La marca de Itadori
Como una carta ruborosa tirada al viento por un enamorado empedernido por la vida, se alzó la mirada de Megumi Fushiguro y con lentitud estudió el nítido perfil de su compañero de examen, Itadori Yuuji.
Algo dentro del azabache reaccionó. Su pulso se elevó cuando se encontró perdido en la mirada concentrada del castaño, quien mordía la punta de su lápiz, incapaz de dar con la respuesta correcta.
A un movimiento de Itadori, Megumi se asustó creyéndose atrapado con las manos en la masa. Estaba listo para gritar y negar que lo estaba viendo y que el sonrojo en su rostro solo era por algún repentino resfriado.
Volvió su mirada a su examen, pero no tardó mucho en perder de vista su propósito; levantó su atención y justo como se lo esperó, Satoru Gojo, el profesor que estaba a cargo de esa sesión se había quedado dormido sentado tras el escritorio.
¿Cómo pudo darse cuenta Fushiguro cuando siempre tiene sus ojos cubiertos? Fácil, por ese hilo de saliva que pendía de sus labios, casi hasta llegar a sus zapatos.
Suspiró, le pareció totalmente increíble la poca voluntad de su mayor y de hecho, ya estaba lejos de sorprenderse. Después llevó su atención a la izquierda; Nobara estaba sacando provecho del estado de profesor para buscar las respuestas del examen en internet.
—¿Qué ves? —le preguntó ella formando una mueca molesta—. ¿Se te perdió algo?
Megumi negó, con el rostro en conflicto.
¿Por qué no podía tener un profesor normal o como mucho, un par de compañeros dentro de la media?
No pudo evitar pensar que Nobara parecía un gorila.
—Nobara, eso es trampa —repuso con sequedad, pasando por alto que a su derecha se encontraba Itadori copiando de su examen.
—¿Y? —repuso ella—. Es bien sabido que los profesores no deben dormir en estos exámenes, que deben tomarse esto en serio, y míralo —apuntó a Satoru—. Duerme como un bebé.
Formar un argumento contrario a tal posición sería como echarse la soga al cuello. Nobara tenía razón y de poco le iba a valer pedir un poco de sentido común a estas personas; pensó en volver a lo suyo cuando sintió un cosquilleo en el dorso de su mano. Era algo húmedo y picudo lo que le recorrió la piel.
—¡¿Qué?! ¡No estaba copiando! —dijo Itadori, temeroso a haber sido descubierto copiando.
Megumi mantuvo miradas con él, intentando mantener esa expresión solemne, aunque por dentro sentía la cabeza dándole vueltas. El pensamiento de que Itadori lo había tocado lo sensibilizó un poco. Después observó su mano, todavía callado y se encontró con un corazón mal dibujado en tinta rosa.
—¿Qué hacías? —le preguntó Fushiguro.
¡¿Itadori le había hecho eso?! No sabía si era correcto tomarlo como una buena señal, pero ciertamente aquella simple acción lo alegró bastante que en sus ojos se encontró un brillo puro en ilusión y un posible amor correspondido.
—A-Ah... Un corazón —repuso Itadori, observando la figura que le dibujó a su compañero. Fue la primera forma que encontró—. Un corazón ¿no lo ves?
Megumi asintió, quedándose sin palabras. Alejó su mano casi con temor a que se borrara la marca que dejó Itadori.
—¡Fushiguro! —era el castaño, con tono suplicante—. ¿Me puedes pasar la respuesta de la diez?
El mencionado había volado directo a sus fantasías por unos segundos. Ignoró la petición de Itadori y con el rostro iluminado, siendo acompañado por una linda sonrisita tan amable y tierna, le negó.
—No —le dijo con aquella frescura que asesinó de tajo a Itadori, le mostró que en eso estaba solo—. Vuelve a tu examen.
Y dicho esto, por más que Itadori le rogó por una respuesta, Megumi lo ignoraba o bien, le respondía con un clarísimo no. Era cierto que estaba enamorado de Itadori y que casi cualquier cosa viniendo de él le tenía un peso importante a su corazón, pero tampoco era tan idiota como para facilitarle las cosas.
Aquella tarde el examen escrito terminó con los resultados más obvios; Megumi fue el único que lo aprobó. Sobra mencionar si estos resultados le eran de importancia al profesor Gojo; Fushiguro se pasó el resto del día embelesado por el corazón en su mano, mientras que Itadori se sintió decepcionado; del pene que iba a dibujarle, solo logró formar los testículos.
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