Capítulo 6: Jardín Enjoyado
GIM
Karl tenía razón. Gim no podía irse sin explorar el reino un poco. Comprobó el pensamiento en cuanto se subieron al carruaje a caballo y observó los grandes valles verdes que se dibujaban por la ventana. La hierba era alta y se podía ver pequeñas manchas de animales disfrutando de un sol matutino de invierno. Sintió su corazón tan grande que tenía que respirar si no quería ahogarse con el sentimiento. Inhaló el azul del cielo mientras cerraba los ojos.
Eso, antes de que Karl lo jalara de vuelta al carruaje.
—No saques la cabeza por la ventana. Es imprudente.
—Bueno. —Gim sonrió y sacó su libreta para dibujar retazos de ese camino tan hermoso por el que estaban pasando.
En realidad había evitado discutir con Karl desde que salieron del reino. Hace 3 días había escuchado al rey y Karl discutir por el tema del viaje. El rey no entendía que lo había hecho cambiar de opinión tan drásticamente. Discutieron hasta la mañana siguiente donde Karl terminó por convencerlo. Al parecer hasta el anterior mes el príncipe no quería saber nada que implicara salir del palacio mucho tiempo y eso había levantado las sospechas de su padre.
Su mirada se desvió hacia el príncipe que apoyaba una mano en su mejilla tratando de dormir mientras el carruaje daba traqueteos por el camino empedrado. La luz del alba que entraba por la ventana le daba un aspecto casi etéreo al príncipe. Gim sintió que era necesario dibujarlo, ya que estaba dibujando cosas bonitas, eso incluía personas bonitas.
Desde que había descubierto la biblioteca, otra de las cosas que disfrutaba aparte de la botánica era dibujar. Pasaba días enteros dibujando flores, animales, personas que pasaban. Era su manera de dejar un recuerdo de que había estado allí. Ahora era la primera vez que dibujaba al príncipe, así que era inevitable sentirse nervioso al respecto.
Hizo varios bocetos pero ninguno logró convencerlo lo suficiente. Levantó la cabeza mirando como el príncipe se había dormido en una posición tan incómoda. Dormido ya no había rastro de esa frialdad que lo rodeaba. Respiró hondo sabiendo que tenía que ahuyentar esas ganas de molestarlo que tenía. Quería picar su mejilla o jugar con su coleta de cabello castaño que tenía derramada sobre su hombro.
Necesitaba hacer algo con sus manos. Así que regresó al dibujo del paisaje.
Pero al voltear la página donde descansaba el boceto, se percató que faltaban algunas cosas, por ejemplo las aves que despejaban el cielo ya no estaban, como si hubiesen escapado del papel.
Frunció el ceño y las dibujó de nuevo.
Cuando llegaron al primer pueblo, Karl lucía como si se hubiese drenado toda la energía de inicio de viaje antes de que comience. Gim, por otro lado, fue el primero en bajarse notando como la nieve comenzaba a caer escarchando el cielo de un blanco suave. Sentía cosquillas en las puntas de los dedos donde el frío lo mordisqueaba.
—No deberíamos alejarnos mucho del carruaje. Solo deben cambiar una rueda que se averió y podemos continuar.
—Pero, podemos explorar un poco el pueblo hasta eso, ¿no? —preguntó Gim volteando a ver el lugar surcado por montañas y niebla.
—No estaba planificado. —Ahora el príncipe lucía tenso.
—Solo será una visita rápida —Le dijo Gim—, ¿por favor?
Su nombre era Esmeraldas, la tierra de las joyas. Había leído de ella durante el viaje. Un pueblo entre las montañas y la niebla del elemento tierra, sostenido por las piedras preciosas que comerciaban al rededor de todo el reino. Al final logró convencer al príncipe de visitarla. Frente a él se levantaba el paisaje de un pueblito de casitas pequeñas con caminos sinuosos empolvados de nieve como polvo de hornear y bordeados por joyerías que parecían luces de navidad entre la niebla.
Gim se acercó a uno de los escaparates donde descansaba un dije de oro derretido en forma de lágrimas hechas del sol. Había demasiados accesorios hechos con oro, pero también encontró aretes de plata y otras piedras preciosas de colores hermosos que no sabría reconocer como aquella sortija que parecía estar hecha con trocitos de cielo estrellado o aquella manilla que recordaba a las auroras.
Entre la niebla que parecía un velo húmedo, se habían reunido en la plaza un grupo de niños a jugar con la pelota. Una anciana los miraba sonriendo mientras tenía el ojo encima a uno de los más pequeños del grupo. Gim se preguntó si tendría la oportunidad de vivir hasta que su cabello se volviera blanco y su piel se surcara con los años. Pensó en lo afortunada que era la anciana por haber vivido tanto y seguir allí disfrutando de otro día más de invierno.
Gim trataba de no pensar en eso. Era igual que los humanos, después de todo, ¿no? En cualquier momento podría morir, pero eso no significaba que debía estar pensando en la muerte a cada paso que daba. De repente el príncipe se detuvo y Gim casi choca con él.
Habían llegado al Jardín Enjoyado.
La creación de la que más se enorgullecía el pueblo que lo vio crecer. A pesar de que las flores descansaban dormidas esperando la primavera para abrirse, Gim pudo saborear la dulce magia y el amor que existía. Mientras caminaba entre las malvas color lavanda que perfilaban el camino sintió su corazón saltar en su pecho al ver tantas hermosas criaturas. Alzó la mirada percatándose de los sauces con gotas de plata en sus hojas.
Notó que el camino adoquinado se hallaba a penas con nieve, al parecer, los lugareños se encargaban de quitarla cada día. Se inclinó frente a un diente de león, uno de los pocos que se atrevió a mostrar su vestido hecho de oro con un brillo mágico entre la niebla. Una sonrisa tan tibia como el chocolate se fue formando en el rostro de Gim.
—Me pregunto qué clase de magia utilizan para mantenerlas vivas en invierno. —manifestó Karl en voz alta mientras caminaba con las manos hacia atrás.
—Me imagino que los lugareños son encargados del mantenimiento.
—Oh, por favor, no les des tanto crédito, cariño.
Una voz pequeña como un tintineo los hizo mirar con más atención a una de las únicas rosas que había abierto sus pétalos. En ella descansaba una oruga que tejía plácidamente un pétalo rojo de la rosa sobre la que estaba recostada.
—No me mires tan de cerca o te clavará esta aguja en un ojo.
Gim se alejó de inmediato pero Karl solo sonrió de lado.
—No sabía que Esmeraldas había contratado a amayus para el trabajo de mantener el Jardín Enjoyado.
—No nos contrataron. Tenemos un acuerdo con los lugareños. Mientras nos dejen vivir en paz, les ayudamos con sus jardines en invierno.
Al mirar ahora con más atención notaron que aquella oruga de mal genio no era la única allí, otros gigis, criaturas mágicas que históricamente vivía en bosques capaces de tejer cualquier cosa, estaban en otras plantas tejiendo con la misma calma que la oruga con la que estaban hablando.
—¿Te refieres a la Ley de Encomienda? —preguntó Karl.
La anciana asintió sin levantar la vista.
—¿Qué ley es esa? No la encontré en el libro de leyes de la biblioteca. —comentó Gim.
—Es una ley por la que hacen un acuerdo las criaturas mágicas de la zona con los aldeanos. Ellos no nos matarán a cambio de que sirvamos para ellos con nuestras habilidades. Es otra palabra para esclavitud, cariño. —le dijo arrugando la nariz con una sonrisa de cera antes de volver al trabajo.
Gim de repente sintió su corazón agriarse. Y también notó como Karl lucía incómodo, quizás molesto.
Había leído sobre el pueblo de Gigis. Existía la leyenda de un bosque hecho de oro, plata y otras piedras preciosas que colgaban de hojas, frutos y flores. Un rey comenzó una expedición para encontrarlo, y lo hizo pero se encontró con las fieras criaturas mágicas que lo custodiaban. Los Gigis, unos amayus que usaban las rocas como elemento. Después de años de lucha llegaron a un acuerdo aunque nunca el libro especificó que clase de acuerdo.
—Señora Gigi.
—No me llames así.
—¿Me permite dibujarla mientras teje?
La señora abrió más los ojos y por un momento no hubo rastros de su ira. Al final aceptó de mala gana.
—No eres humano, ¿no es así? —le preguntó mientras él hacía los primeros trazos.
—No, no lo soy. —admitió. Aunque esperaba serlo, si es que su creador se lo permitía.
—¿Por qué te juntas con humanos entonces? Pueden parecer amigables, pero todos vienen del barro, así que está en su naturaleza querer llegar tan alto como puedan. Sin importar a quien aplasten. No confíes en ellos. Solo les gusta los amayus que pueden usar.
Parpadeó pensativo mientras sus trazos se volvían más suaves.
Antes de que pudieran continuar, Michael, el cochero los llamó ya que el carruaje había sido reparado.
Cuando continuaron con el viaje, todavía permanecía absorto tratando de pronunciar los nombres de esas plantas que sabían a conocimiento y novedad en sus labios. La Señora Gigi había sido amable con él y le había enseñado varios de nuevos nombres como las rosas de agua. A diferencia de las rosas comunes, estas solo crecían en aguas dulces de estanque y se consideraban criaturas mágicas también al poder mover sus ramas a voluntad. Gim no pudo evitar dibujarlas.
—Cuando sea rey, aboliré esa ley de encomienda.
Gim de repente alzó la mirada dejando de dibujar al ver la figura de Karl con la mirada en el camino.
—El reino es próspero, ya no somos como hace cien años cuando necesitábamos de la ayuda de las criaturas mágicas para todo. Es momento de darles un contrato justo.
Al escucharlo Gim deseó poder dibujarlo. No sabía si abolir una ley acabaría con la brecha tan abierta que todavía existía entre criaturas mágicas y humanos, pero era un comienzo.
—Serás el rey más amable de todos.
El joven príncipe se rio y volteó a verlo levantando una ceja. Sus ojos oscuros parecían divertidos. Gim contuvo el aliento y le devolvió la sonrisa tentativo.
—Tú leíste el libro de Crónicas de la historia real, sabes que no es cierto.
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Gim a veces tenía recuerdos de su creador. Eran como fragmentos rotos de una vida pasada. Y eran tan repentinos y breves como destellos de estrellas. Podía desencadenarlo cualquier cosa. La risa de un niño. El olor de un chocolate caliente por la mañana. En ese momento mientras viajaban nuevamente en el carruaje, miró como Karl jugaba con el anillo de su dedo mirando por la ventana. Recordó entonces que alguien más hacia eso. Era un anillo de azul zafiro. Pero no podía recordar quien era. Vio en los recuerdos como su creador Auroro tomaba esas manos nerviosas.
Entre la niebla y el traqueteo del viaje, se fue adormeciendo.
El sueño solo duró hasta el anochecer cuando se levantó al escuchar gritos, los relinchos de los caballos y el coche patinando sobre la nieve hasta caer.
Nota de Autora:
Voy a empezar a subir capítulos más seguidos ya que están escritos y solo quedan corregirlo sii
Mañana ya es nochebuena <3
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