Capítulo 34 💫
🐺
Lunáticos, digan presente:
«Las mentiras que ocultamos nos van a atrapar, cuando la verdad finalmente decida despertar»
***
Un día y medio había pasado desde aquella noche extraña en la que casi perdía el autobús y me topé con aquel hombre extraño. Desde entonces, me había dado cuenta de que Damon estaba evitándome. Era difícil para mí verlo. Cuando me levantaba, ya no estaba, y cuando caía la noche, ya se encontraba encerrado en su habitación.
Era raro... nunca había sentido algo así. Como si algo dentro de mí estuviera vacío y lo único que pudiera llenarlo fuera él. Pero, ¿y si él no sentía lo mismo?
Todo era un sentimiento demasiado nuevo para mi...
Lo único que quería era abrir la puerta de su habitación, aunque él ni siquiera quisiera verme. Solo quería estar ahí, aunque fuera un segundo, solo para ver su sonrisa. Para ver si el dolor en mi pecho, esa angustia insoportable que sentía, se disipaba con solo mirarlo. No había pasado ni una semana desde la última vez que lo vi, pero me sentía como si hubieran pasado años. Como si cada día sin él fuera un peso cada vez más difícil de cargar.
¿Por qué solo yo tengo que sentir esto? ¿Por qué solo yo tengo que sentir que me muero por no verlo? ¿Por qué solo yo? Estaba tan frustrada, mi cabeza no paraba de darle vueltas a él, a su olor, a su sonrisa, a esos malditos ojos... Y aunque para algunos esas cosas pudieran no significar nada, para mí eran todo.
Donovan estaba igual. Creía que ya sabía que me estaba quedando en su casa, y también me ignoraba. No entendía qué pasaba. ¿Por qué me odiaba tanto? Desde el primer momento en que nos conocimos, no había hecho más que lanzarme miradas enojadas y tratarme como si fuera insignificante.
Salí de mi habitación, planteándome seriamente ir a la casa de mi padre para ver cómo estaba o qué andaba haciendo, tal vez incluso ver a Victoria. Pero decidí no hacerlo.
Mientras caminaba por el pasillo, que estaba un poco oscuro, ajustaba la correa de mi bolso cuando, de repente, una puerta al otro lado de la casa se abrió de golpe. De ahí salió un chico alto, con una sonrisa descarada y una mirada que brillaba como si acabara de ganar un premio. Apenas me vio, apuntó un dedo en mi dirección.
—¡Bruja! —dijo, como si me acusara de un crimen atroz.
Me detuve en seco, fulminándolo con la mirada. Era Alek. ¿Qué hacía aquí y, peor aún, saliendo de esa habitación?
—¿Qué te pasa? —pregunté, cruzándome de brazos.
—Nada, solo reconozco a una bruja cuando la veo.
Entrecerré los ojos.
—Escucha, rubio oxigenado, no soy una bruja —respondí, señalándolo y observando cómo se acercaba con esa sonrisa que gritaba problemas.
Él se detuvo frente a mí, sacudiendo su cabello con exageración, y su sonrisa se amplió como si acabara de ganar la lotería.
—Lo siento por ti, pero mi rubio... corrección, mi hermoso rubio bañado por el sol, es natural —dijo, claramente encantado consigo mismo, antes de mirarme con fingido desdén—. No como tú, pelirroja tintada y engañosa.
—¡Ja! —respondí, alzando una ceja y manteniendo mi mirada fija en sus ojos desafiantes—. Tu rubio, para mí, se ve maltratado y quemado. Además, soy pelirroja de nacimiento, rubio.
Él me examinó de pies a cabeza, su ceja arqueada con teatralidad.
—Claro, claro, y yo soy un príncipe vikingo.
—No, más bien parece que te escapaste de un salón de tintado barato.
Su carcajada resonó por el pasillo, fuerte y despreocupada. Apoyó el hombro contra la pared blanca y me observó con una mirada que claramente decía esto es divertido.
—Te ando vigilando, ¿sabes? Nunca se sabe con las brujas.
Lo miré con exasperación, aunque una sonrisa se asomó sin que pudiera evitarlo.
—Sí, sí, como digas —respondí, haciendo un ademán de restarle importancia—. ¿Vives aquí?
—Exactamente —dijo, como si fuera la pregunta más obvia del mundo.
—¿Y por qué nunca te veo?
Se encogió de hombros, su expresión relajada.
—Porque de noche soy Drácula. Solo salgo al caer el sol.
—Claro, claro, y yo soy hija de un unicornio y un dragón.
—Tiene sentido, porque estás igual de rara.
Rodé los ojos, cambiando el peso de un pie al otro mientras lo observaba con escepticismo.
—Que tengas engatusada a la mitad de los habitantes de esta casa y a mi Danna no quiere decir que me vas a engañar a mí también —añadió, cruzando los brazos.
—¿Tu Danna? —repetí, frunciendo el ceño con diversión.
—Por supuesto —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero tranquila, no tienes nada que temer... por ahora. Aunque debo advertirte, soy un lobo con ojos de halcón, y sé que eres una falsa.
—¿Lobo con ojos de halcón? —repetí, soltando una carcajada—. ¿Eso es lo mejor que tienes?
—Dale tiempo, bruja. Apenas estamos empezando.
—No te confundas, rubio.
Él dio un paso más cerca, inclinándose hacia mí, su sonrisa burlona destilando confianza.
—Lo dudo, bruja. Pero gracias por el aviso. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer... como seguir siendo increíble.
—Claro, tú sigue creyéndotelo, Drácula.
Se alejó con una risita, y yo me quedé ahí, entre molesta y divertida.
Definitivamente, ese tipo tenía un tornillo suelto.
Seguí mi camino, agradecida por la presencia de Alek. El día que parecía ser el peor de todos, al menos había comenzado con un toque de diversión. Me preguntaba qué tipo de relación tendría él con los Hill.
Caminé por el largo pasillo, lista para bajar las escaleras, salir y encontrarme en unos minutos con Danna para ir al trabajo. Pero cuando llegué a la puerta del balcón, lo vi. Donovan estaba apoyado en la baranda, observando la luna oculta entre las nubes. Apenas eran las siete y treinta de la noche, pero el cielo estaba nublado, todo por el mes del frío.
Era hoy o nunca. Estaba decidida a terminar con su odio hacia mí. Quería que todos se llevaran bien conmigo, que no me vieran como una molestia. Pronto me iría de aquí, pero antes quería que todo quedara en buenos términos.
Me acerqué con cautela, pero antes de que pudiera llegar a él, pareció percatarse de mi presencia. Se giró, me observó con esa expresión fría que ya conocía y, sin más, se dignó a pasar a mi lado sin dirigir ni una sola palabra.
—Donovan... —comencé, tomando su brazo para detenerlo.
El detuvo su paso un instante, pero no dijo nada. Su silencio me lo dijo todo: no quería que lo tocara. Al principio, no lo entendí, pero al verlo tensarse bajo mi mano, me di cuenta de que había cruzado una línea invisible que no debía haber tocado.
—Déjame ir. —Su voz fue más baja, como si mi presencia fuera una molestia que él no estaba dispuesto a tolerar.
Pero no podía simplemente dejarlo ir así. ¿Cómo iba a solucionar esto si no me atrevía a dar el primer paso?
—No puedes ignorarme siempre, Donovan. —Dije, aunque mi tono salió más desafiante de lo que planeaba. No me importaba. Ya estaba demasiado frustrada como para dar marcha atrás.
Él giró la cabeza hacia mí, pero no movió un músculo. Solo me miró con esos ojos fríos, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir la conversación.
—No tienes derecho a decirme que hacer. —Respondió sin alzar la voz, pero con el mismo tono cortante de siempre.
No lo entendía. Era como si me estuviera recordando que, a pesar de todo, no importaba lo que hiciera, no era nada para él.
Sentí la rabia ardiendo dentro de mí, pero al mismo tiempo, algo más: una necesidad urgente de que al menos por una vez, me viera como alguien que merecía su respeto.
—No te estoy ordenando nada, solo te estoy pidiendo que dejes de tratarme como si fuera invisible. —Respondí, apretando los dientes para no perder los nervios.
El aire entre nosotros se tensó. Estaba a punto de decir algo más, cuando lo vi inclinar la cabeza ligeramente, como si me estuviera haciendo un favor al escucharlo.
—No toques mi brazo. —Me pidió, casi con una calma despectiva. Mi mano se congeló sobre su brazo, aunque la rabia seguía creciendo dentro de mí.
Entonces, respiré hondo y solté su brazo, aunque una parte de mí no quería hacerlo. Era como si la necesidad de hacerle entender mi punto estuviera por encima de cualquier otra cosa.
¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué nunca podía haber un momento en el que todo fuera fácil entre nosotros?
Me quedé un momento en silencio, observando cómo no se movía ni un centímetro. Era tan frustrante. Lo único que quería era tener una conversación, aunque fuera por un segundo, sin la tensión constante que había entre nosotros.
—Hablemos, aunque sea por un momento. —Pedí, tratando de que mi voz sonara más tranquila de lo que realmente me sentía.
Él me miró de reojo, y su rostro seguía tan impasible como siempre.
—¿Para qué? ¿Qué ganaría yo con eso? —su tono de voz era frío, casi burlón, como si realmente no le interesara en absoluto.
Lo pensé un segundo, buscando las palabras adecuadas. Algo me decía que no iba a ser fácil, pero al menos quería intentarlo. Al menos, quería saber por qué me trataba así.
—Tal vez... tal vez me ayudes a entender qué he hecho para que me odies tanto. —Mi voz tembló un poco al decirlo, pero me mantuve firme. No me importaba si lo pensaba ridículo, tenía derecho a saber.
Hubo una larga pausa en la que Donovan simplemente me observó. Sus ojos se movieron lentamente hacia mí, y por un momento creí que iba a ignorarme como siempre, pero para mi sorpresa, dio un paso hacia la barandilla en el balcón.
Un suspiro casi inaudible escapó de mis labios. ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Por qué se alejaba tanto de mí?
Finalmente, se apoyó en la barandilla, mirando al frente, sin mirarme directamente. La tensión entre nosotros era palpable, como una corriente invisible que se interponía en cada palabra no dicha.
—Dime algo. —Me atreví, girándome hacia él sintiendo la tensión subir, casi palpable. —¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho?
Él giró ligeramente la cabeza, y por un segundo, pensé que finalmente se abriría. Pero solo dijo:
—No te odio. Me caes mal.
Mis ojos se abrieron un poco sorprendida, pero me mantuve firme. ¿Eso era todo? ¿Eso era todo lo que tenía que decirme?
Mi cabeza estaba a punto de estallar de tantas preguntas sin respuesta que tenía.
—Vale, entonces debes tener una razón por la que te "caigo mal". ¿Cuál es? —pregunté, mirándolo fijamente, exigiendo una respuesta que parecía no llegar.
Donovan suspiró, como si mi pregunta fuera un fastidio del que no podía escapar. ¿Por qué siempre era así? ¿Por qué me esquivaba como si mis palabras fueran insignificantes?
—No siempre se necesita una razón para que alguien te caiga mal. —Su tono era tan tranquilo que me dejó descolocada, como si mi insistencia no tuviera ningún peso para él.
—Claro que sí. Siempre hay una razón. Es ridículo detestar a alguien sin motivo. —Las palabras salieron de mí antes de que pudiera detenerlas, llenas de frustración. ¿Cómo podía ser tan indiferente?
Donovan no respondió de inmediato. En lugar de eso, desvió la mirada hacia la luna, escondida detrás de las nubes, como si ella tuviera todas las respuestas. Su silencio me calaba hondo. Yo me quedé allí, quieta, con el pecho apretado, esperando. Esperando que rompiera el muro, que me dijera por qué... por qué parecía odiarme tanto.
Un sonido estridente rompió mi concentración. Un par de bocinas resonaron en la distancia, sacándome de mis pensamientos y, por un momento, aparté la mirada de Donovan. Bajé la vista hacia el exterior y vi un auto blanco estacionado frente a la casa. Era Danna, sonriendo ampliamente mientras extendía las llaves hacia nosotros.
—¡Nyssa, baja! ¡Ya vámonos! —gritó desde la ventanilla del coche, su voz clara y fuerte.
Apreté los labios, frustrada, y volví a mirar a Donovan. Seguía inmóvil, con esa expresión impenetrable que tanto me irritaba.
—Ya hablaremos, y entonces me dirás. —Mi tono sonó más cortante de lo que esperaba, pero no me importó. —Quiero que recuerdes algo: no soy una licantropa, o lo que sea que seas. La luna no va a darme tus respuestas. Deja de esconderte como un estúpido. Si algo te molesta, solo dilo.
Sin darle tiempo a replicar, me giré y comencé a bajar las escaleras, con el enojo aún burbujeando en mi pecho. Sin embargo, cuando llegué al último escalón, mis pies se detuvieron por sí solos. Giré la cabeza hacia el pasillo donde estaba la habitación de Damon.
¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Estaría allí?
Un suspiro escapó de mis labios, y sacudí la cabeza como si con eso pudiera disipar las dudas que me acosaban. No era momento para pensar en él. Salí al aire frío de la noche y me dirigí al auto, lista para irme, pero con el peso de demasiadas preguntas sin respuesta.
Al llegar al auto, Danna me recibió con una sonrisa burlona, entrelazando sus dedos alrededor del volante.
—¿Con que hablando con mi hermano, eh? —dijo, ladeando la cabeza con esa chispa juguetona que siempre tenía. —Es un buen avance.
La miré sin poder evitar rodar los ojos.
—No hay ningún avance —murmuré, subiendo al auto y cerrando la puerta con un golpe suave.
Antes de arrancar, Danna asomó la cabeza por la ventanilla y gritó hacia el balcón donde Donovan aún estaba, quieto, observándonos.
—¡Nos vemos después, tonto! —vociferó con una risa que llenó el aire helado.
Donovan ni siquiera se inmutó, pero yo sentí una punzada extraña en el pecho. Algo entre irritación y curiosidad.
Danna arrancó el auto, y nos alejamos mientras yo, por última vez, giraba la cabeza hacia el balcón donde estaba aquel gruñón sin moverse.
──── ୨୧ ────
El club Moonstone ya estaba en plena ebullición cuando llegamos. Las luces de neón titilaban en sincronía con la música, que hacía vibrar las paredes y los suelos. Apenas habíamos cruzado la entrada, Danna me dirigió una sonrisa rápida.
—Toma, aquí tienes la llave de la habitación de los trabajadores. Cámbiate rápido. Yo iré a revisar unos papeles en la oficina —dijo mientras me tendía una pequeña llave plateada.
Asentí y me dirigí hacia la habitación, pasando por el bullicio de clientes que entraban y salían como si fueran parte de una coreografía caótica.
Una vez dentro, el cambio fue radical. El ruido se amortiguó, y el aire olía a limpiador industrial. Abrí la taquilla asignada a mi nombre y saqué el uniforme. Mientras me cambiaba, no pude evitar pensar en Danna.
A su corta edad, ya manejaba un club entero. Sabía cómo lidiar con empleados, clientes y los números del negocio, todo con una seguridad que siempre me dejaba impresionada. Estaba orgullosa de ella, de cómo había sabido salir adelante sin depender de nadie. Era fuerte, decidida y capaz de construir su propio camino.
Cuando estuve lista, salí al pasillo y volví al caos del club. Margareth me vio enseguida y vino hacia mí con su andar apresurado.
—¡Nyssa, qué bueno que ya estás aquí! —exclamó mientras me extendía una bandeja. —Toma esto y empieza a trabajar. ¡Vamos!
Asentí rápidamente y agarré la bandeja. La música era ensordecedora, y el eco de las risas y las conversaciones flotaba sobre las notas de un remix que se sentía interminable. El aroma a bebidas alcohólicas, perfumes caros y humo de cigarro llenaba el aire, mientras las luces parpadeaban en una sincronía que daba vida a cada rincón del club.
Me dirigí hacia las escaleras que llevaban a la zona VIP, la parte más exclusiva y caótica del lugar. Los escalones vibraban bajo mis pies al ritmo de la música, y la mezcla de voces se volvía más nítida conforme subía. Podía escuchar risas estridentes, murmullos y la ocasional exclamación de alguien que parecía haber ganado o perdido algo importante.
Cuando llegué arriba, el ambiente era un torbellino de energía: las mesas estaban rodeadas de hombres y mujeres vestidos con ropa de diseñador, hablando como si el resto del mundo no existiera. Las luces aquí eran más tenues, pero los destellos plateados y dorados de las lámparas daban al lugar un aura lujosa.
Tomé aire y ajusté la bandeja contra mi cadera. Era momento de ponerme a trabajar.
En una de las esquinas de la zona, vi a Nathaniel de pie, observando con atención a los clientes como siempre hacía. Era meticuloso en su trabajo, atento a cada detalle, como si en cualquier momento algo fuera a salir mal. Cuando nuestros ojos se cruzaron, levantó una mano para saludarme con una sonrisa que, aunque ligera, era sincera.
Me acerqué, pero no pude evitar fruncir el ceño al notar que Bianca no estaba con él. Siempre trabajaban juntos cuando coincidían en turno. Era raro no verla a su lado.
Pensar en Bianca me hizo recordar la extraña sensación que había tenido la otra noche, lo de Reign y ese encuentro que aún me perseguía como una espina clavada. Todo me parecía cada vez más raro, como si estuviera perdiéndome piezas importantes de un rompecabezas.
Sacudí esos pensamientos de mi mente mientras llegaba a Nathaniel.
—Hola, Haniel. ¿Cómo estás? —le pregunté, intentando sonar casual.
—Bien, Nyssa. Ya sabes, lidiando con la locura de siempre. —Sonrió y luego señaló hacia la bandeja que llevaba. —¿Empezaste turno ya?
—Sí, Margareth no perdió tiempo en ponérmelo en claro. —Bromeé, aunque mi tono cambió enseguida al preguntar lo que rondaba mi mente. —Por cierto, ¿dónde está Bianca?
Nathaniel suspiró y miró hacia la multitud, como si la respuesta fuera algo que preferiría no darme.
—No vino a trabajar ayer.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Hoy tampoco lo hará —añadió, y la tristeza en su voz fue inconfundible. Bajé un poco la bandeja y lo miré más seria.
—¿Qué pasó?
—Estuve llamándola, pero no respondió. Así que fui a la casa de su tía, donde se estaba quedando, y ella me dijo que Bianca regresó a Inglaterra.
Lo miré sorprendida.
—¿Inglaterra? No sabía que era de allá. Siempre noté su acento, pero no lo mencionó nunca.
Nathaniel asintió con un leve encogimiento de hombros.
—Sí, nació y creció en Inglaterra. Pero según me contó, su tía estaba comenzando a sufrir demencia, y Bianca vino a cuidarla. Ya llevaba aquí en Greyson casi tres meses.
Mis cejas se arquearon.
—¿Entonces por qué se fue tan de repente?
Nathaniel soltó un suspiro más largo, como si la explicación no le gustara.
—La tía dijo que Bianca se cansó de todo. Que empacó sus cosas y regresó a Inglaterra sin decir nada más.
No podía creerlo. ¿Bianca? ¿Cansarse y dejar todo sin siquiera avisar? Algo no encajaba. Observé a Nathaniel, que intentaba mantener la compostura, pero la tristeza en su mirada era inconfundible.
—Vaya... lo siento mucho, Nathaniel. Eso debe ser difícil para ti.
Él negó con la cabeza, con una sonrisa tensa.
—No te preocupes, Nyssa. Es lo que es, ¿no? Solo es extraño que no me haya dicho nada antes de irse.
Asentí, aunque mi mente seguía enredada en la situación. Todo esto parecía demasiado repentino, demasiado... raro.
El turno siguió sin tregua. Mesa tras mesa, atendiendo clientes que venían con ánimos de fiesta o simplemente a disfrutar de la música. La noche parecía eterna, pero podía agradecer algo: había servido doce mesas más que la última vez.
Miré el reloj en la barra. La una de la madrugada. Los trabajadores ya empezaban a despedirse, recogiendo sus cosas y saliendo en pequeños grupos. Mañana tenía universidad, y lo único que quería en este momento era tirarme en la cama y desaparecer bajo las sábanas.
Hoy cerrábamos temprano, aunque según tengo entendido los fines de semana era diferente. El club no paraba; las puertas seguían abiertas las veinticuatro horas, llenándose de vida a todas horas. Pero por ahora, agradecía que entre semana no fuera así.
Nathaniel pasó junto a mí mientras dejaba su bandeja junto a las demás en una mesa.
—Nos vemos en tu siguiente turno, Nyssa. Descansa.
Le devolví una sonrisa, agotada.
—Nos vemos, Haniel.
Mientras los demás terminaban de recoger, tomé un paño y limpié la última mesa que quedaba en mi zona. Al terminar, me dejé caer en una silla, casi sin aliento, esperando que Danna bajara de la oficina.
Saqué el teléfono y revisé las notificaciones. Ahí estaban Isaac y Brielle, mis incondicionales. Ellos eran como hijos, siempre preocupándose por mí, aunque últimamente los tenía abandonados.
"Van a desheredarme de su amistad si sigo así", pensé, dejando escapar un resoplido mientras abría sus mensajes. Por suerte, solo Isaac sabía de mi situación. Era mejor así. No quería imaginarme cómo Brielle se pondría si supieran todo lo que estaba pasando.
Me apresuré a responderles. Bromas ligeras, como siempre, y algunas preguntas para distraerlos. Me aseguré de que no notaran lo cansada que estaba ni lo mucho que los extrañaba.
Dejé el teléfono sobre la mesa y cerré los ojos un momento, pero no podía relajarme del todo. El club ya estaba prácticamente vacío, y el silencio solo aumentaba mi agotamiento. Sabía que Danna bajaría pronto. Solo tenía que esperar un poco más. Ya casi acababa la noche.
De pronto, recordé que aún tenía puesto el uniforme. La rutina me había consumido tanto que ni siquiera pensé en cambiarme antes de sentarme a descansar. Solté un suspiro cansado y me levanté, arrastrando los pies hacia la habitación donde los trabajadores nos cambiábamos.
Una vez allí, me quité el uniforme y me puse mi ropa cómoda: unos jeans anchos de tiro alto y un suéter blanco que sentía como un abrazo cálido. Tomé mi bolso, asegurándome de no olvidar nada, y al abrirlo vi el dulce que Bianca me había dado hace unos días.
Sonreí al verlo. Era extraño que se hubiera ido así, sin despedirse de nadie. Ese detalle seguía rondando mi cabeza. Tal vez, cuando me dio el dulce, no estaba siendo bromista como siempre pensé, sino que realmente estaba diciendo adiós a su manera.
Saqué la paleta de colores y rompí el envoltorio. Poco importaba que fueran más de la una de la madrugada; necesitaba algo de azúcar para no sentirme tan agotada. Me la llevé a la boca, y el sabor dulce y afrutado me arrancó una pequeña sonrisa.
Con el dulce en la boca, saqué mis audífonos del bolso, los conecté al teléfono, y abrí mi playlist favorita. La música siempre tenía una forma de hacer que las cosas parecieran menos pesadas, más llevaderas.
Regresé al salón principal y me senté en una de las barras vacías, tamborileando los dedos contra la madera al ritmo de la música que sonaba en mis oídos. Mientras esperaba a que Danna bajara, me dejé llevar por las melodías, tratando de ignorar el cansancio que pesaba sobre mis hombros.
El club estaba completamente vacío ahora. El silencio era casi acogedor, una pausa en medio del bullicio que había sido la noche. Todo lo que quería era que Danna apareciera pronto para poder irnos a casa y descansar.
El tiempo parecía haberse desvanecido mientras me perdía en mi playlist. Pero al revisar el teléfono, noté que ya eran la 1:55 de la madrugada. ¿Qué tanto estaba haciendo Danna? ¿Por qué no bajaba?
Con un suspiro, me quité los audífonos, los guardé junto al teléfono en mi bolso, y me levanté. La inquietud empezaba a instalarse en mi pecho. Decidí ir a buscarla, así que subí las escaleras, mis pasos resonando suavemente en el silencio del club.
Al llegar a su oficina, justo antes de abrir la puerta, un sonido interrumpió mis pensamientos: unos pitidos agudos, repetitivos, que venían del piso de abajo. Era como una alarma, pero extrañamente irregular, como si algo estuviera mal.
El miedo se instaló en mi pecho. Bajé apresuradamente las escaleras, intentando encontrar el origen del ruido. A medida que me acercaba, los pitidos se volvían más rápidos, más ensordecedores.
—¡Danna! —grité, mi voz reverberando en el espacio vacío.
No hubo respuesta. La alarma seguía, cada vez más insistente, más opresiva. Un nudo se formó en mi garganta. Decidí salir al exterior, tal vez buscar ayuda, así que corrí hacia la puerta principal.
Cuando agarré la manija, algo dentro de mí se rompió. No giraba. Intenté de nuevo, con más fuerza esta vez, pero era inútil. La puerta estaba cerrada, completamente sellada.
—¿Qué está pasando? —susurré, mi voz teñida de desesperación.
Volví a intentar abrirla, tirando, empujando, golpeándola. Nada. Sentí cómo el pánico empezaba a apoderarse de mí.
—¡Si es un juego, por favor, paren! ¡Esto está mal!
El eco de mis palabras fue lo único que respondió. El sonido de la alarma seguía perforándome los oídos, cada vez más frenético. Mi pecho comenzó a comprimirse, el aire parecía escaparse de mis pulmones.
Oscuros recuerdos comenzaron a invadir mi mente como una tormenta. Mi tío, su voz siseando en mi oído como un veneno:
«No le digas nada de esto a nadie, Nyssa»
Sentí el suelo desaparecer bajo mis pies. La realidad se desdibujó, y de repente no estaba en el club. Estaba allí, encerrada en ese sótano. Las paredes se cerraban a mi alrededor, y el aire se volvía irrespirable.
—¡No! —murmuré, con la voz rota, mientras lágrimas caían por mi rostro.
Caí al suelo, acurrucándome como si pudiera desaparecer. Me tapé los oídos con fuerza, intentando silenciar la alarma, intentando silenciar su voz.
—Por favor, que pare... —susurré, mi cuerpo temblando.
Pero no paraba. El sonido de la alarma, los ecos de mi tío, el peso de mis propios recuerdos... todo se mezclaba en un caos insoportable.
De repente, como si el mundo hubiese contenido el aliento, todo cesó.
El silencio fue tan abrumador como el ruido. Abrí los ojos lentamente, mi respiración irregular, tratando de entender qué estaba pasando.
Entonces llegó. Primero fue el olor: un rastro de quemado que llenó mis fosas nasales como una advertencia. Me senté, intentando levantarme del suelo, cuando todo a mi alrededor estalló.
Un estruendo ensordecedor. Un calor abrasador. Un golpe que me lanzó hacia atrás.
La explosión fue tan fuerte que por un instante, todo se volvió blanco. No podía oír, no podía pensar.
Un dolor punzante atravesó mi costado, como si una cuchilla caliente se clavara justo entre mis costillas. Mis pulmones ardían, y cada intento de respirar se sentía como si el aire fuera un peso imposible de levantar. Una quemazón abrasadora recorrió mi pierna izquierda; al intentar moverla, un latigazo me atravesó desde el muslo hasta el tobillo, dejándola inerte.
Mi cabeza palpitaba con un dolor sordo, como si alguien golpeara mi cráneo desde adentro, y un líquido tibio resbalaba por mi sien, bajando hasta mi mejilla. Mis brazos temblaban al intentar sostenerme, pero estaban débiles, apenas respondiendo a mi voluntad.
La espalda me ardía como si hubiera sido raspada contra un suelo lleno de fragmentos de vidrio; cada pequeño movimiento intensificaba la agonía. Sentí mis manos pegajosas, tal vez de sangre o sudor, no lo sabía. Algo en mi pecho se retorcía, como si el dolor se enroscara a mi alrededor, impidiendo que inhalara con normalidad.
El zumbido en mis oídos se intensificaba, mezclándose con los ecos lejanos de la explosión, mientras mi visión comenzaba a oscurecerse en los bordes, como si el mundo estuviera cerrándose sobre mí. Un último espasmo de dolor recorrió mi cuerpo antes de que todo se volviera negro, y la gravedad me arrastró hacia el vacío.
¿Dónde estaba Danna?
────୨ৎ────
— DAMON HILL —
Estaba frustrado y muy enojado.
El tipo de enojo que quema por dentro, que no deja respirar bien, que te hace querer destruir todo a tu alrededor solo para apagarlo. Había intentado ignorarlo, distraerme con cosas insignificantes, pero no servía.
Ni siquiera el dolor de la aguja perforando mi piel lograba apagar ese fuego. Nada lo hacía. La tinta negra impregnaba mi piel mientras la aguja, controlada por mi propia mano, perforaba con precisión. Era una sensación extraña, el dolor físico intentando silenciar algo mucho más profundo.
El diseño tomaba forma poco a poco. Llevaba horas en esto y me había esforzado en dibujarlo antes, cada línea, cada detalle, buscando que reflejara el caos que llevaba dentro. El zumbido de la máquina artesanal, modificada por mí, resonaba en la habitación oscura. Mis ojos, adaptados a la penumbra, podían ver cada movimiento con claridad.
Pero incluso así, el dolor no era suficiente. Porque era un lobo, y ser un lobo significaba no poder escapar de lo que sentía. No podía apagar mi sentido del olfato ni mi capacidad para captar presencias. No importaba cuánto lo intentara, siempre estaba ahí. Podía oler el aire y captar los rastros de todo a millas de distancia.
Y ahí estaba yo, sabiendo perfectamente que la causa de mi tormento a veces estaba tan cerca, separada de mí solo por una maldita escalera en el pasillo.
Mi mandíbula estaba tan tensa que dolía, pero no me detuve. Pasé la aguja con cuidado por otra sección del diseño, dejando que la tinta negra se hundiera en mi piel. Apreté los dientes cuando la aguja rozó un nervio, pero no me importó. El dolor era lo único que me hacía sentir algo distinto al enojo y la frustración.
Terminé de trazar la última línea del tatuaje, limpiando con cuidado la sangre mezclada con tinta que cubría mi piel. El dragón que se enroscaba en mi brazo estaba completo, cada escama grabada con precisión, cada sombra resaltando la fuerza y el caos que representaba. Su cuerpo se torcía en una danza agresiva mientras su mirada se clavaba en una flor de loto delicada, suspendida justo sobre mi muñeca.
La flor era perfecta, sus pétalos abiertos en un gesto casi desafiante, como si no temiera al dragón que quería destruirla. Pero debía temer, porque el dragón era yo, y esa flor... ella.
Me quedé mirando el diseño terminado, sintiendo el calor de la molestia punzante aún en mi brazo. El dragón era una representación de mis sentimientos, de esa rabia voraz que me consumía. La flor era la fuente de mis pensamientos más oscuros, de las noches interminables en las que su rostro, su voz, su mera existencia me atormentaban.
Si lograba destruirla, entonces todo estaría bien. Eso me decía a mí mismo mientras el dolor físico intentaba competir con el tumulto en mi cabeza. Si ella ya no existiera, si pudiera arrancarla de mi mente y de mi vida, tal vez encontraría paz.
Moví el brazo y observé cómo el diseño parecía vivo en mi piel, pero mi mirada se desvió hacia el hombro, donde ayer había trazado unos rayos que caían como si rompieran un cielo invisible. Los rayos representaban la ira que me consumía, un recordatorio de las tormentas internas que no podía controlar. Cada rayo era una descarga de frustración, de los momentos en que sentía que todo a mi alrededor debía ser destruido para poder encontrar algo de calma.
El dragón y los rayos eran yo. Toda mi furia, mi dolor, mi desesperación, grabados en la piel para que no pudiera olvidarlos, incluso si quisiera.
Me limpié un poco el brazo, observando el tatuaje completo. Un dragón que perseguía una flor, desesperado por atraparla y reducirla a cenizas. Rayos que caían como advertencias, dejando claro que mi tormenta no tenía fin.
Dejé la máquina sobre la mesa y me apoyé contra el escritorio, intentando calmar mi respiración. Pero no había alivio, no había tregua. El dolor físico no era suficiente. Nada lo era.
El sonido de pasos en el pasillo me arrancó de mis pensamientos. Antes de que pudiera moverme, la puerta se abrió de golpe, revelando la figura de Donovan.
—Damon... —escuché la voz de Donovan, pero se interrumpió al verme.
Maldije para mis adentros y levanté la cabeza.
—Cierra la puerta —gruñí, sin molestarse en ocultar mi irritación—. ¿No sabes tocar?
Donovan no se movió, ni siquiera parpadeó mientras su mirada recorría mi brazo, el diseño terminado y la sangre mezclándose con la tinta. Dio un paso hacia adentro, cerrando la puerta tras de sí, pero no porque me obedeciera, sino porque quería hablar.
—¿Te estás tatuando tú mismo? —preguntó, como si no fuera evidente—. ¿Te has vuelto loco?
Completamente desquiciado...
Me volví a limpiar el brazo con un paño empapado de alcohol y lo miré con desdén.
—¿No es obvio? —respondí, mi tono cargado de sarcasmo—. ¿O estás ciego?
—A nuestro padre no le gustará esto —continuó, ignorando mi tono—. Te lo advertí la última vez, cuando te hiciste esas runas. Pero ahora... —Se interrumpió, señalando con un movimiento de la cabeza hacia mi brazo—. Ahora te has tatuado casi todo el maldito brazo.
Me reí, pero no había humor en mi voz.
—La última vez no hubo problemas. No lo notaron, ¿recuerdas? —respondí mientras revisaba el diseño en el espejo—. Esto no tiene nada de malo. Es solo un tatuaje.
—"Solo un tatuaje" —repitió, incrédulo—. Dam, esto es imposible de ocultar. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Piensas utilizar camisas de manga larga toda tu vida?
Sería una opción.
Lo miré directamente, dejando que el brillo ambarinos de mis ojos resaltará en la penumbra.
—¿Quieres saber en qué estaba pensando? —le dije, mi voz baja pero cargada de amenaza—. No estaba pensando nada, Novan. Eso es lo que hago cuando trato de ignorar lo que siento.
Él dio un paso más cerca, sus ojos azules sin brillo intentando leer algo en los míos.
—Esto no es normal, Dam. Sabes que hay otras maneras de lidiar con lo que sea que te esté jodiendo.
Me incliné hacia él, acortando la distancia entre nosotros.
—¿Lidiar? —solté, casi escupiendo la palabra—. Esto es lidiar, Donovan. Esto es contenerme. Si no quieres que lo haga de esta manera, entonces será a tu manera. ¿Eso quieres? ¿Quieres que baje esas escaleras y termine con todo de una vez?
Él retrocedió ligeramente, sin responder. Por supuesto que no tenía nada que decir. Nadie lo tenía.
—Cierra la puerta al salir —le pedí, tomando los materiales para guardarlos.
Donovan dudó un segundo más antes de obedecer, dejándome solo en la oscuridad. Respiré hondo, dejando que el sonido del cierre de la puerta se desvaneciera, y volví al trabajo. Era un desastre, lo sabía. Pero al menos, mientras la aguja perforara mi piel, podía sentir algo más que el vacío.
Terminé de guardar todo y la molestia del tatuaje en el brazo izquierdo aún latía, pero ya estaba acostumbrado. Lo único que realmente me incomodaba ahora era saber que Donovan podría hacer exactamente lo que más temía: abrir la boca.
Dejé todo ordenado y me puse de pie. Si Donovan decía algo a nuestros padres, sería un problema, y no uno pequeño. Conociendo a mi padre, no dudaría en sacarme de la casa y dejarme sin derecho a nada. El hombre tenía una forma particular de manejar la desobediencia: brutal y definitiva.
Suspiré, pasándome una mano por el cabello oscuro mientras cruzaba la habitación. Siempre terminaba molestando a Donovan, aunque no lo hiciera a propósito. Él y yo no éramos tan diferentes, pero nuestras cicatrices, las reales y las emocionales, provenían de lugares distintos. Desde niño, esa mujer... su rostro me había atormentado, y Donovan también había pagado el precio de mis tormentos.
Abrí la puerta de mi cuarto y salí al pasillo. La casa estaba en silencio, salvo por el crujir de la madera bajo mis pies. Sabía que Donovan estaría molesto, siempre lo estaba después de nuestras discusiones, pero necesitaba encontrarlo antes de que hiciera algo impulsivo.
Avancé por el corredor con pasos rápidos, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mi pecho. "No puedo perderlo todo por un maldito tatuaje", pensé, maldiciendo mi propio temperamento.
—Damon, hijo.
La voz de mi padre me hizo detenerme en seco. Mi cuerpo se tensó instintivamente al oírla. Levanté la cabeza y lo vi al final del pasillo, mirándome con una sonrisa en el rostro.
—Padre... —intenté sonar tranquilo, pero mi voz sonó más áspera de lo que quería.
Eran pasada más de la una de la mañana, y él estaba despierto, ¿por qué el destino tenía que hacerme esto?
Él dio un par de pasos hacia mí, todavía sonriendo, y colocó una mano pesada sobre mi hombro desnudo. Su mirada se cruzó con la mía, y por un momento pensé que todo estaba bien. Pero entonces, su vista bajó a mi brazo.
La sonrisa desapareció de su rostro tan rápido como había llegado.
—¿Qué demonios has hecho? —su voz, baja y controlada, era peor que un grito—. ¿Te has vuelto loco?
Mi padre era tan alto como yo, aunque yo le sacaba una cabeza. Su cabello negro, siempre perfectamente peinado hacia atrás, y sus penetrantes ojos azules me observaban con enojo. La verdad era que nuestros genes se habían inclinado más hacia él. De nuestra madre, apenas teníamos algún rastro; ni en el color de nuestra piel ni en nuestras facciones. Era como si el linaje paterno se hubiera impuesto por completo, dejando poco espacio para el suyo.
Intenté moverme, cubrir el tatuaje con la otra mano, pero ya era tarde. Su ceño fruncido se profundizó mientras examinaba el diseño recién hecho, los detalles oscuros del dragón y el loto aún enrojecidos por la piel irritada.
—Es... solo un tatuaje —respondí, intentando sonar despreocupado, aunque sabía que no me creería.
—¿Solo un tatuaje? —repitió, cada palabra cargada de incredulidad—. ¿Crees que esto es un juego, Damon? ¿Crees que puedes hacer lo que quieras sin consecuencias?
—No es nada, padre —insistí, aunque mi tono no era tan firme como quería.
Él soltó un bufido, alejándose medio paso y dejando caer su mano de mi hombro.
—No es nada —murmuró, su mirada aún fija en mi brazo—. ¿Sabes lo que pensarán los demás? ¿Sabes lo que esto dice de ti? Estás a meses de graduarte de la carrera de leyes. ¿Desde cuándo se ha visto algo así? Un abogado con tatuajes... eso no es nada elegante.
El silencio se sintió como un juicio mientras mi padre se cruzaba de brazos y observaba el tatuaje. Su mirada bajó al dragón enroscado en mi brazo, persiguiendo la delicada flor de loto.
—¿Sabes lo que piensan las personas de los tatuajes, Damon? —su voz era firme, pero cargada de ese tono condescendiente que siempre usaba cuando quería sermonearme—. Los consideran impuros. Y yo, como un respetado alcalde, debo mantener la mejor de las apariencias. ¿Qué crees que dirán los demás cuando sepan que mi hijo mayor anda por ahí con el brazo tatuado? Dirán que te has descarriado, que eres un delincuente.
Solté un bufido, rodando los ojos.
—Eso no tiene ningún sentido, papá. Los tatuajes no tienen nada de malo.
—¿Ah, no? —me interrumpió, arqueando una ceja con una mezcla de incredulidad y desdén—. Pues, para mí, sí lo tienen. Considera esto una advertencia: estás desheredado.
Fruncí el ceño, pero en lugar de responder con enojo, simplemente solté una risa amarga.
—Eso es lo último que me interesa, papá. Tengo mi propio dinero.
Su expresión se endureció.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo?
Me crucé de brazos, listo para lanzarle la lista de mis logros, como si estuviera en una sala de juicios.
—Inversiones, padre. He sabido cómo manejar mi dinero. Además, tengo ahorros guardados y una colección de monedas más viejas de lo que probablemente haya visto en su vida. Ya deje de ser un viejo cascarrabias, preocúpese de cosas más importantes.
Su rostro se endureció aún más, adoptando ese gesto de falsa indignación que usaba cada vez que no sabía cómo responderme.
—No me interesa lo que tengas guardado de tus vidas pasadas —dijo con desdén—. Ese dinero no te servirá de nada, a menos que lo empeñes en alguna tienda de empeño. Y, aun así, dudo que te den mucho.
Sonreí, pero no porque lo encontrara gracioso, sino porque me divertía lo predecible que era.
—No sea aburrido, padre. Yo, que soy más viejo que usted, no veo nada de malo en los tatuajes. Si le molesta tanto, en alguna fiesta que tenga, me pongo una camisa larga. Todo arreglado, ¿no?
—No todo se arregla tan fácil —me espetó, cortando mi burla.
Antes de que pudiera responder, mi teléfono vibró en el bolsillo. Fruncí el ceño al ver el número desconocido que aparecía en la pantalla, pero decidí contestar de todas formas.
—¿Bueno?
Un silencio extraño se filtró por el auricular antes de que una voz masculina, fría y directa, rompiera la tensión.
—Si no estoy equivocado, estoy hablando con Damon Hill.
—Soy yo —respondí, sintiendo una punzada de alerta en el pecho.
—El club Moonstone ha sido destruido. Una bomba explotó. Nyssa está grave en el hospital, en emergencias.
El mundo pareció detenerse. Las palabras resonaron en mi mente como un eco interminable, golpeándome con fuerza. Sentí que algo dentro de mí se desmoronaba al procesar lo que acababa de escuchar.
—Ya voy para allá —respondí con voz entrecortada, cortando la llamada de inmediato.
Sin pensarlo, giré sobre mis talones, dejando atrás a mi padre y su sermón sin importancia. Nyssa estaba en el hospital. Grave. Y yo tenía que llegar antes de que fuera demasiado tarde.
🐺
¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 34. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
Hasta aquí, Erika <3
UNO:
Amamos al Drácula rubio oxigenado.
¿Teoría de por qué Donovan no soporta a Nyssa? 🤔
DOS:
Nathaniel, cariño, ¿tienes problemas? 🤨
¿De verdad te tragaste el cuento de que Bianca se fue a Inglaterra? 🤥 Biki te dijo que la tía está loca 🤪, y tú ahí creyendo todo. Pero bueno, notición: Bianca ya no volverá a aparecer. 🚫👋 No la extrañen, seguimos adelante. 🎭
TRES:
Nyssa, mi vida, ¿estás bien? Espero que la explosión no te haya lastimado. Estamos contigo, reina. 👑✨
CUATRO:
¡Teorías, teorías, teorías! 🧐
¿Qué creen que pasó en realidad? 🔍
CINCO:
Nyssa muriéndose y Damon tatuándose. 🤦♀️ No, pero esto es un caso. 😂
SEIS:
Damon tatuándose. 🖤🖋️
¿Qué tiene de malo? 🤷♀️ A algunos nos gustan los tatuajes, y se dibujó un dragón 🐉 persiguiendo una flor de loto 🌸 porque le recuerda a Nyssa... ¡Eso es arte puro! 🎨 Drama + sentimientos oscuros = tinta épica. 💀🖤
(Que no se note que me demoré un buen rato poniendo todos esos emojis *inserta risa angustiada*)
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro