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Capítulo 19 💫

🐺

Arrodillada junto a Zeus, el frío del suelo se filtraba a través de mis jeans, pero apenas lo sentía. Lo único que podía ver era su respiración cada vez más débil, su pelaje empapado de sangre, y la quietud que se iba apoderando de su enorme cuerpo.

—No... no puedes dejarme, Zeus. No puedes, ¿me oyes? —Mi voz se quebraba mientras le hablaba, como si eso pudiera devolverle algo de fuerza. Lo acaricié con cuidado, mis manos temblando al sentir su costado húmedo y caliente, pegajoso con su sangre. Estaba perdiendo demasiada. No iba a aguantar mucho más.

Mi mente se disparó. ¿Cómo se supone que iba a salvarlo? Era bastante de noche, y las veterinarias cercanas deben estar cerradas, ni siquiera una clínica de emergencia en millas a la redonda. ¿Qué iba a hacer? No podía soportar la idea de verlo así, de sentir cómo se desvanecía frente a mí, cuando había dado tanto para protegerme.

Quería gritar, tirar todo, encontrar alguna solución en esta maldita oscuridad que se sentía como si me tragara viva. Cada segundo que pasaba se sentía como un juicio final.

No hay tiempo. La sangre se escapaba de su cuerpo con cada respiro, y yo no podía hacer nada. Sentí la impotencia arrastrándome, ahogándome, arrancándome cada pizca de esperanza. ¿Cómo podía dejarlo morir, así, después de todo?

Mis pensamientos se deslizaron hacia las viejas historias, los fragmentos que había escuchado a lo largo de los años y que había prometido nunca tocar. Las palabras prohibidas, los hechizos de los que nadie hablaba, el tipo de magia que mamá me había advertido que era peligroso usar. Las artes prohibidas. Mi respiración se volvió errática al pensar en ellas, en los riesgos, en el precio que podía costar. Pero mirar a Zeus, a su cuerpo derrotado y a su mirada apagándose, borraba cualquier duda que pudiera tener.

—No importa el precio, —susurré, con una determinación que me asustaba. —Si hay algo que pueda hacer, cualquier cosa, lo haré.

Con un jadeo, intenté pasar mis brazos por debajo de Zeus y levantarlo, pero el peso de su enorme cuerpo era abrumador. Al sentir mis manos, soltó un gruñido bajo, mezcla de dolor y advertencia.

—Lo siento, Zeus. Te juro que voy a sacarte de aquí, pero necesito que me ayudes —murmuré, acariciando su pelaje con una mano mientras el temblor en mi voz se hacía evidente.

Aun así, no podía dejar que el miedo me controlara. Tomé una bocanada de aire, y con cuidado comencé a arrastrarlo, empujándolo poco a poco sobre las hojas secas, rogando que el camino fuera menos doloroso para él. Cada vez que sus garras raspaban el suelo o se movía, su respiración se agitaba, pero seguí avanzando, con la luna como único testigo. Tenía que sacarlo de allí, no importaba qué.

Por fin, el borde de la carretera apareció ante mí. Y ahí estaba, mi salvación: la vieja camioneta Ford. Dejé a Zeus en el suelo, miré a mi alrededor y abrí la parte trasera. Cuando volví a él, sentí un peso aplastante en mi pecho al ver el rastro de sangre que habíamos dejado.

—Maldición... —mascullé entre dientes, apretando los puños mientras trataba de sacudirme la frustración. Al agacharme para levantarlo otra vez, su peso parecía imposible de soportar, como si fuera un gigante. ¿Cómo un perro podía ser tan grande? Su tamaño era tan imponente que cualquiera que lo viera jamás lo confundiría con un animal común. Había algo en él, algo... distinto.

—Perdóname, Zeus —susurré. Con un último esfuerzo, levanté su cuerpo y lo coloqué en la parte trasera de la camioneta, jadeando, sintiendo cómo mis brazos y piernas temblaban con la carga. Lo dejé con cuidado y cerré la cajuela, dándome un momento para recuperar el aliento. No quise colocarlo en el asiento trasero; si papá veía alguna mancha de sangre o rastro, me haría demasiadas preguntas. Y no podía dejar que alguien sospechara lo que había pasado esta noche.

Al fin, me subí al asiento del conductor, mis manos temblando mientras giraba la llave y el motor cobraba vida con un rugido sordo. ¿A dónde iba a llevarlo? A esta hora, cualquier veterinaria estaría cerrada, y conducir hasta una más lejana implicaba un riesgo enorme: no tenía tiempo, Zeus no tenía tiempo. Tenía que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde.

Y entonces, una idea helada me atravesó como un escalofrío: la casa de mi tío. No estaba lejos, a unos pocos minutos en dirección opuesta al pueblo. Su casa había estado vacía por años desde que él fue a prisión, pero si tenía suerte, aún quedaría una llave escondida en el viejo escondite de siempre.

Mi estómago se revolvió ante la idea de ir allí. La casa de mi tío no era un lugar al que quisiera regresar... pero no había opción.

Conduje por la carretera vacía, lanzando miradas al retrovisor cada pocos segundos. Zeus estaba inmóvil. Apenas veía el bulto oscuro de su cuerpo, sin ningún signo de movimiento. Un nudo se me formó en la garganta, y una punzada de terror se fue clavando en mi pecho. Rezaba en silencio para que no se hubiera ido. No podría soportarlo, no después de que él me defendiera. Si algo le pasaba, yo sería la culpable.

Al final del camino, la casa de mi tío surgió, tan lúgubre y abandonada como la recordaba. Era una estructura antigua, con ventanas selladas y cubiertas de polvo, como si estuviera conteniendo algo mucho más oscuro que el polvo y las telarañas. El techo se hundía en algunos puntos, y las sombras parecían acumularse en las esquinas como si estuvieran esperando a que alguien cruzara la puerta.

Salí de la camioneta, y un escalofrío me recorrió. El frío era intenso, se colaba en los huesos y se mezclaba con el miedo en mi interior. Me acerqué a la entrada, recordando el viejo escondite bajo la segunda piedra del jardín. Mis manos temblaban cuando la saqué y tomé la llave, aquella maldita llave que nunca quise volver a usar.

Pero no podía pensar en eso ahora. Zeus era prioridad.

Deslicé la llave en la cerradura y giré, abriendo la puerta con un crujido que se hundió en el silencio como un susurro de advertencia. El aire en el interior era espeso, cargado de polvo y humedad. El olor rancio me revolvió el estómago, trayendo recuerdos que no quería recordar.

En el fondo, sabía lo que me esperaba; esa cosa que había jurado nunca enfrentar. Pero Zeus estaba herido, y yo no podía darme el lujo de tener miedo. Tragué en seco y entré, encogiéndome, deseando con todas mis fuerzas que al menos las luces funcionaran.

Alcancé el interruptor de la sala y lo accioné. Para mi alivio, el foco parpadeó y se encendió, llenando el espacio con una tenue luz amarillenta. Volví al auto, tratando de apurarme mientras la ansiedad y el terror me acechaban en cada paso.

Abrí la cajuela de la camioneta y, en el instante en que mis ojos captaron la escena, el aire se me fue de golpe. Zeus ya no estaba. En su lugar, alguien más yacía tendido. Mi mente no lograba procesarlo, el pánico subió por mi garganta y un eco de recuerdos oscuros se activó en mi interior como un gatillo.

Damon Hill.

Su cuerpo estaba ahí, retorcido y vulnerable, apenas cubierto de rasguños y marcas profundas en su piel pálida, sucio y lleno de moretones. Estaba desnudo, encogido, y el costado de su abdomen era un desastre de carne desgarrada, manando sangre que se había secado en parches sobre su piel.

Su respiración era superficial, irregular, cada inhalación un esfuerzo tortuoso. Los labios, apenas separados, se veían tan pálidos que parecían frágiles, como si fueran a partirse en cualquier momento, sus cejas oscuras y pobladas estaban fruncidas, como si estuviera atrapado en una pesadilla dolorosa.

El miedo se apoderó de cada rincón de mi mente. Miraba su cuerpo inerte, cada detalle grabándose en mi memoria como una escena de terror que jamás podría olvidar. ¿Qué era esto? ¿Cómo había llegado él aquí? No podía comprenderlo. Mi pecho se llenó de pánico y confusión, y sentí un terror frío recorriéndome la columna mientras miraba el cuerpo de Damon. Él no estaba muerto. Respiraba, aunque apenas, y su pecho se levantaba de manera débil y trabajosa.

—No, no... esto no puede estar pasando —murmuré, mi voz temblando mientras el horror se instalaba en cada fibra de mi ser.

Mi corazón latía con fuerza, pero en el fondo sabía que esta situación me arrastraba a otro lugar, un lugar que no quería recordar, uno que había dejado atrás hacía mucho tiempo... o al menos eso pensaba. Mis recuerdos se nublaron y el terror de la infancia me invadió como una sombra acechante. Volvía a ser esa niña indefensa en el sótano de la casa de mi tío, donde la oscuridad parecía respirar, atrapándome en una sensación de desprotección que nunca logré olvidar. La humedad, el olor de las paredes mohosas, el eco de mis propios gritos que nadie escuchaba. Las cadenas, las sombras. Todo eso me golpeó de lleno al ver el cuerpo maltrecho de Damon.

Retrocedí tambaleante, llevando una mano a mi boca, intentando controlar el impulso de gritar. ¿Qué demonios hacía Damon aquí, en este estado? Las palabras no podían ni siquiera salir de mis labios mientras trataba de asimilar que él estaba en mi auto, en lugar de Zeus. Como si el universo mismo estuviera burlándose de mí, arrastrándome de nuevo a ese infierno del que pensé que había escapado.

De repente, un estremecimiento violento me recorrió cuando Damon soltó un gemido bajo, apenas audible, y su respiración jadeante se hizo más pesada. No había manera de escapar de esta visión, de esta pesadilla. Sentía que cada pared del mundo se cerraba alrededor de mí, asfixiante. ¿Cómo había terminado así, herido y desamparado en la parte trasera de mi camioneta?

Una oleada de náusea me subió por la garganta. Mi cuerpo quería huir, gritar, hacer cualquier cosa menos estar aquí, pero mi mente estaba atrapada en un ciclo de terror, en ese sótano oscuro que creí haber dejado atrás. Quería correr, pero algo dentro de mí sabía que no podía abandonarlo. Damon, con sus ojos cerrados, sus labios pálidos, y su pecho subiendo y bajando apenas... él necesitaba ayuda.

La noche se sentía más fría, y de repente, la oscuridad alrededor parecía absorber todo el calor. Un temblor profundo me recorrió, y el miedo me paralizó, atrapándome en la pesadilla. Damon estaba ahí, vivo, y yo estaba a punto de enfrentar uno de mis miedos más oscuros para intentar salvarlo.

El recuerdo llegó como un golpe helado, arrebatándome el aire y clavándome en el mismo lugar, incapaz de seguir fingiendo que esas palabras no seguían resonando en mi mente.

«No le digas nada de esto a nadie, ¿me escuchaste, mocosa?»

La voz áspera de mi tío Xareth retumbaba en mis oídos como un eco que nunca se desvanecía, su mirada fría y calculadora perforándome en la memoria. Había respondido entonces, asustada y con el corazón martillando en mi pecho, buscando solo escapar de su presencia.

«Si... si».

«¿Como?»

«Si, tío Xareth, no lo haré.»

«Así es, buena chica», había dicho, su tono untuoso mientras se acercaba demasiado. «Ven con tu tío Xareth; él te dará unos muy buenos dulces».

Sentí un nudo retorciéndose en mi estómago. Era el recuerdo de ese miedo infantil, de la impotencia, la vergüenza y el horror. Traté de apartarlo, de enterrarlo con la misma fuerza que lo había hecho antes. Pero ahora, en esta casa, con Damon inconsciente y herido frente a mí, todo me parecía volver. Las paredes parecían cerrarse, sus sombras llenas de esa oscuridad del pasado que no se apagaba.

Esta vez, no podría huir ni dejarlo atrás.

Me acerqué a Damon con la garganta hecha un nudo, con mis dedos temblando mientras lo tocaba suavemente en el hombro. Sentí un cosquilleo de electricidad correr por mi mano, como si cada fibra de mi cuerpo respondiera al contacto, intensificando la extraña conexión y el miedo que ya me inundaban. No podía dejar de pensar en cómo había terminado él aquí, en qué le había pasado, y lo peor... ¿qué le había ocurrido a Zeus?

Apreté los labios y volví a sacudirlo, con la esperanza de que reaccionara. Necesitaba que Damon viviera, que me explicara qué había pasado. Lo llamé otra vez, y sus ojos se abrieron de golpe, mirándome con un miedo que reflejaba el mío.

—N-Nyssa... ayúdame... —murmuró, su voz rota y apenas audible.

Asentí, forzándome a calmar la avalancha de emociones y contesté:

—Te ayudaré. Pero... ¿puedes... levantarte un poco? No puedo cargar contigo... eres demasiado grande.

Él hizo un esfuerzo para asentir, y entre gemidos, logró deslizarse fuera de la cajuela. Aún así, cada movimiento parecía dolerle. Dio unos pasos tambaleantes antes de casi desplomarse, y en un impulso rápido, me coloqué a su lado, pasé su brazo por mis hombros, y él se apoyó, temblando.

—Apóyate en mí —le dije en voz baja, sin atreverme a mirarlo demasiado, consciente de que estaba completamente desnudo y vulnerable. La piel pálida y sudorosa de Damon brillaba en la penumbra, como un espectro entre la oscuridad, y me recordaba de nuevo la pesadilla en la que estábamos atrapados.

Con cada paso hacia la casa, mis pensamientos iban y venían, entre el terror y el impulso de sacarlo de allí cuanto antes. Damon, que apenas sostenía su peso, se tambaleaba, apoyándose pesadamente en mí, mientras yo intentaba no mirar hacia abajo, manteniendo la vista fija al frente, en la puerta abierta y oscura de la casa de mi tío.

Finalmente, cruzamos el umbral y, con las piernas temblando, lo guié hacia la primera habitación del pasillo. Cada rincón de esta casa contenía sombras de recuerdos que no quería recordar, pero no tenía opción. Damon apenas podía mantenerse en pie, y yo sentía que si dudaba un segundo más, se derrumbaría. Logré llevarlo hasta la cama y lo ayudé a recostarse, cuidando de no dejar caer su peso demasiado rápido, aunque no pude evitar que las sábanas quedaran manchadas de sangre en el proceso.

Damon respiraba pesadamente, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Me arrodillé a su lado, incapaz de apartar la vista del caos de heridas y marcas que cruzaban su piel. El aire estaba denso, cargado de un silencio que era solo interrumpido por sus respiraciones.

Me quedé mirando los tatuajes en su piel, sorprendida por no haberlos notado antes. Eran runas, líneas y símbolos antiguos que reconocía al instante. Parecían incrustarse en su piel como una especie de juramento silencioso, y aunque yo solo llevaba una, podía entender el propósito de cada una de ellas.

La Fehu, para prosperidad y abundancia; Tiwaz, la fuerza de guerrero; Sowilo, la energía de un sol ardiente y regenerador. Gebo, unión y sacrificio; Jera, el ciclo interminable de lo que se da y recibe; Hagalaz, el caos necesario para el cambio; Uruz, fuerza vital y resistencia. Mi mirada se detuvo en una que reconocí al instante: Elhaz, la protección. La misma que llevaba yo, grabada en mi piel desde hace dos años, con la esperanza de protegerme de lo peor. Aquella runa en su piel me hizo sentir una conexión extraña y desestabilizadora con Damon, aunque eso no cambiaba el hecho de que apenas conocía a este chico herido y sangrante.

Sacudí la cabeza, regresando a la realidad de golpe. Él estaba casi desangrado, su vida escurriéndose en cada segundo que perdía contemplando sus marcas. Me levanté de un salto, corriendo al baño en busca de agua y un paño limpio para detener el flujo de sangre. Cuando regresé, el color en su piel había desaparecido, dejándolo tan pálido como la misma luna afuera. Noté con horror que había cerrado los ojos, y en medio del pánico, me di cuenta de que su pecho estaba quieto. No respiraba. 

Parecía estar muerto.

Un terror abrumador se adueñó de mí, congelándome. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué demonios podía hacer? Miles de pensamientos me inundaban, cada uno más inútil que el anterior. Miré a mi alrededor, buscando algo, alguna señal de esperanza, pero solo sentía que el tiempo se evaporaba.

Sin pensarlo demasiado, dejé el agua con el paño y corrí a la cocina. Mis manos temblaban mientras rebuscaba en el primer cajón que encontré, hasta dar con una navaja. La sostuve entre mis dedos, afilada y amenazante, el peso de lo que estaba a punto de hacer apretándome el pecho. No había otra opción; si no hacía algo, Damon se iría para siempre.

Respiré hondo y susurré en voz baja, mis palabras temblorosas casi como una súplica.

—Es ahora o nunca... No voy a permitir que te mueras.

El frío se apoderaba de mis manos cuando deslicé la navaja sobre mi palma, sintiendo el filo abrir la piel como un susurro doloroso, algo oscuro que me llamaba a continuar. La sangre brotó, cálida y espesa, y una sensación extraña se extendió por mis dedos mientras el dolor me arrancaba un gemido bajo, pero no podía detenerme ahora.

Observé a Damon, inmóvil y pálido, como si ya no hubiera vida en él. La desesperación se apoderaba de mí, apretándome la garganta. Me acerqué a su herida abierta, dejando que mis manos temblorosas vertieran las gotas de mi propia sangre sobre la carne desgarrada de su costado, y apenas sentí cómo mi propia sangre escurría en su piel. Las gotas oscurecían la herida, mezclándose con la suya, y el aire a nuestro alrededor pareció enfriarse aún más.

Con un susurro, empecé a recitar el conjuro, las palabras como un eco antiguo en mi mente:

—Que la vida perdida vuelva, que el alma quebrada sane. Que el vínculo de esta sangre renueve la carne y regrese el aliento al cuerpo ausente. En esta noche, que la oscuridad dé paso a la fuerza. Por el poder de esta sangre, te invoco, espíritu de vida. Que la luz penetre esta oscuridad, que la sombra se disipe y el alma regrese. Que esta herida, producto de la maldad, se cierre y la vida renazca nuevamente.

Cada palabra resonaba como un eco en la soledad de la casa, y sentí un escalofrío recorrerme mientras el aire se volvía pesado, cargado de algo ancestral y oscuro, algo que no comprendía pero que obedecía a mi llamado.

Continué dejando caer la sangre en su herida, y a cada gota, su piel parecía reanimarse, como si la vida estuviera regresando poco a poco. Mis palabras salían en un susurro tembloroso, mientras el frío se asentaba en mis huesos y mis sentidos se nublaban. El dolor en mi mano aumentaba, quemando y a la vez helándome hasta el punto de sentir que era mi propia vida la que se estaba drenando.

Con cada repetición, la herida de Damon se iba cerrando lentamente, las marcas de desgarro sellándose como si la carne misma respondiera al conjuro. Mi aliento se hacía cada vez más pesado, mis piernas temblaban, y el miedo se revolvía en mi interior. Sabía que no debía hacer esto, que algo en mi interior gritaba que estaba cruzando un límite peligroso... pero no podía detenerme. Damon necesitaba vivir, y si eso significaba darle parte de mi propia esencia, lo haría.

Finalmente, cuando apenas podía pronunciar las últimas palabras, vi cómo la herida terminaba de cerrarse. Me derrumbé de rodillas junto a él, mi mano palpitando de dolor y la sensación de vacío en mi interior, como si algo se hubiese llevado una parte de mí con cada gota de sangre vertida.

El color volvía poco a poco al rostro de Damon, y con cada respiración que tomaba, mi corazón latía más fuerte. Pero el dolor en mi mano me recordaba lo que había hecho. Con la adrenalina aún corriendo por mis venas, me dirigí al baño. El agua fría picó mi herida mientras la lavaba, y el ardor se convirtió en un eco de lo que había tenido que hacer para salvarlo. Después de limpiarla, me vendé la mano con un trapo sucio que encontré, el nudo apretado contra mi piel.

Regresé a la habitación, el aire denso con la mezcla de sangre y terror. Damon yacía ahí, el leve sonido de su respiración era todo lo que me mantenía unida a la realidad. Me armé de valor y me acerqué a él. El impulso de limpiarlo era incontrolable. No podía dejarlo así, con su cuerpo cubierto de sangre.

Tomé un paño y, con manos temblorosas, empecé a limpiar las manchas de su cuerpo. Cada toque enviaba escalofríos por mi columna, como si la piel de Damon estuviera en llamas bajo mis dedos. Me costaba creer lo que veía: sus labios, pálidos y entreabiertos; su cabello oscuro, desordenado; sus cejas fruncidas, y la línea marcada de su mandíbula. Era un reflejo de belleza, pero también de la fragilidad que ahora lo envolvía.

Limpié su pecho, sintiendo la tensión en el aire. Su piel estaba libre de rasguños. Mi pulso se aceleraba al notar lo bien que se sentía su piel contra mis manos, pero no podía dejar que esos pensamientos me abrumaran. No era el momento para pensar en lo que significaba tocarlo así, en el peligro que había en esa intimidad.

A medida que bajaba mis manos, mi mente se debatía entre la necesidad de cuidarlo y el respeto por su privacidad. En ese instante, no solo era un chico herido, era Damon, y el hecho de que estuviera allí, vulnerable, me retorcía el estómago. Sus músculos marcados, su piel tan cerca de la mía, me hacían sentir viva, pero al mismo tiempo, una oscuridad acechaba en el fondo de mi mente.

Casi podía oír la voz de mi tío Xareth resonando en mi cabeza, advirtiéndome que no debía acercarme demasiado, que debía mantenerme alejada. Pero no podía, no cuando Damon necesitaba que estuviera ahí. A medida que limpiaba su cara, una sensación extraña me invadía: el deseo de protegerlo, de salvarlo, pero también el miedo a lo que podría pasar si él no despertaba.

Finalmente, me detuve antes de cruzar una línea que no quería ni pensar. La tensión se podía cortar con un cuchillo, y mientras me apartaba un paso, una pregunta retumbaba en mi mente: ¿cómo habíamos llegado a este punto? ¿Por qué sentía que la oscuridad que lo rodeaba también me llamaba a mí?

Después de limpiar cuidadosamente cada rasguño de su piel, noté cómo Damon movía ligeramente su cuerpo inconsciente. Con un suspiro, me armé de valor y quité las sábanas manchadas, reemplazándolas con otras limpias. Con mucho cuidado, volví a colocar su cuerpo en su lugar, cubriéndolo con la manta, protegiéndolo del frío que nos rodeaba.

El cansancio me golpeó como un tren, y mientras me dejaba caer a su lado, sentí el calor que emanaba de su cuerpo. Era un alivio en medio del frío helado que se colaba por las rendijas de la casa. Me acurruqué junto a él, disfrutando de esa calidez, como si su calor pudiera borrar el terror de la noche. En ese instante, me olvidé de todo lo que había pasado, de la sangre y del horror; todo lo que quería era quedarme así, a su lado, durante mucho más tiempo.

Sabía que Damon y su familia escondían cosas raras, y encontrarlo a él en vez de a Zeus era como una prueba del destino. Damon había sido ese animal que me salvó de la muerte, mi verdadero protector. 

Una pregunta insistente comenzó a martillar en mi cabeza: ¿Y si él sentía algo por mí? Había arriesgado su vida para salvarme, así que, tal vez, había algo más ahí.

Cada vez que lo miraba, veía cómo su rostro pálido parecía cobrar un poco de vida. Era como si se estuviera recuperando de un sueño profundo, y el hecho de que pudiera volver a despertar me llenaba de una mezcla de esperanza y miedo. Si no le importaba, ¿por qué se habría metido en esa pelea por mí?

Con la calidez de su cuerpo contrastando con la frialdad de la habitación, me preguntaba si eso era suficiente. Quería gritarle que había algo especial entre nosotros, que su sacrificio significaba algo. Pero, por otra parte, no podía evitar sentirme insegura. ¿Y si cuando despertara, no sentía lo mismo?

No quería ser egoísta, pero estaba tan atrapada en ese momento. Me prometí a mí misma que cuando despertara, le diría todo. La promesa me daba un poco de luz en medio de la oscuridad.

Así que ahí estaba yo, acurrucada junto a él, cerrando los ojos y dejando que mis pensamientos danzaran con algo de esperanza. Tenía que aferrarme a esa posibilidad, porque en el fondo sabía que no iba a dejar que se esfumara tan fácilmente. Debía esperar, y en lo más profundo de mi ser, sabía que eso valía la pena.

Que ilusionada estaba.

🐺

¡Hola a todos/as!

Les traigo el capítulo 19. Espero que lo disfruten. Seguiré actualizando pronto si todo va bien.

✨ ¿Qué les pareció el capítulo?

💛 Capítulo dedicado a unx de mis hermosxs lectorxs: BelenSerrano814

—No diré nada...

¡Hasta la próxima! Cuídense.

—Erika M.

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