Capítulo 3: Biblioteca
Dedicado a Noir, por ser la primera persona en creer en esta historia <3
—Querido hijo —Su voz vibraba vida como luz de sol matutina mientras mostraba una sonrisa de dientes blancos—. Me preguntaba que te retrasó a tomar el desayuno con tu madre y conmigo. Ya sabes que los desayunos son algo intocable en esta familia.
Su cabeza estaba demasiado atormentada y enredada para haber recordado eso.
—Lo siento, Padre.
Su padre no lucía enojado, en su lugar recorrió con curiosidad la estancia con la mirada hasta que halló al joven de traje militar al lado de la cama.
—¿Y este muchacho?
—Él es mi nuevo guardia personal —se lanzó a explicar el príncipe antes de que el otro dijera algo equivocado—. Estaba dándole indicaciones antes de iniciar el día.
—Oh...¡Oh! ¡Ya veo! —exclamó con una sonrisita de cómplice aunque disimulando muy mal su sorpresa—. Me alegra mucho que por fin hayas escogido a alguien digno de tu confianza. Tomó un tiempo ¿no es así? En fin, solo tendré que acotar que sería maravilloso que le veas un nuevo uniforme. El que lleva ya es antiguo. Tiene que ir al sastre real. Si quieres puedes tomar uno de mis carruajes. ¡Lo más pronto posible!
—Entendido—dijo Karl desesperado por dejar de ser cegado por el brillo de su parte. Era como mirar directamente a un sol que estaba demasiado cerca.
Solo cuando estuvieron solos se dio cuenta de su error. Había escapado de los murmullos de haber colado a un joven a su habitación en la noche de su cumpleaños, pero ahora tenía otro problema.
GIM
Desde que se levantó tenía demasiadas preguntas para un solo día. Toda su mente se sentía desdibujada como si alguien hubiese echado a perder con agua recuerdos de acuarela. Sabía el lenguaje del reino y que él fue creado por un mago pero además de eso son pocas las cosas que le quedaba. Por ejemplo, ¿por qué estaba en la habitación del príncipe? ¿cuál era el nombre del mago que lo creó? No lo recordaba. ¿Pero cómo decírselo al príncipe de mirada afilada cuando él dijo que era mejor olvidarlo?
Pero todo ese caldo de angustia que parecía querer desbordarse, se apaciguó cuando salieron del palacio a buscar la sastrería y sintió el frío de invierno por primera vez. Al instante tuvo ganas de regresar adentro de nuevo. Pero su miedo se fue templando poco a poco mientras veía más de ese mundo blanco que lo rodeaba.
La nieve parecía crema sobre los techos de las casas. Las flores de los balcones lucían como cerezas de un pastel de nieve y a lo lejos se veían montañas de chocolate con glaseado. El joven respiró hondo fascinándose por el paisaje blanco del que formaba parte a pesar del frío que mordisqueaba su piel.
En sus manos tomó un copo de nieve como maná que caía del cielo y analizó con fascinación como se derretía en segundos. Sintió el invierno apagarse cuando un pampero azul cayó sobre su cabeza. Levantó la cabeza y se encontró con los ojos hechos de invierno del príncipe.
—No necesitamos llamar la atención. —dijo cortando la conexión de miradas y adelantándose con su capa moviéndose en el viento.
—¿Siempre nieva aquí, príncipe? —preguntó tomando otro copo y dejando que se deshiciera entre sus dedos como los sueños perdidos.
—Todo el tiempo. Vivimos en el norte del reino por si no lo has notado.
Gim no le contestó, sus ojos se perdieron en otro foco al llegar al puente de piedra. Por debajo de este, nadaban peces dorados de colas largas. Sintió cosquillas en su pecho con ternura al ver a las criaturas jugar en el agua.
Caminaron por el puente hasta que hallaron a un joven pescador. Tenía el cabello color de un riachuelo de hadas y sus ojos tenían el aburrimiento de un mar calmado. Con una artimaña mágica soplaba burbujas para capturar a los peces y ponerlos en su canasta.
Cuando se alejaron del puente, Gim todavía no podía apartar la mirada de él.
—Él...¿cómo puede hacer eso?—Aunque Gim recordaba algunas cosas que su creador le había entregado, no había ningún joven así en sus recuerdos.
Lo más extravagante que recordaba era haber visto a una mujer de cabello plateado arreglando un reloj frente a una chimenea. Pero su rostro era desdibujado y no la reconocía.
El príncipe volteó a verlo con una expresión extraña.
—Es un amayu, una criatura mágica de agua.
—¿Tu reino está hecho con criaturas mágicas de agua?
Karl negó con la cabeza.
—El reino de los Cinco Soles se fundó sin magia. Cuando regresemos puedo mostrarte la biblioteca y allí puedes resolver tus dudas. Aunque me parece extraño que no sepas de esto.
El amayu capturó su último pez dorado y se puso de pie con la canasta llena. Pero había una expresión sin vida en su rostro que removió el corazón de Gim.
—¿Existen criaturas mágicas con el cabello plateado ? —volvió a preguntar recordando que aquella expresión del joven amayu ya la había visto antes en sus recuerdos.
El príncipe volvió a fruncir el ceño y esta vez lo miró con suspicacia.
—Solo en la isla. ¿Por qué preguntas esto? ¿De qué parte eres?
Gim estuvo a punto de decirle que no sabía. Pero la mirada expectante del príncipe le hizo sentir que no era una buena respuesta. Aún así al intentar pensar en un lugar inventado, el pánico ardió en su pecho y se encogió de hombros como una flor que se esconde del sol.
—¿De Ladinaia..?
—Eso no existe.
—Lo intenté —Aflojó sus hombros sintiéndose más relajado ahora que no podía mentir—. En realidad no lo recuerdo.
El príncipe lo observó por un largo rato antes de suspirar. Parecía que después de recabar en posibilidades terminó rindiéndose.
—No tengo tiempo para esto. Primero veamos tu traje militar. —Y empezó a caminar de nuevo. Ahora se acercaban a la plaza donde había varias tiendas recién abriendo.
La capital del reino se levantaba como un sol que se negaba a ser gobernada por el frío. Miró a un hombre ordenar las frutas de su estante antes de que los clientes llegaran; al panadero sacar el pan de la mañana para el desayuno; y a los niños correr a la chocolatería para comprar una travesura.
Se distrajo de nuevo por una mujer que vendía rosas rojas dentro de vasijas, sumergidas como bellas durmientes, sus pétalos vibraban color y magia desde el fondo del agua celeste.
—¿Cómo se llama esta flor?
—Rosas de agua.
—¿Y estas?
—Campanillas de paz. Y antes de tu siguiente pregunta, hay un libro con los tipos de flores de todo el reino para que leas. Primero el traje —repitió Karl mientras entraban en una calle más angosta de casas coloridas y balcones con flores que parecían haber sido besadas por el sol.
El joven suspiró con hombros caídos.
—Bien, bien, el traje. Pero, me mostrarás la biblioteca luego ¿verdad?
Era terrible verse rodeado de un mundo desconocido. Sentía que se volvería loco de preguntas.
—Sí, sí. Te la mostraré. Lo prometo.
El sastre, al igual que el rey, también estaba sorprendido del traje del muchacho. Parecía que aquel uniforme de soldado había salido del mercado hace 50 años. No era de esperar menos. El mago se había inspirado en los cascanueces de cuando él era joven para crear a su muñeco de jengibre.
Luego de tomarle las medidas y ajustar el traje, Gim se miró en el espejo. Recorrió los bordes dorados de sus mangas y el escudo del reino donde se veían los cinco soles rodeando un castillo. Entre sus dedos sostuvo uno de los botones en forma de fénix preguntándose porqué se sentía tan extraño al llevar ese traje.
El sastre le dijo que le quedaba bien el corte militar y compraron varios trajes similares. Karl asintió pero Gim sentía que había tragado un caramelo agridulce. ¿Cuál era su objetivo para ser creado? ¿Cómo pudo haberlo olvidado?
Mientras caminaban de vuelta al palacio, solo se escuchaba sus pasos sobre una nieve más densa. Ya no había miradas sorprendidas ni preguntas. Gim tenía la mirada perdida en uno de sus botones dorados.
—¿Qué sucede? —le preguntó Karl luego de un rato de silencio caminando a su lado.
—No es nada, príncipe. —Le ofreció una sonrisa dejando en paz sus mangas—. ¿Ahora iremos a tu biblioteca?
—No es mi biblioteca. Es la del reino. Una que protege todo el conocimiento de cada región del reino. Hay recopilación de viajes, de historias y poemas mágicos. También hay libros enteros sobre los diferentes tipos de amayus.
—¿Hay tipos? —La idea rompió todo lo que pensaba.
—Sí, según cada elemento—Luego tendió esa mirada extraña que buscaba respuestas—. ¿Qué es lo que recuerdas?
Gim no era todavía diestro en esconder sus emociones así que inconscientemente alzó las cejas con una sonrisa embelesada, pues de lo poco que conocía al príncipe no imaginó que le creería cuando le dijo que perdió la memoria.
—Deja de mirarme así.
—Perdón, perdón. Entonces, ¿me crees?—No debió ser tan imprudente al decir lo que pensaba tan rápido pues enseguida el rostro del príncipe cambió y frunció el ceño.
—¿Por qué no lo haría? No te conviene mentir en que perdiste la memoria si tu objetivo es buscar riqueza o títulos.
—No busco ninguna de esas cosas.
Karl sonrió.
—Si, me he dado cuenta de eso.
Lo guio hasta la dichosa biblioteca. La idea que tenía Gim venía de los recuerdos de su creador, por lo que pensó encontrarse con libros amontonados en un lugar desordenado con polvo y velas de cera derretidas por horas largas de lectura.
Pero lo que encontró fue totalmente diferente.
El príncipe empujó las puertas de madera y una estancia bañada por el sol se dejó ver. Había luz por todas partes acariciando con ternura los libros empastados. Recorrían estancias como una espiral que llegaba hasta la cúpula como si desease alcanzar el cielo. Unas gradas en forma de caracol de igual forma guiaban a más pasillos donde se escondían conocimientos de todo el reino.
Gim dio un paso sintiendo sus botas de cuero hundirse en la alfombra roja y por un momento se vio envuelto por el olor a magia de secretos susurrados en poemas y conocimiento. Era un tesoro escondido entre madera y papel.
Se fijó que había un sillón frente a la chimenea a donde Karl se acercó para dejar su capa escarchada de nieve.
—Entonces, ¿por cuál libro quieres empezar?
—El libro de plantas que prometiste.
El príncipe se volteó y asintió. Una sonrisa poco a poco asomó en sus labios. No pudo evitar pensar que tenía sentido que el príncipe de un reino de sol en medio de la nieve fuera él. Su sonrisa transmitía lo mismo que un día frío de invierno al amanecer cuando un sol se asomaba.
—Te mostraré. —Se puso de pie y lo guio entre las columnas de los libreros.
Gim se dio cuenta que aquella librería era más grande de lo que aparentaba cuando se adentraron por uno de los pasillos más alejados y aún así no dejaba de ver libros abarrotando los estantes.
El príncipe echó un vistazo rápido entre las filas de libros de distintos tamaños. Tomó uno de pasta verde musgoso con bordes dorados
—Este habla sobre plantas mágicas como las lilas de luz y las rosas de agua. Te lo recomiendo si buscas cultivar una de ellas. También hay este otro. Este en cambio tiene un formato narrativo interesante ya que el protagonista es un amayu de tierra que quería crear un huerto pero al no tener tierra propia para cultivar debe robar a su amo y-
De repente dejó de hablar y sus ojos se encontraron por un momento.
—¿Por qué te detuviste? —Gim no pudo evitar preguntar sintiendo que el rompecabezas estaba incompleto.
El joven príncipe regresó ambos libros al estante.
—Estaba hablando demasiado.
—¿Y? —exclamó porque en realidad no pensó que eso fuera "demasiado", pero qué podía decir.
—No es adecuado.
Gim se quejó desde el fondo de su garganta.
—¡Pero no puedes dejar simplemente la oración a medias! ¿Quién era su amo? ¿un humano? ¿un monstruo? ¿Le robó al final la tierra para cultivar? ¿Pudo sembrar campanillas de paz?
—Lo logró —contestó en su lugar Karl ahora con una leve sonrisa ante las sugerencias de Gim—. Pero tuvo que matar a su amo. Era un humano, un encomendador.
Gim en realidad no sabía si terminaría leyendo el libro. No después de que Karl le contara casi la mitad de la trama mientras tomaba los libros que leería y regresaban a la chimenea. Quién diría que alguien de mirada tan fría pudiera contener tantas palabras sin decir. Gim se preguntó qué cosas más escondía el príncipe.
Ese día cuando abandonó la biblioteca ya era oscuro y la luna capturaba cada halo de luz de los grandes ventanales del palacio. Abandonaron la estancia, Karl le enseñó su habitación como guardia personal y le prestó algunos libros de historia cuando le preguntó qué significaba eso de encomendador.
Pero mientras se sentaba en la cama blanda y miraba su vela con una llama que intentaba evitar ser engullida por la medianoche, de nuevo pensó en esa pregunta que lo atormentaba desde que se levantó: ¿cómo pudo haberlo olvidado? ¿algún día recuperaría sus recuerdos?
Observó entonces su traje de guardián. Se detuvo en el escudo de los cinco soles. ¿Podría ser su objetivo cuidar de Karl? Quizás por eso había despertado cerca de él. Guardián. Le gustaba como sabía esa palabra en sus labios. Tenía el sabor de lealtad, responsabilidad y un objetivo.
Al pensarlo, se preguntó si existían libros sobre eso en la biblioteca. Se puso de pie y regresó en busca del príncipe porque si alguien sabía de libros, era él.
Pero antes de tocar la puerta notó que esta se encontraba entreabierta. Había otra persona hablando con el príncipe.
—¿De dónde sacaste a ese joven guardia? —Un grácil muchacho un poco mayor que Karl estaba desparramado en el sillón. Sus ojos violeta eran traviesos y su sonrisa buscaba problemas—. ¿Me lo puedo llevar?
Nota de Autora:
AHHH
Siento que ya me atrasé con el cronograma. Debo acabar la historia para navidad, o hasta fin de año. Pero me tengo fe jajaja.
Ayer descargué el libro del cascanueces para leer, porque no hay mejor excusa que esta fecha para leer algo navideño ¿ustedes tienen alguna lectura preferida para estas fechas?
¡Gracias por leer! <3
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