Capítulo 15: Gim y Karl dentro del telar
https://youtu.be/GDTD24KsdGc
GIM
Fue como el día en que lo llevaron a la Prisión Inundada y lo sumergieron. Sus sentidos se apagaron hasta que solo podía escuchar sus latidos, y luego incluso ese familiar sonido lo abandonó para dejarlo completamente a oscuras.
Pero así como ese día, tampoco se arrepentía ahora de haber intervenido y haber acabado en el mismo telar con Karl.
Shen le advirtió que no se enfrentara, pero, ¿cómo podría quedarse sin hacer nada mientras lastimaban al príncipe?
El príncipe, él que había sido lo suficientemente amable para acogerlo cuando sus recuerdos no eran más que luces fugaces, él que había sido lo suficientemente inteligente para saber que él no era de confiar. Y aún así confió en él. Y Gim traicionó esa confianza.
No sabía que esperar cuando entró al telar, no sabía si su carne y sus huesos se convertirían en hilos para tejer nuevas historias o si seguiría viviendo para ver en qué se convertiría.
Poco a poco fue abriendo los ojos, embotado y con los sentidos entremezclados. Sintió una brisa y escuchó el mar a lo lejos. Parpadeó hasta acostumbrarse al sol de mediodía y entonces el paisaje lo abrazó por completo.
Estaban en la Isla de la Estrella de su telar. Esa que había tejido hace tantos años.
Escuchó un suspiro.
—¿Por qué me has seguido?
La familiaridad de la voz lo hizo estremecer y se volteó. Como una figura segura y estable, estaba Karl de pie un poco más atrás. Llevaba el mismo uniforme militar y fruncía el ceño con sus ojos negros y entrecerrados por el sol tratando de cubrirse con una mano enguantada. No encajaba en la escena. Era una pieza que no era parte de la pintura. Era perfecto.
Su emoción floreció como un brote con luz de sol. Había pasado demasiado tiempo desde que no lo había visto, y no pudo evitar alcanzarlo y abrazarlo. No podía pensar. Se sentía mareado y su corazón latía rápido.
—¡Estás vivo! ¡Estamos vivos!
Karl no dijo nada y suavemente se dio cuenta de su rigidez y la tensión en su mandíbula. Recordó lo que había sucedido la última vez que estuvieron tan cerca. Se alejó de inmediato.
—Lo siento, lo siento. No era mi intención...No estaba pensando en-
—Déjalo. No es importante ahora. —miró a su alrededor analizando el paisaje con sus ojos fríos—. Tenemos que buscar como salir de aquí.
Gim tragó saliva sintiendo su corazón latir con tanto dolor. ¿Cómo no podía ser importante? pensó. Se aventuró a mirarlo de nuevo preguntándose cómo estaba su herida y si había sanado. Su corazón se estrujó al recordarlo. Mientras más intentaba no pensar en eso, más caía en un bucle.
—Lo siento mucho, Karl. Si hubiera sido más fuerte hubiera podido resistir y-
—¿Qué es eso de ahí?
Se detuvo y miró en su dirección. Una colina se levantaba, rodeada de azucenas, lirios y rosas había una cabaña con humo saliendo por su chimenea. Pero era un humo azulado que delataba su magia. No era otro que el hogar del mago Auroro. El hogar de Gim. Este era su original destino cuando empezaron su travesía pero al final terminaron en la casa de otro mago y nunca llegaron. Finalmente aquí estaban.
—Aquí encerré los recuerdos de mi tiempo en la Isla de la Estrella. —No pudo evitar murmurar para sí, dando unos pasos más cerca.
Parecía un espejismo, un paisaje del que él tampoco formaba parte ahora.
—Así que por eso fuiste a la Hacienda. Estás recuperando tus recuerdos—dijo Karl mirándolo.
—Sí. Todavía todo está muy desordenado.
Karl todavía lo miraba pensando en cómo formular su siguiente pregunta. Gim esperó. Siempre le había gustado eso de Karl, cómo se tomaba su tiempo para lo que quería decir, como cada palabra que venía de él era significativa.
—¿Fuiste forzado a ir a la Hacienda?
Gim sabía lo que Karl esperaba escuchar, quizás decir que fue forzado a ir y trabajar para ella sería la manera más fácil de recuperar su confianza y lavar sus manos de la culpa. Pero eso sería mentir.
—No. Me fui por mi voluntad.
Los ojos de Karl se estrecharon y no volvió a decir nada más. Gim tampoco sabía cómo explicar lo que había sucedido así que tampoco se atrevió a romper el silencio. En su lugar jugó con los tallos de flores en el jardín del mago. Por eso cuando se despertó en el palacio sin recuerdos le habían atraído tanto las flores. En ese momento fue tan sencillo quedar prendado de ella y es que solo estaba desenterrando un viejo amor.
Después y como una pintura, la puerta sonó, alguien iba a salir. Gim jaló de Karl hacia una pequeña área boscosa para esconderse justo a tiempo. El Mago Auroro apareció llevando una canasta de ropa para colgar bajo el sol. Era extraño ver a un mago tan reconocido por su magia poderosa dedicarse a una actividad tan mundana como colgar ropa pero allí estaba.
—Podríamos pedir ayuda al Mago Auroro. Si le explico la situación, quizás acepte ayudarnos. Después de todo es la versión de mis recuerdos, no creo que nos pueda hacer daño.
—Hacer eso, ¿no alterará la estructura del telar?
Gim se mordió la lengua. Quizás sí. Lo que sucedía con los telares es que dependía mucho de la magia depositada en ellos y de su dueño. Y la magia de Gim era muy inestable para atreverse a hacer suposiciones a la ligera. Era un intento mal hecho. Quizás por eso la guardiana había escogido ese telar para encerrarlos.
Luego escucharon una risa y apareció un joven Gim de diecisiete años con un viejo cuaderno y un hombre de papel en su hombro.
—Podrías ayudarme a colgar la ropa —amonestó Auroro pero al ver a Gim tan emocionado, se podía ver como se ablandó.
—Pero practicar hechicería es mucho más interesante—puntualizó el joven dejando a su pequeña creación de papel en el suelo— Mira, hasta ahora solo he podido crear animales o plantas, pero ¡es una persona! He logrado despertar un pequeño hombre de papel. Lo llamé pequeño Steve.
El Gim mayor observó la escena sorprendido de no recordar lo que estaba viendo. De hecho no pensó que su magia podría alcanzar para manejar a un hombre de papel.
El Mago Auroro se inclinó frente a la pequeña creación y empujó su cabeza con uno de sus dedos. El hombre de papel se quejó intentando detenerlo, pero era inútil.
—¡No lo intimides! —se quejó el joven Gim levantándolo como a un polluelo.
—Ayúdame a preparar el almuerzo. Deja de jugar.
—No quiero —dijo dejándose caer sobre la hierba con su libreta abierta—. Necesito seguir practicando si quiero mejorar. ¡Quiero ser el mejor hechicero de todo el reino!
Gim suspiró en su corazón sintiendo sus mejillas arder con vergüenza. ¿Con qué osadía y confianza podría declarar algo así? Miró de reojo a Karl preguntándose qué estaba pensando.
De repente el joven Gim se detuvo y se volteó buscando algo. Por un momento temió que los haya visto, pero no era posible, estaban escondidos. Pero para su horror, el joven echó a correr hacia ellos.
Gim entró en pánico. No podía permitir que su yo versión más joven lo viera. Entonces sus ojos cayeron sobre la capa que llevaba Karl, grande y con una capucha que podía cubrir su rostro.
—Príncipe, te pido disculpas por lo que estoy a punto de hacer.
Cuando el joven llegó se encontró entonces a este par demasiado juntos y con la ropa desordenada. Uno estaba completamente cubierto por una capucha y el otro lucía enojado. Parecía que tenía planeado decir algo pero sus labios se juntaron y abrieron como un pez muerto y finalmente frunció el ceño.
—¿Saben que esta es la propiedad del Mago Auroro?
Gim miró a Karl con ansiedad y este carraspeó la garganta.
—Lo siento. Somos viajeros del norte. Temo que nos hemos perdido.
—Oh, está bien entonces —aceptó con facilidad y volvió a sonreír. ¿Solía ser así de ingenuo? —. Es fácil perderse en esta isla. La magia es un poco traviesa y a veces los lugares cambian de ubicación por lo que un mapa viejo de más de tres lunas pasadas ya no es útil.
—Oh, eso explica mucho.
El joven sonrió volviendo sus ojos un par de medialunas.
—Mi nombre es Gim, soy aprendiz del Mago Auroro. Síganme. En nuestra casa tenemos comida y agua. Supongo que deben estar cansados si llegan de tan lejos.
Karl parpadeó y luego tendió una suave sonrisa mostrando modales que Gim rara vez veía.
—Muchas gracias por su hospitalidad.
El joven se arreboló como un amanecer y una sonrisa tonta apareció en su rostro mientras asentía. Empezó a andar liderando el camino hacia la casa demasiado feliz. Esta tan obvio que resultaba doloroso para su contraparte futura.
—¿Por qué solía ser tan obvio con mis emociones?
—Todavía lo eres.
No pudo evitar cubrirse el rostro ardiendo de vergüenza.
Tal como lo prometió, y aunque el mago Auroro los miraba queriendo desvelar sus secretos con solo un vistazo, les sirvieron comida y agua. Gim se sorprendió de que en su telar se reflejara tan bien los interiores de una casa que pensó olvidada. Quizás no se trataba tanto de habilidad para tejer sino de la magia y las emociones inmiscuidas en tu trabajo.
Cuando probó un poco del estofado no sabía a nada así como el agua. Tenía sentido. De alguna manera era un recordatorio de que nada de esto era real. Solo recuerdos fragmentados de su pasado.
—¿Qué tal está la comida? —preguntó emocionado Gim.
—Maravilloso—sonrió Karl. Como si su sonrisa no fuera un evento que se da cada eclipse.
—Su compañero de viaje puede dejar su abrigo en el perchero. —indicó el mago Auroro con los ojos puestos en su visitante encapuchado.
Gim se tensó pero Karl respondió por él poniendo una mano sobre la suya. Lo cual no ayudó a disminuir su nerviosismo, solo lo aumentó. Pero Karl no lo miraba a él, sus ojos estaban puestos como dagas envenenadas sobre el mago Auroro.
—Él no se siente cómodo mostrando su rostro.
—¿Oh? —El Mago Auroro siempre había sido desconfiado y esta versión armada por los recuerdos de Gim era todavía aún peor—. ¿O quizás es algún criminal que podríamos reconocer?
—Maestro...—La versión joven de Gim jaló de su manga y finalmente lo llevó al estudio a hablar. Parecía que quería interceder por desconocidos que acaba de conocer.
—No tardará en darse cuenta. —susurró Gim.
—Lo sé. Debemos apresurarnos. ¿Hay algo aquí que podría ayudarnos?
Gim lo pensó con cuidado y recordó la cocina del Mago Auroro. En sus recuerdos lo retrató como el lugar más mágico de la casa, con pociones y recetas increíbles con los hechizos más codiciados y difíciles.
—Iré a la cocina. Si vuelven, distráelos.
—No. Iré contigo.
Gim gimió frustrado pero no se quejó y lo llevó a la cocina. Karl se quedó a vigilar la puerta mientras el se escabullía con rapidez repasando el camino que tomaba siempre desde que aprendió a caminar. Cuando el mago Auroro lo encontraba de niño intentando entrar a la cocina, lo agarraba por los costados y lo sacaba. Así pasó por unos años hasta que Gim desarrolló un ratón de papel capaz de escabullirse para que le contara que es lo que veía adentro.
Cuando el mago Auroro lo descubrió, pensó que le podrían fin, pero en su lugar, se quedó embelesado con su libreta de dibujos. Le explicó que eso no era propio de un amayu, ni siquiera uno de la isla, que ser capaz de jugar con su magia era propio de un hechicero. Como él. Gim se iluminó con la idea de poder crear nuevas cosas como su maestro.
Entonces las puertas de la cocina se le abrieron como en ese momento.
Buscó entre los armarios por alguna pócima o ingrediente que podría ayudarlo. Sus recuerdos todavía no estaban por completo recuperados así que se tomó más tiempo del planeado. Finalmente encontró aquella flor que el Mago Auroro le explicó que luego de ser derramada con sangre de fénix tenían un potencial mágico capaz de romper cualquier encantamiento. Era su tesoro más preciado. Ni siquiera el mago Auroro lo usaba. Pidió perdón en su mente al mago del telar de sus recuerdos y tomó un pétalo de la flor.
No estaba seguro si iba a funcionar, ya que si la comida no tenía sabor en este lugar quizás los ingredientes mágicos tampoco tuvieran magia. No lo sabía. Pero tenía que intentarlo.
Escuchó voces y caballos. Alguien había venido. Se apresuraron a regresar al comedor pero antes de que cruzaran el umbral, sintió una corriente de frío atravesarlo al ver al mago Auroro hablando con su versión joven. Él recordaba esta escena. Fue el día en que llegaron para llevárselo a la Hacienda.
—Necesito que esperes adentro. No pierdas de vista a los foráneos. No tardaré.
—¿Son ellos de nuevo? —Sus ojos guardaban preocupación y luego miró de reojo por la ventana. Al hablar lo hizo con cautela en un murmullo—. ¿No es más fácil ceder a este punto?
El Mago Auroro pareció horrorizado con la propuesta.
—¿Estás diciendo que debería dejarte ir con ellos? No tienes idea de lo que hablas. No sabemos lo que podrían hacerte. Ellos no son de la Isla. En otros pueblos, los amayus son tratados de manera diferente.
—Pero, si nos seguimos negando, esa mujer dijo que-
—No importa lo que haya dicho. No te dejaré ir.
El joven aprendiz frunció el ceño y Gim se sintió tan extraño al verse a sí mismo. Se preguntó si su tenacidad se hubiera mantenido si hubiera sabido lo que le esperaba en la Hacienda, si hubiera sabido cómo iban a manipular sus recuerdos para llenar su mente con un único propósito, si hubiera sabido el tipo de torturas que había en la Hacienda para amayus que no obedecían.
—¿Cómo puede no importar? Dijo que quemaría toda tu magia por no cumplir tu parte del trato. Dejarías de ser un mago, solo serías...
—Estoy bien con eso.
—¡Pues yo no estoy bien con eso! ¡No es justo! —Habló sagazmente de justicia porque no conocía lo que era la injusticia.
Dicho esto, el joven Gim salió de la casa y el mago Auroro fue detrás de él con prisa, pero era demasiado tarde.
Cuando la puerta se cerró, se hizo el silencio. Gim se sentía demasiado avergonzado de si mismo para hablar.
—No fue por tu voluntad después de todo, la razón por la que te fuiste a la Hacienda. —dijo Karl.
—¿No acabas de verlo?
—Lo que vi es que no permitiste que amenazaran a tu ser más querido.
Gim sintió su corazón estremecerse cuando sus miradas se encontraron.
—¿De qué sirvió? Al final solo terminé haciendo más daño. Actué cobardemente al ceder ante sus amenazas, yo-
—Estás tan equivocado —lo interrumpió—. Confiar en tus valores es lo más valiente que existe. Tú eres la persona más valiente que conozco. ¿Cómo puedes pensar tan poco de ti mismo?
No supo que decir. No creía que hubiera una respuesta para eso. Sus manos inquietas empezaron a jugar con uno de los botones de la manga de su jubón. De repente observó una de las manos de Karl sostenerlo instando que se detuviera y lo mirara. Así que lo enfrentó y se sorprendió de encontrar dolor en sus ojos.
—Gim, lo digo en serio.
Antes de que pudiera responder escucharon una pequeña explosión. Magia dispersa con humo. Gim palideció mientras sus recuerdos se tornaban piezas que caían en su lugar. Ese día no había venido solo la Condesa, llevaba un edicto real y junto a ella venía...
—¿Padre? —murmuró Karl.
Y luego el Rey los vio por la ventana.
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