Capítulo 35 💫
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Lunáticos, digan presente:
Aquí les presento a mis protegidos, la pareja más oscura de este libro. Spoiler: ellos se aman, aunque a veces quieran enterrarse un puñal.
***
— DANNA HILL —
Desperté con un tirón en mi consciencia, y lo primero que sentí fue el frío. Estaba rígida, amarrada a una silla de metal que apenas cedía a mis movimientos. La oscuridad lo cubría todo, densa y opresiva, pero no tanto como para que yo no pudiera ver. Mis ojos, entrenados en las penumbras, captaron cada rincón vacío. Ni un mueble, ni una ventana. Solo yo, la silla, y el silencio inquietante de la habitación.
Cerré los ojos y dejé que mi instinto tomara el control. Expandí mi sentido del olfato, buscando alguna señal, y un olor oscuro y espeso invadió mis sentidos. Era él. Su energía pesada y maliciosa llenaba el aire, acercándose, cada paso resonando en el eco de mi pecho. Sentí un escalofrío recorrerme, mi cuerpo entero se tensó; de inmediato cerré mi esencia, escondiéndola, protegiendo el secreto de que él y yo compartíamos un vínculo mucho más profundo de lo que jamás sabría. No debía enterarse. No por ahora.
La rabia me quemó al recordarlo: Había estado tranquila en mi oficina, repasando algunos papeles, cuando de repente sentí un paño húmedo cubriendo mi nariz y boca. Mi cuerpo reaccionó al instante, intentando apartarlo, pero algo no cuadraba. ¿Cómo diablos había entrado ese vampiro sin que yo lo notara? Era sensible a las energías oscuras, las sentía como un escalofrío en el aire antes de que algo malo pasara, pero esta vez... nada.
Se las había arreglado para eludir mis sentidos, lo que solo significaba una cosa: llevaba tiempo vigilándome, estudiándome. Luché contra el efecto del químico tanto como pude, pero mis músculos comenzaron a fallarme. Sentí la fuerza abandonarme mientras mi cuerpo se volvía inútil, incapaz de moverme. Antes de que la oscuridad me envolviera, vi su figura moverse con precisión calculada, sacándome del lugar.
Y luego, la explosión. Mi club. Lo único en lo que podía pensar mientras perdía la consciencia era en Nyssa. ¿Estaría bien? La idea de que pudiera haber salido herida, o peor, me llenaba de una furia desesperada. Si algo le pasaba, ese maldito vampiro pagaría con creces.
Las ataduras en mis muñecas me mordían la piel, pero el odio era mucho peor. Apreté los dientes, tratando de controlar el rugido que me subía por la garganta. Pero entonces, la puerta se abrió.
Él entró, sus movimientos elegantes y calculados, como los de un depredador seguro de su presa. La luz de la penumbra se reflejó en sus ojos, grises como el acero, fríos y mortales. Su cabello rubio, cortado al ras, le daba un aspecto aún más amenazante; la piel pálida contrastaba con sus labios gruesos, entreabiertos en una sonrisa arrogante, una que hacía que cada célula en mi cuerpo ardiera con desprecio y algo mas. Su energía oscura y densa me envolvía, aplastante, llenando la habitación con una tensión espesa.
—Veo que has despertado —murmuró, con esa voz grave y sombría que parecía diseñada para sembrar miedo.
No apartó los ojos de los míos mientras avanzaba con calma, como si disfrutara alargando cada segundo. Su sombra se proyectó sobre mí, y aunque no quería admitirlo, todo en él gritaba peligro. Cada uno de sus movimientos era calculado, pensado para demostrar que tenía el control.
—Te di dos semanas y media. Dos semanas y media para cumplir con lo que pedí... y mírate ahora. No hicieron absolutamente nada de lo que les exigí.
Mi cuerpo estaba tenso, mi odio ardiendo bajo la piel mientras lo miraba directo a los ojos. Él había destruido todo lo que me importaba y, para rematar, había usado métodos cobardes para tenerme aquí. No podía ni imaginarme qué era lo siguiente, pero no pensaba ceder.
—¿Y crees que esto cambiará algo? —solté, con una dureza que intentaba sostener a pesar del nudo en mi garganta—. Vienes a imponer tus caprichos con violencia, sin ninguna dignidad. Debes estar desesperado si recurriste a secuestrar a alguien que no quiere tener nada que ver contigo.
Él rió. Una risa suave, pero vacía de cualquier sentimiento que no fuera desprecio. Dio un paso más cerca, sus ojos seguían fijos en mí, y esa sonrisa que tanto detestaba se amplió, casi disfrutando de mi desafío.
—¿Desesperado? Oh, no. Esto no es desesperación; es paciencia agotada. No me gusta que jueguen conmigo, y ustedes lo hicieron muy bien, lo admito.
En ese momento, algo llamó mi atención. Él sostenía una botella, y en su interior, podía ver cómo algo se movía. Me obligué a mantener la compostura, pero un escalofrío recorrió mi columna cuando comprendí lo que era. Dentro de la botella, se arrastraban gusanos, retorciéndose en un movimiento repugnante. Mi respiración se tensó, y él lo notó.
Su sonrisa se volvió aún más siniestra mientras levantaba la botella, girándola frente a mí con una satisfacción fría.
—¿Sabes lo que tengo aquí? —preguntó, su tono suave, casi burlón—. Gusanos devoradores de carne. Los usaban en los tiempos antiguos... un método de tortura bastante efectivo. Y hoy, querida, están aquí para ayudarte a decirme la verdad.
Su voz se volvió más baja, casi susurrada, pero cada palabra estaba cargada de una amenaza implícita. Esa sonrisa maliciosa nunca se fue de su rostro, y parecía deleitarse con cada segundo que me veía allí, atrapada.
—No quería lastimar a una mujer tan hermosa y tan... intrigante como tú, pero tu obstinación deja pocas opciones. Estoy siendo paciente, pero te advierto que mi paciencia tiene un límite, y tú lo estás tocando al mantenerte callada.
Intenté mantenerme firme, mirándolo con el odio más puro que podía transmitir. Pero no iba a mentir: el terror empezaba a abrirse paso dentro de mí. Sabía que él no bromeaba, y que el leve temblor de sus dedos no era nerviosismo, sino anticipación.
—¿Dónde está lo que pedí? el tiempo se ha acabado.
Lo miré con odio puro, cada palabra suya encendía mi furia. Había destruido todo lo que me importaba y había usado la fuerza más baja para traerme hasta aquí. Me revolví en mis ataduras, sin perder el control de mi expresión.
—¿Y esto es lo mejor que puedes hacer? —solté con un tono helado—. ¿Secuestrar a alguien para saldar tus asuntos? ¿Un secuestro es tu manera de pedir favores?
Él dejó escapar una risa corta y oscura, y avanzó, su rostro sombrío y la sonrisa arrogante en sus labios carnosos. No había nada compasivo en su expresión.
—¿Secuestro? Llámalo lo que quieras. Para mí, es simple lógica.
—Lastimaste a Nyssa —le dije, con el odio palpable en mi voz.
Él sonrió, arrogante, y respondió con desprecio:
—Sí, pero es hija de Maritza Dagger. Merecía sufrir, aunque sea un poquito.
—¿Qué demonios te hizo Maritza para que actúes como un maldito psicópata? Lo que ella haya hecho no justifica que inocentes sufran por ello.
—Eso es donde estás equivocada. Si tu madre fue capaz de atrocidades, tú y su linaje deben cargar con las consecuencias.
Lo miré, negándome a mostrar debilidad, pero sentí mi cuerpo endurecerse. Él inclinó la cabeza, observándome con un brillo peligroso en sus ojos.
—Como prefieres mantenerte callada... —continuó, sus ojos clavados en los míos con una intensidad helada—, me veré obligado a usar a mis pequeños amigos para enseñarte una lección. Quiero que entiendas algo: estás jugando un juego en el que no tienes ninguna posibilidad de ganar.
—¿Esperas que me asuste con eso? —le respondí, intentando que mi voz no temblara. Me esforzaba por sostenerle la mirada, aunque el peligro latente en su sonrisa hacía que mi piel se erizara.
Él se inclinó hacia mí, sus ojos grises, afilados y llenos de esa oscuridad que parecía consumir todo a su alrededor. Con una tranquilidad escalofriante, acercó la botella a la altura de mi rostro, permitiéndome ver cómo los gusanos se retorcían frenéticamente en el vidrio. Podía casi sentir su frío, la promesa silenciosa de dolor que él disfrutaba proyectando.
—¿No te asusta? —musitó, una ceja arqueada mientras me observaba con esa sonrisa cargada de desprecio—. Eso, querida mía, no me sorprende. Pero el cuerpo tiene sus límites. Y créeme, cuando estos pequeños empiecen a hacer su trabajo, tú también tendrás los tuyos.
Me incliné hacia adelante tanto como las ataduras me lo permitían, con los ojos llenos de desafío.
—Entonces, adelante —susurré, afilada—. Haz lo que tengas que hacer. Pero no creas que cederé a tus caprichos. No te daré ni una palabra.
Él soltó una risa baja, una que resonó en la habitación como el eco de una advertencia.
—Admítelo, estás jugando con fuego —susurró, sus labios rozando el aire entre nosotros, como si pudiera tocarme solo con su voz—. Y tarde o temprano, el fuego consume. No me interesa hacerte daño... —dijo mientras sus ojos recorrían cada línea de mi rostro—. No en un principio, al menos. Pero, si insistes en seguir desafiante, puedo ser tan despiadado como tú quieras.
El calor de su proximidad me oprimía el pecho, y cada palabra parecía acariciar la oscuridad de la habitación. Pese a la amenaza, no podía negar la tensión palpable entre nosotros, la magia del lazo y ese odio intenso que nos empujaba hacia el borde.
—Que te quede claro algo —le respondí, un destello de desafío encendiendo mis ojos—. No tengo miedo de ti. No eres más que una sombra arrogante que cree que puede controlarlo todo.
Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada, y sus dedos rozaron la botella, como si la mera idea de lo que planeaba me hiciera doblegarme.
—Eso está por verse.
Mi mirada se endureció, y apreté los dientes mientras él se acercaba.
—Podrías torturarme hasta el fin del mundo —le escupí, desafiándolo con cada palabra—. No te voy a decir nada. Ni sobre Maritza, ni sobre nadie.
Antes de que pudiera reaccionar, su mano atrapó mi barbilla con fuerza, obligándome a mirarlo de frente. La intensidad de su toque me estremeció, y una corriente inesperada recorrió mi cuerpo, encendiendo una chispa que no quise reconocer. Sentí una ola de calor que me alcanzó en los lugares más profundos, pero me forcé a mantener la compostura, a no desviar la mirada. Sus labios quedaron peligrosamente cerca de los míos, tan próximos que cada una de sus palabras caía en mi piel como una promesa peligrosa.
—Dime dónde está Maritza —murmuró, palabra por palabra, su tono una mezcla de amenaza y seducción—, y no tendré que lastimarte.
Su mirada se hizo más intensa, sus dedos presionaron mi mandíbula justo lo suficiente para recordarme su dominio. Sus ojos grises se clavaron en los míos, y una sonrisa cruel cruzó sus labios.
—Pero si no hablas —continuó, su voz un susurro venenoso—, me aseguraré de que cada secreto salga de tus labios... a mi manera.
Una parte de mí se estremeció ante sus palabras, una mezcla de rabia, odio y algo más que me negaba a reconocer.
—Hazlo —le respondí, retándolo con la mirada y sin ceder ni un poco, aunque sentía la piel caliente bajo su toque. El desafío en mi voz era claro, pero una parte de mí estaba despierta y alerta, demasiado consciente de la cercanía de su cuerpo, del peligro y de la tensión entre nosotros.
Su sonrisa se hizo más amplia, y, sin prisa alguna, deslizó una mano firme por mi rostro, delineando cada contorno de mi piel con sus dedos. Su tacto era lento, tan calculado que parecía una caricia malintencionada. Su dedo pulgar rozó mis labios, deteniéndose ahí, presionando suavemente, y el calor me recorrió al sentir su toque.
—Es una lástima, en verdad —susurró, su voz baja y oscura, impregnada de una amenaza velada—, que tenga que sacarte la verdad con métodos tan... dolorosos, cuando podría obtenerla de formas mucho más placenteras y convenientes para ambos.
Sus ojos recorrieron mi rostro, estudiándome como si estuviera decidiendo qué parte de mí torturaría primero, y su sonrisa arrogante sólo me encendía más el odio y, para mi disgusto, algo más. Su dedo aún rozaba mis labios, y el roce, tan mínimo y perverso, encendió una corriente de placer que bajó directamente hasta mi sexo.
A este punto terminaría en celo, maldito cavernícola engreído.
—Pero si insistes en resistirte... —continuó, mirándome como si ya hubiese ganado este juego—, entonces, que así sea. Los deseos de una señorita son órdenes.
Él dejó su pulgar reposando contra mis labios, y, sin pensarlo dos veces, lo mordí con fuerza, hundiendo mis dientes hasta sentir el sabor metálico de su sangre. Soltó un gruñido bajo, oscuro, que vibró en su pecho. Lentamente, retiró el dedo, observando la marca de mis dientes y la pequeña herida, y luego, para mi sorpresa, sonrió, como si hubiera encontrado algo que le divertía.
—Tienes carácter —murmuró, con una intensidad en los ojos que hizo que mi respiración se volviera más pesada—. Y no es solo que me guste... —continuó, acercándose más, sus palabras bajas y cargadas de una peligrosa sinceridad—. Me atrae. Me hace cuestionarme cosas que creía tener claras.
Su mirada descendió hasta mi boca, con una oscuridad que encendía algo profundo y conflictivo en mi interior.
—Por ejemplo... si debería follarme a una prisionera tan desafiante como tú —su tono era apenas un susurro, cada palabra un roce peligroso y seductivo que se hundía bajo mi piel.
Sus ojos me recorrieron con una intensidad que quemaba, y me di cuenta de que esta vez no era un juego.
Él se acercó más, tan cerca que su aliento rozó mi piel mientras su mirada descendía hasta mis labios con una intensidad que me hizo estremecer.
—Dime, entonces —murmuró, cada palabra lenta y afilada—, ¿cómo te gustaría que saque la verdad de ti? Solo elige dos palabras, amor: "fóllame" o "tortúrame". —Se detuvo, inclinando la cabeza, su expresión cargada de esa amenaza calculada—. Y escucha bien, no soy ni comprensivo ni amable. Pero como eres tú, podría hacer una excepción... podría tener algunas consideraciones.
Lo miré, intentando ocultar el torbellino de emociones que se desataba dentro de mí. No podía negarlo, la oscuridad en su mirada me atraía tanto como me aterraba.
—Hazlo —le dije, sin una pizca de duda en mi voz, aunque mi pecho latía a un ritmo frenético—. Tortúrame.
Una sonrisa apareció en sus labios, lenta y satisfecha, como si yo le hubiera dado exactamente lo que esperaba.
—Bien. Te torturaré, entonces. —Se inclinó aún más cerca, sus ojos grises fijos en los míos—. Pero antes de hacerlo, permíteme presentarme. Mi madre siempre decía que era una terrible falta de educación no presentarse.
Se irguió, sin apartar la mirada de mí, con una firmeza que hablaba de siglos de autoridad.
—Elijah Allman —dijo, su voz profunda resonando en la oscuridad—. Dueño de esta mansión y rey del clan vampírico de los Allman. Aquí, tus opciones no existen, y tu voluntad no importa.
Sin perder tiempo, sacó de la parte de abajo de la silla de metal una caja de madera de tamaño mediano, abriéndola con una calma inquietante. Sin apartar sus ojos de los míos, sacó un par de correas pequeñas y fijó mis muñecas con ellas, a pesar de que ya tenía cadenas en las manos. Me dejo con suficiente movimiento para provocarme pero sin permitirme liberarme.
Luego, abrió la botella de vidrio, y el sonido del cristal al destaparse resonó en la habitación oscura. Vertió los gusanos en la caja, que se retorcían de manera asquerosa, su presencia era casi hipnótica. Cada uno de ellos se movía con una energía inquietante, como si supieran el horror que estaban a punto de infligir.
—Dime —continuó, inclinándose aún más cerca—, ¿qué es lo que te hace pensar que estás en control aquí? —su mirada me recorrió de forma calculadora y me provocó una mezcla de emociones que no podía controlar—. Porque yo podría verte retorcerte durante horas... y disfrutarlas todas.
Me forcé a no reaccionar, aunque cada palabra suya caía como un desafío directo, y respondí manteniendo la voz firme:
—¿Por qué haces esto?
Elijah sonrió, un destello oscuro en sus ojos.
—Bien, te lo contaré. —Se inclinó aún más, su voz susurrante en el borde de lo amenazante—. Desde aquel día, lo recuerdo todo con una nitidez que, para muchos, sería motivo de terror, pero para mí, es mi combustible. Aún puedo oler el aroma a humo que se alzaba sobre las colinas mientras jugaba en la plaza, ignorante y despreocupado, creyendo que el mundo estaba seguro porque lo tenía todo. Mi madre, mi clan, mis amigos... todo parecía intocable.
Me mantuve en silencio, apenas respirando. Algo en su tono hacía que cada palabra me clavara una aguja en el pecho.
—Tenía diez años —comenzó, mirándome directamente, con los ojos cargados de un odio antiguo y profundo—. Era un niño como cualquier otro, ¿sabes? Inocente, hasta entonces. Me gustaba jugar en la plaza del pueblo con mis amigos, correr y gritar, pensando que el mundo era enorme y que yo era parte de él. Y, por supuesto, que era eterno.
Se inclinó hacia mí, y vi el destello de algo oscuro y atormentado en su expresión, como si estuviera reviviendo aquello en ese instante.
—Ese día, mi madre me mandó a la plaza con mi nana. Me dijo que me portara bien, que volvería a verme en un rato... —Su voz se quebró por un momento, pero rápidamente lo ocultó tras un tono helado—. Cuando volví, algo en el aire estaba mal. La plaza estaba desierta, y el olor... —Se detuvo, como si pudiera oler el humo y la carne quemada todavía—. El olor era... insoportable. Todo mi clan estaba en llamas.
Lo vi apretar los puños, los nudillos blanqueando, pero continuó, implacable.
—Al entrar a la mansión, lo primero que vi fueron los cuerpos. Mis amigos... con los que había jugado apenas unas horas antes. Estaban tirados en el suelo, ennegrecidos, sus cuerpos retorcidos en formas irreconocibles. —Su mirada se endureció, y sentí un escalofrío que me hizo retroceder un paso.
—Pero lo peor —prosiguió él, ignorando mi reacción—, fue cuando subí al cuarto de mi madre. Al fondo del pasillo, la puerta estaba entreabierta, como una maldita invitación. Entré... y lo primero que vi fue una figura retorcida y carbonizada en el suelo, tan irreconocible que solo el colgante que llevaba al cuello me hizo entender quién era. —Tragó en seco, sus labios se tensaron en una línea sombría—. Era ella. Mi madre. La única persona que me importaba. El pilar de mi vida, ahora reducida a cenizas y ruinas.
—¿Quién... quién fue? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.
—Maritza Dagger —pronunció su nombre como si fuera una maldición—. Ella vino, y en cuestión de horas, arrasó con todo. La mitad de mi clan murió, los demás quedaron marcados para siempre... los pocos que salimos intactos fue porque no estábamos allí. No estábamos. ¡Yo no estaba! —me miró, una rabia amarga mezclándose en sus ojos—. Ese incendio, esas muertes... todo fue un mensaje. Y ahora, tengo uno para ella. Aquel acto la selló en mi destino, y desde entonces, el propósito de mi vida ha sido uno solo: vengar a los míos.
—¿Y crees que esto te ayudará a sanar? —pregunté, desafiante.
—No se trata de sanar. Se trata de hacer justicia. —Se acercó un poco más, su presencia era abrumadora—. Y tú, amor, serás mi herramienta para hacerlo.
—Maritza está muerta —repetí con calma, aunque mi voz se volvió más baja, casi en un susurro. Sabía que él no iba a aceptarlo, pero tenía que intentar detener esa obsesión.
Él esbozó una sonrisa irónica, una que no alcanzó sus ojos.
—¿Muerta? —repitió, como si hubiera contado un mal chiste—. ¿De verdad crees que voy a creerte tan fácilmente? —Se acercó un paso, y en sus ojos brilló una determinación escalofriante—. Tranquila... yo mismo me encargaré de que sueltes cada palabra, aunque sea a base de gritos de dolor... o mejor aún, súplicas.
El frío recorrió mi espalda, pero intenté no apartar la mirada.
—No tienes que hacerlo. No ganarás nada persiguiendo fantasmas...
—No es un fantasma lo que persigo. —Su voz era apenas un murmullo, pero el odio contenía el peso de años—. Si estás mintiendo, te aseguro que lo averiguaré... y entonces, no va a haber lugar en esta tierra donde pueda esconderse de mí.
Con una sonrisa gélida, tomó la caja de madera y, sin prisa, la abrió por completo. Dentro, pude ver los gusanos retorciéndose, aquellos que, sabía bien, se deleitaban en carne viva.
—Mira cómo se mueven. —Elijah observaba con una sonrisa torcida, disfrutando de mi reacción. Los gusanos se deslizaban y retorcían, y el repulsivo espectáculo hizo que una oleada de náuseas me atravesara.
No podía apartar la mirada. Había algo profundamente perturbador en la manera en que esos pequeños seres se movían, y un frío helado se instaló en mi estómago.
—Ahora —dijo, acercándose un poco más—, vamos a ver cuánto aguantas. Cada mordida que sientas te recordará quién está al mando aquí.
Con una precisión escalofriante, me tomó ambas manos y, sin desviar su mirada de la mía, las metió dentro de la caja, forzándolas juntas contra los gusanos que se arrastraban al contacto. Sentí sus cuerpos viscosos moverse sobre mis dedos, su peso y calor en mi piel. Los retorcimientos y su hambre avanzaban poco a poco, haciéndome estremecer, atrapada en un silencio de puro pánico.
Mientras los gusanos comenzaban a deslizarse sobre mi piel, sentí una mezcla de terror y desafío. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía permitirme el lujo del miedo. Elijah estaba buscando que me rindiera, pero eso nunca iba a suceder.
—¿Te gusta esto? —pregunté, intentando desafiarlo, a pesar de que el sudor empezaba a resbalar por mi frente.
—Me encanta verte así, luchando. —Su sonrisa se ensanchó, y el brillo en sus ojos se intensificó—. Y créeme, hay mucho más por venir.
En ese momento, su expresión cambió, y por un instante, vi un destello de vulnerabilidad. Pero fue breve, y su lado oscuro rápidamente volvió a tomar el control.
—Vamos, querida, solo dime lo que quiero saber, y esto terminará. —Su voz se tornó suave, casi seductora—. Estoy aquí para ayudarte a liberar la verdad que guardas dentro de ti.
Los gusanos comenzaron a morder, y un grito ahogado salió de mis labios. La sensación era indescriptible, un dolor punzante que se convertía en una especie de tormento que nublaba mis pensamientos.
—¿Ves? Esto podría ser mucho más placentero si decidieras cooperar. —Elijah se inclinó hacia mí, su aliento cálido contrastando con la frialdad del horror que me rodeaba—. Solo tienes que decirme lo que necesito saber.
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, pero el desafío en mis ojos seguía firme. No me rendiría tan fácilmente.
—Te dije que estaba muerta, imbécil —le respondí, tratando de que mi voz sonara desafiante, aunque el miedo se retorcía en mi interior—. Nyssa te hizo saber que estaba muerta.
—Oh, lo que tú digas, amor. —Su risa resonó en la habitación—. Pero recuerda, esto es solo el comienzo de nuestro juego.
Mientras la angustia aumentaba, supe que estaba atrapada en un peligroso tira y afloja, una lucha que apenas comenzaba. Elijah Allman había traído su venganza a mi vida, y el precio de mi resistencia sería más alto de lo que jamás había imaginado.
Los gusanos empezaron a deslizarse sobre mi piel, moviéndose con una inquietante determinación. Al principio, solo sentía su peso diminuto, apenas notorio, pero luego llegó la segunda mordida. Fue como una pequeña llama prendiendo en la superficie de mi piel, seguida por otra y otra, cada mordida como un chasquido de dolor que se volvía más insoportable.
Cerré los ojos, pero el dolor crecía, intensificándose con cada segundo que pasaba. Los gusanos parecían estar enfocados en devorar cada centímetro de mis manos atrapadas, y el ardor de sus mordidas subía por mis dedos hasta mis muñecas. Sentía la piel desgarrándose con cada pequeña mandíbula que se hundía en mí, como si el dolor se abriera paso hasta el hueso.
La frente comenzó a llenárseme de sudor. La habitación, ya de por sí sofocante, ahora era una prisión de calor y angustia. La humedad caía por mi rostro, pegándose a mi piel. Intenté mover mis manos, pero los candados las mantenían inmóviles; el roce solo hacía que los gusanos se agitaran más, como si respondieran a mi desesperación con más furia.
Elijah observaba, con esos ojos grises llenos de un oscuro deleite. Su voz, cuando habló, fue un susurro que perforó el dolor, cada palabra un desafío.
—¿No es fascinante lo que un poco de sufrimiento puede revelar de una persona? —murmuró, deleitándose en mi tormento—. Esa pequeña muestra de dolor... Podríamos llegar a tantas verdades con solo un poco más.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. No sabía cuánto más podría soportar. El sudor me escocía en los ojos, nublándome la vista. Sentía un dolor ardiente en cada uno de mis dedos, como si cada pequeño bocado de esos gusanos fuese una promesa rota, un insulto, una cicatriz nueva. Intenté girar mis muñecas, pero el metal estaba frío y despiadado, dejándome sin escapatoria.
Entonces, Elijah se inclinó, dejando la caja sobre mis piernas. La madera fría contra mis muslos solo intensificaba la realidad de lo que estaba pasando. Cuando dio un paso atrás, la penumbra lo envolvió, como si él mismo fuera una extensión de esa oscuridad implacable. Se sentó en la sombra, su figura apenas visible, pero yo podía sentir su presencia, amenazante, acechante.
Mis fuerzas empezaban a flaquear. El dolor y la tensión en mis manos, la sensación punzante de cada mordida, de cada caricia áspera de esos gusanos sobre mi piel, me hacían tambalear al borde de la resistencia. Mi respiración se volvió pesada, cada bocanada una lucha por controlar el mareo que crecía dentro de mí. Todo mi cuerpo parecía arder y enfriarse a la vez, un ciclo interminable de agonía.
Empecé a notar cómo mi vista se nublaba. La oscuridad se hacía más densa, cada vez más implacable. Sentí que el suelo bajo mis pies estaba a punto de desmoronarse, mientras una extraña mezcla de rabia, terror y un retorcido deseo de seguir desafiándolo se acumulaba en mi pecho.
Y ahí, en esa penumbra en la que él se escondía, sabía que Elijah disfrutaba de cada segundo.
La oscuridad se había hecho pesada a mi alrededor, y cada segundo se sentía como una eternidad. Los gusanos seguían mordiendo, cada bocado un recordatorio de que estaba atrapada en su cruel juego. El sudor resbalaba por mi frente y me ardía en los ojos, pero no podía permitirme llorar. No ante él.
—¿Sientes eso? —la voz de Elijah llegó desde la penumbra, suave como un veneno—. Ese es el miedo que brota de ti. Esa es la verdad de tu debilidad.
Traté de ignorarlo, de no darle el placer de ver cómo su tormento me afectaba. Pero la agonía en mis manos era implacable, y mi resistencia empezaba a desvanecerse.
—¿Por qué haces esto? —pregunté, mi voz temblando ligeramente, aunque hice lo posible por mantenerla firme—. ¿Qué esperas lograr?
—Lo que quiero es simple. —Elijah se acercó un poco más, su rostro iluminado por una tenue luz que lograba atravesar la oscuridad—. Quiero saber dónde está Maritza Dagger. Y tú, querida, pareces tener respuestas que no estás dispuesta a dar.
—¡Está muerta! —La rabia me dio un empujón temporal, pero el dolor no disminuyó—. No soy como los demás. No me quebraré ante ti.
—Ah, pero eso es lo que todos dicen al principio. —Se inclinó hacia mí, sus ojos grises centelleando con una mezcla de diversión y peligro—. ¿Y si te dijera que mi método podría ser mucho más placentero? Tal vez hay una parte de ti que quiere dejar de luchar.
—¿Placentero? —me reí con desprecio, aunque el sonido se volvió un poco nervioso—. Torturarme no es precisamente la definición de placer que tengo.
—Quizás no. Pero déjame contarte un secreto. —Su voz se tornó un susurro, como si compartiera un tesoro oscuro—. La tortura puede ser un arte, y yo soy un gran artista. Te puedo llevar al límite del dolor y el placer, hacer que sientas cosas que nunca imaginaste.
Las mordidas de los gusanos se hicieron más intensas, y un grito se me escapó de los labios. Estaba al borde de la locura. La idea de lo que me proponía, ese dulce veneno, era tentadora, pero sabía que sería un juego peligroso.
—No te creo. —Mi voz era más un susurro en medio de la agonía—. Solo eres un monstruo.
—¿Un monstruo? Quizás. Pero soy un monstruo que sabe cómo obtener lo que quiere. —Su sonrisa era arrogante, y sus ojos brillaban con una satisfacción perturbadora—. Solo imagina lo que podría ser si decidieras cooperar.
—Nunca lo haré. —A pesar de la desesperación, esa respuesta salió de mi boca como un juramento—. Puedes hacerme lo que quieras, pero no me romperás.
—Esa determinación es admirable, pero lamentablemente, el tiempo no está de tu lado. —Se alejó un poco, observándome mientras el dolor comenzaba a nublar mi mente—. Te daré una opción, aunque no creo que la elijas.
Los gusanos seguían trabajando, y una parte de mí quería ceder, quería que todo terminara. Pero entonces lo vi. Su mirada, fría y calculadora, como un depredador esperando a que su presa se rindiera.
—Dímelo. —Le reté, intentando mantener la compostura a pesar del sudor que empapaba mi cuerpo y la agonía que se desbordaba en mis extremidades.
—Bien, amor. Te lo diré. Si no me das lo que quiero, tendré que seguir disfrutando de este espectáculo. Y créeme, tengo muchas ideas en mente. Pero si decides hablar, te prometo que puedo hacer que esto sea mucho más... agradable.
La desesperación se aferró a mí como una sombra, y de repente todo pareció demasiado. El dolor se intensificó, y la sensación de mareo se hizo más fuerte. Sentí que el mundo a mi alrededor se volvía borroso, las palabras de Elijah se desvanecían en un eco distante.
—Te dije que está muerta, sanguijuela... —musité, la oscuridad comenzando a envolverme.
—Oh, no, cariño, no te desmayes ahora. No hemos terminado y no te lo permito —Su voz sonó distante, casi un susurro en la penumbra.
Mis manos, con los gusanos todavía mordiendo, se volvieron un vacío, incapaces de sentir. Mi mente se nubló por completo y, antes de que pudiera responder, el mundo se desvaneció en una oscuridad total.
Vete a la mierda, desgraciado.
No había más dolor, ni más Elijah, solo una profunda y abrumadora nada. Y en ese silencio, supe que había caído al abismo que él había creado.
🩸
¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 35. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
Hasta aquí, Erika <3
Danna, te desmayaste, pero... ¿y tu hechizo de retención de aroma? 🤨 ¿¡Dónde quedará!? 🤔
Eh, no me funen al Elijah, ¿ok? *Guiño, guiño* 😏 (mentira, funémoslo juntos)
Bueno, bye, tengo sueño. 😴✨
💕 Nos leemos pronto 💕
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
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