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Capítulo 28 💫

🐺

Diablillos, la maestra volvió, y voy a pasar la lista, así que digan presente:

PD: ¡Comenten, porfa! Cada comentario me ayuda muchísimo a seguir con la historia y darle vida a cada capítulo. 🖤

***

— DAMON HILL —

Estaba tirado en la cama, solo en mi habitación, cuando escuché unos golpes suaves en la puerta. Rodé los ojos. Otro toque más, insistente. Me levanté con desgana, y ahí estaba Danna, mirándome con esa sonrisa traviesa que solo saca cuando necesita algo. Su mano estaba levantada, a punto de golpear de nuevo.

—¿Qué quieres, Danna? —pregunté, apoyándome en el marco, ya cansado antes de escuchar su respuesta.

—Damon, préstame tu teléfono —me dijo, con voz melosa.

Fruncí el ceño. Mi teléfono era mío, punto. Pero ella insistió.

—Por favor...

Hice una mueca, porque mi teléfono es privado, y Danna sabe lo poco que me gusta compartir mis cosas.

—¿Y por qué no se lo pides a Donovan? —pregunté, cruzándome de brazos. Ella solía disfrutar de fastidiarlo, así que no entendía por qué estaba metiéndome a mí en esto.

—Donovan no está —dijo, alzando los hombros—. Además, tú eres... bueno, tú eres tú. Vamos, por favor.

Negué con la cabeza. Siempre he sido muy reservado con mi privacidad, y ella lo sabe. Pero Danna... ella sabe cómo jugar sus cartas. En un movimiento rápido, me abrazó y me apretó contra ella, pegando su cabeza en mi hombro, sabiendo que era mi punto débil.

—Anda, soy tu hermana pequeña —susurró, como si esa fuera la mejor excusa del mundo.

Suspiré, mirándola de reojo. Me irritaba la idea de darle mi teléfono, pero al mismo tiempo... Maldita sea, era Danna. Ella era... bueno, ella era lo más parecido a una debilidad que tenía.

No podía negarle nada a ella, no después de todas las veces que me ha apoyado, de cómo siempre sabe animarme cuando nadie más puede. A veces me daba cuenta de lo afortunado que era por tenerla, incluso aunque me volviera loco pidiendo cosas imposibles.

—¿Para qué lo necesitas? —pregunté, aún resistiéndome, aunque sabía que ya había perdido.

—Es para llamar a Nyssa —me soltó, bajando la voz. Noté una sombra en su mirada, algo más serio—. Le marqué cinco veces y no contesta. Y ahora... parece que apagó el teléfono. Damon, no es normal en ella.

Al escuchar el nombre de Nyssa, sentí un nudo en el pecho. Algo entre preocupación y frustración. ¿Por qué tenía que preocuparme yo también? Apreté la mandíbula. Esa pelirroja tenía una habilidad especial para entrar en mi cabeza y hacer que me preocupara por ella, aunque no quisiera.

Y ni hablar de cómo me beso. ¿Cómo pudo atreverse?

—Está bien —dije al final, sacando el aparato de mi bolsillo y entregárselo con un suspiro—. Llama y dime qué pasa.

Danna tomó el teléfono, marcó el número y esperamos en silencio, con el maldito tono de espera taladrando mis oídos. Mi paciencia se estaba agotando, y la ansiedad empezaba a pesarme. Si Nyssa no respondía, íbamos a tener que buscarla o por lo menos preguntar por ella a su padre.

Esperé, con esa sensación amarga de que algo no estaba bien, y me odié un poco por dejar que me importara tanto.

El tono de espera seguía sonando, cada pitido clavándose en mi mente, y me encontraba apretando los dientes sin darme cuenta. Danna frunció el ceño, con el teléfono pegado a la oreja y los ojos fijos en algún punto del suelo, como si tratara de concentrarse lo suficiente para hacer que Nyssa respondiera.

Pero entonces, de repente, el tono cesó. Solo silencio. Ella no respondió.

—Apagó el teléfono... otra vez —murmuró Danna, soltando un suspiro frustrado y devolviéndome el celular. Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una mezcla de confusión y algo que no quería admitir que era miedo. La conocía lo suficiente para saber cuándo estaba verdaderamente preocupada, aunque intentara ocultarlo.

—¿No estaba contigo hace unas horas? —pregunté, intentando sonar despreocupado. La verdad, el hecho de que no contestara me estaba poniendo de los nervios, y eso era algo que me irritaba aún más.

—No, tengo días sin verla desde aquella vez... del afrodisiaco. —Danna me miró, y por un momento, en sus ojos vi esa preocupación inocente de hermana menor, una que, para mi desgracia, sabía manipular bien cuando quería algo de mí.

—¿Y tú crees que yo sé dónde está? —respondí, fingiendo indiferencia. Pero el sabor amargo en mi boca decía otra cosa. Ella negó suavemente, mordiéndose el labio.

—Por favor, Damon... Vamos a buscarla. No sé, tengo un mal presentimiento —admitió, su voz quebrándose un poco.

Miré hacia la ventana, intentando tragarme la incomodidad. Era ridículo que esto me afectara tanto. Pero ahí estaba, como un idiota, sintiendo una opresión en el pecho y deseando que Nyssa simplemente hubiera olvidado el teléfono en algún lado. Que estuviera bien. Maldición, ¿por qué tenía que importarme?

—Está bien, Danna. Ve a cambiarte, iremos juntos. —Dije al final, intentando sonar menos afectado de lo que estaba. No quería que ella viera lo que realmente pasaba por mi mente.

Ella me miró y me dio una pequeña sonrisa de agradecimiento, aunque en sus ojos seguía estando ese toque de preocupación.

Cuando se fue, me quedé solo en mi habitación, el teléfono en la mano, contemplando lo absurdo que era todo esto. Marqué su número, una vez más, sin siquiera pensarlo dos veces. Y otra vez, el silencio me respondió, ese vacío que solo hacía crecer la molestia y la inquietud que llevaba dentro. La pantalla parpadeó, indicando que el número estaba apagado, y apreté el teléfono con fuerza.

No estaba bien. Algo no estaba bien, y, aunque odiaba admitirlo, el pensar en que algo pudiera estarle pasando era como tener una herida abierta que no me dejaba en paz.

Mis ojos se clavaron en la pared, la mente atrapada en pensamientos que no quería tener. Por alguna razón, esta noche, sentí como si mi propia paz estuviera en juego.

¿Qué mierda me hizo ese lago?

Suspiré, pasando una mano por mi cabello, incapaz de entender por qué seguía sintiendo esta... conexión. Era absurdo, sin sentido, y lo sabía. Yo estaba bien, siempre lo había estado. Había vivido años en paz con mis propios muros, sin preocuparme demasiado por nadie más, y mucho menos por alguien como ella.

Mis emociones estaban al borde, rugiendo dentro de mí con una intensidad que apenas lograba contener. Ser un hombre lobo lo complicaba todo; cada sentimiento se amplificaba, cada impulso se volvía casi insoportable.

Era difícil mantener el control cuando todo en mi interior exigía una reacción. Cualquier emoción, por pequeña que fuera, podía consumirlo todo, y esto... esto era más que una simple molestia. Era como un veneno que se esparcía, como un fuego que me quemaba por dentro.

Desde que puse un pie en ese maldito lago, todo había cambiado. Nunca debí llevarla a ese lugar. Algo sucedió ahí, algo que desató un vínculo que no estaba destinado a existir. Desde entonces, el pensamiento de Nyssa no me dejaba en paz. No era normal; nunca antes alguien me había trastornado así. Mi mente, que siempre había sido mía y de Lunette, ahora estaba dividida, partida por la mitad.

Pero por alguna razón, cada vez que pensaba en Nyssa, era como si algo se quebrara en mí, como si una fisura se abriera en algún rincón oscuro de mi mente, uno que prefería no explorar. La idea me atormentaba. No era correcto, no tenía sentido; debía sentir algo por una sola persona, solo por mi alma gemela. Eso era lo único que debía importarme.

Y sin embargo, aquí estaba, con el teléfono en la mano, el silencio y la oscuridad de mi habitación ahogándome mientras intentaba negar lo evidente: Algo en mí me decía que debía encontrarla, como si necesitara asegurarme de que estaba bien. Algo en mí sabía que si ella no estaba bien, yo tampoco lo estaría.

Dos cosas siempre habían estado en mi vida: mi familia y Lunette. Desde que tengo memoria, ella había sido mi certeza, el único punto fijo en el caos de este mundo. Lunette era mi alma gemela, aquella para quien fui creado y que, en algún lugar, esperaba por mí. Pensar en otra mujer sería traicionarme, traicionarla.

Era serle infiel a cada promesa que había guardado para el momento en que la encontrara. Y, sin embargo, aquí estaba, perdiendo el control sobre mis propios pensamientos, dejándome arrastrar por una tormenta de emociones que nunca debería haber empezado.

Me apoyé en la pared, pasándome la mano por el rostro, tratando de aclararme la mente.

—Lunette es la única, la única que debería importarme —me dije a mí mismo, como un mantra.

Pero, a pesar de eso, la imagen de Nyssa seguía apareciendo, como un recuerdo insistente que se negaba a desvanecerse. Algo en sus ojos, en la manera en que sonreía, me perturbaba, me intrigaba, y eso era lo que me aterrorizaba.

No quería aceptarlo. No debía sentirme así. Cada vez que ese pensamiento cruzaba mi mente, era como si estuviera rompiendo una promesa, como si una parte de mí estuviera fallando. ¿Qué derecho tenía yo de pensar en ella cuando ya estaba destinado a alguien más?

Me había preparado toda la vida para Lunette, había cultivado ese ideal en mi mente, había creído en ella. ¿Y ahora? Ahora algo en mi interior temblaba, como si el solo nombre de Nyssa pudiera desmoronar años de convicciones.

Apoyé la cabeza contra la pared, cerrando los ojos y respirando hondo. "Esto tiene que ser una locura", pensé. Una conexión irracional, una debilidad temporal. No podía ser otra cosa. Pero, en el fondo, algo en mí sabía que no era tan simple.

No era normal. Nunca me había pasado antes. Esa conexión absurda, casi dolorosa, que sentí en el agua... era como si algo en el fondo del lago hubiera despertado una necesidad que no podía explicar, como si estuviera atado a ella de una forma que no lograba entender. A partir de ese momento, no he dejado de pensar en ella, en sus ojos, en la forma en que sonríe. Y eso... eso me enfurecía.

—Es el lago —me repetí, como si decirlo en voz alta pudiera arrancar ese sentimiento de raíz.

«Ese lugar está maldito. Algo me jodió la cabeza ahí»

Sentía como si algo dentro de mí se estuviera rompiendo, una barrera que siempre estuvo en pie, sólida y segura, pero que ahora, por culpa de Nyssa... no estaba seguro de nada.

Apreté los puños, resistiendo la rabia, la frustración. No debía estar pensando en otra mujer, y mucho menos en ella. Esto no era justo para Lunette, ni para mí.

—Esto tiene que parar —me dije, con los dientes apretados. —Nyssa no es nada. No significa nada. —Pero el problema era que, desde aquel día en el lago, no había podido convencerme de eso.

Maldije en voz baja. No debería sentir esto, no debería permitírmelo.

***

La carretera estaba oscura, iluminada solo por los faros del auto mientras avanzábamos. Mi mirada iba de un lado al otro, explorando cada sombra que el bosque proyectaba sobre el camino. El silencio del bosque contrastaba con la voz de Danna, que no había parado de hablar desde que salimos.

—¿Y si está en peligro? ¿Y si alguien la tomó? Damon, no sé qué pasaría si algo le pasa. ¿Por qué apagó su teléfono? ¿Por qué no nos respondió?— decía, con las palabras atropellándose unas con otras. Sus manos estaban entrelazadas, apretando el dobladillo de su falda como si al hacerlo pudiera calmar su ansiedad.

—Danna, si quieres que me concentre, deja de hablar un minuto, ¿sí?— solté, con un gruñido que salió más brusco de lo que pretendía.

—¡No puedo quedarme callada, Damon! —replicó, girándose hacia mí con los ojos llenos de desesperación. —Hablar es lo único que me calma. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Apreté el volante con más fuerza, intentando no perder el control de mis emociones. Tranquilo. La palabra me quemó en la lengua. No había tranquilidad en mí, solo un torbellino de frustración y una sensación extraña que no podía ignorar.

—No estoy tranquilo —respondí, sin apartar la mirada de la carretera. —Estoy desesperado, Danna. Y si sigues llenándome la cabeza de hipótesis, voy a explotar.

Ella suspiró, girando su cuerpo hacia la ventana para mirar el bosque. Las sombras de los árboles parecían moverse con el viento, pero no había ni rastro de Nyssa.

Abrí la ventana del auto y aspiré profundamente, intentando captar su olor. Nada. El aire estaba limpio, fresco por la humedad, pero no había ni un rastro de ella. El bosque parecía burlarse de mi sentido de rastreo, escondiéndola en su oscuridad.

—No siento su energía —murmuró Danna de repente, su voz más baja y temblorosa. —Es como si... como si no estuviera por aquí.

Sus palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Tragué saliva, mi mandíbula apretándose mientras mis ojos seguían recorriendo cada rincón.

—¿Y si llamamos al señor Walton? —sugerí, rompiendo el silencio.

Danna negó con la cabeza, con determinación.

—No, sigamos buscando. Mi instinto me dice que la vamos a encontrar.

—¿Tu instinto? —gruñí, con una mezcla de incredulidad y exasperación.

—Sí, Damon. Llámalo corazonada, magia, lo que sea, pero sé que no está lejos de aquí.

Aceleré el auto un poco más, el rugido del motor llenando el vacío entre nosotros. La ansiedad estaba comenzando a consumirnos a ambos, pero había algo en la certeza de Danna que me obligaba a seguir.

El aire frío de la noche entraba por las ventanas bajadas del auto mientras seguíamos conduciendo, cada vez más adentrados en la carretera. Danna iba con el rostro apoyado en su mano, mirando la luna que colgaba alta en el cielo. Sus ojos azules brillaban con una intensidad que siempre me recordaba lo diferente que éramos, aunque compartiéramos sangre.

De repente, su voz rompió el silencio:

—¡Ahí!

Frené en seco, haciendo que el auto se deslizara un poco sobre la grava.

—¿Dónde? —pregunté, mi tono un tanto brusco, porque ya estaba al límite con su nerviosismo.

—Allá, detrás del bosque —respondió ella, señalando hacia un punto oscuro entre los árboles.

Forcé la vista hacia donde apuntaba, pero no vi nada. Solo sombras y más sombras.

—Danna, no hay nada ahí. Deja de jugar —gruñí, intentando mantener la paciencia.

—¡Mira bien, Damon! —insistió, volviéndose hacia mí con una ceja levantada. —Con esa visión lo único que das es pena.

La miré de reojo, irritado.

—Mi visión es una de las mejores de nuestro clan, incluso mejor que la tuya —le respondí, medio en serio, medio con orgullo.

—Pues no parece —soltó, cruzándose de brazos con una sonrisa desafiante. —Mira detrás del bosque otra vez.

Solté un suspiro, volviendo la vista hacia donde señalaba, esta vez con más atención. Pero otra vez, no vi nada.

—Te lo dije, no hay nada —respondí, impaciente.

—¡Mira otra vez, idiota! —exclamó, señalando con más énfasis. —¿Ves esa nube negra?

—¿Qué nube?

—Esa, justo ahí. Está lloviendo, ¿no ves?

Fruncí el ceño y volví a enfocar, y entonces lo noté. Había una nube negra densa suspendida en un punto específico detrás del bosque. De ella caía lluvia, pero solo en ese lugar.

—¿Por qué está lloviendo ahí y aquí no? —preguntó Danna, con el rostro lleno de curiosidad.

Me quedé mirando un segundo más, intentando procesar lo que estaba viendo. Era raro, demasiado raro.

—No lo sé —respondí finalmente.

Danna me miró, arqueando una ceja.

—¿Nunca has visto algo así antes?

—Sí —admití con un gruñido.

—¿Y cuándo fue eso? ¿Por qué no lo mencionaste?

Tragué saliva, mis manos apretando el volante. No quería recordarlo, mucho menos hablar de ello.

—La vez que encontramos el cuerpo disecado —solté, sin mirarla.

El rostro de Danna cambió, de curioso a preocupado.

—¿Y no lo contaste porque...?

—Porque aquella lluvia era el menor de los problemas ese día —respondí, más seco de lo que pretendía.

Ella no dijo nada por un momento, pero luego soltó:

—Bueno, no lo parece. Vamos a ver qué pasa ahí.

Rodé los ojos, frustrado.

—Danna, no soy tu chofer y esto es ridículo.

—No, no lo es. ¡Vamos! ¿Qué tal si tiene algo que ver con Nyssa?

Solté un suspiro, sintiendo que no tenía fuerzas para discutir.

—Está bien —respondí finalmente, girando el auto en dirección a esa nube negra. —Pero si no encontramos nada, vas a pagarme la gasolina.

Ella sonrió de lado, satisfecha, y yo no pude evitar pensar en lo extraño que todo esto se estaba volviendo.

La carretera se retorcía frente a nosotros mientras seguíamos aquella nube oscura que parecía guiarnos hacia un destino desconocido. La luz de las farolas iluminaba tenuemente las calles desiertas, revelando un pequeño pueblo dormido en medio de la noche. Las tiendas estaban cerradas, sus puertas cubiertas con cortinas de metal y sus letreros apagados. Solo el ruido del auto sobre el pavimento mojado y el sonido de la lluvia llenaban el aire.

Danna estaba pegada a la ventana del auto, con el rostro ansioso y los ojos fijos en la nube.

—Está por aquí —dijo, casi como si hablara consigo misma.

Seguí conduciendo, girando lentamente al rodear el bosque. Mis manos apretaban el volante mientras sentía que algo extraño me oprimía el pecho. Al girar una última curva, nuestras miradas se encontraron con un parque amplio y oscuro, parcialmente iluminado por las farolas que luchaban por atravesar la tormenta. La nube negra estaba justo encima de él, y la lluvia caía en gruesas gotas que empapaban todo a su paso.

Aparqué el auto y bajamos sin pensarlo dos veces. La lluvia nos golpeó de lleno, empapándonos al instante. El agua corría por mi rostro y el de Danna, pero ninguno de los dos se inmutó.

Las farolas proyectaban haces de luz que apenas atravesaban la tormenta, y el sonido del agua al caer sobre las hojas, el suelo y nosotros mismos llenaba el silencio opresivo de la noche. Avanzamos por el camino empapado, siguiendo el rastro de Nyssa como si fuéramos cazadores en busca de una presa perdida.

Inhalé profundamente, buscando entre los olores húmedos de la noche. Y entonces lo sentí.

—Nyssa está aquí —dije, con una certeza que hizo que mis palabras sonaran más graves de lo normal.

Danna asintió, sus ojos azules brillando con la intensidad de su preocupación.

—Puedo olerla —susurró. —Está cerca.

Caminamos juntos, nuestros pasos resonando contra el suelo mojado mientras avanzábamos hacia el corazón del parque. Todo estaba en silencio, excepto por el repiqueteo constante de la lluvia.

Finalmente, la vimos.

Bajo una farola tenue, en una banca de madera un poco desgastada, estaba Nyssa. Estaba recostada de lado, abrazándose a sí misma para combatir el frío. Su cabello estaba empapado, pegado a su rostro, y su ropa estaba igual de mojada, marcando lo vulnerable que lucía. Su pecho subía y bajaba con respiraciones irregulares, y temblaba ligeramente mientras la lluvia seguía golpeándola sin piedad.

Danna se detuvo junto a mí, su expresión seria mientras observaba la escena. No dijo nada, pero pude notar cómo sus ojos se movían, evaluándolo todo: las maletas bajo la banca, los pequeños detalles que mostraban cuánto había soportado Nyssa antes de colapsar allí.

—Está dormida —murmuró Danna, casi como una constatación.

Asentí, acercándome lentamente. La lluvia golpeaba mi rostro, pero mi atención estaba fija en aquella pelirroja. No podía creer que estuviera aquí, sola y desprotegida. Algo en mi interior se revolvió, una mezcla de culpa, frustración y un sentimiento que no quería analizar demasiado.

Me arrodillé junto a la banca, observándola de cerca. Su respiración era irregular, como si incluso en sueños no pudiera encontrar la paz.

—Está helada —dije entre dientes, extendiendo una mano hacia ella.

Danna se cruzó de brazos, con la lluvia resbalando por su rostro, completamente impasible.

—Es lógico, Damon. Lleva horas bajo la lluvia. Pero no puedes quedarte ahí mirándola. Haz algo.

Rodé los ojos, aunque sabía que tenía razón. Me incliné hacia Nyssa, quitándome la chaqueta para cubrirla. El peso de la tela pareció hacer que se moviera ligeramente, pero no despertó.

—¿Qué demonios hace aquí? ¿Cómo llegó a esto? ¿Dónde está el señor Walton que permitió que su hija esté en este estado?

Danna soltó un resoplido, mirándome con esa expresión que siempre parecía decir que ya lo sabía todo.

—¿Por qué no se lo preguntas cuando despierte? Ahora, ¿la llevamos o qué?

Miré a Nyssa de nuevo, tan pequeña y vulnerable en esa banca. Por un momento, mi mente regresó a esa maldita tormenta sobre el parque.

—Danna, ¿estás viendo la nube? —pregunté, señalando hacia el cielo.

—Por supuesto que la estoy viendo, genio. ¿Crees que es casualidad que esté justo aquí?

No lo era. Lo sabía. Algo estaba pasando con Nyssa, algo más grande que cualquiera de nosotros, y esa tormenta era solo el principio.

—Coge sus cosas —dije, mi voz más grave de lo que pretendía.

Danna bufó, pero hizo lo que le pedí, recogiendo las maletas bajo la banca. Mientras tanto, me incliné hacia Nyssa, deslizándola con cuidado de la banca para cargarla en mis brazos.

—Vamos —dije, caminando hacia el auto.

La lluvia seguía cayendo con fuerza, pero no me importaba. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Como el hecho de que, por alguna razón, no podía dejar de sentir que algo malo le pasó a Nyssa.

Respiré hondo, dejando que el aire fresco, mezclado con el aroma a tierra mojada, llenara mis pulmones. Por primera vez en toda la noche, un poco de tranquilidad se coló en mi pecho. El nudo que había estado apretándose en mi estómago comenzó a disiparse, lento pero constante, como si su simple presencia, aunque frágil y empapada, me devolviera algo de control. Estaba bien. Estaba aquí. Y eso era suficiente... al menos por ahora.

***

La mansión estaba oscura cuando llegamos. Las luces del exterior se encendieron automáticamente al pasar el auto por el portón, iluminando los imponentes pilares de mármol que siempre habían proyectado un aire de grandeza, pero que ahora parecían casi opresivos bajo la luz de la luna. Bajé del auto, cargando a Nyssa con cuidado, y sin decir nada, caminé hacia la entrada mientras Danna abría la puerta.

Mis padres no estaban. Habían salido la mañana anterior y no regresarían hasta mañana, lo que al menos nos daba algo de privacidad para manejar esto. Entramos al vestíbulo, el eco de nuestros pasos resonando por las paredes altas. El agua de la lluvia goteaba de nuestras ropas, dejando un rastro en el suelo de mármol que no me molesté en limpiar. Eso sería un problema para después.

Llevé a Nyssa a una de las habitaciones de huéspedes en el ala este. La recosté con cuidado en la cama, su cabello mojado esparciéndose sobre la almohada, mientras su respiración suave llenaba el silencio de la habitación. Danna estaba justo detrás de mí, observando con atención.

—Cámbiala —le dije, mi voz baja pero firme, mientras me enderezaba y apartaba la mirada de Nyssa. No quería que mi mente siguiera dándole vueltas a lo frágil que parecía, lo perdida que se veía incluso en su sueño. Esa no era mi preocupación. No debía serlo. —No queremos que se resfríe, aunque sin suerte probablemente ya lo esté.

Danna asintió, sin necesidad de que le dijera más. Yo salí de la habitación sin mirar atrás, dejando que ella se encargara. Necesitaba aire, espacio... algo que apagara el maldito torbellino que estaba comenzando a agitarse en mi cabeza.

En el patio, el frío de la noche era bienvenido. La luna brillaba alta, pálida y distante, su luz bañando el césped y los árboles con un resplandor casi etéreo. Mirarla siempre había tenido un efecto extraño en mí, como si sus ojos invisibles me juzgaran, recordándome lo que era, lo que jamás podría cambiar. Mi respiración salió en una nube blanca mientras me pasaba una mano por el cabello, empapado y revuelto.

—No sabía que ahora te dedicabas a recoger damiselas en apuros, Damon.

La voz despreocupada de Alek me sacó de mis pensamientos. Me giré para verlo, apoyado en el marco de la puerta del patio con una sonrisa burlona, como si todo esto fuera algún tipo de broma.

—Alek —respondí, mi tono seco, sin ganas de jugar su juego. Él se acercó, su cabello rubio desordenado brillando bajo la luz de la luna. Siempre parecía fuera de lugar, como si se hubiera perdido en el tiempo y el espacio. —¿Qué haces aquí?

—Lo mismo podría preguntarte —dijo, levantando las cejas mientras sus ojos ambarinos oscuros pasaban de mí a la luna. —¿Meditando bajo la luz de la luna como un cliché, o simplemente tratando de no volverte loco?

—No es tu problema.

Él soltó una risa breve, como si mi respuesta lo hubiera entretenido. Luego se cruzó de brazos, mirándome con ese aire despreocupado que siempre me ponía de los nervios.

—¿Sabes? Para alguien que siempre tiene el control, te ves un poco... roto. Como si algo estuviera apretando demasiado las cuerdas.

—¿Qué mierda quieres, Alek? —espeté, sintiendo mi paciencia deshilacharse. Él siempre tenía esa habilidad, como si su mera presencia fuera una prueba de resistencia.

—Nada, hombre. Aparte estaba aquí mucho antes de que vinieras y quería ofrecerte mi ayuda.

—No necesitaba tu ayuda antes, y no la necesito ahora.

—¿Ah, sí? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza, con una sonrisa que parecía saber más de lo que yo estaba dispuesto a admitir. —Entonces, ¿por qué estás aquí fuera, mirando la luna como si estuvieras buscando respuestas? ¿O tal vez estás tratando de evitar entrar porque no quieres enfrentarte a esa chica?

Mis puños se apretaron a los lados, pero mantuve mi expresión impasible. No iba a darle la satisfacción de una reacción.

—No sabes de lo que hablas.

—¿No? —Alek se encogió de hombros, como si la conversación le aburriera. —Está bien, Damon. Sigue mintiéndote si eso te ayuda a dormir por la noche. Pero te conozco, y puedo olerlo en el aire. Algo cambió, ¿y sabes qué? Creo que ni siquiera entiendes lo que es.

No respondí. No valía la pena. En cambio, volví a mirar la luna, ignorando la sensación de que sus palabras habían golpeado un poco más cerca de lo que me gustaría admitir.

Alek seguía mirándome con esa expresión de burla mal contenida, como si disfrutara viendo cómo algo me comía por dentro. No me importaba. No estaba para sus juegos.

—Instala dos cámaras en la habitación de huéspedes donde está Nyssa. —Mi tono fue directo, autoritario. Sabía que no era una petición; era una orden.

Alek arqueó una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho.

—¿Cámaras? ¿En serio? ¿Por qué?

—Y quiero que investigues todo lo que puedas sobre lo que le pasó antes de que la encontráramos. —Di un paso hacia él ignorando sus preguntas, asegurándome de que entendiera que esto no era negociable. —Algo extraño oculta, Alek. No es casualidad que terminara en ese parque. Y hasta que sepa qué diablos está pasando, la quiero bajo vigilancia.

—¿Y crees que ella querrá quedarse aquí? —preguntó, como si la idea le hiciera gracia. —Porque, hasta donde sé, no parece del tipo que se acomoda fácilmente en una mansión con cámaras apuntándole.

Lo miré, mi mandíbula tensa, mi mirada afilada.

—Te recuerdo que fuiste tú quien me dio la idea, y creo que este es el mejor momento para llevarla a cabo. Haré lo que sea necesario para que se quede aquí, incluso si tengo que convencerla personalmente.

Alek soltó una risa breve y sin humor.

—Siempre tan persuasivo, ¿eh? Pero dime algo, Damon... ¿Qué pasa si no quiere quedarse? ¿Vas a encerrarla en la habitación y te llevarás la llave?

—No me subestimes, Alek. —Mi voz bajó, casi como un gruñido. —No voy a dejar que algo que puede poner en peligro a mi familia simplemente se marche. No hasta que descubra qué está ocultando.

Él me estudió por un momento, su sonrisa burlona apagándose un poco. Luego negó con la cabeza, como si mi obsesión fuera algo que simplemente no podía comprender.

—¿Sabes? Cuando algo se te mete en la cabeza, nunca vuelve a salir, ¿cierto?

Sonreí, pero no había humor en mi gesto.

—Qué bueno que me conozcas. Ahora haz tu trabajo. Quiero las cámaras instaladas antes de que lleguen mis padres.

Alek suspiró, alzando las manos en señal de rendición antes de girarse para cumplir con mi orden. Mientras se alejaba, mis ojos volvieron a la luna. Algo en mi interior se revolvía con una mezcla de frustración y determinación.

Nyssa no se iría de esta casa.

🐺

¡Hola a todos/as!

Les traigo el capítulo 28. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.

✨ ¿Qué les pareció el capítulo?

¡Buenas, buenas, soy yo! JAJA

Amamos al lago.

Un punto a favor por la resistencia de Damon.

Tarjetazo para las que quieran su hombre lobo, voy primera en la fila: 💳💳

No me cae bien Damon, siempre está mandando. 

Pobrecita Nyssa ;(

Cuando la historia llegue a 5k de votos, les subo dos capítulos (podrían ser 3) falta poco, sigan votando, los amouu <3

¡Hasta la próxima! Cuídense.

—Erika M.

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