Capítulo 31 💫
🐺
MARATON 3/3
꒷꒦︶꒷꒦︶ ๋ ࣭ ⭑꒷꒦
El coche avanzaba con suavidad, y los árboles pasaban como sombras a través de la ventana. Mis dedos jugaban nerviosos con un pliegue de la falda del trabajo, mientras mi mente iba y venía entre lo que había pasado en el club y lo que podría suceder ahora. El silencio dentro del vehículo se sentía pesado, solo interrumpido por el murmullo del motor y el ocasional crujido del asfalto bajo las ruedas.
Damon conducía con la vista fija en la carretera, su traje aún manchado, y un ligero olor a licor flotaba en el aire, probablemente del derrame. Sus rasgos permanecían inexpresivos, pero podía sentir esa energía suya que parecía llenar todo el espacio a nuestro alrededor.
Me atreví a mirarlo de reojo, notando cómo las luces de la calle dibujaban sombras en su rostro. Las palabras se formaron en mi garganta antes de que pudiera detenerlas.
—Gracias —dije, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más suave de lo que esperaba—. Por salvarme aquella vez y llevarme al lago... por sacarme del parque cuando estaba bajo la lluvia... y por hoy, por salvarme de aquel hombre. Gracias por todo, de verdad.
Por un momento, pensé que no me respondería. Luego, desvió la mirada hacia mí, solo un instante, antes de volver a fijarse en el camino.
—No pasa nada —dijo con ese tono bajo y controlado—. Ahora que viviremos juntos, lo mejor será tratarnos mejor... como amigos.
Amigos. Esa palabra me molestó más de lo que estaba dispuesta a admitir. Arrugué la nariz sin poder evitarlo y crucé los brazos.
—No he decidido quedarme en tu mansión —solté, levantando un poco la barbilla.
Él me miró de nuevo, esta vez por más tiempo, como si tratara de leer algo en mi rostro. Finalmente, volvió a concentrarse en la carretera.
—¿Entonces prefieres vivir en la calle? —preguntó, con una calma que me irritó. —Por mi no hay problemas.
Abrí la boca para responder, pero sus palabras me dejaron sin palabras por un segundo.
—Tengo una casa —dije finalmente, aunque la sola idea de regresar allí me causaba escalofríos. Mi tío... ese lugar... era el último sitio al que quería ir.
Y a pesar de que mi tío tenía cadena perpetua y nunca saldría de la cárcel, la sola idea de regresar a ese lugar me revolvía el estómago. Recordar todo lo que pasó y lo que vi era suficiente para hacerme sentir náuseas.
Damon dejó escapar un sonido bajo, como una mezcla de risa y suspiro, pero no apartó la vista del camino.
—Si la tuvieras, no estarías durmiendo en un parque con todas tus pertenencias tiradas —contestó, cortante—. Deja de ser tan testaruda y quédate con nosotros hasta que encuentres otro lugar.
Sus palabras me dejaron helada. Sabía que tenía razón, pero había algo en su tono, en la manera en que hablaba como si ya hubiera tomado la decisión por mí, que me hacía querer discutir. Y sin embargo, no pude responder.
Mis ojos volvieron a la ventana, a los árboles que parecían susurrar cosas que no quería escuchar. Quizá tenía razón. Quizá no tenía otra opción.
—¿Qué hacías en el club? —pregunté con tono neutro, sin apartar la vista del camino.
—Danna me dijo que comenzarías a trabajar ahí —respondió rápidamente, queriendo desviar la atención de él.
—Fuiste por mí —asumí, con un poco de emoción en la voz mientras lo observaba de reojo.
No respondió. Simplemente siguió mirando la carretera, ignorándome por completo. Yo, en cambio, no podía apartar la vista de él. Sabía que era demasiado obvia al mirarlo tan descaradamente, pero por alguna razón quería que lo supiera. Me gustaba... ¿entonces para qué negarlo?
Minutos después llegamos a la mansión. Mi corazón latía más rápido de lo que quería admitir. Abrí la puerta del auto con manos temblorosas y avancé hacia la entrada, sintiendo su presencia detrás de mí como una sombra persistente. Cada paso que daba, mi cuerpo se tensaba más, consciente de que sus padres estarían dentro.
Me volví ligeramente, incapaz de resistir la curiosidad, para ver qué estaba haciendo. Damon caminaba con la mirada perdida en algún punto indefinido, sus labios formaban una línea fina y tensa. No parecía feliz, y eso no me gustaba. Me gustaba cuando sonreía; había algo en su sonrisa que cuando aparecía desarmaba todo mi mundo. Por alguna razón, era la más hermosa que había visto alguna vez.
De pronto, volvió a la normalidad, como si se diera cuenta de que lo estaba observando. Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, antes de que tomara el pomo de la puerta con decisión. Sin decir nada, la abrió y me hizo una seña para que entrara primero.
Obedecí en silencio. Apenas crucé el umbral, un exquisito aroma a lasaña inundó el aire, cálido y acogedor. Al entrar, el olor se hizo aún más intenso, envolviendo cada rincón de la gran casa con una calidez hogareña que relajó mis hombros tensos. Apenas di dos pasos, la voz familiar de Claudia resonó desde la cocina.
—¡Nyssa, cariño! —exclamó con entusiasmo, y en cuestión de segundos apareció en el pasillo, con una gran sonrisa en el rostro y un delantal lleno de pequeñas manchas de salsa.
—Hola, Claudia. —Sonreí, sintiéndome extrañamente tranquila en su presencia, como siempre.
—Ven acá. —Extendió los brazos para darme un abrazo, como si no nos hubiéramos visto en años—. ¡Qué gusto verte! Mira nada más, te ves preciosa. Pero, oh, pareces un poco cansada. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, solo fue un día... largo. —Me encogí de hombros, mientras ella me observaba con esa mirada que solo alguien que te aprecia de verdad puede darte.
—Bueno, aquí estás en casa. Relájate, ¿sí? —me dijo, dándome una suave palmadita en el brazo antes de fruncir el ceño como si recordara algo importante—. Pero antes de que hagas cualquier cosa, jovencita, ve a lavarte las manos y a cambiarte, al parecer algo les pasó en el camino.
—Ah, claro. —Reí suavemente y empecé a caminar hacia el baño.
—Y no olvides usar jabón, ¿eh? —gritó desde detrás de mí, su tono más juguetón que autoritario.
ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ
Mis pensamientos no podían despegarse de lo que había pasado apenas ayer. Cuando llegué a la mesa, todos estaban ya reunidos. Había un ambiente cálido, casi familiar, aunque uno de los asientos al lado de Damon estaba vacío. Donovan no había venido, y tal vez, sin saberlo, eso me daba cierto alivio. La comida estaba deliciosa, y el aire se llenaba de las risas de los demás, de sus charlas animadas y de la amabilidad que Claudia y Dalton irradiaban.
Desde que había llegado, Claudia había sido un amor, con esos pequeños gestos de cariño que parecían nacerle naturalmente. Su esposo, Dalton, también me sorprendió; su apariencia imponente no se correspondía en nada con su trato afable y acogedor. A medida que avanzaba la cena, empecé a pensar en excusarme y agradecerles por todo. No quería imponerme; no los conocía bien y no podía tomarme la libertad de quedarme en una casa que apenas había pisado.
Pero, en ese momento, noté algo que me dejó helada: ellos ya estaban hablando y actuando como si yo fuera a vivir allí, como si ese fuera un hecho ya decidido. Sentí cómo una incomodidad se me iba enredando en el estómago. Me molestaba la idea de que hubieran asumido algo tan grande sin preguntarme. Aunque... sabía que necesitaba ayuda, al menos por unos días. No podía ser tan orgullosa como para rechazar lo que me ofrecían, sobre todo teniendo en cuenta que, de no quedarme, no tendría un lugar donde dormir esa noche.
Fue en ese instante que Dalton, como si entendiera la tormenta que se desataba en mi cabeza, me miró con una calma profunda y me dijo algo que todavía resuena en mi mente.
—A veces, la vida nos coloca en lugares inesperados —dijo, con esa voz segura—. Pero son esos lugares, los que no buscamos, los que nos muestran cosas de nosotros que ni siquiera imaginábamos.
Esas palabras, tan simples y sabias, hicieron que todo encajara un poco más. Quizá, solo quizá, quedarme unos días con ellos no sería una mala idea. Al menos hasta poder juntar algo de dinero, encontrar un lugar o, al menos, costearme un hotel.
—¡Nyssa! —gritaron desde el otro lado de la puerta de la habitación en la que me estaba instalando—. ¿Ya estás vestida?
—Sí, Danna —respondí, con una sonrisa boba. Desde que llegué, Danna no había parado de llenarme de preguntas, anécdotas y conversaciones interminables—. Puedes pasar.
Ella entró con una gran sonrisa, y al acercarse, me rodeó con sus brazos en un abrazo que me tomó por sorpresa. Me sonrojé ante el gesto.
—No puedo creer que hayas aceptado quedarte con nosotros, estoy tan feliz —dijo, apartándose y mirándome a los ojos. Luego añadió—: Ah, y Karinna vendrá, la invité a ir con nosotras.
Al escuchar ese nombre, todo mi cuerpo se tensó de inmediato. Pensar en cómo había terminado mi relación con ella me dejaba un mal sabor de boca. Me sentía culpable, porque, en cierto modo, quizás sí fue mi culpa. Miré hacia el espejo, obligándome a sonreír para no mostrar lo mucho que me había desconcertado la noticia, y seguí peinándome.
—Qué bueno, entonces seremos tres, estará genial —dije, aunque mi voz salió apenas como un susurro.
Danna me había invitado esa misma mañana a acompañarla a recoger un paquete que le había enviado una amiga desde Francia. Su emoción era contagiosa, y no pude negarme; después de todo, ahora que me habían ofrecido un lugar en su casa, me sentía en deuda con ellos.
Tenía mucha curiosidad por saber cómo habían sido sus vidas en Francia antes de mudarse a este lugar frío y frondoso, un pueblo pequeño y olvidado. Sabía que habían nacido allí, que el francés era su idioma natal y que toda su vida la habían pasado en aquel país. Pero, por alguna razón, terminaron aquí, tan lejos de su hogar.
—¡Estoy tan emocionada! —exclamó, radiante—. Sophia es una muy buena amiga, pero, debido a las circunstancias, ya no podemos vernos. Aun así, hablamos por teléfono de vez en cuando.
Me perdí en mis pensamientos mientras continuaba peinándome y miraba a Danna a través del espejo, que había dejado de hablar para empezar a tararear una canción. Me reí suavemente; en ese momento, no quedaba ni rastro de la Danna que me había defendido con tanta valentía de aquel vampiro, ni de la que se había enojado con firmeza con sus hermanos. Ahora parecía una niña pequeña, recordando algo bonito de su vida en Francia.
—Voilà, voilà, voilà, voilà qui je suis... —comenzó a cantar bajito, pero aun así podía escucharla. Su voz, clara y cargada de emoción, llenó cada rincón de la sala, envolviéndome en una calidez inesperada. Había algo en su voz que iba más allá de la melodía; era como si expusiera su alma en cada palabra—. Me voilà, même si mise à nu, c'est fini...
(Eso es, eso es, eso es, eso es lo que soy) (Aquí estoy, aunque expuesta, se acabó)
No entendía el significado de la letra, ya que estaba en francés, pero su elegancia y belleza me cautivaron mientras ella cantaba, absorta en sus propios pensamientos.
Al parecer, todos aquí, además de belleza, también poseían algún talento oculto.
—Es una canción muy bonita; me gusta cómo suena —le dije en un intento de halagarla. Danna parpadeó, regresando al presente, y me dedicó una sonrisa.
—¿Verdad que sí? —preguntó, y asentí—. Alguien muy importante para mí me la enseñó, y desde ese momento no he podido dejar de escucharla.
Con una sonrisa, me quité del espejo y tomé mi bolso. Al indicarle que ya estaba lista, ella se levantó de la cama y caminó hacia la puerta conmigo. Mientras recorríamos el largo pasillo, se detuvo de pronto.
—¡Ay! Olvidé mi caja de chicles. No puedo vivir sin ellos —aseguró con una risita—. Espérame en la salida, y si ves a Karinna, inicia alguna conversación; solo será un rato.
Reí por su olvido y bajé las escaleras, atravesé la sala y salí al aire libre. Tomé una bocanada de aire fresco, dejando que la brisa me diera ese pequeño respiro que tanto necesitaba.
Caminé sin rumbo, haciendo tiempo, hasta que, casi sin darme cuenta, terminé en un claro lleno de árboles y flores. Al voltear, vi la mansión a lo lejos, y supe que no me había alejado tanto. Me dejé caer en una roca grande y áspera, intentando descansar, pero mi mente no me daba tregua.
Todo volvía a mí, una y otra vez: mi vida, mi mamá, mi papá... y sobre todo, esa escena de cuando me echó de casa. ¿Por qué hizo eso? Todo había estado bien, o al menos eso creía. Y ahora, después de tanto tiempo, ¿de verdad significaba tan poco para él? No entendía nada, solo sentía ese vacío en el pecho, esa sensación de haber perdido mi lugar en el mundo.
¿Por qué me echó como si no valiera nada? Como si fuera basura, una molestia de la que tenía que librarse. Recordé la forma en la que me miraba, esas palabras frías que parecían cuchillos. Me dolía todo, y aunque intentaba ser fuerte, las lágrimas querian salir sin control. Me sentía rota, abandonada por la persona que se suponía que más debía quererme. No importaba lo que había hecho o dicho antes, nada valía ya.
No sé cuánto tiempo estuve así, sentada en esa roca. Podrían haber sido minutos o una eternidad, pero sentía que el tiempo se congelaba en esa tristeza. De repente, escuché pasos y levanté la vista.
Vi a una chica caminando y reconocí ese cabello negro: era Karinna. Solté un suspiro y me levanté de la roca, sintiendo los nervios apretándome el pecho. No sabía qué me iba a decirme o cómo iba a reaccionar, pero de algún modo, esperaba que esta vez todo fuera diferente, que ella... estuviera bien.
Observé a Karinna y esperé que se acercara a la mansión o que al menos tocara el timbre, pero en lugar de eso, siguió de largo. Su cabello oscuro ondeaba con la brisa, y su rostro lucía sereno, como si se dirigiera a un lugar que solo ella conocía. No me miró, ni una sola vez. Simplemente siguió su camino hacia la izquierda, hacia el bosque. Ese bosque extraño que siempre me causaba escalofríos.
La situación era extraña, y una inquietud desconocida se apoderó de mí. Decidí seguirla, llamándola para que se percatara de mi presencia.
—¡Karinna! —mi voz resonó, rompiendo el silencio que había estado hasta hace un momento.
Ella no respondió. Su paso era firme, casi distante. De repente, se detuvo y giró solo el rostro para mirarme. Su expresión era... vacía, tranquila, como si yo no existiera. Su mirada no mostraba reconocimiento ni emoción alguna. Luego volvió a mirar hacia adelante y continuó su marcha, adentrándose más y más en el bosque.
Un escalofrío me recorrió, y mi instinto me gritaba que me detuviera, pero algo en mí no me dejó. Seguí caminando detrás de ella, insegura de lo que hacía. Lo último que vi de ella fue el destello de su pantalón blanco antes de que se perdiera por completo entre las sombras de los árboles. Corrí tras de ella e Intenté llamarla una vez más, más fuerte, pero el bosque pareció absorber mi voz. No hubo respuesta, solo un silencio abrumador.
Giré la cabeza hacia la mansión. Estaba lejos, más de lo que había creído. La duda me atrapó, pero la idea de regresar sin Karinna me inquietaba aún más.
Miré hacia el bosque, decidida a no dejarla sola, cuando algo capturó mi atención: una gran piedra oscura, enorme, semienterrada y cubierta de musgo. Parecía desgastada por el tiempo, pero tenía símbolos tallados, como runas extrañas. No entendía qué significaban, pero había algo en ellas que despertaba en mí un miedo que no podía explicar.
Sin pensarlo, acerqué la mano y toqué la piedra. Al instante, un escalofrío gélido recorrió mi brazo, extendiéndose por todo mi cuerpo, helando mi piel y haciéndome sentir como si estuviera atrapada en un mal sueño.
Retiré la mano de golpe, pero ese frío no desapareció, y una sensación de que algo —o alguien— me observaba desde las sombras comenzó a apoderarse de mí.
El viento dejó de sonar, y el bosque se tornó en un silencio tan denso que hasta el crujido de las hojas bajo mis pies parecía un susurro prohibido.
—¿Qué es esto? —murmuré, sintiendo que cada palabra se ahogaba en el aire.
Esa piedra se veía tan... extraña.
Me adentré en el bosque, aunque algo me decía que no lo hiciera. Pero no podía quedarme ahí parada, mirando como Karinna se metía en ese lugar sin importarle una mierda. Algo me estaba empujando a seguirla, algo que no entendía.
El aire estaba raro, como si todo estuviera respirando junto a mí, y el cielo se nublaba más y más. Mi cuerpo estaba tenso, pero aún así, llamé a Karinna.
—¡Karinna! ¿Dónde estás? —grité, pero solo escuché el eco de mi voz.
Nada. Solo el silencio. Entonces, un ruido me hizo detenerme. Un aleteo sobre mi cabeza. Miré rápidamente hacia arriba, y allí, en una rama baja, había una lechuza. Sus ojos, grandes y brillantes, me miraban fijamente. Me quedé paralizada. Sentí un escalofrío profundo recorriéndome, como si esa lechuza supiera algo que yo no.
La tierra estaba húmeda, como si acabara de llover. El suelo estaba pegajoso y cada paso hacía que me hundiera un poco más en este lugar de mierda. Miraba a mi alrededor, pero todo me parecía igual de oscuro y extraño. No sabía si estaba yendo por el camino correcto o si ya me había perdido. El miedo comenzó a apoderarse de mí, pero seguí adelante, porque, ¿qué más podía hacer?
Seguí caminando, sin darme cuenta del tiempo que pasaba. Tal vez fueron cinco minutos, tal vez más, pero me sentía cada vez más atrapada. El bosque parecía no tener fin, y aunque seguía llamando a Karinna, no recibía respuesta. No sabía si seguir buscando o si solo me estaba volviendo loca.
Entonces, de repente, sentí que algo había cambiado en el aire. Fue como si hubiera cruzado una línea invisible, una barrera, algo en el ambiente se volvió denso, raro. Me detuve de golpe, mi corazón latía con fuerza, como si se me fuera a salir del pecho. Miré hacia atrás, pero ya no podía ver la mansión. Me sentí sola, y ese pánico comenzó a apoderarse de mí.
—¡Karinna! —grité otra vez, más fuerte, pero el bosque me tragó la voz. Nadie me respondió. Solo quedaba silencio.
Entonces, un ruido me hizo girarme. Era un sonido raro, como metal chocando contra piedra. ¿Qué mierda era eso? No lo pensé mucho, el miedo ya estaba calándome hasta los huesos, y decidí seguir el ruido. Tal vez, sólo tal vez, encontraría alguna maldita pista sobre dónde estaba Karinna.
Finalmente, llegué a un camino. Era extraño, demasiado perfecto. El suelo estaba limpio, como si alguien lo hubiera podado recientemente. No había maleza, nada que pudiera interrumpir el paso. Pero lo que realmente me heló la sangre fueron las tumbas. A ambos lados del camino había lápidas, algunas viejas, otras nuevas. Todas tenían inscripciones y frases raras que no entendía de todo.
Mi corazón empezó a latir más rápido. ¿Qué demonios estaba pasando? Esto parecía un cementerio, un maldito cementerio.
Miré a mi alrededor, pero no vi a Karinna. ¿Dónde demonios estaba ella?
Seguí caminando por ese sendero de tumbas, mi piel se erizaba con cada paso. ¿Por qué había tantas lápidas? Todo esto me parecía surrealista, y aunque quería salir corriendo, algo en mí no me dejaba retroceder.
Me detuve frente a una de las lápidas. La inscripción tallada en piedra decía:
«Leonor Hawkins; siempre buena y fiel, fuiste una muy buena madre, el clan siempre te lo agradecerá»
Tragué saliva. ¿Qué clan? ¿Qué era todo esto? Seguí mirando otra lápida, algo en mí me empujaba a leerlas todas, aunque no sabía por qué.
«Martha Blackwood; tu magia nos guió en tiempos oscuros. Que la luz te acompañe siempre»
Cada frase me daba un escalofrío peor que el anterior. Me sentía como en un lugar sagrado y prohibido a la vez. Miré otra más:
«Clan de Sangre Pura; leales hasta el fin, el honor por sobre todo».
Las palabras estaban llenas de orgullo y respeto, como si estos nombres fueran de una historia antigua, algo que tenía que mantenerse oculto. Avancé hasta otra lápida, que era más grande que las demás:
«Clan Druida; guardianes del equilibrio y la sabiduría de la naturaleza. Que nuestras raíces se hundan en lo eterno, que nuestras ramas toquen los cielos. Somos el ciclo sin fin, la unión de la vida y la muerte, y el recordatorio de que cada final es un nuevo comienzo».
¿Clan Druida? ¿Sangre pura? Todo esto estaba lejos de lo que conocía, pero por alguna razón me parecía tan... poderoso, tan antiguo, como si estuviera descubriendo algo que no debería.
Entonces las vi: cuatro lápidas negras. Estas eran distintas a las demás, relucían bajo la poca luz que se filtraba entre los árboles. No tenían nombres grabados, solo frases extrañas:
«La luz y la oscuridad»
«El bien y el mal»
«El equilibrio y el desequilibrio»
«La vida y la muerte»
Sentí cómo el aire se volvía pesado, cada palabra parecía clavarse en mi mente, llenándome de un miedo profundo. Esto era una advertencia, una forma de marcar la dualidad de todo. El bien, el mal... el equilibrio... Me dieron ganas de salir corriendo, de dejar todo esto atrás.
Seguí caminando, pero ahora con el estómago encogido y el corazón en un puño. Y entonces la vi.
Había una figura delante de mí, una chica de cabello castaño oscuro, largo hasta la cintura, estaba de espaldas. Sostenía algo en la mano, parecía una herramienta, y estaba tallando letras en una lápida, cada golpe del metal contra la piedra resonaba en el aire. No podía ver su rostro, pero el sonido de la herramienta chocando contra la lápida me hacía estremecer.
Quise llamarla, pero las palabras no salían. Un miedo intenso me paralizó. ¿Quién era? ¿Qué hacía aquí?
Mi corazón latía frenéticamente, el instinto me decía que me diera la vuelta y me largara de ahí. Pero mis pies no se movían.
Tragué saliva y me obligué a acercarme un poco más, sintiendo cómo el corazón me latía tan fuerte que casi me dolía el pecho. Me esforcé en no retroceder, aunque cada paso hacia ella era como si el aire se volviera más pesado, como si algo oscuro y desconocido me envolviera.
—Hola... disculpa —logré murmurar, tratando de sonar firme, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.
La chica se sobresaltó, girando de golpe, con el rostro sorprendido, como si no esperara que alguien la viera, y mucho menos aquí. Cuando sus ojos cafés claros se encontraron con los míos, sentí una descarga fría, como un chispazo recorriéndome el cuerpo. Mi mente se nubló un segundo antes de que los recuerdos empezaran a invadir mi mente, uno tras otro. La reconocí de inmediato.
Ella. Era ella. La clarividente que aquella noche se sentó frente a nosotros y, en voz baja, nos reveló cosas que ninguno de nosotros había querido escuchar, secretos enterrados, advertencias extrañas. Lo que me dijo a mí nunca se me había borrado. Cada palabra suya había quedado grabada en mi memoria, algo tan oscuro que a veces quería creer que solo lo había imaginado.
Aun así, su nombre... su nombre no me venía. Tenía el rostro, los ojos, la voz en mi cabeza, pero su nombre se me escapaba como arena entre los dedos.
—Tú... —mi voz salió como un susurro, más cargado de nerviosismo del que me hubiera gustado— tú me recuerdas... ¿verdad?
La chica me miró por un instante y luego sus labios se curvaron en una sonrisa amplia, como si acabara de encontrarse con una vieja amiga. Sus ojos brillaron, llenos de una extraña mezcla de sorpresa y entusiasmo.
—¡Claro! ¡Eres tú! —exclamó, aún sonriendo—. Aquella pelirroja, ¿cómo olvidarte? Solo te vi una vez, pero te recuerdo perfectamente.
Me quedé helada, atrapada entre la incomodidad y la curiosidad. Su voz tenía esa misma energía inquietante de antes, y su sonrisa... había algo en ella que me descolocaba, como si no hubiera nada accidental en este encuentro, como si me hubiera estado esperando.
🐺
¡Hola a todos/as!
Les traigo el capítulo 31. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.
✨ ¿Qué les pareció el capítulo?
Hasta aquí, Erika <3
¿Recuerdan a la joven clarividente? Ella parece conocer "muy bien" a Nyssa, algo raro ¿no?
¿Dónde esta Karinna? Bueno eso lo veremos en el próximo capítulo y viene fuerte <3
¡Hasta la próxima! Cuídense.
—Erika M.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro