Capítulo 5: Lo que significa vivir
GIM
Gim se estremeció como un ave que se sacude escarcha de nieve de sus alas. Acudir a los entrenamientos significaba levantarse más pronto que el sol. Llegó hasta la colina donde se escuchaba a los soldados de la Guardia Real en sus batallas matutinas. Tenían demasiado energía para ser tan temprano.
Mientras se iba acercando sus figuras con armaduras doradas se fueron dibujando más claramente bajo un tierno cielo abovedado de nubes. Y entonces lo vio.
Karl estaba empuñando una espada que la movía con la gracia de un príncipe que había nacido para eso. Llevaba un traje de militar con botones dorados que brillaban bajo el sol de invierno. Su cabello estaba trenzado hacia atrás con un listón que le daba un aire de elegancia a la mañana nublada. Gim sostuvo el aliento deteniendo sus pasos.
No dijo nada limitándose solo a observar como Karl dirigía a sus hombres en cada movimiento de espada corrigiendo su postura antes de empezar. Una sonrisa se fue curvando en sus labios. Aunque a veces Karl tuviera un temperamento frío, era alguien de cálido corazón con los suyos. Era tan evidente para él como que el sol salía por la mañana.
Sus miradas se encontraron.
—Oh, así que allí estás —le dijo con seriedad acercándose hacia él igual que un lobo cómodo en su territorio—. ¿Trajiste tu espada?
Gim la sacó dubitativo sin estar seguro de lucir tan increíble como el resto de soldados con ella.
—¿Has tenido algo de entrenamiento de defensa antes? —le preguntó mientras se sacaba los guantes.
El joven sacudió la cabeza.
—Bien. Empezaremos con eso entonces. Y luego seguiremos con el manejo de la espada.
El príncipe lo guio hasta un descampado donde solo había nieve y montañas heladas a lo lejos. El cielo se pintaba de un bonito rosicler para saludar. Gim fue detrás de él, pero su mirada no podía evitar seguir los movimientos de los otros soldados que se quedaron con indicaciones del príncipe para seguir practicando.
—¿Y qué hay de la magia? —preguntó en un susurro como si temiera que la palabra pudiera causar una avalancha.
—¿Disculpa? —Karl inclinó la cabeza y luego alzó las cejas—. Oh, ¿te refieres por qué no hay entrenamiento con magia?
—Sí. Tú lo utilizaste. Pero no he visto a ningún soldado usándola.
Karl torció el gesto mientras envainaba su espada y seguían caminando entre la nieve.
—Lo aprendí por mi cuenta. Es muy poca la información que tenemos de los métodos mágicos que tienen las criaturas nativas, entonces todavía hay algo de recelo respecto a eso. Algunas personas piensan que es antinatural que los humanos aprendan magia por su cuenta por lo que los soldados de la Guardia Real solo aprenden contra-hechizos.
—¿Y cómo es? ¿Aprender magia siendo un humano? —No pudo evitar preguntar ahora que había comenzado a tirar de ese hilo.
El rostro de Karl hizo algo gracioso. Sus cejas se fruncieron con seriedad pero parecía algo avergonzado.
—Fue terrible. Las primeras veces resultaron en varios accidentes. —Y luego una de sus manos rescató su trenza hacia adelante mostrando un mechón de cabello anaranjado entre las hebras de cabello oscuro—. Esto de aquí sucedió cuando intenté hacer un hechizo con fuego por primera vez.
Gim mostró una sonrisa que terminó en una suave risa entre dientes al imaginar al estoico príncipe Karl con la punta del cabello chamuscado por un hechizo que salió mal.
—Pero luego vas progresando —Y para un ejemplo, le mostró su mano cerrada y cuando la abrió un hermoso pero pequeño ave fénix revoloteaba entre sus dedos con alas hechas de fuego y una ferocidad majestuosa. El ave se marchó volando hasta arriba hasta que la escarcha de la nieve la alcanzó y superó totalmente. Hubo unas últimas chispas de fuego hasta que no quedó nada.
El joven heredero frunció el ceño.
—No se supone que debía pasar eso.
La risa de Gim volvió a interrumpir la quietud de la mañana y Karl lo miró. Por un momento pensó que lo regañaría, pero en lugar de eso solo desvió la mirada y se colocó los guantes con expresión fría.
—Dejemos de perder el tiempo y empecemos.
Aprender los movimientos viendo al príncipe fue sencillo. Lucían fáciles y hermosos como una coreografía de un baile de invierno. Pero cuando era su turno de aplicarlo, tuvo más de un problema. Sobre todo considerando que su contrincante era el mismo príncipe.
Se abalanzó hacia Karl pero él usó un brazo bloqueando su ataque y haciendo que soltara la espada. Antes de que Gim pudiera descifrar cómo lo hizo, sintió un golpe en la pantorilla y de repente se hallaba sobre la nieve contemplando el cielo sin nubes. En ese paisaje apareció un príncipe con una sonrisa de autosuficiencia.
—Oh, deja de sonreír —se quejó incorporándose aunque el mismo estaba sonriendo—. Solo querías hacer esto, ¿no?
—No, ahora, en serio, voy a enseñarte. —le extendió una mano para levantarse que Gim tomó todavía pensando que aunque tenía el título de guardián no tenía madera para ser uno.
Al transcurrir la mañana, donde terminó muchas veces en el suelo a veces más rápido que en otras, se dio cuenta que no necesitaba madera de guardián para defenderse. Lo supo casi cerca de mediodía cuando estuvo muy cerca de derribar a Karl. No lo logró, pero fue suficiente para dejar una sonrisa en Gim y desconcierto en Karl mientras tomaban un descanso con pasteles de arándano debajo de un olivo escarchado de nieve.
—No entiendo porqué estás tan feliz, no lo lograste.
—¡Pero estuve muy cerca! —señaló sintiendo sus brazos temblar mientras sostenían el panecillo. Quizás se había sobreesforzado, pero había aprendido muchas técnicas nuevas así que le pareció un precio justo ahora tener todo el cuerpo lánguido y extenuado.
Karl empezó a hablarle sobre otro hechizo que había aprendido y Gim intentó seguir el hilo de conversación, pero el cansancio que por un momento había sido tolerable había adquirido el peso de mil rocas y le estaba costando mucho mantener la mirada enfocada.
Un zumbido molesto empezó a rodearlo y cuando todo a su al rededor empezó a desdibujarse, se dijo a si mismo no podía desvanecerse. No podía ser tan débil si había prometido ser el guardián de alguien. No quería.
Tomó el brazo de Karl como si este fuese un ancla que lo llevaría de vuelta a la realidad. Pero tuvo el efecto contrario, el príncipe dejó de hablar y dijo algo que Gim ya no alcanzó a escuchar.
Cuando recobró la consciencia estaba en una habitación de paredes cálidas con una rama de jazmín en la mesita que olía a seguridad y ternura. Era su alcoba. Parpadeó mirando las motas de polvo brillar bajo el sol de mediodía. Luego sus sentidos fueron poco a poco desperezándose hasta que escuchó a retazos la conversación de uno de los médicos con el príncipe. Sintió cosquillas en su pecho pero también sintió la culpa caer sobre su corazón al estar de nuevo molestando al príncipe con sus debilidades.
—Su Majestad, este es un amayu creado artificialmente, no es de fiar. —susurró el médico como si él no estuviese en la habitación. Sin querer hacerlo incómodo, Gim no se movió ni dijo palabra para anunciar que estaba despierto.
—Eso déjame decidirlo a mí, ¿bien? Solo dime cómo puede recuperarse. No es normal que se haya debilitado tan solo con unas horas de entrenamiento.
Su pecho cayó ante las palabras y se sintió tan tonto al haber hecho esa promesa. ¿Cómo puede proteger a alguien sino puede protegerse ni a si mismo? Quería gritar de frustración.
—Le explico, Su Majestad. Todo amayu artificial de este tipo tiene un propósito que lo dicta su creador, esto es lo que les mantiene con vida y les permite llevarlo a cabo usando la magia que les cedió su dueño. Mi suposición es que él ha perdido ese objetivo o quizás algo le sucedió a su creador y por eso no puede canalizar su energía y magia adecuadamente. Si no logra encontrarlo, lo más probable es que toda su energía restante termine consumida.
—¿De este tipo, dices? Pensé que los amayus no podían ser creadas por hechiceros.
El médico se escuchaba incómodo ahora.
—Es un tipo de magia oscura que su abuelo prohibió hace mucho tiempo. Solo he escuchado que se practica en la isla de la Estrella. Son hechiceros capaces de crear amayus a partir de cosas tan simples...como una galleta de jengibre. Tienen propósitos maliciosos. Por eso le digo Su Majestad que debe tener cuidado con este... muchacho.
Gim se giró y se negó a escuchar más. Fue después de que se oyera la puerta cerrándose y una mano sobre su hombro, que finalmente sus ojos almendra se encontraron con el príncipe, que lucía tan tranquilo como una montaña de hielo. Él suspiró dejando caer sus hombros.
—¿Qué tanto escuchaste?
—Lo suficiente. —Se incorporó con sus codos sintiendo su alma empequeñecerse y sucumbir como una vela en la oscuridad—. Lo siento. Si lo hubiera sabido, no habría propuesto ser tu guardián personal. Lo que pasa es que...cuando desperté y descubrí que no tenía un propósito...pensé que....
El nudo en su garganta se enredó tanto que por un momento no pudo hablar y sus ojos solo se cristalizaron.
—Pensé que podría encontrar uno nuevo por mi cuenta. Pensé que convertirme en tu guardián podría ser el primer paso.
Los ojos de Karl estaban sobre él como un silencioso hechizo y Gim hubiera deseado poder saber qué estaba pensando de él en ese momento. Miró sus propias manos maltratadas por el manejo de la espada toda la mañana jugando con sus dedos.
—Entenderé si quieres que me marche. Tal vez el médico tiene razón y sea lo mejor.
—No —lo dijo tan rápido que Gim tuvo que levantar la cabeza para verlo pero Karl ya se había alejado a la puerta—. Solo déjame pensar sobre esto, ¿bien? Primero averiguaré sobre el mago que te creó. Descansa por ahora y luego hablaremos.
Cuando la puerta se cerró, Gim miró al jazmin de su mesita.
KARL
Cualquier persona podría decir que el príncipe era experto en guardar la calma en circunstancias adversas, sin embargo, nadie más que el príncipe sabía que no era guardar la calma. Era esconder la tormenta que se desataba en su interior y mostrar solo un espejo de calma frente al resto. Podía hacer esto incluso sin pensarlo. Pero había ocasiones en las resultaba difícil mantenerla.
En este momento se podía decir que caminaba de manera muy rápida, sin detenerse a saludar a nadie. Se escuchaba el choque ocasional de su espada con su cinturón. Su mente era un caos desatado. Hace dos días había descubierto que posiblemente alguien malicioso había creado a Gim con intención de perjudicarlo.
Si le hubieran preguntado antes de su cumpleaños cómo proseguir, la opción más racional era obvia: dejar ir a Gim.
Pero eso era antes de conocerlo. Tuvo la buena o mala suerte de haber pasado tiempo con este joven hecho de magia y dulzura, el suficiente para sentirse confundido respecto a qué hacer. Y le enojaba verse tan perjudicado por eso. No debería afectarlo.
—¿A dónde vamos, príncipe?
—Quiero mostrarte el invernadero.
El joven se iluminó gradualmente igual que lo hace un campo al amanecer. Mirarlo hacía que uno se sintiera cálido y a gusto. El príncipe se preguntó si era normal sentirse tan a gusto con eso.
—¿Descubriste algo entonces? ¿Sobre el mago?
Karl tenía las manos en la espalda mientras caminaba recto a lo largo del jardín, a la mención del creador de Gim, sus dedos se crisparon solo un poco.
—No lo encontré.
La expresión de Gim cayó. Sabía a que se refería. Ayer Karl había prometido buscar al mago que le regaló las galletas de jengibre. Pero al parecer el tal mago Auroro se había marchado a su aldea natal luego de la fiesta de su cumpleaños o eso dijeron sus conocidos.
—¿Es... eso tan grave?
Gim se había detenido. Las luces de estrella titilaban a la lejanía y aunque parecía una noche cálida en realidad al ser diciembre el frío y la ventiscaba hacían los bordes más ariscos de esa noche. En ese momento, el príncipe Karl quiso pensar que el frío que sintió al escuchar a Gim hablar tan a la ligera sobre eso fue por culpa del clima.
Él también se detuvo y regresó a verlo con una expresión conflictiva.
—¿No te asusta la muerte? Tú lo escuchaste. Sin un propósito, sin tu creador cerca, solo es cuestión de tiempo para...
—Nunca tuve el derecho de cambiar de forma —habló Gim con una voz tan baja que no quedaba con el tono hecho de sol que usaba siempre—. Todo esto fue un accidente. Tú mismo lo dijiste el primer día. Además...siento que ya he disfrutado todo lo que se puede disfrutar de la vida humana en esta semana.
—¿Hablas en serio? —Karl no pudo evitar alzar un poco la voz al sentir que escuchaba un sinsentido. Sus ojos oscuros estaban tan llenos de confusión que Gim tuvo que apartar la mirada y jugar con sus manos donde sostenía un romero—. No puedes haber disfrutado de la vida en una semana. Hay muchas cosas que no has visto y no has probado.
Usualmente Karl tenía ese problema, hablaba de las cosas como eran sin adornos superfluos y aunque eso era una ventaja a veces tenía el efecto contrario de sonar poco empático. Lo recordó cuando vio que unas pequeñas y silenciosas lágrimas caían sobre las manos de Gim mientras él seguía cabizbajo. Él dejó de hablar.
—Oye...no...ah....¿por qué lloras? —se acercó hacia Gim pero no sabía qué debería hacer. Entró en total pánico. Sabía como manejar una discusión o un debate político pero no tenía idea como consolar a alguien—. Si es mi culpa, yo...
—No, no, no. No es tu culpa. No sabía que podía llorar. Perdón —El joven de jengibre levantó la cabeza con los ojos enrojecidos y las mejillas arreboladas por el clima tan frío que los rodeaba —. Es solo que tienes razón. Yo dije que era suficiente porque quería ver mi final con una sonrisa... p-pero claro que sé que no es suficiente. Tuve tiempo de leer algunos libros en tu biblioteca ¿sabes? ¡Hay tantas cosas por hacer! Hay tantas cosas que quiero hacer. Me duele el corazón con tan solo pensar que seré incapaz de hacerlas.
Karl no creía que hubiera algo que exista para consolarlo así que solo se quedó en silencio mientras Gim seguía hablando con las lágrimas deslizándose en silencio.
—Pero, ¿qué puedo hacer al respecto, príncipe?—bramó con la mirada hacia el cielo y luego cayendo sobre él. El príncipe se sintió indefenso bajo el escrutinio de sus ojos. No estaban hechos para lucir tan abatidos—. ¡¿Qué puedo hacer?! No puedo cambiar el flujo del tiempo ni mi destino. Solo-
—Sí puedes. Si podemos.
Gim parpadeó, las lágrimas congeladas mientras lo miraba con la boca entreabierta.
—¿Qué?
—Dije que...—Karl no pudo pensar con claridad. ¿Qué estaba diciendo? —. Dije que es posible encontrar otra solución.
—¿Qué solución?
—Podemos encontrar al mago Auroro. Me dijeron que se fue a su pueblo natal, la isla y yo conozco la isla de Estrella. Si lo encontramos podemos ver...alguna clase de hechizo para que te quedes más tiempo. Todo el tiempo que quieras. Sé que existe ese tipo de hechizos allí.
Gim apretó sus labios mientras una tibia sonrisa se asomaba en sus labios. Karl sintió como su alma se volvía más ligera al verlo. Eso era más apropiado. Las personas como Gim no deberían tener preocupaciones que los hagan lucir tan tristes. Eran doloroso de ver.
—Pero yo no conozco tu reino, príncipe.
—Yo iré contigo.
Hubo un silencio donde Gim se acercó más a él con la sonrisa congelada en sus labios.
—¿Lo dices en serio? ¿Qué hay de tus responsabilidades?
—Diré a Padre que voy a tomar unas semanas para explorar el reino. Lo tengo pendiente desde hace años pero siempre lo he aplazado.
A este punto Karl ya no tenía control de la situación. Su yo del pasado le recriminaría por tomar una decisión tan importante a la ligera como si fuera elegir el color del traje. No tenía el control pero descubrió que ya no le importaba demasiado como para detenerse.
—Además sería irresponsable enviarte a ti solo a-
Las palabras se ahogaron en su garganta cuando se vio rodeado por unos cálidos brazos mientras sentía el pecho de Gim presionar contra el suyo. Su cabello castaño color del sol hacerle cosquillas en una mejilla y Karl no pudo evitar pensar que se sentía todo tan acogedor que no quería moverse de allí. Era como ser bañado en un pedacito de sol en un día de invierno. Se quedó sin aire ante el pensamiento. No entendía qué estaba pasando. Sus padres eran reyes así que por supuesto que tenían cosas más importantes que abrazar a su hijo de vez en cuando y aparte de ellos, ¿quién se atrevería a acercarse tanto al príncipe heredero? Solo Gim.
—¡Gracias, gracias! Sabía que eras buena persona, es-
—Quítate. En este momento. O ya no me iré contigo.
Escuchó a Gim reír mientras se alejaba. De repente se sintió demasiado frío en las partes de contacto donde solo quedó una huella del abrazo.
—Bueno, bueno. Perdón por eso. Fue repentino. Es que me emocioné —Sonrió sin mostrar los dientes con dulzura. Karl empezaba a ver las sutiles diferencias entre cada sonrisa que tenía Gim—. ¿Cuándo vamos a partir?
—Mañana. En la mañana. Tienes que levantarte temprano.
—Sí, príncipe.
—Deja de sonreír así —suspiró—. Vamos. El invernadero nos espera.
Nota de Autora:
Y empezamos el viaje :D
El fin de semana horneé unas galletas de jengibre con mi amiga y aunque no conseguí un Gim, quedaron bien (una se quemó)
¿Ustedes tienen algún postre navideño favorito?
¡Gracias por leer!
pd: Laufey es mi soundtrack de diciembre
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