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Capítulo 19: Isla nevada

GIM

Cuando se despertó lo primero que escuchó fue el mar a lo lejos, como una suave canción de cuna, razón por la cual sintió su corazón tranquilo a pesar de las circunstancias. No había caos, ni dolor u oscuridad.

Observó sus manos con hilos de magia diferentes a los que lo construyeron. No fue como la vez que se levantó sin recuerdos en palacio, esta vez la magia era estable, cálida y no jalaba ni había dolor.

No pudo evitar sonreír mientras miraba sus manos jugar con rayos de luz matutina. Se sentó sobre la cama intentando reconocer dónde estaba y luego al abrirse la puerta, lo entendió.

El Mago Auroro se acercó apretando la bandeja de comida en sus manos como si hubiera visto a Lázaro levantarse.

—No puedo creerlo. Funcionó.

Gim intentó hablar, pero su garganta estaba demasiado seca y su lengua se sentía entumecida. Su creador le entregó un vaso de agua y lo tomó no acostumbrado a sus manos tan ligeras con nueva magia.

—¿Qué funcionó? —preguntó luego de encontrar su voz para hablar.

—El hechizo de Kahan. La magia que residía en ti no podía destruirse, pero podía transformarse. No estaba seguro si sería capaz de transformarlo en una magia más adecuada capaz de curar tus heridas y mantenerte con vida.

Gim parpadeó y de repente los recuerdos de la noche en la que murió fueron cayendo uno a uno.

—¿Qué pasó con el rey?

—Murió. A manos del príncipe heredero.

Gim todavía podía recordar la última vez que vio a Karl. Pasó una mano por su cabello y se dio cuenta que varios mechones de cabello se habían ennegrecido luego de que fue herido.

—¿No quieres saber cómo te encontré? —preguntó el mago.

—Supongo...que alguien te ayudó.

—Así es. Pero no fue Karl. Fue la Reina. Ella me contactó.

—¿La Reina? ¿Por qué haría algo así?

Su creador tenía la mirada en el paisaje sosegada de la ventana.

—Ella me dijo que quería matarte al principio, pero después de todo fuiste herido por proteger al príncipe, así qué, ¿cómo podría mantener su enojo? Quería ayudarte, pero no quería envolver a Karl en el proceso así que él no sabe que estás aquí.

—Y Karl —se apresuró a decir acomodándose—. Él... ¿cómo está?

—Pasaron muchas cosas. Al principio no había noticias de él aparte de que rompió su compromiso. Luego pasó todo esto de la guerra. Pero hace unos días se anunció una fiesta por su cumpleaños. Supongo que las cosas mejoraron.

—¿Guerra? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

El mago Auroro jugueteó un momento con el borde dorado de su túnica antes de contestar.

—Dos años.

Sintió su cuerpo poco a poco volverse más frío.

—Oh, ya veo.

Gim asintió con un nudo en la garganta. Quería verlo tanto que dolía. Pero hacer eso, ¿no sería algo imprudente? Después de todo, si Karl pensaba que él ya había muerto, sería mala idea aparecer de repente antes de una celebración.

—Hubo una guerra... ¿Sabes si Karl fue?

—Por supuesto que fue. Pero al final triunfaron. Colgaron la cabeza de George Granda en la plaza de la tierra de los amayus de aire. Pasó allí para ser exhibida por una semana. Los demás...Es mejor no decirte como terminaron. El asunto es que ningún otro se atrevió a rebelarse frente al nuevo régimen.

—¿Quisieras ir a la celebración de su cumpleaños en la capital? —preguntó el creador con cuidado luego de que el silencio se extendiera entre ellos.

Quizás su expresión lo había delatado.

—Primero quisiera recuperarme de todos modos.

—Sí. Tienes razón. Te prepararé algo de comer.

—Espera—No tenía tantas fuerzas, pero aun así tomó el borde de su túnica y el Mago Auroro lo miró.

—Muchas gracias por hacer todo esto. No tenías que hacerlo y sin embargo te tomaste las molestias. Yo te pagaré algún día.

El mago le devolvió la sonrisa y se sentó al borde de la cama.

—No lo hice solo porque la reina me lo pidió. Ni tampoco espero ninguna retribución. Cuando supe que estabas herido a muerte, sabía que tenía que encontrarte, sellarte y curar tus heridas. Nunca pasó por mi mente dejarte. Tú...eres como un hijo, Gim. Y sé que cometí errores en el pasado. Nunca debí dejarte ir a esa hacienda...No hay día que no me arrepienta de eso. Pero si algún día tú pudieras perdonarme, me gustaría restablecer la relación que teníamos antes de que el rey tocara nuestra puerta.

—No hay nada que perdonar—le afirmó tomando sus manos—. Yo fui el que decidió partir de tu casa.

—Esta es también tu casa,Gim. Siempre lo ha sido.


.-.-.-.-.-.-

Los siguientes días pasó descubriendo nuevos trozos de esta nueva vida que se le había concedido. Primero volvió parte de su rutina entrenar por la mañana, luego de pasar tanto tiempo inactivo sus músculos se habían resentido y ya no tenía la misma ligereza que antes.

Después aprendió a acostumbrarse a su magia. Esto costó más esfuerzo. Aunque Auroro le había dicho que ya no podría crear criaturas de papel como antes, Gim seguía dibujando en su libreta con la esperanza de que alguno de los pequeños duendes cobrara vida y pudiera refutar a Auroro.

No pasó.

Pero luego sucedió algo diferente.

Evadió un ataque agachándose a tiempo. Últimamente había mejorado a maniobrar con los movimientos de las marionetas de Auroro. Hombres de madera que se movían con la magia más básica de viento. Luego de intercambiar unos golpes logró derribarlo.

Agotado se dejó caer entre la hierba debajo del familiar olmo al lado de la casa. Volvió a sacar su libreta como siempre solía hacerlo. La tarde se pintó de violeta, pero ninguna golondrina de papel salió a volar con las primeras estrellas. Gim solo pudo suspirar sintiendo dolor en su corazón.

Estaría bien. Solo tendría que acostumbrarse.

Sus pensamientos volvieron a Karl como todos los caminos que llevan a un mismo hogar. Le consolaba saber que se encontraba bien en algún lugar del reino. Y aunque a veces pensaba que eso no era suficiente, no quería ser egoísta. Faltaban unas semanas para su cumpleaños.

Un ruido entonces perturbó el atardecer.

Se levantó inquieto y se encontró con un carro tirado por bueyes que se había descarriado. Un amayu de cabello plateado lucía angustiado tratando de colocar la rueda en su lugar. Gim se acercó sin perder tiempo.

—¿Quieres que te ayude? Sé cómo cambiarla.

—¡Gracias a todos los soles! ¡Qué bueno! —exhaló bañado en alivio. Era joven—. Mi patrón, digo, ¡mi padre! Me prestó este carruaje para recoger unos barriles, pero en realidad nunca había manejado uno de estos

Gim se ocupó de la rueda mientras lo escuchaba hablar de su padre. En silencio, sin mencionar su desliz. Auroro le había dicho que a pesar de que la Ley de la Hacienda estaba estipulada, en realidad no se cumplía en muchas zonas del reino, e incluso había amayus que por incentiva propia no querían la libertad si eso significaba apartarse de todo lo que conocían hasta ahora. Gim no podía juzgarlo por eso.

—Está bien. Ya está listo—Al levantarse se dio cuenta de la mano del joven que sangraba—. Estás sangrando. Déjame ver.

El joven, al no ser humano no sentía el dolor de la misma forma entonces el mismo se sorprendió cuando vio sangre deslizarse por su antebrazo.

—Está bien, cuando llegue a casa me pondré una pomada. Sanará en unos días.

Pero Gim no lo soltó porque se dio cuenta de algo. Aunque había perdido la habilidad de crear criaturas de papel, su magia le hizo cosquillas mientras dejaba que la herida del joven amayu sanara. Su sonrisa se transformó en una risa suave al ver que la herida había desaparecido.

—Oh, no me dijiste que eras curador —le dijo el joven asombrado.

—No lo era. Pero ahora lo soy, ¿no? ¡Si tienes alguna molestia o conoces a alguien que la tenga, no dudes en acudir a mi hogar! Vivo por encima de esa colina —Sus palabras ahora eran burbujas llenas de una renovada esperanza.


—Mi objetivo era que tu propia magia se transformara para ayudarte a sanar, nunca imaginé que su alcance llegaría al punto de poder sanar a otros —comentó el mago Auroro cuando llegó a casa y le contó lo sucedido—. Pero no tienes que usarlo sino-

—¿Cómo podría no usarlo? —habló Gim mientras pintaba un cartel de anuncio de sus servicios para la aldea.

Así que esta magia nueva y maravillosa que había descubierto también se convirtió en parte de su nueva vida en la Isla de la Estrella. El Mago Auroro al inicio se mostró arisco con los extraños, sin embargo, con el pasar de los días se fue acostumbrando a las visitas.

Gim estaba cuidando de una niña amayu. La mamá llegó porque le picaba todo el cuerpo y no dejaba de llorar. Tenía ronchas rojas por toda la espalda. Ni bien llegó notó que sus ojos se habían detenido en una sirena de papel.

—Te la regalo —dijo con facilidad dándole el dibujo—. Puedes pintarlo mientras preparo una medicina.

Ella asintió con ojos hechos de estrellas y Gim empezó a ocuparse de su piel enferma. Luego se marcharon antes de que los primeros faroles del pueblo se encendieran.

—Podrías empezar a cobrar, ya sabes, en lugar de ir a trabajar en otro sitio, para pagar la comida—comentó el mago Auroro apoyándose en el umbral de su puerta.

—¿No te fijaste? —susurró Gim dejando que su sonrisa se consumiera mientras madre e hija desaparecían debajo de la colina—. Sus ronchas estaban más marcadas en la espalda y tenían un patrón. Probablemente fue azotada con una ortiga o alguna planta similar...Eso solo puede significar que-

—Vinieron a escondidas de su patrón y no tienen dinero para pagarte.

—Sí.

Escuchó al mago Auroro suspirar mientras el silencio de la noche se tendía sobre la hierba. Existía leyes que amparan a los amayus, ellos podrían demandar a su patrón si deseasen, pero algunos preferían guardar silencio por sus propias razones. A lo lejos vieron una luz parpadeante acercarse. Un carruaje.

—Qué extraño. No debería haber más citas hoy, es...—De repente su voz se consumió mientras el carruaje se acercaba cada vez más.

Salió una persona. Ni siquiera llevaba ropa de seda o de lino, pero no hacía falta si se comportaba como un príncipe agotado de un viaje largo. Se bajó. Con una capa larga y unas botas negras. Gim sintió su corazón detenerse.

—Maestro-

—Yo le avisé—anunció cruzando sus brazos—. Probablemente vino sin avisar a la Reina.

—¿Por qué hiciste algo así?

—Gim. Escucha. Tienes que hablar con él. No puedes simplemente huir de las cosas que son incómodas de conversar. ¿No le dijiste eso a alguien que recién trataste? Es mejorar curar la herida que evitarlo porque igual el dolor no se irá.

Gim no fue capaz de decir nada más, pero sus manos se removieron entre sí y su corazón se sentía como un gorrión atrapado. A pesar de estar aterrado de hablar con él, sentía una abrumadora alegría de verlo en buen estado, de simplemente verlo de nuevo. ¿Cómo se puede estar tan asustado, pero tan feliz al mismo tiempo?

Sintió una mano caer sobre su hombro. Era Auroro con una mirada apaciguada.

—Estaré adentro.

Gim asintió y respirando hondo se encaminó hacia Karl. Había pasado un tiempo desde la última vez que lo había visto. ¿Sería igual que el Karl de sus sueños? Solía aparecer mucho en sus sueños. ¿Todavía lo recordaría? ¿Qué estaría pensando? ¿Estaría enojado con él todavía? Pensarlo le hizo dudar en sus pasos.

Pero quien diría que ni siquiera tendría que caminar demasiado, en el momento en el que sus miradas se encontraron, Karl empezó a caminar y luego a correr hacia él y cuando se dio cuenta el príncipe estaba demasiado cerca, con el cabello más corto que la última vez, revuelto por el viento y una mirada anhelante.

—Gim.

—Eh..—No sabía que decir, así que curvó sus labios en una risa nerviosa y apartó la mirada sintiendo de repente demasiado calor.

—Gim. —Y volvió a decir su nombre con una devoción que revolvió sus nervios de nuevo—Realmente...llegué a pensar que...tú...tú...

El borde de sus ojos estaba enrojecido como si antes hubiera estado llorando. La sonrisa que surcaba su rostro, por lo tanto, se asemejaba a un arcoíris después de una lluvia fuerte. Era una expresión que ablandó su corazón por completo.

Era tan raro ver a alguien como Karl perderse en sus propias palabras que Gim inmediatamente se acercó más sosteniendo sus manos con más presión. Al notar que estaban frías por la noche, se aseguró de abrigarlas entre las suyas.

—Tus manos están frías...—explicó lo que estaba haciendo al sentir su mirada sobre él.

En un momento estaba sosteniendo sus manos y luego Karl lo atrajo a un abrazo. Gim contuvo el aliento.

No podía estar lo suficientemente cerca. Era como si temiera que Gim fuera a desaparecer en cualquier momento. Lo apretó hacia él con un embriagador cariño. Y Gim respiró el aroma a robles y lluvia que llevaba en su capa. Se sentía tan a gusto entre sus brazos que resultaba doloroso.

Se separó solo un poco de su cuello y entonces se dio cuenta lo cerca que estaban sus rostros en ese momento. Miró sus ojos oscuros que cargaban un anhelo que tiró de las fibras más profundas de su corazón y luego bajó la mirada a sus labios. Estaría bien, ¿no? Solo sería un beso.

Así que se acercó y dejó que sus labios se rozaran, al principio ni siquiera encajaron, pero cuando lo hicieron Gim volvió a sentirse atontado. Quería seguir besándolo. Quería besarlo por siempre. Así que volvió a hacerlo. Y luego otro beso en la esquina de sus labios, y otro en su mejilla. Luego regresó a sus labios sintiendo que no tenía suficiente.

—Gim...—Se quejó Karl girando el rostro lo que lo hizo regresar a la realidad. De repente todo se tornó frío y lejano. Se apartó inmediatamente con el corazón latiendo en sus oídos y las mejillas ardiendo.

—Oh, no, no, no. Perdón. No quise...No quise sobrepasarme. No sé en qué estaba pensando. No estaba pensando en lo absoluto. Simplemente te vi y- No. No tengo excusas. Yo...Está bien si hay un castigo. No debí-

—Gim —Lo llamó tomando su brazo y sonrió casi riendo —. Está bien.

Sus ojos se habían vuelto media luna con una sonrisa que delataba un suave hoyuelo en su mejilla. Gim no se había fijado en ese detalle. Pero ahora de repente parecía que era lo único que existía.

—Lo siento —dijo, pero después volvió a mirarlo con anhelo—. ¿Puedo besarte de nuevo?

Sintió las manos de Karl recorrer su cuello y luego tomar sus mejillas acunando su rostro. Lucía una sonrisa.

—No me tienes que preguntar.

No necesito hacerlo. Esta vez Karl se acercó hacia él. Y Gim descubrió que una de sus cosas favoritas era ser besado por Karl.

Cuando se alejó, los ojos del príncipe seguían en él como un deseo que pides a una estrella.

—No eres un sueño ¿o sí?

—No, ¿luzco como uno? —No pudo evitar sonreír.

—Sí.

Acunó su mejilla y Gim se inclinó hacia su toque como una planta lo hace a su luz de sol. Cuando abrió los ojos, Karl lo seguía mirando con tanto amor.

—Lo siento. Ahora deberías estar preparándote para la celebración de tu coronación.

—Tú eres más importante.

—Lo siento yo-

—Gim —Lo reprendió con suavidad—. No te disculpes. No me gusta escucharte disculparte por cosas que no son tu culpa.

Gim lo observó larga y tendidamente. Luego su mirada bajó hacia su cuello y luego a su pecho.

—Te apuñalé, Karl. Eso fue mi culpa. Y nunca me perdonaré por eso.

—Pero luego tú me salvaste.

—No, eso fue-

—Gim.

—Bien, bien—sonrió blanqueando los ojos—, digamos que te salvé. Aun así. Me gustaría cargar con mi parte de la culpa, gracias.

—Yo te perdono. Podrías apuñalarme y te perdonaría otra vez.

Gim ahogó un jadeo.

—No digas esas cosas. Por supuesto que no pasará algo así y si lo hace, me gustaría que me detengas.

—Podrías matarme y estaría bien con eso.

—¡Yo no estaría bien con eso! Detente.

Karl se rio todavía sosteniéndolo con ternura.

—Lo que quiero decir Gim es que te perdonaría cualquier cosa porque eres la persona que más amo.

Todo el mundo se detuvo.

—¿No planeas tomar una reina?

—No. Te quiero a ti.

Gim era, después de todo, demasiado simple para soportarlo, volvió a abrazarlo, besó su mejilla y luego se escondió en su cuello sintiendo su corazón latir tan rápido.

—Yo también te quiero a ti, oh cielos, te quiero demasiado Karl. Y no debería porque es egoísta y tú perteneces al reino y deberías tener una reina y un heredero, pero yo-

—Lo resolveremos —dijo trazando círculos en su espalda.

Gim respiró hondo y se permitió creerle. Después de todo el momento más oscuro del día era justo antes del amanecer.


Tenerlo tan cerca sabiendo qué se sentían sus labios le hacía imposible no querer acercarse así que jugueteó un poco más antes de jalarlo hacia él para besarlo de nuevo. Gim no sabía si llegaría a cansarse de eso alguna vez.

Su corazón sintió cosquillas y sonrió en sus labios sin poder evitarlo.

—Si me dejas hacer esto por más tiempo, me acostumbraré.

—Estoy bien con eso.

Gim no podía estar más que encantado y lo besó de nuevo.

—Oh, por Dios yo sigo aquí, gracias —murmuró el mago Auroro dejando caer el desayuno sobre la mesa—. ¿Cuántos días planea quedarse su Majestad?

—Hasta el día de mi cumpleaños. Ya hablé con mi madre al respecto.

Gim se tensó ante su mención, pero no dijo nada. Lo cierto es que no sabía que pasaría dentro de una semana, si sería capaz de acompañar a Karl a la capital, ¿cómo podría? Tan solo pensarlo le revolvía el estómago así que por ahora se enfocaría en esos siete días que tenía a Karl para él solo. Y los disfrutaría como si fueran los últimos.

Jugó con sus manos entrelazadas embelesado por su forma como si estudiar cada parte de Karl se hubiera vuelto un privilegio que debería tomarse con calma.

—Tengo que mostrarte la biblioteca de la isla. Estoy seguro que te encantará.

Esa mañana de invierno lo guio a través de las calles adoquinadas de su pueblo. En la Isla de la Estrella había muchos amayus bajo el yugo de haciendas, pero también se podía ver algunos de cabello plateado libres, dedicados a pequeños negocios que florecían poco a poco.

Caminó entre los puestos del mercado con la facilidad de una vieja criatura del bosque. Se sentía feliz de poder reconocer al que vendía libros o la que vendía objetos mágicos de viaje. Desde que recuperó sus recuerdos, atesoraba cada pequeño trocito de la isla.

Llegaron a la biblioteca que se encontraba en el centro del pueblo. Escucho a Karl sostener el aliento con ojos brillantes cuando se detuvieron frente al gran arco de cedro y jade. Gim lo miró sintiendo su corazón entibiarse. Si, esa era la expresión que estaba buscando.

—No sabía que había algo así en la Isla.

—Tiene muchos lugares escondidos—dijo y empujó las puertas para entrar.

Había un encanto que protegía los libros de posibles intrusos, pero Gim se había hecho amigo de la bibliotecaria así que no tuvieron problemas para entrar.

Observó a Karl caminar despacio como si entrara a un santuario y recorrer los pasillos pasando la yema de los dedos por los libros con suavidad. Por supuesto que revisó la sección de hechizos buscando cosas nuevas por aprender.

—Toma —Gim apareció junto a él con un libro donde una tortuga y un panda caminaban en la portada.

Karl frunció levemente el ceño confundido y Gim no pudo evitar pensar que era adorable. Quería besarlo de nuevo. Pero antes de eso,

—Es un libro de hechizos de fuego —explicó—. Pensé que te gustaría.

Él sonrió y se sintió como una victoria.

—¿Lo leíste?

Gim se rio por lo bajo dejando que su mirada se perdiera entre libros viejos y recuerdos.

—Cuando era niño solo conocía esta biblioteca. No había salido de la isla todavía entonces sí, lo he leído. De hecho, he leído la mayoría de libros de este sitio. Aunque no recuerdo algunos...

Karl lo siguió mientras se adentraban a la sección que tenía conocimientos de magia de elementos. Había libros sobre el control de agua o del fuego.

—¿Todavía no recuperas todos tus recuerdos?

—La mayoría. Pero aun así hay todavía cosas...que solo me resultan familiares. Está bien. Estoy bien. No me mires así.

Pero Karl seguía con una mirada triste y ajena, así que se acercó a él y tomó sus mejillas en las manos. Esta vez cedió y dejó un beso rápido en su nariz y luego en sus labios.

—Puedes ayudarme a crear nuevos recuerdos—susurró con una sonrisa. Era muy fácil sonreír cuando Karl estaba cerca.

Karl entendió a qué se refería y no tardó en atraparlo en un beso que poco a poco empezó a desenvolverse como un regalo. Esta vez más profundamente mientras las manos de Gim pasaban por su cuello y lo presionaba contra un estante. Quería estar más cerca. Más. Todo lo que estaba sintiendo lo quería el doble. El triple. No se sentía suficiente.

Se presionó más hacia él.

Sí, crearon buenos recuerdos en la librería.


Luego del desorden, Gim lo llevó hacia el jardín más allá de la colina de la casa que compartía con el mago Auroro. Un olor a jazmín y lavanda les dio la bienvenida como suaves besos en la mejilla.

Le mostró el pequeño árbol de jade que había sembrado, las lilas en forma de libélula y las rosas de agua cerca del lago. Aunque el aire era fresco, recientemente había llovido así que había lodo y Gim realmente se sintió mal por llevar a Karl al fango para mostrarle otra planta que estaba creciendo bajo su cuidado.

—¿Has dibujado algo en tu libreta? —preguntó el príncipe de repente con la mirada puesta en las rosas de agua.

Sintió un dolor agudo atravesar su pecho, pero había estado trabajando en acostumbrarse a ese dolor entonces era familiar.

—No —dijo arrancando una mala hierba con una sonrisa despintada de tristeza—. Perdí ese don.

Ninguno de los dos dijo nada y luego Karl se puso de pie.

—Shen está en el palacio. No pudo acompañarme porque era peligroso. Pero él está vivo. Y está esperando por ti. Entonces si él sigue vivo, significa que todavía tienes la magia para crear.

—¿Shen? Oh, cuánto me alegro —soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo mientras sonreía, pero luego su sonrisa titubeó—. Yo...no lo sé. No ha estado funcionando. Por más que intente.

De nuevo el silencio regreso. Comenzó a llover, delicado y con calma. Fue extraño porque el sol ni siquiera se había ido. Gim se dio cuenta que Karl sostenía un ceño fruncido y se rio empujándolo, juguetón.

—Estoy bien.

—Averiguaré sobre eso cuando llegue a la capital.

—Estoy bien, Karl. De hecho, quisiera mostrarte algo.

Karl lo observaba como si fuera una estrella, expectante a lo que tenía que decir. Estos días se había acostumbrado a esa mirada, por lo que verlo cambiar de expresión cuando sacó una pequeña daga, lo detuvo un momento.

—Está bien—Le tendió una suave sonrisa. Una diferente. Una que decía "confía en mi"—. Solo es para enseñarte lo que puedo hacer ahora.

Dicho esto, tomó la daga con la intención de hacerse una pequeña herida en la palma y mostrarle lo rápido que podía curarlo ahora. Pero antes de que pudiera hacerlo, Karl le había quitado la daga.

—No.

—¿Cómo qué no? Devuélveme.

—No. No quiero.

Gim no sabía si reír o llorar.

—Está bien. Puedo mostrarte de otra manera. Sígueme.




Nota de Autora:

Buenas nocheees, ya nos queda dos capítulos más para terminarlo y tal vez escriba algunos extras más para la historia. Gracias por acompañarme y gracias por leer /le regala una rosa de agua

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