital, que se había asegurado de que estuviera en buenas manos.

—Alguien me dijo que el club se había incendiado —dijo de repente, su tono más serio—. Iba de camino a casa cuando me enteré. No podía dejarte sola en ese estado.

—Gracias por eso —dije con sinceridad, dejando los cubiertos un momento.

—No tienes que agradecerme. Es lo que cualquiera haría —respondió, aunque su mirada decía algo más.

Seguimos comiendo, hablando de cualquier cosa para distraerme. La comida, el aroma cálido, y la compañía de Nathaniel hicieron que, por un momento, olvidara todo el caos que había vivido. Al menos, por un rato, me sentí un poco más como yo misma.

Pronto, Nathaniel se despidió. Me dejó con un suave apretón en el hombro y una sonrisa tranquilizadora antes de marcharse. Aproveché la tranquilidad para cerrar los ojos un momento, pensando que un poco de sueño no me vendría mal.

──── ୨୧ ────

No sé cuánto tiempo pasó, pero me despertó un ruido. Parpadeé, tratando de enfocar la vista, y me giré hacia la puerta justo cuando Damon entraba a la habitación.

—¿Ya estás despierta? —preguntó, su voz grave llenando el espacio mientras cerraba la puerta detrás de él.

Me enderecé un poco en la cama, sintiendo una punzada en mi espalda al moverme.

—Sí, ¿cómo están tus padres? ¿Y Donovan? —le pregunté, aunque temía la respuesta.

Damon suspiró, su mirada sombría.

—Están... tristes. Muy tristes. —Hizo una pausa, como si le costara continuar—. Me pidieron que te enviara una disculpa por no venir. Están utilizando todas sus conexiones para encontrar a Danna.

Su tono serio y su expresión preocupada me golpearon con fuerza. No podía imaginar por lo que estaban pasando, y eso solo aumentó la culpa que ya cargaba.

—Gracias por decirme —murmuré mientras él dejaba una pequeña bolsa de ropa sobre la mesa junto a mi cama.

—Te traje esto. —Su voz era más suave ahora, pero seguía cargada de esa tensión que no lo abandonaba.

—Gracias... —empecé a decir, pero él ya estaba enderezándose para salir.

—Voy a apagar tu estancia. —Explicó Damon, con tono serio. Sabía que este hospital era privado, y aunque me ofrecía su ayuda, de alguna manera no quería encargarle todos mis problemas a él.

—En cuanto pueda, te pagaré por eso.

Él se detuvo en seco, girándose para mirarme con una ceja levantada.

—No pasa nada.

—Insisto, Damon.

Él exhaló un suspiro breve, algo entre la resignación y la indiferencia.

—Como quieras. —Y con eso, salió de la habitación.

Decidí aprovechar el tiempo para ir al baño. Me quité la banda de la cabeza con cuidado, evitando tocar demasiado los bordes del golpe, —por suerte la herida no era muy profunda y no necesitaba puntos—, y me metí bajo la ducha con agua caliente. El alivio que sentí al bañarme fue indescriptible, como si estuviera lavando no solo la suciedad, sino también parte del peso que llevaba encima.

También lavé con cuidado la herida en mi brazo, tenía una quemada que me dolía más de lo que esperaba. El agua tibia tocó la piel quemada, y un dolor punzante recorrió todo mi brazo, pero sabía que tenía que limpiarla bien para evitar infecciones. Estaba demasiado cansada, pero aún así me obligué a concentrarme en cada movimiento, asegurándome de que todo estuviera lo más limpio posible.

Al salir, me vestí rápidamente con la ropa que Damon me había traído. No tenía idea de dónde la había sacado, pero estaba muy agradecida. La camiseta era algo ajustada, pero cómoda, y el pantalón me quedaba bien, aunque no era lo que hubiera elegido si hubiera tenido más opciones. Apenas había terminado de abotonar la camisa cuando escuché un ligero golpe en la puerta, seguido de la entrada de Damon.

—Aquí tienes. —Extendió un pequeño paquete hacia mí.

Lo tomé y, al abrirlo, vi que eran los medicamentos que el doctor había recetado.

—Gracias, Damon.

Él asintió, quedándose en silencio.

Damon no se fue. En lugar de eso, se dejó caer en un sillón cerca de la ventana del hospital, estirando las piernas frente a él mientras su mirada vagaba por la habitación. Parecía perdido en sus pensamientos, con el ceño ligeramente fruncido, pero no dijo nada.

Tomé el espejo pequeño que había en la mesa y empecé a ponerme el medicamento en la cabeza con cuidado. Los dedos me temblaban un poco mientras trataba de no tocar demasiado el área golpeada. La textura fría del ungüento me hizo estremecer, pero me concentré en el reflejo frente a mí.

—Tu amiga e Isaac estuvieron aquí mientras dormías —dijo Damon de repente, su voz cortando el silencio como una suave tormenta.

Levanté la mirada, sorprendida, y mis ojos brillaron de inmediato.

—¿En serio? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y alivio.

Él asintió, mirándome de reojo.

—Sí. Estaban muy preocupados por ti. Querían quedarse más tiempo, pero el hospital no se lo permitió. Dijeron que irán pronto a verte de nuevo.

Le observé en silencio, notando cómo mantenía su mirada fija en algún punto invisible, como si estuviera narrando algo más para sí mismo que para mí. Damon nunca había sido alguien de muchas palabras, y podía sentir que esto era su manera de calmarme, o tal vez calmarse a sí mismo.

Decidí no interrumpirlo. No sabía cuándo volvería a abrirse así otra vez, así que lo dejé hablar, disfrutando en secreto de su inesperada disposición para conversar.

Mientras lo miraba, noté que seguía vestido de negro, algo poco habitual para él. Llevaba un polo de cuello alto y mangas largas que le cubrían hasta las muñecas, junto con unos pantalones de tela perfectamente planchados. Su cabello aún estaba mojado, lo que me decía que probablemente se había duchado antes de venir al hospital.

Pero no podía ignorar la extraña sensación que me daba su ropa. Era como si estuviera vestido para algo solemne, como un funeral.

Fruncí ligeramente el ceño, mi mente intentando conectar las piezas.

—¿Por qué estás vestido así? —pregunté finalmente, mi voz más baja de lo que esperaba, casi temiendo la respuesta.

Damon giró la cabeza hacia mí, pero no respondió de inmediato. Sus ojos me miraron con una mezcla de cansancio y algo más que no pude descifrar.

Él tardó en responder, y cuando lo hizo, su tono fue seco, como si estuviera tratando de desviar el tema.

—Solo trato de ocultar algo, nada importante.

No insistí, aunque sus palabras solo alimentaron mi curiosidad. Seguía siendo un misterio andante, y yo ya estaba demasiado cansada para intentar descifrarlo. Volví mi atención al espejo y terminé de aplicarme la primera crema en la cabeza.

—Voy al baño a aplicarme el otro medicamento —dije mientras me levantaba, intentando no tambalearme por el dolor. Damon asintió levemente, sin decir nada más.

Ya en el baño, me desabotoné la camisa y me miré al espejo, observando los moretones en mi cuerpo. El golpe en la espalda era más grave de lo que había imaginado. Tomé el ungüento, pero mis manos no lograban llegar a algunos de los lugares afectados.

Suspiré frustrada, cubriendo mi pecho con un brazo, y abrí la puerta apenas lo suficiente para asomarme. Damon seguía sentado en el sillón, pero se tensó al verme.

—¿Puedes ayudarme? —pregunté, intentando que mi voz sonara segura, aunque la timidez me traicionaba.

Él alzó una ceja, desconcertado por mi petición.

—¿Qué? —dijo, su tono brusco—. No necesitas que te ayude. Puedes hacerlo tú sola.

—No puedo —admití, algo avergonzada—. Mis manos no llegan a algunos lugares de mi espalda.

Damon me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que le estaba pidiendo. Se levantó y se cruzó de brazos.

—Nyssa, no puedes dejar que un hombre te toque así. Eso no está bien.

—Pero tú no eres cualquier hombre, Damon. Eres tú. Eres bueno.

Mi respuesta fue tan inocente que él parpadeó, sin saber cómo reaccionar.

—El Damon que yo conozco es alguien que siempre me ha salvado. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí —continué, con un pequeño hilo de sinceridad en mi voz.

Damon dejó escapar un suspiro largo, como si estuviera debatiendo consigo mismo. Finalmente, una leve sonrisa curvó sus labios, y sus hoyuelos se marcaron, robándome el aliento por un momento. Mi pecho se apretó involuntariamente, y solté un suspiro sin querer.

Pero su expresión cambió tan rápido como había llegado la sonrisa. Su rostro volvió a endurecerse, su mirada fija en mí con seriedad.

—Ponte de espaldas —dijo con un tono neutro, como si estuviera intentando mantenerse en control.

Salí del baño después de tomar los medicamentos, tomé la camisa y la utilicé para cubrirme los pechos, dejando mi espalda al descubierto. Caminé hacia Damon y le dije:

—Me sentaré en la camilla, para que tengas mejor acceso.

Damon asintió de manera brusca, sin decir una palabra. Me senté frente a él y pasé las cremas, ofreciéndoselas con una pequeña sonrisa. Al principio, Damon no reaccionó, y el ambiente entre nosotros era algo tenso. Entonces, tomé el pequeño espejo que había dejado en la camilla y lo usé para vislumbrar su rostro, sin que él se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Cuando Damon miró mi espalda, su expresión se endureció aún más. Sus músculos se tensaron y, por un momento, me pregunté si era por el dolor que yo debía haber sentido o por lo que realmente veía. Abrió la crema, untó un poco en su dedo y comenzó a aplicarla suavemente en mi espalda, con movimientos lentos y medidos.

El roce de sus manos sobre mi piel me hizo sentir una extraña sensación de alivio, como si sus toques fueran familiares. No me sentí incómoda, al contrario, me relajé en su cercanía. Cerré los ojos mientras él frotaba sus palmas y deslizaba la crema por mi espalda. El contacto era suave, pero tenía una fuerza interna, como si cada toque estuviera lleno de algo más profundo. Me dije a mí misma que podría quedarme así por horas.

El silencio se volvió pesado entre nosotros, pero no lo interrumpí. Estaba demasiado concentrada en la sensación de sus manos, que se deslizaban con delicadeza, como si fueran más allá de la simple tarea de aplicar la crema. Cuando abrí los ojos y miré hacia el espejo, me di cuenta de algo extraño. Reflejándose en el cristal, vi los ojos de Damon, pero ya no eran los mismos. Ya no brillaban en su típico azul. Ahora, eran dorados, ambarinos, casi hipnóticos.

No entendí por qué sus ojos cambiaron de color, pero algo dentro de mí susurraba que tenía que ver con el estado de mi espalda, con lo horrible que debía de verse cubierta de esos moretones. No lo mencioné, no supe qué decir, pero sentí una extraña conexión en ese momento.

Pasaron unos segundos en los que dejé de sentir sus manos. Confundida, moví la cabeza en dirección a Damon y me di cuenta de que ya se había alejado, como si mi presencia lo repeliera. Fruncí el ceño, tratando de entender su reacción.

—Date prisa y vístete. Te llevaré a casa para que sigas descansando —dijo con voz firme, sin siquiera mirarme.

Me sentí avergonzada, un calor incómodo recorriendo mi rostro. Seguramente estaba actuando así por lo horrible que debía de lucir mi espalda con todos esos golpes. Asentí en silencio, aunque sabía que él no estaba pendiente de mi respuesta. Su mirada estaba fija en la ventana, donde el cielo comenzaba a oscurecerse.

Me dirigí al baño y me vestí rápidamente, tratando de no pensar demasiado en lo que acababa de pasar. Cuando salí, Damon ya estaba esperándome junto a la puerta, su expresión tan distante como siempre.

—Vámonos. Ya me encargué de todo —dijo, directo, sin emoción aparente.

—Muchas gracias... —murmuré, avergonzada, evitando mirarlo directamente. Damon solo asintió, abriendo la puerta y guiándome hacia el estacionamiento.

Subimos a su carro, el silencio entre nosotros casi palpable. Durante el trayecto, traté de distraerme mirando las luces de la ciudad, pero no podía ignorar la tensión que emanaba de él. Damon no dijo nada, y yo tampoco me atreví a romper el silencio.

Al llegar a la mansión, noté algo extraño. El ambiente estaba pesado, como si una nube de tristeza se hubiera instalado en el lugar. Mientras caminábamos hacia el interior, no pude evitar preguntar:

—¿Dónde están tus padres?

—Están con los Wolfsson, buscando noticias de Danna —respondió sin detenerse, su tono apagado.

¿Los Wolfsson? Me pregunté quiénes serían, pero decidí no insistir. No era asunto mío.

Miré su rostro tenso mientras subíamos las escaleras, las líneas de preocupación marcadas en su expresión. Era evidente que esto lo estaba consumiendo. Antes de entrar a mi habitación, me detuve y lo miré con cuidado.

—La encontrarán, Damon. Estoy segura. Danna es fuerte, nunca se dejaría lastimar fácilmente.

Damon se detuvo también, girándose hacia mí con una expresión difícil de leer. Durante un breve segundo, pareció querer decir algo más, pero simplemente asintió.

—Gracias —murmuró, casi como un susurro, antes de darse la vuelta y desaparecer por el pasillo.

Lo observé marcharse, su figura desapareciendo en la penumbra de la mansión. Dejé escapar un suspiro y entré a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí. Ojalá mis palabras realmente le hubieran dado un poco de alivio.

Mi vista se posó en la cama grande y suave en el centro. Esto era justo lo que necesitaba. La habitación del hospital había sido incómoda, dura e impersonal. Solté un suspiro de alivio al ver el edredón mullido y las almohadas perfectamente colocadas. Sin pensarlo mucho, me quité los zapatos y me dejé caer suavemente sobre la cama, sintiendo cómo el cansancio del día comenzaba a pesar sobre mí.

Sin embargo, el sueño no llegó. Pasaron minutos, quizás horas, mientras me removía inquieta bajo las sábanas. No podía dejar de pensar en Danna. La culpa pesaba en mi pecho, una sensación sofocante que no me dejaba tranquila. Todo lo que había ocurrido me parecía un eco constante en la mente: ¿cómo había permitido que pasara esto?

Mi mente saltó entonces a Alek. ¿Dónde estaría él ahora? Si lo encontraba, tal vez podría darme alguna noticia sobre Danna.

Finalmente, me levanté de la cama con un suspiro, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies descalzos y el dolor en mi espalda. Afuera, la noche ya había caído por completo, y la luz plateada de la luna se filtraba por las ventanas, llenando la habitación con una calma engañosa. Me puse los zapatos con cuidado y salí de la habitación.

No tenía idea exacta de dónde estaría Alek, pero recordaba haberlo visto salir de una habitación cercana al pasillo de Damon la última vez. Quizás ahí encontraría alguna pista.

El pasillo estaba sumido en una penumbra inquietante, iluminado solo por la luz de la luna que se colaba desde las ventanas altas. Avancé sigilosamente, mis pasos casi inaudibles sobre el piso. Cada sombra parecía más alargada, cada rincón más profundo.

Doblé una esquina, llegando al otro lado de las escaleras, justo donde comenzaba el pasillo que llevaba a la habitación de Damon. El aire aquí se sentía más pesado, como si la noche misma contuviera un secreto que no quería compartir. Tragué saliva y seguí avanzando. Si Alek estaba aquí, debía encontrarlo.

El pasillo parecía interminable, con seis puertas perfectamente alineadas a cada lado, cada una con un diseño elegante y pulcro. Observé detenidamente las habitaciones y no pude evitar preguntarme: ¿para qué querría alguien tantas habitaciones? Había algo absurdamente innecesario en esa cantidad de espacio. Me crucé de brazos y resoplé. Las personas ricas y sus fetiches ridículos, pensé, sacudiendo la cabeza.

Comencé a caminar lentamente, deteniéndome frente a cada puerta. Pasé de largo la habitación de Damon, obviándola intencionadamente, pero al seguir observando las otras puertas, me di cuenta de que no tenía idea de cuál sería la correcta.

—Son seis habitaciones... —murmuré en voz baja, ladeando la cabeza. ¿Cómo decidir? Entonces se me ocurrió un juego. Haría un conteo aleatorio, dejando que el azar decidiera por mí.

—Contaré hasta seis tres veces de manera diferente, y en la última vez donde caiga el número seis, esa será —dije para mí misma. Quizás era infantil, pero al menos me distraería de mis pensamientos oscuros por un momento.

Me paré frente a la primera puerta y comencé a señalar al azar, saltando de una habitación a otra.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

La primera ronda terminó, pero no me convenció, así que empecé otra.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

Finalmente, en la última ronda, tomé un respiro profundo antes de empezar.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

El conteo terminó frente a la puerta al final del pasillo. A diferencia de las demás, esta puerta tenía un diseño más elaborado, con un pomo dorado que brillaba como si estuviera hecho de oro puro. Fruncí el ceño, cruzando los brazos mientras observaba el objeto.

—¿Por qué hay un pomo de oro? —dije en voz baja, incrédula.

Sacudí la cabeza, murmurando una serie de comentarios en mi mente, y me acerqué a la puerta, cruzando los brazos mientras la examinaba con detenimiento. El pomo dorado, el diseño elegante y esa aura de exclusividad... sí, definitivamente tenía el estilo de alguien como Alek.

—De hecho, si se parece a Alek. Tan sofisticado como él, nadie. —musité, rodando los ojos con una mezcla de resignación y curiosidad.

Me puse frente a la puerta, inclinándome ligeramente mientras trataba de escuchar algo al otro lado, aunque no había ni un solo sonido. Tal vez estaba dormido... o tal vez no era su habitación. Decidí intentarlo de todos modos.

—Alek... ¿estás ahí? —pregunté suavemente, casi en un susurro, como si temiera molestar a alguien.

No hubo respuesta, así que llamé otra vez, esta vez un poco más fuerte:

—¿Alek?

Nada. El silencio era tan denso como la oscuridad en el pasillo. Sentí cómo mi pulso aumentaba un poco, pero al mismo tiempo, la necesidad de encontrar respuestas me empujaba hacia adelante.

Llevé la mano hacia el pomo dorado. El frío del metal me recorrió los dedos, pero no dudé más.

—Bueno, aquí vamos... —murmuré para mí misma, girando la manija con decisión.

Mis dedos apenas intentaron mover el pomo de la puerta cuando su voz, grave y autoritaria, me detuvo en seco.

No lo había escuchado llegar, pero ahí estaba, de pie en el pasillo, con una mirada tan intensa que me hizo sentir como si acabara de cometer el peor de los crímenes.

—Ni un paso más.

Me giré sobresaltada, mi corazón latiendo con fuerza. Damon comenzó a caminar hacia mí, cada paso calculado, como si controlara el espacio a su alrededor.

—Escucha bien, Nyssa, y no me hagas repetirlo —dijo, su voz baja, pero cargada de autoridad—: esta puerta no se toca, no se abre, ni siquiera se menciona.

Tragué saliva, sintiendo un nudo formarse en mi garganta, pero no pude apartar la mirada de él.

—No sabía que era tan importante, solo... —intenté explicar, pero me cortó con un gesto brusco.

—No importa lo que no sabías. Ahora ya lo sabes. Si me entero de que cruzaste ese límite... —se inclinó levemente hacia mí, lo suficiente para que su voz se volviera una amenaza velada— no será una conversación lo que tengamos. Será un problema. Uno que no te gustará cómo termina.

Había algo en su tono, tan calmado y a la vez tan afilado, que me heló la sangre. Lo único que pude hacer fue asentir, sintiéndome pequeña bajo el peso de su mirada.

—Quedó claro —susurré.

Él me sostuvo la mirada unos segundos más, como si evaluara si mi respuesta era suficiente, antes de girarse y marcharse, dejándome en el pasillo con un peso insoportable en el pecho.

Lo observé alejarse, su espalda rígida y su andar lleno de tensión. No pude evitar apretar los labios y cruzarme de brazos, la frustración burbujeando dentro de mí.

—¿Qué cosa tan importante puede haber ahí para que te pongas así? —murmuré en voz baja, apenas audible, pero vi cómo giró la cabeza ligeramente. Me había escuchado.

Por supuesto, no respondió. ¿Por qué lo haría? Pero esa breve mirada, como si hubiera tocado un nervio expuesto, solo avivó mi irritación.

Lo fulminé con la mirada antes de girarme sobre mis talones.

—No te preocupes, no voy a molestarte más. Tu precioso secreto está a salvo conmigo —espeté con sarcasmo mientras me alejaba por el pasillo, sin mirar atrás.

Sentí su mirada fija en mi espalda, como si quisiera detenerme, pero no me detuve. Que se quedara con su puerta y sus malditos misterios.

Al llegar a mi habitación, encendí la luz, parpadeando un poco mientras la cálida iluminación reemplazaba la penumbra. Suspiré, cerrando la puerta tras de mí, y me dejé caer despacio sobre la cama grande.

Frustración y dudas.

No podía dejar de pensar en Danna. No había logrado obtener ninguna información sobre ella. Damon parecía insoportable últimamente, y esa puerta... ¿Qué había ahí para que reaccionara de esa forma?

Mis pensamientos se detuvieron cuando mi mirada cayó sobre la mesita de noche. La caja de madera oscura. Esa que mi padre me había dado, diciendo que mi madre la había dejado para mí.

Me levanté lentamente, sintiendo un nudo en el pecho. Cada vez que la veía, se mezclaban tantas emociones que me costaba respirar. Me acerqué, dejando que mis dedos rozaran los grabados que adornaban la tapa, escritos con una caligrafía firme y cuidadosa. Aunque estaban en un idioma antiguo, podía leer perfectamente lo que decía: Maritza Dagger.

Un escalofrío recorrió mi columna. La tomé con ambas manos, y una lágrima se deslizó por mi mejilla.

—A este punto debo ser bipolar, —susurré con una risa amarga, limpiándome el rostro con la mano libre. —Hace un momento estaba frustrada y ahora... ahora quiero llorar.

Respiré hondo, observando la caja con ternura mientras las lágrimas seguían cayendo.

—Te extraño tanto, mamá.

Mi voz se quebró, y una oleada de tristeza me envolvió. No me había atrevido a abrirla. No me había sentido lista, ni segura de enfrentar lo que había dentro. Tenía miedo de lo que podría descubrir.

Acaricié la tapa con cuidado, recordando cómo la última vez que la había tenido, terminó mojada. Pero Danna... Danna siempre encontraba una solución, y de alguna manera se había encargado de secarla.

Ese pensamiento solo intensificó mi tristeza. Todavía no ha habido noticias de Danna...

La habitación se sumió en un profundo silencio, roto solo por mis sollozos apagados.

Ahora es el momento, pensé mientras apretaba la caja entre mis manos. Lo que sea que haya dentro, debía saberlo. Si no lo hacía ahora, probablemente nunca lo haría.

Con ese pensamiento, me senté lentamente en el colchón, aunque el dolor en mi espalda por los hematomas me hizo morderme el labio para no quejarme. Dejé escapar un suspiro tembloroso y pasé los dedos por la tapa de madera oscura. Los grabados eran tan familiares, pero ahora parecían más pesados, como si la caja misma guardara un peso del que no estaba lista para liberarme.

Mi mirada se detuvo en un detalle que no había notado antes. La caja no tenía un candado, pero estaba sellada con un fino hilo de metal que formaba un intrincado nudo en el centro. El diseño parecía antiguo, como si perteneciera a otro tiempo, pero al mismo tiempo, demasiado delicado para algo tan importante.

Tocarlo me produjo un escalofrío. Aun así, con cuidado, deslicé los dedos por el hilo, tirando hasta que se soltó. Respiré hondo y levanté la tapa, sintiendo que mi pecho se oprimía.

Dentro, descansaba un cuaderno de solapa dura. Su color había desvanecido con el tiempo, y en la portada había una flor marchita, aplastada entre las capas del material. La flor, aunque deteriorada, conservaba un aire frágil y especial, como si fuera un recuerdo más que un simple adorno.

Extendí la mano para tomar el cuaderno, y en ese movimiento, un sobre pequeño cayó al suelo.

Fruncí el ceño y lo recogí, notando que parecía una carta. La observé por un instante, sintiendo una mezcla de tristeza y miedo, antes de dejarla en la caja. No podía con todo al mismo tiempo. El cuaderno, por alguna razón, parecía llamarme más.

Lo abrí con cuidado, y en la primera página vi un nombre escrito con una letra descuidada y temblorosa.

—Maritza Dagger, —leí en voz baja, sintiendo un nudo en la garganta. La letra era tan infantil, tan imperfecta, como si mi madre lo hubiera escrito siendo apenas una niña.

Pasé a la segunda página, donde un texto me recibió de manera inesperada:

"Este diario pertenece a Maritza Dagger. No tocar. Si lo hacen, una maldición les caerá".

Una sonrisa amarga se dibujó en mi rostro, y mis lágrimas comenzaron a correr de nuevo.

—Eras tan dramática, mami, incluso de niña, —susurré con una risa ahogada, pasando la yema de los dedos por las palabras.

Por la fecha escrita al lado, ella debió haber tenido unos quince años cuando comenzó a escribir este diario. Era solo una niña, y aun así, este pequeño objeto contenía todos sus secretos.

Pasé las primeras páginas con cuidado, encontrándome con dibujos. Había una niña de cabello rojizo, sonriendo ampliamente, y un chico más alto a su lado, con cabello cobrizo que caía desordenado sobre su rostro.

—¿Mamá? ¿Xareth? —murmuré, frunciendo el ceño mientras mis dedos trazaban las líneas de los dibujos.

Mi madre siempre había sabido dibujar, un talento que, de alguna manera, yo había heredado aunque nunca lo cultivé realmente. Había algo desgarrador en esas ilustraciones. Eran tan simples, tan inocentes, como si ella nunca hubiera sabido lo que el futuro le deparaba.

El cuaderno parecía estar impregnado de una melancolía que me traspasaba, como si las páginas mismas guardaran el eco de su dolor. Y yo estaba aquí, viendo una parte de su vida que jamás podría preguntarle.

Las lágrimas seguían cayendo mientras me aferraba al cuaderno, con la habitación en un profundo silencio. Por un instante, no había odio ni rabia, solo tristeza y una soledad que me envolvía por completo.

Pasé la punta de mis dedos por la siguiente página, dudando un momento antes de voltearla. Apenas leí las primeras palabras, sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, dejándome inmóvil. No podía creer lo que estaba leyendo.

Cada frase era un golpe directo al pecho. Dolor, suplica, miedo. Mi madre había plasmado todo su sufrimiento, cada detalle oscuro y desgarrador, en esas páginas. Las lágrimas comenzaron a caer antes de que siquiera pudiera detenerlas. Eran torrentes, cayendo sin control y mezclándose con la tinta de esas palabras que me destruían.

—¿Cómo pudo mi madre soportar esto? ¿Qué es esto? —susurré, mi voz quebrándose en cada palabra mientras sentía que mi corazón se partía más con cada línea.

Seguía pasando página tras página, mis dedos temblaban, mi pecho dolía y mi garganta se cerraba con un nudo que parecía imposible de deshacer. Las luces de la habitación comenzaron a parpadear, apenas me di cuenta de ello. Todo lo que podía sentir era ese dolor que me invadía desde dentro, un odio creciente que burbujeaba bajo la superficie, amenazando con estallar.

—Tengo que calmarme —me dije, pero mi propia voz sonaba lejana, como si no fuera mía.

Las palabras seguían allí, cada vez más crueles, cada vez más imposibles de ignorar. Dibujos de mi madre cuando era más joven, su cabello rojizo, esa sonrisa tenue que apenas recordaba. Pero luego, esas sonrisas desaparecían, reemplazadas por algo más oscuro. Más sombrío.

Entonces entendí.

Mis ojos se detuvieron en una página donde el nombre de mi tío estaba escrito con furia, garabateado una y otra vez. Sentí como mi estómago se hundía, como si me hubiera tragado un abismo.

—¿Cómo mi tío pudo atreverse? —murmuré con un odio tan profundo que me sorprendió.

El aire se volvió pesado, las luces parpadearon de nuevo, más fuerte esta vez. Cerré los ojos con fuerza, pero las lágrimas no dejaban de caer.

—¿Cómo mi tío pudo hacerte esto, mamá? —murmuré de nuevo, sintiendo que mi voz temblaba mientras mis manos apretaban el diario con fuerza.

Pasé página tras página, mis ojos repasando cada palabra detenidamente, absorbiendo la historia que estaba plasmada con una claridad desgarradora. Sentía como si una mano invisible me apretara el pecho, haciéndolo más difícil respirar con cada frase que leía.

Y entonces las palabras escaparon de mi boca, palabras que no quería decir, pero que salieron con la fuerza de una verdad que no podía ignorar:

—Entonces... ¿mi existencia es fruto de una violación?

Un sollozo escapó de mi garganta, uno que no pude contener, y el parpadeo de las luces se volvió constante. Sentía el dolor, el odio, la culpa y una tristeza tan aplastante que apenas podía respirar.

El diario cayó de mis manos mientras enterraba el rostro en ellas, incapaz de soportar lo que acababa de descubrir. Las luces titilaban como si fueran a explotar, y yo solo podía llorar.

🐺

¡Hola a todos/as!

Les traigo el capítulo 36. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.

✨ ¿Qué les pareció el capítulo?

Hasta aquí, Erika <3

UNO:
El hombre del que habla Nyssa, que según ella, mató a su mamá... 👀 ¿Recuerdan? Si no, vuelvan al capítulo 1 y lo entenderán mejor. 📖✨

DOS:
Damon es como bipolar, ¿no? 😏 Pero, seamos honestos, es un bipolar que nos gusta... mua 💋

TRES:
La puerta... ¿Qué tanto esconde Damon ahí? 🚪👀 Bueno, en unos capítulos lo sabremos. No se sorprendan, ya lo advertí. 🫣

CUATRO:
Odio a Xareth. 🤬 Pero bueno, veremos qué demonio hizo él en el próximo capítulo. Les subo el diario si comentan mucho en este capítulo (¡ya está escrito, por cierto!). 😏✍️

Yo solo aviso que veremos a una Nyssa diciéndole hasta de lo que se va a morir a su tío. 😂🔥

💕 Nos leemos pronto 💕

¡Hasta la próxima! Cuídense.

—Erika M.

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