Capítulo 33 💫
🐺
Tuvimos que actuar como si todo estuviera bien toda la tarde, como si no hubiera pasado nada raro. Pero en serio, ¿quién podría creer que todo estaba bien después de lo que acabábamos de vivir? Y, por suerte, solo unos minutos después de salir de ese maldito bosque, Danna apareció con una sonrisa en su rostro y sus gomas de mascar.
Fuimos a buscar el paquete y pasamos la tarde visitando tiendas sin comprar nada y hablando de cosas triviales, pero la tensión estaba ahí, pesando sobre mis hombros, y también sabía, sobre los de la pelinegra.
Karinna había querido reunirse conmigo, esperando que le explicara todo lo que estaba pasando, pero... ¿qué podía decirle? ¿Qué no soy completamente normal y que no puedo controlar mis habilidades? O peor aún, ¿cómo le explico que bestias de otro mundo están siguiendo cada uno de mis pasos, esperando el momento perfecto para freírme viva? ¿Y cómo le cuento que todo comenzó porque abrí un maldito conjuro que ni siquiera recuerdo cuál fue mi grandiosa razón para hacerlo, y que ahora mi verdadera esencia estaba emergiendo, dejando un rastro, un olor que poco a poco me delatará?
Sé que, si sigo así, tarde o temprano, me van a aniquilar sin pensarlo dos veces, pero el problema es que no sé cómo resolverlo. Mi madre nunca me habló de un Plan B.
¿Qué podía explicarle a Karinna? ¿Qué podía decirle?
Era como si el universo entero estuviera conspirando para arruinarme. Solo me quedaba contar corderitos mientras esperaba mi fin.
—Ey, chica, mesa dos —susurró Bianca, sacándome de mi estupor—. Ve por ella.
Observé su rostro, ella me sonrió y señaló discretamente hacia la mesa. Solté un suspiro y me alisé la falda del uniforme para dirigirme hacia allí.
—Todavía no se me olvida cómo te fuiste aquella noche, pero no pasa nada, hoy aprenderás. ¿Recuerdas lo que te dije? —preguntó, para luego continuar—. Cabeza recta, mirada al frente, hombros...
—Hombros atrás, y no dejes que noten que te estás cagando de los nervios, porque la mayoría de personas ricas huelen el miedo —recité sus palabras exactamente como me las había repetido cada cinco minutos.
—Me alegra que te lo hayas aprendido —chasqueó los dedos y me empujó suavemente mientras masticaba algún dulce—. ¡Chica lista!
—Ya deja de darle lata al asunto, deja a Nyssa en paz, Biki. La has estado bombardeando de palabras desde que llegó, y hazte un favor: bota esa basura que tienes en la boca —dijo Nathaniel, agarrándole las mejillas, intentando que escupiera el dulce.
—No es una basura, es un dulce. Para el estrés. ¿Quieres uno? —le preguntó ella, mientras masticaba con insistencia. Nathaniel hizo un ademán que parecía significar: "No, gracias, no me gustan los dulces, mejor métetelo por el culo". —Además, a ella no le molesta. Si lo hiciera, ya me lo habría dicho, inútil.
Estaba de acuerdo con ella, porque entendía que lo hacía solo porque quería que hiciera mi trabajo bien. De alguna manera, veía un reflejo de sí misma en mí, como si al verme tan perdida, reviviera su primer día de trabajo aquí.
—Ya déjalo Nyssa, otra chica te ganó la mesa —añadió Bianca con un suspiro de cansancio, señalando la mesa donde una compañera ya estaba tomando el pedido—. ¿Ves? Aquí son como víboras.
—Claro, y tú eres una de las grandes y venenosas —dijo Nathaniel con una sonrisa juguetona, y yo no pude evitar soltar una risita. —Sabes, Nyssa, esta chica que ves aquí ha ganado el premio a mejor camarera del mes, ¡y eso que solo lleva dos meses! ¿Por qué? Porque es una víbora roba mesas.
Eso, sin duda, era algo bueno, y a Bianca parecía encantarle escuchar sobre sus logros. Lamentablemente, yo no podía decir lo mismo. Había estado aquí apenas dos horas y solo había servido tres mesas. Ellos, en cambio, llevaban más de diez. Aun así, confiaba en mí misma para hacerlo mejor. Esto era un trabajo, no un parque de juegos.
Podría decir que había servido esas tres mesas sin fallar, pero sería una mentira descarada. En la primera casi me caigo, pero logré mantenerme en pie, aunque las bebidas estuvieron a un pelo de volcarse. En la segunda, casi hago mal un pedido, pero gracias a la libreta evité el desastre. Y en la tercera... bueno, no lo hice excelente, pero tampoco me equivoqué ni me caí, así que lo consideraba una victoria.
—Porque me esfuerzo. Hay que aprender a darle valor a lo que sabes que estás haciendo bien. No es cuestión de perfección, sino de no rendirse a pesar de las caídas —explicó ella, y me encantó la manera en que lo dijo, porque era la verdad.
—Tienes toda la razón, Bianca —concordé con una sonrisa en mi rostro—. Debo esforzarme más y no rendirme.
Sus palabras, aunque simples, tenían un peso que me motivaba. Bianca tenía una forma de ver las cosas que, aunque despreocupada, estaba llena de una sabiduría que solo alguien con experiencia podía ofrecer.
"No es cuestión de perfección, sino de no rendirse a pesar de las caídas".
—Yo siempre digo cosas coherentes, no como él —dijo burlándose del chico, mientras una sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro.
Nathaniel entrecerró los ojos, claramente ofendido, aunque era evidente que no iba a quedarse callado.
La verdad es que, después de pasar toda la tarde con las chicas, le puse la excusa a Karinna de que no podía explicarle nada porque se estaba haciendo tarde y tenía que trabajar. Eso la dejó intrigada, pero no insistió más.
Cuando llegué al trabajo, Nathaniel y Bianca no habían parado de desafiarse y llevarse la contraria. Sus intercambios me parecían muy divertidos y, sinceramente, me recordaban a la caricatura de Tom & Jerry.
—Oye, Nyssa, no es por ser entrometida, pero... la otra noche vimos cómo desde aquí —comenzó la pelinegra, señalando la barandilla que daba vista al piso de abajo— te fuiste con un tipo. Súper alto, pelinegro y buenísimo, por cierto, todo lo que me gusta. ¿Es tu novio?
Sabía perfectamente a quién se refería: Damon. El simple hecho de que lo mencionara hizo que un nudo se formara en mi estómago. Intenté mantener la calma, pero una sonrisa socarrona se dibujó en mi rostro casi sin querer. Sin embargo, la manera en que lo decía, como si tuviera interés en él, encendió un ardor en mi pecho que no quería reconocer.
—¿Por qué preguntas? —solté con un tono neutro, tratando de ocultar mi incomodidad.
—Bueno, es que me gustaría que me des su número. Claro, si no es molestia. Ya sabes: yo, él, los dos, juntos, en una cita. La verdad, el chico es mi tipo.
—Tu manera de cortejar es una mierda, Bianca —intervino Nathaniel, rodando los ojos.
—¡Deja de dar tu opinión! —gritó ella, frunciendo el ceño y luego mirando alrededor para asegurarse de que los clientes no la habían escuchado. Después, volvió a posar sus ojos en mí, esta vez con una expresión más anhelante—. ¿Puedes, cariño?
Tenía su número. Bueno, creía tenerlo. La vez que estaba en el parque, recibí llamadas de un número desconocido que, por la hora, podría haber sido el suyo. Pero ¿estaría bien que se lo pasara? No quería mentir, pero tampoco quería que Bianca hablara con Damon. ¿Era egoísta por eso?
¿Qué demonios era este sentimiento? ¿Celos?
—¿Es tu novio o no, Nyssa? —insistió ella, al notar mi silencio prolongado.
—Sí... sí, lo es —mentí finalmente, dejando que el demonio en mi cerebro ganara esta batalla. Seguramente el ángel estaba decepcionado de mí, murmurando algo como: "Es malo mentir, Nyssa."
—¡¿Qué?! —exclamó Bianca con los ojos bien abiertos, como si acabara de enterarse del chisme más jugoso del año—. ¡No me lo puedo creer! ¿Y por qué no dijiste nada antes? Mira que tener un novio como ese y no presumirlo... Eres peor que una tacaña.
—No es algo que me guste andar diciendo por ahí —respondí encogiéndome de hombros, intentando que mi tono sonara casual, aunque la verdad era que sentía mi corazón a punto de salirse del pecho.
—Tacaña y egoísta —añadió Bianca, cruzando los brazos y mirándome con falsa indignación—. Pero está bien, supongo. Aunque, honestamente, si no lo cuidas, me lo robo.
—¡Por favor! —intervino Nathaniel con una carcajada seca—. Bianca, ni en tus mejores sueños ese tipo te haría caso.
Bianca lo miró con el ceño fruncido, como si estuviera planeando mil maneras de matarlo ahí mismo.
—¡Cállate, inútil! Tú no sabes nada.
—Claro que sé. Sé que tu modus operandi es lanzar tus "encantos" como si fueran redes de pesca, pero nunca atrapas nada —replicó Nathaniel, burlón, mientras se apoyaba en la barandilla con una sonrisa satisfecha.
—¡Ya basta! —Bianca hizo un gesto dramático y rodó los ojos, ignorándolo antes de mirarme de nuevo—. Nyssa, tienes que traerlo aquí algún día. Quiero conocerlo y, además, ver si realmente es tan buenísimo como creo. Porque si lo es, créeme, te lo recordaré por siempre.
—¿Ves? No puede evitarlo —murmuró Nathaniel, señalándola como si hubiera ganado el argumento.
—Tú solo estás celoso y despechado porque quieres verme triste y solitaria, como tú —gruñó Bianca, lanzándole una mirada afilada antes de volver a su trabajo, sacudiendo la cabeza con frustración.
—¿Celoso? Por favor. Si quisiera algo, sería que dejaras de actuar como si todos giraran a tu alrededor, diva —respondió Nathaniel, aún riendo, aunque su tono llevaba un leve deje de burla mezclada con algo más.
—Claro, porque tú eres la imagen de la humildad y la perfección, ¿no? —replicó ella, girándose un momento para fulminarlo con la mirada, mientras se llevaba una bandeja hacia una de las mesas.
Nathaniel solo se encogió de hombros con una sonrisa ladeada, como si el comentario de Bianca no le hubiera afectado en absoluto. Luego me miró, alzando las cejas como si esperara que yo dijera algo.
—¿Qué? ¿Ahora quieres que opine? —murmuré, cruzándome de brazos, sintiéndome atrapada entre sus constantes peleas.
—No, Nyssa. Tú ya tienes suficiente con todo lo que dice esta loca —dijo Nathaniel con un guiño sarcástico, haciendo que Bianca soltara un bufido desde el otro lado.
Y ahí estaba yo, aún intentando procesar el caos que había desatado con una sola mentira, mientras ellos seguían con sus discusiones como si fuera un día cualquiera.
Esperaba que Damon no volviera a aparecer más por aquí; si no, toda mi farsa se iría al infierno, como mi alma.
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Las horas pasaron, y mi turno terminó, pero con la victoria de que había servido tres mesas más. En mi siguiente turno esperaba servir veinte, ¿era demasiado?
¡No importaba si era demasiado! Lo importante era que necesitaba dinero, y mucho.
Estaba fuera del trabajo, esperando el autobús que pasaría en unos minutos. No tenía a nadie que fuera a buscarme y no quería molestar. Había quedado en que Danna me recogería, pero a última hora tuvo que ir por otro paquete para su negocio. Así que ahí estaba, esperando. El frío estaba en todas partes, así que me abrigaba más, con eso de que en unos días nevaría. Suspiré, viendo cómo el vaho salía de mis labios, y sonreí. Entre todas las estaciones, el invierno era mi favorita.
Bianca también estaba a mi lado. Según ella, alguien iría a recogerla y podría llevarme, pero esa persona no llegaba, así que imaginé que también estaba sola.
—Bueno, Nyssa, creo que mi amiga no vendrá a buscarme, por alguna razón. Entonces tendré que irme caminando. ¡Qué horror!
—¿Estás bien con eso? ¿No quieres que te acompañe?
—No hace falta. Tú preocúpate por ti. Vivo a un par de cuadras. No quería irme caminando porque, ya sabes, una chica sola caminando... Es horrible, ¿no? Pero no hace falta. Lo que me da más miedo es que siguen con eso de las matanzas. ¿Estás enterada? —parpadeé un par de veces, tratando de comprender lo que me decía, dándome cuenta de que Bianca cambiaba de conversación más rápido que yo de canales en una televisión. Aparte, me era difícil entender un poco lo que decía por su extraño acento.
—Un poco. Estoy enterada —respondí, aunque la verdad era que no sabía nada, solo lo que me habían dicho Isaac y Brielle hace tiempo, sobre que habían matado muchos lobos, y por lo que tenía entendido, la matanza no había parado.
—¿Puedes creer que la policía encontró el cuerpo de una mujer disecado en el bosque hace como una semana? —preguntó, como si estuviera hablando de algo asombroso, mientras se pasaba un mechón de cabello oscuro tras la oreja.
¿Qué mierda?
—Bianca, ¿puedes cambiar de tema? Como puedes ver, somos dos chicas en una calle solitaria y eso no hace más que alimentar mis miedos —pedí, abrigándome más por el frío.
—Comprendo, no pasa nada. Es solo que, cuando toco el tema de crímenes policiales, me creo detective. Ya te iba a lanzar mis treinta teorías de por qué creo que esto está sucediendo.
—Tal vez me encantaría escucharlas, pero en otro lugar y de día.
—Bueno, pues es una cita, tú y yo, juntas —dijo con una mirada sugerente, y reí por sus ocurrencias.
—De acuerdo.
—Antes de irme, toma —ofreció, llamando mi atención y rebuscando algo en su bolso. Al mirar lo que me extendía, vi una piruleta de colores brillantes, casi demasiado llamativa.
—¿Por qué el dulce? —pregunté, extrañada, mientras tomaba la piruleta de sus manos. Bianca soltó una risa baja, como si hubiera algo que solo ella entendiera. Su risa era vacía, y eso me puso aún más incómoda.
—Es un regalo... —respondió, aún riendo, y algo en su tono me erizó la piel. No supe si fue la forma en que sus ojos brillaban o el extraño acento británico que arrastraba.
¿De qué país era?
Luego, su expresión cambió. Su sonrisa desapareció y, en su lugar, había una mirada sombría que me dejó helada.
—Te digo algo, desde hace tiempo siento como si algo o alguien me estuviera siguiendo. No sé, tal vez... tal vez algún día me encuentren muerta, ¿quién sabe?
Me quedé callada, incapaz de reaccionar. ¿Qué tipo de broma era esa? Pero su tono... su tono no era el de alguien que solo estaba jugando. Lo dijo con una calma inquietante, como si hablara de algo que realmente esperaba.
—¿Estás bromeando, verdad? —le pregunté, intentando hacer que su tono se rompiera, como si eso pudiera devolver todo a la normalidad.
Bianca me miró, la risa ya desaparecida, y por un momento la sensación de peligro se acentuó en mi pecho. Me miró fijamente, con los ojos demasiado fríos y un brillo especial, su voz se deslizó suavemente, como un susurro que me caló hasta los huesos.
—¿De verdad crees que bromeo?
Mi estómago se tensó. No estaba segura de qué pensar, pero sentí que algo no estaba bien con ella, algo en su mirada que no podía ignorar. No era solo una broma. No podía serlo.
—No lo sé...
—¡Claro que es una broma! —explicó y comenzó a reírse a carcajadas, cosa que no me generó ninguna felicidad o risa.
—¿Te parece gracioso?
—Tu cara lo es, sin duda.
—No me gustan ese tipo de bromas, Bianca. Con la muerte no se juega.
—Ay, chica, no es para tanto —dijo, restándole importancia—. Bueno, me voy. Cuídate, y no dejes que ningún loco te toque las nalgas en el autobús. Si lo hace, me llamas, apareceré en un segundo como Rayo McQueen para defenderte.
Me abrazó y posó un beso en mis cachetes de despedida.
—Adiós, Bianca.
Ella caminó calle arriba y no aparté mi mirada de ella, mientras abrazaba mi bolso fuertemente.
Pasaron los minutos, y sentí una sensación extraña en mi pecho. Eso era culpa de aquella pelinegra, por lo que había dicho. La verdad es que no era muy tolerante a las historias de muertes. De pequeña siempre tenía muchas pesadillas sobre eso; ahora de grande las seguía teniendo, pero no muy regular.
Vi cómo la pelinegra doblaba la esquina y la perdí de vista, pero seguía teniendo esa sensación extraña en mi pecho, y no sabía por qué.
Entonces lo entendí cuando, como dos minutos después, un hombre de gabardina negra cruzó la misma esquina que Bianca había cruzado. Sentí como mis pelos se erizaban no por el frío, sino por el miedo.
Decidí seguirlo, porque, ¿qué tal si ese hombre le hacía daño a Bianca?
Caminé de manera sigilosa, intentando que no me descubriera, y rezando para que no fuera alguien malo. Pero creí que mis oraciones no habían sido escuchadas. Por todo lo que había estado mintiendo últimamente, me había convertido en una pequeña mentirosa, y eso a los dioses no les gustaba.
Me aferré a mi bolso, donde guardaba la daga que Danna me había regalado. Nunca la había dejado, aunque estuve a punto de extraviarla aquella vez en que, por curiosa, olí el afrodisíaco. Una dura lección más en mi vida.
Practicaba en mi mente los movimientos que había aprendido en mis clases de esgrima y las técnicas de defensa personal que mi padre me había enseñado, esperando no ser una inútil si algo malo llegaba a suceder.
El hombre seguía caminando, y dejé de ver a Bianca cuando cruzó otra esquina. Al notar que el hombre también se disponía a cruzar la misma esquina, el miedo en mi pecho se intensificó.
El corazón me latía con fuerza, cada vez más rápido, como si quisiera salirse de mi pecho. Mis pasos eran cuidadosos, pero sentía que cada uno de ellos resonaba demasiado fuerte en la calle vacía. Mi mente estaba llena de imágenes terribles, y aunque intentaba convencerme de que todo esto no era más que paranoia, esa sensación extraña en mi pecho no me dejaba tranquila.
¿Y si estoy exagerando?
¿Y si ese hombre no tiene nada que ver con Bianca?
Pero entonces recordé sus palabras, ese tono sombrío y la forma en que me miró. "Tal vez algún día me encuentren muerta." Esa frase no dejaba de darme vueltas, como un eco que me taladraba los oídos.
Doblé la esquina, tratando de no hacer ruido, y entonces lo vi. El hombre de la gabardina negra estaba a unos metros más adelante, caminando con paso firme. Pero ya no veía a Bianca. ¿Dónde está?
Me detuve, el frío mordiendo mis mejillas mientras trataba de decidir qué hacer. Respiré profundo y seguí caminando, más rápido esta vez, ajustando mi agarre en el bolso. La daga estaba ahí, lo sabía. El simple pensamiento de tenerla me daba una pizca de valor, aunque no estaba segura de poder usarla si llegaba el momento.
Al llegar a la siguiente esquina, me asomé con cuidado. El hombre estaba parado, mirando alrededor, como si buscara algo... o a alguien. Mi pecho se apretó al darme cuenta de que Bianca no estaba a la vista.
¿Y si ya le pasó algo?
Mi mente se llenó de posibilidades, ninguna buena. El hombre comenzó a moverse nuevamente, esta vez hacia un callejón oscuro a la derecha. Lo seguí con pasos rápidos pero silenciosos, rogando que no me descubriera.
Entonces escuché algo. Un ruido suave, como un gemido o un maullido. Me detuve, mis ojos buscando desesperadamente entre las sombras.
—¿Bianca? —susurré, mi voz apenas un aliento.
No hubo respuesta.
El hombre entró al callejón, y mi corazón se aceleró aún más. Decidí arriesgarme, aunque no tenía ni idea de lo que me esperaba. Si algo le pasaba a Bianca, nunca me lo perdonaría.
Saqué la daga del bolso, mi mano temblando mientras me acercaba a la entrada del callejón. La oscuridad era casi absoluta, pero pude distinguir una figura arrodillada en el piso.
Me llené de valor y decidí enfrentar a la figura.
—¿Quién eres tú y porque sigues esa chica? —pregunté con voz firme, intentando no dejar ver mi miedo.
El hombre se giró hacia mí, y por un segundo sentí que mis piernas iban a fallarme. Sus ojos brillaban con algo que no lograba describir, pero que me hizo sentir un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
El hombre se levantó, su gabardina ondeando con el viento, y se acercó a mí. La luz de la farola lo iluminó, y pude distinguir un pequeño felino temblando entre sus manos enguantadas. Él me doblaba en estatura, creando una gran sombra que me envolvía, haciéndome sentir diminuta e insignificante, era tan alto como Damon.
—La pregunta aquí es, ¿por qué me estás siguiendo? —preguntó, y su voz grave envió escalofríos por todo mi cuerpo.
Levanté la vista del gato y la posé en su rostro. Al observarlo, sentí como el mundo se paralizaba, reconociéndolo al instante.
Era imposible no recordar ese rostro. Su piel era pálida como el mármol, perfectamente lisa y luminosa bajo la tenue luz del callejón. Sus labios carnosos y de un rojo intenso parecían una contradicción a su aspecto sombrío, como si fueran la única chispa de color en su figura. Sus ojos grises eran fríos, profundos, y con una intensidad que me hacía sentir completamente desnuda ante él, como si pudiera ver más allá de lo que yo misma conocía.
Su cabello, un gran y espeso mar de ondas negras, caía en mechones desordenados alrededor de su rostro, dándole un aire salvaje y enigmático. Incluso en medio de mi miedo, no pude evitar sentir una extraña fascinación por él. Era... perfecto, pero de una forma que resultaba aterradora.
—Tú... —susurré nerviosa, observando sus facciones como si intentara convencerme de que era real. Mis labios apenas pronunciaron su nombre—. ¿Reign...?
—Emperador Reign, para ti, plebeya —su voz resonó con un tono profundo y autoritario, como si cada palabra estuviera cargada de un peso que no podía ignorarse.
No podía ser, ¿verdad? Porque... ¿cómo es posible que después de tener una ilusión con una persona, de tenerlo en mi cabeza cada maldito minuto, ahora lo tenga aquí, frente a mí, como si fuera algo real? Mi cerebro no podía procesarlo, mi cuerpo solo reaccionaba con un "esto no está pasando" mientras mis ojos seguían buscando alguna señal de que estaba soñando.
—¿Pero cómo? ¿Eres real?
—¿De qué hablas? Claro que soy real.
—Yo tuve una visión contigo... —empecé, pero levantó una mano elegante para interrumpirme.
—Usted.
—Te soñé... no sé, ¿una ilusión, quizás? —proseguí, con el corazón latiendo rápido al ver cómo sus ojos grises, intensos, me escudriñaban como si pudiera leerme el alma.
—Ah, eso es natural —respondió con una sonrisa ladeada que destilaba arrogancia y un peligroso encanto—. Estoy en los sueños de todas... menos en los de la que deseo.
Su confesión, teñida de anhelo, me dejó sin palabras por un instante. Pero algo en su tono me sacudió de mi desconcierto.
—¿Por qué sigues a Bianca? ¿Le quieres hacer daño? —pregunté, mi enojo mezclado con una fascinación que me avergonzaba.
—¿Crees que le haría daño a mi mujer? —contestó con un deje de diversión en su voz, enfatizando "mi mujer" con un tono tan posesivo que me hizo estremecer.
—¿Tu mujer? —interrogué, frunciendo el ceño, aún más confundida.
—Sí —aseguró, acercándose un paso mientras sus labios se curvaban en una sonrisa llena de misterio—. Solo que ella aún no lo sabe.
—A mí me parece que estás demente.
—No me tutees —me reprendió, su voz baja y cargada de un magnetismo que me obligó a mantener su mirada—. No te he concedido ese permiso. Pero sí, demente... y también enamorado.
Su sonrisa era peligrosa, como si ocultara secretos capaces de destruirme si los conociera.
—¿Por qué la sigues? No me importa quién seas, estás siguiéndola y estoy segura de que ella no lo sabe.
Él suspiró con exasperación, sus dedos largos y elegantes masajeando sus sienes. Después, olió el aire con una calma estudiada, como si disfrutara de algo que yo no podía percibir. Su sonrisa regresó, esta vez cargada de una arrogancia insolente.
—Ya está en su casa... —murmuró con una seguridad que me hizo apretar los dientes. Pasó por mi lado con la tranquilidad de alguien que sabe que no será detenido, acariciando al felino blanco en sus manos mientras añadía sin siquiera mirarme—: No tengo que darle explicaciones a alguien... sin importancia. Hasta luego.
—¡Si te veo siguiéndola, te clavaré esta daga en el ojo! —espeté, levantando la daga al aire para que el grabado del lobo brillara bajo la luz.
Él se detuvo. Por un momento, temí que mis palabras hubieran sido un error. Giró lentamente, con una elegancia intimidante, y sus ojos grises me atraparon como un depredador que evalúa a su presa.
—No serías tan poderosa —dijo en un susurro aterciopelado, que me erizó la piel—. Porque antes de que lo intentes, tu brazo ya estará arrancado de ti... en un abrir y cerrar de ojos.
¿Era eso una advertencia?
—La verdad no entiendo, ¿por qué se obsesionó contigo? Eres demasiado entrometida y miedosa... —añadió con un tono de indiferencia que solo aumentó mi confusión. —Bueno, supongo que eso es cosa de él, no me concierne a mí
No entendí bien lo que decía; hablaba de cosas sin sentido. De verdad, este tipo está demente. ¿Cómo no lo han internado todavía en un psiquiátrico?
Se inclinó hacia mí, tan cerca que sentí su aliento cálido contra mi rostro. Su sonrisa era peligrosa, burlona y extrañamente atractiva.
—Por estar de metiche donde no dijeron tu nombre —continuó, con una suavidad que contrastaba con la amenaza en sus palabras—, tu autobús está a punto de irse.
Y con eso, se enderezó y desapareció en una esquina con la misma calma con la que había llegado, dejándome con el corazón latiendo como un tambor desbocado.
Pero... ¿Qué? ¡Mi autobús!
🐺
¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 33. Espero que lo disfruten. Nos leemos mañana.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
Hasta aquí, Erika <3
¡Mireee! ¿Cómo se atreve a juzgarme a mí Nyssa? Aunque, bueno... no hay mentira en sus palabras, pero, aun así, ¡me ofende! guiño
Y apareció uno de los hombres protagonistas de mis sueños húmedos. (No, mentira, olviden eso). Yo le soy fiel a Damon. 😌
Comunicado importante:
Esta es la última vez que vemos a este personaje porque, bueno, este no es su libro. Es solo un cameo en esta historia. ¿Quieren leer su libro? Espérenlo para el 2030. 😏
¡Es mentiraaa! El libro de él viene fuerte, pero no es para el 2030... (esperemos que no, jeje).
Apunten la fecha: primera y última vez en la que Biki y Nyss hacen cambios de pareja. ¿Cómo puede ser? Bianca con una atracción hacia Damon, y Nyssa con una fascinación hacia Reign. (Esperemos que se agarren de las greñas en algún momento). 🙊
Nathaniel y Bianca, ¿hay algo ahí? ¡Esperemos que no! Porque Reign ya la reclamó. Cito y repito sus palabras: "Mi mujer."
Así que, si Nathaniel la toca, Reign le volará la cabeza. 👀
Y otra cosa importante:
Damon, mi amor, mi cielito, ¡aparece ya! Las lectoras te extrañamos, no nos hagas sufrir más. 😩
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
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