Capítulo 32 💫
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Asentí lentamente, intentando recordar su nombre, y noté cómo ella me observaba con una mezcla de diversión y algo de impaciencia.
—Creo que no recuerdas mi nombre —dijo, sonriendo—. Me llamo Leah. Leah Dixon. ¿Tú te llamas...?
—Nyssa —respondí con cautela.
—Bien, Nyssa —repitió, con una sonrisa que me puso los pelos de punta—. Ya que estás aquí, puedes quedarte conmigo y hacerme compañía. Seremos buenas amigas.
—¿Qué se supone que significa eso? Y, más importante, ¿qué haces aquí? —pregunté, con el ceño fruncido, intentando descifrar qué tramaba exactamente.
Su expresión no cambió, pero sus ojos brillaron con un toque de diversión que no ayudó a calmarme.
—Aquí vivo.
Parpadeé, incrédula.
—¿Aquí? —repetí, confusa, mirando las tumbas alrededor. Leah asintió, como si no hubiera nada extraño en eso. —Pero esto... parece un cementerio.
—Lo es —dijo, y señaló las lápidas con una tranquilidad que solo me inquietaba más—. Aquí están mis familias, y mi deber es estar con ellos.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Trataba de entenderla, pero todo esto se volvía más surreal por segundos.
—No estoy entendiendo nada. ¿Quiénes son todas estas personas? —pregunté, señalando las lápidas.
Leah me miró y dijo con calma:
—Bajo la mayoría de las lápidas están enterrados los cuerpos de mi familia: mis hermanos, mis tíos, mis abuelos, mis padres...
Me quedé paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Su voz era tranquila, como si estuviera comentando el clima, pero la gravedad de sus palabras me dejó clavada en mi lugar.
—¿Cómo... cómo puedes decirlo así? —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta mientras mi mirada alternaba entre las lápidas y ella.
—Porque es la verdad —respondió, con una serenidad que resultaba perturbadora. Sus dedos rozaron una de las piedras, como si estuviera acariciando a alguien vivo—. Aquí es donde pertenecen, y yo también.
El viento sopló, helándome hasta los huesos. Quise moverme, salir corriendo, pero algo en su expresión me detuvo.
—¿Siempre has vivido aquí? —pregunté, tratando de mantener mi voz estable, aunque sentía el temblor en cada palabra.
—Desde que tengo memoria. —Sus ojos se fijaron en mí, y por un momento su rostro se suavizó—. No lo entiendes ahora, pero aquí es donde todo termina... y donde todo comienza.
—No, no lo entiendo —dije, tratando de ocultar el temblor en mi voz—. ¿Cómo puedes vivir aquí, entre... esto?
Ella inclinó la cabeza, como si estuviera considerando mi pregunta seriamente.
—Porque este lugar es más que solo lápidas —respondió, con un tono casi melancólico—. Es memoria, historia, y también hogar. Cada nombre, cada piedra... me conecta con ellos. No estoy sola.
—Pero... no es normal. —Mi voz apenas salió como un susurro—. No es normal vivir en un lugar como este.
Ella soltó una leve risa, suave pero cargada de algo que no supe identificar.
—¿Y qué es normal, Nyssa? ¿Una casa perfecta con una cerca blanca? —Sus ojos brillaron por un momento, un destello de desafío o tal vez tristeza—. Lo único que importa es dónde sientes que perteneces. Y yo pertenezco aquí.
Me quedé callada, incapaz de encontrar una respuesta. Había algo en su mirada, en su voz, que me hacía sentir que, a pesar de lo extraño y aterrador de todo, ella hablaba en serio.
—¿Y tú? —preguntó de repente, sus ojos fijos en los míos—. ¿Dónde sientes que perteneces?
La pregunta me golpeó con fuerza. ¿Dónde pertenecía yo? ¿Tenía siquiera una respuesta?
—Está bien si no tienes la respuesta, pero tengo otra pregunta para ti, Nyssa. Tú... ¿cómo cruzaste la barrera?
—¿Qué barrera? —pregunté, sintiendo que el aire se volvía más pesado.
—Hay una barrera cerca de la entrada. Si la cruzas, no puedes volver a salir de este bosque. Y si la cruzaste... —sus ojos se entrecerraron, analizando cada detalle de mi expresión— entonces, básicamente significa que no eres alguien común. ¿Qué eres? ¿Una druida? ¿Así como yo?
—¿Una druida? ¿No eres clarividente? —pregunté, soltando tantas dudas a la vez que casi me quedé sin aliento. Todo esto me resultaba un completo enigma. Nunca había leído sobre ellos, y mi madre jamás los mencionó. —Y... ¿qué son exactamente ustedes?
—Tranquila, voy a explicarte —respondió con una sonrisa que tenía un toque de diversión, como si disfrutara de mi confusión—. Mi madre era una clarividente excepcional, y mi padre era el legítimo dueño de este bosque, un druida y líder de nuestro clan. Ellos se enamoraron y, bueno, aquí estoy: una híbrida entre estas dos grandes especies.
Sus palabras flotaban en el aire mientras yo trataba de asimilarlas.
—Nosotros, los druidas, somos los guardianes de este bosque y de todos sus secretos. Conocemos los misterios de la naturaleza, y llevamos en nuestra sangre el poder de los antiguos. Cada druida tiene habilidades únicas, conectadas con la naturaleza, el tiempo, la muerte y la vida misma —continuó, con una mirada tan intensa que sentí que veía directamente dentro de mí—. Por eso este lugar es tan especial... es sagrado para nosotros.
Había algo hipnótico en la manera en la que hablaba, en cómo sus palabras parecían resonar con el viento que nos rodeaba y en mi mente que daba tantas vueltas.
—¿Y dónde vives exactamente? —pregunté, con un nudo en el estómago.
—Hay una cabaña cerca de aquí. Allí duermo. Ahora también será tu hogar —añadió, y sonrió de nuevo—. Por fin alguien estará conmigo. Llevo demasiado tiempo sola.
—¡No! —dije rápidamente—. Yo... yo no me voy a quedar aquí contigo, Leah. No pienso vivir aquí, y mucho menos cerca de tumbas. ¡Esto no tiene sentido!
Leah suspiró, sin perder esa expresión paciente, como si mis palabras fueran las de una niña caprichosa.
—Una vez que cruzas esa barrera, no hay salida, Nyssa. Básicamente, estás atrapada aquí. Igual que yo. —Su voz sonaba tan serena que resultaba aún más perturbadora.
Mis piernas temblaron, pero ella no terminó ahí.
—No te preocupes, me encargaré de que la pases muy bien... hasta el día de tu muerte. —Su mirada se suavizó con algo que parecía simpatía, como si hablara de un destino inevitable y no de una sentencia aterradora—. Y cuando eso suceda, cuando tu espíritu entre en una de esas lápidas, prometo que me aseguraré de que la tuya sea la más hermosa de todas.
Mi boca se abrió, pero ningún sonido salió. La tranquilidad en sus palabras era un contraste brutal con lo que acababa de decir.
—Tengo que salir de aquí, definitivamente no me dejaré morir —dije con firmeza, aunque mi voz temblaba un poco. Luego la miré, buscando respuestas—. Hablando de eso, Leah, ¿has visto a una chica? Tiene el cabello negro, no es muy alta, se llama Karinna.
Leah me miró, y su rostro se iluminó de emoción, como si acabara de escuchar el mejor de los chismes.
—¡¿Hay otra chica más?! Esto será muy divertido entonces —exclamó, casi saltando de alegría.
Me congelé un instante, desconcertada por su entusiasmo. Esto no está bien. Nada de esto lo está.
—Esto es muy extraño, no quiero seguir aquí. Lo siento, Leah, pero no voy a quedarme —dije dándole la espalda, decidida a encontrar a Karinna y salir de este lugar demente.
—¡Espera! No camines tan rápido —pidió, siguiéndome sin dudar.
Caminé sin detenerme, sin saber cuánto tiempo había pasado exactamente, pero algo no estaba bien. No sentía que estuviera avanzando, como si el bosque me estuviera jugando una mala broma. Leah seguía detrás de mí, parloteando sin cesar. Parecía encantada de tener compañía, pero su soledad seguía siendo un misterio que no podía entender.
Entonces lo noté.
El paisaje. Era el mismo. Los mismos árboles, las mismas lápidas. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras la comprensión se asentaba en mi mente.
—No puede ser... —murmuré, deteniéndome en seco y girándome hacia las lápidas. Ya las había visto antes. Había estado caminando en círculos, como un laberinto que no me dejaba avanzar.
—Nyssa, no puedes caminar tan rápido —dijo Leah detrás de mí, aunque su tono ya no sonaba tan animado—. ¿Siquiera me escuchas? Te estoy hablando de algo muy importante.
—¿Por qué estamos en el mismo lugar otra vez? —pregunté, mirando a mi alrededor, con el estómago revuelto por la desesperación—. Esto... esto parece una ilusión.
Leah asintió con una tranquilidad que no me tranquilizó en lo más mínimo.
—Así es. Nosotros, los druidas, tenemos el poder de crear ilusiones. Tanto fuera como dentro del bosque hay una ilusión. Eso significa que no encontrarás a tu amiga, a menos que alguien le muestre la salida. Pero... —hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara— es imposible. Todo lo que entra nunca puede salir. En otras palabras, tu amiga se perderá para siempre.
Mis piernas temblaron mientras trataba de procesar lo que acababa de decir.
—¿No puedes romper la ilusión? —pregunté, mi voz alterada.
Leah entrecerró los ojos, como si lo estuviera considerando, pero su respuesta fue tajante.
—No. La única que puede hacerlo es mi gran señora, pero... ella no está.
—¿Tu señora? ¿Quién es ella? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque el miedo se me filtraba en la voz.
Leah me miró directamente, y sus ojos brillaron con algo que no pude descifrar.
—La Reina de las Sombras.
Ese nombre me recorrió como un escalofrío, haciendo que mi piel se erizara. Lo había escuchado antes. Los hombres de Ashtaria me habían hablado de ella.
—¿Dónde está esa mujer? —pregunté, aunque no sabía si quería saber la respuesta.
Leah se encogió de hombros, como si fuera lo más normal del mundo.
—No lo sé. Está en todas partes. Es difícil verla. Ni siquiera yo la conozco bien. Solo la he visto una vez, cuando me dio permiso para salir de este bosque... y conocerte.
Mis pensamientos se detuvieron en seco.
—Espera, Leah, ¿qué estás diciendo? No estoy... comprendiendo.
Ella suspiró, como si estuviera a punto de revelarme un gran secreto.
—Nunca he salido de esta ilusión en el bosque. Fue puesta por mis ancestros para proteger este lugar. Pero cuando toda mi familia murió, me quedé sola. La Reina de las Sombras me dio una oportunidad para vivir. Me dijo que un día me cobraría el favor por dejarme tener una vida digna.
Hizo una pausa, sus ojos se oscurecieron mientras su voz bajaba a un susurro.
—Ese día llegó cuando te conocí. Fue ella quien me pidió que te hiciera aquel trabajo de tarot, que te mostrara el futuro. Fue hermoso, Nyssa, porque por primera vez pude ver lo que había más allá de este bosque.
Sus palabras eran ecos en mi mente, resonando con una mezcla de asombro y temor. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué yo? ¿Y qué clase de vínculo tenía ella con aquella figura de la que hablaba?
Iba a responderle a Leah sobre su señora cuando, de repente, el cielo comenzó a tornarse de un oscuro profundo, como si una sombra gigante lo estuviera cubriendo todo. El aire se volvió pesado, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo.
Una voz resonó en el aire como un eco, grave y seductora. Me heló la sangre, pero la reconocí al instante. Era la voz de Karinna.
—Que comience el juego... Encuéntrame antes de que cuente hasta cien, si no lo haces... todos ustedes morirán.
Mi corazón dio un vuelco, y no pude evitar un escalofrío que recorrió mi columna vertebral. ¿Karinna? ¿Ella estaba tan cerca? No podía comprender cómo o por qué, pero una sensación de terror se apoderó de mí.
La voz de Karinna siguió, cada palabra retumbando de manera inquietante en todo el bosque.
—Uno... dos... tres...
El tiempo comenzaba a desmoronarse a mi alrededor, y mi mente no podía asimilar lo que estaba sucediendo. Leah parecía entender lo que ocurría, pero su rostro se veía más pálido que nunca.
—Creo que Karinna tiene mi anillo.
—¿Qué anillo? —pregunté, confundida y con el estómago retorcido por la tensión que se apoderaba de mí.
Leah me miró con los ojos cargados de preocupación, y su voz tembló al hablar.
—El anillo que me convierte en la última sucesora del clan de los druidas. —su tono se volvió grave—. Mi anillo puede crear ilusiones, Nyssa... y en el peor de los casos, puede convertir la mente de alguien en una pesadilla, si no les he dado permiso para usarlo. Si Karinna tiene el anillo... significa que tiene el poder de manipular nuestra realidad.
Una sensación de pánico se instaló en mi pecho. Karinna, con ese anillo, podía hacer lo que quisiera, ¿y yo no tenía ni idea de cómo detenerla?
—¿Alterar la realidad? —repetí, tratando de procesar la magnitud de lo que decía.
—Sí, Nyssa. —Ella miró hacia el horizonte, claramente preocupada. —Si Karinna tiene el anillo, puede hacer lo que quiera. Ella perdería la cabeza, y nos arrastraría con ella al caos.
La cuenta de Karinna continuaba.
—Cuatro... cinco... seis...
Me sentí atrapada, como si el tiempo estuviera corriendo en mi contra. Cada número era un paso más cerca de la perdición. La cuenta estaba a punto de alcanzar el fin, y si no encontrábamos una manera de detenerla, todo se iría al abismo.
—Esto está muy mal, Nyssa. —dijo Leah, su voz llena de miedo—. Mi anillo le otorga un poder maligno a quien lo use sin mi permiso, y Karinna lo tiene. Si llega a cien... no habrá vuelta atrás, pero...
—¿Cómo Karinna consiguió tu anillo? —pregunté interrumpiéndola, con el corazón acelerado. Todo esto era demasiado extraño, como si el mundo estuviera girando en mi contra.
Leah bajó la mirada, avergonzada. Su voz apenas fue un susurro cuando respondió.
—Lo perdí hace unos días. —Se frotó las manos nerviosa—. No me tomé el tiempo de buscarlo porque pensé que nadie entraría a este bosque... hasta que lo hiciste tú.
¿Cómo pudo perder algo tan importante?
La cuenta de Karinna seguía avanzando, y cada número me ponía más nerviosa.
—Siete... ocho... nueve...
Mi mente estaba al borde de la desesperación. No sabía qué hacer.
Leah respiró profundamente, casi como si intentara calmarse, pero su rostro no reflejaba tranquilidad.
—Tenemos que detenerla antes de que llegue a cien. —Dijo con firmeza. —Si no lo hacemos... moriremos, Nyssa.
El sonido de la cuenta de Karinna se volvía cada vez más fuerte, y el aire alrededor de nosotros parecía volverse más denso. Mi respiración se entrecortaba, y cada número era como una sentencia más cercana.
¿Podría Karinna realmente destruirnos a todos con ese anillo? ¿Cómo podríamos detenerla antes de que fuera demasiado tarde?
—Quince... dieciséis... diecisiete...
El tiempo estaba corriendo en nuestra contra.
—Vamos a buscarla. —sugerí, moviéndome casi por instinto, aunque no tenía idea de hacia dónde debía ir y la voz de Karinna seguía en todas partes.
Leah me siguió de cerca, su respiración acelerada delatando su creciente nerviosismo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, sus pasos rápidos tratando de mantenerse a mi ritmo.
Sonreí con ironía, más para ocultar mi propio temor que por convicción.
—No lo sé, pero tenemos que detenerla. Tú tendrás que ayudarme. —Dije, volviéndome hacia ella brevemente.
Leah tragó saliva y asintió, aunque su rostro reflejaba dudas.
—¿Y si no podemos? El anillo... no tienes idea del poder que puede otorgarle.
—No me importa lo que pueda hacer ese anillo. No voy a quedarme esperando a que Karinna nos mate mientras termina de contar.
La voz continuaba implacable, como si disfrutara de nuestra desesperación.
—Diecinueve... veinte... veintiuno...
El tiempo parecía deslizarse entre mis dedos, y cada número era un recordatorio de lo poco que nos quedaba. Sabía que Leah estaba aterrada, pero no podíamos darnos el lujo de detenernos.
De repente las ramas comenzaron a moverse, primero las del suelo, arrastrándose como serpientes vivas, y luego las de los árboles, crujientes y amenazantes, extendiéndose hacia nosotras. Incluso las raíces bajo mis pies se retorcían, como si intentaran atraparnos.
¿Qué estaba pasando?
—¡Leah, esto no es normal! —grité mientras daba un salto para esquivar una raíz que intentó enredarse en mi tobillo.
—¡Lo sé, la naturaleza está tratando de ayudarnos! Pero está descontrolada porque tu amiga tiene mi anillo.
Comenzamos a correr, esquivando las ramas que descendían de los árboles como látigos, pero Leah se detuvo de repente y cayó de rodillas.
—¡¿Qué haces?! ¡Nos van a atrapar! —le grité, pero ella me ignoró, colocando su mano firmemente sobre el suelo.
—Soy una druida, Nyssa. Tengo el poder de conectarme con la naturaleza en una forma que pocos pueden comprender. Pero hay algo que me distingue de otras criaturas elementales... Mi clan no es como los demás. No controlamos todos los elementos, solo uno. Y a mí... me tocó la tierra.
Mientras hablaba, su mano comenzó a brillar con un intenso color verde, y sentí un cambio en el aire, como si el bosque se detuviera al escucharla. Las ramas y raíces dejaron de moverse frenéticamente y se replegaron ligeramente, como obedeciendo a su voluntad.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, entre asombrada y aterrada por lo que veía.
—Estoy buscando a Karinna. La tierra puede decirme dónde está.
Unos segundos después, Leah abrió los ojos de golpe, con una expresión de alarma.
—Está en el viejo árbol, el que se encuentra en el claro al este.
—¡Entonces vamos!
La castaña se puso de pie de un salto y comenzó a correr, guiándome por un sendero que parecía abrirse frente a ella. Las ramas intentaban interponerse, pero Leah las esquivaba con agilidad, como si el bosque le estuviera mostrando el camino.
—¡Corre, Nyssa! No te detengas, no importa lo que pase.
Yo corría detrás de ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Podía oír la voz de Karinna, cada vez más clara, contando con un tono frío y lleno de maldad:
—Treinta y dos... treinta y tres... treinta y cuatro...
El viejo árbol, parecido a un sauce llorón se alzaba frente a nosotras como un gigante. Debajo de sus hojas, Karinna estaba sentada, en su rostro había una tranquilidad inquietante. Su cabello negro flotaba como si una brisa invisible lo moviera, y sus ojos, completamente blancos, parecían mirar a ninguna parte.
—Cincuenta y ocho... cincuenta y nueve... sesenta... —su voz resonaba fuertemente en el aire, fría y distante.
Leah jadeó y dio un paso atrás.
—Es una vidente, Nyssa. —susurró, su voz cargada de asombro y preocupación.
Ya lo intuía.
No dije nada. Solo la miré, sintiendo que había algo más en ella. Leah no solo podía conectar con la naturaleza, era como si tuviera un poder extraño para ver a través de ti, como si pudiera leer lo que no decías en voz alta. Por eso estaba tan empeñada en adivinar lo que yo era. Y por eso descubrió tan rápido lo que Karinna era.
Karinna... yo ya lo sabía, de alguna forma, pero nunca me había atrevido a decirlo. No podía ser normal que siempre supiera lo que iba a pasar. Ese día, el día que su padre murió, me lo había dicho antes, como si ya lo hubiera soñado y luego ocurrió.
Y no era la primera vez. Cuando éramos pequeñas había predicho accidentes y cosas que luego terminaban ocurriendo tal cual ella las describía. Siempre parecía saber lo que venía, y eso... me inquietaba. ¿Cómo podía ser posible? ¿Y si, de alguna manera, ella no solo lo veía, sino que ya no tenía control sobre lo que estaba por pasar?
Pensar en eso me hizo recordar la advertencia que me soltó en la piscina aquella vez. Me dijo que en mi vida nada iría para bien. Y aunque lo había dicho tan tranquila, me retumbaba en la cabeza como un mal presagio. Solo esperaba que su predicción no hubiera sido correcta. La verdad es que ya no quería más mierda en mi vida. Ya había tenido suficiente de todo esto.
—Por eso pudo tocar mi anillo. ¡Es familia!
Fruncí el ceño. ¿Familia? Esto se estaba complicando demasiado rápido.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunté, sin apartar la vista de Karinna.
Leah señaló la mano de Karinna, y ahí estaba: el anillo. Brillaba con un resplandor tenue en su dedo.
—Tenemos que quitarle el anillo.
—¿Cómo podemos hacerlo? —pregunté, mirando cómo Karinna seguía contando, ajena a nuestra presencia.
Leah me miró de reojo, con una sonrisa extraña.
—Tengo mis trucos.
Antes de que pudiera replicar, Leah cerró los ojos y extendió las manos hacia el árbol. Su voz resonó firme, como un juramento:
—Yo, Leah Dixon, invoco el poder de la naturaleza. Que la tierra y sus ramas se muevan a mi favor. Que detengan aquello que amenaza el equilibrio.
El suelo bajo nosotras tembló ligeramente, y las ramas del árbol comenzaron a moverse, esta vez de manera controlada. Subían y se enroscaban alrededor de Karinna, atrapando sus brazos y piernas. Por primera vez, Karinna dejó de contar.
—¡Padre... no te vayas! ¿A dónde vas? —exclamó con una voz rota y vacía, como la de una niña perdida.
Me quedé paralizada. Algo en su tono hizo que mi piel se erizara. ¿Era real? ¿Estaba sufriendo?
—¡Es una ilusión, Nyssa! —gritó Leah, tirando de mí para sacarme de mi trance—. Es el anillo. Muévete, quítaselo. ¡Ahora!
Asentí, aunque mis piernas se sentían de plomo. Corrí hacia Karinna, esquivando las ramas que se retorcían y crujían. Mi mano temblaba mientras agarraba el anillo. Tan pronto como lo toqué, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, como si algo oscuro y maligno me atravesara.
—¡Lo tengo! —grité, retrocediendo con el anillo en la mano.
Leah extendió la mano hacia mí, sus ojos brillaban con una mezcla de urgencia y determinación.
—Dame el anillo, Nyssa.
Sin pensarlo demasiado, lo coloqué en su palma. Ella lo tomó con cuidado y cerró los ojos. En cuanto el anillo tocó su dedo, comenzó a brillar con un resplandor verde intenso. Las ramas que mantenían a Karinna atrapada se desvanecieron en el aire, como si nunca hubieran estado ahí.
Leah abrió los ojos y exhaló con alivio.
—Ya está. Nada pasó a mayores. —su voz sonaba tranquila, pero su mirada seguía fija en la pelinegra.
En ese momento, Karinna se desmayó y cayó con un golpe seco. Me apresuré hacia ella, temiendo lo peor, pero para mi sorpresa, sus ojos ya no estaban blancos. Me miró, confundida.
—¿Nyssa...? —su voz era un susurro tembloroso, como si apenas pudiera entender dónde estaba.
Me arrodillé a su lado, colocándole una mano en el hombro.
—Estoy aquí. ¿Estás bien?
Ella parpadeó varias veces, como intentando recordar algo. Su rostro se contrajo de dolor mientras las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas.
—Yo... estaba caminando hacia la mansión de los Hill. —dijo entre sollozos—. Vi una silueta... era mi padre. Estaba ahí, frente a mí, y a su lado estaba mi madre. Me llamaban, Nyssa. Sentí que debía ir con ellos, y entonces... lo perdí todo. Ya no sabía dónde estaba. Nyssa, ¿qué me pasó?
La abracé mientras sus lágrimas empapaban mi hombro. Su confusión y angustia eran palpables, y por un momento, no supe qué decirle.
Leah se acercó, con el rostro más serio de lo que la había visto antes.
—Esto es obra de mi señora —dijo, su voz solemne y algo sombría—. Ella no las quiere aquí... o tal vez sí. Guió a Karinna sabiendo que tú la seguirías, Nyssa. Algo está muy extraño en todo esto.
Me aparté un poco de Karinna, mis pensamientos girando como un torbellino. ¿Qué significaba eso? ¿Quién era esa "señora" y por qué estaba involucrada?
Miré a Leah, esperando respuestas. Pero su expresión parecía indicar que, aunque entendía más de lo que decía, tampoco tenía todas las piezas del rompecabezas.
Karinna seguía aferrándose a mi brazo, sus sollozos suaves rompiendo el silencio del bosque. Sus palabras aún resonaban en mi mente: su padre, su madre, la confusión de no saber dónde estaba. Pero no podíamos quedarnos aquí más tiempo.
—Tenemos que salir de aquí. —Dije finalmente, levantándome y mirando a Leah con determinación—. ¿Vienes con nosotras?
Ella negó con la cabeza, cruzando los brazos.
—No pueden salir de este lugar. Hay una barrera, ¿recuerdas?
Fruncí el ceño, mis labios se torcieron en una mezcla de frustración y desafío.
—No importa lo que digas. Lo intentaremos de todas formas.
—Nyssa... —Leah suspiró profundamente antes de mirarme con seriedad—. ¿No entiendes? No pueden salir de este lugar. Aparte, yo no quiero salir de aquí. No voy a dejar a mi familia sola.
Mis manos temblaban, pero logré levantar a Karinna del suelo, pasándome uno de sus brazos por los hombros para sostenerla. Estaba débil, pero su respiración era constante.
—Entonces, al menos llévanos a donde está la barrera. Lo intentaré.
Leah me observó durante un momento, su mirada un tanto cansada, pero finalmente se encogió de hombros.
—Te dije que no podrán salir. Pero bueno... —dijo con una sonrisa irónica, dándose la vuelta y comenzando a caminar—. Llévate a la vidente. Vamos a ver si ustedes tienen suerte. No es por ser pesimista, pero cientos de personas hace mucho tiempo entraron y nunca volvieron a salir. Déjame decirte, murieron con el paso de los años.
Ignoré sus palabras para no sentirme miserable y la seguí mientras sujetaba a Karinna con fuerza, mi corazón martillando en mi pecho. La mención de una barrera solo hacía que mis dudas y temores crecieran. Si Leah decía la verdad, entonces estaba por descubrir qué tan atrapadas estábamos realmente en este extraño y aterrador lugar.
Llegamos finalmente a la orilla del bosque, y mi corazón se hundió al reconocer el lugar. Allí había estado el búho, y fue donde aquella presión inexplicable casi me paralizó. Mis pasos se detuvieron mientras miraba a mi alrededor, tratando de ignorar la inquietante familiaridad que sentía.
Leah se acercó y extendió una mano hacia lo que parecía ser... nada. No había nada visible, pero al tocar el aire, se produjo un leve resplandor, como si su palma chocara contra un vidrio invisible.
—Mira. —Ella dejó la mano en la barrera y me miró de reojo—. No se ve, pero está ahí. No podemos salir.
Mi mandíbula se tensó al escucharla, la frustración creciendo en mi interior.
—Eso no puede ser verdad. —Negué, dejando a Karinna en un rincón mientras daba un paso hacia adelante, con la intención de comprobarlo por mí misma—. Espera.
Leah me observó con un leve ceño fruncido mientras yo levantaba mi mano para tocar la barrera. Apenas rozaba la superficie cuando un grito desesperado de Leah me heló el cuerpo.
—¡Cuidado!
Me giré rápidamente hacia ella, pero ya era demasiado tarde. De la nada, una nube negra surgió como una sombra violenta y se lanzó hacia mí con una velocidad imposible. La sentí chocar contra mi pecho y, antes de que pudiera reaccionar, un dolor inimaginable se apoderó de mi corazón.
Caí de rodillas al suelo, jadeando mientras la presión aumentaba. Mi visión se nubló, y un sabor metálico inundó mi boca antes de que escupiera sangre sobre el suelo.
—¡Nyssa! —La voz de Karinna era un susurro lejano, llena de pánico.
Ella se arrodilló a mi lado, sus ojos llenos de preocupación.
—¿Qué te pasó?
El dolor comenzó a disminuir, pero el vacío que dejó en mi pecho era aterrador. Sacudí la cabeza, tratando de entender, pero no encontraba palabras para describirlo.
Leah me miró con una mezcla de miedo y urgencia, su rostro pálido bajo la luz tenue del bosque.
—Eso era una sombra. —Dijo finalmente, su voz quebrándose—. Una sombra de mi señora. Creo que intentó matarte.
Sus palabras se asentaron en mi pecho como un bloque de hielo. No entendía por qué esa "señora" haría algo así, pero una cosa era clara: estábamos lidiando con algo mucho más peligroso de lo que imaginaba.
El dolor seguía latente, pero algo dentro de mí se negó a rendirse. Me tambaleé mientras intentaba levantarme, apoyándome en una rodilla. Leah me miraba con una mezcla de miedo y desconcierto.
Moví la cabeza de un lado a otro, buscando a esa persona, pero no vi a nadie. Ni un rastro, ni el más mínimo indicio de que alguien hubiera estado allí. Era como si nunca hubiera existido, como si se hubiera desvanecido en el aire.
—¿Por qué mi señora intentó matarte? —preguntó, su voz apenas un susurro cargado de dudas.
Levanté la mirada hacia ella y negué lentamente con la cabeza.
—Realmente no lo sé... pero quiero descubrirlo.
Ella dio un paso atrás, cruzándose de brazos mientras su mirada iba de mí a Karinna, que seguía a mi lado.
—No eres normal, Nyssa. —afirmó Leah con un tono casi acusador, pero había miedo en su voz—. Con ese ataque deberías estar muerta... pero estás aquí, viva. Algo pasó.
Mis labios se apretaron, y no respondí de inmediato. En lugar de eso, me giré, escupiendo más sangre al suelo. El sabor metálico comenzaba a desaparecer, y el dolor, aunque persistente, se estaba reduciendo. Sentí como si algo dentro de mí estuviera luchando por repararse.
—Nyssa... —Leah volvió a hablar, esta vez con más urgencia—. Tienes que salir de aquí. A mi señora no le gustó tu presencia. Pero... lo malo es que no sé cómo sacarte. Lo siento.
Me giré hacia ella, obligándome a mantenerme firme.
—Tranquila. Saldremos de aquí.
Karinna, que había permanecido en silencio todo este tiempo, finalmente explotó.
—¿De qué están hablando? —dijo, su voz llena de confusión y ansiedad—. ¿Cómo que no eres normal, Nyssa? ¡Estoy tan confundida! ¿Qué está pasando aquí?
Su mirada buscaba respuestas, pero yo no tenía las que necesitaba. Bajé la cabeza por un momento, preguntándome lo mismo. ¿Por qué seguía viva? ¿Qué había en mí que la "señora" no toleraba? ¿Y qué significaba todo esto? Pero una cosa era segura: algo estaba cambiando, y no sabía si eso era bueno o malo.
Karinna se acercó con pasos firmes, sus manos temblaban, pero su voz salió como un grito desesperado.
—¡Nyssa, salgamos de aquí! Y tienes que explicarme qué diablos está pasando. ¿De qué habla esta loca? ¿Qué es eso de que no eres normal, que tiene una señora y qué fue eso que te golpeó y te hizo escupir sangre? ¡Necesito respuestas!
Suspiré profundamente, tratando de calmarme. El enojo y la confusión de Karinna eran más que entendibles, pero yo misma no tenía claridad sobre lo que ocurría. Me levanté con esfuerzo, cerré los ojos y me obligué a respirar lentamente, buscando estabilidad en el caos que me rodeaba. Sin pensar demasiado, extendí la mano hacia la barrera.
Apenas mis dedos tocaron la superficie invisible, un extraño calor recorrió mi brazo, y ante mis ojos, la barrera se desvaneció como si nunca hubiese estado allí.
—¡Lo lograste! —exclamó Leah, con los ojos abiertos como platos—. No puedo creerlo... ni siquiera yo puedo hacerlo. Solo mi señora es capaz de abrir la barrera, y ella es increíblemente poderosa.
Mi mano permanecía suspendida en el aire, todavía procesando lo que acababa de ocurrir. Bajé la mirada hacia Leah, quien no dejaba de observarme como si hubiese visto un milagro.
—No tengo idea de cómo lo hice, —dije finalmente—. Solo sentí que debía intentarlo. Fue puro instinto.
Karinna soltó una carcajada nerviosa, sacudiendo la cabeza.
—Pues tu instinto es excelente, Nyssa, porque esto fue una locura.
Sonreí ligeramente y miré hacia los árboles oscuros que se abrían ante nosotras, liberándonos del encierro.
—Bien, debemos irnos. Danna debe estar buscándome.
Leah se cruzó de brazos, negando con la cabeza con un aire de tranquilidad inesperada.
—Quédate tranquila. El tiempo aquí y afuera no es el mismo.
Ambas la miramos confundidas. Leah sonrió, como si estuviera a punto de compartir un secreto valioso.
—Mientras el tiempo aquí es rápido, allá afuera es más lento. Probablemente solo hayan pasado uno o dos minutos desde que llegaste.
Karinna y yo intercambiamos una mirada de asombro.
—Bueno... pues genial, —dije con un toque de alivio—. Eso nos da ventaja para salir de este lugar y procesar todo lo que acaba de pasar.
Sin más, me giré hacia el camino abierto frente a nosotras, sintiendo que, aunque habíamos escapado, algo mucho más grande nos esperaba más allá de los árboles.
Observé a Leah con curiosidad, aún intentando comprender qué la retenía en este lugar. Tomé aire, pensando en cómo plantearlo.
—¿Segura que no quieres venir con nosotras? —pregunté con suavidad, tratando de no sonar invasiva—. Podemos encontrar una forma de ayudarte allá afuera.
Leah negó con la cabeza, sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación.
—La verdad es que deseaba que se quedaran conmigo, pero no, estoy bien aquí. Este bosque es mi hogar, y mi familia está aquí conmigo. No puedo dejarlos solos.
Mis labios se apretaron en una fina línea. Era difícil imaginar lo que debía estar sintiendo. ¿Qué tan complicado debía ser vivir aislada, retenida por una barrera y atada a una "señora" que no parecía querer su bienestar? Miré a Karinna, que se mantenía callada pero no menos intrigada, y luego volví la vista a la castaña.
—¿Qué le pasó a toda tu familia, Leah? —pregunté con cautela.
Ella desvió la mirada hacia los árboles, su expresión se volvió más sombría.
—Eso no importa ahora, Nyssa, —dijo, intentando sonar casual, aunque su voz temblaba ligeramente—. Lo que importa es que ahora sabes cómo derribar la barrera. Si algún día decido salir, te lo haré saber. Es bueno saber que tengo una amiga dispuesta a ayudarme.
Leah sonrió con sinceridad, y antes de que pudiera responder, lanzó un suave silbido al aire. Un batir de alas resonó entre los árboles y, casi como si hubiese estado esperando el momento, el búho que había visto anteriormente apareció. Se posó en una rama baja, observándonos con sus ojos brillantes y curiosos.
—¿Eso es...? —Karinna no terminó la pregunta, mirando al ave con una mezcla de asombro y temor.
—Mi fiel compañero, —dijo Leah con orgullo, acariciando el aire como si tocara las plumas del búho—. Él siempre me encuentra, sin importar dónde esté. Es mi guardián.
Karinna frunció el ceño, aún desconcertada.
—¿Siempre estuvo contigo?
—Siempre, es como mi animal espiritual —confirmó Leah con una sonrisa traviesa. Luego miró al búho y le murmuró algo que no entendí, pero el animal pareció entender perfectamente. Dio un leve ulular antes de alzar el vuelo y perderse en la penumbra.
Me quedé pensando en Leah, en su vida en este bosque, y en cómo era capaz de sonreír a pesar de todo. Quería ayudarla, sacarla de aquí, pero entendía que ese debía ser su propio paso.
—Si decides salir, no dudes en hacérmelo saber —le dije, con voz firme pero amable.
—Lo haré, Nyssa. Lo prometo. —Me observó de manera cálida, y luego añadió—: Cuando te necesite, mandaré a mi guardián, Orión.
La barrera comenzó a cerrarse, y la figura de Leah desapareció entre los árboles. Lo último que vi de ella fue su sonrisa, una que parecía guardar más secretos de los que podría entender.
Karinna se cruzó de brazos, mirándome fijamente. Su mirada estaba llena de una mezcla rara entre frustración y compasión.
—No puedes querer ayudar a alguien cuando ni siquiera te has ayudado a ti misma, Nyssa —musitó, su voz cargada de reproche, como si me estuviera señalando algo que ya sabía pero no quería admitir.
La miré, confundida y ligeramente a la defensiva.
—¿Qué quieres decir con eso?
Karinna suspiró, como si no supiera si debía continuar, pero terminó soltándolo todo de golpe.
—No creas que no lo sé. Tu padre te sacó de tu casa.
Sentí que el aire se atascaba en mis pulmones. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
—¿Cómo sabes eso...? —susurré, con la vergüenza aflorando en mi pecho.
Ella me miró con firmeza, como si hubiera estado esperando este momento.
—Todos en el pueblo lo saben, Nyssa.
Su respuesta me golpeó como una ráfaga helada. Bajé la mirada, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
Karinna dio un paso más cerca y, con un tono más bajo pero lleno de intensidad, añadió:
—Pero el problema no es quién sabe lo que pasó... sino lo que aún no sabes tú.
—¿Qué sabes tú sobre eso? —pregunté, mirándola, pero ella evitó mi mirada, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta.
—Nada que necesites saber por ahora... —respondió, sin prisa, como si no le importara lo que pensaba.
Y con esas palabras, el silencio cayó pesado, dejando todo en suspenso.
🐺
¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 32. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
Hasta aquí, Erika <3
«Anillo de Leah en multimedia, arriba»
Ok, Karinna es una de esas personas súper raras, pero en serio, ella ya se sabe toda esta historia de principio a fin, solo que no puede revelar nada, lamentablemente.
Tengo que decir que en este capítulo Nyssa y Karinna han hablado normal, sin sufrimiento, parece ser un avance
¿Teorías?
Leah dice que la Reina de las Sombras intentó matar a Nyssa, ¿y si en realidad estuvo ayudándola y nadie lo supo? JAJAJA
Pobre Leah, no tiene a nadie. Podría habernos mentido a todos y ni siquiera nos habríamos dado cuenta, jajaj.
Algunas cosas de este capítulo están inspiradas en una serie, se llama Back From the Brink.
✩°𓏲⋆🌿. ⋆⸜ 🍵✮˚
— LEAH DIXON —
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
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